Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
AMIGOS/SOCIOS/ ENEMIGOS
Llegada de Almagro
Con la expedición de Pedrarias arribó al Darién el
soldado Diego de Almagro, y también Pascual de Anda-
goya, Hernando de Soto, Gonzalo Fernández de Oviedo,
testigo y cronista de sus andanzas, Gaspar de Espinosa,
Sebastián de Belalcázar, y otros personajes que participa-
ron en la conquista de los incas. Admiró al cronista Fer-
nández de Oviedo la yunta formada por Pizarro y Alma-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 87
gro: "En el qual tiempo hizo compañía (Pizarro) con otro com-
pañero llamado Diego de Almagro, é fueron ambos un espejo y
exemplo de buenos en conformes amigos, sobre todos quantos
hay en estas partes hoy se sabe que hayan tenido compañía".
"Estos capitanes Francisco Pizarro é Diego de Almagro, como
se ha dicho en los precedentes libros destas historias, vivieron
en tanta conformidad é amistad que eran exemplo de grandes
personas; éfue esso principio de su auctoridad é crédito, aunque
no todo era fundado sobre verdadero amor (según el tiempo lo
mostró adelante) como por arte é necesidad. Almagro era há-
bil, diligente, liberal, expedito en lo que avía de hacer, é hombre
del campo; Pizarro era lento ö espacioso, é al parecer de buena
intención, pero de corta conversación é valiente hombre por su
persona; ê ambos muy conformes e unánimes, sin saber el uno
y esotro leer ni escribir, ni tener entre sí conocida ni más apro-
piada al uno que al otro sus haziendas". Historia General de las
Indias, tomo IV, libro XLVL
Como veterano de Tierra Firme, Pizarro mostró al bi-
soño Almagro, soldado de fortuna, oriundo de la ciudad
de Almagro, de donde tomó el nombre (ciudad pertene-
ciente a Castilla la Nueva), como credenciales de guerra, la
experiencia que acumuló desde que arribó al Darién como
capitán de Alonso de Ojeda. Luego fueron camaradas de
campañas militares al mando de Pedrarias o de Gaspar de
Espinosa, combatiendo a los valerosos hombres de Vera-
guas. Después fueron socios en asuntos comerciales, ya
asentados como vecinos de la ciudad de Panamá. En el
reparto de encomiendas hecho por el gobernador Pedra-
rias Dávila, el capitán Francisco Pizarro recibió ciento cin-
cuenta indios con la persona del cacique de la isla Taboga,
mientras Diego de Almagro obtuvo alrededor de setenta
indígenas: "Al capitán Francisco Pizarro, natural de Trujillo,
el cual vino con el gobernador Alonso de Ojeda, efue su tenien-
te de gobernador e capitán, e ha sido regidor e alcalde en esta
ciudad y es visitador asimismo en ella, e ha servido muy bien a
sus Altezas todo el dicho tiempo en estos dichos reinos, ciento
88 — M A R I O CASTRO ARENAS
suelo mojado entre los montes, llevando con todo esto sus espa-
das y rodelas en sus hombros con las mochilas; y tan fatigados
llegaron, que de puro cansancio y quebrantamiento murió un
cristiano llamado Morales" ob, cit, 9. No hubo indígenas que
les atacaran, ni cristianos que los auxiliara, aunque los na-
turales estaban al tanto de la agresividad de los españoles.
Vacías encontraron las casas y algo peor, sin alimentos.
Exhaustos, consumidos por tan forzado ayuno, los espa-
ñoles llamaron Puerto de Hambre a la zona de ciénegas
y mosquitos por donde deambularon hasta que Pizarro
dio la orden de regresar a los barcos. ¿Dónde estaba el oro
prometido? ¿Dónde la bonanza instantánea y la gloria per
sécula seculorum?
Ignorante de las variaciones climáticas regionales,
Pizarro incurrió en error al emprender viaje cuando empe-
zaban las grandes lluvias tropicales. Volver a Panamá hu-
biera significado la cancelación de la empresa, dado que
los expedicionarios habían partido animosos y de buen
semblante y tornaban flacos y amarillos, decepcionados y
anémicos. Para salvar la cara, dispuso el capitán que fue-
sen a la isla de las Perlas a buscar comida y calafatear los
navios estrujados por malos vientos. Entregó la capitanía
de un navio a Gil Montenegro rumbo a las Perlas, mien-
tras Pizarro quedaba en los manglares alimentándose de
peces y mariscos para subsistir, entretanto regresasen con
víveres. Anduvieron por los manglares con la ropa empa-
pada y roída por la hojarasca en medio de insoportables
temperaturas, durmiendo entre el crepitar de millones de
insectos y despertándose, tensamente, empuñando la es-
pada si acechaban indios de horrible estampa, pintarra-
jeados con figuras de simbologia demoníaca. Lo peor de
todo fue que las penurias habían dislocado la expedición
el mando de un capitán como Pizarro que ya había ex-
perimentado situaciones semejantes en el golfo de Ura-
bá, pero que lucía desorientado y sin don de mando y de
persuación a su gente debilitada por la presión del medio
biada por la mano de Dios y que era justo se les hiziese buen hos-
pedaje; y luego se aderezaron diez o doce balsas llenas de comida
y de fruta, con muchos cántaros de agua y de chicha y-pescadoy
un cordero que las vírjines del templo dieron para llevalles. Con
todo esto fueron yndios al navio, sin ningúnd engaño ni malicia,
antes con alegría y plazer de ver taljente", oh, cit, 53,
La relación humana de indios y españoles fue de
amor a primera vista. Fue un bálsamo para Pizarro este
hallazgo de tumbesinos. civilizados, de refinado atavío,
y costumbres cultivadas, distintos a los indios flecheros
que los hostilizaron en la primera etapa del periplo. El ne-
gociador político que Francisco Pizarro llevó dentro salió
a relucir. Mantendrían el mismo nivel de cordialidad y
simpatía, ocultando intenciones de vasallaje y conquista.
Exhortó a sus hombres a mantenerse compuestos, sobre
todo con mujeres, conociendo, como conocía, las tensio-
nes sexuales del dilatado viaje. Entre los peruanos nobles
se acostumbraba a ofrendar doncellas para servicios do-
mésticos y otras necesidades obvias de los forasteros es-
pañoles, pues sus concepciones morales eran distintas a
las de los europeos. Hubo una bella cacica que le ofreció
mujeres al lugarteniente Alfonso de Molina como algo na-
tural, ausente de malicia: "Y entre aquellas yndias que le ha-
blaron estava una señora muy hermosa, y díxole que se quedase
con ellos y que le darían por mujer una délias, la qual quisiese...
el capitán dio muchas gracias a Dios nuestro Señor por ello.
Quexávase mucho de los españoles que se bolvieron y de Pedro
de los Ríos porque lo procuró. Y ala verdad engañávase porque
si él entrara con ellos y procurara dar guerra no fuera parte
para que los mataran, pues Guaynacapa hera bibo é no avía las
diferencias que después, quando volvió, halló. Si con buenas pa-
labras quisieran convertir las jentes que hallavan tan mansas y
pacíficas no hera menester los que se volvieron, pues bastavan
los que con él estavan; mas las cosas de las Yndias son juicios
àe Dios, salidos de su profunda sabiduría, y El sabe porqué a
permitido lo que a pasado" Cieza, 55.