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A finales de los años sesenta tuvo lugar un cambio de paradigma en los estudios
literarios y el foco de atención se desplazó hacia el estudio de la relación entre texto y lector.
Desde la Escuela de Constanza se desarrolló la denominada Rezeptionsästhetik en su doble
aspecto de lectura histórica e implícita.
El principal responsable de la primera de estas vertientes es el medievalista alemán
Hans Robert Jauss, cuya Historia de la literatura como provocación a la ciencia literaria se
convirtió en programa de la nueva escuela, subrayando como los juicios estéticos varían según
las épocas. La propia escuela estructuralista de Praga puede considerarse precursora en este
sentido, particularmente el trabajo de Jan Mukarovski con su distinción entre la obra como
“artefacto” y la obra como “objeto estético”, que exploraba la función del signo comunicativo, su
concreción, su actualización en cada época.
La obra de Wolfgang Iser, La estructura apelativa de los textos (1968) desarrolla una
teoría de la lectura sobre una base fenomenológica, acusando el influjo del filósofo polaco
Roman Ingarden, cuyas publicaciones en la década de los años treinta, suponen una puente de
unión entre la fenomenología de Husserl, la hermenéutica de Heidegger y la teoría literaria.
Según indica Viñas Piquer, siguiendo a Javier San Martín (1987:46), el concepto de
epoje en la fenomenología de Husserl, apunta hacia una teoría de la percepción o mejor dicho de
la recepción puesto que insiste en prescindir o excluir de nuestra consideración todo supuesto
sobre el mundo, todo lo transcendente, ajeno a nuestra conciencia.
La fenomenología de Husserl consistía en un análisis descriptivo de procesos subjetivos,
un estudio intuitivo de esencias experimentadas a través de los sentidos humanos, que
describían los datos del conocimiento sin prejuicio. Tal análisis se alcanzaba en tres etapas: la
reducción fenomenológica, la reducción eidetica, y el análisis cognitivo. El primer paso
(reducción fenomenológica) consideraba sólo lo inmediatamente expuesto al conocimiento,
manteniendo todo lo demás en tela de juicio, en suspensión o epoje. La reducción eidetica es la
abstracción de esencias para encontrar los componentes básicos de fenómenos. Finalmente, el
análisis cognitivo es la comparación detallada entre los fenómenos como son presentados en el
conocimiento y la forma universal de los fenómenos como experimentados en el acto cognitivo.
Después de la reducción y la abstracción, eliminado todo lo trascendental y lo científico, lo que
permanece es el “residuo fenomenológico”, lo que un individuo sabe y que existe en tres formas:
ego, cogito, y cogitata . El ego es la corriente del conocimiento mediante la que el mundo
circundante adquiere significado y realidad. Observando, y tocando reconocemos que existimos.
Cogito o cogitation comprenden todos los actos del conocimiento, la duda, la comprensión,
afirmación, negación, etc. El ego existe sólo como resultado de estas cogitations, en un mundo
que es el resultado de nuestra interacción. Cogitata se refiere a los objetos del pensamiento.
Podemos aprender acerca de nosotros mismos y acerca del mundo a través de los demás e
igualmente, podemos observar el resultado de nuestras emociones y pensamientos por las
respuestas que inducimos en otros. El mundo presentado por Husserl es un “ Lebenswelt” mundo
vivido (Husserl citado en Derrida, “Genesis and Structure” en 1981:165).
Para describir los fenómenos tendemos, explica Husserl, a aplicar formas Platónicas,
cuando lo que deberíamos hacer es aislarlos, encontrar lo individual y distinto del conocimiento,
intentando no emplear categorías derivadas de experiencias previas. De esta forma, la
fenomenología se centra en estudiar no tanto las cosas sino más bien la relación entre la
conciencia y las cosas, descubriendo así la intencionalidad. Es decir se necesita una reflexión
no sólo sobre las cosas res extensa sino también sobre el proceso mismo de percepción o res
cogitans. Sin toda conciencia es intencional, es posible detenerse tanto en los procesos que
tienen lugar en el interior de la conciencia (el cogito en sí mismo), como en aquello sobre lo que
la conciencia se proyecta en cada momento concreto (su cogitatum). Por tanto, Husserl señala
dos direcciones descriptivas: la descripción de los actos intencionales (o noética) y la descripción
de los objetos intencionales (o noemática), que según señala Viñas Piquer (499)
corresponderían grosso modo con las dos líneas de investigación discernibles en la Escuela de
Coonstanza: la de la recepción histórica y la de la fenomenología de la lectura (lectura implícita). 1
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La desacralización del autor iniciada por el Surrealismo socavó la base de la temporalidad histórica.
Barthes había indicado como al autor se le concebía como el pasado de su propio libro, una unión que había sido
truncada por un antes y un después. Kristeva alinea la convención lineal de tiempo (tiempo como proyecto,
teleología y desplegar prospectivo) con la disposición simbólica del lenguaje, es decir, con la disposición para
expresar, calificar, y para concluir en lugar de con la disposición para jugar, multiplicar, y diversificar que ella
reclama como “semiótica”. La disposición simbólica es para Kristeva un “tiempo obsesivo”, dominado por el afán de
control, una estructura totalizante, esclavizante, que excluye lo no esencial como inexistente.
lectura prescrito en el texto. De aquí surge un nuevo concepto de lector: el lector implícito que
desarrollaría Wolfgang Iser.
A partir de las apreciaciones de Husserl sobre el acto de la percepción, Iser desarrolla,
en El acto de leer (1976) una exhaustivo análisis del proceso de la lectura. Iser indica que la
percepción de la que habla Husserl, aplicable a los objetos, no se adapta exactamente a la
percepción del texto literario, donde la percepción se trata más bien de un movimiento o proceso
orientado hacia la determinación del significado del texto, cuya característica esencial es la
indeterminación. Para Iser el proceso de lectura consiste en la creación de significado a partir de
la actualización de ciertas reglas inscritas en el texto, y que dependen de la competencia del
lector. Sin la participación de éste, el texto carece de sentido. Añade Iser que el lector incorpora
el texto a su conciencia, lo interioriza y lo convierte en parte de su propia experiencia. Cada acto
de leer es irrepetible.
En El lector implícito (1972) Iser presenta un concepto de lector pensado de antemano
por el autor. Con esto da a entender que un texto presenta varias marcas que admiten varias
lecturas pero no cualquier lectura. Otros autores han matizado la noción de lector implícito.
Genette, por ejemplo, prefiere hablar de lector posible o de lector virtual, Stanley Fish habla de
lector pretendido, Umberto Eco de lector modelo.