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Andrés
Se dio cuenta de que tenía frio. Sintió las baldosas duras contra su
pómulo derecho, contra su esternón y sus rodillas. El piso estaba mojado y no
tenía camisa. Se quedó unos segundos más dándose cuenta. Temblando,
aplastado por el aire pesadísimo de la habitación cerrada, llena de trastos y
cajas. Sintió que las cajas también lo aplastaban.
Andrés miró el reloj que estaba sobre la larga fila de botellas. Las
once y veinte. La reunión de vecinos ya habría terminado. “Mejor” - pensó.
Me como unas pizzas y me vuelvo a acostar.
Eugenia
Iba mirando las baldosas, y en especial los yuyos que crecen en las
juntas y grietas. Nunca hubo tristeza suficiente como para dejar de
maravillarse ante la potencia de la vida naciendo en lo inerte. Las plantas no
se detienen. La vida no se detiene. Siempre puede nacer algo donde parece
todo muerto.
Además tenía mucha sed y un poco de calor. Así que apuró el paso.
Y también pensó que debía estar por llegar el pedido al bar, así que
se sentó en el piso en el hall de la oficina y se recostó en la pared a esperar. Y se
durmió, hasta que la insistencia del timbre la despertó.
Parte 3
Carla
- ¡Claro! Vamos ya. Mañana doy clase a las 8 y no sé cómo voy a hacer.
- Matemáticas, en ingeniería.
- Yo soy de la generación 83
- Yo entré a Facultad en el 87
- ¿Es acá?
- Si, es acá. Es una historia larga. Otro día te cuento. Muchas
gracias por traerme! Nos vemos!
Andrés se acercó para darle un beso y se bajó del auto. Lo vio entrar
a la casa tapiada y le dio como un dolor. Lo sintió desamparado. Solo ahí, con
toda esa tristeza.
- Martínez?
Al rato sonó el timbre y los chiquilines se fueron. No había sido una clase
brillante. Se iba a dormir una siesta. Capaz que después iba hasta lo de Cuca a
tomar mate. No habían quedado en nada, pero muchas veces era el plan para
los sábados de tarde.
Parte 4
(continuará)