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Tipo 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014
Pasta Básica de Cocaína 4,583 4,852 6,261 11,375 9,914 13,491 13,975 19,697 10,841 11,117
Clorhidrato de cocaína 11,763 10,409 8,136 16,836 10,744 17,658 10,758 12,677 13,332 18,700
Marihuana 1,159 1,351 1,161 2,275 2,109 3,871 3,048 2,967 3,761 4,019
Látex de Amapola 130 103 126 128 74 21 4 71 69 9
Alcaloide de Opio 376 0 0 0 0 0 0 0 0 0
Morfina 0 0 0 8 0 0 0 0 0 0
Heroína 8 2 0 0 1.2 0 0 2 0 0
Éxtasis (unidad) 158 0 179 1,619 112 251 229 0 0 0
Total 18,019 16,718 15,684 30,623 22,842 35,041 27,785 35,414 28,003 33,844
Fuente: INEI (2015).
Por otro lado, es oportuno mencionar que el segundo delito más recurrente en la
población penitenciaria es el tráfico ilícito de drogas, con un 22.6% (en sus formas
de a) tráfico ilícito de drogas, b) tráfico ilícito de drogas – formas agravadas, c)
promoción o favorecimiento al tráfico ilícito de drogas, y d) micro comercialización o
micro producción). Solo el delito de robo agravado se encuentra por delante, con un
28.5% de población penitenciaria (INPE, 2015).
La forma de operación del crimen organizado varía de tiempo en tiempo,
evolucionando hacia mecanismos más complejos y, de alguna forma, más
innovadores. En ese sentido, las rutas del tráfico de drogas también han variado,
dependiendo de cuáles hayan sido las estrategias aplicadas en su contra. Por
ejemplo, durante los noventas, la ruta de escape preferida era la aérea, hecho que
desencadenó en la puesta en marcha de un plan de “interdicción del puente aéreo”
auspiciado por Estados Unidos. Sus resultados (aunque criticados) fueron casi
inmediatos: de acuerdo a Torres (2012: 31) el incremento del precio exigido por los
pilotos para vuelos de transporte de droga a través de fronteras, el decrecimiento
del número de avionetas detectadas e interceptadas hacia 1995 y, adicionalmente,
la reducción sistemática del área destinada al cultivo ilícito de coca en la década en
cuestión, dieron cuenta de la efectividad de esta política de interdicción, la misma
que, más adelante (2001), tuvo un trágico desenlace cuando la Central de
Inteligencia de Estados Unidos y la Fuerza Aérea del Perú derribaron, por error, una
avioneta con misioneros norteamericanos, causando la inmediata muerte de sus
ocupantes.
Posteriormente, según el autor, “si en la década anterior la ruta preferida era la
aérea, a inicios del 2000 se preferían las rutas marítimas. Los puertos del Callao,
Paita en Piura, Salaverry, Chimbote, Matarani e Ilo son actualmente coladeras por
las que la droga sale fácilmente hacia sus destinos. Usualmente se transporta por
pequeñas embarcaciones rumbo a barcos de alto bordo en altamar (…). El reporte
del 2002 del Departamento de Estado (INCSR) hace mención a este punto
<investigaciones y acciones de “enforcement” indican que los traficantes de
narcóticos continúan transportando envíos (con capacidad para toneladas) de HCL
de cocaína y cocaína base vía terrestre para posterior embarcación a través de
barcos comerciales o pesqueras a Colombia, México, Estados Unidos y Europa>”.
Para el año 2011, y en el mismo tipo de reporte de la agencia estadounidense, el
mencionado autor señaló que “se vuelve a hacer mención de la nueva forma de
transporte del tráfico ilícito de drogas. El texto para Rusia señala que <parece que
la ruta preferida par el tráfico de cocaína continúa siendo por mar desde
Sudamérica>”.
La actual evidencia, en diversos reportes de investigación periodística y académica,
señala que la forma de traslado de droga ha variado considerablemente. Si bien se
sigue utilizando los puertos y aeropuertos nacionales para la “exportación” del
material ilícito, también ha surgido un denominado “Corredor Sur”. Al respecto,
Soberón (2013) mencionaba que, “según los diversos Informes internacionales (…),
los países andinos y los del Cono Sur parecen estar conformando un nuevo
perímetro de un extenso y bien definido corredor geográfico que cruza desde las
selvas peruanas del VRAEM (Valle del Rio Apurímac Ene – y Mantaro) y el Valle de
Pichis Palcazú (región de Pasco), pasando por los altiplanos y valles interandinos
bolivianos (desde Beni, Pando, Santa Cruz), hasta llegar a las llanuras y
extensiones de las principales ciudades brasileñas en donde convergen las distintas
favelas, (y) en donde el comercio y consumo de pasta base se constituyen en un
verdadero problema de salud pública. Según los referidos documentos, el Brasil ya
se ha convertido en uno de los principales demandantes de este sub producto de la
coca (…) debido a su creciente desarrollo económico”.
Este reciente “Corredor Sur” implica la existencia de organizaciones criminales
dedicadas al tráfico ilícito de drogas que reclutan individuos (en su mayoría de
escasos recursos) o grupos de individuos como actores intercambiables para el
traslado de droga en pequeñas o medianas cantidades vía terrestre o fluvial, con
destino hacia Bolivia y Brasil (este último como destino final, muchas veces, o como
intermedio, si el cargamento va dirigido hacia el África o Europa del este). El poco
control por parte de las autoridades peruanas se debe, fundamentalmente, al difícil
acceso geográfico de las zonas. Al respecto, López y Tuesta (2015) mencionan que
“hoy que los cultivos y el tráfico de drogas son prácticas dominantes, la geografía
continúa siendo uno de los principales obstáculos para que el Estado –su burocracia
e instituciones– logre penetrar el territorio: los centros poblados con una mayor
actividad de cultivo de coca y extracción de madera se ubican río arriba en los
afluentes del gran Amazonas, son puntos distantes al puesto de control fronterizo y
al cuartel de la policía antidrogas, y constituyen posiciones estratégicas de
acopio y micro comercio de drogas”. Además, el poco presupuesto destinado a la
lucha contra las drogas (aunque ha ido incrementándose a lo largo de los últimos
años), la falta de una estrategia integral, con puntos de focalización
determinados y la penetración de esta economía ilícita en las esferas estatales a
través de la corrupción funcionarios y de algunos efectivos del orden (Policía
Nacional y Fuerzas Armadas) han sido también factores determinante en su fracaso
relativo. El cuadro siguiente da cuenta de un reporte periodístico sobre este último
punto, pero tratándose de traslados de cocaína a la capital peruana organizados
por “Caracol”, mafioso y principal exportador de cocaína desde el Perú, para luego
ser trasladados a los principales puertos y aeropuertos de nuestro país.
En suma, el tráfico ilícito de drogas constituye un reto de carácter nacional y
transfronterizo, además de constante y variable, y capaz de penetrar en las más
altas esferas del poder político y del aparato estatal. Como un “área de trabajo” del
crimen organizado, tiene una estructura y una organización determinada, además
de una diversidad de formas de operación que varían de acuerdo a las estrategias
aplicadas en su contra. Dichas estrategias deberán contener elementos de previsión
a futuro, es decir, deberán plantearse un set de diversos escenarios posibles, a fin
de estar preparados para cualquier eventualidad e incluso prevenir acciones ilícitas
que deriven en daños irreversibles a la población o al Estado. Asimismo, el
incremento de actividades del fenómeno en cuestión en nuestro territorio debe
constituir una alerta para las autoridades a fin de flexibilizar y adaptar la Estrategia
Nacional de Lucha contra las Drogas y los diversos instrumentos legales con el
objetivo de evitar vacíos legales o algún otro impedimento de carácter normativo u
operativo que implique actuar con oportunidad y efectividad.
En la coyuntura electoral previa a las elecciones presidenciales del 2016, poco o
nada se ha hablado sobre propuestas de política pública contra las drogas. Los
cuatro candidatos que lideran las encuestas (dos de ellos outsiders), solo han
mencionado acciones abstractas y demagógicas para combatir el crimen
organizado y la inseguridad ciudadana en el país. Ninguno de ellos se ha centrado
en el diseño de políticas públicas estructuradas, eficientes y concretas para combatir
el tráfico ilícito de drogas y otros fenómenos articulados.
2.2. CORRUPCIÓN: CRIMEN ORGANIZADO A NIVEL POLÍTICO
La relación entre Política y criminalidad organizada es real. La penetración del
crimen organizado en las estructuras del Estado es una de las manifestaciones de
dicha relación y se ha convertido en un amenaza grave que en los últimos años se
ha ido acrecentando. Esta infiltración del crimen organizado es posible por dos
elementos primordiales: en primer lugar, a la debilidad estatal para contra restar
dicho acercamiento y, en segundo lugar, la existencia de políticos considerados
inescrupulosos o servidores públicos categorizados como corruptos, cuyo objetivo
es el enriquecimiento personal sobre el bienestar colectivo.
La primera causal considera temas institucionales, en los que la normatividad y los
mecanismos bajo los que funciona el aparato estatal son el principal foco de estudio;
mientras que la segunda causal es un acercamiento más crítico desde la arena,
permitiendo reconocer la relación entre crimen organizado y política desde su
manifestación más palpable y conocida: la corrupción. Con ayuda de Ipsos,
Transparencia Internacional y Proética, se realizó la Novena Encuesta nacional
sobre Corrupción (2015). Una de las preguntas aludía a los principales problemas
del país en la actualidad, dando como resultado a la delincuencia, la corrupción y el
consumo de drogas. Sin embargo, si se profundiza y especifica cuáles son los
problemas principales del aparato estatal o, en otras palabras, del Estado Peruano,
la corrupción de funcionarios y autoridades es, por amplio margen, el principal
problema percibido en el Estado peruano (61%) y muestra un incremento desde el
2006 (49%). Esta perspectiva no es exclusiva de la capital del país (62%), sino que
es un sentimiento desarrollado, uniformemente, también en el interior del país
(61%), y este problema está secundado por la ineficiencia de funcionarios y
autoridades (14%), falta de coordinación entre instituciones (10%), escasez de
recursos económicos (8%) y penetración de dinero ilícito en la política (6%).
Para Transparencia Internacional, la corrupción es un acto incompatible con la ética
y la moral, realizada por quien está en condición de poder y se beneficia o beneficia
a terceros afectando el derecho de los demás y obstaculizando el desarrollo integral
de la sociedad (Machado, 2006). Por su lado, Arjona (2002) enfatiza en que los
actos de corrupción abarcan no solo a los que tienen poder – burócratas políticos,
sino también al pueblo, a los servidores públicos, a las organizaciones criminales,
entre otros. En este sentido, la corrupción puede entenderse como un concepto
multifacético, sistema social, económico y político (Grupo de Trabajo contra la
Corrupción, 2010). Este fenómeno supone una amplia gama de comportamientos y
también distintos niveles que permiten comprender la distinta tipología existente en
este fenómeno social.
Según Machado (2006), son 3 los estadíos en los que usualmente se clasifica la
corrupción: sistemática, gran corrupción (captura del Estado 10) y corrupción
administrativa. Se entiende por corrupción administrativa o microcorrupción aquella
que se configura en un espacio reducido. Está ligado a actos contra la ética y se
generaliza en una sociedad en crisis de valores (Pendersen y Johansen, 2008).
Además suele ser concientizada y admitida por la sociedad. Este tipo de corrupción
suele ser cometida de manera individual y de forma directa. Este modelo también
es denominado como corrupción blanca (Soriano, 2011). El segundo tipo es la gran
corrupción. A diferencia de la anterior, esta se presenta a “gran escala”, donde no
solo supone una gran suma de dinero, sino que también implica la actuación de
altos niveles jerárquicos (Machado, 2006). Implica acciones directas e ilegales para
conseguir preferencias o beneficios ilícitos en los procesos de licitación, concursos
y adjudicaciones públicas, entre otros (Jain, 2001). Este modelo tiende a ser
complejo, por la forma de organizarse, con lo cual se da cabida a otra forma de
corrupción. Se debe enfatizar en que la corrupción suele darse en cadena, en ese
sentido puede llegar a ser extremo y ser rechazado por la sociedad, o aceptado por
algunos y rechazado por otros (Soriano 2011). Para Ackerman (2008), la corrupción
en cadena puede darse en forma piramidal inversa o no. Es decir, que se puede
estructurar de arriba hacia abajo, donde quienes organizan y ejecutan la actividad
son los niveles inferiores para luego repartir las ganancias hacia los niveles
superiores. Situación contraria sucede con la pirámide inversa, donde los altos
burócratas de elevada jerarquía distribuyen a los escalafones inferiores decisiones
que fueron tomadas de manera centralizada. Finalmente, y siguiendo a Machado,
el último tipo de corrupción responde a la corrupción sistemática, que se genera en
un Estado que tolera y justifica la corrupción. El poder se ejerce de manera
discrecional, sin rendición de cuentas, sin control institucional y con cheques en
blanco. Es decir, es un poder no fiscalizado que causa un daño grave a la
institucionalidad democrática, erosiona el estado de derecho, limita la participación
política limpia, etc.
Las dos últimas formas de corrupción explicadas coinciden a la vez con la definición
propuesta de crimen organizado y con el cumplimiento de sus tres principales
requisitos. En primer lugar, La corrupción sistemática y a gran escala o “grande”, se
dan entre 2 o más personas. En segundo lugar, los participantes de un acto de
corrupción son sospechosos de la comisión de un delito grave. Y, finalmente, en la
corrupción existe una intención de lucro y realización de intereses personales. Dicho
esto, podemos confirmar que la corrupción es una manifestación válida de la
relación entre la criminalidad organizada y la res pública, y se constituye como una
suerte de medio para facilitar los diversos ilícitos orientados a la satisfacción y
consecución de beneficios particulares de una persona o de un grupo de personas
en desmedro de otras y del bien colectivo, y a costa del debilitamiento de la
institucionalidad del aparato estatal. Sin embargo, ¿cuál es el origen del incremento
de la corrupción en los últimos años?
Muchos académicos han apuntado que, en la década de los 90, la institucionalidad
del Estado peruano se ha visto transgredida. Un gobierno autoritario tomó lugar en
el 92, permitiendo el libre actuar de un líder político que podía configurar la
burocracia estatal con las promesas de volverlo eficaz y superar un proceso de crisis
económica y social. Los resultados de dichos cambios fueron catastróficos para la
defensa de la institucionalidad estatal; muchas veces, durante este periodo se tildó
al Estado peruano como un obstáculo al desarrollo, haciendo que la población se
posicionase en contra de él y permitiendo cambios estructurales sin mayor control.
De esta manera, la sustitución de personal calificado, el despido de mano de obra
y de profesionales de distintas entidades estatales, fue masivo durante la primera
ola de reformas, dejando amplio espacio a los tecnócratas y permitiendo que el
poder ejecutivo tenga control sobre las decisiones en general. Para finales de la
década es que recién se logra descubrir la red de manipulación y corrupción de la
cual era víctima el país y que tomó la característica de ser corrupción de alta escala
por parte de los poderes políticos (el Presidente de la República de aquel entonces,
Alberto Fujimori, y su más cercano colaborador y asesor Vladimiro Montesinos). La
mediatización de los actos de corrupción a través de diversos medios de
comunicación perjudicó la perpetuación del proyecto autoritario fujimorista, dando
espacio a la necesidad de recobrar la institucionalidad del Estado peruano. Dicho
proceso fue guiado en un primer instante por Valentin Paniagua Corazao y,
posteriormente, secundado por Alejandro Toledo.
Una de las principales reformas que se realizaron con la excusa de mejorar la
eficiencia y eficacia del funcionamiento del aparato estatal fue la reforma de la
descentralización. En medio de tensiones en el manejo del poder, y luego de dos
experiencias fallidas, desde la Constitución de 1979, se dio inicio en el año 2002 al
proceso de descentralización, mediante una reforma constitucional consensuada.
Esto dio lugar a la creación de 25 regiones, sobre la base de la demarcación de los
Departamentos ya existentes (Cotler, 2009). Para ello, se transfirió recursos y
competencias, se inició el proceso de acreditación de capacidades de gestión y se
eligió a las autoridades regionales. El resultado inicial del proceso fue una limitada
aplicación de la acreditación, superposición de competencias, ineficaz e ineficiente
ejecución presupuestal, y lo que es objeto del presente estudio, la detección
generalizada y significativa de casos de corrupción a nivel nacional, incluido los
gobiernos regionales, en los últimos años, y su relación con el sistema político
formal.
Como se había mencionado anteriormente, la corrupción no solo se ha acrecentado,
sino que ha evolucionado en sus modalidades, y uno de los factores causales fueron
las reformas estructurales para el Estado que mermaron sus capacidades y
terminaron expandiendo las debilidades a través del proceso de descentralización.
Luego de la reforma de inicio de los 90, en la que el Estado fue reducido
sustancialmente y en la que se iniciara el proceso de regionalización, esta
perspectiva ha variado para mal. En principio, la corrupción no se redujo por el
redimensionamiento del Estado. Segundo, la corrupción centralizada del siglo
pasado pasó a extenderse como corrupción descentralizada. Al respecto, constituye
un fenómeno inédito el hecho que, durante el periodo 2010--‐2014, en 19 de las 25
gestiones regionales, fueron detectados casos masivos de corrupción. Estos actos
se habrían realizado en el contexto de los procesos de adquisición y contratación
de bienes públicos (Figueroa, 2015).
En orden de gravedad, la Región Ancash, ubicada al norte de Lima, encabeza los
casos de corrupción con 26 investigaciones. Le sigue la Región Tumbes, al norte
del Perú en la frontera con el Ecuador, con 20 casos. Otras regiones con casos
relevantes de corrupción son Cajamarca, al noreste de Lima, Pasco, en la Región
central, Cusco y Madre de Dios, al sureste. Rasgos comunes a estas seis regiones,
en donde se registraron casos relevantes de corrupción, son los siguientes para
Figueroa:
a. Las autoridades políticas presuntamente involucradas provienen de
movimientos regionales, no de partidos políticos nacionales.
b. Los involucrados no son servidores públicos ordinarios, sino altos
funcionarios regionales encabezados por el Presidente Regional.
c. Se trata de casos sistemáticos de irregularidades en las contrataciones y
adquisiciones del Estado.
d. Los significativos recursos públicos de los que dispusieron dichas regiones
provinieron del canon minero
Los casos detectados de corrupción en los gobiernos regionales no son ocasionales
o aislados. En las 19 regiones se involucra a los presidentes regionales. El contexto
en el que se desarrollaron dichas conductas suponen la participación de actores
clave: el funcionario encargado de logística, los miembros que conforman los
comités de adquisición, proveedores conocidos, etc. Las personas supuestamente
involucradas participan de los procesos de adquisición innecesarios, sobrevaluados
o direccionados, con perjuicio al Estado. Luego de detectados e investigados
preliminarmente, casi todos los casos presentan la misma tipología: suponen
acuerdos colusorios entre funcionarios encargados de las adquisiciones del Estado
y proveedores particulares favorecidos (Figueroa, 2015). Si asumimos que esta
forma de corrupción puede ser definida como el uso sistemático y generalizado de
la institución pública para la obtención de beneficios privados, podemos confirmar
que nos encontramos dentro de un tipo de criminalidad organizada, pero al mismo
tiempo de una modalidad institucionalizada por su concurrencia. La modalidad
recurrente de los casos detectados implicó siempre el establecimiento de redes
informales, superpuestas en las estructuras formales.
El siguiente factor es el caciquismo y debilidad de los partidos, como Figueroa
menciona. El sistema político peruano tradicionalmente ha estado anclado en un
maridaje entre un régimen personalista y el caciquismo provinciano. El poder central
del Estado, representado por los prefectos era apoyado por los “caciques
provinciales”, a cambio de prebendas o cuotas de poder (McEvoy, 2014). Este
sistema burocrático y personalista hunde sus raíces en la paradójica relación que
en el Perú existió en un Poder Ejecutivo que legislaba y un Poder Legislativo,
conformado por caciques de provincias, que administraba prebendas y
nombramientos. El centralismo no solo se expresó tradicionalmente en el hecho que
el 40% del PBI se concentre en Lima, sino que además todas las instituciones
públicas estén situadas allí. En este contexto la sociedad civil en las regiones es
débil. En el ámbito político se articuló una línea de coordinación entre líderes
regionales con los partidos políticos. Sin embargo, con la llegada al poder de
Fujimori, se dio inicio a una campaña sostenida para disociar a los que se
denominaban los políticos tradicionales de la sociedad. El resultado es que en el
presente siglo, la clase política está deslegitimada, y los partidos políticos
nacionales solo tienen capacidad de representación a este nivel. En consecuencia,
en espacios como los regionales y locales, los caudillos han tomado lugar desde las
primeras elecciones regionales del 2002.
Finalmente, como lo menciona Figeroa, es necesario fortalecer e involucrar más a
la ciudadanía en su papel fiscalizador y crítico de la actuación pública. Debe
generarse conciencia que la corrupción y, en particular la corrupción sistémica y de
gran escala, es una modalidad grave de criminalidad que ha tendido puentes con la
criminalidad organizada y que por su magnitud genera obstáculos al desarrollo,
externaliza socialmente costos, socava la institucionalidad y adicionalmente puede
llegar a convertirse en una maquinaria expandida en la arena política que culmine
capturando al Estado y solamente se satisfagan los intereses de aquellos sectores
con manipulación del poder. La debilidad del sistema político está en relación directa
con la percepción generalizada de la corrupción y la delincuencia de la ciudadanía.
Pero en esta crisis de legitimidad motivada por estos problemas, los ciudadanos
deben convertirse en parte de la solución cuestionando, para comenzar, la falta de
transparencia de los actores políticos, participando permanentemente en la
formación de la voluntad popular, involucrándose en la gobernanza democrática e
instando la intervención de los órganos de control y sanción. Ante ello las
propuestas de Panfichi y Alvarado (2011) respecto de fortalecer las instituciones de
rendición de cuentas es algo necesario. El empoderamiento del ciudadano es un
punto clave para la lucha contra la criminalidad organizada en la política, siendo una
de sus más insignes modalidades, la corrupción.
2.3. MINERIA ILEGAL
Este fenómeno, de más reciente aparición en el Perú, representa uno de los delitos
en auge que mayor atención requiere por parte del Estado, dado que no solo se
dedica a la explotación de minerales de propiedad peruana (robándole preciados
recursos que podrían generar ingresos para tratar diversos temas sociales
pendientes) , sino que también genera externalidades negativas en relación a la
demanda de personal para trabajos forzados y sexuales (generando así un mercado
ilegal de trata de personas), a la degradación ambiental (a través de la devastación
de bosques; pérdida de hábitats de diversas especies; contaminación de aires,
suelos y aguas con residuos tóxicos como mercurio o cianuro), y a la proliferación
de problemas sociales como alcoholismo, desescolarización e inseguridad
ciudadana, entre otros.
No obstante estas consecuencias, resulta pertinente establecer diferencias entre los
conceptos de minería ilegal y minería informal. Para el Perú, hablamos de minería
ilegal cuando no existe convenio alguno firmado con el Estado para ceder derechos
a la explotación de estos recursos o cuando ésta se realiza en zonas prohibidas. En
el caso de la minería informal, existen declaraciones de compromiso firmadas entre
el Estado y el privado en las que, de alguna forma, se plasman intenciones quizá
difíciles de cumplir dada la precariedad de las empresas mineras, la cultura de
informalidad en el Perú y la inadecuada labor de fiscalización estatal. En tal sentido,
Uribe (Biscoe et al., 2014: 164) menciona que “la diferencia entre la minería informal
y la minería ilegal es que, si alguien se quiere dedicar a la minería, requiere una
concesión. Cuando ésta se ha otorgado, entonces se puede hacer una exploración.
Si no hay un convenio que respalde la actividad minera, ésta se considera ilegal,
mientras que la minería informal se caracteriza porque hay una declaración de
compromiso donde el minero se compromete, entre otras cosas, al cumplimiento y
ejecución de las medidas ambientales; prevenir controlar, mitigar o reparar los
impactos generados por su actividad; presentar los requisitos para el otorgamiento
de autorización de inicio/reinicio de actividades y someterse a las acciones de
fiscalización que se generen por el incumplimiento de la normatividad minera”. El
Decreto Legislativo 1105 estableció una distinción más clara. En él se señala que
“la minería ilegal es aquella actividad minera ejercida por una persona, natural o
jurídica, o un grupo de personas organizadas, utilizando equipo y/o maquinaria que
no corresponde a las características de PPM (pequeño productor minero) o PMA
(productor minero artesanal); o sin cumplir con las exigencias de carácter
administrativo, técnico, social y de medio ambiente; o que se realiza en zonas donde
está prohibido su ejercicio”. Sobre la minería informal, el instrumento normativo en
cuestión la define como aquella que se ejerce utilizando equipos y maquinarias que
no corresponde a las características de PPM o PMA, o sin cumplir con las exigencias
de las normas de carácter administrativo, técnico, social y medioambiental, en zonas
no prohibidas para la actividad minera, por una persona, natural o jurídica, o grupo
de personas organizadas, que han iniciado un proceso de formalización (Heck,
2014: 187).
En cuanto a estructura, es pertinente mencionar que las actividades de minería
ilegal (y también informal) siguen un patrón piramidal, donde los dueños y socios
(de un limitado número) se ubican en la cumbre y perciben casi la totalidad de rentas
que genera este ilícito. En la base se ubican los trabajadores explotados (incluyendo
menores de edad víctimas de trata de personas). Aquí es donde miles de personas
reciben pequeñas cantidades como retribución por un trabajo riesgoso que no reúne
estándares adecuados en materia laboral y sanitaria.
De acuerdo al Sistema de Detección Temprana y Vigilancia Ambiental del Ministerio
de Energía y Minas (MEM, 2015), existen zonas críticas donde la proliferación de
minería ilegal e informal es un hecho concurrente. En Madre de Dios, por ejemplo,
los distritos que más sufren las actividades ilícitas de este fenómeno son
Huepetuhe, Madre de Dios (en la provincia del Manu) e Inambari, Laberinto,
Tambopata y Las Piedras (en la provincia de Tambopata). Para el caso de Puno,
los distritos de Cuyo Cuyo, Phara, Limbani, Alto Inambari (en la provincia de
Sandia), Ayapata (en Carabaya), Santa Lucía (en Lampa), Cojata (en Huancané), y
Ananea y Quilcapuncu (en San Antonio de Putina) son los más afectados. Sin
embargo, otros departamentos del país no están exentos de la minería ilegal e
informal y de sus consecuencias: Loreto, Amazonas, Ucayali y Apurímac también
concentran grandes cantidades de ilícitos por este fenómeno. Llama la atención que
el Sistema de Detección Temprana referido anteriormente identifique que todos los
departamentos del Perú, a excepción del departamento de Tumbes (en el que a
través del mapa interactivo no se registran actividades de este tipo), tengan algún
nivel de problemática referida al fenómeno materia de análisis. Este hecho da
cuenta de la necesidad urgente de contar con planes y estrategias adecuadas que
establezcan mecanismos concretos de coordinación con gobiernos regionales y
locales para erradicar a la minería ilegal y acelerar los procesos de formalización de
la minería informal. El gráfico 3 muestra la distribución de las áreas infestadas por
la minería ilegal e informal en el sureste del país.
Gráfico 3. Mapa de las áreas con presencia de minería ilegal e informal en el sureste del país.
2000 -‐ 2005 2005 -‐ 2009 2009 -‐ 2010 2010 -‐ 2011 2011 -‐ 2013 2013 -‐ 2014 TOTAL
329,005.36 488,253.27 83,137.41 95,513.41 171,049.11 148,716.17 1,315,674.67
Fuente: Ministerio de Ambiente (Geoservidor).