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San Agustín

Conocido también «Doctor de la Gracia» fue el máximo pensador del cristianismo


del primer milenio y según Antonio Livi uno de los más grandes genios de la
humanidad. Autor prolífico, dedicó gran parte de su vida a escribir sobre filosofía y
teología, siendo Confesiones y La ciudad de Dios sus obras más destacadas.

Obra
La ciudad de Dios, cuyo título original en latín es De civitate Dei contra paganos, es
decir, La ciudad de Dios contra los paganos, es una obra escrita en 22 libros de
Agustín de Hipona que fue realizada durante su vejez y a lo largo de quince años,
entre 412 y 426. Es una apología del cristianismo, en la que se confronta la Ciudad
Celestial a la Ciudad Pagana. Las numerosas digresiones permiten al autor tratar
temas de muy diversa índole, como la naturaleza de Dios, el martirio o el judaísmo,
el origen y la sustancialidad del bien y del mal, el pecado y la culpa, la muerte, el
derecho y la ley, la contingencia y la necesidad, el tiempo y el espacio, la Providencia,
el destino y la historia, entre otros muchos temas.
San Agustín estructura el libro La Ciudad de Dios a partir de la contraposición entre
la ciudad de Dios, que representa el cristianismo, y por tanto la verdad espiritual, y
la ciudad pagana, que representa la decadencia y el pecado

 Que se trata de una propuesta sobre una nueva forma de sociedad civil, que
pretende impulsar los valores de la humanidad en virtud de vivir conforme
a la doctrina cristiana. Responde a las críticas que los paganos hacían contra
el cristianismo.
 Esta obra esta dividid en 22 libros que describen hasta cierto punto la utopía
de una sociedad celestial que se debe empezar a vivir ya en la tierra y cuyos
principios están en contra de la sociedad pagana.
 Lo ideal que plantea San Agustín seria que “de las cosas temporales debemos
usar, no gozar, para merecer gozar las eternas”
 Lo que es obra del hombre puede segar el espíritu impidiendo que la luz de la
divinidad ilumine el corazón de la persona.
 En este sentido, San Agustín pretende aclarar que el alma, la cual es una
cualidad del cuerpo, es trascendente, y por tanto puede ser partícipe de lo
celestial porque es incorruptible, sólo cuando ésta domina su voluntad y
controla sus deseos desordenados.
 Por último, parece muy evidente que San Agustín recomienda que si el
hombre pretende alcanzar la paz y la felicidad celestial, es tarea que desde
ahora vaya perfilando su alma a la entrega desinteresada por el prójimo y al
amor del único Dios que lo ha creado, porque la ciudad de Dios se empieza
a vivir ya aquí en la tierra, sin embargo se encuentra en una continua lucha
con la ciudad terrena, ya que en ésta habitan seres que no reconocen a su
creador, poniendo sus felicidad en las cosas temporales, que ciegan su amor
hacia sí mismos, debido a que han desviado su voluntad por caminos
desordenados. En conclusión es tarea del ser humano vivir “la doble
ciudadanía por la cual el hombre puede ser miembro de la ciudad de Dios,
sin dejar de ordenar su vida temporal, dentro del marco de la sociedad civil
y de acuerdo con sus normas”.

Importancia y valor de la obra


A pesar de la designación del cristianismo como religión oficial del Imperio, Agustín
expuso que su mensaje es más espiritual que político. El cristianismo, según él, se
debe referir a la ciudad mística y divina de Jerusalén (la nueva Jerusalén) y no tanto
a la ciudad terrenal. Su teología sirvió para definir la separación entre Iglesia y
Estado, algo que caracterizaría a las relaciones políticas de Europa occidental,
frente al Este bizantino, en donde lo espiritual y lo político no mostraba una
separación tan evidente.
La división agustiniana en dos ciudades (y dos ciudadanías) influirá de forma decisiva
sobre la historia del Occidente medieval, marcado por lo que se ha dado en llamar
el «agustinismo político». El cristiano que se siente llamado a ser habitante de la
ciudad de Dios y que ordena su vida de acuerdo con el amor, no puede evitar ser a
la vez ciudadano de un pueblo concreto.
Sea cual sea este pueblo, no podrá identificarse nunca de forma plena con la ideal
ciudad de Dios, motivo por el que el cristiano permanecerá estructuralmente
escindido entre dos ciudadanías: una de carácter estrictamente político, que es la
que lo vincula con una ciudad o un estado concreto; y otra que no puede dejar de
ser parcialmente política, pero que en buena parte es también espiritual.
El problema del mal
San Agustín le interesaba especialmente el problema del mal (si Dios puede, sabe
y quiere acabar con el mal, ¿por qué existe el mal?) atribuido a Epicuro. Este hecho
fundamental se convierte en un argumento contra la existencia de Dios, aún usado
por ateos y críticos de las religiones. Las repuestas ante el argumento que intentan
demostrar racionalmente la coherencia de la existencia del mal y Dios en el mundo,
se llaman teodicea.
Agustín dio varias respuestas a esta cuestión en base al libre albedrío y la
naturaleza de Dios:
San Agustín cree que Dios creó todo bueno. El mal no es una entidad positiva, luego
no puede “ser” (como afirman los maniqueos), pues según Agustín, el mal es la
ausencia o deficiencia de bien y no una realidad en sí misma. San Agustín toma esta
idea de Platón y sus seguidores, donde el mal no es una entidad, sino ignorancia.
Este pensamiento se le denomina Optimismo Metafísico Agustiniano.
Agustín argumenta que los seres humanos son entidades racionales. La
racionalidad consiste en la capacidad de evaluar opciones por medio del
razonamiento, y por consiguiente, Dios les tuvo que dar libertad por naturaleza, lo
que incluye poder elegir entre bien y mal. Dios tuvo que dejar la posibilidad de Adán
y Eva en desobedecerle, lo que exactamente sucedió según la Biblia. Esto se le
conoce como la Defensa del libre albedrío.
Finalmente, Agustín sugiere que observemos el mundo como algo de bello.
Aunque el mal exista, este contribuye a un bien general mayor que la ausencia del
mismo, así como las disonancias musicales pueden hacer más hermosa una melodía.

Percepción del tiempo


El tiempo comienza con la creación, primer minuto de creación es el primer minuto
del tiempo, para san Agustín, Dios creó el tiempo a la par que el mundo y sometió
su creación al discurrir de ese tiempo, de ahí que todo en ella tenga un principio y
un fin. Él, en cambio, está fuera de todo parámetro temporal.
San Agustín expresa de manera paradójica la perplejidad que le genera la noción de
tiempo: « ¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. SÍ debo explicarlo ya
no lo sé». A partir de esta perplejidad, ensaya una fecunda reflexión ontológica
sobre la naturaleza del tiempo y su relación con la eternidad. El hecho que el Dios
cristiano sea un Dios creador pero no creado se desprende que su naturaleza
temporal. Es radicalmente distinta de la de sus criaturas.

San Agustín y la ciencia


Según el científico Roger Penrose, san Agustín tuvo una «intuición genial» acerca de
la relación espacio-tiempo, adelantándose 1500 años a Albert Einstein y a la teoría
de la relatividad cuando Agustín afirma que el universo no nació en el tiempo, sino
con el tiempo, que el tiempo y el universo surgieron a la vez.21 Esta afirmación de
Agustín también es rescatada por el colega de Penrose, Paul Davies.
Agustín, quien tuvo contacto con las ideas del evolucionismo de Anaximandro,
sugirió en su obra La ciudad de Dios que Dios pudo servirse de seres inferiores para
crear al hombre al infundirle el alma, defendía la idea de que a pesar de la existencia
de Dios, no todos los organismos y lo inerte salían de Él, sino que algunos sufrían
variaciones evolutivas en tiempos históricos a partir de creaciones de Dios.

ALMA Y CUERPO
Entre sus obras destacan las "Confesiones" y la “Ciudad de Dios”. Su trayectoria vital
y espiritual pase por el epicureísmo, maniqueísmo, escepticismo y platonismo; bajo
el influjo platónico forjó su filosofía cristiana.
Para San Agustín el hombre está compuesto por dos sustancias, alma y cuerpo.
El cuerpo está formado por los cuatro elementos; y el alma, principio vi-tal del
hombre y de los animales, está dotada de memoria, apetito y facultad cognoscitiva.
Respecto al origen del alma duda entre un creacionismo y un ge-neracionismo o
traducianismo.
El hombre tiende por naturaleza a le felicidad, que consistirá en la unión íntima con
Dios: ascenso a Dios desde la intimidad humana.
Es necesario el esfuerzo humano y la ayuda de Dios, la razón y 1a fe: ambas se
ne-cesitan mutuamente. La ayuda de Dios se efectúa por medio de la fe, que purifica
la mente, y de la iluminación, que permite ver e Dios (Dios es el sol que ilumi-na la
inteligencia para que esta pueda ver las verdades eternas que están en el interior).
Así, distin-guirá entre la ciudad terrena, fundada sobre el amor egoísta, y la ciudad
eter-na, fundada sobre la caridad cristiana. Toda la historia es una lucha entre estas
dos ciudades o amores y concluirá con el triunfo de la ciudad de Dios.

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