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No te preocupes. No es para tanto. Estas exagerando. No te podés poner así por eso. No
vale la pena estar triste.
Todos hemos recibido alguna vez comunicaciones similares a éstas. Entonces, apenas las
escuchamos, corremos a abrir la cajita de herramientas para “cambiar lo que sentimos”, todos
ilusionados, hasta que nos damos cuenta de que simplemente no podemos. La cajita resulta
inútil, lo que sentimos es algo que no depende de nuestra voluntad. Por supuesto que una vez
que una emoción se ha disparado, contamos con varios recursos para elegir cómo responder
a ella, pero esa es otra historia.
Las emociones tienen siempre un disparador –un evento que las precipita; que no podamos
identificarlo desde afuera no significa que la emoción surgió “de la nada”. Todos los seres
humanos estamos preparados para experimentar todas las emociones ya que son parte del
desarrollo evolutivo de nuestra especie y cumplen una función. En este sentido no hay tal
cosa como emociones “buenas” o “malas”, “correctas” o “incorrectas”.
Demás está decir que la mayoría de las veces cuando alguien nos dice “no te preocupes, no
es nada” está tratando de ayudar, de calmar, de aliviar. Sus intenciones son buenas pero
probablemente provoque el efecto contrario: hacernos sentir equivocados y dejarnos solos.
A esto le llamamos invalidar: comunicarle al otro que lo siente es incorrecto, que debería
sentir distinto, que no es comprensible lo que le pasa.
Básicamente, lo que está detrás de la comunicación invalidante es la NO aceptación de la
experiencia emocional del otro.
Podemos definir entonces a la validación como una práctica de aceptación profunda de las
emociones del otro sin juzgar, sin aconsejar, sin intentar cambiar nada en ese momento.
Cuando validamos, corroboramos la importancia de lo que siente la otra persona y lo
tomamos como algo legítimo. En definitiva: comunicamos que nos importa su experiencia.
No tenemos que estar de acuerdo para validar, ni pensar que nosotros reaccionaríamos igual.
Tampoco es necesario que nos parezca lógica la respuesta emocional. Si asumimos que todas
las respuestas emocionales son producto de una historia de aprendizaje y un contexto
particular, podremos entender que son siempre válidas, aunque no comprendamos del todo
esa respuesta particular.
Tenemos muy buenas razones para practicar validación con las personas que tenemos a
nuestro alrededor. La validación construye confianza y aumenta la intimidad en los vínculos,
disminuye la sensación de aislamiento y alienta a que el otro experimente y acepte sus
emociones.
¿Cómo la practicamos?
1) Prestando atención, escuchando al otro, mirándolo a los ojos: escuchar lo que dice
atentamente, observar sus gestos, su tono de voz, su postura corporal; estar atento a lo que el
otro expresa sin pensar en la respuesta que darás.
2) Aceptando con mente abierta la experiencia emocional del otro: cualquiera que sea la
emoción que está sintiendo, es su emoción, y puede incluso ser dolorosa pero eso es parte de
la condición humana. Es importante hacer lugar a todas las emociones, todas tienen un
sentido.
Para finalizar: no hay experiencias emocionales “positivas” sin las “negativas”. Quien no está
dispuesto a sentir y aceptar el dolor poco a poco va perdiendo la capacidad para experimentar
felicidad y alegría (Luciano Soriano & Salas, 2006). En este sentido, uno de los mejores
regalos que podemos ofrecer es dar lugar a las emociones del otro –y a las propias-, las que
fueren, porque todas contienen algo de verdad y de sentido y merecen ser experimentadas
completamente.
Las personas pueden tener respuestas emocionales fuertes a eventos que parecen
menores para observadores externos a la situación. Como resultado, las personas que
sienten emociones que los demás no comprenden, experimentan una invalidación emocional
puesto que otros reaccionan a sus emocionales como si éstas no fuesen válidas o razonables.
Es necesario que para que las personas se sientan más unidas a otras, se validen las emociones
que sienten. La invalidación emocional, además de alejar a las personas también puede crear
sentimientos de resentimiento.
La validación emocional
La validación emocional es el proceso de aprender, comprender y expresar la aceptación de
la experiencia emocional de otra persona. La validación emocional se distingue de la
invalidación emocional, en la cual las experiencias emocionales de otra persona son
rechazadas, ignoradas o juzgadas.
Una de las claves para aprender a validar las emociones de otros es darse cuenta de que
validar una emoción no significa que se esté de acuerdo con la otra persona, o que piense que
su respuesta emocional está justificada. Más bien, les comunicas que entiendes lo que están
sintiendo, sin tratar de disuadirlos o avergonzarlos por el sentimiento.
La aceptación es una opción que se nos presenta a la hora de resolver conflictos, sobre todo
en las relaciones interpersonales. Como parte de ésta, la validación emocional es una forma
de comunicar la aceptación hacia los demás (o hacia nosotros mismos), pero no significa que
estemos de acuerdo o que compartamos los pensamientos de la otra persona. Validar es
aceptar y dar por válido aquello que otra persona está sintiendo tanto si estamos de acuerdo
o no con su punto de vista o sus sentimientos. Por tanto, la validación emocional es empatía y
aceptación hacia otro individuo.
Por otro lado, pese a que es habitual juzgar o criticar lo que otras personas piensan si no
estamos de acuerdo con ellos, en muchas ocasiones no mostramos que estamos en
desacuerdo. Esto no es validación emocional, ya la validación emocional ofrece
oportunidades para la expresión emocional. La validación no es solamente aceptar las
emociones, sino que esta aceptación se debe comunicar a la otra persona.
Aprender a validar las emociones de manera correcta puede requerir práctica. Validar una
emoción consiste en hacer explícita la emoción que creemos que tiene la persona (por
ejemplo, ¿esto te hace sentir…?) e implica que la otra persona se sienta entendida, valorada
y aceptada. A continuación te presentamos algunos consejos para mejorar la validación
emocional.
1. Estar presente
Existen muchas maneras de estar presente, pero en mundo en que vivimos no siempre lo
estamos. Estar en atención plena (o conciencia plena) es el primer paso para la validación
emocional. Algunas estrategias para conseguirlo son: coger de la mano a la persona que
nos habla y atender a lo que dice, o emplear la escucha activa. El
entrenamiento Mindfulnesspuede ser útil para aprender a estar en el momento presente.
2. Escuchar y reflexionar
En muchas ocasiones nos dejamos llevar por la intensidad de las emociones y no nos
paramos a pensar en la causa en la reacción de otras personas. Es básico entender lo que
el otro puede estar sintiendo o pensando. La habilidad de cada individuo respecto a la
inteligencia emocional es diferente, pero ésta se puede aprender. Pese a que no podemos leer
la mente, podemos intentar averiguar que ha llevado a la otra persona a actuar de esa manera.
Para entender la reacción de otra persona puedes animarle a hablar por medio de preguntas
cuidadosamente seleccionadas, y expresiones que le permitan saber que entiendes cómo se
siente y que estás dispuesto a escucharlo hablar de ello. Por ejemplo, “creo que te has sentido
ofendido por el comentario que acabo de hacer”.
4. Entender la situación
Es importante tener conocimiento sobre la cultura y el contexto del otro. Por tanto, leer
las emociones implica que con pocos elementos se puede formular una hipótesis sobre su
reacción emocional. Esta hipótesis debe ser comunicada a la otra persona para que pueda
expresarnos si estamos en lo cierto. Por ejemplo, con una persona que ha sido mordida por
un perro, podríamos decir “debido a lo que te pasó con un perro hace unos años, entiendo
que no quieras que mi perro se acerque a ti”.
5. Normalizar las emociones
Entender las reacciones emocionales como algo normal ayuda a todo el mundo. Para una
persona emocionalmente sensible saber que la mayoría de las personas se pueden sentir igual
en la misma situación es beneficioso. Por ejemplo, “entiendo que puedas estar ansioso o
nervioso. Hablar cara al público puede ser una situación difícil la primera vez”.
La aceptación y la mente abierta hacia la experiencia emocional del otro va a ser positiva
para cualquier relación interpersonal. Independientemente de la emoción que la otra persona
esté sintiendo, es su emoción y hay que respetarla. Es importante hacer lugar a todas las
emociones, ya todas tienen un sentido.
Cuántas veces sentiste vergüenza porque tu hijo o tu hija empezó a llorar sin control en plena
reunión familiar, en el supermercado, en la calle o frente a tus amigos, y a cambio recibiste
muchas miradas acusadoras apuntando hacia ti, haciéndote creer que estabas fallando como
mamá o papá?
¿Cuántas veces tus palabras no fueron suficientes para brindarle el soporte emocional que tu
hijo necesitaba en ese momento, por lo que te dieron ganas -si acaso no lo hiciste- de gritarle
y/o golpearlo para frenar de una vez por todas esa situación tan abrumadora?
Ahora, piensa lo siguiente: Si para nosotros los adultos, muchas veces nos cuesta gestionar
nuestras propias emociones positivamente, ¿imaginas lo difícil que podría significar para un
niño, que apenas tiene unos cuantos años de vida, expresar sus emociones de manera
asertiva?
A continuación, comparto algunos pasos para lograr una contención de manera respetuosa,
la misma que puedes poner en práctica dentro como fuera de casa:
1. Acércate y valida sus emociones: Para comprender el motivo por el cual empezó a
expresarse -a través del llanto, el grito, los golpes, etc- es importante que primero le
hagas saber a tu hijo que es válido lo que está sintiendo y que lo comprendes. Una
forma de hacerlo es haciendo contacto visual -agáchate hasta su altura- para decirle
algo como: “Sé que te ha enojado que _______” / “Sé que estás triste
por_____”. Esta primera etapa ayuda a los niños a comprender, de manera tácita, que
expresar las emociones es un proceso natural. Por el contrario, si cada vez que un
niño llora se le pide que deje de hacerlo -sin una validación ni contención previa-
aprenderá y creerá que lo mejor será reprimir lo que siente.
2. Agradece las buenas intenciones de los espectadores: Es normal y común que,
mientras tu hijo empiece a desbordarse en llanto, algunas personas se acerquen para
preguntarle “¿Uy, qué te pasó? ¿Por qué estás llorando?” “Ya no estés así, ya pasará”,
palabras que lejos de calmarlo, muchas veces provoca que las emociones de tu hijo
vayan en aumento y tú empieces a sentir frustración porque nada parece funcionar,
mientras tu paciencia se va agotando por completo. En ese momento, piensa que
aquellos que se acercaron, en su buena intención, sólo desean saber qué sucede para
poder ayudar a tu hijo a calmarse, aunque en ese momento sientas que hacen todo lo
contrario. Agradece y continúa tu labor de contención.
3. Busca un lugar adecuado: ¿Ya te pasó que cuando estás molesto por algo, muchas
veces quieres estar a solas y que nadie te hable? Pues, eso es exactamente lo que le
sucede a muchos niños. Entonces, si notas que el lugar y/o la presencia de muchas
personas no favorecen el proceso de contención, busca otro espacio que se ajuste a la
situación. Para ello, coméntale que lo llevarás a otro ambiente para que tengan mayor
privacidad. Es probable que acepte, pero si prefiere quedarse ahí, pese a los
comentarios de otras personas, entonces quédense ahí y continúa el proceso. Aquí, es
importante que tu hijo tenga claro que llevarlo a otro lugar no es sinónimo de castigo,
sino de encontrar el lugar idóneo para expresar sus emociones.
El proceso de contención podría culminar aquí con esta última etapa. Sin embargo, quiero
remarcar dos pasos adicionales que podrían ayudarte en situaciones donde consideres que
nada parece funcionar como lo esperabas:
6. Date permiso para sentir y pedir ayuda cuando lo necesites: Uno de los pilares de
practicar disciplina positiva es el respeto mutuo. En ese sentido, es importante validar no solo
las emociones de tu hijo, sino también las tuyas. Por ello si, pese a tener la intención de
contener a tu hijo, no estás preparada para hacerlo -porque, por ejemplo, sientes que tus
impulsos serán los que gobernarán la situación- entonces retírate amablemente y solicita a
otra persona que te ayude a hacerlo, así evitas utilizar métodos punitivos: “Siento mucho lo
que sucedió, pero yo también estoy muy enfadada así que, por respeto a ti y a mi, iré a mi
cuarto un par de minutos, mientras tanto estarás con papá hasta que yo regrese”. Si en ese
momento, no hay alguien que pueda apoyarte en el proceso, puedes hacerle saber a tu hijo
cómo te sientes, de esa manera él también aprenderá a ser una persona empática y
respetuosa: “Siento mucho lo que sucedió con tu lápiz, pero no me siento lista para manejar
esta situación. Necesito un par de minutos a solas para calmarme y cuando me sienta mejor,
volveré para conversar si lo necesitas”
*Esta etapa puede estar incluida en el plan de acciones, previo acuerdo mutuo: “Golpear al
otro, será una opción que no vamos a considerar cuando ambos estemos enfadados, así que
apenas tengamos ganas de hacerlo, podemos respirar o irnos a nuestro lugar favorito hasta
calmarnos. Te parece?”
7. Sigue creyendo en ti: Aún cuando sientas culpa o rabia porque algunos días no sepas
cómo gestionar las emociones de tu hijo -ni los tuyos- y creas que la mejor manera
son los castigos y los golpes, recuerda que la crianza respetuosa requiere de
constancia, de paciencia, de repetir una y otra vez con firmeza y amabilidad al mismo
tiempo. Cuando creas que es momento de tirar la toalla, piensa que los grandes
resultados los tendrás a largo plazo, a través de un niño que se convertirá en un adulto
que aprenderá -con el tiempo y con tu ejemplo- a desarrollar diversas habilidades de
vida. Cree en ti y en la gran labor que realizas día a día como mamá o papá