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Algunas tendencias de la historiografía reciente


Nora C. Pagano

Hacia los años setenta, la expresión “crisis de la historia” encubría una discontinuidad civilizatoria -
y sus resultantes epistemológicas e historiográficas- que se tradujeron en la corrosión de las
hermenéuticas tradicionales y sus correlativos sistemas representacionales 1. A partir de entonces,
tuvo lugar una honda reconfiguración del pensamiento social, que posibilitó un territorio
historiográfico extenso y dinámico, aunque no resulta ocioso señalar que esas novedades coexistían
con las clásicas formas de historiar para las cuales , la misma noción de crisis resultaba
completamente ajena.
Sensibles a los nuevos enfoques, los segmentos de la historiografía más ligados a las innovaciones,
aparecían dominados por el desplazamiento del centro de gravedad que otrora pasaba por el
“paradigma estructuralista-galileano”, cuya cientificidad reposaba en la capacidad de desagregar el
objeto de conocimiento histórico de la conciencia subjetiva de los actores por vía de
procedimientos concebidos como objetivantes: la cuantificación, la construcción de series y el
establecimiento de relaciones estructurales que permitiesen identificar regularidades 2. Lo social ya
no se presentaba como una superficie unitaria y continua que podía ser pensada desde un centro
único que organizaba la experiencia colectiva y el relato sobre ella, sino como un conglomerado de
actores sociales considerados como sujetos activos, capaces de operar sobre la realidad a partir de
racionalidades selectivas y mediante el desarrollo de estrategias. La realidad no era sólo una entidad
objetiva externa a los sujetos sino un producto de ellos y de su intervención en el mundo, y la
sociedad ya no es concebida como una estructura coercitiva, un objeto dotado de propiedades
“ahistóricas” sino en tanto conjunto de interrelaciones cambiantes al interior de configuraciones en
constante adaptación.
Así, para buena parte de sus cultores, objeto de la disciplina histórica no era ya aquel de las
estructuras objetivas y los mecanismos de determinación que las gobiernan; ni la descripción
morfológica del agregado llamado “sociedad” a partir de encuadramientos en clases o categorías
socio profesionales atribuidas que suponían una racionalidad global de actores y procesos.
Representaciones e imaginarios sociales, prácticas y textualidades, la “nueva historia social”
desagregaba y expandía sus objetos mediante la reconstrucción de procesos dinámicos y la
multiplicación de actores que hicieron estallar aquel centro de la experiencia colectiva llamada
sociedad, para atender a agrupamientos tribales y aún experiencias individuales, cada una con su
propio sistema representacional, su memoria y sus propios puntos de vista: mujeres, jóvenes, grupos
étnicos, subculturales, el mundo de la subalternidad y la alteridad, entre otros.
Para poder percibir estas dimensiones de los fenómenos sociales, era necesario acotar el universo
social sometido a análisis, vale decir, repensar la escala de observación. Esta operación,
inicialmente centrada en la reducción de escala, se complementó luego con la variación de la
misma.
Receptivos a los nuevos enfoques particularmente al giro antropológico, el retorno al sujeto, el
neohistoricismo 3, un amplio grupo de historiadores privilegian la exploración de subjetividades y
reconstruyen el desempeño activo de los individuos en la conformación de lazos sociales,
deslizándose de las estructuras a las redes sociabilidad, de los sistemas de estratificación a las
situaciones vividas, de la racionalidad global a las estrategias singulares, o sea, los modos a través
de los cuales los individuos producen el mundo social.
Someramente descriptas, las anteriores consideraciones cuestionaban los modos de intelegir los
fenómenos sociales; en el campo de la Historia, ello se tradujo en una crítica a los fundamentos de
la historia social clásica.

1
Elías Palti, El giro lingüístico y la historia intelectual, Buenos Aires, UNQ, 1998
2
Roger Chartier, “L´Histoire entre récit et connaissance” [1994], in Au bord de la falaise. L´histoire
entre certitudes et inquiétudes. Paris, Éditions Albin Michel, 1998
3
José Sazbón “El sujeto en las ciencias humanas” , en: Estudios, Año 1 / Nº 1, Diciembre de 2000

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En este marco, el siguiente texto aspira a consignar algunas de las características de la historiografía
reciente verificables actualmente en el campo de los estudios históricos.

Los actores sociales

Una de las críticas a la que fue sometida la historia estructural consistió en que se trataba de una
historia sin actores sociales; la observación no es del todo precisa: los hombres -en su dimensión
individual o colectiva- siempre estuvieron presentes en los estudios históricos. El núcleo de la
cuestión reside en la centralidad o no que se otorgue a su capacidad de acción (razón, voluntad,
intencionalidad), para explicar los fenómenos sociales. En tal sentido, las concepciones
estructurales solían colocar en segundo plano estas dimensiones porque consideraban a la sociedad
como “víctima” de sobredeterminaciones de diverso tipo : geográficas, económicas, mentales,
culturales.
Buena parte de la historiografía desde comienzos de los ochenta, adoptó una perspectiva que hizo
recaer el peso de la indagación – y de la explicación-, en los actores sociales, su constitución e
interacción; los procesos socio-políticos son vistos como creaciones históricas de esos actores y no
como resultantes ineluctables de factores o fenómenos estructurales de los que los actores son
simples portadores o reproductores.
Ello no significa que los hombres no sean objetos de condicionamientos que los limiten – y de allí
que para algunos cientistas sociales operen como sujetos o como agentes, acorde al marco
conceptual adoptado-, pero aún así, los actores sociales son capaces de incidir en la construcción
social de la realidad con su interacción; se trata además de un actor histórico quien reflexiva e
intencionalmente es capaz de conocer e interpretar el pasado y dirigir su interacción social para
incidir en el presente y el futuro. La tarea de los historiadores será entonces comprender el sentido
de tales acciones desde una perspectiva hermenéutica, interpretativa.
Para “nueva historia social” los actores son las unidades concretas de acción que expresan la
heterogeneidad de lo social, desplazando con ello el empleo de las categorías analíticas agregadas
que poblaban la historia social estructural en la medida en que ellas agrupaban individuos y por ello
contribuían a homogeneizar y modelizar más que a diferenciar comportamientos. Este
reconocimiento del sujeto implica una complejización de los objetos de estudio, pues constituye
una concepción basada en la diferencia, de la heterogeneidad, de la diversidad, de la subjetividad,
de la relatividad de los procesos sociales.
La multiplicación de los actores condujo también a la multiplicación de los puntos de vista;
nociones como representaciones e imaginarios sociales, sensibilidades, subjetividades y
experiencias construyen un mundo otrora objetivo desde el “ojo del observador”: viejos, jóvenes,
niños, trabajadores, consumidores, miembros de grupos étnicos, sexuales, culturales, procedan ellos
de segmentos sociales dominantes o bien subalternizados. 4
de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires
La recuperación del actor social puede pensarse asimismo desde otras dos perspectivas: un giro
interno y otro externo.
En el primer caso, la indagación histórica se encaminó hacia el estudio de su mundo privado, sea
que se entienda por ello aquellas dimensiones no públicas del comportamiento humano
autonomizadas del Estado, sea que se trate de un repliegue sobre la intimidad de los sujetos.
Así, por ejemplo, la historia de la vida privada rompe con una historia tradicionalmente anclada en
el ámbito de lo público, aún cuando la línea divisoria entre público y privado sea muy difusa;
precisamente esta historiografía trata de demostrar cómo se definen ambas esferas en sociedades y
épocas determinadas.

4
A modo de ejemplo, puede considerarse el caso de la historia de las mujeres, luego denominada historia de género,
subcampo que contribuyó a la ampliación de los presupuestos teóricos clásicos de la historia social, y a enriquecer
las herramientas analíticas para el estudio de relaciones de clase, etnicidad y poder, tal como se manifiesta en los
estudios de la subalternidad

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Los estudios históricos se abren entonces a un amplio abanico temático que suele incluir la historia
de la cotidianeidad, lo íntimo, la sensibilidad, la sociabilidad, los afectos, que indaga sobre las
representaciones sociales del amor, la pareja, la niñez, la sexualidad, la familia, el honor o el gusto,
tratando de verificar y explicar sus transformaciones.
Ciertamente estas temáticas demandaron la utilización de fuentes “no tradicionales” tales como la
pintura y la literatura, el universo de las imágenes y los lenguajes expresados en la oralidad, la
iconografía, el teatro, la fotografía o la publicidad, etc.
En este marco, una particular expansión ha revestido la historia oral; por cierto, la técnica ha
mutado desde sus orígenes y actualmente se aplica a los más diversos territorios: inmigración, el
mundo del trabajo, fenómenos de resistencia, clases subalternas, elites, etc.
A través de la historia oral se indaga el mundo de las experiencias, las vivencias de los actores; el
testimonio adquiere así estatuto de fuente privilegiada para percibir los mecanismos de la
construcción de la memoria, esa dialéctica entre recuerdos y olvidos y su administración social.
En síntesis, la historia de la vida privada y de lo cotidiano, ofrece a la historia de la sociedad la
posibilidad de comprender las experiencias, valores, gustos, de conectar aspectos simbólicos e
imaginarios con las condiciones materiales y relaciones sociales en situaciones y coyunturas
concretas. 5

Las profundas transformaciones historiográficas operadas por el “giro interno”, se vieron


reforzadas por otro de carácter “externo”. Con esta expresión intentamos dar cuenta de una agenda
temática y metodológica que explora el universo relacional de los actores, sus interacciones; en este
sentido, resulta inexcusable la referencia a los estudios basados en los conceptos de sociabilidad y
de redes relacionales.6
En lugar de una morfología social, esta nueva historia coloca en el centro de sus preocupaciones el
juego de relaciones interpersonales; en lugar de una lógica social global, importa ahora la
experiencia concreta de los actores y la construcción e interpretación que ellos hacen del mundo
social.
Consecuentemente esta historiografía procura reconstituir las formas, espacios y contenidos que
asumen los vínculos parentales, amistosos, de vecindad, trabajo, la actividad política, religiosa,
sindical, asociativa de los individuos y aún cuando sus efectos trasciendan la conciencia de éstos.
Respecto de las redes sociales, tras los primeros trabajos de los antropólogos sociales de Cambridge
de mediados del siglo pasado, asistimos hoy a la formalización teórica y metodológica y a su
aplicación a la Sociología y a la Historia.
El supuesto general de los estudios basados en esta metodología, es que en sus interacciones, los
actores crean sistemas de redes relacionales que pueden estudiarse de modo sistemático y de allí
que sea posible su codificación y sistematización.. Se crea así una matriz de relaciones plasmada en
un grafo que representa las relaciones de los actores con determinados hechos y, a través de éstos,
la relación con otros actores.
El concepto de sociabilidad, otro recurso inestimable de la nueva historia, también parte del
carácter relacional de los individuos pero en este caso se trata principalmente de analizar su
dimensión asociativa; las asociaciones suelen reunir a un grupo de individuos en torno a intereses
comunes, ya sean estos de interés público –sociedades literarias, científicas, filosóficas,
filantrópicas o caritativas-, sectoriales –organizaciones de oficio, sociedades mutuales-, o
simplemente recreativos, constituyéndose así en espacios que multiplican las relaciones sociales
fuera del ámbito privado. Los tipos y formas concretas de asociación presentan una amplia
diversidad, por ello los cientistas sociales han recurrido a tipologías y clasificaciones,
particularmente en los casos en que revisten un carácter voluntario (no basado en el parentesco).

5
Cfr. Entre otros P. Aries y G. Duby, Historia de la vida privada, Madrid, Taurus, 1989, 5 vols; Lüdtke, Alf,
(dir.) Histoire du quotidien, París, Editions Maison des Sciences de l´Homme, 1994
6
J.C. Mitchell,. (ed.) Network Analysis: Studies in Human Interaction, Mouton, The Hague, 1973; M.
Agulhon, Historia vagabunda, México, Instituto Mora, 1994

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El objetivo principal de este tipo de estudios consiste en explorar las diversas formas de
agrupamiento, sus lógicas, propósitos y funcionamiento, empleándose para su análisis, criterios
tales como grado de formalización, objetivo, funciones, composición, modos de adscripción y
participación, etc

El interés por los actores sociales y su potencialidad explicativa, se extiende asimismo en la


valoración de las dimensiones individuales; el individuo se convierte entonces en una lente
privilegiada para dar cuenta del medio social y la época. La resultante de ello es el renovado auge
de la biografía, que como sostuviera G. Levi , admite actualmente variados “usos”. 7
Como recurso metodológico, el método biográfico se emplea en las Ciencias Sociales -Sociología,
Antropología y en la Psicología Social- de diversos modos: los relatos orales autobiográficos, las
encuestas etnográficas, las historias o relatos de vida, constituyen valiosos insumos para los
estudios sociales. Por su parte, la prosopografía – o sea el análisis de un conjunto de biografías-, se
revela particularmente útil para conocer la composición de grupos o élites de poder.
Actualmente una bios , no sólo ilustra un itinerario individual; en su aspecto instrumental, la
biografía permite abordar las relaciones entre el individuo y los contextos sociales, un juego de
escalas entre lo micro y lo macro desde donde explorar las más diversas temáticas.
Un buen ejemplo de los modos en que los historiadores construyen y emplean las biografías, lo
constituye el fantástico texto de J. Le Goff sobre la vida Saint Louis; no debería sorprender que su
autor lo considere una “anti biografía”, ya que la vida del monarca-santo ilustra más su época y su
contexto social que una existencia sobre la cual no abunda información y está plagada de mitos. 8

Escalas de observación

Estas nuevas concepciones planteaban - entre otras cosas- un problema no nuevo pero usualmente
poco atendido por los historiadores: la escala de observación con la que abordar el estudio de los
fenómenos sociales. La historia estructural empleaba una escala ampliada – macro-; las objeciones
epistemológicas de las que fue objeto, mostraron las ventajas derivadas del uso de una escala
reducida – micro-, a fin de indagar las relaciones sociales concretas, no desde categorías a priori o
preconstituidas sino desde las experiencias de los actores. La escala micro resultaba entonces una
atribución reclamada por los nuevos objetos de indagación
La microhistoria concibe el mundo social como un conjunto complejo de relaciones cambiantes
dentro de contextos múltiples en permanente readaptación; explora las racionalidades y las
estrategias que ponen en marcha las comunidades, las parentelas, las familias, los individuos en el
supuesto que, la observación microscópica es capaz de revelar dimensiones no perceptibles desde
generalizaciones inductivas.

En 1996 el historiador francés Jacques Revel compilaba en 1996 un conjunto de artículos bajo título
(“Juegos de escala. El microanálisis de la experiencia”); el texto reflejaba el trabajo colectivo
desarrollado en la Escuela Práctica de Altos Estudios (EHESS), y que reunió a antropólogos e
historiadores franceses e italianos a comienzos de la década del ´90, interesados en la temática de
la escala.9

7
Cfr. Entre otros: Giovanni Levi “Les usages de la biographie”, en Annales, 6, 1989; Jacques Revel, “La
biografía como problema historiográfico”, en : Un momento historiográfico. Trece ensayos de historia social,
Buenos Aires, Manantial, 2005; Sabina Loriga, “La biographie comme problème”, en : J. Revel (Dir.) Jeux
d’echelles. La micro-analyse à l èxperience, Gallimard-Le Seuil, 1996
8
J. Le Goff , Saint Louis, París, Gallimard, 1996
9
J. Revel, Jeux d’échelles. La mycroanalyse à l’expérience, París, Gallimard, 1996.

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En el prólogo a los textos que componen la compilación, Revel distinguía dos posicionamientos en
la relación a los enfoques micro y macroanalíticos. Uno representado por las posturas de Simona
Cerutti y Maurizio Gribaudi, propone la superioridad de la dimensión micro sobre la macro, en
tanto que la primera engendra a la segunda. El otro, adoptado por investigadores como Marc
Abélès, A. Bensa, Bernard Lepetit y la suya propia, que si bien reconoce la productividad de la
reducción de escala, no privilegia una escala sobre la otra y propone el juego o variación entre las
dimensiones macro y micro. Un buen ejemplo lo constituye la biografía, tal como ya fuera
señalado.

A pesar de la expansión del microanálisis y de agendas que adoptan la variación de escala, no por
ello debe suponerse que la escala ampliada haya desaparecido de los estudios históricos, por el
contrario, su vitalidad puede apreciarse en el empleo de la sociología histórica. Ella se define
como una tradición analítica que aborda la naturaleza y efectos de estructuras a gran escala y de
procesos de cambio a largo plazo.
Desde el trabajo pionero de Imanuel Wallerstein, -El moderno sistema mundial de 1974-, la
disciplina continuó consolidándose gracias a los aportes de Theda Skocpol y Charles Tilly cuyo
texto Grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes (1991), constituye toda una
definición.10
No se trata de una historia social ni de una mera sociología sino un espacio de integración entre
historia y sociología, que emplea método comparativo, el análisis macro causal y la contrastación
multivariante de hipótesis
Desde 1976 la sociología histórica se practica en instituciones tales como el Fernand Braudel
Center, fundado y dirigido por Wallerstein en la State University of New York (Binghamton) , el
Centro se ocupa del estudio de las economías, los sistemas históricos, y las civilizaciones,
desarrollando una intensa actividad editorial e investigativa plasmada en numerosos publicaciones.

Renovaciones

Entre las múltiples direcciones en las que se expande la nueva historia, abordaremos dos que, en la
opinión de varios analistas, son aquellas que constituyen el núcleo de la actividad historiográfica
actual y que concentran buena parte de las líneas conceptuales y metodológicas antes referidas: la
historia cultural y de la nueva historia política.
En efecto, las dimensiones cultural y política parecen constituir actualmente aquellas capaces de dar
cuenta de los fenómenos sociales con mayor amplitud e inteligibilidad. No se trata de volver a
instancias totalizadoras o globalizantes, sino señalar los lugares en los que se articulan e
ínterseccionan las diversas áreas constitutivas del mundo social.

La historia cultural aborda el estudio de las representaciones y las prácticas sociales, poniendo el
acento en los modos de circulación de los objetos culturales, tal como lo expresa uno de sus
principales cultores, R. Chartier. En esta historia, nuevas categorías como las de experiencia o
representación permiten captar la mediación simbólica, la práctica a través de la cual los individuos
aprehenden y organizan significativamente la realidad; la esfera cultural opera así como una
mediación entre los individuos y la realidad.

10
T. Skocpol, Los Estados y las revoluciones sociales, México, FCE, 1984; Ch. Tilly, Grandes estructuras,
procesos amplios, comparaciones enormes, Madrid, Alianza, 1991; Arrighi-Wallerstein. Movimientos
antisistémicos. Madrid, Akal, 1999; I. Wallerstein, Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un
análisis de sistemas-mundo ,Madrid, Akal, 2004.

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La historia cultural abarca un amplio territorio en el que es posible reconocer diversidades, sean
ellas conceptuales, metodológicas o que obedezcan a tradiciones historiográficas originadas y
consolidadas en un determinado contexto nacional.

Esta última circunstancia se verifica en el caso británico en el cual, la tradición inaugurada en los
’50 por la “Escuela de Birmingham” conformada por Richard Hoggart, Stuard Hall, Raymond
Williams e historiadores como E.P. Thompson, propició la institucionalización de los estudios
culturales o cultural studies.
El interés de los estudios culturales se centra más en significaciones históricamente situadas que en
tipos generales de comportamiento, enfatizan más en la interpretación que en la explicación y se
manifiestan eclécticos, críticos y deconstructivos; no pretenden ofrecer un modelo único ni
obedecen a límites disciplinarios establecidos. Se trata de una experiencia transdisciplinaria que
toma insumos de la crítica literaria, teoría social, la comunicación social, semiótica, entre otros.
Un área particularmente interesante en la que convergen variables antropológicas, socio
económicas, políticas y culturales es el multiculturalismo, problemática relacionada con la
globalización y sus efectos paradojales.11
Por su parte, la recuperación de los aportes de la Escuela de Frankfurt proporcionó instrumentos
conceptuales y procedimentales para el estudio de las industrias culturales, la producción cultural en
la sociedad capitalista y la cultura de masas.
En Francia se desarrollaron particularmente la sociología de la cultura, representada centralmente
por la obra de Pierre Bourdieu quien exploró dimensiones como el habitus, el gusto, los medios
masivos, etc, y la historia cultural de lo social o la historia socio cultural. Esta última contó con
amplia difusión gracias a la labor de R. Chartier y sus investigaciones en torno de los libros y
lectores; en el mundo anglosajón, la tendencia está representada por historiadores como Robert
Darnton, Peter Burke y Natalie Zemon Davis. 12
La antropología interpretativa también ha realizado innegables aportes a esta nueva historia; ella
puede ejemplificarse a través de la obra del historiador estadounidense R. Darnton, cuya obra no
pasó inadvertida y fue objeto de debates entre este historiador y otros cultores de la historia cultural
como J. Revel y R. Chartier; en otros casos motivó interesantes reflexiones como la de C. Levi
quien en el artículo “Los peligros del geertzianismo” alertaba sobre los riegos que suponía el
relativismo derivado de la antropología simbólica. 13
La iconografía constituyó asimismo una fuente privilegiada para los historiadores culturales, entre
quienes se destaca la obra de Serge Gruzinski tras los campos abiertos por Panofsky y Aby Warbug
década antes.

Otra perspectiva deriva de diversos análisis han subrayado la importancia del estudio del lenguaje
como punto de encuentro entre el universo socio político y el cultural; en el contexto francés se
desarrolló particularmente el análisis del discurso, mientras que en el ámbito anglosajón se plasmó
en la llamada historia de los conceptos.
El análisis del discurso remite al carácter “construido” de la realidad – en este caso una
construcción discursiva- cuyo carácter mediato opera a través del tiempo, los dispositivos y con
diferentes modalidades.

11
F. Jameson- S. Zizek. Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo , Paidós, Buenos Aires,
1998
12
Cfr. Entre otros: R. Chartier, El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural, Barcelona,
1992;; P. Bourdieu, Sociología y Cultura, Grijalbo, México, 1990; Las reglas del arte. Génesis y estructura
del campo literario, Barcelona, Anagrama.1995; R. Darnton, La gran matanza de gatos y otros ensayos de
historia de la cultura francesa (1984), Méjico, FCE, 1987; P. Burke. La cultura popular en la Europa
moderna , Madrid, Alianza, 1978; Renacimiento italiano: cultura y sociedad en Italia, Madrid, Alianza,
1995.; Formas de historia cultural, Madrid, Alianza, 2000.
13
E. Hourcade, C. Godoy, H. Botalla Luz y contraluz de una historia antropológica, Buenos Aires, Biblos,
1998.

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La historia conceptual reconoce dos tradiciones: la anglosajona de la Cambridge School
representada por Quentin Skinner, y la alemana (Begriffsgeschichte) entre cuyos representantes se
halla a Reinhart Koselleck. En el primer caso, se atendió principalmente al estudio de los conceptos
políticos aplicados a los grandes textos clásicos, su circulación y recepción, en tanto que en el
segundo se apela a la historia social de los conceptos, la historicidad de los mismos, su
modificación a través del tiempo y sus usos diferenciados según el contexto social en el que se los
utiliza.
La productividad de la historia conceptual se manifestó en el empleo que de estos recursos hace la
historia intelectual, área que arraigó particularmente en la historiografía estadounidense y que se
orienta centralmente a superar a la clásica historia de las ideas. A diferencia de la historia cultural,
más centrada en los sectores populares, la historia intelectual aborda el estudio de las élites
culturales plasmadas en los altos textos, sus contextos de producción y de recepción.

Acaso por la magnitud de acontecimientos recientes tales como los cambios geopolíticos, la
globalización y sus correlativos brotes neo nacionalistas, las transiciones políticas hacia la
democracia, entre otros, la historia política es actualmente, un polo historiográfico fuertemente
renovado que que indaga sobre las relaciones complejas y variables entre los modos de
organización y de ejercicio del poder político en una determinada sociedad y las configuraciones
sociales que vuelven posibles esas formas políticas y son engendradas por ellas.

Como en el caso de la historia cultural, “lo político" o "la política" no alude actualmente a un
campo autónomo de la realidad social, sino como una dimensión inseparable y profundamente
penetrada de y en todos los demás ámbitos y contextos de la acción social y de los sistemas
socioculturales.
"Lo político" remite hoy al estudio del conjunto de la vida social como forma específica de relación
y comunicación que, teniendo como elemento central el poder en su dimensión pública, se introduce
en los ámbitos doméstico, laboral, asociativo, relacionándose con otras esferas como la económica,
social, ideológica, etc. Tal concepción incluye las instituciones del sistema político institucional
pero las supera a través de la exploración de la acción política, las relaciones de poder,
configuraciones sociales que las sustentan.
Mal podría tratarse entonces – como se ha sostenido- de un “retorno a la historia política”, ya que
esa dimensión nunca se ha ausentado de los estudios históricos aunque ciertamente se viera
desplazada por el predominio indiscutido de la historia económico social característica de la
segunda posguerra. Se trata mejor de una profunda reconfiguración del campo que se tradujo en
denominaciones tales como historia de lo político o nueva historia política; como en el caso de la
historia cultural, la política reconoce variados linajes temáticos y procedimentales.
Un grupo de trabajos diseñados en el clima político de los primeros ochenta, abordó un tema
clásico, el de la nación, pero lo hizo desde perspectivas antigenealógicas y a partir de considerar a
las naciones y los nacionalismos como tradiciones inventadas o bien comunidades imaginadas. La
amplísima difusión de los trabajos de Eric Hobsbawm y de éste con Terence Ranger, los de Ernest
Gellner y de Benedict Anderson. 14

Otro conjunto de indagaciones articuladas con formulaciones procedentes de la historia cultural,


centró su atención en la dimensión simbólica del mundo representado por los propios actores; la
ritualidad y gestualidad, la trama relacional, los espacios y formatos de sociabilidad y la acción
comunicacional.

14
E. Hobsbawm- T. Ranger, eds. The Invention of Tradition, Cambridge, Cambridge Univesity Press, 1983;
E. Gellner. Nations and Nationalism, Blackwell, Oxford, 1983; E. Hobsbawm, Nations and nationalism since
1780, Cambridge U.P, Cambridge, 1991; Benedict Anderson. Imagined Communities: Reflections on the
Origin and Spread of Nationalism. Revised Edition ed. London and New York, 1991.

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En ella convergen desde el análisis del discurso político, los procesos de formación de identidades
colectivas, la construcción de la ciudadanía, las prácticas electorales, las formas de representación,
es decir, las formas de participación y acción socio-política de los actores sociales en una sociedad
concreta.
Utiliza referencialmente -entre otros-, los trabajos del filósofo Jürgen Habermas (1978) sobre el
espacio público, los de Reinhart Koselleck sobre la historia conceptual y la semántica histórica y los
de Paul Ricœur sobre la hermenéutica

Fue René Remond, uno de los que mejor han teorizado sobre el desarrollo y el alcance de la nueva
historia política; ello puede percibirse en el índice de Pour une histoire politique de 1988,
verdadero texto fundacional, refleja la nueva temática : Una historia presente, Las elecciones, La
asociación en política, Los protagonistas: de la biografía, La opinión, Los medios de
comunicación, Los intelectuales, Las ideas políticas, Las palabras, etc.
Resulta interesante verificar las conexiones entre la historia política y la cultural; ella está propuesta
explícitamente en la obra de Jean F. Sirinelli quien propone un acercamiento entre la "joven historia
cultural y la historia política rejuvenecida". Ese cruce se expresa en la obra colectiva Pour une
histoire culturelle dirigida por él y Jean P. Rioux (1997).; en ella ocupa un lugar destacado el tema
de la cultura política, definida como "el conjunto de representaciones que cohesiona a un grupo
humano".. Los trabajos sobre la opinión, las imágenes sociales y la memoria, sobre las
sensibilidades políticas y los horizontes ideológicos, son ejemplos de esta historia política que
pretende ser cada vez más una historia cultural de lo político.
Los aportes de la antropología política quedan ejemplificados en el tratamiento historiográfico de
Marc Abelés en el que se abordan comportamientos socio políticos desde una mirada etnográfica.
15

Otros trabajos logran incorporar las dimensiones de la cotidianeidad a la historia política,


integrando lo político a la cultura logrando así penetrar en costumbres; en este punto resulta
necesaria la referencia a los textos de M. De Certeau La invención de lo cotidiano, así como las
formulaciones de Michel Foucault en su Microfísica del poder.

Las dimensiones colectivas de la nueva historia social encontraron en el tema de la memoria, un


campo frecuentado no sólo por historiadores sino por cientistas sociales; no se trata de un tema
novedoso, aunque sí lo es su tratamiento, particularmente desde la “fiebre memorialista” motivada
por el bicentenario de la Revolución Francesa; en tal sentido, baste recordar la célebre y magnífica
compilación de Pierre Nora Los lugares de la memoria en la que se exploraban los espacios en los
que anidaba la memoria republicana: libros, monumentos, canciones, símbolos.
Una de las particularidades que hoy exhibe el tratamiento de la temática, es el de la memoria
reciente y los usos del pasado en los sucesivos presentes.
Este nuevo régimen de historicidad ha suscitado ardientes polémicas por sus implicancias ético-
políticas, espistemológicas y conceptuales- metodológicas ya que se ponen en juego dimensiones
que conectan la historia y la memoria, lo vivido y lo recordado, lo observado y lo narrado ;
historizar el presente – presentizar, acorde a los neologismos acuñados por la nueva tendencia-, es
elaborar una historia vivida pero también trabajar con la memoria. Un buen ejemplo lo constituye el

15
P. Rosanvallon,. (dir.)Pour une histoire politique, París, Le Seuil, 1988; Por una historia conceptual de lo
político,(2002),Buenos Aires, FCE, 2002; J. P. Rioux- J. F. Sirinelli, (dirs.) Pour une histoire culturelle
(1997)Para una historia cultural. México, Taurus, 1999; M. Abeles, Anthropologie de l'Etat, París, Armand
Colin, 1990; La vie quotidienne au Parlement européen Paris: Hachette, 1992; “Pour une anthropologie des
institutions” en: L'Homme 135, 1995; Anthropologie du politique, París, Arman Colin, 1997 ; El nuevo
espacio público, Barcelona, Gedisa, 1995; El lugar de la política, Barcelona, Mitre, 1988.

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llamado “debate de los historiadores alemanes” en torno del Holocausto, en el que pueden
percibirse las dimensiones antes referidas.
La historia presente encuentra una de sus particularidades en los emprendimientos institucionales
orientados a preservar la memoria de hechos cercanos en el tiempo pero asumiendo el deber ético
hacia el futuro: la afirmación de valores relacionados con la democracia y la tolerancia.
Estas instituciones destinadas a garantizar el derecho de los ciudadanos al conocimiento histórico
sobre los genocidios basados en causas raciales, ideológicas y culturales, se esparcen actualmente
en los principales países de la Unión Europea; pero también en Estados Unidos y Canadá, en la
República Argentina y Chile, en Australia, Japón , Ruanda y Sudáfrica.
Un considerable número de instituciones memoriales, se imponen como tareas principales, convertir
la memoria democrática dispersa en un patrimonio colectivo, a respetar y transmitir el recuerdo de
las víctimas; ello se traduce en cantidad de iniciativas historiográficas, museísticas, documentarias y
educativas.

Conclusiones

En un marco carente de fuertes dominancias y ostensiblemente internacionalizado, una de las notas


distintivas de la actividad historiográfica reciente, reside en la pluralidad de perspectivas que
emplean sus cultores La disciplina histórica exhibe hoy una apreciable expansión y especialización
temática; las indagaciones se valen de instrumentos metodológicos más sofisticados y menos
unilineales que permiten articular recursos procedentes de diversos campos.
La renovación de las agendas – producto mediatizado de transformaciones más vastas-, se tradujo a
su vez en la ampliación de fuentes y recursos heurísticos.
Una gran profusión de instituciones, revistas especializadas, jornadas científicas y textos que
circulan en diversos soportes, vinculan a historiadores de diversas latitudes, aunque hoy la práctica
historiográfica trasciende al público de especialistas para abarcar a otro más amplio, en parte
captado a partir de eficaces políticas editoriales.

Ciertamente, la dinámica intelectual no reconoce ni comienzos absolutos ni continuidades sin


rupturas, sino desarrollos irregulares. Las líneas anteriores intentaron registrar someramente tales
desarrollos como paso previa a la necesaria evaluación crítica.

9/9

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