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La responsabilidad del paciente

La responsabilidad del paciente


Por Marta Gerez Ambertín

» La Tercera
Seminarios y
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En la excelente traducción que Leonardo Itzik y Pablo Peusner han hecho del trabajo del romanista Michel Villey –
Esbozo histórico acerca del término “responsable” (1977)–, responsabilidad remite a respondere
que, a su vez, reenvía
a spondere responsor
ya : “El responsor era especialmente el garante; en otras palabras, era quien estaba obligado a
responder por la deuda principal de otro. En consecuencia, el término responder
implica la idea de posicionarse como
el garante del desarrollo de ciertos hechos venideros”.

Villey sintetiza los parágrafos 69 a 74 del Libro VI de De lingua latina de Marco Terencio Varrón: “ Spondere (prometer)
es decirspondeo (yo prometo) y deriva desponte (...) del que proceden también despondet (promete), respondet
(responde),desponsor (casamentero),sponsa (prometida); y así otras palabras de la misma familia. En efecto,
promete el que ofrece garantías ( spopondit sponsor
), es el garante ( ); aquellos que, en virtud de la garantía prometida
(sponsus ) están sujetos a la misma obligación, son consponsi (cogarantes).

Todo esto viene a cuento porque pertinentemente cuestionan Itzik y Peusner en la presentación de su traducción: “¿En
qué sentido utiliza Lacan el término «responsabilidad» cuando lo aplica a la situación de nuestros analizantes? Esta
pregunta ya supone que hay diversos sentidos para el término, sentidos que exceden con creces la obviedad que lo
resume en el cotidiano «hacerse cargo»”.
Ahora bien, no sólo se trataría del problema que “responsabilidad” excedería al simplote “hacerse cargo”, se trata,
además, de la cuestión –de fuerte vínculo con la anterior– de “hacerse cargo”, dar respuestas… ¿de qué?
Por una parte, es a todas luces sabido que el psicoanálisis aspira a ampliar cada vez más el campo de la
responsabilidad del paciente, esto es, que llegue a dar(se) cada vez más respuestas desde el yo, el ello y el superyó.
Tal el camino trazado por Freud en La responsabilidad moral del contenido de los sueños y lo esperable de un análisis.
¿Por qué?
El sujeto del inconsciente mantiene su posición de “ser en falta” por no ser amo de su subjetividad, por estar
capturado por las leyes del lazo social y del lenguaje, y por estar amenazado por lo real. Sin embargo, esto no lo
excluye de la responsabilidad que le cabe por sus faltas.

Como decía Hipócrates: “Si el hombre fuera uno, jamás estaría enfermo, porque no se puede concebir una causa de
enfermedad en lo que es uno” –uno mismo, agregaría–.
Esta referencia me permite decir que, el gran descubrimiento freudiano reside, justamente, en destacar esa división
que anida en el sujeto del inconsciente y cuyo saldo es, entre otros, la culpa. Parafraseando a Hipócrates podríamos
decir: “Si el hombre fuera uno, jamás tendría culpa, porque no se puede concebir una causa de la culpa en lo que es
uno” –uno mismo–. La culpa requiere de la mirada del Otro y del Juicio del Otro, de ese desdoblamiento del sujeto
vinculado a la conciencia moral (tribunal interior: que lo mira y lo juzga), de esa escisión que hace que el sujeto se
juzgue y se sancione. En suma, la culpa inconsciente es el padecimiento estructural del ser humano que vocifera sobre
la duplicidad que nos habita. Sobre esa duplicidad ha de responder un paciente en análisis.

Por eso Freud considera que el sujeto tiene la responsabilidad de descifrar las formaciones del inconsciente, esto es,
de responder por ellas. Pero la responsabilidad va más allá de las formaciones del inconsciente, toca también los
pliegues del fantasma y ahí están implicadas las silenciosas pulsiones que, a veces, pueden ser negociadas por los
significantes ampliando cada vez más el marco de la responsabilidad subjetiva.
En las formaciones del inconsciente y en la travesía del fantasma es preciso el asentimiento del sujeto responsable de
sus innumeras formas de culpabilidad. Porque el sujeto es capturado por el Otro de la ley y del lenguaje y, a la vez,
amenazado por lo real, tiene culpa. Por eso mismo puede hacer hablar a la culpa y ocuparse responsablemente de su
implicación subjetiva.
Que la culpa inconsciente sea una falta ignorada por el sujeto no va de suyo que éste pueda escapar a la
responsabilidad de interrogar sobre esa falta que, aun ignorada, remuerde en el pentagrama de la subjetividad.
Interrogar a ese malestar, con otro y en transferencia, supone el intento de que esa falta ignorada se torne negociable
por el significante. Tal la responsabilidad como asentimiento subjetivo que le cabe al sujeto del inconsciente freudiano.
En este sentido la culpa, para el psicoanálisis, está ligada a la responsabilidad, y el sujeto no puede desprenderse de
ella.

A su vez Freud, en “El Yo y el Ello”, afirma: “la culpa inconsciente es prestada”. Y, si es prestada, si no es propia, ¿de
dónde proviene? Toda su obra estuvo dedicada a demostrar que esa herencia deriva de las faltas del padre.
De allí que la culpa inconsciente es propia y ajena, familiar y desconocida. Hay una responsabilidad en torno a la
“culpa prestada”. El sujeto queda implicado en ese “depósito” que recibe: ¿cómo paga semejante hipoteca?, ¿cómo se
apropia de una falta ajena que toma por asalto a la subjetividad al mismo tiempo que la instaura? Lacan afirmará: “es
necesario tomar partido por la culpa”, por esa falta que aguijonea aunque también dona filiación y genealogía. Es
preciso servirse de ella, apropiarse de la culpa responsablemente; caso contrario se condesciende sólo a los amargores
de la necesidad de castigo. Es siempre más fácil castigarse que hacerse responsable.
Pero, ¿cómo apropiarse responsablemente de la culpa? ¿Cómo ser el responsor de una deuda ajena cuando no hubo
spondeo (prometo) como señala Varrón? ¿Cómo desimplicarse de esa parte de la deuda que no es preciso pagar para
garantizar la propia vida venidera?

Y es que, si bien la culpa es prestada, también la vida es inicialmente prestada. El sujeto recibe un legado biológico y
simbólico. Y ese legado viene en “paquete”, es, en última instancia, un “combo” que, al estilo de la caja de Pandora
hace pagar la “esperanza” con una ristra de males. Es interesante la deriva que hace Varrón. En VI, 73 dice: “También
spes (esperanza) puede derivarse de sponte (por propia voluntad), porque tiene esperanza (sperat), ya que piensa
que puede lograrse lo que desea; pues, si cree que va a suceder lo que no desea, entonces no tiene esperanza, sino
temor”.

Así, el sujeto tiene que pagar por deudas que no contrajo pero que lo encadenan a un linaje. Tiene que pagar por las
deudas del padre, por las deudas del Otro, deudas de la estructura lo que no implica que quede hipotecado para
siempre. Queda el recurso de hacer el proceso al padre para no cargar con sus máculas. Y sólo soportando la
inconsistencia de la ley de los Nombres-del-Padre podrá hacerse responsable y garante de la vida venidera, saldo
Email posible del fin de análisis. Caso contrario puede pasarse la vida cargando sobre sí todas las culpas y deudas prestadas;
en suma, sacrificándose para hacer del Otro un garante pleno. El fin de análisis permite ser el sponsor propio, y desde
•••••
esa posición tejer lazos sociales. Llegar hasta allí supone hacer el proceso al padre ideal y el duelo por la caída de ese
padre. Confrontación con un Otro inautentificable que no puede brindar garantías.
Hasta aquí hemos trazado lo esperable a tramitar sobre culpa y responsabilidad del paciente en un análisis. Pero
cuando se alude a “la responsabilidad del paciente” es preciso referir que la posición de paciente supone la
transferencia con el analista. Allí las aristas se tornan más filosas respecto al tema y nos permiten decir que un sujeto
en transferencia es corresponsable . Me limitaré al campo de las neurosis, ingresar al de las psicosis excedería del
espacio concedido.

Llamativamente Lacan se ocupó muchísimo de la responsabilidad del analista en su deseo de analizar . Y si no lo hizo
expresamente de la responsabilidad del paciente en transferencia, sí nos da las claves para trabajar su
corresponsabilidad .
La transferencia está ligada al amor y el amor de transferencia implica el cierre del inconsciente y el intento de acallar
la posición deseante del Otro. Por eso el analista es responsable de su deseo y de conducir la cura trabajando el amor
de transferencia y llevarlo hasta los límites de su declinación. El fin de análisis también supone la destitución del
analista. Eso es responsabilidad del analista, y esa responsabilidad no puede compartirla con el paciente. El paciente
no es corresponsable de cómo un analista conduzca un análisis, pero si es corresponsable de los goces que en un
análisis se juegan.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando un analista cede su deseo de analizar y se enmaraña en las tretas del
odioenamoramiento de transferencia? Declina su posición de analista y, al caer en el campo imaginario, alimenta el
amor o el odio en lo que se conoce como “abuso de la transferencia”. De eso es responsable el analista, no el
paciente.
El analista es 100% responsable de su deseo de analizar y también de sus yerros y fracasos en sostener ese deseo.
Cuando no puede transitar las vías del deseo de analizar, pone barreras a la responsabilidad del paciente y éste carga
con las “culpas” del analista y no asoma responsabilidad por ningún lado. Pero el paciente es allí corresponsable del
goce que se juega.
Tomemos –con cuidado para no abona r libros negros o cazas de mala praxis– un ejemplo paradigmático de “abuso de
la transferencia”: el análisis de Sabina Spielrein con Jung que no sólo no analiza el amor de transferencia de Sabina,
abona ese amor y se sirve de él. Sabina se analiza con Jung entre 1904-1909. Es diagnosticada esquizofrénica o
psicosis histérica, aunque su rápida mejoría hace pensar que se trataría de una locura histérica. En menos de un año
no sólo está mejor sino que se convierte en amante y discípula de Jung. Sus padres se enteran y al reclamarle a Jung
éste responde: “Pude abandonar mi rol de médico con más facilidad porque no me sentía profesionalmente obligado,
puesto que nunca cobré honorarios (...) si desea que me adhiera con rigor a mi papel de médico, debería pagarme un
honorario como recompensa adecuada por mis esfuerzos. De esta manera podrá estar absolutamente segura de que
respetaré mi deber como médico «en toda circunstancia». Como amigo de su hija, por otra parte, habría que dejar las
cosas en manos del destino. (...) Mis honorarios son 10 francos por consulta (...)”.
Pero los padres de Sabina habían pagado honorarios al Hospital Burghöltzli y Jung había cobrado por su trabajo.
Sabina, luego de esa carta, si bien intenta algunas maniobras para “cuestionar a Jung”, prosigue su ¿análisis? con él.
Apasionada y enamorada de Jung ¿es responsable?

Ese abuso de la transferencia la condujo a ceder en su responsabilidad y también a otros sacrificios.


¿Paradójicamente? el junguiano “habría que dejar las cosas en manos del destino” olvida que el destino es –para
Freud– uno de los nombres perversos del padre. Y por ese abuso de la transferencia –del que Jung jamás se hizo
cargo– Sabina se casó con un hombre no amado, abandonó su práctica psicoanalítica con niños en Ginebra en 1923 y
se instaló en Rusia como salvadora del psicoanálisis donde fue perseguida por psicoanalista y judía por Stalin y
asesinada por los nazis después.
Sabina es corresponsable de no interrogar el malestar que la asediaba, preferir el castigo de padecer (dirá en la
intimidad de su diario: “Mi amor (...) me acarreó exclusivamente dolor”, a la posibilidad de hacer el proceso al Otro y
confrontarse con sus faltas. Corresponsable de no interrogar para sí lo que, adelantándose al mismo Freud, dirá en
uno de sus trabajos “obtenemos directamente placer en la desdicha y placer en el dolor”.
________________
(*) Carotenuto, Aldo. Una secreta simetría. Bs. As.: Gedisa, p. 195.

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