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INTRODUCCIÓN

El crimen organizado es un problema trasnacional que atenta contra el desarrollo


de las naciones y las personas, comprometiendo sus recursos y posibilidades
económicas, así como su calidad de vida, en medio de un inmenso costo social.
El crimen organizado y otros delitos graves representan una seria amenaza para el
desarrollo de un país. Sus efectos tienen profundo impacto sobre las estructuras del
Estado porque reducen su capacidad para proveer servicios, proteger a las
personas y mantener la confianza de los ciudadanos e inversionistas en el gobierno
y en la democracia, así como para la aplicación de la ley. Esta situación empeora
cuando se trata de estructuras de gobierno que afrontan grandes retos en un marco
de desigualdad, pobreza, bajo capital humano y falta de oportunidades.
El quehacer criminal no solo viene aumentando en escala y recurriendo a medios
cada vez más violentos (especialmente cuando se asocia a movimientos guerrilleros
o terroristas), sino que desafía al Estado valiéndose de métodos altamente
evolucionados para evadir la justicia y lavar el dinero proveniente de sus
actividades. En este sentido, ha ido pasando de un modus operandi donde el
cabecilla de la organización era el dueño y manejaba todo personalmente, a uno
donde ejerce el control mediante testaferros y últimamente, con empaquetamientos
financieros difíciles de rastrear.
A lo largo de los últimos 10 años, el Perú ha experimentado un incremento
significativo de actividades relacionadas al crimen organizado. Los reportes
oficiales, las notas informativas de los medios de comunicación y la opinión
generalizada de la población dan cuenta de una mayor frecuencia en la comisión de
ilícitos derivados de la criminalidad organizada. En ese contexto, surge la necesidad
de contar con instrumentos descriptivos que presenten un panorama general de
este fenómeno y que permitan, a los tomadores de decisiones políticas y a otros
actores clave, contar con información sistematizada y oportuna para el
planteamiento, debate, implementación y posterior evaluación de políticas públicas
y/o acciones destinadas a conseguir resultados trascendentales y sostenibles frente
al crimen organizado.
OBJETIVOS
I. OBJETIVO GENERAL

 Analizar el crimen organizado que viene operando en el Perú

II. OBJETIVOS ESPECÍFICOS

 Analizar cómo ha evolucionado el crimen organizado en nuestro país.

 Identificar los delitos en los que opera el crimen organizado y cómo se


relacionan entre sí.

 Identificar deficiencias que permita corregir errores en las estrategias de


lucha contra el crimen organizado
MARCO TEÓRICO
I. ¿QUÉ ES EL CRIMEN ORGANIZADO?
De acuerdo a Ramos una “organización delictiva o criminal (…) es una asociación
debidamente estructurada de más de dos personas, que se va estableciendo
progresivamente durante un período, y donde su actuación es permanente y
concertada, la cual se orienta a cometer ilícitos penales sancionables por los
Estados” (Ramos, 2014: 213). La Unión Europea llegó a elaborar “11 criterios para
determinar la existencia de criminalidad organizada. Son los siguientes: 1)
colaboración de dos o más personas, 2) distribución de tareas entre ellas, 3)
permanencia, 4) control interno, 5) sospechosas de la comisión de un delito grave,
6) actividad internacional, 7) violencia, 8) uso de estructuras comerciales o de
negocios, 9) blanqueo de dinero, 10) presión sobre el poder público, y 11) ánimo de
lucro” (Sanz, 2006: 49). Al respecto, y como lo señala la autora, resulta obligatorio
que, como mínimo estas organizaciones criminales cumplan con los puntos 1, 5, y
11 para ser consideradas como tal.
Dichos grupos ilícitos generan consecuencias severas a diversos niveles. En
principio, a nivel social, pues muchas veces la población civil se constituye tanto en
objeto (cuando son las víctimas – caso estafa financiera o sicariato) como en medio
(cuando se las utiliza para lucrar – caso trata de personas) a fin de conseguir sus
principales objetivos, o una combinación de ambos a la vez (caso tráfico ilícito de
drogas: consumidores y mulas). A nivel político, las organizaciones criminales
generan debilidad institucional, pues a través de la corrupción, ellas penetran en el
aparato estatal buscando complicidad y tratando de generar climas que faciliten el
desarrollo de sus actividades ilícitas. A nivel económico/financiero, se genera
inestabilidad, ya que a través del lavado de activos (o blanqueo de dinero) las
organizaciones criminales introducen fuertes sumas de dinero al sistema sin
respaldo alguno de producción (bienes o servicios), hecho que aumenta el índice
de inflación. Pueden generar, asimismo, efectos a nivel ambiental, pues tanto las
actividades de tráfico ilícito de drogas como la de tala y minería ilegal generan daños
irreversibles al medio ambiente a través de la utilización de insumos químicos para
elaboración de drogas, la depredación indiscriminada de bosques y la
contaminación por relaves, respectivamente. Además, existe un alto nivel de
interconexión entre estas actividades ilícitas, hecho que termina generando
incidencia en mayor cantidad de delitos.
Para frenar dichas actividades ilícitas, se requiere de una política de Estado y de un
marco jurídico integral y resiliente, es decir, con capacidad de abordar las diferentes
“áreas de trabajo” de la criminalidad organizada a través de la implementación de
estrategias orientadas a eliminar sus causas y a mitigar sus consecuencias, por un
lado, y con flexibilidad suficiente para adaptarse a sus nuevas y versátiles formas y
procedimientos de actuación. Al respecto, Berdugo mencionaba que este
fenómeno, dotado “muchas veces de estructuras que superan las frontera
nacionales, es un rasgo de la actual delincuencia que requiere plantearse la validez
de los modos de respuesta tradicionales, tanto penales como procesales, que el
Estado utiliza frente a ella. La presencia de estas estructuras, para realizar
comportamientos considerados como delictivos, suponen un riesgo añadido para
las distintas sociedades que no tienen, la mayor parte de las veces, una política
criminal que les facilite una respuesta adecuada” (Sanz, 2006: Prólogo).
A raíz del mencionado incremento sustancial de los ilícitos de este fenómeno, el
Perú, a través de la Ley 30077, definió a una organización criminal como “cualquier
agrupación de tres o más personas que se reparten diversas tareas o funciones,
cualquiera sea su estructura y ámbito de acción, que, con carácter estable o por
tiempo indefinido, se crea, existe o funciona, inequívoca y directamente, de manera
concertada y coordinada, con la finalidad de cometer uno o más delitos graves
señalados en el artículo 3 de la presente Ley” (Congreso de la República del Perú,
2013: 501404). Los delitos a los que se hace referencia involucran: homicidio
calificado – asesinato; secuestro; trata de personas; violación del secreto de las
comunicaciones; delitos contra el patrimonio; pornografía infantil; extorsión;
usurpación; delitos informáticos; contra la propiedad industrial; delitos monetarios;
sobre la tenencia, fabricación y trafico de armas, municiones y explosivos; contra la
salud pública; tráfico ilícito de drogas; de migrantes; delitos ambientales; delitos de
marcaje o reglaje; genocidio, desaparición forzada y tortura; contra la administración
pública; falsificación de documentos y el delito de lavado de activos. A decir verdad,
este marco normativo delimita las tipificaciones y endurece las sanciones para
quienes formen parte de una organización criminal (incluso se eliminan beneficios
penitenciarios para menores de edad). Como ya fue señalado, se promulgó en un
contexto de aumento perceptible de los ilícitos del crimen organizado y se constituyó
como un paquete de medidas legislativas que el Congreso de la República del Perú
delegó al Ejecutivo en el 2013.
Por otro lado, en los últimos meses, el Ejecutivo ha regulado el proceso inmediato
a través del Decreto Legislativo 1194, mediante el cual se agilizan los
procedimientos para las sentencias con penas de cárcel para los casos de delitos
flagrantes. Conocida como “ley de flagrancia”, este instrumento ha permitido la
condena de, hasta el 25 de diciembre de 2015 (y desde su entrada en vigencia el
29 de noviembre), 1,098 personas, “tras ser acusadas de cometer delitos de robo,
hurto, omisión de asistencia familiar, lesiones o por conducir en estado de ebriedad”
(RPP, 2015). Sin embargo, es importante considerar que, no obstante se aceleran
los procedimientos de las sentencias a nivel del sistema judicial, el débil y precario
sistema carcelarios peruano sufre sus consecuencias.
II. PRINCIPALES DELITOS DEL CRIMEN ORGANIZADO
2.1. TRÁFICO ILÍCITO DE DROGAS
En general, el tráfico ilícito de drogas se constituye en un reto de carácter
internacional que debe ser atendido con estrategias integrales de corto, mediano y
largo plazo. Este delito, que “produce efectos negativos como afectación de la salud
a través de la farmacodependencia, incremento de niveles de violencia del usuario
adicto y del crimen organizado, distorsión de valores morales y familiares,
marginación social, entre otros, también representa una latente preocupación
institucional al Estado en la forma de amenaza a la gobernabilidad, al Estado de
Derecho, a la democracia, a su soberanía, a los Derechos Humanos, a la seguridad
y al desarrollo del país. En el ámbito económico, desalienta tanto el crecimiento
como el desarrollo y crea una economía inestable supeditada a los vaivenes del
mercado de la droga. Del lado ambienta, surgen externalidades negativas como la
deforestación, la erosión y desertificación del suelo, la contaminación de cursos de
agua y la pérdida de diversidad biológica” (Torres, 2012: ii).
En particular, es uno de los delitos más recurrentes al que las organizaciones
criminales (nacionales y transfronterizas) se dedican en nuestro país. El constante
incremento de sus indicadores a lo largo de los últimos 30 años ha moldeado un
clima ideal para el desarrollo de estas actividades. Dichos indicadores tienen que
ver con las áreas destinadas al cultivo de coca, la producción potencial de cocaína,
el nivel de violencia asociada al delito, las incautaciones por interdicción, los niveles
de erradicación, los internos en penales por delito, y más recientemente los reportes
de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Superintendencia de Banca, Seguros
y AFP sobre fuertes sumas de dinero de delitos con mayor participación acumulada
y el grado penetración del fenómeno en la política, entre otros. Algunos de ellos
serán abordados líneas más abajo.
En ese sentido, en el mencionado espacio temporal, el narcotráfico mundial ha
encontrado en el Perú, hoy primer productor mundial de materia prima, un espacio
suficiente para desarrollar sus actividades de exportación de pasta base, bajo el
control y dependencia de la criminalidad organizada, primero colombiana y luego,
en los años 90s la mexicana. La primera sustentada en un manejo y dominio de la
actividad de transformación, la segunda, permitiendo algunos niveles de incremento
de control y participación por los nacientes grupos peruanos. Posteriormente, se fue
produciendo un proceso mediante el cual las organizaciones peruanas comenzaron
a ganar experticia en el manejo de los segmentos locales del negocio: el acopio.
Dicha actividad produjo las “firmas” en las distintas localidades rurales del valle del
Alto Huallaga y, luego, del VRAEM y la Selva Central. Saviano (2014: 47)
mencionaba que, en aquel momento “nacían (…) los carteles del narcotráfico,
exactamente tal como existen hoy más de veinte años después. Nacían
organizaciones criminales que ya no tenían nada que ver con el pasado. Nacían
instituciones con un territorio de su competencia sobre el que imponer tarifas y
condiciones de venta, medidas de protección e intermediación entre productores y
consumidores finales. Los cárteles del narcotráfico tienen capacidad y poder para
decidir precios e influencias con un acuerdo, sentados a una mesa, con una nueva
regla o una ley”.
Por ejemplo, asentado en Uchiza, Waldo Vargas (alias “el Ministro”), cae en agosto
de 1982, en Bogotá; en la localidad de Padre Abad, en Coronel Portillo, estaba
Christian Macedo Satillán, alias “Cristal” (1988); en Tocache, Catalino Escalante,
apodado como “Vampiro” (1986 – 1987); en el VRAEM, José López Quispe, alias
“Papitas” (2004) y Óscar Gómez, bajo el apodo de Turbo (2009), entre otros. El
siguiente gráfico establece una línea de tiempo pertinente del tráfico ilícito de drogas
a nivel internacional y nacional, con los sucesos más relevantes para el caso.
GRÁFICO 1. Línea de tiempo de los sucesos más representativos del fenómeno del
tráfico ilícito de drogas relacionados con el Perú (1950 – 2010).

A la actualidad, la frecuencia de las actividades ilícitas del tráfico de drogas en


nuestro país han aumentado. De acuerdo a Naciones Unidas (UNODC, 2003 –
2015), en el 2000 se registraron un total de 43,400 hectáreas destinadas al cultivo
de coca, mientras que para el año 2010 ya se había llegado a 61,200. No obstante,
los esfuerzos del gobierno han logrado una progresiva reducción en esta materia
(de 62,500 en el 2011 a 42,900 en el 2014). Sin embargo, queda aún latente el
cuestionamiento controversial acerca de la productividad por hectárea necesaria
para la elaboración de la cocaína. Al respecto, Soberón (2014) mencionaba que,
“en la forma moderna de funcionamiento del tráfico de drogas en el país, se reducen
las áreas de cultivo de coca (mayor productividad por unidad de producción) y se
hace uso de diversas rutas y formas de transporte para distraer a la policía”. En
otras palabras, cada vez se necesita menos espacio para producir lo mismo o más
cantidad de dicha droga que antes. Lamentablemente, los últimos informes sobre
monitoreo de cultivos de coca de Naciones Unidas no muestran la producción
potencial de clorhidrato de cocaína, debido a que, según ellos, no se ha concluido
el estudio para la determinación de los factores de conversión hoja de coca –
cocaína.
El Departamento de Estado (2013 – 2015), por su lado, señala que en el 2010 se
registraron 53,000 has de cultivos de coca, en el 2011 hubieron 49,500 has y en el
2012, 50,000 (un incremento de 2% respecto de las cifras del 2011). Para el año
2013, la institución pública estadounidense estima que existieron 59,500 hectáreas:
un incremento del 18% respecto del año 2012. Sobre la producción potencial de
cocaína pura se señala que, al 2011, se registró la cantidad de 305 toneladas
métricas (TM). Al 2012, el reporte mencionó una reducción a 290 TM, mientras que
para el 2013 hubo un incremento del 6% (305 TM). La información presentada,
hasta estos años, muestra una relativa estabilidad en cuanto a estas variables, con
una ligera tendencia hacia la subida, a pesar del incremento de esfuerzos realizados
por este gobierno.
La reducción del área destinada al cultivo de coca en el Perú, presentada por las
cifras de Naciones Unidas, no ha sido uniforme. Las reducciones más significativas
han tenido lugar en espacios geográficos de menos difícil acceso, por ponerlo de
alguna forma (La Convención y Lares o el Valle del Alto Huallaga). Sin embargo, los
cultivos de zona más crítica y principal fuente de producción el Perú se han
mantenido estables en los últimos años, con un nivel de reducción muy bajo y no
significativo (2010: 19,723 has; 2011: 19,925 has; 2012: 19,665 has; 2013: 19,167
has; 2014: 18,845 has)7. Esto sucede debido a que, en el VRAEM existe presencia
del grupo terrorista Sendero Luminoso (que también lucra con el narcotráfico como
fuente de financiamiento) y una fuerte presión social organizada y disciplinada de
los movimientos cocaleros locales (que, muchas veces, defienden su postura de
apoyo al cultivo de coca por ser su única fuente de subsistencia).
Sin embargo, el área destinada al cultivo ilícito de coca no es la única variable que
mide el crecimiento o decrecimiento del fenómeno del narcotráfico en nuestro país.
Un elemento que ha sido muy pocas veces tomado en cuenta por diversos
investigadores tiene que ver con los montos (cantidad de dinero) involucrados en
los informes de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Superintendencia de
Banca, Seguros y AFP. Al respecto, Porta y Torres (2015) mencionan que “desde
enero de 2007 hasta junio de 2015, el tráfico ilícito de drogas representa el delito
con mayor participación acumulada en este indicador, con 5,252 millones de dólares
involucrados y 264 informes. En segundo lugar, aparece el delito de minería ilegal,
con 4,347 millones y solo 29 informes. No obstante, en los últimos 12 meses (…),
el delito del narcotráfico aparece en cuarto lugar, con 170 millones involucrados y
14 informes. Los tres primeros lugares lo ocupan a) la minería ilegal, b) los delitos
contra la administración públicas y c) los delitos contra el orden financiero y
monetario”. Estas cifras indican que, si bien el tráfico de drogas mantiene los montos
acumulados más altos frente a otros delitos, en los últimos meses estos han venido
ganando terreno, sobretodo el de la minería ilegal (que se discutirá más adelante).
La existencia de otras variables también sugiere un mayor crecimiento de las
actividades del tráfico ilícito de drogas. Las estadísticas del Instituto Nacional de
Estadística e Informática (INEI, 2015) hacen notar que cada año que transcurre se
decomisa más droga, pero este hecho podría tener, al menos, dos lecturas
opuestas. En ese sentido, si mantenemos una condición ceteris paribus, podemos
señalar que los esfuerzos de los agentes del orden están entregando resultados
positivos, pues si la producción de diversas drogas se mantiene constante y cada
vez hay un mayor nivel de incautaciones, podría afirmarse que la estrategia
antidrogas para decomisos es efectiva. Sin embargo, si existe un incremento de
incautaciones de diversas drogas y, en paralelo, existe un incremento proporcional
(o en mayor proporción) constante de la producción potencial de las mismas,
podríamos afirmar que no se está consiguiendo, en absoluto, ningún resultado.
Frente a esta situación, el principal obstáculo consiste en contar con estadísticas
confiables y oportunas sobre la producción potencial de diversas drogas en nuestro
país. La tabla N° 1 presenta la lista de drogas ilícitas decomisadas por año y según
tipo desde el año 2005 hasta el 2014.
TABLA 1. Droga ilícita decomisada por año, según tipo, 2005 – 2014 (Kg.).

Tipo 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014
Pasta Básica de Cocaína 4,583 4,852 6,261 11,375 9,914 13,491 13,975 19,697 10,841 11,117
Clorhidrato de cocaína 11,763 10,409 8,136 16,836 10,744 17,658 10,758 12,677 13,332 18,700
Marihuana 1,159 1,351 1,161 2,275 2,109 3,871 3,048 2,967 3,761 4,019
Látex de Amapola 130 103 126 128 74 21 4 71 69 9
Alcaloide de Opio 376 0 0 0 0 0 0 0 0 0
Morfina 0 0 0 8 0 0 0 0 0 0
Heroína 8 2 0 0 1.2 0 0 2 0 0
Éxtasis (unidad) 158 0 179 1,619 112 251 229 0 0 0
Total 18,019 16,718 15,684 30,623 22,842 35,041 27,785 35,414 28,003 33,844
Fuente: INEI (2015).

Por otro lado, es oportuno mencionar que el segundo delito más recurrente en la
población penitenciaria es el tráfico ilícito de drogas, con un 22.6% (en sus formas
de a) tráfico ilícito de drogas, b) tráfico ilícito de drogas – formas agravadas, c)
promoción o favorecimiento al tráfico ilícito de drogas, y d) micro comercialización o
micro producción). Solo el delito de robo agravado se encuentra por delante, con un
28.5% de población penitenciaria (INPE, 2015).
La forma de operación del crimen organizado varía de tiempo en tiempo,
evolucionando hacia mecanismos más complejos y, de alguna forma, más
innovadores. En ese sentido, las rutas del tráfico de drogas también han variado,
dependiendo de cuáles hayan sido las estrategias aplicadas en su contra. Por
ejemplo, durante los noventas, la ruta de escape preferida era la aérea, hecho que
desencadenó en la puesta en marcha de un plan de “interdicción del puente aéreo”
auspiciado por Estados Unidos. Sus resultados (aunque criticados) fueron casi
inmediatos: de acuerdo a Torres (2012: 31) el incremento del precio exigido por los
pilotos para vuelos de transporte de droga a través de fronteras, el decrecimiento
del número de avionetas detectadas e interceptadas hacia 1995 y, adicionalmente,
la reducción sistemática del área destinada al cultivo ilícito de coca en la década en
cuestión, dieron cuenta de la efectividad de esta política de interdicción, la misma
que, más adelante (2001), tuvo un trágico desenlace cuando la Central de
Inteligencia de Estados Unidos y la Fuerza Aérea del Perú derribaron, por error, una
avioneta con misioneros norteamericanos, causando la inmediata muerte de sus
ocupantes.
Posteriormente, según el autor, “si en la década anterior la ruta preferida era la
aérea, a inicios del 2000 se preferían las rutas marítimas. Los puertos del Callao,
Paita en Piura, Salaverry, Chimbote, Matarani e Ilo son actualmente coladeras por
las que la droga sale fácilmente hacia sus destinos. Usualmente se transporta por
pequeñas embarcaciones rumbo a barcos de alto bordo en altamar (…). El reporte
del 2002 del Departamento de Estado (INCSR) hace mención a este punto
<investigaciones y acciones de “enforcement” indican que los traficantes de
narcóticos continúan transportando envíos (con capacidad para toneladas) de HCL
de cocaína y cocaína base vía terrestre para posterior embarcación a través de
barcos comerciales o pesqueras a Colombia, México, Estados Unidos y Europa>”.
Para el año 2011, y en el mismo tipo de reporte de la agencia estadounidense, el
mencionado autor señaló que “se vuelve a hacer mención de la nueva forma de
transporte del tráfico ilícito de drogas. El texto para Rusia señala que <parece que
la ruta preferida par el tráfico de cocaína continúa siendo por mar desde
Sudamérica>”.
La actual evidencia, en diversos reportes de investigación periodística y académica,
señala que la forma de traslado de droga ha variado considerablemente. Si bien se
sigue utilizando los puertos y aeropuertos nacionales para la “exportación” del
material ilícito, también ha surgido un denominado “Corredor Sur”. Al respecto,
Soberón (2013) mencionaba que, “según los diversos Informes internacionales (…),
los países andinos y los del Cono Sur parecen estar conformando un nuevo
perímetro de un extenso y bien definido corredor geográfico que cruza desde las
selvas peruanas del VRAEM (Valle del Rio Apurímac Ene – y Mantaro) y el Valle de
Pichis Palcazú (región de Pasco), pasando por los altiplanos y valles interandinos
bolivianos (desde Beni, Pando, Santa Cruz), hasta llegar a las llanuras y
extensiones de las principales ciudades brasileñas en donde convergen las distintas
favelas, (y) en donde el comercio y consumo de pasta base se constituyen en un
verdadero problema de salud pública. Según los referidos documentos, el Brasil ya
se ha convertido en uno de los principales demandantes de este sub producto de la
coca (…) debido a su creciente desarrollo económico”.
Este reciente “Corredor Sur” implica la existencia de organizaciones criminales
dedicadas al tráfico ilícito de drogas que reclutan individuos (en su mayoría de
escasos recursos) o grupos de individuos como actores intercambiables para el
traslado de droga en pequeñas o medianas cantidades vía terrestre o fluvial, con
destino hacia Bolivia y Brasil (este último como destino final, muchas veces, o como
intermedio, si el cargamento va dirigido hacia el África o Europa del este). El poco
control por parte de las autoridades peruanas se debe, fundamentalmente, al difícil
acceso geográfico de las zonas. Al respecto, López y Tuesta (2015) mencionan que
“hoy que los cultivos y el tráfico de drogas son prácticas dominantes, la geografía
continúa siendo uno de los principales obstáculos para que el Estado –su burocracia
e instituciones– logre penetrar el territorio: los centros poblados con una mayor
actividad de cultivo de coca y extracción de madera se ubican río arriba en los
afluentes del gran Amazonas, son puntos distantes al puesto de control fronterizo y
al cuartel de la policía antidrogas, y constituyen posiciones estratégicas de
acopio y micro comercio de drogas”. Además, el poco presupuesto destinado a la
lucha contra las drogas (aunque ha ido incrementándose a lo largo de los últimos
años), la falta de una estrategia integral, con puntos de focalización
determinados y la penetración de esta economía ilícita en las esferas estatales a
través de la corrupción funcionarios y de algunos efectivos del orden (Policía
Nacional y Fuerzas Armadas) han sido también factores determinante en su fracaso
relativo. El cuadro siguiente da cuenta de un reporte periodístico sobre este último
punto, pero tratándose de traslados de cocaína a la capital peruana organizados
por “Caracol”, mafioso y principal exportador de cocaína desde el Perú, para luego
ser trasladados a los principales puertos y aeropuertos de nuestro país.
En suma, el tráfico ilícito de drogas constituye un reto de carácter nacional y
transfronterizo, además de constante y variable, y capaz de penetrar en las más
altas esferas del poder político y del aparato estatal. Como un “área de trabajo” del
crimen organizado, tiene una estructura y una organización determinada, además
de una diversidad de formas de operación que varían de acuerdo a las estrategias
aplicadas en su contra. Dichas estrategias deberán contener elementos de previsión
a futuro, es decir, deberán plantearse un set de diversos escenarios posibles, a fin
de estar preparados para cualquier eventualidad e incluso prevenir acciones ilícitas
que deriven en daños irreversibles a la población o al Estado. Asimismo, el
incremento de actividades del fenómeno en cuestión en nuestro territorio debe
constituir una alerta para las autoridades a fin de flexibilizar y adaptar la Estrategia
Nacional de Lucha contra las Drogas y los diversos instrumentos legales con el
objetivo de evitar vacíos legales o algún otro impedimento de carácter normativo u
operativo que implique actuar con oportunidad y efectividad.
En la coyuntura electoral previa a las elecciones presidenciales del 2016, poco o
nada se ha hablado sobre propuestas de política pública contra las drogas. Los
cuatro candidatos que lideran las encuestas (dos de ellos outsiders), solo han
mencionado acciones abstractas y demagógicas para combatir el crimen
organizado y la inseguridad ciudadana en el país. Ninguno de ellos se ha centrado
en el diseño de políticas públicas estructuradas, eficientes y concretas para combatir
el tráfico ilícito de drogas y otros fenómenos articulados.
2.2. CORRUPCIÓN: CRIMEN ORGANIZADO A NIVEL POLÍTICO
La relación entre Política y criminalidad organizada es real. La penetración del
crimen organizado en las estructuras del Estado es una de las manifestaciones de
dicha relación y se ha convertido en un amenaza grave que en los últimos años se
ha ido acrecentando. Esta infiltración del crimen organizado es posible por dos
elementos primordiales: en primer lugar, a la debilidad estatal para contra restar
dicho acercamiento y, en segundo lugar, la existencia de políticos considerados
inescrupulosos o servidores públicos categorizados como corruptos, cuyo objetivo
es el enriquecimiento personal sobre el bienestar colectivo.
La primera causal considera temas institucionales, en los que la normatividad y los
mecanismos bajo los que funciona el aparato estatal son el principal foco de estudio;
mientras que la segunda causal es un acercamiento más crítico desde la arena,
permitiendo reconocer la relación entre crimen organizado y política desde su
manifestación más palpable y conocida: la corrupción. Con ayuda de Ipsos,
Transparencia Internacional y Proética, se realizó la Novena Encuesta nacional
sobre Corrupción (2015). Una de las preguntas aludía a los principales problemas
del país en la actualidad, dando como resultado a la delincuencia, la corrupción y el
consumo de drogas. Sin embargo, si se profundiza y especifica cuáles son los
problemas principales del aparato estatal o, en otras palabras, del Estado Peruano,
la corrupción de funcionarios y autoridades es, por amplio margen, el principal
problema percibido en el Estado peruano (61%) y muestra un incremento desde el
2006 (49%). Esta perspectiva no es exclusiva de la capital del país (62%), sino que
es un sentimiento desarrollado, uniformemente, también en el interior del país
(61%), y este problema está secundado por la ineficiencia de funcionarios y
autoridades (14%), falta de coordinación entre instituciones (10%), escasez de
recursos económicos (8%) y penetración de dinero ilícito en la política (6%).
Para Transparencia Internacional, la corrupción es un acto incompatible con la ética
y la moral, realizada por quien está en condición de poder y se beneficia o beneficia
a terceros afectando el derecho de los demás y obstaculizando el desarrollo integral
de la sociedad (Machado, 2006). Por su lado, Arjona (2002) enfatiza en que los
actos de corrupción abarcan no solo a los que tienen poder – burócratas políticos,
sino también al pueblo, a los servidores públicos, a las organizaciones criminales,
entre otros. En este sentido, la corrupción puede entenderse como un concepto
multifacético, sistema social, económico y político (Grupo de Trabajo contra la
Corrupción, 2010). Este fenómeno supone una amplia gama de comportamientos y
también distintos niveles que permiten comprender la distinta tipología existente en
este fenómeno social.
Según Machado (2006), son 3 los estadíos en los que usualmente se clasifica la
corrupción: sistemática, gran corrupción (captura del Estado 10) y corrupción
administrativa. Se entiende por corrupción administrativa o microcorrupción aquella
que se configura en un espacio reducido. Está ligado a actos contra la ética y se
generaliza en una sociedad en crisis de valores (Pendersen y Johansen, 2008).
Además suele ser concientizada y admitida por la sociedad. Este tipo de corrupción
suele ser cometida de manera individual y de forma directa. Este modelo también
es denominado como corrupción blanca (Soriano, 2011). El segundo tipo es la gran
corrupción. A diferencia de la anterior, esta se presenta a “gran escala”, donde no
solo supone una gran suma de dinero, sino que también implica la actuación de
altos niveles jerárquicos (Machado, 2006). Implica acciones directas e ilegales para
conseguir preferencias o beneficios ilícitos en los procesos de licitación, concursos
y adjudicaciones públicas, entre otros (Jain, 2001). Este modelo tiende a ser
complejo, por la forma de organizarse, con lo cual se da cabida a otra forma de
corrupción. Se debe enfatizar en que la corrupción suele darse en cadena, en ese
sentido puede llegar a ser extremo y ser rechazado por la sociedad, o aceptado por
algunos y rechazado por otros (Soriano 2011). Para Ackerman (2008), la corrupción
en cadena puede darse en forma piramidal inversa o no. Es decir, que se puede
estructurar de arriba hacia abajo, donde quienes organizan y ejecutan la actividad
son los niveles inferiores para luego repartir las ganancias hacia los niveles
superiores. Situación contraria sucede con la pirámide inversa, donde los altos
burócratas de elevada jerarquía distribuyen a los escalafones inferiores decisiones
que fueron tomadas de manera centralizada. Finalmente, y siguiendo a Machado,
el último tipo de corrupción responde a la corrupción sistemática, que se genera en
un Estado que tolera y justifica la corrupción. El poder se ejerce de manera
discrecional, sin rendición de cuentas, sin control institucional y con cheques en
blanco. Es decir, es un poder no fiscalizado que causa un daño grave a la
institucionalidad democrática, erosiona el estado de derecho, limita la participación
política limpia, etc.
Las dos últimas formas de corrupción explicadas coinciden a la vez con la definición
propuesta de crimen organizado y con el cumplimiento de sus tres principales
requisitos. En primer lugar, La corrupción sistemática y a gran escala o “grande”, se
dan entre 2 o más personas. En segundo lugar, los participantes de un acto de
corrupción son sospechosos de la comisión de un delito grave. Y, finalmente, en la
corrupción existe una intención de lucro y realización de intereses personales. Dicho
esto, podemos confirmar que la corrupción es una manifestación válida de la
relación entre la criminalidad organizada y la res pública, y se constituye como una
suerte de medio para facilitar los diversos ilícitos orientados a la satisfacción y
consecución de beneficios particulares de una persona o de un grupo de personas
en desmedro de otras y del bien colectivo, y a costa del debilitamiento de la
institucionalidad del aparato estatal. Sin embargo, ¿cuál es el origen del incremento
de la corrupción en los últimos años?
Muchos académicos han apuntado que, en la década de los 90, la institucionalidad
del Estado peruano se ha visto transgredida. Un gobierno autoritario tomó lugar en
el 92, permitiendo el libre actuar de un líder político que podía configurar la
burocracia estatal con las promesas de volverlo eficaz y superar un proceso de crisis
económica y social. Los resultados de dichos cambios fueron catastróficos para la
defensa de la institucionalidad estatal; muchas veces, durante este periodo se tildó
al Estado peruano como un obstáculo al desarrollo, haciendo que la población se
posicionase en contra de él y permitiendo cambios estructurales sin mayor control.
De esta manera, la sustitución de personal calificado, el despido de mano de obra
y de profesionales de distintas entidades estatales, fue masivo durante la primera
ola de reformas, dejando amplio espacio a los tecnócratas y permitiendo que el
poder ejecutivo tenga control sobre las decisiones en general. Para finales de la
década es que recién se logra descubrir la red de manipulación y corrupción de la
cual era víctima el país y que tomó la característica de ser corrupción de alta escala
por parte de los poderes políticos (el Presidente de la República de aquel entonces,
Alberto Fujimori, y su más cercano colaborador y asesor Vladimiro Montesinos). La
mediatización de los actos de corrupción a través de diversos medios de
comunicación perjudicó la perpetuación del proyecto autoritario fujimorista, dando
espacio a la necesidad de recobrar la institucionalidad del Estado peruano. Dicho
proceso fue guiado en un primer instante por Valentin Paniagua Corazao y,
posteriormente, secundado por Alejandro Toledo.
Una de las principales reformas que se realizaron con la excusa de mejorar la
eficiencia y eficacia del funcionamiento del aparato estatal fue la reforma de la
descentralización. En medio de tensiones en el manejo del poder, y luego de dos
experiencias fallidas, desde la Constitución de 1979, se dio inicio en el año 2002 al
proceso de descentralización, mediante una reforma constitucional consensuada.
Esto dio lugar a la creación de 25 regiones, sobre la base de la demarcación de los
Departamentos ya existentes (Cotler, 2009). Para ello, se transfirió recursos y
competencias, se inició el proceso de acreditación de capacidades de gestión y se
eligió a las autoridades regionales. El resultado inicial del proceso fue una limitada
aplicación de la acreditación, superposición de competencias, ineficaz e ineficiente
ejecución presupuestal, y lo que es objeto del presente estudio, la detección
generalizada y significativa de casos de corrupción a nivel nacional, incluido los
gobiernos regionales, en los últimos años, y su relación con el sistema político
formal.
Como se había mencionado anteriormente, la corrupción no solo se ha acrecentado,
sino que ha evolucionado en sus modalidades, y uno de los factores causales fueron
las reformas estructurales para el Estado que mermaron sus capacidades y
terminaron expandiendo las debilidades a través del proceso de descentralización.
Luego de la reforma de inicio de los 90, en la que el Estado fue reducido
sustancialmente y en la que se iniciara el proceso de regionalización, esta
perspectiva ha variado para mal. En principio, la corrupción no se redujo por el
redimensionamiento del Estado. Segundo, la corrupción centralizada del siglo
pasado pasó a extenderse como corrupción descentralizada. Al respecto, constituye
un fenómeno inédito el hecho que, durante el periodo 2010--‐2014, en 19 de las 25
gestiones regionales, fueron detectados casos masivos de corrupción. Estos actos
se habrían realizado en el contexto de los procesos de adquisición y contratación
de bienes públicos (Figueroa, 2015).
En orden de gravedad, la Región Ancash, ubicada al norte de Lima, encabeza los
casos de corrupción con 26 investigaciones. Le sigue la Región Tumbes, al norte
del Perú en la frontera con el Ecuador, con 20 casos. Otras regiones con casos
relevantes de corrupción son Cajamarca, al noreste de Lima, Pasco, en la Región
central, Cusco y Madre de Dios, al sureste. Rasgos comunes a estas seis regiones,
en donde se registraron casos relevantes de corrupción, son los siguientes para
Figueroa:
a. Las autoridades políticas presuntamente involucradas provienen de
movimientos regionales, no de partidos políticos nacionales.
b. Los involucrados no son servidores públicos ordinarios, sino altos
funcionarios regionales encabezados por el Presidente Regional.
c. Se trata de casos sistemáticos de irregularidades en las contrataciones y
adquisiciones del Estado.
d. Los significativos recursos públicos de los que dispusieron dichas regiones
provinieron del canon minero
Los casos detectados de corrupción en los gobiernos regionales no son ocasionales
o aislados. En las 19 regiones se involucra a los presidentes regionales. El contexto
en el que se desarrollaron dichas conductas suponen la participación de actores
clave: el funcionario encargado de logística, los miembros que conforman los
comités de adquisición, proveedores conocidos, etc. Las personas supuestamente
involucradas participan de los procesos de adquisición innecesarios, sobrevaluados
o direccionados, con perjuicio al Estado. Luego de detectados e investigados
preliminarmente, casi todos los casos presentan la misma tipología: suponen
acuerdos colusorios entre funcionarios encargados de las adquisiciones del Estado
y proveedores particulares favorecidos (Figueroa, 2015). Si asumimos que esta
forma de corrupción puede ser definida como el uso sistemático y generalizado de
la institución pública para la obtención de beneficios privados, podemos confirmar
que nos encontramos dentro de un tipo de criminalidad organizada, pero al mismo
tiempo de una modalidad institucionalizada por su concurrencia. La modalidad
recurrente de los casos detectados implicó siempre el establecimiento de redes
informales, superpuestas en las estructuras formales.
El siguiente factor es el caciquismo y debilidad de los partidos, como Figueroa
menciona. El sistema político peruano tradicionalmente ha estado anclado en un
maridaje entre un régimen personalista y el caciquismo provinciano. El poder central
del Estado, representado por los prefectos era apoyado por los “caciques
provinciales”, a cambio de prebendas o cuotas de poder (McEvoy, 2014). Este
sistema burocrático y personalista hunde sus raíces en la paradójica relación que
en el Perú existió en un Poder Ejecutivo que legislaba y un Poder Legislativo,
conformado por caciques de provincias, que administraba prebendas y
nombramientos. El centralismo no solo se expresó tradicionalmente en el hecho que
el 40% del PBI se concentre en Lima, sino que además todas las instituciones
públicas estén situadas allí. En este contexto la sociedad civil en las regiones es
débil. En el ámbito político se articuló una línea de coordinación entre líderes
regionales con los partidos políticos. Sin embargo, con la llegada al poder de
Fujimori, se dio inicio a una campaña sostenida para disociar a los que se
denominaban los políticos tradicionales de la sociedad. El resultado es que en el
presente siglo, la clase política está deslegitimada, y los partidos políticos
nacionales solo tienen capacidad de representación a este nivel. En consecuencia,
en espacios como los regionales y locales, los caudillos han tomado lugar desde las
primeras elecciones regionales del 2002.
Finalmente, como lo menciona Figeroa, es necesario fortalecer e involucrar más a
la ciudadanía en su papel fiscalizador y crítico de la actuación pública. Debe
generarse conciencia que la corrupción y, en particular la corrupción sistémica y de
gran escala, es una modalidad grave de criminalidad que ha tendido puentes con la
criminalidad organizada y que por su magnitud genera obstáculos al desarrollo,
externaliza socialmente costos, socava la institucionalidad y adicionalmente puede
llegar a convertirse en una maquinaria expandida en la arena política que culmine
capturando al Estado y solamente se satisfagan los intereses de aquellos sectores
con manipulación del poder. La debilidad del sistema político está en relación directa
con la percepción generalizada de la corrupción y la delincuencia de la ciudadanía.
Pero en esta crisis de legitimidad motivada por estos problemas, los ciudadanos
deben convertirse en parte de la solución cuestionando, para comenzar, la falta de
transparencia de los actores políticos, participando permanentemente en la
formación de la voluntad popular, involucrándose en la gobernanza democrática e
instando la intervención de los órganos de control y sanción. Ante ello las
propuestas de Panfichi y Alvarado (2011) respecto de fortalecer las instituciones de
rendición de cuentas es algo necesario. El empoderamiento del ciudadano es un
punto clave para la lucha contra la criminalidad organizada en la política, siendo una
de sus más insignes modalidades, la corrupción.
2.3. MINERIA ILEGAL
Este fenómeno, de más reciente aparición en el Perú, representa uno de los delitos
en auge que mayor atención requiere por parte del Estado, dado que no solo se
dedica a la explotación de minerales de propiedad peruana (robándole preciados
recursos que podrían generar ingresos para tratar diversos temas sociales
pendientes) , sino que también genera externalidades negativas en relación a la
demanda de personal para trabajos forzados y sexuales (generando así un mercado
ilegal de trata de personas), a la degradación ambiental (a través de la devastación
de bosques; pérdida de hábitats de diversas especies; contaminación de aires,
suelos y aguas con residuos tóxicos como mercurio o cianuro), y a la proliferación
de problemas sociales como alcoholismo, desescolarización e inseguridad
ciudadana, entre otros.
No obstante estas consecuencias, resulta pertinente establecer diferencias entre los
conceptos de minería ilegal y minería informal. Para el Perú, hablamos de minería
ilegal cuando no existe convenio alguno firmado con el Estado para ceder derechos
a la explotación de estos recursos o cuando ésta se realiza en zonas prohibidas. En
el caso de la minería informal, existen declaraciones de compromiso firmadas entre
el Estado y el privado en las que, de alguna forma, se plasman intenciones quizá
difíciles de cumplir dada la precariedad de las empresas mineras, la cultura de
informalidad en el Perú y la inadecuada labor de fiscalización estatal. En tal sentido,
Uribe (Biscoe et al., 2014: 164) menciona que “la diferencia entre la minería informal
y la minería ilegal es que, si alguien se quiere dedicar a la minería, requiere una
concesión. Cuando ésta se ha otorgado, entonces se puede hacer una exploración.
Si no hay un convenio que respalde la actividad minera, ésta se considera ilegal,
mientras que la minería informal se caracteriza porque hay una declaración de
compromiso donde el minero se compromete, entre otras cosas, al cumplimiento y
ejecución de las medidas ambientales; prevenir controlar, mitigar o reparar los
impactos generados por su actividad; presentar los requisitos para el otorgamiento
de autorización de inicio/reinicio de actividades y someterse a las acciones de
fiscalización que se generen por el incumplimiento de la normatividad minera”. El
Decreto Legislativo 1105 estableció una distinción más clara. En él se señala que
“la minería ilegal es aquella actividad minera ejercida por una persona, natural o
jurídica, o un grupo de personas organizadas, utilizando equipo y/o maquinaria que
no corresponde a las características de PPM (pequeño productor minero) o PMA
(productor minero artesanal); o sin cumplir con las exigencias de carácter
administrativo, técnico, social y de medio ambiente; o que se realiza en zonas donde
está prohibido su ejercicio”. Sobre la minería informal, el instrumento normativo en
cuestión la define como aquella que se ejerce utilizando equipos y maquinarias que
no corresponde a las características de PPM o PMA, o sin cumplir con las exigencias
de las normas de carácter administrativo, técnico, social y medioambiental, en zonas
no prohibidas para la actividad minera, por una persona, natural o jurídica, o grupo
de personas organizadas, que han iniciado un proceso de formalización (Heck,
2014: 187).
En cuanto a estructura, es pertinente mencionar que las actividades de minería
ilegal (y también informal) siguen un patrón piramidal, donde los dueños y socios
(de un limitado número) se ubican en la cumbre y perciben casi la totalidad de rentas
que genera este ilícito. En la base se ubican los trabajadores explotados (incluyendo
menores de edad víctimas de trata de personas). Aquí es donde miles de personas
reciben pequeñas cantidades como retribución por un trabajo riesgoso que no reúne
estándares adecuados en materia laboral y sanitaria.
De acuerdo al Sistema de Detección Temprana y Vigilancia Ambiental del Ministerio
de Energía y Minas (MEM, 2015), existen zonas críticas donde la proliferación de
minería ilegal e informal es un hecho concurrente. En Madre de Dios, por ejemplo,
los distritos que más sufren las actividades ilícitas de este fenómeno son
Huepetuhe, Madre de Dios (en la provincia del Manu) e Inambari, Laberinto,
Tambopata y Las Piedras (en la provincia de Tambopata). Para el caso de Puno,
los distritos de Cuyo Cuyo, Phara, Limbani, Alto Inambari (en la provincia de
Sandia), Ayapata (en Carabaya), Santa Lucía (en Lampa), Cojata (en Huancané), y
Ananea y Quilcapuncu (en San Antonio de Putina) son los más afectados. Sin
embargo, otros departamentos del país no están exentos de la minería ilegal e
informal y de sus consecuencias: Loreto, Amazonas, Ucayali y Apurímac también
concentran grandes cantidades de ilícitos por este fenómeno. Llama la atención que
el Sistema de Detección Temprana referido anteriormente identifique que todos los
departamentos del Perú, a excepción del departamento de Tumbes (en el que a
través del mapa interactivo no se registran actividades de este tipo), tengan algún
nivel de problemática referida al fenómeno materia de análisis. Este hecho da
cuenta de la necesidad urgente de contar con planes y estrategias adecuadas que
establezcan mecanismos concretos de coordinación con gobiernos regionales y
locales para erradicar a la minería ilegal y acelerar los procesos de formalización de
la minería informal. El gráfico 3 muestra la distribución de las áreas infestadas por
la minería ilegal e informal en el sureste del país.
Gráfico 3. Mapa de las áreas con presencia de minería ilegal e informal en el sureste del país.

Fuente: Ministerio de Energía y Minas (2015).

Respecto a la cantidad de personas involucradas en la minería ilegal e informal,


Heck (2014: 185) estima que son “unas 60 mil familias las que directa o
indirectamente están involucradas en la minería artesanal/informal; asimismo, unos
50 mil trabajadores mineros ejercen directamente la actividad y unas 300 mil son
las personas directa o indirectamente dependientes de esta actividad”. Asimismo,
para el Ministerio de Ambiente (2013), “el aumento de la actividad minera ilegal es
directamente proporcional al incremento del precio del oro a nivel internacional.
Actualmente se calcula que de los 5 millones de onzas que exporta el Perú
anualmente, más de un millón (22% aproximadamente) corresponden a la minería
ilegal. Esta actividad ilícita genera anualmente utilidades por US$ 1000 millones y
evade impuestos por US$ 305 millones (…)”.
En general, el crimen organizado actúa a través de esta “área de trabajo” para
generar grandes utilidades, toma ventaja de la falta de capacidad estatal para
realizar labores de control y fiscalización y de la accidentada pero rica geografía que
nuestro país ostenta. Asimismo, es capaz de corromper a las autoridades políticas
y a los agentes del orden con grandes cantidades de dinero, debilitando el, ya de
por sí, permeado sistema institucional peruano. Cuenta, además y en muchos
casos, con dinero proveniente del tráfico ilícito de drogas (a través del lavado de
activos) y se interrelaciona con redes nacionales e internacionales de trata de
personas para la consecución de mano de obra barata y explotación sexual. Al
crimen organizado dedicado a la minería ilegal no le importan los derechos de las
personas, y mucho menos los del planeta. Su principal objetivo es el lucro a través
del comercio ilegal.
Frente a esta situación, el Estado deberá comenzar por diseñar planes y estrategias
de política de eliminación de la minería ilegal (a través de procedimientos de
prevención, interdicción18 y sanción) y de formalización de la informal (con procesos
de simplificación administrativa – menor burocracia). Debe, además, contar con
altos niveles de coordinación interinstitucional (con gobiernos regionales y locales)
que le permitan contar con procedimientos o planes de operación concertados y con
responsabilidades definidas. De forma obvia, todas estas estrategias deberán
contar con presupuesto adecuado y con incentivos (y sanciones) para evitar que
funcionarios públicos y partidos políticos regionales puedan caer en casos de
corrupción. Lo anterior no tendrá mucho efecto si es que el Estado, a través de sus
distintos organismos, no adquiere una presencia sustancial en comunidades
vulnerables a los efectos de la minería ilegal e informal y en zonas geográficas de
difícil acceso. Llevar los servicios primordiales, acompañar los procesos de
desarrollo de las poblaciones más alejadas, y establecer mecanismos de vigilancia
permanente sobre áreas potenciales de explotación minera son elementos que
forman parte de la solución al problema.
2.4. TRATA DE PERSONAS
El tráfico de personas, o trata de personas, no es un fenómeno reciente. En general,
quizá remonte sus orígenes a tiempos de la antigüedad, donde era común la
existencia de individuos o grupos de individuos que formaban parte de una
configuración social determinada en la que no eran considerados ciudadanos sino
esclavos, con obligaciones particulares, limitados derechos y sin privilegio alguno
(los ilotas en Esparta o los esclavos atenienses). Mucho sentido hace Valdés (2013:
219) cuando menciona que la trata de personas “está asociada al desarrollo de la
humanidad y a la tendencia de los seres humanos por dominar a otros seres
humanos”. En el Perú, esta tendencia se materializó en el incanato (con los piñas,
grupo social destinado al trabajo forzoso), en la época virreinal (cuando esclavos de
raza negra llegaron al Perú inicialmente como parte de las expediciones españolas
de conquista) y en la republicana. No fue sino hasta 1854 que el Presidente Castilla
decretó la abolición de la esclavitud. No obstante, “aún después de esa abolición,
en el Perú se (mantuvieron) formas esclavistas informales (…); y la condición servil
(fue) aplicada ya no al negro sino al asiático con las llamadas contratas chineras y
al indio con los contratos de enganche” (De Trasegnies, 2004). Hoy en día, el delito
del tráfico de personas está más orientado a la explotación sexual y laboral,
sobretodo en actividades como minería y tala ilegal o turismo.
Nuestro ordenamiento jurídico prevé este delito a través de la Ley Nº 28950 (contra
la trata de personas y el tráfico ilícito de migrantes). Por ella, se adecúan nuestras
normas al Protocolo de Palermo, instrumento firmado en el año 2000 por el Ejecutivo
y ratificado por el Congreso de la República en el 2002. En este instrumento
internacional, se define a la trata de personas como la “captación, el transporte, el
traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso
de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de
poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o
beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad
sobre otra, con fines de explotación. Esa explotación incluirá, como mínimo, la
explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los
trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud,
la servidumbre o la extracción de órganos”. En el Plan Nacional de Acción contra la
Trata de Personas 2011 – 2016, aprobado por Decreto Supremo Nº 004--‐2011--‐
IN, se la trata de personas se entiende como “un crimen que vulnera los derechos
fundamentales del ser humano al engañar, coaccionar, amenazar y violentar a los
individuos, constriñendo su libertad y violando su dignidad, con el fin de explotarlos”.
Asimismo, menciona que “es una forma de esclavitud contemporánea vinculada al
comercio de seres humanos, quienes son objeto de compra y venta dentro o fuera
de un país para su explotación u otros fines ilícitos”. El delito de la trata de personas
no puede llevarse a cabo por una sola persona, dado que se necesita una red de
contactos establecidos con diversas funciones para la captación, el traslado y la
explotación final de las víctimas. Partiendo de esa premisa, es lógico concluir que
debe existir un grupo de personas (dos o más) que, a través de la comisión de este
delito, busque alguna ganancia (lucro, principalmente). En esta última frase se
condensan los tres principales requisitos abordados en la introducción para la
existencia de un grupo de criminalidad organizada. Al respecto, la Defensoría del
Pueblo (2013: 61) señala que la trata de personas “constituye un delito proceso <por
estar integrado por un conjunto de eslabones que se inician en la identificación,
captación y aislamiento de la víctima, que puede llegar al extremo de la privación
de la libertad>. En ese sentido, desde la captación de la víctima, hasta su efectiva
explotación, se necesitará, al menos, la participación de más de una persona, las
cuales actuarán a partir de una división de trabajo en la comisión del delito”.
La trata interna (en contraposición a la trata de extranjeros en o hacia nuestro país)
es la variedad de este delito que más ocurre en nuestro país. De acuerdo al
Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público – Fiscalía de la Nación de la
República del Perú, con datos para el 2013 y con una muestra de 803 presuntas
víctimas, un 72.7% de presuntas víctimas tiene nacionalidad peruana (el resto varía
con cantidades no significativas entre ecuatorianos, colombianos, bangladesíes,
brasileños, haitianos, senegaleses, paraguayos y suecos19). El Plan Nacional de
Acción contra la Trata de Personas en el Perú menciona que, en el caso de la trata
interna, “la víctima es trasladada de un lugar a otro dentro del mismo país,
normalmente de zonas con problemas estructurales de pobreza o conflicto social a
zonas más desarrolladas y con mejor nivel de vida; con frecuencia de zonas rurales
a urbanas”. Las diversas finalidades de la trata de personas, para el Plan en
cuestión, incluyen la explotación sexual (que teje diversas rutas a lo largo del país),
la pornografía de menores, el turismo sexual, la explotación laboral (en la
agricultura, en la tala y en la minería ilegal, en las fábricas y en el trabajo doméstico),
la explotación en la mendicidad, por la compra de niños, niñas y adolescentes, la
comercialización de órganos y el reclutamiento forzoso (para labores de apoyo al
terrorismo – Sendero Luminoso). El gráfico 4 nos muestra un panorama general
sobre la tendencia al crecimiento del delito de la trata de personas en nuestro país.
Al 2012, los departamentos con mayor tasa (probablemente de incidencia del delito
del trata de personas o de víctimas del mismo) por 100,000 habitantes lo constituyen
Madre de Dios y Loreto. No sorprende que, en dichos departamentos, la minería
ilegal y la tala sean las principales actividades ilícitas.
EVOLUCIÓNDELDELITODETRATADEPERSONASPORDISTRITOFISCAL

TASA POR 100,000 HABITANTES

Huancavelica Huancavelica Huancavelica

Fuente: Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público Fiscalía de la Nación.

En ese sentido, y siguiendo las cifras del Observatorio de Criminalidad, la


explotación más recurrente constituye la sexual, con un 33.3%. En segundo lugar
se encuentra la explotación doméstica, con un 18%. Los siguientes tipos de
explotación muestran un menor porcentaje de recurrencia e incluyen la explotación
doméstica, la relacionada a la comisión de delitos, mendicidad y venta de niños. Por
rango de edad, la mencionada fuente establece que el mayor porcentaje de
presuntas víctimas tiene entre 13 y 17 años (47.3%), y en segundo lugar 18 y 24
años (16.2%). Al respecto, resulta preocupante que los esfuerzos realizados por el
Estado no tengan los efectos esperados en cuanto a protección de menores se
refiere. Es muy probable que, en zonas urbanas, exista un mayor nivel de
prevención estatal frente a la trata de personas, sin embargo, en aquellos lugares
donde la presencia estatal es nula o casi nula y donde las condiciones económicas
y sociales (pobreza, falta de oportunidades laborales, exclusión social) difieren
mucho de las de las zonas urbanas, se crean escenarios propicios para la
penetración de organizaciones criminales dedicadas a la trata de personas. En el
caso de los menores de edad, la Defensoría del Pueblo (2013: 9) menciona que “el
mecanismo más utilizado para captar niños, niñas y adolescentes es la necesidad
de un trabajo que les permita
subsistir, así como apoyar la precaria situación económica que padecen sus
familias. Por ello, la ausencia de oportunidades laborales se constituye en un terreno
fértil para los tratantes, cuyo único norte en la vida es lucrar a toda costa (…)”.
En cuanto a modos de operación, las organizaciones criminales siempre se
encuentran en permanente cambio. Así, lo usual es que las rutas de traslado de
personas captadas varíen a lo largo del tiempo, sin embargo, es constante que se
las traslade a través de transporte terrestre por vías de difícil acceso por parte de
las autoridades, “tal como ocurre en las rutas que van de Cusco y Puno hacia Madre
de Dios para abastecer de mujeres a los centros de explotación sexual que se
cuentan por centenas en la zona de minería informal y en la capital de la región”
(Valdés, 2013: 225). Aquí nos encontramos una vez más con un aspecto que ha
estado presente a lo largo de esta investigación: la falta de presencia estatal
eficiente. En efecto, dado que el territorio peruano es bastante complejo y su
geografía no facilita el acceso permanente y oportuno a diversas zonas, las
organizaciones criminales eligen su población objetivo con total libertad, establecen
sus propias reglas y formas de actuación y delimitan sus rutas preferidas para el
tráfico de personas. No resulta sorprendente que, en la actualidad, los criminales
dedicados a la trata de personas utilicen redes informáticas sociales (blogs y foros
en la deepweb o Facebook) tanto para captar personas (sobretodo menores de
edad) como para “negociarlas” (ver cuadro 4).
Como una de las “áreas de trabajo” de la criminalidad organizada, la trata de
personas merece la total atención del Estado peruano. Las diversas actividades
económicas (legales o ilegales) que se realizan en departamentos donde el control
estatal es limitado son causas fundamentales de la trata y mueven incalculables
cantidades de dinero para la consecución de sus fines. Frente a esta situación, se
requiere de una estrategia que involucre un adecuado presupuesto, un compromiso
interinstitucional (a nivel nacional e internacional) y que tome en cuenta aspectos
de prevención, investigación, detección y sanción de los responsables de este
delito. Al respecto, cifras del Ministerio Público arrojaron que, entre el 2009 y el
2013, hubieron 2700 imputados, de los cuales solo se sentenciaron a 45 de ellos
(El Comercio, 2015a).
2.5. TALA ILEGAL
Definida como “todo aprovechamiento de los recursos maderables en contravención
de las normas que rigen la extracción forestal” (Pautrat, 2006: S/N), la tala ilegal
representa uno de los delitos que más afectan a una gran parte del pulmón del
mundo: la Amazonía peruana. La potestad sancionadora del Estado peruano
conceptualiza, además, el delito de depredación y destrucción de bosques como “el
que destruye, quema, daña o tala, en todo o en parte, bosques u otras formaciones
vegetales naturales o cultivadas que están legalmente protegidas” (Código Penal
Peruano, art. 310), y lo clasifica como delito contra los recursos naturales, dentro de
los delitos ambientales. Pautrat también menciona una definición más sustantiva
(tomada de Muñoz), en la cual se señala que “la tala ilegal constituye toda actividad
de aprovechamiento o deterioro de los recursos forestales en contravención de las
normas que rigen la extracción forestal y protegen el patrimonio forestal nacional,
mientras el comercio ilegal de maderas constituirá, toda actividad de comercio o
facilitación del mismo sobre los recursos forestales que hayan sido extraídos en
contravención de las normas que rigen la extracción forestal y de protección del
patrimonio forestal nacional” (Pautrat, 2006: S/N).
Para entender la gravedad del fenómeno de deforestación y degradación ambiental,
en el cual la tala ilegal se constituye como uno de sus principales agravantes, resulta
adecuado analizar la información presentada por el Ministerio de Ambiente de la
Repúblcia del Perú. La tabla número dos establece la superficie deforestada por
período en el Perú y su evolución desde el 2000 hasta el 2014.
TABLA 2. Superficie deforestada desde el 2000 al 2014. Totales nacionales (has.)

2000 -­‐ 2005 2005 -­‐ 2009 2009 -­‐ 2010 2010 -­‐ 2011 2011 -­‐ 2013 2013 -­‐ 2014 TOTAL
329,005.36 488,253.27 83,137.41 95,513.41 171,049.11 148,716.17 1,315,674.67
Fuente: Ministerio de Ambiente (Geoservidor).

“Los resultados para el periodo 2010--‐2014 revelan que la conversión de la


cobertura de bosques a otros usos en ese periodo ha sido de 415,278 has. (103,819
has/año). Comparativamente a otros años con los datos generados por la DGOT,
se tiene que la superficie de pérdidas en el periodo 2000--‐2005 fue 329,005 has,
en el periodo 2005--‐2010 fue de 571,390 has.” (Ministerio del Ambiente, S/A).
La información presentada da cuenta de un incremento de hectáreas deforestadas
del período del 2005 --‐ 2010 respecto del 2000 – 2005. Las mediciones para el
período de 2010 – 2014, no obstante, están cerca de alcanzar las hectáreas
deforestadas del período anterior. Debe tomarse en cuenta que, para establecer
una comparación más adecuada, sería necesario contar con datos actualizados al
2015 (a fin de establecer uniformidad de períodos
– o quinquenios); es decir, contar con información del 2010 --‐ 2015. Sin embargo,
la tendencia sugiere que habrán incrementos significativos para este período
respecto del quinquenio anterior. Si es que dicha tendencia se confirma, estaríamos
en un caso de incremento progresivo de la deforestación desde el año 2000 hasta
la fecha, hecho que debe alertar a las autoridades pertinentes a fin de mejorar los
mecanismos de implementación de las políticas públicas existentes contra
depredación de bosques y tala ilegal.
En general, Pautrat (2006: S/N), parafraseando a Bedoya, menciona que “la
extracción maderera ha sido una actividad característica de la Amazonía peruana
desde inicios del siglo XX (…). El proceso se inició en el Perú durante los años
sesenta en las cuencas del Bajo Urubamba y el Alto Ucayali, extendiéndose durante
los años ochenta y noventa esencialmente a las partes altas de estas cuencas, en
Madre de Dios y Loreto”. En particular, la tala ilegal (para el período 2013 – 2014)
ha centrado sus ilegales esfuerzos en los departamentos de San Martín (con más
de 48,000 hectáreas depredadas), Loreto (más de 26,000), Huánuco (más de
23,000) y Ucayali (más de 18,000), entre otros. El Gráfico 5 muestra una distribución
pertinente del área deforestada para los períodos 2010 – 2011, 2011 – 2013 y
2013 – 2014, reforzando la idea central que hace referencia a que, esencialmente,
la tala ilegal tiene como objetivo central la deforestación de bosques en los
departamentos de San Martín y Loreto.
Qué impactos tiene el delito de tala ilegal? En principio, genera desordenes
ambientales, al depredar espacios vitales de biodiversidad. Asimismo, le resta
recursos que pertenecen al Estado peruano y que bien podrían generar tanto
ingresos a empresas formales como trabajo a pobladores locales por su explotación
sostenible. Sin embargo, la demanda por madera ilegal genera “una economía
paralela informal que desincentiva la inversión privada en el manejo forestal de largo
plazo, promueve la generación de mecanismos económicos de corrupción, y en
algunos casos, se halla asociada a otros ilícitos, como el narcotráfico” (Pautrat,
2006: S/N). Esta demanda de madera ilegal ha devenido en la generación de
grandes mafias y organizaciones criminales establecen redes e interconexiones con
otros delitos, en particular, con el tráfico ilícito de drogas (que provee de recursos
financieros que hacen las veces de, en la mayoría de casos, capital inicial para la
actividad económica ilegal de tala), la trata de personas (con la finalidad de
explotación de capital humano barato) y la corrupción (mecanismo que facilita o
permite las labores ilícitas de tala a través del consentimiento de autoridades). La
citada autora también menciona que “la tala y el comercio ilegal de maderas (…)
promueve la evasión de impuestos, el no pago de derecho de aprovechamiento, la
desvalorización de los bosques naturales, la informalidad, la explotación laboral, la
especulación en los precios de la madera, víveres, medicinas y otros bienes, el
contrabando, el uso ilegal de telecomunicaciones (…), la comercialización ilegal de
combustibles (…) y prostitución”.
Pero, ¿por qué las áreas deforestadas continúan en aumento? La responsabilidad
principal recae sobre el aparato estatal. Es necesario contar con herramientas
legales pertinentes que le brinden un amplio margen de acción a las principales
autoridades nacionales encargadas de la interdicción. Esta herramienta permitirá
elevar los costos que implica la actividad ilegal, quitándole rentabilidad económica
y, en consecuencia, debilitando a las mafias y grupos organizados responsables.
Eso implica, obviamente, contar con mayor presupuesto para la contratación de
personal adicional (ya que es conocido que las fuerzas policiales no se dan abasto
suficiente para cubrir las extensas áreas de la selva peruana) y la compra de
herramientas de fiscalización. En general, una política contra la tala ilegal debe,
asimismo, reforzar labores de identificación para la prevención, lo que implica contar
con mapas actualizados tanto de las áreas depredadas como de las principales
rutas utilizadas para el traslado de madera ilegal. Además, la labor de inteligencia
policial deberá ser reforzada e impulsada, a fin de identificar, también, aquellos
nexos entre el delito de la tala ilegal y el narcotráfico, la trata de personas, y
autoridades corruptas cómplices del mismo. La idea central, y que sirve de base
para la lucha contra los fenómenos analizados en capítulos anteriores, tiene que ver
con el enfoque. Para el caso del tráfico ilícito de drogas, los escasos recursos
designados a su lucha centran sus esfuerzos en los eslabones más vulnerables de
la cadena (consumidores, “mulas” y productores cocaleros); mientras que los
esfuerzos contra la corrupción política casi siempre terminan en arrestos de
autoridades de mando bajo o medio, permitiendo así que la dinámica y la estructura
del crimen organizado en la política continúe operando de forma impune). En tala
ilegal, resulta fundamental que las autoridades enfoquen sus recursos en las mafias
detrás del delito más que en aquellos individuos que forman la parte más baja de la
pirámide (en particular, los campesinos madereros).
Se sugiere, asimismo, que exista un mayor nivel de coordinación entre instituciones
estatales a fin de establecer mecanismos de prevención y sanción contra la tala
ilegal. Este hecho supone alcance estatal, es decir, un nivel apropiado de presencia
de instituciones estatales en áreas geográficas de difícil acceso. Es más, frente al
continuo incremento de esta actividad ilícita y su penetración en Reservas y Parques
Nacionales20, resulta necesario contar con mayores incentivos para la lucha contra
este fenómeno.
2.6. OTROS DELITOS
Los niveles de inseguridad ciudadana en el Perú han aumentado a lo largo de los
últimos años. Las denuncias por la comisión de delitos (que, de alguna forma, son
la materialización de la tan cuestionada percepción de inseguridad) han aumentado
en los último 5 años. De acuerdo a la Policía Nacional del Perú (2014: 26), en el
2010 se registraron 181,866 en el país, mientras que para el 2014 la cifra alcanzó
las 278,184 denuncias. Durante ese período, las cifras no han tenido un solo
retroceso. El mismo reporte menciona que, en el año 2014, el primer departamento
con mayor incidencia delictiva era Lima (con 121,577 denuncias), seguido por La
Libertad, Arequipa, Lambayeque, Callao y Piura. Lo curioso es que estos
departamentos (y la Provincia Constitucional del Callao) presentan algunas
características comunes, tales como su situación costera o el relativamente alto
nivel de desarrollo frente a otros departamentos de la sierra o selva.
Pero, ¿cuáles son los delitos más denunciados? Para el 2014, la Policía Nacional
del Perú (2014: 29
– 31) recibió la mayor cantidad de denuncias por delitos contra el patrimonio en las
modalidades de hurto (89,599), robo (77,600), y otras (17,816). En segundo lugar,
contra la seguridad pública, en las modalidades de peligro común (27,246), tráfico
ilícito de drogas (4,448), micro comercialización de drogas (5,112), tenencia ilegal
de armas (1,570) y otras (1,640). En tercer lugar se encontraban los delitos contra
la vida, el cuerpo y la salud, haciendo especial énfasis en la modalidad de lesiones
(24,806).
Las cifras mostradas indican que existe una propensión en el Perú a que, a través
del tiempo, se incrementen las actividades ilícitas de robo y hurto. Estas pueden ser
cometidas por una persona o por un grupo de personas que siguen patrones de
comportamiento y formas de actuación determinados, con lo cual podría afirmarse
la existencia de organizaciones criminales dedicadas a estos ilícitos. Al respecto,
los medios de comunicación, durante el año 2015, dieron cuenta de muchos casos
que hacían alusión a robo de vehículos, casas, centros financieros, negocios
particulares (restaurantes, sobretodo), dinero en efectivo, etc. En todas estas
modalidades, resaltaba el hecho de que siempre se utilizaba la violencia, el uso de
armas de corto y largo alcance, la intimidación, el secuestro, e incluso el asesinato
víctimas directas o de agentes de seguridad privada.
Por otro lado, la extorsión también se ha convertido en uno de las herramientas de
bandas organizadas para el cobro de cupos a diversos actores y empresarios del
sector privado. En este sentido, nuevamente los medios de comunicación
lograron el agenda--‐setting de temas de seguridad ciudadana a través de
múltiples reportajes que daban cuenta de artefactos explosivos (de guerra) dejados
en las afueras de colegios particulares en algunas zonas emergentes de Lima.
Asimismo, el boom de la construcción de viviendas en el Perú21 ha generado que
sindicatos y agrupaciones de obreros de construcción civil se enfrasquen en riñas
violentas que involucran el uso de armas de fuego para conseguir la construcción
de obras, actuando como bandas organizadas con estructura y dinámica propia.
Además, el tráfico de terrenos también involucra la existencia de mafias del crimen
organizado que no solo se dedican a estafar a individuos a través de la compra y/o
venta de terrenos que ya tienen dueños legítimos, sino que también contratan
individuos violentos (conocidos en el Perú como “matones”) para apoderarse de los
mismos a la fuerza, sin importar que se pierdan vidas en el camino.
Al respecto, diversas herramientas han sido puestas en marcha por la
administración Humala, las mismas que incluyen, entre otras, la eliminación del 24
por 24, sistema que le permite a los efectivos policiales trabajar un día en labores
policiales y descansar otro. La idea es que el servicio a la Policía Nacional del Perú
sea a tiempo completo a razón de un aumento salarial, el mismo que, para muchos,
no compensaría los ingresos que los uniformados perciben actualmente por brindar
servicios de seguridad a privados en sus días de descanso. En concreto, se busca
que en las calles haya más efectivos policiales; pero sin una estrategia concreta,
eficaz y resiliente contra la delincuencia común y el crimen organizado, los
resultados conseguidos no serán más que efímeros.
CONCLUSIONES
 La criminalidad organizada en nuestro país ha incrementado sus actividades
a lo largo de los últimos años. Sus diversas “áreas de trabajo” se han
proliferado y han evolucionado a costa de las limitadas acciones del Estado
para prevenirlas, mientras que las poblaciones más vulnerables continúan
sufriendo sus consecuencias. En particular, el tráfico ilícito de drogas ha
mostrado crecimientos constantes en cuanto a producción potencial de
cocaína y montos involucrados por lavado de activos (en construcción civil o
a través de la minería ilegal, por ejemplo). Asimismo, el tráfico de drogas ha
variado sus rutas (Corredor Sur, por ejemplo) y sus modalidades (vías de
transporte preferidas – entre aéreas, fluviales y marítimas), además de haber
corrompido a autoridades públicas (miembros de las Fuerzas Armadas y
Policía Nacional, autoridades portuarias, fronterizas, entre otras) y privadas,
generando así estancamientos en los procesos de democratización e
institucionalización del país.
 En cuanto a criminalidad política, las mafias del crimen organizado han
buscado diversos mecanismos para penetrar al sistema y conseguir distintos
niveles de complicidad y permisividad de autoridades para la realización de
sus actividades ilícitas. La fragilidad estatal, su limitado alcance hacia
territorios de difícil acceso y población remota, el escaso presupuesto
asignado para la lucha contra la corrupción, el inconcluso y limitado proceso
de descentralización, el bajo nivel de institucionalidad y transparencia
partidaria y la escasa fiscalización por parte de la ciudadanía y los órganos
de control gubernamental, entre otros factores, han fomentado la existencia
de un clima propicio para la entrada del crimen organizado en la arena
política.
 Asimismo, la coexistencia e interconexión de otros delitos relacionados a la
minería ilegal (y también informal), la trata de personas y la tala ilegal han
determinado que se plantee la necesidad de reestructurar estrategias
generales que contemplen la identificación de actores, redes, escenarios y
formas de actuación a fin de generar planes operativos de ejecución oportuna
orientados a la prevención del delito, interdicción y sanción de involucrados.
Al respecto, urge la necesidad de terminar con formas de explotación laboral
y sexual, tan frecuente en zonas mineras carentes de control estatal. Por
último, los esfuerzos gubernamentales para la lucha contra el crimen
organizado no deben descuidar otros delitos más frecuentes, de origen
principalmente urbano y en los que también persiste la presencia de mafias
organizadas: en particular, los delitos contra el patrimonio, contra la
seguridad pública y contra la vida, el cuerpo y la salud.
BIBLIOGRAFÍA
 Torres, Manuel (2016). Criminalidad Organizada en el Perú: Narcotráfico,
Corrupción y otros Delitos. Centro de Investigación Drogas y Derechos
Humanos. Recuperado de http://www.red-alas.net/wordpress/wp-
content/uploads/2016/02/Criminalidad-Organizada-en-el-Peru%CC%81-
Torres-VF.pdf

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