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Cabe preguntarnos ahora qué relación hay entre el narcisismo y el autoerotismo. Los
instintos autoeróticos existen primordialmente antes del desarrollo del yo: cuando
éste se desarrolla, se instaura el narcisismo. Debemos también preguntarnos lo
siguiente: si atribuimos al yo una carga primaria de libido, ¿para qué precisamos
diferenciar una libido sexual de una energía no sexual correspondiente a los instintos
del yo? ¿Para qué diferenciar tantos tipos de libido? ¿No basta un solo tipo de energía
psíquica para explicarlo todo? No, responde aquí Freud. La división de la libido en
libido del yo y libido objetal es una prolongación inevitable de la clasificación de los
instintos en instintos del yo y sexuales, clasificación que surge de haber estudiado las
neurosis de transferencia, y que la explica adecuadamente. La diferenciación
primitiva en instintos del yo y sexuales determinó la libido del yo y la objetal. A su
vez esa diferenciación primitiva es inevitable si consideramos las funciones de todo
organismo vivo (automantenerse y mantener la especie). Por tanto el fundamento
último de estas teorías es biológico, y a falta de una mejor la seguiremos
manteniendo, sobre todo por explicar satisfactoriamente los cuadros neuróticos y las
esquizofrenias.
No sólo podemos investigar el narcisismo a través de las parafrenias y las neurosis
(donde definimos lo normal a partir de la intensificación de lo patológico), sino
también observando la enfermedad orgánica, la hipocondría, y la vida erótica de los
sexos.
El enfermo orgánico se interesa sólo por su cuerpo, su sufrimiento, retrayendo la
libido del mundo exterior y cesando el interés erótico. También lo vemos en el
dormir (deseo único y exclusivo de dormir cuando se está muy cansado). El
hipocondríaco, análogamente, retrae su interés y su libido del exterior, concentrando
ambos en el órgano que le preocupa. En la vida erótica, ciertas partes del cuerpo
intensifican su erogeneidad, siendo objeto de gran interés, de igual forma que en la
hipocondría, donde ciertos órganos supuestamente enfermos también despiertan la
misma intensidad de interés.
En la parafrenia y la hipocondría hay un estancamiento de la libido del yo, así como
en las neurosis de transferencia (histeria y neurosis obsesiva) hay un estancamiento
de la libido objetal. Freud se pregunta aquí porqué un estancamiento de la libido del
yo es sentido como displacentero, y porqué entonces luego se hace objetal. Se hace
objetal cuando la carga libidinosa del yo sobrepasa cierta medida (un intenso
egoísmo protege contra la enfermedad; pero al fin y al cabo hemos de comenzar a
amar para no enfermar, y enfermamos en cuanto una frustración nos impide amar).
El aparato psíquico busca calmar las excitaciones displacenteras o patogénicas. Como
la descarga al exterior no puede hacerse, por diversos motivos, se busca una
derivación interna de esas excitaciones. Cuando son derivadas hacia objetos irreales
se produce un estancamiento de la libido (introversión). La megalomanía permite
una análoga elaboración interna de la libido retraída al yo, y quizá sólo cuando ésta
fracasa es cuando se hace patógeno dicho estancamiento libidinal. En la parafrenia,
la libido no permanece ligada a objetos de la fantasía (como en las neurosis de
transferencia) sino que se retrae al yo. Correlativamente, el fracaso de esta función
psíquica correspondería a la hipocondría de la parafrenia, homóloga a la angustia de
la neurosis de transferencia.
Como la parafrenia involucra generalmente un desligamiento sólo parcial de la libido
de sus objetos, pueden ocurrir tres cosas: 1) retornar a la normalidad o a la neurosis
(fenómenos residuales); 2) desligar la libido de los objetos (hipocondría, regresión,
etc.); y 3) la restitución, que consiste en ligar nuevamente la libido a los objetos, sea a
la manera histérica o parafrénica, o a la manera de la neurosis obsesiva o la paranoia.
La vida erótica humana es una tercera fuente para el estudio del narcisismo. Las
primeras satisfacciones sexuales autoeróticas son vividas en relación a funciones de
autoconservación, es decir los instintos sexuales se apoyan en un principio en los
instintos del yo, y solo ulteriormente de hacen independientes. Incluso hay un apoyo
anaclítico para la elección de objeto pues éste satisface necesidades del yo (alimento,
protección, etc.); este tipo de elección de objeto son las primeras que realiza el niño.
En los perversos y homosexuales la elección de objeto es en cambio narcisista: se elije
el objeto conforme a la imagen de uno mismo. Así, el sujeto tiene dos posibles objetos
para elegir: él mismo y la mujer nutricia. A esto llamamos narcisismo primario.
Más tarde, el hombre hará un tipo de elección de objeto, y la mujer otro. En el
hombre se ve un amor completo al objeto (hiperestimación sexual), y es una
transferencia del narcisismo infantil sobre el objeto sexual, lo cual permite el
enamoramiento. En la mujer, y sobretodo si es bella, nace una complacencia por ella
misma: se aman a sí mismas con la misma intensidad con que el hombre las ama. No
necesitan amar, sino ser amadas. No obstante, hay muchas mujeres que aman según
el tipo masculino, desarrollando la hiperestimación sexual correspondiente. La mujer
narcisista encuentra no obstante una salida para el amor objetal con su hijo (una
parte de ellas mismas a quien pueden consagrar un pleno amor objetal sin
abandonar su propio narcisismo). Finalmente otras mujeres no necesitan tener un
hijo para pasar del narcisismo al amor objetal: son las que desde antes incluso de la
pubertad desarrollaron una trayectoria masculina.
En síntesis, se ama conforme al tipo narcisista lo siguiente: lo que uno es, lo que uno
fue, lo que uno quisiera ser, o la persona que fue parte de uno mismo, y se ama
conforme al tipo anaclítico o de apoyo a la mujer nutricia, o al hombre protector. El
punto más espinoso para el narcisismo -no ser inmortal- se resuelve amando a los
propios hijos, amor que no es más que una resurrección del narcisismo de los padres.
4. El ejemplo concreto es el caso Juanito, quien se niega a salir a la calle por temor a
los caballos. ¿Dónde está aquí el síntoma?, ¿en la angustia?, ¿en la restricción a
moverse libremente?, ¿en el caballo como objeto elegido?; ¿dónde está la satisfacción
que Juanito se prohíbe?
Vemos que se trata de un miedo muy concreto: el temor a que lo muerda un caballo.
El análisis de Juanito revela un conflicto de ambivalencia: odia y ama al mismo
tiempo a su padre. Su fobia debe ser una tentativa de resolución de dicho conflicto, el
cual en este caso no se resuelve al triunfar una de las dos tendencias. Juanito reprime
el impulso hostil hacia su padre, pues antes había visto cómo se hería un caballo y un
compañerito que lo montaba al caerse juntos, asaltándose entonces el deseo de que a
su padre le pasara lo mismo.
En esta fobia la angustia no es el síntoma. Si Juanito, enamorado de su madre,
mostrara miedo al padre, esto no significaría ni una neurosis ni una fobia,
simplemente una expresión de sus sentimientos. Lo que hace de esta reacción una
neurosis es simplemente la sustitución del padre por el caballo. Este desplazamiento
es lo que constituye el síntoma, que permite resolver la ambivalencia. Lo resuelve
desplazando uno de los dos impulsos de Juanito sobre el caballo u objeto sustituto.
Podríamos aquí preguntarnos ¿si Juanito deriva el impulsos hostil hacia el caballo,
porqué no lo agrede en lugar de tenerle miedo? Si Juanito lo hubiera directamente
agredido, la represión no habría modificado en absoluto el carácter agresivo del
impulso instintivo, sino sólo su objeto. Esto nos lleva a pensar que en Juanito ha
ocurrido algo más.
La representación de ser devorado por el padre (mordido por el caballo), es un
antiquísima representación típica infantil, lo que a su vez es la expresión de un
impulso amoroso pasivo: ser amado por el padre, en el sentido genital, aunque se
exprese en la fase de transición de lo oral a lo sádico (regresión). Pero esto, ¿se trata
sólo de una sustitución de la representación por una regresión a imágenes
primordiales (ser devorado por el padre) o de un rebajamiento regresivo real de lo
genital a lo oral y sádico? No es fácil decidirlo. El caso del hombre de los lobos parece
confirmar la segunda alternativa, pues dio muestras de impulsos sádicos y neurosis
obsesiva.
Por lo tanto, el yo no utiliza sólo la represión: también recurre a una regresión y, una
vez instalada ésta, puede luego seguir una represión.
Los casos de Juanito y del hombre de los lobos sugieren otras reflexiones. En ambos
casos el impulso hostil hacia el padre queda reprimido por su transformación en lo
contrario: en vez de agredir al padre, éste (lobo o caballo) agrede al sujeto. Pero
también se ha reprimido el impulso amoroso pasivo, y también el impulso amoroso
hacia la madre. O sea aquí se reprimieron varios impulsos, no uno solo, y además
hubo una regresión a fases anteriores. En ambos casos encontramos también el
miedo a la castración: por este miedo abandona Juanito la agresión contra su padre
(y el miedo a la mordedura es el miedo a la mordedura de sus genitales). En el
hombre de los lobos, la castración se aprecia en sus sueños. En suma: en ambos casos
es el miedo a la castración el motivo de la represión. Las ideas angustiosas de ser
mordido por el caballo o devorado por el lobo son sustitutivos deformados de la idea
de ser castrado por el padre. El miedo angustioso a la castración es una angustia real,
miedo a un peligro juzgado como verdadero. La angustia causa aquí entonces la
represión y no, como antes habíamos dicho (Freud alude aquí a su primera teoría
sobre la angustia) que la represión cause la angustia, o sea que la represión
transforme el impulso instintivo en angustia.
La angustia, concluimos, no nace nunca de la libido reprimida. Sin embargo en casos
como el coitus interruptus o la abstinencia forzada se produce angustia a expensas de
la energía del impulso instintivo desviado. Podemos explicar esto pensando que el yo
sospecha peligros cuando hay un coitus interruptus, ante los cuales reacciona con
angustia, pero esta hipótesis no conduce a nada. Los análisis de las fobias anteriores
parecen hacer más sólida la hipótesis de que la angustia produce la represión.
7. En las zoofobias infantiles vistas, el yo tiene que actuar contra una carga de objeto
libidinosa del ello por comprender que, el aceptarla, traería consigo el peligro de la
castración.
Queda por ver en el caso Juanito (Edipo positivo) si la defensa del yo va contra el
impulso amoroso hacia la madre o el impulso agresivo contra el padre. Sólo el
primero de ellos es puramente erótico, y esta cuestión tiene un interés teórico porque
siempre hemos creído que la neurosis se defiende de lo erótico, no de los demás
instintos. En Juanito el impulso amoroso parece haber sido totalmente reprimido,
emergiendo sólo el impulso agresivo en el síntoma. En el caso del hombre de los
lobos, más sencillo, el impulso reprimido que aparece en el síntoma es el impulso
erótico (actitud femenina con respecto al padre: Edipo negativo). A partir de todo
esto Freud nota un defecto en su teoría de los instintos. Y la solución la encuentra en
un hecho conocido: los impulsos instintivos pueden estar fusionados: al reprimir el
impulso amoroso, al mismo tiempo se puede estar reprimiendo el impulso agresivo.
En Juanito por ejemplo, el impulso agresivo es también reprimido.
Pero nos importa ver qué relación tiene esto con la angustia. Cuando el yo -decíamos
antes- advierte el peligro de castración, da la señal de angustia e inhibe la amenaza
del ello. Por la fobia el miedo a la castración recibe un objeto distinto y una expresión
disfrazada (ser mordido por el caballo o ser devorado por el lobo, en vez de ser
castrado por el padre). Esta sustitución tiene la ventaja de eliminar la ambivalencia, y
además la ventaja de permitir al yo desarrollar angustia, ya que de un padre ausente
no puede temerse la castración, pero al mismo tiempo el padre no puede ser
suprimido: teniéndole miedo al caballo puede controlar la angustia, simplemente
evitándolo. En rigor no se sustituye aquí un peligro interior por uno exterior, sino
uno exterior (castración) por otro exterior (mordedura). La única diferencia entre
esta angustia y la angustia real (o sea la normal ante situaciones peligrosas objetivas)
es que la primera tiene un contenido inconciente, que sólo deformado o disfrazado
alcanza la conciencia. En las fobias de adultos se agregan otros factores, pero en lo
esencial se trata del mismo mecanismo. En la agorafobia por ejemplo, el yo no se
contenta con renunciar a algo sino que agrega elementos para despojar a la situación
de su peligro: por ejemplo se arriesgará a salir a la calle si va acompañado.
Lo analizado en las fobias respecto de la angustia, es también aplicable a la neurosis
obsesiva. El yo intenta siempre sustraerse a la hostilidad del Superyó. El yo teme al
Superyó por el castigo de la castración. El obsesivo cumple escrupulosamente
preceptos y actos expiatorios que le son impuestos para protegerse de la angustia. La
angustia es una reacción frente a un peligro (la castración o algo derivado de ella), y
el yo busca eludirla a toda costa. En las neurosis traumáticas el miedo es a perder la
vida (neurosis de guerra): el miedo a morir es análogo al miedo a la castración. En
dichas neurosis traumáticas la angustia puede también provenir de la gran cantidad
de excitación que inunda al aparato psíquico.
Si hasta ahora veníamos viendo la angustia como una señal de peligro, ahora la
vemos como una reacción frente a una pérdida (castración). La angustia del
nacimiento, por la igualdad niño=pene, es angustia ante la castración de la madre.
Esta última hipótesis tiene algunas objeciones: 1) el bebé es totalmente narcisista y
no considera al nacimiento como una separación de la madre, y 2) a veces
reaccionamos ante una pérdida con tristeza y no con angustia.
9. Nos queda por ver la relación entre formación de síntomas y angustia. Al respecto
hay dos opiniones: 1) la angustia misma ya es un síntoma neurótico, y 2) el síntoma
está para eludir la angustia. Freud apoya esta segunda opinión, y la ejemplifica
mostrando por ejemplo que si impedimos al obsesivo lavarse las manos siente
angustia, lo que prueba que el síntoma tapaba la angustia, El síntoma protege de la
angustia y de la situación de peligro que la había generado. La situación de peligro es
interna (aunque se pueda proyectar en el exterior). ya que está en el mismo impulso
instintivo. El yo, para hacer a éste inofensivo, lo desvía de su fin.
Así como hay un distinto peligro en cada etapa de la vida, lo mismo pasa con el dolor:
la niña siente dolor cuando pierde la muñeca, y el adulto cuando pierde un ser
querido; también en el dolor puede haber regresos al mundo infantil (en el caso de
las neurosis). O sea en la angustia neurótica hay un regreso a un tipo de angustia
infantil, pero al revés, el hecho de sentir una determinada angustia en la niñez no
significa que luego el sujeto sea neurótico, porque esas angustias suelen desaparecer.
El miedo al Superyó no desaparece nunca, y el miedo a la castración suele reaparecer
en forma disfrazada (por ejemplo como temor a la sífilis). El problema que nos queda
por ver es porqué en los neuróticos puede mantenerse intacta la angustia de tipo
infantil.
11. Apéndice