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COLECCIÓN MEDIACIÓN Y RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS

TÍTULOS PUBLICADOS

Mediación en conflictos familiares. Una construcción desde el Derecho de


familia, Leticia García Villaluenga (2006).
Hijos alineados y padres alienados. Mediación familiar en rupturas con-
flictivas, Ignacio Bolaños Cartujo (2008).
Copyright © 2008. Editorial Reus. All rights reserved.

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COLECCIÓN MEDIACIÓN Y RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS

Directora: LETICIA GARCÍA VILLALUENGA


Directora del Experto en mediación
Universidad Complutense de Madrid

HIJOS ALINEADOS Y
PADRES ALIENADOS
Mediación familiar en
rupturas conflictivas
Ignacio Bolaños Cartujo
Directora del Experto en mediación
Universidad Complutense de Madrid
Copyright © 2008. Editorial Reus. All rights reserved.

Madrid, 2008

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ISBN: 978-84-290-1504-1
Depósito Legal: Z 2170-2008
Diseño de portada: María Lapor
Impreso en España
Printed in Spain

Imprime: Talleres Editoriales COMETA, S. A.


Ctra. Castellón, km 3,400 – 50013 Zaragoza
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni
parte de este libro puede reproducirse o transmitirse
por ningún procedimiento electrónico o mecánico,
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A Inma
Mi mejor maestra de resolución de conflictos
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PRÓLOGO

¡Bienvenido sea el nuevo libro de Iñaki Bolaños!. Lo esperábamos


desde que, hace ya algunos años, leyó su tesis doctoral —yo tuve el
gusto de formar parte del tribunal de valoración— tesis que obtuvo la
máxima calificación con la exhortación del tribunal a que fuese publi-
cada.
Bolaños no improvisó su investigación: cuando la elaboró llevaba
ya varios años trabajando como mediador, primero en los Gabinetes Psi-
cosociales de los Juzgados de Familia de Barcelona y después como psi-
cólogo en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Antes de esto, ejer-
ció varios años como terapeuta y docente en terapia familiar sistémica.
Hace años que enseña y publica sobre mediación en diferentes ins-
tituciones públicas y privadas de todo el país, coordinando el experto
en mediación de la Universidad Complutense de Madrid y el curso de
Formación Continua en Mediación Social Intercultural.
El libro que tienen en sus manos completa las aportaciones de su
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tesis doctoral a la joven disciplina de la mediación familiar. Quisiera


señalar algunos puntos de las páginas que siguen que me han parecido
de especial interés y novedad.
El primer punto a destacar es, a mi juicio, la síntesis de la situación
actual y nuevas aportaciones del autor con relación al constructo «Sín-
drome de Alienación Parental» (SAP), así como su aplicación a la prác-
tica de la mediación familiar.
Iñaki Bolaños supera la frecuente simplificación que supone trian-
gular tal fenómeno —progenitor-progenitor-hijo/a—, y la reducción a
«padre bueno-padre malo» dado que, con frecuencia, el SAP se convierte
en un complejo juego relacional sistémico —circular, no lineal— en el

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Prólogo

que la responsabilidad de la aparición y del mantenimiento del síndrome


es compartida por todo el sistema familiar, hijos e hijas incluidos.
Aporta elementos para comprender la transformación del SAP (Sin-
drome de Alienación Parental) en SAF (Síndrome de Alienación Fami-
liar) explicando de qué forma las diferentes «alineaciones» intrafami-
liares acaban en «alienación» que, sin pretenderlo, la intervención legal
suele cronificar.
Además de sintetizar las recientes aportaciones técnicas descripti-
vas sobre este fenómeno, Bolaños presenta una explicación de la diná-
mica relacional del rechazo en el SAF y constata que la mediación, enten-
dida como un «espacio transicional de diálogo cooperativo» puede,
conjuntamente con la actuación judicial, constituirse en el mejor método
para evitar que el síndrome se cronifique cuando el rechazo es leve o
moderado.
En la parte final de su trabajo el autor incluye un protocolo de actua-
ción en casos de SAF fruto de la experiencia y de diversos estudios teó-
ricos y prácticos del programa de disolución de disputas legales (PDDL).
Una segunda novedosa aportación del autor, resultado de su expe-
riencia como profesional en espacios técnicos del sistema judicial, es la
valoración del papel de la mediación familiar en contextos judicializa-
dos. Bolaños previene del peligro de que una institución de ayuda como
la judicial pueda, en el caso de algunas disputas intrafamiliares, facili-
tar nuevos elementos de conflicto, un nuevo «armamento» legal substi-
tutivo o suplementario de unas reglas de juego familiares que ya de por
sí son difíciles de adaptar a la nueva fase del ciclo vital que implica la
ruptura matrimonial.
«La mediación en el contexto judicial surge como una alternativa
que pretende modificar la paradoja de intentar resolver el conflicto
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mediante el enfrentamiento».
La tipificación de los confictos en los que interviene la mediación
intrajudicial en: conflictos estructurales (tales como la custodia de los
hijos, el reparto de bienes y contribuciones económicas...), conflictos de
lealtades y alienación familiar, conflictos por ausencia (desaparición de
uno de los padres) y conflictos de invalidación de uno de los progeni-
tores por malos tratos, enfermedad, etc., le permite al autor, actuando
dentro de un «espacio transaccional y transicional», ajustar la metodo-
logía de intervención no con la intención de «resolver» el conflicto (no
siempre posible ni deseable) sino de «transformarlo».
Para ello, según Bolaños, deberá redefinirse el conflicto de forma
alternativa a la legal, distinguiendo entre posiciones e intereses y reha-

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Prólogo

ciendo su controversia legal con ánimo de llegar a una negociación autén-


tica.
Sin embargo la mediación no se conforma con que las partes lle-
guen a pactos: «el éxito de una mediación no debe medirse por el número
de acuerdos conseguidos sino por las repercusiones que a la pareja y a
sus hijos les supone atravesar por un proceso de este tipo». Mantener,
incrementar o, en ocasiones, reiniciar la relación paterno-filial; cerrar la
puerta de la relación con la ex-pareja de forma adecuada y facilitar que
las partes lleguen a una aceptable relación post-ruptura son objetivos
prioritarios para la mediación tal como el autor la entiende.
Es en esta línea donde aparece la tercera aportación novedosa de
Iñaki Bolaños, tal vez primera en orden de importancia: la concepción
de la mediación como acompañamiento de las partes en un proceso pri-
vado en el cual el mediador o la mediadora tienen el privilegio de par-
ticipar.
Parte del axioma —indemostrable como axioma pero que se mues-
tra verdadero— de que las familias disponen ellas mismas de los recur-
sos necesarios para poder tomar sus propias decisiones, aun cuando en
la fase de transición del ciclo vital en que se encuentran, estén merma-
das en sus capacidades negociadoras y de comunicación.
El principio esencial de toda mediación, de que sean las partes las
que tengan el protagonismo en la toma de sus propias decisiones, no
obedece a la peculiaridad de la intervención sino a la constatación empí-
rica de que lo que las partes producen por ellas mismas es más ajustado
a su realidad, más ecológico, más digerible, aceptable y «cumplible».
En esta línea, nos dice el autor, es necesario crear, antes que nada,
un nuevo espacio cooperativo, espacio que se constituye en el primer y
fundamental cambio. Los caminos para crear este espacio son más intui-
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tivos que racionales, más emocionales que cognitivos, más circulares


que lineales. El mediador o la mediadora ayudan a construir este espa-
cio con toda su persona: su temperamento, su estilo personal, su sentido
del humor, su experiencia profesional y personal y, evidentemente, tam-
bién con sus conocimientos técnicos. La mediación se sirve de técnicas
pero es, ante todo, un arte.
Ayuda a comprender esta aproximación al tema su descripción de
los «territorios del conflicto»: uno de ellos sustantivo, las decisiones a
tomar por las partes, y otro narrativo, el discurso interno y externo que
cada parte ha construido sobre los temas que están en la base del con-
flicto: la relación de pareja, el concepto de conflicto, etc. Y todo ello a
la vez desde el territorio cognitivo, desde el territorio emocional, desde

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Prólogo

el territorio comportamental de cada parte y desde el territorio interac-


cional y comunicacional que han construido.
Bolaños sugiere diferentes técnicas a utilizar en cada uno de los
«territorios» para que converjan las posiciones y permitan el avance del
conflicto. Para lograrlo es preciso desbloquear las situaciones de
«impasse» propias de las mediaciones en procesos de ruptura conflic-
tiva (¿alguna no lo es?), especialmente cuando existen hijos.
Las situaciones de bloqueo, nos dice, pueden ser múltiples: la pugna
por la custodia de los hijos, las acusaciones de manipulación de los hijos,
la atribución mutua de culpas por la ruptura o las derivadas del propio
proceso contencioso iniciado. Para todas ellas se proponen posibles actua-
ciones.
El tono pausado y reflexivo de Iñaki explicándonos en clase todo
lo anterior y mucho más, es congruente con el estilo de relación que el
mediador o la mediadora deben intentar tener con sus clientes a lo largo
de las sesiones y que el autor domina en su trabajo.
La implicación del mediador en la tríada que se construye en el pro-
ceso de mediación sin duda es diferente de la distante «profesionalidad»
a la que algunos gremios nos tienen acostumbrados o sometidos. La
mediación como disciplina nace en unos momentos en que ya sabemos
que no existen sistemas sólo observados a los cuales se puede aportar
«desde fuera» información que ayude a producir cambios.
La participación del profesional de la mediación en el sistema en el
que interviene implica perseguir un difícil equilibrio entre la sintonía,
empatía o inmersión cognitiva y emocional necesarias para que se pueda
actuar como catalizador o catalizadora y una «presencia ligera» que
absorba tan poco poder como sea posible.
Este deseo de no-protagonismo por parte del mediador no sólo es
aplicable a las sesiones de mediación sino que creo debe extenderse a
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la mediación como nueva disciplina de ayuda a las personas. De ahí su


interés en formar parte del currículum formativo de las profesiones que
trabajan por el bienestar de grupos y familias con el fin de que puedan
beneficiarse, más que de sus técnicas —que también—, de la ideología
transformadora de relaciones que la impregna.
En esto estamos los mediadores y las mediadoras.

ALEIX RIPOL-MILLET
mediador

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PALABRAS DE RECONOCIMIENTO

Mis palabras no me pertenecen. Son el discurso creado con las pala-


bras de otros, que tampoco les pertenecen. Pero son sus palabras, que
se han fundido con las mías en este diálogo efímero que ahora escribo.
Han sido palabras de ayuda, de apoyo, de crítica. Palabras que reco-
nozco como mías, aunque quiero reconocer a algunos de los que las
dijeron:
Las mejores palabras de mi vida son de Inma, de Marina, de Óscar
y de Mateo. De Antonio y María, de Merche y de Mario. Sin ellas yo
no sería y nada de esto sería.
Hay palabras eternas que siempre forman parte de mis palabras y
también están aquí. Son las de Albert Sarró, Lolita Albaladejo, Carmine
Saccu, Carmen Campo, Susana Vega, Luís Cabrero, Carles Ballús… y
Juan Luís Linares quien, además de enseñarme, dirigió la tesis doctoral
que sirvió de base a este texto.
También las que viven allí, donde dijo Cernuda, donde habite el
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olvido.
Escondidas entre otras, pero muy presentes, están las que me dijo
alguna vez Adolfo Jarne en Barcelona, o las conversaciones entre las
nubes que me regaló Vicente Ibáñez. Y las del Grupo Roma y las del
Grupo DICTIA. Y las de Ana Gorines, y Marian Menéndez y Tre Borràs.
Todas ellas me han servido.
Muchas de mis palabras hace tiempo que las hablé con todas mis
compañeras del Gabinete Psicosocial de los Juzgados de Familia de Bar-
celona, que permanecerá siempre vivo en mi discurso. Pero mis pala-
bras no hubiesen tenido sentido alguno si Pascual Ortuño no hubiese
creído en ellas. También él está entre sus letras, como Pius Fransoy,

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Palabras de reconocimiento

como amuletos de garantía en un contexto adverso, allí donde las pala-


bras son como las horas (vulnerant omnes, ultima necat).
Aprendí a hablar de mediación con Sara Cobb, con Aldo Morrone,
con Aleix Ripol. Y con el Grupo Gorriti (Chus Pérez, Carlos Giménez,
Thelma Butts, Leticia García y Ramón Alzate).
¡Cómo reconocer vuestras palabras si ya forman parte de las mías!
Leticia García dio un nuevo sentido a mis palabras y a mi vida, junto
a las suyas, allí donde las palabras se convierten en nuestras memorias
y nosotros nos convertimos en palabras.
Reconozco las palabras de todas las parejas que me han dejado sus
vidas durante tantos años y me han enseñado a decir lo que digo, y las
de sus hijos, tantas veces sin palabras.
Por último, quiero reconocer a Merche y Mario, a Irene y Francesc,
a Jesús y Dulce, a Esther y Javier y a Inma y Luis, a quienes he robado
sus nombres para nombrar a las parejas que sirven de ejemplo en este
texto.
Todas estas palabras son mis palabras, y no sabéis cómo las agra-
dezco.
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INTRODUCCIÓN

Durante más de quince años trabajé en contextos judiciales, primero


en los Juzgados de Familia de Barcelona y después en algunos Juzga-
dos de la Comunidad de Madrid, como un psicólogo que pensaba que,
en un conflicto, la mejor decisión siempre era aquella que tomaban sus
protagonistas. Creí que, cuando eso no parecía viable, era posible con-
formar un gran equipo en el que los jueces, los técnicos, los abogados
y las partes pudiesen colaborar en la búsqueda de una solución válida
para todos. En el caso de las rupturas conflictivas, ese planteamiento
suponía implicar a los padres en el proceso de decisión sobre el futuro
inmediato de sus hijos. Por eso no fui un buen psicólogo forense.
Observaba cómo, paradójicamente, el contacto de estas familias con
el juzgado suponía un efecto inmediato de enajenación (según la R.A.E.,
pasar o transmitir a alguien el dominio de algo o algún otro derecho
sobre ello) y de alienación (proceso mediante el cual el individuo o una
colectividad transforman su conciencia hasta hacerla contradictoria con
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lo que debía esperarse de su condición). En ese contexto, ofrecerles la


posibilidad de iniciar un proceso de mediación parecía algo coherente
con el sentido común. Suponía darles la oportunidad de recuperar su
capacidad de actuar con responsabilidad, a pesar del conflicto, a pesar
de la ruptura y a pesar de los procedimientos judiciales en que estaban
inmersos.
Este trabajo aspira a sintetizar esa humilde experiencia. Con él pre-
tendo plantear una visión relacional de las disputas familiares que se tra-
mitan judicialmente, en especial de aquellas cuya consecuencia última
es algún grado de implicación de los hijos en el conflicto relacional y
legal de sus padres. Al mismo tiempo intento proponer un método de

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Introducción

intervención mediadora que puede facilitar una evolución diferente de


estos conflictos.
Esta visión y este método se han gestado durante años. Se trata de
un largo proceso de crecimiento, basado en constantes dudas, aprendi-
zajes y adaptaciones profesionales, en el que, inicialmente, me encon-
tré ante dos sistemas nuevos y en parte desconocidos para mí, pero suma-
mente atractivos: el legal y el familiar. Dos sistemas diferentes, con reglas
diferentes, que fue necesario conocer y comprender en un intento de
conjugar las posibles demandas que procedían de ambos. Ello me plan-
teó la disyuntiva de tener que decidir si mi trabajo era para el juzgado
o para las familias. El tiempo demostró que las dos opciones eran la
misma.
Pero, como aprendí de Piaget, en todo proceso de desarrollo son
necesarias pautas de asimilación y acomodación que permitan un equi-
librio entre los nuevos esquemas y las propias estructuras. Asimilación
de un lenguaje diferente, de términos legales para denominar a los equi-
valentes personales, de procedimientos y funcionamientos tradicional-
mente lejanos a mi formación psicológica. Además, los esquemas que
mostraban las parejas que accedían a su ruptura, se enmarcaban en nue-
vas dinámicas familiares, en nuevos conceptos relacionales, hasta el
momento poco o nada estudiados, al menos en nuestro país.
El esfuerzo de acomodación es, por tanto, lento pero imprescindi-
ble. Fue necesario adaptar y modificar algunas ideas prefijadas o pre-
juiciosas, integrar clásicos modelos teóricos, y hasta clínicos, con nue-
vas alternativas de pensamiento y, en ocasiones, el acoplamiento
camaleónico en medios que podían ser vividos como adversos.
A lo largo de este periodo he podido observar cómo la aplicación
de la ley del divorcio, y los procedimientos que de ella se derivan, a
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familias que atraviesan procesos de ruptura conyugal precisaba de inter-


venciones que superaban el marco jurídico establecido. En la medida en
que las resoluciones judiciales tienden a encontrar una difícil aplicabi-
lidad en los conflictos a que hacen referencia, la insatisfacción entre los
usuarios de la Justicia y los propios operadores jurídicos se hace cada
vez más patente.
En este contexto, la intervención de psicólogos y trabajadores socia-
les como asesores de los jueces puede suponer un puente entre esas dos
realidades (la familiar y la legal) difíciles de ensamblar. Pero, en muchas
ocasiones, la práctica hace que la función de estos profesionales sea
meramente pericial, convirtiéndose en un elemento más de una espiral
sin fin.

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Introducción

Mi formación en terapia familiar sistémica me impulsó a profundi-


zar en una manera diferente de comprender la interacción entre ambos
sistemas y a buscar intervenciones coherentes con esa forma de pensar.
Ello ha supuesto un inevitable esfuerzo por acercar modelos de pensa-
miento tan lejanos como el psicológico y el legal. La receptividad de
algunos jueces (sobre todo, Pascual Ortuño) y abogados, el trabajo y
apoyo de mis compañeras y, cómo no, la respuesta de las familias, son
elementos que han afianzado este camino.
Pero, sobre todo, he aprendido de los niños. Ellos me han enseñado
que la separación de sus padres no necesariamente constituye un hecho
traumático. Me han enseñado que, a pesar de todo, pueden continuar
queriendo a los dos, incluso cuando no les queda más remedio que recha-
zar a uno de ellos. Y que, cuando esto ocurre, los motivos no son sim-
ples, no son únicamente esas imperfecciones que tenemos todos los padres
y madres, ni tan siquiera esas manipulaciones que todas las madres y
padres hacemos. Más de mil niños me han mostrado que lo que ocurre
es mucho más complejo, algo en lo que todos participan y todos son res-
ponsables, incluso ellos mismos. Me han enseñado lo difícil que resulta
tomar decisiones que sus padres no pueden tomar y que a los jueces les
cuesta tanto trabajo asumir. Me han enseñado, que prefieren la escuela
al juzgado, que la guarda y custodia de uno u otro progenitor es algo
circunstancial, que pueden vivir con los dos y que no son propiedad de
nadie. En suma, que integrar es mejor que dividir. Me enseñaron los
niños a ser mediador.
Este aprendizaje, como me dijo Carlos Giménez, me ha convertido
en un observador participante y en un participante que observa. He nece-
sitado fundamentar teóricamente lo que he constatado en la práctica, y
también al contrario. La única manera de sobrevivir, como los niños, es
consiguiendo una integración de los dos sistemas a que hemos hecho
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referencia.
Soy consciente de que el esfuerzo que ha supuesto este trabajo implica
algunas concesiones epistemológicas de la Psicología al Derecho y que,
al mismo tiempo, puede suponer una interpretación poco ortodoxa del
Derecho en aras de la metodología psicológica. Pero creo que no podía
ser de otra manera. El resultado final es la incorporación de la media-
ción en mi práctica profesional y la incorporación de mí mismo en esa
disciplina. Escribo este texto, por tanto, como mediador. Es lo único de
lo que puedo estar seguro. Con permiso.

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PRIMERA PARTE
RUPTURAS CONFLICTIVAS
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1. RUPTURAS CONFLICTIVAS, ALIENACIÓN
Y MEDIACIÓN

1.1. RUPTURA Y CONFLICTO


El ciclo evolutivo de la pareja ha sido tradicionalmente estructurado
utilizando una sucesión de diferentes etapas determinadas por las carac-
terísticas individuales, familiares y sociales que inciden sobre su desarro-
llo. En el estudio de la pareja occidental de nuestros días, existe un cierto
consenso respecto a las fases más clásicas que definen este proceso; pero
todavía persisten controversias que hacen referencia a evoluciones más
actuales del modelo familiar. La ruptura conyugal, y los efectos que de
ella se derivan, es uno de esos fenómenos. Arraigada socialmente en algu-
nos países desde hace varias décadas, en otros como el nuestro aún per-
duran vetustas representaciones culturales y jurídicas que la cuestionan.
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Así, algunas de las innovaciones legales que supuso la «ley del divorcio»
pronto quedaron desfasadas, aunque han pervivido a pesar de las modi-
ficaciones. Un ejemplo de ello han sido los copiosos requisitos legales
que han dificultado el acceso directo de las parejas a la disolución de su
matrimonio, teniendo que pasar previamente por el proceso de separa-
ción. Por fin, las últimas modificaciones del Código Civil superan algu-
nos de estos obstáculos.
Así, es posible entender que haya posturas que oscilen entre valorar
la ruptura como un paso más en el crecimiento adaptativo de una fami-
lia o, por el contrario, como un episodio degenerativo que dificulta el des-
arrollo de los miembros que la sufren y que, en el peor de los casos,
supone el fin del sistema familiar.

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Ignacio Bolaños Cartujo

En cualquier caso, entendemos que la separación de una pareja cons-


tituye una crisis de transición cuyo resultado define una realidad fami-
liar probablemente más compleja, aunque no por ello necesariamente más
perjudicial. Determinadas dosis de conflicto son necesarias para dar este
paso, un conflicto que en función de los casos, puede hacer las veces de
motor o de freno del proceso. Siguiendo a Milne (1988), «puede ser pro-
ductivo cuando conduce a una solución creativa que podría haber pasado
desapercibida de no existir la disputa. Puede ser funcional cuando pro-
voca la distancia emocional necesaria entre dos individuos dolidos. En
cambio, el conflicto es destructivo cuando conlleva tensión prolongada,
produce hostilidad crónica, reduce drásticamente el nivel de vida, perju-
dica el bienestar psicológico o destruye las relaciones familiares».
La ruptura genera dolor en todos los miembros de la familia, y afecta
especialmente a los hijos, cuando los hay. Pero sus efectos no deben ser
concebidos únicamente como perniciosos. Son necesarias tareas de adap-
tación en padres e hijos que permitan «llorar las pérdidas ocasionadas, al
mismo tiempo que hacer frente a los numerosos y radicales cambios con
capacidad para negociar y reorganizarse, de forma que se salvaguarde el
desarrollo de todos» (Isaacs, Montalvo y Abelsohn, 1986). Esta doble
tarea requiere de la pareja un esfuerzo importante, dirigido de forma pri-
mordial a un aislamiento suficiente del conflicto conyugal, que permita
garantizar la continuidad de las funciones parentales y evitar que los hijos
queden atrapados en el interior de las desavenencias, al mismo tiempo
que éstas se van resolviendo.
Son muchas las parejas que, ante la imposibilidad de llevar a cabo
este proceso de manera autogestionada, acuden al sistema judicial en
busca de un medio alternativo que canalice sus desavenencias mediante
un método de resolución cuyos resultados difícilmente serán satisfacto-
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rios para todas las partes implicadas en el conflicto.


Diferentes indicadores parecen constatar la progresiva elección de un
método más dialogante en cuanto a la regulación legal inicial de las rup-
turas lo que no necesariamente predice una continuidad del consenso
cuando surgen nuevos conflictos. Los innumerables procedimientos de
ejecución de sentencia instados en los juzgados, dirigidos a hacer cum-
plir judicialmente lo que previamente se había acordado, nos alertan sobre
la dificultad de mantener en el tiempo la capacidad de autodeterminación
a la que hemos hecho referencia. Uno de los posibles motivos radica en
el grado de implicación de las partes a la hora de construir los efectos de
su ruptura. Es obvio que en los procesos contenciosos esta implicación
es mínima en tanto que el poder para tomar decisiones queda totalmente

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Hijos alineados y padres alienados. Mediación familiar en rupturas conflictivas

depositado en la instancia judicial. En cambio, en los procesos de mutuo


acuerdo la ayuda de los abogados se convierte en crucial, aunque no siem-
pre supone que la pareja sea la auténtica protagonista del diseño de sus
acuerdos.
La tendencia hacia el consenso legal así como la progresiva implanta-
ción de una cultura de divorcio han permitido la aparición de vías diferen-
tes a la alternativa judicial contenciosa. La mediación es con toda seguri-
dad la más importante. Desarrollada desde los años 70 en países como
Estados Unidos, Canadá o Inglaterra, su práctica se ha ido extendiendo
como un método estructurado de resolución de conflictos cuya premisa
esencial radica en la posibilidad de que sean los miembros de la familia
quienes, con la ayuda de la persona mediadora, valoren sus propias nece-
sidades y busquen alternativas de resolución satisfactorias para todas las
partes. Es esta implicación creativa la que predice una menor necesidad de
intervención judicial en la vida familiar y una posterior capacidad para
afrontar de manera autónoma las nuevas decisiones que el ciclo vital inevi-
tablemente irá requiriendo. Los datos así parecen confirmarlo, detectándose
cómo la mediación no sólo contribuye a reducir la congestión judicial y los
costes económicos derivados del conflicto, sino que además promueve solu-
ciones más satisfactorias y garantiza un mayor cumplimiento de las mis-
mas. No hay dudas entre los mediadores de que eso es así (Emery, 1987;
Pearson y Thoennes, 1988; Jones y Bodtker, 1999; Hann y Kleist, 2000).
En España, la implantación de la mediación es mucho más reciente
(Coy, 1989; Bernal, 1992, 2002; Ripol-Millet, 1993, Bustelo, 1993). Aun-
que su aceptación está cada vez más extendida entre jueces, abogados y
operadores psico-sociales que intervienen en los procesos de ruptura, aún
queda mucho por avanzar en cuanto a su difusión en la población como
un recurso de elección cuando sobreviene la ruptura conyugal.
Un innegable signo pionero de evolución en este sentido fue el Codi
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de familia catalán (llei 9/1998). En su artículo 79.2 indica que, cuando


no hay acuerdo, «si, dadas las circunstancias del caso, la autoridad judi-
cial considera que los aspectos indicados en el artículo 76 (aspectos objeto
de regulación en los casos de nulidad, separación o divorcio) aún pueden
ser resueltos mediante acuerdo, puede remitir a las partes a una persona
o entidad mediadora con la finalidad de que intenten resolver las diferen-
cias y que presenten una propuesta de convenio regulador». El mismo
código, en la disposición final tercera exhorta al gobierno catalán para
que, en el plazo de seis meses a partir de su promulgación, presente en
el parlamento autonómico un proyecto de ley reguladora de la mediación
familiar sobre las siguientes bases:

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a) Confidencialidad absoluta del contenido de las sesiones de


mediación.
b) Libertad de las partes para apartarse o desistir de la mediación en
cualquier momento.
c) Aprobación judicial de los acuerdos alcanzados en la mediación.
d) Duración máxima del proceso de mediación limitada a tres meses,
prorrogables por el mismo tiempo a petición del mediador o
mediadora.
A este código sucedió la ley de mediación familiar de Cataluña
(2001). El resto de las comunidades autónomas han ido siguiendo esta
pauta: Galicia (2001), Comunidad Valenciana (2001), Islas Canarias
(2003), Castilla-La Mancha (2005), Castilla y León (2006), Islas Balea-
res (2006), Comunidad de Madrid (2007) y Principado de Asturias (2007).
El esfuerzo ha merecido la pena, pero aún queda un largo camino por
recorrer.

1.2. CONFLICTOS FAMILIARES Y DISPUTAS LEGALES


Vemos que, cuando no son posibles los acuerdos sobre los hijos o los
bienes, adquiere relevancia el proceso legal, tramitado de forma conten-
ciosa, para regular aspectos psico-sociales que aparecen como innegocia-
bles.
El proceso legal no sustituye al personal. Desde un punto de vista ter-
minológico, existen referentes jurídicos para componentes emocionales,
afectivos o sociales. Pero éstos últimos no necesariamente se resuelven
cuando se arbitran medidas más o menos definitivas sobre ellos. Es indu-
dable que las pautas establecidas por el procedimiento judicial contribu-
yen a canalizar comportamientos y sentimientos difícilmente encauzables.
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Por su parte, las medidas adoptadas por el juez definen una nueva reali-
dad para la que son necesarios esfuerzos de adaptación personales y fami-
liares.
El tiempo legal y el tiempo psico-social son diferentes. Los procesos
emocionales se inician con anterioridad a los trámites legales y finalizan
posteriormente. El juzgado no supone un paréntesis, y cuando la pareja
sale de él, con una sentencia que acredita y regula su separación, los sen-
timientos ambivalentes y las cogniciones disociativas aún requerirán del
tiempo preciso para encontrar su definitivo asentamiento.
Por otra parte, en el juzgado se mezclan en un mismo proceso dimen-
siones conyugales y parentales en un momento en el que los límites entre

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ambas deberían tender a clarificarse. Conviene aquí recordar los axiomas


que sobre estas dos cualidades de las parejas con hijos enuncia Linares
(1996):
• La conyugalidad y la parentalidad son atributos de la pareja, aun-
que también poseen una dimensión individual. El peso específico
de ésta puede variar según factores culturales. Por ejemplo, la paren-
talidad de ciertas parejas puede recaer culturalmente más sobre la
mujer que sobre el hombre.
• Tienen relación con la historia de cada miembro de la pareja y con
sus respectivas familias de origen, aunque en un marco de comple-
jidad que impide establecer determinismos mecánicos.
• Se influyen mutuamente, también de modo complejo: la conyuga-
lidad puede deteriorar la parentalidad o ayudar a restaurarla y, vice-
versa, la parentalidad puede arruinar o redimir la conyugalidad.
• Son independientes entre sí, de manera que caben todas las combi-
naciones imaginables de ambas.
• Son variables ecosistémicas, es decir, que están sometidas a la evo-
lución del ciclo vital y al influjo de los más variados factores
ambientales.
Todo ello nos hace pensar en la necesidad de una conceptualización
que incluya la interacción entre ambos tipos de procesos (el legal y el
psico-social) como medio para entender y abordar los conflictos que con-
lleva la ruptura de pareja, al mismo tiempo que asumir que una visión
únicamente legal o psico-social puede no ser suficiente.
Podemos utilizar, por tanto, el término de proceso psico-jurídico de
separación y divorcio (Bolaños y col., 1990; Bolaños, 1993) refiriéndo-
nos al conjunto de las interacciones entre el procedimiento legal y el
psico-social, los cuales, influyéndose mutuamente, transcurren conecta-
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dos durante un periodo de tiempo limitado, desligándose cuando se ha


conseguido definir una nueva realidad legalmente legitimada y psico-
socialmente funcional. En los procedimientos contenciosos, es probable
que las diferentes tareas adaptativas requeridas para llevar a cabo una ade-
cuada separación se vean mezcladas, obstaculizándose las unas con las
otras y ampliando su campo de expresión al proceso legal. En él se bara-
jan conflictos de pareja y conflictos parentales que, como ya hemos apun-
tado, requieren soluciones judiciales y psico-sociales diferentes, aunque
complementarias.

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Figura 1. Dimensiones del conflicto psico-jurídico.


CONFLICTO LEGAL
Divorcio Legal Relaciones paterno-filiales
Disolución del matrimonio P. Potestad, G. Custodia, R. Visitas
CONFLICTO CONYUGAL CONFLICTO PARENTAL
Divorcio Psico-social Relaciones entre padres e hijos
Relaciones de pareja Relaciones afectivas
CONFLICTO PSICO-SOCIAL

La patria potestad, la guarda y custodia y el régimen de visitas son


conceptos legales que pasan a formar parte del vocabulario y de la vida
familiar tras la ruptura. Cuando los padres no han podido ponerse de
acuerdo sobre la forma de regular la continuidad de las relaciones con sus
hijos, derivan al juez la responsabilidad sobre una decisión tan crucial.
Se da la circunstancia de que si las medidas adoptadas no resultan efica-
ces o apropiadas para una de las dos partes, o para las dos, es la propia
Justicia quien debe también cargar con la responsabilidad del fracaso. Esta
proyección de poder y de culpa es la «trampa» que muchas parejas le plan-
tean al juez, haciéndole creer que no son capaces de resolver sus diferen-
cias por sí mismas y que solamente el sistema judicial puede aportar una
solución.
En este contexto, los hijos pueden estar llamados a jugar un papel
importante. La dificultad de los adultos que los rodean para tomar las deci-
siones más básicas sobre su futuro, sus propias vivencias sobre la ruptura
de los padres así como las fuertes presiones afectivas e intentos de trian-
gulación a que pueden ser sometidos tienden a colocarlos en la paradó-
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jica situación de poder decidir aquello de lo que los demás no están siendo
capaces.

1.3. LA IMPLICACIÓN DE LOS HIJOS. ALINEACIONES Y ALIE-


NACIONES
Los niños pueden expresar sus preferencias hacia uno de los proge-
nitores. Si los padres no pueden decidir, los hijos están aún menos pre-
parados para ello. Pero la realidad es que su opinión adquiere un elevado
grado de trascendencia desde el momento en que se hace explícita en el
juzgado. Sin saberlo, su voz puede inclinar el equilibrio de la balanza
hacia uno u otro lado, con importantes consecuencias para todos los miem-

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bros de la familia, incluidos ellos mismos. A veces los niños tienden a


sentirse responsables de la ruptura. Si además deciden, asumen tam-
bién el peso de sus consecuencias. Por otra parte, su opinión siempre
estará mediatizada, en mayor o menor grado, por el conflicto en el que
están inmersos y por las presiones que están recibiendo.
En determinados casos es fácil apreciar cómo el niño adquiere un
papel protector del progenitor al que percibe como más débil, como el
perdedor o el abandonado, ejerciendo una función defensora que no le
corresponde. Esta función puede llevarle incluso a rechazar cualquier con-
tacto con el otro padre, justificando su postura ante todas las instancias
que le piden explicaciones, incluido el juez, quien una vez más puede ver
cuestionada su autoridad ante la negativa del niño a cumplir el sistema
de relación legalmente establecido.
Una situación particular se plantea cuando, después de un tiempo de
convivencia continuada con uno de los progenitores, el hijo comienza a
mostrar su deseo de vivir con el otro. A menudo ocurre este hecho con
varones, próximos a la adolescencia, que piden vivir con su padre des-
pués de haber estado viviendo con su madre. Hay una parte lógica en ello,
que es coherente con las leyes del desarrollo: el niño puede necesitar una
mayor presencia de la figura paterna en ese momento, y el cambio no
tiene por qué ser negativo si hay acuerdo entre los padres. Pero su acti-
tud también puede estar significando una huida de las normas impuestas
por la madre, con las que el padre no concuerda y ante las cuales ejerce
un rol más condescendiente. En esta discrepancia educativa, el niño busca
salir ganando. Además, si la madre no acepta el cambio y el padre lo
apoya, el enfrentamiento precisará de argumentos que justifiquen la deci-
sión y el hijo focalizará en los aspectos maternos más negativos. Todo
ello puede plasmarse en el conflicto legal. La consecuencia final, en
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numerosos casos, suele ser la ruptura de la relación materno-filial una vez


modificada la medida judicialmente.
Tal vez en un intento de mantener el equilibrio, hay ocasiones en que
los hijos prefieren repartirse entre sus padres, incluso sacrificando con
ello la relación fraterna. Suele ocurrir que han tomado partido en el con-
flicto, pasando a formar parte de dos bloques enfrentados, en los que los
niños reproducen las disputas de los adultos. En estos casos, la relación
puede llegar a romperse, aunque habitualmente hay una parte «rechazada»
que muestra su deseo de que ello no ocurra, mientras que la otra, «recha-
zante», adopta la postura contraria.
Estos ejemplos son una pequeña muestra de situaciones en las que la
dinámica familiar que está provocando en los hijos indudables conflictos

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de lealtades (Borszomengy-Nagy, 1973) se vincula al contexto legal,


encontrando en él un terreno propicio para desarrollar una nueva dimen-
sión de su interacción conflictiva en la cual entran en juego nuevos y com-
placientes personajes dispuestos a ahorrarles el trabajo de solucionar por
sí mismos sus desavenencias.
No es posible, por tanto, comprender los conflictos familiares a los
que nos estamos refiriendo sin ubicarlos en el contexto legal en que se
representan y en el que, en buena medida, cobran sentido. Como hemos
visto, en este tipo de crisis, es indudable que la realidad legal marca nota-
blemente la realidad familiar de manera que las diferencias en cuanto a
la forma de compartir los cuidados de los hijos y de disfrutar de ellos se
convierten en pugnas por la custodia y el régimen de visitas, donde lo
que se discute ni siquiera es la forma de repartir, sino la propia pertenen-
cia de los hijos. No puede ser de otra manera. En la batalla legal de la
familia el término custodia se convierte en sinónimo de propiedad y el
término régimen de visitas claramente nos habla de lo contrario.
Como alternativa al desequilibrio, no solo temporal, en la presencia
de ambos padres respecto a la educación y cuidado de los hijos tras la
separación, ha surgido la idea de custodia compartida. En algunos paí-
ses ya es una práctica bastante habitual. Esta modalidad de custodia
supone una total corresponsabilidad parental, que va más allá de la reco-
gida en los criterios de la potestad parental. Es importante distinguir dos
conceptos: hablaríamos de custodia compartida legal cuando ésta hace
referencia a compartir todo tipo de decisiones que afectan a la vida de los
hijos. Si lo que significa es que los niños vivan alternativamente en dos
hogares, de una forma temporalmente equitativa, se denomina custodia
compartida física. Dentro de ésta posibilidad, podría darse el caso de que
quienes cambiasen de hogar fuesen los padres, residiendo los hijos siem-
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pre en el mismo. Algunos autores anglosajones lo han llamado «nido de


aves». En cualquier caso, el objetivo pretendido es positivo: garantizar la
continuidad de las figuras paterna y materna por igual.
Las dificultades pueden surgir en la aplicación práctica. Se requiere
un adecuado nivel de comunicación entre los padres, pues este régimen
exige un contacto entre ellos más cotidiano. Además, en el caso de la cus-
todia compartida física, es necesario delimitar cual es la periodicidad más
adecuada. No hay datos concluyentes sobre ello. Algunos estudios pare-
cen demostrar que los cambios constantes generan ansiedad y precisan
continuas adaptaciones en los niños por lo que apoyan la reducción del
número de traslados y el aumento del tiempo de convivencia continuada
con cada progenitor. Con respecto a la polémica relativa a qué modelo de

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custodia es más apropiado (individual o compartida), los datos no confir-


man que uno garantice un mejor desarrollo de los hijos que el otro, dando
fuerza a la evidencia ya clásica de que la adaptación está más vinculada
con la calidad que con la cantidad de las relaciones (Wallerstein, 1989),
pero sin olvidar que la cantidad favorece la calidad. Desarrollaremos estas
cuestiones más adelante.
Pensamos que la auténtica importancia del concepto anterior radica
en la posibilidad de definir nuevas opciones de organización familiar tras
la ruptura, que probablemente requieren de la pareja esfuerzos más fle-
xibles y creativos, a la vez que seguramente menos agresivos. Es lo que
llamamos coparentalidad, o lo que es lo mismo:

• Disponibilidad para cooperar.


• Disponibilidad para acordar.
• Compartir responsabilidades.
• Compartir cuidados.

Cuando no es posible compartir los hijos es preciso repartir el tiempo


con ellos. Se abre así una difícil controversia entre la flexibilidad y la rigi-
dez, entre los sistemas generales y los adaptables. La flexibilidad en las
relaciones paterno y materno-filiales se hace más viable cuanta más capa-
cidad de comunicación conservan los padres. De lo contrario puede con-
vertirse en una constante fuente de problemas. En los casos conflictivos,
un sistema estructurado parece reducir la posibilidad de discusiones. De
todas formas, el niño tiende a sentirse más seguro cuando puede integrar
la periodicidad de los contactos con un grado suficiente de estabilidad.
Para el niño no es fácil acostumbrarse a la separación y, en ocasio-
nes, amoldarse al sistema de organización temporal requiere un esfuerzo
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de adaptación muy costoso. A veces se siente abandonado por el padre


que ha salido del hogar, y eso genera rabia que debe ser convenientemente
manejada. Hay progenitores que exigen el cumplimiento estricto de unas
visitas desde el primer día. En el otro lado estarían los que, amparándose
en las evidentes muestras de ansiedad que presenta el niño, intentan pro-
tegerle evitando la «causa» que las produce, es decir, intentando suprimir
los contactos. Parece excesivo pedirle a un hijo que asimile la separación
en un tiempo breve, cuando los adultos pueden necesitar años para asi-
milarla totalmente y, más aún, cuando la elaboración del niño depende
directamente de la de los padres.
En muchas ocasiones es el propio menor quien rechaza el contacto
con el padre ausente del hogar. El dolor por las consecuencias derivadas

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de la ruptura y los conflictos de lealtades a los que está sometido, le impi-


den mantener una posición neutral en el conflicto.
Algunos estudios han demostrado que los niños que poseen un sis-
tema regular de contactos con ambos padres desde el primer año de sepa-
ración, son socialmente más competentes que los que han carecido de él
inicialmente, pero lo han obtenido posteriormente; luego vendrían los que,
habiendo tenido visitas inicialmente, las han perdido después y, por
último, aquellos que nunca las han tenido. Tienden a ser los peor ajusta-
dos (Isaacs, Montalvo y Abelsohn, 1986).
Algunos factores predictivos de la aparición de conflictos en torno
a las relaciones paterno filiales, extraídos de la clínica, han sido resumi-
dos por Hodges (1986), y pueden suponer un importante instrumento pre-
ventivo:
• Utilización de los hijos en el conflicto marital.
• Una causa del divorcio fue el inicio de una nueva relación afectiva
por parte del padre que no tiene la custodia.
• Los desacuerdos sobre el cuidado de los hijos han sido un conte-
nido importante en el conflicto que llevó a la ruptura.
• El conflicto marital ha sido generado por un cambio radical en el
estilo de vida de uno de los padres.
• Resentimientos relacionados con cuestiones económicas.
• Cuando una de las quejas en el conflicto marital es la irresponsabi-
lidad crónica de uno de los padres.
• Cuando el nivel de enojo es extremo.
• Cuando hay una batalla por la custodia.
• Cuando uno o ambos padres presentan una patología que interfiere
con su actividad parental.
Parece claro que la falta de concordancia respecto a la decisión de sepa-
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rarse y a los motivos que la desencadenan, dificulta la posibilidad de con-


seguir acuerdos viables entre las partes. La intensidad del contencioso y la
intensidad del conflicto aparecen directamente relacionadas a partir de ese
momento. Entran en juego factores que van más allá de la propia búsqueda
de soluciones, utilizándose el proceso legal como un campo de batalla regla-
mentado en el cual volcar todos los sentimientos desagradables que se han
ido generando durante la involución de la convivencia. El domicilio, los
bienes, los hijos, pueden convertirse en instrumentos de poder que otorgan
el triunfo moral en la disputa. Siguiendo a Clulow y Vincent (1987), «el
sistema adversarial está peculiarmente emparejado con los deseos de padres
que se sienten perseguidos, asediados o profundamente equivocados en la

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ruptura. El litigio constituye un medio de construir y desarrollar una histo-


ria, y de imponérsela a los otros. El propósito de la historia es convencer
a los demás y validarse a sí mismo. Las decisiones judiciales pueden ser
recibidas, en estos casos, como una forma de absolución pública, una excul-
pación o, simplemente, una sentencia de vida».
Este contexto es el caldo de cultivo que permitió introducir el tér-
mino de Síndrome de Alienación Parental (SAP), propuesto por Richard
A. Gardner en 1985. Este autor hace referencia a una alteración en la que
los hijos están preocupados en censurar, criticar y rechazar a uno de sus
progenitores, descalificación que es injustificada y/o exagerada. El con-
cepto descrito por Gardner incluye el componente lavado de cerebro, el
cual implica que un progenitor, sistemática y conscientemente, programa
a los hijos en la descalificación hacia el otro. Pero además, incluye otros
factores «subconscientes e inconscientes», mediante los cuales el proge-
nitor «alienante» contribuye a la alienación. Por último, incluye factores
del propio hijo, independientes de las contribuciones parentales, que jue-
gan un rol importante en el desarrollo del síndrome. Poco o nada recoge
sobre la participación del progenitor alienado.
Lo cierto es que las amplias y sucesivas descripciones ofrecidas por
Gardner en sus diversos trabajos han servido para dar progresiva consis-
tencia a un concepto que no está exento de polémica. La causalidad lineal
con la que viene definido ha generado rechazo en algunos grupos de orien-
tación feminista, mientras que asociaciones de padres separados han
incorporado el término como un claro argumento técnico que pretende
demostrar la manipulación y la injusticia a que se sienten sometidos al
verse alejados de sus hijos ante la pasividad de la Justicia. Hay numero-
sas páginas Web sobre el tema (por ejemplo www.parentalalienation.com).
No en vano, la falta de criterios técnicos o la versatilidad de los mismos
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cuando los hay, es uno de los motivos que han contribuido a generar una
tendencia judicial «blanda» en este tipo de situaciones.
Nuestra mirada mediadora precisa despatologizar las situaciones con
las que trabajamos. Así, para aceptar el término síndrome, podemos recu-
rrir de nuevo al diccionario de la R.A.E., donde encontramos que viene defi-
nido como un conjunto de fenómenos que caracterizan una situación deter-
minada, mientras que alienación aparece como un proceso mediante el cual
el individuo o una colectividad transforman su conciencia hasta hacerla
contradictoria con lo que debía esperarse de su condición. Encontramos
adecuado, por tanto, el concepto síndrome de alienación en la medida en
que responde a una realidad que se refleja en varias características identi-
ficables y comunes en familias diferentes. En ellas, la totalidad de sus miem-

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bros muestran cambios en su conciencia que son contradictorios con lo


esperable. Eso nos lleva a pensar que el tercer término del concepto, paren-
tal, limita la amplitud de un fenómeno mucho más complejo. De ahí que
preferiremos hablar de Síndrome de Alienación Familiar (SAF), un con-
cepto descriptivo que no culpabiliza específicamente a ningún miembro de
la familia, que no quita responsabilidad a nadie y que incluye la contribu-
ción de todos en el problema y, por tanto, en la solución.
El término alienación con el que trabajamos en este texto queda
mucho mejor definido con las siguientes apreciaciones: «Alius, alia, aliud
significa otro, otra. Alienus, aliena, alienum se ha transformado al pasar
al español en ajeno, con la misma gama de significados. Y existe también
en latín el verbo alieno, alienare, alienatum, que se corresponde con los
significados de enajenación tanto de bienes como de la mente y del ánimo,
aunque con una gama más amplia. Y el participio perfecto pasivo aliena-
tus, alienata, se usaba ya en latín con el valor de enajenado, extraviado
mental, que no es dueño de sí mismo. Se usaba también este participio
en medicina para expresar respecto al cuerpo humano la insensibilidad
(como si los golpes, cortes, etc. los recibiera otro). Id quod astrictum est,
alienatur, decía Celso: «lo que es sometido a presión, se insensibiliza».
Es evidente que no le hemos asignado a la palabra enajenación y a su cul-
tismo alienación, ningún valor que no tuviese ya en latín. Se trata en cual-
quier caso de ser otro, empezando por la sensibilidad física, pasando por
la anímica y acabando en la toma de decisiones. Es decir que se consi-
dera alienado al que no es él mismo actuando, sino que es otro (alius,
alienus, ajeno a sí mismo)» (Arnal, 2006).
El síntoma esencial del Síndrome de Alienación Familiar es una acti-
tud de rechazo de los hijos hacia uno de sus progenitores desarrollada en
el contexto de un proceso de ruptura conyugal conflictiva. Esta actitud es
el resultado de una serie de alineamientos filiales como respuesta a la pre-
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sión emocional que sienten. Los conflictos de lealtades y las rivalidades


afectivas entre los padres propician que la alineación (entendida como
alianza o proximidad afectiva hacia alguno de los progenitores) natural en
diversos momentos de la vida se convierta en una auténtica alienación.
La negativa de los hijos para relacionarse con uno de sus padres
adquiere auténtica trascendencia en el momento en que se expresa en un
juzgado y los mecanismos jurídicos y judiciales entran en funcionamiento.
Se desencadena entonces una serie de acusaciones, búsquedas de expli-
caciones y acciones encaminadas a resolver el problema que hacen que
la instancia judicial se convierta en parte del mismo en la medida en que
adquiere la responsabilidad de garantizar o hacer cumplir una relación

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paterno filial que la dinámica familiar está impidiendo. Esta participación


hace que debamos incluirla como un elemento de vital importancia en los
componentes que definen el síndrome.
Por otro lado, la intervención judicial tiende paradójicamente a alie-
nar aún más al progenitor rechazado, quien se ve relegado a un segundo
plano, colocándose entre él y su hijo una nueva y potente figura autori-
taria que, en buena medida, sustituirá algunas de sus funciones. El pro-
genitor rechazado reclama y exige esta intervención con lo que también
contribuye a mantener su situación.
Si concebimos el problema como el resultado de una interacción entre
factores personales, familiares y legales, las posibles alternativas de solu-
ción deberían contemplar estos elementos. Una intervención judicial por
sí misma o una intervención psico-social aislada del contexto legal
podrían ser insuficientes. En este sentido, la mediación familiar, enten-
dida como un abordaje psico-jurídico de conflictos psico-jurídicos podría
constituir un enfoque más próximo. Hablamos de una mediación adap-
tada a la realidad generada tras el inicio de un proceso legal contencioso,
donde las diferencias y los desacuerdos se han convertido en posiciones
de una disputa judicial que habitualmente poco tienen que ver con las
auténticas necesidades de las partes en conflicto, y de una mediación que
va más allá de la simple facilitación de procesos de negociación, otor-
gando importancia a la creación de un contexto familiar cooperativo que
abra la posibilidad de una transformación en el proceso conflictivo. No
estamos hablando de mediación intrajudicial, o al menos en los términos
en que muchas veces ha sido definida ésta. Hablamos de una mediación
en un contexto familiar judicializado, donde los procesos de alienación
descritos han supuesto nuevas pautas de funcionamiento extrañas a las
que conformaban la identidad de dicha familia, y donde las relaciones
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entre ésta y el contexto judicial han generado dinámicas de confrontación


y de pérdida de responsabilidad.
Mucho se ha hablado de las influencias del sistema legal en el fami-
liar cuando ambos entran en contacto, pero muy poco de las influencias
entre familia y sistema mediador. Desde una perspectiva relacional, no
podemos obviar que cuando dos sistemas inician una interacción es posi-
ble pensar en mutuos procesos de adaptación y en pautas de negociación
que, incluso cuando las aparentes diferencias de poder son claras, pueden
provocar cambios identificables en ambos.
Cuando una familia, en el seno de la cual existe un conflicto, acude
al sistema judicial en busca de soluciones legales para las diferencias per-
sonales, puede producirse, de manera paradójica, un fenómeno de pér-

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dida de poder que estamos denominando alienación familiar. Algo pare-


cido puede ocurrir cuando el contacto se establece con la mediación si el
mediador no es consciente de que su poder también puede alienar a la
familia. Este concepto podría hacer referencia a un proceso relativo de
involución caracterizado por al menos dos aspectos esenciales:

— Delegación del poder para tomar decisiones.


— Pérdida de responsabilidad.

El proceso de delegación de poder implica que, desde los diferen-


tes roles jerárquicos de la familia, se produce un traspaso de la capaci-
dad para tomar decisiones hacia una instancia externa, teóricamente más
capaz, como es la judicial o como se espera que sea la mediadora. En el
caso de la Justicia, la demanda supone una presunción de incapacidad
basada en el mensaje: «no podemos decidir», ante la cual la respuesta del
sistema legal supone una aceptación de dicha presunta incapacidad tras
el mensaje: «no importa, para eso está la Justicia». El beneplácito incon-
dicional a esta propuesta supone, por tanto, una definición mutua del papel
que ambos sistemas pueden jugar a partir de ese momento. En el caso de
la mediación la demanda es muchas veces similar. Aunque la respuesta
no es la misma que la legal, en algunos casos puede aumentar la sensa-
ción de impotencia cuando únicamente se basa en el mensaje: «lo que
tenéis que hacer es decidir».
El proceso anteriormente descrito implica para los miembros de la
familia una pérdida de responsabilidad no solo ante las decisiones a tomar
sino también ante los resultados de las mismas. Esta responsabilidad se tra-
duce en culpa no aceptada cuando las resoluciones no parecen adecuadas,
en culpa que inevitablemente se vuelca sobre la instancia que ha asumido
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el riesgo de decidir o de no hacerlo. Así ocurre en muchas rupturas de pareja


conflictivas en las que los padres han depositado en el juzgado la capaci-
dad para definir algunos aspectos relevantes del futuro de sus hijos y de
sus relaciones con ellos. Es fácil observar cómo el fracaso de los intentos
de solución adoptados por el juez es achacado únicamente a éste, mientras
los padres en conflicto pueden continuar incansablemente exigiendo nue-
vas resoluciones insatisfactorias en progresivos ciclos de pérdida de res-
ponsabilidad que tienden a cronificarse. Algo similar puede ocurrir en algu-
nas mediaciones en las que la propuesta de no-decisión por parte del
mediador unida a la recomendación de decidir hacia las partes provoca una
sensación de falta de ayuda en la medida en que precisamente eso es lo que
creen que no pueden hacer y por lo que han acudido a una instancia externa.

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Hijos alineados y padres alienados. Mediación familiar en rupturas conflictivas

Familias y Juzgados:

• Legalización de la disputa
• Delegación del poder parental
• Protagonismo de los hijos
• Justificar lo injustificable

La actuación del mediador desde la consciencia de su responsabili-


dad y su poder supone revisar algunos de los conceptos metodológicos
clásicos de la mediación y adaptarlos a una visión que promueva el tras-
paso de ese poder y esa responsabilidad hacia las partes desde una pers-
pectiva que implique un espacio intermedio en el que ambas instancias
puedan ser compartidas por el propio mediador y las partes, constituyén-
dose en protagonistas reales del territorio de la mediación.
Cuando, después de haber conectado con el sistema judicial, una
familia acude a mediación, el proceso debe contemplar la existencia del
fenómeno descrito (alienación familiar) con sus dos características esen-
ciales, en la medida en que el nuevo contexto requerirá una recuperación
suficiente del poder familiar para tomar decisiones y de la responsabili-
dad sobre las mismas.
Parta facilitar este cambio, el mediador simplemente ofrece el con-
texto adecuado para que las reacciones positivas puedan producirse. Es
un catalizador que provoca la consideración de realidades alternativas,
con la difícil habilidad de permitir que éstas surjan de las propias perso-
nas implicadas en el conflicto, como respuestas comunes a todas las nece-
sidades e intereses de cada una de ellas. Por tanto, una parte esencial de
la responsabilidad del mediador consiste en favorecer que las partes en
conflicto asuman su propia responsabilidad.
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El conocimiento del proceso como herramienta y las técnicas como


elementos que facilitan que el proceso avance, forman parte de la identi-
dad de la persona mediadora como tal y le confieren poder ante las par-
tes en la medida en que se trata de instrumentos que ellos aparentemente
no poseen. Consciente de esta situación, la persona mediadora debe refor-
mular su actuación en términos de ayuda para que ellos ejerzan su poder,
colocándose deliberadamente en una posición inferior a las partes.

La mediación ofrece la posibilidad de un espacio de padres


e hijos alineados en un mutuo proceso de adaptación

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2. ASPECTOS PSICOJURÍDICOS DE LA
RUPTURA CONYUGAL

2.1. EL DIVORCIO COMO CRISIS


Pittman (1990) propone que una crisis se produce cuando una ten-
sión (una fuerza que tiende a distorsionar) afecta al sistema familiar, exi-
giendo un cambio en su repertorio usual, y permitiendo, además, la
entrada de influencias externas de una forma incontrolada. Este autor des-
cribe cuatro categorías de crisis:
Desgracias inesperadas. Son sucesos imprevisibles, cuyas causas
suelen ser extrínsecas a la familia (fallecimientos, accidentes, etc.). Su
resolución puede suponer un esfuerzo común para adaptarse a la situa-
ción, o puede implicar el riesgo de una búsqueda de culpables que genere
mecanismos de ataque y defensa.
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Crisis de desarrollo. Son universales y previsibles. Forman parte de


la evolución normal de cada familia (matrimonio, nacimientos de hijos,
etc.). Una superación adecuada facilita el crecimiento, aunque los proble-
mas pueden aparecer cuando una parte de la familia intenta impedirla o
provocarla antes de tiempo.
Crisis estructurales. Son recurrentes y se insertan en las propias pau-
tas intrínsecas de una familia (psicosis, alcoholismo, etc.). Suelen mani-
festarse en un solo miembro, aunque afectan directamente a todos los
demás, de forma que dificultan cualquier posible proceso de cambio.
Crisis de desvalimiento. Ocurren en familias en las que los propios
recursos se han agotado o son ineficaces, de tal forma que dependen de

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instancias externas para uno o varios aspectos de su supervivencia (fami-


lias que dependen de los recursos sociales, incapacidades crónicas, etc.).

Parece obvio que una separación pueda ser integrada en la categoría


de crisis del desarrollo. Como tal, estaríamos ante una auténtica situación
adaptativa cuyo resultado, una vez superada, debería colocar al sistema
familiar en un punto más avanzado de su evolución. Pero esto no ocurre
con todas las rupturas. Existe un porcentaje elevado de ellas que podría
ser enmarcado en las restantes categorías. Así, en separaciones cuyo deto-
nante último es una relación extraconyugal, puede ocurrir que una parte
de la familia reaccione como si de una desgracia inesperada se tratase,
creándose un persistente rechazo del miembro «infiel», que es identifi-
cado como culpable, y evitándose cualquier tipo de interacción con él.
Por otro lado, hay familias en las que el conflicto conyugal se reactiva
periódicamente, incluso pasados varios años desde la separación, cada vez
que son necesarias nuevas negociaciones o nuevos cambios en la rela-
ción. El conflicto mediatiza todas las interacciones, y adquiere el carác-
ter de una crisis estructural que forma parte de la evolución familiar y de
la de todos sus miembros. En el extremo estarían aquellas parejas que
deben recurrir constantemente a intervenciones judiciales. La capacidad
para tomar decisiones sobre su propia vida se ha visto tan disminuida que,
desde una situación de desvalimiento, han generado una irreversible
dependencia de la institución legal.
Los tres últimos casos descritos incluirían diversos grados de disfun-
cionalidad, a veces difícilmente superable. En muchas ocasiones suelen
expresarse en intensos e interminables conflictos legales que, acumula-
dos en los juzgados, ponen a prueba la eficacia de la Justicia en determi-
nadas crisis psico-sociales.
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2.2. EL DIVORCIO COMO PROCESO


Desde un modelo evolutivo de crisis, podemos concebir la separación
como un proceso que transcurre en diferentes niveles relacionados entre
sí, ubicable temporalmente, y contextualizable en función de las múltiples
cuestiones que deben resolverse en cada uno de sus estadios. Algunos auto-
res ya clásicos (Bohannan, 1970; Giddens, 1989) distinguen hasta seis
«procesos de divorcio» (emocional, legal, económico, co-parental, social
y psíquico) que una pareja debería afrontar indefectiblemente para com-
pletar su ruptura. Todos ellos tienen que ser abordados, y en todos puede
surgir el conflicto cuando no se obtienen los resultados deseados. Este

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puede ir expresándose alternativamente en cada proceso, al mismo tiempo


que van generándose las diferentes soluciones. También es posible que
alguno de ellos adquiera una especial preponderancia conflictiva sobre los
demás, impidiendo la resolución de los otros y provocando que el tiempo
de elaboración de la ruptura se alargue más de lo debido.
Los diferentes procesos no son temporalmente paralelos, aunque en
algunos momentos transcurren solapados, y se interrelacionan mutua-
mente. Así, la ruptura emocional suele iniciarse mucho antes de llegar la
separación física, y puede prolongarse una vez finalizado el proceso legal.
Este va íntimamente asociado al económico, mientras que el social y el
psicológico suelen ser los últimos en resolverse.
Kaslow (1988) propone un modelo explicativo de las fases por las
que atraviesa una ruptura (divorcio), al que define como ecléctico y dia-
léctico, y denomina «diacléctico». Con él pretende integrar diferentes
interpretaciones, ofreciendo un esquema sintetizador de etapas y estadios,
así como de los diferentes sentimientos y actitudes asociados a cada uno
de ellos. El modelo, esquemáticamente resumido, es el siguiente:

A. Pre-divorcio: un periodo de deliberación y desaliento.


I. Divorcio emocional. Hace referencia al deterioro de la relación y
al aumento de la tensión que conducen a la ruptura.
*Sentimientos: Desilusión, insatisfacción, alienación, ansiedad, incre-
dulidad, desesperación, temor, angustia, ambivalencia, shock, vacío,
enojo, caos, inadecuación, baja autoestima, pérdida.
*Actitudes: Evitación, llantos, confrontaciones, riñas, negación,
abandono físico y emocional, pretensión de que todo está bien, intentos
de recuperar el afecto, búsqueda de consejo en la red social.
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B. Divorcio: un periodo de compromisos legales.


II. Divorcio legal. Legitima la separación y regula sus efectos.
*Sentimientos: Depresión, separación, enojo, desesperanza, autocom-
pasión, indefensión.
*Actitudes: Negociación, gritos, teatralidad, intentos de suicidio, con-
sulta a un abogado.

III. Divorcio económico. Conlleva el reparto de los bienes y la bús-


queda de garantías que salvaguarden la subsistencia de ambos cónyuges
y de sus hijos.

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*Sentimientos: Confusión, furia, tristeza, soledad, alivio, venganza.


*Actitudes: Separación física, intentos de terminar con el proceso
legal, búsqueda de arreglos económicos y sobre la custodia de los hijos.

IV. Divorcio co-parental. Regulación de las cuestiones de organiza-


ción temporal respecto a la tenencia de los hijos.
*Sentimientos: Preocupación por los hijos, ambivalencia, insensibi-
lidad, incertidumbre.
*Actitudes: Lamentos, búsqueda de apoyo en amigos y familiares,
ingreso o reingreso en el mundo laboral (sobre todo en mujeres), falta de
poder para tomar decisiones.

V. Divorcio social. Reestructuración funcional y relacional ante la


familia, las amistades y la sociedad en general.
*Sentimientos: Indecisión, optimismo, resignación, excitación, curio-
sidad, remordimiento, tristeza.
*Actitudes: Finalización del divorcio, búsqueda de nuevas amistades,
inicio de nuevas actividades, exploración de nuevos intereses, estabiliza-
ción del nuevo estilo de vida y de las rutinas diarias para los hijos.

C. Post-divorcio: un periodo de exploración y reequilibrio


VI. Divorcio psíquico. Consecución de independencia emocional y
elaboración psicológica de los efectos de la ruptura.
*Sentimientos: Aceptación, auto confianza, energía, autovaloración,
entereza, tonificación, independencia, autonomía.
*Actitudes: Recomposición de la identidad, búsqueda de una nueva
relación estable, adaptación al nuevo estilo de vida, apoyo a los hijos para
aceptar el divorcio y la continuidad de las relaciones con los dos padres.
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Carter y McGoldricK (1981) describen el proceso en función de cinco


«problemas de desarrollo» que se plantean en cada etapa y las correspon-
dientes «actitudes emocionales» necesarias para resolver adecuadamente
cada uno de ellos. Esencialmente serían:
1. Aceptación de la inhabilidad para resolver los problemas mari-
tales y para mantener la continuidad de la relación. Implica una acep-
tación de la parte de responsabilidad en el fracaso del matrimonio.
2. Disponibilidad para lograr arreglos viables para todas las par-
tes del sistema, para cooperar en las decisiones de custodia, visitas y
finanzas y para afrontar el divorcio con las familias extensas.

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3. Disposición para colaborar parentalmente. Para ello es necesa-


rio superar el duelo por la pérdida de la familia intacta, aceptar la vida
en soledad y reestructurar las relaciones paterno y materno filiales.
4. Trabajar para resolver los lazos con el cónyuge. Se hace pre-
cisa una reestructuración de la relación con el cónyuge y de las relacio-
nes con la propia familia extensa, manteniendo contacto con la otra.
5. Elaboración emocional de las heridas, angustias, odios, culpas,
etc. Renunciar a las fantasías de reunificación, recuperar esperanzas y
expectativas por la vida en pareja y permanecer conectado con las fami-
lias extensas.
En los casos más conflictivos es fácil observar cómo el divorcio psí-
quico y muchas de las tareas necesarias para lograrlo son prácticamente
inalcanzables.

2.3. PAREJAS CONFLICTIVAS Y PROCESOS CONTENCIOSOS


Del mismo modo que existen diferentes formas de llevar a cabo una
relación de pareja, podríamos sintetizar estilos conyugales diferentes a la
hora de abordar la separación. Lo cierto es que la pareja no se inventa
una nueva relación durante la ruptura o tras ella. La esencia de las pau-
tas interaccionales es la misma, adaptada a una nueva situación y con dife-
rentes niveles de intensidad. Igualmente, por tanto, podríamos predecir
cómo determinadas parejas irían más encaminadas hacia procesos lega-
les contenciosos, donde el enfrentamiento en el juzgado sustituye al del
hogar, o hacia acuerdos más civilizados, en función del estilo relacional
que han ido negociando durante su convivencia (Bolaños, 1998a).
Diversos autores han tratado de describir varios tipos de ruptura rela-
cionándolos con el grado de perturbación familiar posterior a la misma,
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las repercusiones en los hijos o los estilos de resolución de conflictos. En


general han encontrado tres factores básicos: la forma en que se ha tomado
la decisión de separarse, el estilo de interacción y comunicación en la
pareja y la intensidad emocional asociada al conflicto.

2.3.1. La decisión de separarse


Finalizar una relación de pareja no es fácil. La experiencia clínica
(igual que la vida) nos demuestra cómo innumerables personas mantie-
nen una convivencia con la que no están satisfechas ante la imposibili-
dad de tomar una decisión de ruptura. Hay varios modelos teóricos que
han intentado explicar este proceso, poniendo especial énfasis en los obs-

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táculos que lo impiden y que facilitan la pervivencia de muchos «matri-


monios de conveniencia», emocionalmente separados pero físicamente
unidos ante la imposibilidad de tomar una decisión definitiva de ruptura.
Desde la Teoría del intercambio social (Chadwick-Jones, 1976), se con-
cibe la decisión como un proceso en el que los miembros de una pareja eva-
lúan los costes y beneficios de una relación en función del balance entre
atracciones internas, que orientan hacia la continuidad, y atracciones alter-
nativas, que orientan hacia la ruptura; así como de las «barreras prohibiti-
vas» que impiden la decisión (Albrecht y Kunz, 1980; Kitson y col., 1983).
Entre los factores positivos que inciden en la atracción hacia la continuidad,
están el nivel de compañerismo, el afecto, el acuerdo sobre el tipo de rela-
ción o la calidad de la comunicación. Son factores negativos la insatisfac-
ción, el desacuerdo y el conflicto abierto. Por su parte, las atracciones alter-
nativas pueden depender del apego con otras personas (familiares, amigos
o nuevas parejas), de la búsqueda de un estilo de vida individual o de las
oportunidades percibidas de desarrollo personal. Incluso cuando hay un des-
equilibrio en favor de la ruptura, hay barreras que pueden bloquear la deci-
sión. Algunas de ellas son: el sentido de obligación hacia los hijos y el vín-
culo conyugal, prohibiciones morales o religiosas, desaprobación familiar y
social. Según la visión económica de este modelo, podemos pensar por tanto
que, incluso cuando la atracción hacia la continuidad de la relación es
mínima, si las alternativas son escasas y los obstáculos importantes, hay pare-
jas que pueden permanecer juntas en un estado crónico de insatisfacción.
La Teoría del apego y del duelo de Bowlby (1960, 1961) también ha
sido utilizada como modelo explicativo de las dificultades para decidir
una ruptura de pareja (Brown y col. 1980; Stephen, 1984). Las personas
tienen una tendencia natural a establecer vínculos afectivos con los otros,
y a mostrar algunos problemas emocionales cuando dichos lazos se rom-
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pen. El duelo es el consiguiente proceso psicológico puesto en marcha


ante la pérdida de un «objeto» amado, y transcurre en cuatro fases: nega-
ción, protesta, desesperación y desvinculación. Este proceso, pleno de sen-
timientos confusos y contradictorios, estaría presente en cualquier situa-
ción de alejamiento y separación emocional. En muchos casos es previo
a la ruptura y, en los más complicados, sería posterior a ella. En otros, la
pareja puede mantener una relación inviable en un intento desesperado
por evitar los efectos más dolorosos de una desvinculación total.
La Teoría de la disonancia cognitiva (Festinger, 1957) describe un
estado psicológico desagradable (la disonancia) que conduce a los indi-
viduos a reducirlo mediante estrategias como el cambio de actitudes, de
opinión y de conducta, así como la búsqueda de la información conso-

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nante o la evitación de la información disonante (Jorgensen y Johnson,


1980). Cuando en una relación de pareja aparecen indicios que amena-
zan su continuidad, es fácil que surjan actitudes negadoras en uno o ambos
cónyuges encaminadas a mantener la estabilidad, al mismo tiempo que
intentos auto convincentes de que todo está bien. Solamente cuando la
pérdida de complicidad emocional es innegable, uno de los dos puede lle-
gar a un punto de no retorno que hace la ruptura inevitable. En este
momento, la búsqueda de la consistencia puede funcionar en un sentido
inverso e iniciarse un proceso de búsqueda de elementos negativos en el
otro que justifiquen la decisión tomada.
Desde el Modelo de los procesos de toma de decisiones (Janis y
Mann, 1977) se postula que la decisión última de la ruptura es la salida
final a una larga serie de pequeñas decisiones previas. Estas pueden haber
sido tomadas mediante una estrategia «satisfactoria» o mediante una estra-
tegia «óptima». La primera tiene en consideración un único factor rele-
vante a la hora de valorar qué acción tomar. La segunda tiene en cuenta
todos los factores relevantes y, en realidad, es un ideal teórico difícil de
conseguir. La sobrecarga de variables que influyen en la decisión de sepa-
rarse, así como las inevitables interferencias emocionales, no sólo difi-
cultan aún más el empleo de una estrategia lo más «óptima» posible, sino
que tienden a determinar salidas tomadas con informaciones incompletas
(Donovan y Jackson, 1990). Ello suele generar inevitables conflictos basa-
dos en el arrepentimiento post-decisional.
Wallerstein y Kelly (1980) propusieron cuatro formas de decidir la
ruptura:

— Como una salida racional mutuamente afrontada.


— Como resultado de una consulta profesional.
— Como respuesta a una situación de estrés incontrolable.
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— Como una salida impulsiva.

Las dos últimas serían predictoras de una ruptura más conflictiva.


Estas autoras encontraron además que los motivos que mujeres y hom-
bres ofrecían sobre la causa de su ruptura eran diferentes. Así, las muje-
res aludían a no sentirse queridas, sentirse despreciadas en la relación o
actitudes hipercríticas de sus cónyuges hacia ellas. Por su parte, los hom-
bres citaban mayoritariamente actitudes desatentas y negligentes de sus
compañeras respecto a sus deseos y necesidades.
En general, los estudios más actuales no acentúan tantas diferencias
de género y obtienen consenso respecto a la pérdida de intimidad, la

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pobreza emocional, el aburrimiento o las diferencias en estilos de vida y


valores como elementos importantes en las decisiones de separación (Gigy
y Kelly, 1992). Este tipo de argumentos parecen estar asociados a ruptu-
ras menos traumáticas que las marcadas por quejas sobre conductas veja-
torias o infidelidades conyugales (Kitson y Sussman, 1982).

2.3.2. Estilos interaccionales y comunicacionales en la ruptura


Muchas personas deciden separarse en fases muy avanzadas de ale-
jamiento emocional. Son parejas que se han ido desligando progresiva-
mente y a las que la ruptura no supone más que un nuevo paso en dicho
proceso. Otras han podido comunicarse sus insatisfacciones y deseos de
cambio, han intentado alternativas de relación y han llegado a una con-
clusión más o menos conjunta. Pero no es fácil cumplir con todos los
requisitos para una «buena separación». Son inevitables unos ciertos nive-
les de conflicto.
Lisa Parkinson (1987, 2005) propuso una tipología de las rupturas
conflictivas basada en siete patrones:
1. Parejas «semi-desligadas». La pareja ha evolucionado por sepa-
rado previamente a la ruptura, y ésta ha sido manejada con un relativo
bajo nivel de conflicto. La aparición posterior de problemas prácticos en
cuanto a las decisiones relacionadas con los hijos o los temas económi-
cos, puede indicar la persistencia de vínculos emocionales no resueltos
entre los padres.
2. Conflictos de «puertas cerradas». Son parejas que evitan la con-
frontación directa refugiándose, tanto física como psicológicamente, tras
un silencio que pretende indicar rechazo, ira o frustración, pero tras el
que se ocultan sentimientos de apego, dolor profundo y miedo al aban-
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dono. Este patrón puede ser fácilmente transmisible a los hijos.


3. La «batalla por el poder». La separación puede constituir un
intento de desequilibrar el reparto de poder dentro de la familia. Aquel
que siente que más ha perdido durante la vida en común, puede ahora
reaccionar luchando por conseguir una posición dominante en el proceso,
poniendo en juego para ello armas como la culpabilización del otro, la
utilización de los hijos o la explotación de ventajas legales en el juzgado.
4. El «enganche tenaz». Un cónyuge intenta dejar al otro, mientras
que éste hace lo posible por evitarlo. Puede utilizar el chantaje emocio-
nal, a veces bajo la forma de intentos de suicidio o autolesiones. En oca-
siones, el que deja se ve impulsado al retorno, pero el intento de recon-
ciliación suele durar poco tiempo, y el que es abandonado se sentirá más

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lastimado y enfadado que antes. Algunos autores han descrito esta misma
situación como el «síndrome del esposo ambivalente» (Jones, 1987).
5. «Confrontación abierta». Muchas parejas se sienten negativa-
mente conmocionadas y humilladas cuando se descubren a sí mismas
agrediéndose verbalmente de una forma completamente inusual. El con-
flicto puede llegar a ser tan intenso que, inevitablemente, cada vez que
se produce una discusión se desencadena una brusca escalada de la vio-
lencia. Ambos pueden sentirse avergonzados por lo que ocurre, al mismo
tiempo que incapaces de controlar sus reacciones.
6. «Interacciones enredadas». Se trata de parejas que dan la impre-
sión de estar realizando una fuerte inversión emocional en un intento de pro-
curar que su lucha continúe. Son capaces de sabotear todo tipo de decisio-
nes relacionadas con su ruptura por continuar con la batalla. Reavivan el
conflicto cuando están a punto de solucionarlo. Su resistencia a encontrar y
aceptar soluciones frustra cualquier intento de ayuda legal o psico-social.
7. «Interacciones violentas». Cuando se ha creado una dinámica en
la que un cónyuge es repetidamente maltratado por el otro, la ruptura
puede resultar algo inalcanzable. La conjunción de agresiones y amena-
zas coloca a muchas personas en un permanente estado de temor e inti-
midación que dificulta sus intentos de romper con la violencia o con la
relación. Dicho estado puede continuar mucho tiempo después de mate-
rializada la ruptura.
Kressel y col. (1980) elaboraron una interesante tipología de parejas
basada en tres dimensiones primarias: grado de ambivalencia respecto a
la decisión de ruptura, frecuencia y apertura de la comunicación y nivel
de conflicto. Así, describieron cuatro patrones de interacción:

Figura 2. Patrones de interacción conflictiva. (Kressel y col., 1980).


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Parejas Conflicto Comunicación Ambivalencia


ENREDADAS ALTO ALTA ALTA
AUTISTAS BAJO BAJA ALTA
CONFLICTO ABIERTO ALTO ALTA BAJA
DESLIGADAS BAJO BAJA BAJA

1. Las parejas «enredadas» debaten intensa e interminablemente los


pros y contras de la ruptura. Acuerdan separarse pero no llevan a cabo su
decisión. Suelen mantener la misma residencia hasta que tienen una deci-
sión judicial. Son proclives a conflictos legales crónicos.

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2. Las parejas «autistas» se evitan física y emocionalmente. Evitan


el conflicto por ansiedad. Las dudas y la incertidumbre sobre el destino
de la pareja se extienden a todos los miembros de la familia. La ruptura
suele ser brusca y decidida unilateralmente, lo que produce un mayor
rechazo comunicativo en el otro.
3. Las parejas con «conflicto abierto» pueden expresar claramente
sus deseos de ruptura y llegar a acuerdos al respecto con relativa facili-
dad. Son capaces de negociar sobre los bienes o los hijos con una inten-
sidad aceptable de conflicto, pero habitualmente no se quedan conformes
con los resultados y pueden provocar nuevas negociaciones o litigios años
después de la separación.
4. Las parejas «desligadas» han perdido todo tipo de interés mutuo.
Han pasado un periodo relativamente largo en el que uno o los dos, de
forma incomunicada, han considerado la posibilidad de la ruptura, de
forma que cuando esta se produce no suele generar grandes reacciones
emocionales. Las decisiones posteriores se toman por separado o a tra-
vés de los abogados, pero sin excesivo conflicto.

2.3.3. Taxonomía de las disputas


No es difícil comprobar cómo una pareja puede enfrascarse en la bús-
queda del «motivo» de sus desavenencias, enredando para ello a familia-
res, amigos, abogados, jueces, psicólogos, trabajadores sociales... Pero,
desde un punto de vista psico-social, el origen del conflicto no puede ubi-
carse en una única causa. Cuando así se hace, es fácil caer en la indivi-
dualización del problema y, por tanto, en la culpabilización.
Una taxonomía aceptable es la expuesta por Milne (1988), quien con-
cibe la disputa como el resultado de la interacción entre cuatro niveles de
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conflictos: psicológicos, comunicacionales, sustantivos y sistémicos.


A. Conflictos psicológicos. Son privados y personales y, posible-
mente, los factores más potentes en los desacuerdos del divorcio. Ven-
drían producidos por una disfunción en los sentimientos de bienestar emo-
cional o de autoestima generada paralelamente al declive de la pareja.
• Conflictos internos: Cuando dichos sentimientos afectan a uno
mismo (confusión, fracaso, inadecuación), pueden provocar conduc-
tas contradictorias que generan disputas e inducen a otros conflic-
tos.
• Ajuste disonante: La falta de sincronía entre los procesos de ajuste
de ambos cónyuges a la ruptura puede suponer un conflicto, cuando

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uno de ellos comienza a centrar su atención en nuevos asuntos exter-


nos a la pareja, mientras que el otro se encuentra aún en el inicio de
su proceso de duelo.
• Decisión de separarse: Cuando se ha tomado de forma unilateral, la
falta de simetría al respecto puede generar un ciclo de conflicto. La
incapacidad o falta de voluntad para negociar la decisión refuerza
la incomprensión y tiende a provocar el inicio de problemas en otros
ámbitos.
• Recuento de la ruptura. En un esfuerzo por comprender los moti-
vos, cada individuo puede intentar elaborar una explicación, basada
en hechos y transgresiones, que suponga un repaso de la relación,
y en la que las responsabilidades y las culpas siempre recaigan en
el otro. La forma en que se construye esa historia regula el alcance
y tipo de conflicto.
B. Conflictos comunicacionales. El conflicto no existe sin un canal
de comunicación, y éste puede venir definido por la persistencia de con-
flictos previos no resueltos, la ineficacia comunicativa, el empleo de estra-
tegias determinadas o la existencia de impedimentos estructurales.
• Conflictos previos no resueltos: Aparecen cuando se derrumban los
motivos para contener las insatisfacciones. Las discusiones sobre el
pasado impiden una comunicación efectiva y la resolución de los
problemas actuales.
• Comunicación ineficaz. La capacidad para escuchar y entender
determinados mensajes puede verse afectada durante el divorcio.
Cada parte implicada reacciona ante lo que supone que el otro siente
o piensa. El conflicto aumenta cuando uno siente que lo que dice
está siendo incomprendido o lo que hace mal interpretado y, por
tanto, contesta desde esa perspectiva.
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• Comunicación táctica. Las negociaciones y discusiones propias de


una ruptura pueden llevar a utilizar estrategias comunicativas enca-
minadas a obtener posiciones de poder. Una forma sería adoptar pos-
turas extremas con la esperanza de conseguir concesiones de la otra
parte. También es posible enviar mensajes inapropiados sobre la
propia situación, con el fin de provocar determinados efectos en el
otro. O, tal vez, intentar conducir la comunicación por terrenos ven-
tajosos utilizando tecnicismos, actitudes supuestamente informadas
u opiniones incuestionables.
• Impedimentos estructurales. Son barreras comunicacionales propias
de la situación, como el envío de mensajes, que suelen resultar dis-

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torsionados, a través de terceras personas (abogados, hijos), o la


inexistencia de un lugar físico en el que hablar tras la ruptura.
C. Conflictos sustantivos. Forman parte de la dinámica esencial de
todos los divorcios y afectan básicamente a las decisiones sobre los hijos
y las propiedades.
• Conflictos posicionales. Cada parte adopta una posición relativa
respecto al asunto que se discute. El conflicto puede resolverse por
convencimiento, por cansancio o por el arbitrio de un tercero. Pero
las posiciones pueden hacerse rígidas, siendo imposible cualquier
tipo de replanteamiento que implique alguna concesión hacia el
otro.
• Incompatibilidad de intereses y necesidades. Suelen implicar con-
flicto porque las alternativas son únicas e indivisibles (el domici-
lio, los hijos) o porque los intereses de uno respecto a los bienes
comunes chocan directamente con los del otro, y cualquier tipo de
reparto mermaría los intereses de los dos.
• Recursos limitados. Cuando el dinero, el tiempo o la energía (física
o mental) son escasos, el reparto de los bienes o de las responsabi-
lidades hacia los hijos supone una dimensión que puede afectar a
la propia supervivencia económica o afectiva.
• Diferencias en conocimiento y experiencia. El abordaje de nuevas
situaciones financieras o relacionales puede provocar conflictos que
suelen partir del cuestionamiento hacia el trato de los hijos, des-
acuerdos respecto a sus necesidades o discrepancias educativas.
• Conflicto de valores. Acerca del estilo de vida, religión, ideología
política o filosofía sobre el cuidado de los hijos. Son conflictos que
pueden transformarse en disputas sobre el poder, el control y la auto-
nomía.
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D. Conflictos sistémicos. Sobrepasan a la pareja y pueden servir


como expresión de la disputa y, al mismo tiempo, ser generadores de ella.
Básicamente afectan al sistema familiar y al sistema legal.

2.4. LOS HIJOS ANTE EL DIVORCIO


Como hemos ido viendo, la participación de los hijos en el proceso
de ruptura de sus padres supone una serie de repercusiones importantes.
Pero esta participación no es meramente pasiva. En ciertos momentos
adquieren una responsabilidad activa, tanto en las disputas familiares
como en las legales. De ahí que algunas de sus actitudes puedan ser inter-

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pretadas como un intento adaptativo de responder al conflicto que están


viviendo. Pero, en lugar de ello, suele ocurrir que sus respuestas sean uti-
lizadas en el mismo conflicto y pasen a constituir un argumento de un
valor innegable.
Podríamos pensar que los hijos, en función de su edad, utilizan una
serie de estrategias, conscientes e inconscientes, que les ayudan a enfren-
tarse a los aspectos más impredecibles, incontrolables y dolorosos del
divorcio. Saposnek (1983) describe algunas de ellas:
• Al principio, ante el miedo a ser abandonados, los niños de todas
las edades pueden intentar que sus padres se reconcilien y vuelvan
a vivir juntos (Vg. contando a un padre los cambios positivos del
otro).
• Tras la ruptura, las ansiedades ante las separaciones pueden expre-
sarse mediante dificultades para alejarse de uno y otro padre cada
vez que se produce el intercambio correspondiente a las visitas (Vg.
llorando al ir con su padre y llorando al regresar con su madre).
• Los niños pueden ofrecerse como detonantes de la tensión entre sus
padres, atrayéndola hacia sí mismos (Vg. hablando a su padre de
las nuevas relaciones afectivas de su madre).
• El miedo al rechazo afectivo provoca que, a menudo, intenten ase-
gurarse constantemente del amor que sienten por ellos (Vg. telefo-
neando repetidamente a su madre cuando está con su padre).
• Una forma más de garantizar el afecto de al menos uno de sus
padres, es probándole su lealtad mostrando su rechazo hacia el otro
padre (Vg. negándose al contacto establecido).
• En algunos casos pueden pretender evitar los conflictos intentando
mantener una difícil posición de neutralidad entre sus padres (Vg.
mostrando su deseo de permanecer exactamente el mismo tiempo
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con cada uno de ellos).


• Haciendo esfuerzos por proteger la autoestima de sus padres, debi-
litada tras la ruptura, se aseguran de no ser emocionalmente aban-
donados por ellos (Vg. expresando a cada uno de ellos su deseo de
convivir más tiempo con él que con el otro).
• En niños mayores y adolescentes son posibles los intentos de mani-
pular la ruptura para obtener ventajas inmediatas (Vg. expresando
su deseo de convivir con el padre más permisivo).

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Reacciones de los hijos según Saposnek (1983):

• Intentos de reconciliación.
• Dificultades de separación.
• Detonantes de la tensión.
• Confirmación del afecto.
• Pruebas de lealtad.
• Neutralidad.
• Protección de autoestima de padres.
• Manipulación

En cuanto a los innumerables estudios sobre las repercusiones del


divorcio en los hijos cabe destacar la llamativa evolución de sus resulta-
dos, en función de la época en que han sido realizados y el método utili-
zado, habiéndose pasado de considerar la ruptura como un trauma irre-
soluble a una crisis superable.
Los estudios más clásicos se basaron en las comparaciones entre fami-
lias «intactas» y familias «rotas», sin controlar si estas últimas lo eran
por ruptura conyugal, por fallecimiento de uno de los padres o por otros
motivos, siendo las familias uniparentales vistas como formas no natura-
les de convivencia y los resultados acordes con esta concepción (Tuck-
man y Regan, 1967; Thomes, 1968).
En los años 70 y 80 aparecieron las primeras investigaciones serias
centradas exclusivamente en la comparación de familias «divorciadas» y
familias «unidas». En general, los datos tendían a encontrar que los «hijos
del divorcio», sobre todo los varones, presentaban más problemas de
ajuste, más agresividad, impulsividad, antisocialidad y dificultades esco-
lares (Camera y Resnick, 1988). Otros trabajos, por el contrario, cuando
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controlan la edad, los niveles socioeconómicos y el ajuste previo al divor-


cio, no encuentran esas diferencias (Johnston y col., 1989) o detectan que
las dificultades ya existían antes de la ruptura (Block y col., 1986).
Paralelamente a estos estudios, ha ido apareciendo como un elemento
central en la investigación el factor «conflicto parental», valorándose la
importancia de los efectos sobre los hijos de la relación conflictiva entre
los padres una vez separados. Así, se ha podido concluir que una elevada
intensidad de conflicto parental, más que la ruptura en sí, puede estar aso-
ciada con dificultades en el ajuste emocional de los hijos (Jacobson, 1978;
Wallerstein y Kelly, 1980; Kurdek, 1981; Emery, 1982). Por el contrario,
cuando los padres tienen habilidad para colaborar en la reorganización
familiar, mantener una disciplina adecuada, conservar los rituales y garan-

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tizar unos mínimos de seguridad emocional para los hijos, el riesgo de que
éstos sufran dificultades disminuye notablemente (Brown y col. 1991).
También han sido estudiadas las relaciones entre padres e hijos pos-
teriores a la separación como fuente de influencia en el ajuste de éstos.
Así, en el caso del progenitor que ejerce la custodia, parece innegable que
la ruptura produce cambios en las interacciones afectivas, en la eficacia
de la autoridad o en el reparto de funciones del hogar que pueden incidir
en peores niveles de comunicación, menores exigencias de maduración y
pautas normativas más inconsistentes que oscilan entre la permisividad y
la rigidez (Hetherington, 1979; Shaw, 1991).
Con respecto al padre que no ejerce la custodia, se ha dado prioridad
a los efectos de los diferentes modelos de «encuentros», observándose,
como ya hemos destacado anteriormente, que los sistemas en que éstos
son frecuentes y regulares suelen estar positivamente relacionados con
mejores niveles de ajuste en los hijos cuando existe una buena relación
paterno filial previa (Healy, Malley y Stewart´s, 1990), cuando el padre
que ejerce la custodia las aprueba (Kurdek, 1988) y cuando la intensidad
de conflicto parental no es elevada (Wallerstein y Kelly, 1980). Algunos
factores externos como el paso del tiempo, la distancia entre hogares, los
bajos niveles socioculturales y el sistema legal adversarial; o internos,
como las dificultades para asumir los sentimientos de pérdida y para adap-
tar el rol paterno a la situación de visitas, parecen influir negativamente
en la continuidad de las mismas (Furstenberg y col., 1983).
En la mayoría de los trabajos citados suelen aparecer diferencias nota-
bles entre el grado de ajuste de niños y niñas, mostrando más dificulta-
des los primeros. Focalizando en este hecho se ha encontrado que los
niños continúan viviendo mayoritariamente con el padre de sexo contra-
rio, presencian mayores disputas, son confrontados con más pautas incon-
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sistentes y reciben más sanciones negativas (Hetherington, 1972; Santrock


y Warshak, 1979; Hodges y Bloom, 1984). Por el contrario, parece que
los chicos experimentan más beneficios cuando la madre inicia una nueva
convivencia de pareja, mientras que las chicas responden más desfavora-
blemente (Chapman, 1977; Clingempeel y col., 1984). Los niños pueden
encontrar en ello un complemento del padre y una amortiguación de la
relación diádica con la madre, mientras que para las niñas puede suponer
una intrusión en dicha relación.
En un intento de integrar la contribución de éstos y otros factores en
el proceso de ajuste a la ruptura de los hijos, Peterson, Leigh y Day (1984)
elaboraron un interesante modelo explicativo basado en la Teoría del
estrés familiar (Hill, 1949). El concepto clave es el de «definición de la

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situación», es decir, el grado subjetivo de severidad asignado a un acon-


tecimiento estresante (la ruptura de pareja) por cada miembro de la fami-
lia que, en interacción con las características específicas del evento y con
los recursos familiares de afrontamiento, determina la singularidad de una
situación de crisis y, por tanto, los efectos en cada miembro de la fami-
lia. El modelo predice que la severidad de la definición de crisis en el
niño, depende directamente de la de los padres y se ve además afectada
por la percepción que el niño tenía de la relación marital previa, por las
relaciones paterno filiales previas a la ruptura, por la calidad de las rela-
ciones parentales posteriores a la misma, y por el grado de tolerancia hacia
la separación existente en el entorno social del niño. Cuando éste no logra
una adecuada definición de la situación los efectos sobre su adaptación a
la ruptura y su posterior competencia social se hacen más evidentes.
Por último, merecen destacar por su especial relevancia los trabajos
ya clásicos realizados por Hetherington (1979) y Wallerstein y col. (1980,
1983, 1989).
Hetherington profundizó en los efectos de la ausencia del hogar de
uno de los padres y en las influencias de las familias monoparentales. Con-
cluyó, como muchos autores, que una familia intacta, pero conflictiva,
puede ser mucho más perniciosa para la salud mental de los hijos que un
hogar estable tras el divorcio. Sus datos demuestran que si el funciona-
miento familiar es positivo y el apoyo del sistema suficiente, los hijos de
padres separados pueden alcanzar idéntica competencia social, emocio-
nal e intelectual a los hijos de parejas no separadas.
Wallerstein y col., en su estudio longitudinal de diez años de dura-
ción, describieron ampliamente los sentimientos y reacciones de los hijos
en función de su edad. De una forma resumida, podríamos destacar los
siguientes:
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• Edad preescolar (de 2 a 4 años). Son los niños que presentan mayor
dificultad para comprender la complejidad de los sentimientos adul-
tos y por ello tienden a sentirse culpables o a temer ser abandona-
dos. Pueden aparecer ansiedades para separarse, conductas regresi-
vas, problemas para dormirse, caprichos, etc.
• Primera etapa escolar (de 5 a 8 años). Son más conscientes de los
motivos y razones de los adultos. Suelen mostrar sentimientos de
pérdida, rechazo y culpa. Ante los conflictos de lealtades pueden
reaccionar defensivamente llegando incluso a negar la relación con
uno de los padres. Son los niños que conservan más fantasías de
reconciliación.

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• Segunda etapa escolar (de 9 a 12 años). Su mayor capacidad empá-


tica y de comprensión hace que tiendan a identificar sus sentimien-
tos con los de los padres. Pero ante la angustia, la furia, el sufri-
miento o el desamparo, pueden tomar partido por uno solo de ellos
para garantizarse al menos una protección. A la vez, asumen pape-
les adultos convirtiéndose a sí mismos en protectores de uno de sus
padres. Pueden aparecer síntomas psicosomáticos.
• Adolescentes. Tienen más elementos cognitivos y más apoyos exter-
nos para enfrentarse a la nueva situación, pero al mismo tiempo
están más expuestos ante el conflicto y, por tanto, tienen mayores
posibilidades de verse implicados. El temor ante el derrumbe de la
estructura familiar contenedora que necesitan puede generar senti-
mientos de rechazo y ansiedad al comprobar la vulnerabilidad emo-
cional de sus padres.
Esta misma autora resalta una serie de «tareas psicológicas» esen-
ciales que los hijos deben realizar para superar el divorcio de sus padres.
Básicamente tendrían que ser capaces de comprender su significado y con-
secuencias, afrontar la pérdida y el enojo que les produce, y elaborar las
posibles culpas. El niño debe proseguir su vida cuanto antes, aceptar el
carácter permanente del divorcio y aferrarse a la idea positiva de que, a
pesar de todo, es posible «amar y ser amado».
Como plantea J.B. Kelly (1993), es importante tener en cuenta la
interacción de múltiples variables a la hora de valorar las repercusiones
del divorcio en los hijos. Como hemos visto, entre ellas, destacan varia-
bles del niño como edad, sexo, personalidad y ajuste emocional previos
a la ruptura; variables de los padres como el ajuste psicológico y la capa-
cidad de controlar impulsos; variables familiares como la intensidad de
conflicto, el tipo de comunicación, el grado de cooperación, la calidad de
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las relaciones paterno filiales y las pautas de crianza; variables legales


como los acuerdos de custodia y de visitas; y variables relacionadas con
el estatus económico y el soporte social.

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3. EL SÍNDROME DE ALIENACIÓN PARENTAL

3.1. CONFLICTOS DE LEALTADES: DEL DIVORCIO CONYU-


GAL AL DIVORCIO PATERNO-FILIAL
Resulta difícil mantener la neutralidad entre los polos opuestos de un
conflicto, y más aún cuando esos polos los constituyen personas con las
que se mantiene una historia relacional y afectivamente significativa.
Cuando son los padres quienes entran en conflicto y son los hijos
quienes intentan preservar su teórica posición de equilibrio entre ellos, es
inevitable que éstos se conviertan en observadores activos de lo que ocu-
rre y en expertos detectores de las emociones que definen las desavenen-
cias de los adultos. Pero siguen queriendo a sus padres y, sobre todo, quie-
ren seguir siendo queridos por ellos.
Si la ruptura de pareja llega, y ésta no supone el final del conflicto
sino, más bien, un nuevo escenario en el que perpetuar la disputa, no es
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difícil que los hijos, acostumbrados al juego de las alianzas, se vean en


la necesidad de asegurar el cariño de, al menos, uno de sus padres. La
separación siempre es dolorosa y supone un claro riesgo de pérdidas afec-
tivas. Los niños lo saben y, en ocasiones, reaccionan con un natural sen-
timiento de abandono respecto al progenitor que se va, aunque no pue-
dan entender del todo sus motivos, y con un intenso apego emotivo hacia
el progenitor que se queda, al que protegen y piden protección.
Conseguir el apoyo incondicional de los hijos puede convertirse en
el objeto del conflicto y en el referente implícito de la pugna por el poder
que mantiene la pareja. Los niños reciben presiones, habitualmente encu-
biertas, para acercarse a una y otra posición y, si no toman partido, se

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sienten aislados y desleales hacia ambos progenitores; pero si lo hacen


para buscar más protección, sentirán que traicionan a uno de los dos.
El conflicto de lealtades fue descrito inicialmente por Borszomengy-
Nagy (1973) como una dinámica familiar en la que la lealtad hacia uno
de los padres implica deslealtad hacia el otro. El resultado puede ser una
«lealtad escindida» en la que el hijo «tiene que asumir incondicionalmente
su lealtad hacia uno de los progenitores en detrimento de la del otro».
Otros conceptos que podrían apoyar la comprensión de este problema
son los mensajes doblevinculantes, la triangulación o el cisma marital.
El doble vínculo fue expuesto por Bateson, Jackson, Haley y Wea-
kland en 1971 para entender la estructuración de los mensajes en las fami-
lias con algún miembro diagnosticado de esquizofrenia. Este término tiene
componentes que, salvando las distancias, podrían aplicarse a determina-
das situaciones relativas a las rupturas conflictivas. El mensaje verbal «tie-
nes que ver a papá» se contradice con otro, implícito, de «me cuesta que
te vayas»; o el mensaje «mamá no quiere molestarte» con el mensaje «no
me extraña que tengas problemas con ella» Para el niño está en juego el
miedo a la pérdida del afecto.
La triangulación, definida por Bowen (1978), describe cómo, siem-
pre que existe un conflicto entre dos personas, éste puede ser obviado o
enmascarado al generarse un conflicto entre uno de los dos y un tercero.
Cuando aparece una actitud de rechazo de los hijos hacia uno de los pro-
genitores, parece que el conflicto entre los padres queda en un segundo
plano, aunque en realidad lo utilizarán para seguir acusándose mutua-
mente. Linares (1996) se refiere a la triangulación manipulatoria como
el resultado de una relación simétrica poco compensada que deriva en un
sistema de doble parentalidad. En él, el niño recibe mensajes contradic-
torios que le generan desconcierto y angustia básica.
El cisma marital fue propuesto por Lidz y colaboradores en los años
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60 como el efecto a largo plazo de una escalada asimétrica. Cada uno de


los miembros de la pareja se dedica a desprestigiar al otro delante de los
hijos, creándose dos bandos familiares enfrentados en los que los niños
participan activamente.
En sus trabajos sobre los efectos del divorcio en los hijos, Wallerstein
(1989) describe cómo muchos niños consideran la ruptura como una riña
entre dos bandos, donde el más poderoso es el que gana el derecho a per-
manecer en el hogar. En distintos momentos apoyan a uno o a otro. Aun-
que los padres intenten que los hijos no tomen partido, éstos sienten que
deben hacerlo. Pero cuando lo hacen para sentirse más protegidos, también
experimentan desazón porque están traicionando a uno de los dos. Si no

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toman partido, se sienten aislados y desleales hacia ambos progenitores. Es


un dilema sin solución. En el extremo, estas situaciones pueden convertirse
en lo que esta autora denomina metafóricamente «síndrome de Medea». Se
trata de padres que dejan de percibir que los hijos tienen sus propias nece-
sidades, y comienzan a pensar que el niño es una prolongación de ellos
mismos. Los pensamientos «me abandonó» y «nos abandonó a mí y a mi
hijo», se convierten en sinónimos y llega un momento en que el padre o la
madre y el hijo parecen una unidad funcionalmente indivisible ante el con-
flicto. Puede que el niño sea usado como agente de venganza o que la ira
impulse a uno de los padres a «robar o secuestrar» el hijo.
Johnston y Campbell (1988) utilizan el término alineamiento para
referirse a las fuertes preferencias hacia uno de los progenitores que inevi-
tablemente alejan a los hijos del otro. Esta estrecha relación no necesa-
riamente es el producto de actitudes manipulativas sino de la capacidad
empática del progenitor con el que los niños se alinean. Por el contrario,
Garrity y Baris (1994) caracterizan a este padre como falto de empatía,
inflexible y con escaso conocimiento de los efectos de su actitud sobre
los hijos. En cambio Lampel (1996) encontró niveles similares de rigi-
dez, defensividad y represión emocional en ambos padres, planteando que
los hijos tienden a alinearse con aquel al que sienten más abierto, capaz
y solucionador de problemas.
Buchanan y col. (1991) describen el proceso a través del cual los hijos
se encuentran atrapados entre sus padres. En su estudio con adolescen-
tes encuentran que altos niveles de conflicto y hostilidad entre los proge-
nitores, así como una baja comunicación cooperativa predicen este estado
en los hijos. El intenso conflicto interparental altera la interacción fami-
liar de manera que los hijos se ven atraídos al interior, al mismo tiempo
que se sienten temerosos por los efectos que una estrecha relación con
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uno de los padres pueda provocar en el otro.


Distintos autores difieren sobre las edades en que los hijos son más
proclives a los conflictos de lealtades. Johnston y Campbell (1988) plan-
tean que son más comunes entre los 6 y los 8 años, disminuyendo entre
los 9 y los 11, momento en que los niños tienen una mayor capacidad
para formar alianzas con uno y otro progenitor. Buchanan y col. (1991)
identifican la adolescencia como el momento más propicio para que los
hijos se sientan atrapados en el conflicto de sus padres. Waldron y Joa-
nis (1996) señalan que los niños entre 8 y 15 años son los más vulnera-
bles, y Wallerstein (1989) entre los 9 y 14.
En cuanto a las diferencias de género, parece haber coincidencia en
que los niños tienen más probabilidad que las niñas de verse implicados

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en conflictos de lealtades (Johnston y Campbell, 1988), aunque se ha mati-


zado (Buchanan y col., 1991) que, en general, los niños que viven con el
progenitor de sexo opuesto son los más predispuestos (habitualmente los
varones) debido al equilibrio entre la fidelidad al progenitor del mismo
sexo (habitualmente el padre) y al cuidador habitual (habitualmente la
madre).
Así pues, los sentimientos naturales del niño, unidos a la doble pre-
sión afectiva que recibe, pueden llevarle a mostrar un claro rechazo hacia
uno de los padres, habitualmente el que se fue o, más exactamente, el que
ha ejercido su presión con menor eficacia, al mismo tiempo que parece
proteger al otro. Con su postura garantiza su afecto mediante un proceso
de «identificación defensiva» (Chethik y col., 1986) y, al mismo tiempo,
expresa su protesta ante una realidad que no puede aceptar.

3.2. EL SÍNDROME DE ALIENACIÓN PARENTAL (SAP)


Fue propuesto por Richard A. Gardner (1985) como un «desorden»
que surge principalmente en el contexto de las disputas legales sobre la
custodia de los hijos. Su manifestación primaria es la campaña de deni-
gración de un hijo hacia uno de sus progenitores, una campaña que no
tiene justificación. El hijo está esencialmente preocupado por ver a un
padre como totalmente bueno y al otro como lo contrario. El «padre malo»
es odiado y difamado verbalmente, mientras que el «padre bueno» es
amado e idealizado. Según este autor, es el resultado de una combinación
entre los adoctrinamientos de un padre «programador» y las propias con-
tribuciones del niño para vilipendiar al padre «diana». En los casos en
que hay evidencia de abuso o negligencia, la animadversión del niño está
justificada y, por tanto, la explicación de su hostilidad mediante este sín-
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drome no es aplicable.
Gardner (1998b) describe una serie de «síntomas primarios» que
usualmente aparecen juntos en los niños afectados por el SAP.
• Campaña de denigración. El niño está obsesionado con odiar a uno
de los progenitores. Esta denigración a menudo tiene la cualidad de
una especie de «letanía» de agravios.
• Débiles, absurdas o frívolas justificaciones para el desprecio. El
niño plantea argumentos irracionales y a menudo ridículos para no
querer estar cerca de su padre.
• Ausencia de ambivalencia. Todas las relaciones humanas, incluidas
las paterno filiales, tienen algún grado de ambivalencia. En este

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caso, los niños no muestran sentimientos encontrados. Todo es


bueno en un padre y todo es malo en el otro.
• Fenómeno del «pensador independiente». Muchos niños afirman
orgullosamente que su decisión de rechazar a uno de sus progeni-
tores es completamente suya. Niegan cualquier tipo de influencia
por parte del padre aceptado.
• Apoyo reflexivo al progenitor «alienante» en el conflicto parental.
Habitualmente los niños aceptan incondicionalmente la validez de
las alegaciones del padre aceptado contra el odiado, incluso cuando
se les ofrece evidencia de que aquel miente.
• Ausencia de culpa hacia la crueldad y la explotación del progeni-
tor «alienado». Muestran total indiferencia por los sentimientos del
padre odiado.
• Presencia de argumentos prestados. La calidad de los argumentos
parece ensayada. A menudo usan palabras o frases que no forman
parte del lenguaje de los niños.
• Extensión de la animadversión a la familia extensa y red social del
progenitor «alienado». El niño rechaza a personas que previamente
suponían para él una fuente de gratificaciones psicológicas.
El SAP según Gardner (1998):

• Campaña de denigración.
• Débiles o absurdas justificaciones para el desprecio.
• Ausencia de ambivalencia.
• Fenómeno del «pensador independiente».
• Apoyo reflexivo al progenitor «alienante» en el conflicto parental.
• Ausencia de culpa.
• Presencia de argumentos prestados.
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• Extensión de la animadversión a la familia extensa y red social


del progenitor «alienado».

Además de los descritos por Gardner, otros autores han sugerido los
siguientes indicadores (Waldron y Joanis, 1996):
• Contradicciones. Suele haber contradicciones entre las propias
declaraciones del niño y en su narración de los hechos históricos.
• El niño tiene información inapropiada e innecesaria sobre la rup-
tura de sus padres y el proceso legal.
• El niño muestra una dramática sensación de urgencia y fragilidad.
Todo parece tener importancia de vida o muerte.

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• Marcada ausencia de pensamiento complejo acerca de las relacio-


nes.
• El niño demuestra un sentimiento de restricción en el permiso para
amar y ser amado.
Gardner (1998a) plantea tres tipos de alienación (ligera, moderada y
severa) con diferentes intensidades de manifestaciones sintomáticas
(figura 3).
En el tipo ligero, la alienación es relativamente superficial y los niños
básicamente cooperan con los encuentros, aunque están intermitentemente
críticos y disgustados. No siempre están presentes los ocho síntomas pri-
marios. Durante las estancias su comportamiento es básicamente normal.
En el tipo moderado, la alienación es más importante, los hijos están
más negativos e irrespetuosos y la campaña de denigración puede ser casi
continua, especialmente en los momentos de transición, donde los hijos
aprecian que la desaprobación del padre es justo lo que la madre desea
oír. Los ocho síntomas suelen estar presentes, aunque de forma menos
dominante que en los severos. El padre es descrito como totalmente malo
y la madre como totalmente buena. Los hijos defienden que no están
influenciados. Durante las visitas tienen una actitud oposicionista y pue-
den incluso destruir algunos bienes paternos.
En el tipo severo los contactos pueden ser imposibles. La hostilidad
de los hijos es tan intensa que pueden llegar incluso a la violencia física.
Gardner describe a estos hijos como fanáticos involucrados en una rela-
ción de folie a deux con su madre. Los ocho síntomas están presentes con
total intensidad. Si se fuerzan los encuentros, pueden escaparse, quedarse
totalmente paralizados o mostrar un abierto y continuo comportamiento
oposicionista y destructivo.
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Figura 3. Tipos de alienación. (Gardner, 1998a)

MANIFESTACIÓN
LIGERO MODERADO SEVERO
SINTOMÁTICA
Campaña de Mínima Moderada Formidable
denigración
Justificaciones para Mínimas Moderadas Múltiples
el desprecio justificaciones
absurdas
Ambivalencia Normal Ausencia Ausencia
Fenómeno del Normalmente Presente Presente
«pensador ausente
independiente
Apoyo reflexivo al Mínimo Presente Presente
progenitor
«alienante» en el
conflicto parental
Culpa Normal Mínima o Ausencia
ausencia
Argumentos Mínimos Presentes Presentes
prestados
Extensión a red Mínima Presente Formidable, a
social menudo fanática
Dificultades en la Normalmente Moderadas Formidables o
transición a los ausentes encuentros
encuentros imposibles
Conducta durante las Buena Intermitentemente Si hay visitas,
visitas antagonista y comportamiento
provocativa destructivo y
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continuamente
provocativo
Vínculo con el Fuerte, Fuerte. Leve a Severamente
progenitor saludable moderadamente patológico. A
«alienante» patológico menudo
vinculación
paranoide
Vínculo con el Fuerte, Fuerte, saludable, Fuerte, saludable,
progenitor saludable, o o escasamente o escasamente
«alienado» escasamente patológico patológico
patológico

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Se han descrito diferentes motivos por los que el progenitor «alie-


nante» puede pretender alejar a sus hijos del otro. Los más importantes
pueden ser: incapacidad para aceptar la ruptura de pareja, intentos de man-
tener la relación a través del conflicto, deseos de venganza, evitación del
dolor, autoprotección, culpa, miedo a perder los hijos o a perder el rol
parental principal, deseos de control exclusivo, en términos de poder y
propiedad, de los hijos. Este progenitor puede estar celoso del otro o inten-
tar conseguir ventajas en las decisiones relativas al reparto de bienes o
pensiones económicas. También se ha hipotetizado sobre la patología indi-
vidual, la posibilidad de una historia previa personal de abandono, alie-
nación, abuso físico o sexual o incluso la pérdida de identidad (Gardner,
1998b; Dunne y Hedrick, 1994; Walsh y Bone, 1997; Vestal, 1999,
Turkat, 2002).
Las técnicas para conseguir la alienación pueden ser muy diversas y
abarcan un amplio espectro de estrategias que van de lo más «descarado»
a lo más «subliminal». Así, el progenitor «aceptado» puede simplemente
negar la existencia del otro progenitor o etiquetar al hijo como frágil y
necesitado de su continua protección, generando una estrecha fidelidad
entre ambos. Puede transformar las diferencias normales entre los padres
en términos de bueno/malo o correcto/incorrecto, convertir pequeños
comportamientos en generalizaciones y rasgos negativos, poner al hijo en
medio de la disputa, comparar buenas y malas experiencias con uno y
otro, cuestionar el carácter o estilo de vida del otro, contar al niño «la
verdad sobre hechos pasados», ganarse su simpatía, hacerse la víctima,
promover miedo, ansiedad, culpa, intimidación o amenazas en el niño.
También puede tener una actitud extremadamente indulgente o permisiva
(Waldron y Joanis, 1996)
Aunque la mayoría de los autores han descrito al progenitor «alie-
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nado» como víctima pasiva del progenitor «alienante», algunos han pro-
fundizado en el papel que éste desempeña en la dinámica familiar alie-
nante. Waldron y Joanis (1996) encuentran que puede ser un padre que
haya abandonado o desee abandonar al hijo. A pesar de sus furiosas pro-
testas contra el progenitor «alienante» puede estar satisfecho con perma-
necer en un rol marginal. El rechazo del hijo puede ser una excusa con-
veniente. Puede tratarse de una persona con importantes limitaciones en
sus habilidades parentales y escasa sensibilidad hacia las necesidades de
su hijo, tener una historia de dificultades con su propia familia de origen
en la que ha ocupado el rol de «cabeza de turco», está acostumbrado a
jugar el papel de víctima o simplemente tener miedo a la relación con sus
hijos. Habitualmente suele estar más preocupado por la manipulación de

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la otra parte que por su propia contribución en el problema. Johnston y


Roseby (1997) sugieren que el padre «rechazado» puede contribuir en la
continuidad de la alienación mediante una combinación de hostilidad reac-
tiva y de persecución tenaz del niño con llamadas telefónicas, cartas o
apariciones imprevistas en sus actividades. Por el contrario, Clawar y
Rivlin (1991) concluyen que la alienación tiene más posibilidades de pro-
longarse cuando el padre «rechazado» pierde contacto. Cuanto más
tiempo dura la interrupción de los encuentros, más difícil es recupe-
rarlos.
Baker (2005), en un estudio con 38 adultos que vivieron el SAP de
niños, encuentra los siguientes efectos: Baja autoestima, depresión, abuso
de sustancias o alcohol, falta de confianza, alienación con sus propios
hijos, divorcio y otros.
Los motivos del hijo o hijos para rechazar a un progenitor suelen estar
relacionados con el sentimiento de pérdida debido a la ruptura y con la
resolución del conflicto de lealtades, pero también pueden tener que ver
con presiones propias de su desarrollo, dificultades reales con el proge-
nitor rechazado, ambivalencia hacia el padre aceptado o miedo de él (Wal-
dron y Joanis, 1996). Dunne y Hedrick (1994) indican que los hijos son
susceptibles a la alienación cuando perciben que la supervivencia emo-
cional del progenitor alienante o la supervivencia de sus relaciones con
él, dependen de su rechazo hacia el otro padre. Pero la evitación del padre
también puede constituir una maniobra para soslayar triangulaciones
comprometidas (Linares, 1996).
Warshak (2000) enfatiza la influencia de la constitución de nuevas
parejas en la aparición del SAP. Describe dinámicas familiares que inclu-
yen celos, ofensas narcisistas, deseos de venganza, sentimientos de com-
petencia…
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Waldron y Joanis (1996) describen una dinámica familiar en la que


cada miembro tiene un papel específico en el proceso de alienación, tiene
sus propios motivos y, lo que es más importante, sus propias razones para
resistir los esfuerzos externos para su corrección. Estos autores conciben
el síndrome como un mecanismo de defensa del sistema familiar, en el
que es posible detectar una sutil complicidad subyacente entre sus miem-
bros. Así, la alienación parental protege la autoestima del progenitor acep-
tado y su dificultad para separarse, mantiene su relación simbiótica con
los hijos y ayuda a canalizar su furia y sus necesidades de venganza. Con
esta descripción, da la impresión de que todos se encuentran trabajando
para el progenitor «alienante», quedando poco claras cuales son las nece-
sidades que el síndrome protege en el padre «rechazado».

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En la misma línea, Kelly y Johnston (2001) definen al «niño alie-


nado» como alguien que expresa, libre y persistentemente, sentimientos
negativos no razonables hacia uno de sus progenitores. Estos sentimien-
tos son desproporcionados con la experiencia relacional vivida entre hijo
y padre. En la alienación influyen múltiples factores como las actitudes
y comportamientos de los padres junto a factores evolutivos o cognitivos
del niño. El progenitor alienante tiene puntos de vista extremadamente
negativos hacia el progenitor alienado y mantiene importantes sentimien-
tos de miedo y desconfianza hacia él. No cree que el niño necesite al otro
padre y puede interferir en el contacto entre ellos. Por su parte, los padres
rechazados contribuyen con sus comportamientos a la alienación. Su capa-
cidad parental puede verse mermada por la elevada intensidad del con-
flicto, por mantener un estilo autoritario rígido, por mostrar comporta-
mientos inmaduros relacionados con el conflicto o por la reducción de la
empatía hacia el hijo.
En contraste con las teorías del SAP, que ven al progenitor alienante
como el único responsable, Johnston (2003) describe comportamientos
negativos en los hijos y actitudes hacia los progenitores influenciadas por
múltiples factores. Ambos progenitores están implicados. En un estudio
con 215 niños, entre dos y tres años después de la separación de sus
padres, encontró que los padres rechazados mostraban algunas deficien-
cias en sus capacidades parentales como la expresión de cariño, la empa-
tía o la habilidad para entender los puntos de vista de sus hijos. Mostra-
ron menos habilidad para comunicarse con sus ellos y menor
involucración en sus actividades cotidianas relacionadas con la cesión de
todo el poder al progenitor con el que se han alineado los hijos. Por el
contrario, las madres estudiadas mostraron mayores competencias en
dichos aspectos. A pesar de ello, en ausencia de colaboración paterna, las
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madres tienden a mostrarse más dependientes respecto a la aprobación y


soporte de sus hijos. En este sentido parecen más dispuestas a sabotear
la relación de sus hijos con los padres poniéndoles en su contra, interfi-
riendo o controlando su tiempo y actividades, emitiendo mensajes puni-
tivos sobre las muestras de afecto de los hijos hacia sus padres.
Vassiliou, D. y Cartwright, G. F. (2001) en su estudio sobre el punto
de vista de los padres rechazados proponen que es posible prevenir la apa-
rición del SAP tomado opciones legales diferentes y buscando apoyo psi-
cológico.
Desde una perspectiva sistémica, Lund (1995) pone el énfasis psico-
patológico en el intenso conflicto entre ambos padres, más que en la pato-
logía individual de cada uno de ellos y, por lo tanto, cualquier abordaje

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debería tener en cuenta este planteamiento. Desde esta visión, el proge-


nitor «odiado» contribuye directamente en los problemas paterno filiales
y en mantener el conflicto abierto con el otro progenitor. A menudo, el
progenitor «alienado», usualmente el padre, tiene un estilo rígido y dis-
tante, y es visto por los hijos como autoritario. Este estilo contrasta con
el indulgente y «pegajoso» de la madre con los hijos. Esta combinación
de estilos parentales en una situación de alta intensidad de conflicto es el
caldo de cultivo para que aparezca la alienación.
Este autor describe seis posibles motivos para la aparición del
rechazo:
• Problemas normales de desarrollo en la separación. Los niños más
pequeños pueden mostrar ansiedad de separación del «progenitor
primario». Si la actitud de los padres es positiva y no utilizan la
ansiedad del niño como pretexto de conflicto, el problema suele
solucionarse sin mayores dificultades.
• Déficit en las habilidades del progenitor que no tiene la custodia.
Muchos padres tienen dificultades para comprender las necesidades
de sus hijos al encontrarse tras la ruptura teniendo que establecer
una nueva relación con ellos, sin la presencia de la madre.
• Conducta oposicionista. Particularmente en preadolescentes y ado-
lescentes, desarrollar algún tipo de rechazo hacia uno de sus pro-
genitores puede considerarse como algo evolutivamente normal.
• Altos niveles de conflicto interparental. La alianza con uno de los
padres es una manera de intentar escapar del conflicto.
• Serios problemas en el progenitor rechazado. Un padre extremada-
mente rígido o controlador, con un trastorno psiquiátrico severo,
alcoholismo o cualquier otra dificultad personal seria puede ser
rechazado por sus hijos. En estos casos únicamente un abordaje tera-
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péutico puede garantizar un contacto paterno filial que ayude a los


hijos a tener un conocimiento realista de su progenitor.
• Situaciones de abuso físico o sexual.
Stolz y Ney (2002) proponen el concepto de «resistencia a las visi-
tas» que incluye los comportamientos de todas las partes involucradas:
padres, hijos, abogados, familia extensa, profesionales… Así hablan de
una dinámica conflictiva en la que el sistema adversarial tiene un papel
relevante junto a la intervención de profesionales externos cuya opinión
pasa a formar parte del conflicto.
Cartwright (1993) intenta ampliar los parámetros del SAP descritos
por Gardner en los siguientes términos:

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• El SAP puede sobrevenir por desacuerdos parentales diferentes


a la pugna por la custodia, como las cuestiones económicas o la
división de propiedades. Los conflictos relativos a estos temas
pueden crear un clima emocional que conduzca a la aparición del
SAP.
• Las falsas alegaciones de abuso sexual pueden ser virtuales en casos
en los que el abuso es solamente insinuado, como parte de una estra-
tegia de alienación que evita la necesidad de urdir incidentes de
abuso cuya falsedad podría ser detectada y castigada.
• El tiempo cura todas las heridas, excepto la alienación. En este caso,
el tiempo tiende a empeorar más que a mejorar las dificultades, en
la medida en que la manipulación temporal puede convertirse en un
arma en manos del progenitor alienante, quien la utiliza para estruc-
turar, ocupar el tiempo del niño con el fin de prevenir el «contami-
nante» contacto con el progenitor alienado.
• El grado de alienación en el hijo es proporcional al tiempo emple-
ado en alienar. La alienación no aparece de repente. Se trata de un
proceso gradual y consistente.
• La falta de contundencia y la lentitud judicial en tomar decisiones
al respecto pueden fomentar involuntariamente la actitud del pro-
genitor alienante, quien puede percibir en ello una aprobación de
su comportamiento.
• Los niveles intensos de alienación pueden provocar trastornos men-
tales en los hijos. Aunque no se han constatado empíricamente los
efectos a medio y largo plazo del SAP, parece evidente que la pér-
dida de una mitad de su familia en los términos en que se lleva a
cabo puede generar en el futuro fuertes sentimientos de culpa difí-
cilmente manejables y muchas veces irreparables.
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En orden a clarificar el concepto del SAP, Gardner (1999b) propone


que su diagnóstico no es correcto en casos en que el rechazo es debido a
un genuino abuso sexual o negligencia parental. Señala los siguientes cri-
terios diferenciadores:
• A diferencia de los casos de abuso o negligencia, los niños afecta-
dos por SAP muestran la mayoría de los ocho síntomas primarios,
y escasamente alguno de los criterios para el diagnóstico de tras-
torno por estrés postraumático del DSM-IV.
• El progenitor alienante suele ser menos cooperativo con el exami-
nador que el progenitor alienado, mientras que en los casos genui-
nos de abuso o negligencia suele ocurrir lo contrario.

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• El progenitor alienante y el abusador suelen tener tendencia al


engaño, no así los otros dos.
• Habitualmente los hijos abusados no necesitan la ayuda de su pro-
genitor para recordar o expresar lo que ocurrió, a diferencia de los
afectados por el SAP que constantemente requieren el apoyo del
progenitor alienante.
• Las madres alienantes suelen ser sobreprotectoras. Las madres en
los casos de abuso paterno genuino, no necesariamente.
• Los progenitores alienantes no suelen ser conscientes del daño psi-
cológico que supone a sus hijos la pérdida del otro progenitor. Los
progenitores no abusadores pueden apreciar más fácilmente este daño.
• Es fácil encontrar una historia de abusos en la familia del progeni-
tor que abusa, no así en la del alienado.
• Muchas veces los abusos son descritos como algo que ya existía
antes de la ruptura. En las acusaciones propias del SAP, se sitúan
después.
• Los progenitores abusadores suelen ser impulsivos y mostrar ras-
gos hostiles de personalidad, los alienados no necesariamente, aun-
que tienden a desarrollar la hostilidad a partir de la alienación.

3.3. ABORDAJES PSICO-LEGALES DEL SÍNDROME DE ALIE-


NACIÓN PARENTAL
Gardner (1991) contempla diferentes intervenciones legales y tera-
péuticas en función del tipo de alienación.
En los casos ligeros no suele ser necesaria una intervención terapéu-
tica ni legal específica. Muchas veces el problema se soluciona con una
decisión judicial que confirme la custodia del progenitor aceptado y rea-
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firme la continuidad de las visitas con el otro progenitor.


En los casos moderados (Gardner, 1999a) plantea la necesidad de que
el tratamiento sea ordenado por el juzgado, y el terapeuta tenga un con-
tacto directo con el juez. Su modelo prevé la utilización de estrategias
terapéuticas autoritarias y un manejo de la confidencialidad que permita
al terapeuta revelar al juzgado la información que sea precisa en caso de
necesidad. El método requiere la existencia de una postura judicial clara
respecto a las posibles sanciones en caso de que el progenitor «alienante»
boicotee el proceso.
Intervención con el progenitor «alienante». Normalmente rehúsa
colaborar con el programa y, si participa, tiende a ser obstruccionista y
saboteador.

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• El terapeuta puede buscar alguien «sano», no implicado en el con-


flicto, que le facilite la entrada en la parte alienante de la familia.
Los padres (abuelos) o hermanos (tíos) pueden ser útiles para ello
y pueden convertirse en poderosos aliados terapéuticos si se con-
vencen de que su neutralidad puede hacer un flaco favor a los niños.
• Una vez que se ha conseguido una mínima involucración por parte
del progenitor «alienante» es posible comenzar a abordar temas
como la importancia del otro padre en la educación de los hijos y
los motivos personales para la alienación.
Intervención con los hijos. Gardner plantea que el terapeuta debe
tener una «piel dura» y poder tolerar las protestas y demandas de mal-
trato inminente que estos niños a menudo profesan.
• Es necesario ayudar a recordar que antes de la separación segura-
mente tenían una buena relación con el progenitor ahora odiado.
• El terapeuta piensa que los niños necesitan una excusa para volver
a relacionarse con su padre o madre. Una actitud autoritaria puede
ser ese motivo. El niño reanuda los contactos porque el terapeuta
le obliga. Esta excusa tiene especial utilidad ante el progenitor acep-
tado. En ocasiones el pretexto puede ser evitarle sanciones.
• Cuando hay hermanos es fácil observar cómo los mayores tienden
a actuar como «cabecillas» y contagiar el rechazo a los más peque-
ños. En este caso la estrategia puede basarse en el «divide y ven-
cerás» y promover encuentros entre padre e hijos por separado.
• Deben buscarse opciones de transición (intercambios de los hijos
entre los dos padres) en que éstos no coincidan para evitar conflictos
de lealtades. El despacho del terapeuta puede ser un lugar adecuado
inicialmente. También puede desempeñar esta función una persona
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intermediaria e imparcial con quien los niños tengan buena relación.


• Muchas veces los encuentros deben ser graduales y el terapeuta pre-
cisa tener libertad para ir ampliándolos progresivamente sin previo
consentimiento judicial.
• Una parte del tratamiento debe ser vista como una especie de «des-
programación» de los hijos. El terapeuta puede focalizar en las ale-
gaciones absurdas y ridículas intentando deshacer el «lavado de
cerebro» a que han sido sometidos.
Intervención con el progenitor «alienado». Habitualmente tienden
a encontrarse confusos y desorientados con lo que ha ocurrido en sus fami-
lias.

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• El terapeuta explica el proceso a través del cual se ha generado la


alienación.
• El progenitor rechazado debe apreciar que lo contrario del amor no
es el odio, sino la indiferencia. Anteriormente a la campaña de des-
acreditación sus hijos eran amables, afectivos y razonablemente
cooperativos.
• Muchos padres deben ser ayudados para aprender a endurecerse ante
los desprecios de sus hijos y no tomárselos demasiado en serio.
• También deben ser ayudados a desviar a sus hijos desde sus provo-
caciones hostiles hasta intercambios saludables, y no entrar a dis-
cutir si una determinada alegación es cierta o no.
• Deben ser animados a hablar con sus hijos de los «viejos tiempos»
y promover intercambios que constituyan manifestaciones del vín-
culo entre ellos.
• En determinados casos puede ser necesario el acompañamiento poli-
cial para recoger a los hijos, a pesar de los riesgos que ello con-
lleva.
• Por último, deben ser animados a aferrase a la idea de que, a la larga,
las relaciones basadas en amor genuino resultan más sólidas que las
basadas en el miedo. La animadversión de sus hijos hacia ellos está
basada principalmente en el miedo del otro progenitor a ser alie-
nado, especialmente si los hijos muestran algún tipo de afecto hacia
el padre rechazado.
En los casos severos, la propuesta de Gardner consiste en separar al
hijo del domicilio materno y colocarlo en el paterno. Obviamente este
cambio tiene que ser decidido judicialmente. Tras él, debe haber un
periodo de «descompresión» durante el cual no hay ningún tipo de con-
tacto entre madre e hijo. El tiempo de transición debe ser monitorizado
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por un «terapeuta judicial» que tiene contacto directo con el juez. Des-
pués del tiempo necesario, los contactos entre madre e hijo se irán incre-
mentando progresivamente, evitando nuevas «reprogramaciones».

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Figura 4. Abordajes del Síndrome de Alienación Parental


(Gardner, 1991, 1998a).

LIGERO MODERADO SEVERO


ABORDAJES El juzgado Plan A (Habitual): 1. El juez
LEGALES asigna la 1. El juzgado asigna la decide cambiar
custodia al custodia al progenitor la custodia al
progenitor «alienante». progenitor
«alienante» 2. El juzgado nombra un «alienado» (en
terapeuta. la mayoría de
3. Sanción económica, los casos).
arresto domiciliario, 2. El juez
prisión. ordena un
Plan B (Ocasional): programa de
1. El juez decide apoyo durante
cambiar la custodia al las transiciones.
progenitor «alienado».
2. Visitas restringidas
con el progenitor
«alienante», bajo
supervisión si es
necesario para prevenir
nuevos
adoctrinamientos.
ABORDAJES Habitualmente Plan A (Habitual): Programa
TERAPÉUTICOS innecesarios Tratamiento con un controlado de
terapeuta vinculado al apoyo
sistema judicial. terapéutico
Plan B (Ocasional): durante las
Programa controlado de transiciones.
apoyo durante las
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transiciones.

Lampel (1986) propone tratar el rechazo parental como una «fobia


con rasgos histeroides». Para ello plantea, en primer lugar, la utilización
de métodos conductuales y de desensibilización cognitiva en sesiones de
terapia individual con el hijo rechazante, seguidas de sesiones en las que
se introduce al progenitor rechazado, y gradualmente incrementando la
implicación entre ambos en terapia y posteriormente fuera de ella. El pro-

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genitor aceptado participa en sesiones individuales y conjuntas con el hijo.


El objetivo es controlar su ansiedad con relación a las interacciones entre
el otro padre y el hijo. También se realizan sesiones familiares en las que
los terapeutas ayudan a los padres en el diseño de intervenciones cogni-
tivas dirigidas al hijo, y reduciendo conductas colusivas verbales y no
verbales. El trabajo individual con el progenitor rechazado se centra en
abordar sus actitudes y comportamientos que mantienen el rechazo. Por
último, los padres participan conjuntamente, durante un mínimo de cinco
sesiones, en un programa de mediación en el que pueden negociar o rene-
gociar los aspectos relativos a su separación.
Esta autora plantea la inutilidad de un modelo clásico de mediación
con estas parejas, y propone un enfoque sistémico que contemple el desa-
rrollo en cada parte de un sentido básico de respeto y confianza hacia el
otro, una capacidad para tolerar las diferencias existentes, y una capaci-
dad para no interferir en las relaciones de ambos con los hijos. Los esfuer-
zos de este proceso de mediación focalizan en la capacidad parental para
suprimir la ira y desviarla de los hijos, manteniendo alrededor de ellos
una «burbuja libre de conflicto».
Dunne y Hedrick (1994) proponen que el único método exitoso para
terminar con la alienación es un cambio de custodia decidido judicial-
mente. Basan esta conclusión en que para ellos, el síndrome de aliena-
ción parental es principalmente debido a la patología del progenitor alie-
nante y la relación que éste establece con los hijos.
Lund (1992, 1995) propone una intervención que incluya una com-
binación de abordajes legales y terapéuticos. La mediación temprana
puede ser un buen instrumento previo a la complicación judicial del pro-
blema, dirigido a evitar la evolución hacia un rechazo parental absoluto.
El objetivo es mantener algún tipo de contacto entre el progenitor y el
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hijo y, en caso de necesidad, ayudar a elegir un terapeuta mutuamente


aceptado. Este modelo prevé la figura de un «gerente del caso», encar-
gado de coordinar las diferentes intervenciones mediadoras, terapéuticas
y legales. Los componentes esenciales del tratamiento son:
• Sesiones padre/madre e hijos. Las sesiones con el padre rechazado
y el hijo intentan implantar una interacción entre ellos con menor
intensidad emocional y más placentera, ayudando al padre a poner
en marcha habilidades parentales más eficaces. Las sesiones con el
progenitor aceptado están diseñadas para asegurar la existencia de,
al menos, un permiso verbal para que el hijo pueda relacionarse con
su otro padre.

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• Terapia individual para los padres. Diseñada para ayudarlos a recu-


perarse de la ruptura y desengancharse del conflicto encontrando
nuevos papeles para sí mismos. El padre rechazado debe tomar con-
ciencia de su participación en el rechazo y el padre aceptado tam-
bién, siendo consciente además de la importancia de mantener una
relación de los hijos con ambos padres y de la actitud judicial en el
sentido de no tolerar los sabotajes.
• Mediación entre los padres. Es una vía para reducir el conflicto
abierto y colocar a los hijos fuera de la triangulación entre ellos. De
alguna manera, es el mediador quien sustituye a los hijos en esa
función.
• Comunicación entre los terapeutas. Ayuda a manejar su neutralidad
y a desarrollar intervenciones coordinadas con objetivos confluentes.
Waldron y Joanis (1996) proponen un modelo de resolución de pro-
blemas basado en la colaboración entre los abogados y un terapeuta-
mediador, con los siguientes pasos:
• Establecer los beneficios actuales de la relación paterno filial. Todos
los miembros de la familia se implican en esta identificación, incor-
porándose así una cultura de valorar el contacto y no tanto de dis-
putar por él. También se señalan los inconvenientes, que pueden ser
redefinidos como obstáculos más que como razones para la supre-
sión.
• Establecer estructura alrededor del contacto. Puede incluir compro-
misos sobre actitudes y comportamientos que facilitan o bloquean
los encuentros (Vg. llamadas telefónicas).
• Cuidar el efecto de las nuevas experiencias. El progenitor aceptado,
principal cuidador del hijo, puede sentir amenazada la estabilidad
de la relación privilegiada que mantiene con él y por tanto boico-
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tear el proceso. Es importante asegurar que el progenitor rechazado


y su familia no utilicen inicialmente los contactos para contrabalan-
cear dicha relación.
• Animar al progenitor rechazado a buscar ayuda profesional en el
acercamiento a su hijo con sensitividad, calma, paciencia y afecto,
evitando descalificaciones hacia el otro progenitor y explicaciones
inicialmente inaceptables para el niño.
• Provocar una cierta permisividad, incluso insincera, por parte del
progenitor aceptado hacia el niño para aceptar al otro padre.
• Buscar un profesional externo que asuma un papel importante en la
protección del niño dándole un poderoso mensaje de que el padre

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rechazado no es una persona mala, directamente contrario al men-


saje del otro padre.
• Transmitir un claro y sólido mensaje a la familia de que el proceso
de alienación es perjudicial para el niño.
• Desarrollar una imagen clara de los beneficios para el niño de man-
tener contacto con ambos padres.
• Concienciar de que la confrontación raramente ayuda.
• Proporcionar soporte emocional.
Walsh y Bone (1997) describen un plan correctivo que requiere la
coordinación entre el juzgado y todos los operadores legales y psico-socia-
les que intervienen en la situación. Los abogados deberían estar de
acuerdo en aceptar que únicamente un proceso constructivo basado en la
colaboración y la negociación puede suponer una salida. El siguiente paso
implica la intervención de un psicólogo designado por el juzgado que
identifique los motivos del rechazo así como su intensidad. Entones el
juez promueve el inicio de un proceso de mediación entre las partes.
Lowenstein (1998) plantea un enfoque de dos pasos que incluye un
intento de mediación previo a la decisión judicial. Si la mediación no fun-
ciona, el juez puede tomar cualquiera de las medidas posibles. El modelo
se basa en la toma de conciencia por parte de los progenitores para rea-
lizar el esfuerzo de intentar tomar las decisiones, evitando así que sea el
juez quien las tome.
Este autor comparó el tiempo empleado en un proceso de mediación y
en un proceso legal para el abordaje del SAP, así como la satisfacción de
padres e hijos con ambos procesos. Sin hacer consideraciones sobre el grado
de éxito, encontró que el proceso contencioso es considerablemente más
largo, y que padres e hijos estaban más satisfechos con la mediación. Parece
obvio que la promoción de actitudes cooperadoras entre los padres debería
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estar en la base de cualquier abordaje del problema (Campbell, 2005).


Vestal (1999) describe un modelo de mediación basado en cuatro
componentes.
• El primero es la necesidad de un experto en salud mental que diag-
nostique los motivos subyacentes y la intensidad de la alienación,
prescribiendo intervenciones terapéuticas adecuadas previamente a
cualquier decisión legal sobre la custodia y las visitas.
• En segundo lugar, el proceso de mediación puede precisar la segu-
ridad de que el juzgado actuará rápida y contundentemente cuando
sea necesario para disuadir las posibles tácticas de engaño y ralen-
tización por parte del progenitor «alienante».

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• El tercer componente implica balancear la discrepancia de poder


sentida en particular por el padre «rechazado», que se ha visto ais-
lado de la vida y el afecto de su hijo.
• El último elemento es un mecanismo para manejar el comporta-
miento manipulador y engañoso exhibido por el progenitor «alie-
nante» mediante un proceso que permita controlar la cooperación
con las órdenes judiciales y los acuerdos que progresivamente se
vayan logrando.
Jayne (2000) señala algunas prescripciones útiles para abordar con el
progenitor alienado:
• Trabajar sobre la mejora de habilidades parentales. Asegurar el con-
trol emocional. Evitar represalias.
• Profundizar en la comprensión de la naturaleza del problema. Evi-
tar la victimización. Búsqueda de acciones constructivas sobre su
parentalidad.
• Mantener un rol pacificador. Mantenerse como un progenitor pre-
sente, aunque no hostil. Alejar a los hijos del conflicto judicial.
No caer en la descalificación del otro progenitor ante ellos.
En la misma línea, Ellis (2005) propone las siguientes intervencio-
nes con el progenitor rechazado:
• Reducir la imagen negativa aportando información incongruente
con lo esperado.
— Ser amable, paciente y comprensivo, especialmente ante los ata-
ques verbales del hijo, actitudes evitadoras e incumplimiento de
los encuentros.
— Ser comprensivo con su propia situación. No tomar los ataques
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como algo personal.


— Estar dispuesto a disculparse ante los hijos por sus errores.
— Buscar en el pasado recuerdos de buenos momentos juntos.
• Evitar actuaciones que pongan al niño en medio del conflicto.
— No descargar la ira sobre el otro progenitor, incluso si es justi-
ficada.
— Ayudar a los hijos a compartimentar.
— Disponibilidad para efectuar declaraciones positivas sobre el otro
progenitor.
— No hacer referencia a las actuaciones judiciales, mostrar docu-
mentos u otra información legal.

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— No discutir con los hijos intentando señalar que su punto de vista


es el del otro progenitor.
— No cuestionar su lealtad hacia el otro progenitor.
— Atender a signos de crecimiento e independencia hacia el otro
progenitor y reforzarlos.

• Considerar maneras de calmar el dolor y la angustia del progenitor


aceptado.
— Estar abierto a disculparse.
— Colocar a la nueva pareja, si existe, en un lugar diferente al otro
progenitor.
— Retrasar el nuevo matrimonio todo lo que sea posible.

• Buscar la manera de romper la coalición y convertir los enemigos


en aliados.
— Hacer todos los aliados posibles: abuelos.

• No renunciar al contacto
— Sin forzar, mantener pequeños contactos. Dar a entender que
sigue presente por los medios que sea.

Aunque las descripciones de Gardner sobre el síndrome dibujan con


nitidez un auténtico problema familiar y legal, sus conceptualizaciones
teóricas sobre la causalidad del SAP y las repercusiones en su «trata-
miento» son susceptibles de algunos cuestionamientos.
Parece arriesgada la pretensión del autor de que su teoría sea utili-
zada legalmente como base para decisiones judiciales de cambio de cus-
todia, de penalizaciones al progenitor «alienante» o de consideraciones
sobre la falsedad de algunas alegaciones de abuso sexual o maltrato en el
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contexto de las disputas de separación y divorcio. Es obvio que el pro-


blema existe, pero una atribución causal tan subjetiva puede generar deci-
siones judiciales con peligrosas repercusiones para los hijos. Así, por
ejemplo, lo entiende Wood (1994), quien, desde un punto de vista legal,
alerta sobre el riesgo de culpabilizar a un único progenitor sobre la causa
de SAP, algo que puede ser solamente probado con la intervención de un
experto cuyas conclusiones sobre esta cuestión siempre estarán rodeadas
de un «aura de dudosa fiabilidad». Un planteamiento similar, aunque
desde una perspectiva terapéutica, es el ofrecido por Rueda (2004) quien
alerta sobre la falta de consistencia que sobre el concepto SAP tienen dife-
rentes profesionales.

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El SAP es un síndrome sin fin en un escenario equivocado:

• El discurso del SAP es alienante en sí mismo. Genera una narra-


tiva sin salida para todos sus protagonistas.
• El SAP tiene actores repetitivos y acciones repetidas, no sólo
dentro de la familia sino también en el entorno judicializado
que la envuelve.
• El SAP y lo que significa supone una cronificación anunciada.
Nadie hace ni puede hacer nada diferente de lo que hace.
• Los padres se convierten en niños, los jueces en padres y los
niños en jueces. Es un círculo sin fin.
• Es necesario abandonar el SAP para cambiar, empezando por
su propio concepto.
• La utilización indiscriminada del SAP como argumento en las
disputas judiciales incrementa progresivamente la alienación de
todos los personajes que participan en él.
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4. MÁS ALLÁ DEL SÍNDROME DE
ALIENACIÓN PARENTAL:
EL SÍNDROME DE ALIENACIÓN FAMILIAR

Los prolíficos trabajos de R.A. Gardner (1985, 1987, 1991, 1998,


1999) sobre el Síndrome de Alienación Parental, y los del resto de auto-
res que han prestado atención a este tema (Lampel, 1986; Clawar y
Rivlin, 1991; Cartwright, 1993; Dunne y Hedrick, 1994; Lund, 1995;
Waldron y Joanis, 1996; Walsh y Bone, 1997; Johnston y Roseby, 1997;
Lowenstein, 1998; Vestal, 1999 y Jayne, 2000) ofrecen ya una amplia
panorámica sobre las diversas expresiones del síndrome, aunque en gene-
ral se ha enfatizado de manera predominante en los comportamientos
excluyentes y manipulatorios del progenitor alienante y en los efectos
de lavado de cerebro sobre los hijos. Los métodos de intervención que
se proponen desde algunos de estos trabajos se centran consecuentemente
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en romper la línea de influencia entre ambos, recurriendo en algunos


casos a métodos ciertamente drásticos (como los que propone el mismo
Gardner).
Sin descuidar las importantes aportaciones descritas, nuestra pro-
puesta intenta profundizar en una vía complementaria de comprensión en
la que el progenitor alienado y los hijos adquieren un mayor protago-
nismo.
Desde una perspectiva de cambio estamos hablando de un síndrome
familiar, en el que cada uno de sus participantes tiene una responsabili-
dad relacional en su construcción y, por tanto, también en su transforma-
ción. Desde este punto de vista, intentamos complementar el esquema

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lineal clásico (en el que hay un progenitor alienante que lava el cerebro
a sus hijos para excluir al progenitor alienado, quien tiende a ser conce-
bido como la víctima pasiva del síndrome) con una visión en la que cobran
relevancia nuevos elementos como la evolución de la pareja hasta su sepa-
ración, la influencia del contexto legal, la participación del progenitor
rechazado en el Síndrome de Alienación Familiar (SAF) y la participa-
ción de los hijos en medio de un sistema de dobles presiones parentales.
Estas premisas nos han servido para definir un método de intervención
que ofrezca la posibilidad de un territorio neutral en el que ambas partes
puedan sentirse legitimadas. Este método de mediación será eficaz si con-
sigue devolver a la pareja parental la posibilidad de retomar su capaci-
dad de tomar decisiones, dejando de lado a los hijos en sus desavenen-
cias, pero teniéndolos en cuenta como personas con necesidades propias
al margen del escenario de la ruptura.
En coherencia con este planteamiento podemos identificar a los pro-
tagonistas del SAF como progenitor aceptado y progenitor rechazado,
en sustitución de los términos progenitor alienante y progenitor alienado,
que pueden implicar una comprensión culpabilizadora y protectora res-
pectivamente y que, a nuestro entender, no facilitan el cambio. Los pro-
genitores aceptados son mayoritariamente madres y los rechazados
padres.
Recordemos, por tanto, que el Síndrome de Alienación Familiar
es una dinámica familiar cuyo síntoma esencial es una actitud de
rechazo de los hijos hacia uno de sus progenitores. Esta negativa se des-
arrolla en el contexto de un proceso de ruptura conyugal conflictiva. Es
el resultado de una serie de alineamientos filiales producidos como res-
puesta a la presión emocional que sienten los hijos inmersos en con-
flictos de lealtades y rivalidades afectivas de diverso grado. La aline-
ación (entendida como alianza o proximidad afectiva hacia alguno de
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los progenitores) natural en diversos momentos de la vida, se convierte


en una auténtica alienación en la medida en que las actitudes norma-
les de los hijos son utilizadas en la disputa legal entre los padres,
pasando a constituir un argumento esencial del litigio. La necesidad de
escenificar esta dinámica familiar en un contexto judicial favorece que
cada protagonista adapte los roles establecidos y adopte nuevas postu-
ras en el conflicto que progresivamente tienden a retroalimentarse y a
cronificarse.
Cuando el SAF entra en contacto con el sistema legal se convierte en
un síndrome jurídico-familiar en el que los abogados y los jueces adquie-
ren responsabilidad en su continuidad.

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Responsabilidad interaccional en el SAF:

• Rivalidades afectivas
• Conflictos de lealtades
• Padres aceptados y padres rechazados
• El poder desordenado

El estudio de familias inmersas en procesos de separación, divorcio,


ejecución de sentencia o modificación de efectos de sentencia, tramita-
dos de forma contenciosa, en las que existe una controversia centrada en
el desacuerdo entre los padres sobre la relación paterno filial y en la que
cobra un valor central la alusión a una actitud de rechazo de los hijos
hacia uno de los progenitores (Bolaños, 2000, 2002), nos ha permitido
observar que en la comprensión del SAF parece relevante introducir varia-
bles legales como la causa de separación y el tipo de procedimiento. Asi-
mismo, la «cultura legal» suele asociar las manifestaciones del síndrome
a la existencia de un conflicto económico entre las partes. Por ello es pre-
ciso valorar si existe alguna relación entre ambos.
En la explicación de los factores que inciden en la génesis del SAF
inciden variables familiares que pueden ayudar a su comprensión.
Tomando como base la clásica propuesta de etapas evolutivas del grupo
familiar de Virginia Satir (1967), consideramos que algunos aspectos del
ciclo evolutivo de la pareja pueden tener una especial relevancia. Espe-
cíficamente aquellos que hacen referencia a la convivencia de la pareja
previa a la ruptura:
• Formalización de la relación.
• Periodo de «luna de miel».
• Creación del grupo familiar.
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Así, pensamos que factores como la edad de los padres en el inicio


de la convivencia o el tiempo necesario para consolidar la relación de
pareja previamente al nacimiento de los hijos pueden incidir en la defi-
nición de la relación y por tanto en la manera de manejar sus diferencias.
Una inadecuada definición de la relación puede estar en la base, entre
otros elementos, de una conyugalidad disarmónica que, si no se resuelve
exitosamente tras la ruptura, interferirá de manera dramática en la conti-
nuidad de la parentalidad (Linares, 1996).
La manera en que se lleva a cabo la ruptura y los pasos posteriores
de cada uno de los cónyuges hacia nuevas formas de convivencia tam-
bién nos parecen relevantes. Si la separación no fue negociada ni pactada

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y una de las partes la consideró como una traición, como un engaño o


como un sabotaje, el trabajo para elaborarla es mucho más costoso. Hay
personas que nunca llegan a conseguirlo. En este punto, la aparición de
nuevas parejas puede constituir un elemento de ayuda hacia la desvincu-
lación definitiva con el otro o, por el contrario, convertirse en firmes alia-
dos contra aquellos, algo que garantiza la continuidad del conflicto y, por
tanto, del vínculo.

4.1. VARIABLES RELACIONADAS CON EL PROCESO LEGAL


Cuando se plantean en el juzgado los litigios en los que el rechazo,
sus causas y sus efectos se utilizan como elementos de la disputa, los argu-
mentos utilizados difieren según cual sea la parte que los utiliza. El pro-
genitor rechazado alude básicamente a la manipulación de los hijos por
parte del progenitor aceptado, mientras que éste hace referencia al peso
específico de la libre decisión del menor o a la limitada capacidad del
progenitor rechazado para establecer un vínculo adecuado con sus hijos,
para velar por sus cuidados o para atender razonablemente sus necesida-
des. En algunos casos se alude a causas más graves centradas en el com-
portamiento del progenitor rechazado como la actitud violenta hacia su
ex-cónyuge o hacia los hijos, abusos, trastornos mentales o adicciones.
En esta dinámica de confrontación judicial subyace la búsqueda de un
motivo que legitime la postura que cada parte está defendiendo y que, por
tanto, conduzca al juez a tomar la decisión más favorable a sus intereses.
En la medida en que la aparición del rechazo cobra sentido en el con-
texto de la ruptura conyugal, podríamos esperar que hubiera determina-
das causas de separación que estuviesen más relacionadas con esta difi-
cultad, y en especial aquellas más arduas. En la práctica encontramos que
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las causas aducidas en los litigios con rechazo no difieren de las de los
otros litigios. En concreto, la incompatibilidad relacional y la falta de
afecto predominan por encima de todas las demás.
El rechazo cobra expresión legal de manera preferente a través de dos
procedimientos temporalmente diferenciados: el proceso de separación y
el de ejecución de sentencia de separación. Ello sugiere la existencia de
dos momentos de aparición, uno concomitante a la propia ruptura (pri-
mario) y el otro posterior a la misma (secundario).
Otra cuestión que a menudo es asociada a este problema en los con-
textos legales es la existencia de una disputa económica entre las partes.
El tópico axioma «si no me pagas la pensión no te dejo ver a los niños»
y su contrario «si no me dejas ver a los niños no te pago la pensión» es

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habitualmente esgrimido en el conflicto pero de nuevo no es algo que se


constate en la realidad. De hecho, la mayoría de los casos de SAF no pre-
sentan un litigio económico explícito previo ni tampoco simultáneo al del
rechazo. Por tanto, los aspectos financieros pueden constituir un «campo
de batalla» diferente que desvía la atención de los padres, dejando a los
hijos más al margen de sus disputas.
Así pues, podríamos resumir que las disputas judiciales relacionadas
con el SAF son tramitados de una forma habitual en procedimientos de
separación contenciosa y de ejecución de sentencia. La causa legal más
aludida en las demandas de separación es la falta de afecto, en detrimento
de otras más graves como infidelidades, trastornos mentales o malos tra-
tos. La controversia se centra fundamentalmente en cuestiones relaciona-
das con la tenencia de los hijos. No existe una relación directa entre
disputa económica y aparición del rechazo.

4.2. RECHAZO PRIMARIO Y SECUNDARIO


El rechazo puede aparecer inmediatamente después de la ruptura o
en periodos posteriores que pueden alcanzar varios años después, gene-
ralmente asociados a momentos concretos del nuevo ciclo evolutivo fami-
liar. Podemos, por tanto, identificar dos tipos de rechazo en función del
momento en que aparecen, uno primario y otro secundario.
El rechazo primario es reactivo a la ruptura y aparece sobre todo en
casos en que ésta se ha llevado a cabo de forma inesperada. El rechazo
secundario surge tras separaciones más lentamente gestadas.
El rechazo secundario tiene más componentes cognitivos, el prima-
rio es más emocional.
El rechazo a los padres es preferentemente secundario y a las madres
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especialmente primario. Parece que los hijos y el padre soportan peor que
sea la madre la que se va y ello incide en esta prevalencia del rechazo
primario. El trabajo realizado con estos casos también nos demuestra
cómo resulta más difícilmente digerible para los que se quedan que sea
la madre quien se va. A ello contribuyen seguramente no solo factores
sociales.
El rechazo primario afecta con mayor probabilidad a niños que tie-
nen edades más altas en el momento de la separación y el secundario a
los más pequeños en ese momento. Cuando los pequeños muestran un
rechazo primario, éste suele ser leve, no afianzado cognitivamente, y
tiende a surgir como una respuesta de negación ante la ruptura y el sen-
timiento de abandono por parte del progenitor que se va.

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Parece que el rechazo primario no está tan asociado a la existencia


de una nueva pareja en cualquiera de los dos progenitores como el secun-
dario. En el primero cobran entonces más fuerza los factores anterior-
mente señalados, como son la forma en que se lleva a cabo la ruptura y
las dificultades de adaptación de los hijos a la misma en función de su
edad.

4.3. VARIABLES PSICOSOCIALES


El perfil de las familias estudiadas nos indica que el SAF afecta por
igual a niñas y a niños. No podemos asegurar que los niños rechazan más
que las niñas, aunque hay autores que sí constatan esta diferencia (Johns-
ton y Campbell, 1988; Buchanan y col., 1991).
Su edad es superior al promedio de edad de los niños y niñas no afec-
tados por el SAF y cuyos progenitores también litigan en el juzgado. Tie-
nen mayoritariamente entre 7 y 14 años, pero predominando el intervalo
de edad de 11 a 14 años. La probabilidad de verse implicados en el SAF
aumenta con la edad. A partir de los 15 años disminuye. Por debajo de
los 6 es mínima. Estos datos coinciden en esencia con los ofrecidos por
Wallerstein (1989) o Waldron y Joanis (1996). Ambos estudios coinciden
en situar la pre-adolescencia y los primeros momentos de la adolescen-
cia como los más proclives para la aparición del rechazo, etapas de trán-
sito en el desarrollo entre el juicio moral no independiente y el juicio
moral dependiente (Piaget y Inhelder, 1960).
Las niñas muestran mayor intensidad de rechazo que los niños. La
intensidad del rechazo aumenta con la edad. El rechazo primario afecta
con mayor probabilidad a niños y niñas que tienen edades más altas en
el momento de la separación y el secundario afectará a los más pequeños
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en ese momento.
Las madres y padres inmersos en el SAF tienen una mayor tasa de
convivencia con una nueva pareja que la población general que litiga en
los juzgados en procesos de separación y divorcio. Cuando surge el
rechazo hay una mayor proporción de padres que de madres conviviendo
con una nueva pareja.
Los padres y madres inmersos en el SAF están ubicados preferente-
mente en niveles socioeconómicos y culturales medios y medios-bajos
y no se constata que exista un desequilibrio económico significativo entre
ellos, lo que de nuevo nos lleva a pensar que el aspecto económico no
parece relevante en la aparición del rechazo, al menos no únicamente en
la dirección que se ha planteado en algunos estudios (Gardner, 1992;

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Dunne y Hedrick, 1994; Walsh y Bone, 1997; Vestal, 1999) en los que
se alude a estos motivos como una de las causas por las que el progeni-
tor «alienante», habitualmente la madre, intenta alejar a sus hijos del otro
progenitor. Aparece entonces un nuevo enfoque de la cuestión en el que
podríamos pensar que el malestar de algunos padres que no tienen la cus-
todia y no aceptan la resolución económica dictada judicialmente (que
incluye el uso del domicilio familiar por la madre y el pago de una pen-
sión de alimentos) afecta a su relación con los hijos que se ve inevita-
blemente resentida. Así, pueden acusar delante de ellos a la madre de su
situación insostenible e incluso, en algunos casos, los presionan en un
intento de hacer girar la balanza a su favor. Estas actuaciones provocan
una mayor alianza de los hijos con la madre quien a su vez los apoya
comprensivamente ante sus dificultades con el padre. Esta situación es
fácilmente observable en algunas de las interacciones que definen el
rechazo.
El SAF aparece con más frecuencia en situaciones familiares en las
que los progenitores rechazados conviven con una nueva pareja y los
aceptados solos con sus hijos. Cuando los progenitores rechazados son
hombres, además conviven en un número elevado de casos con los hijos
anteriores de su nueva compañera. Cuando el progenitor aceptado vive
en pareja, la duración media de esa convivencia suele ser mayor que la
de los progenitores rechazados, y el rechazo tiende a ser más intenso que
cuando vive solo o con la familia de origen. Encontramos, por tanto, que
las mujeres y los hombres aceptados viven preferentemente sin pareja y,
cuando la tienen, sin los hijos de ésta. En el caso de las mujeres esto es
debido a que sus nuevos compañeros no tienen hijos y si los tienen viven
con la madre, y en el caso de los hombres simplemente porque no sue-
len vivir con pareja cuando conviven con sus hijos. En ambos casos los
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datos confirman la mayor dificultad de los progenitores (hombres y muje-


res) que viven habitualmente con sus hijos para encontrar una nueva
pareja, al contrario que los que no viven con sus hijos, quienes, cuando
son hombres, incorporan también a los hijos de sus nuevas parejas. Estos
dos factores apuntan hacia la hipótesis del doble malestar en hijos y pro-
genitores aceptados, cuando se ven en la necesidad de integrar la nueva
vida del progenitor rechazado. Precisamente el rechazo puede surgir ante
la imposibilidad de conseguirlo.
Complementariamente, encontramos que cuando el progenitor acep-
tado vive con una nueva pareja en el momento en que aparece el rechazo,
lo lleva haciendo durante más tiempo que el progenitor rechazado. Así,
nos encontramos con madres que han consolidado una nueva relación,

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incluso han tenido nuevos hijos, donde sus hijos anteriores se han inte-
grado de forma inequívoca, pudiendo ocurrir, según los casos, que este
nuevo núcleo familiar excluya la figura del progenitor rechazado como
alguien que entorpece su idílico proceso de bienestar y/o que éste no
acepte dicha situación presionando a los hijos y obteniendo el resultado
contrario del pretendido, es decir, su distanciamiento aún mayor. En algu-
nos casos concretos hemos encontrado cómo el rechazo surge, casi de
forma matemática, en los momentos posteriores al conocimiento de la
existencia de un embarazo en la madre con la que el hijo convive, quien
con su actitud puede estar respondiendo, además de lo señalado, a sus
propios temores de sentirse desplazado. Esta reacción natural podría ser
manejada adecuadamente si no se produjese en el contexto de una «con-
yugalidad disarmónica» (Linares, 1996) que perdura a pesar del paso del
tiempo y de los cambios familiares.
Como hemos señalado, las madres rechazadas lo son más primaria-
mente, y los padres más secundariamente. El rechazo primario en las
madres viene casi siempre asociado a la ruptura de la pareja por el inicio
de una nueva relación con otra persona. Los niños (y los padres) parecen
aceptar peor que la madre rompa la relación por este motivo que, al con-
trario, cuando es el padre quien lo hace.
El rechazo primario hacia los padres no está tan asociado a la convi-
vencia con una nueva pareja en cualquiera de los progenitores como el
secundario, aunque el primario puede estar vinculado a la sospecha de
esa relación o a su existencia, pero sin convivencia.
Por tanto, podríamos hablar de una situación general en que el pro-
genitor aceptado vive solo o con su familia extensa, y con los niños, mien-
tras que el rechazado tiende a hacerlo en pareja y, a menudo, con los hijos
de ésta. Pero el rechazo es más intenso y secundario cuando el progeni-
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tor aceptado vive en pareja que cuando lo hace el rechazado

4.4. LA DINÁMICA RELACIONAL DEL RECHAZO


Los datos obtenidos y, sobre todo, las observaciones clínicas durante
la intervención con estas familias nos ayudan a entender el rechazo como
la expresión de una dinámica familiar en la que todos sus miembros son
«responsables interaccionales» (Perrone y Nannini, 2000). Cuando el
rechazo surge, ambos progenitores pueden culparse mutuamente de lo que
ocurre. Acusaciones en el juzgado de manipulaciones y de ineficacia en
el trato con el hijo no son suficientes, por sí mismas, para entender los
motivos, aunque son utilizadas en el proceso legal en un intento por res-

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ponsabilizar al otro. En un primer momento, por tanto, no se trata de una


negación de la figura parental correspondiente, sino más bien de una nega-
ción relacional. Posiblemente el niño rechaza a su padre o a su madre por
que los quiere, no por lo contrario. Pero esta actitud, basada inicialmente
en aspectos emocionales derivados de sus propias vivencias de pérdida,
corre el riesgo de sustentarse cognitivamente de una forma más racional,
ante las continuas exigencias externas que le hacen tener que justificar y
argumentar su postura.
De esta forma, la actitud del niño puede verse incrementada al ser
presionado para participar en actos legales derivados del conflicto de sepa-
ración, pasando a formar parte de la propia disputa, en la medida en que
sus sentimientos son utilizados como argumentos. Los padres pueden
tomar al pie de la letra la negativa expresada y utilizarla para descalifi-
carse mutuamente, e incluso, como hemos visto, pueden decidir llevar a
su hijo delante del juez para que éste también pueda escucharla y valo-
rar si es la influencia de uno o, por el contrario, la ineficacia del otro lo
que motiva dicha actitud.
La convivencia con el progenitor aceptado constituye una inevitable
fuente de influencias mutuas. Aunque no es necesaria una voluntad cons-
ciente para que sus sentimientos se traspasen al niño y se adhieran a los
suyos propios, la realidad es que este proceso ocurre, y la actitud de
rechazo se ve intensificada por este motivo. Al mismo tiempo, la actitud
beligerante del otro progenitor, el rechazado, exigiendo apoyo legal para
relacionarse con su hijo o el empleo de estrategias de acercamiento que
incomodan al niño y al progenitor con el que convive, tienden a mantener
y fomentar la expresión de la negativa. Todo ello da pie a procedimientos
legales de ejecución de sentencia, en los que el juez se ve implicado en la
resolución de un problema cuya esencia poco tiene que ver con la doctrina
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de las leyes. Si la actitud judicial es dura, será descalificada por un pro-


genitor, y si es blanda, por el otro. Así, una respuesta judicial que presione
al padre custodio o que obligue al menor, puede agudizar el rechazo. Los
dos verán justificada su actitud ante las iniciativas legales «agresivas» que
ha promovido el padre rechazado. Por el contrario, una actitud judicial
pasiva seguramente incrementará las acusaciones de éste, quien además
descalificará a la Justicia por su falta de contundencia. El problema tiende
a cronificarse porque nadie está dispuesto a modificar su posición.
Entendemos estas situaciones como maltratantes (Bolaños, 1998d) y
pueden convertirse en auténticos casos de explotación emocional en las
que las repercusiones para el niño no suelen ser convenientemente valo-
radas. Si bien el rechazo reactivo a la doble presión parental constituye

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una cierta estrategia de supervivencia cuyos efectos inmediatos son de un


aparente mayor bienestar, la pérdida de una figura paterna asociada a
vivencias tan conflictivas, genera efectos negativos en el desarrollo pos-
terior del niño (Hetherington, 1972). Este ha adquirido un falso poder para
controlar las relaciones y, al mismo tiempo, participa de una relación sim-
biótica con el progenitor aceptado, con quien comparte sentimientos que
no le son propios. Los nuevos procesos de identificación pueden ser inade-
cuados, eligiendo a otras figuras (nuevas parejas, abuelos) que implícita
o explícitamente apoyan su postura. Este aprendizaje repercute inevita-
blemente en las competencias sociales del niño y en sus propios meca-
nismos de autoestima.

4.5. DINÁMICA RELACIONAL DEL RECHAZO PRIMARIO


Aparece en los momentos inmediatos a la separación. Es propio de
rupturas bruscas e impulsivas, en las que se dan los siguientes factores:
• El progenitor rechazado (habitualmente el padre) abandona el hogar
de forma inesperada o tras haber iniciado una relación afectiva
extraconyugal.
• Los hijos no reciben una explicación conjunta por parte de sus pro-
genitores acerca de lo que está ocurriendo.
• Descubren que el progenitor rechazado se ha ido a través del pro-
genitor aceptado (habitualmente la madre), quien no puede ocultar
los sentimientos que ello le produce.
• El progenitor rechazado intenta que sus hijos se adapten de forma
inmediata a su nueva realidad.
• Los hijos presentan resistencias para ello, pues su deseo es contra-
rio a la ruptura.
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• El progenitor rechazado culpabiliza al progenitor aceptado porque


los niños no quieren verle y le exhorta para que los obligue.
• El progenitor aceptado se siente identificado con sus hijos. No puede
obligarlos.
• El progenitor rechazado pone la cuestión en manos del juzgado y
pide al juez que se obligue al progenitor aceptado para que le per-
mita ver a sus hijos.
• Hay descalificaciones durante el proceso legal, que acrecientan las
dificultades emocionales.
• Los hijos pueden ser llamados al juzgado para expresar los moti-
vos por los que no quieren ver al progenitor rechazado.

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• A medida que se ven obligados una y otra vez a negar la figura del
progenitor rechazado van encontrando argumentos cognitivos que
justifiquen su actitud.
• El rechazo se generaliza a otros familiares del progenitor rechazado:
abuelos, tíos, primos.
• Las familias de origen compiten entre sí. Una protege al progeni-
tor aceptado y a los hijos, descalificando la actitud del progenitor
rechazado. La otra exige una relación con los hijos e intenta apo-
yar al progenitor rechazado para conseguirla.
• El rechazo tiende a cronificarse.
Rechazo primario:

• Rupturas bruscas e inesperadas


• Sentimientos compartidos
• Adaptaciones imposibles
• Culpas desplazadas

4.6. DINÁMICA RELACIONAL DEL RECHAZO SECUNDARIO


Tras la ruptura, los hijos mantienen relación con el progenitor recha-
zado hasta que un día deciden romperla.
• Existe un conflicto larvado entre los progenitores, que surge cuando
deben negociar algún aspecto nuevo relacionado con sus hijos: un
cambio de colegio, unas pautas educativas, un cambio en el reparto
de tiempo, una modificación de los compromisos económicos, etc.
• Los hijos sienten las continuas descalificaciones mutuas que sus
progenitores se hacen a través suyo. Al mismo tiempo «juegan» a
darles informaciones contradictorias que generan mayor enfrenta-
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miento entre ellos.


• Ambos progenitores describen cómo sus hijos deben «cambiar el
chip» después de estar con el otro.
• Las visitas se convierten en algo tensional. El rendimiento escolar
puede verse afectado. Pueden aparecer síntomas psicosomáticos.
• Los hijos deciden no volver a ver al progenitor rechazado bajo cual-
quier excusa: forma de cuidarlos, desatención, malos tratos.
• Encuentran apoyo y comprensión en el progenitor aceptado.
• Cualquiera de los dos decide llevar el asunto al juzgado, pidiendo
que los hijos hablen con el juez.
• El rechazo tiende a cronificarse.

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• El rechazo secundario suele aparecer asociado a eventos del nuevo


ciclo vital de la familia: nacimiento de nuevos hermanos, inicio de
nuevas relaciones de pareja.
• También puede aparecer consecutivamente a un cambio de custo-
dia. Generalmente en preadolescentes que piden irse a vivir con su
padre, quien apoya su actitud y a veces la promueve. La madre se
opone y presiona a los hijos en sentido contrario. Estos necesitan
justificar su decisión y buscan aspectos negativos en la figura
materna. Si al final lo consiguen, pueden sentir que han traicionado
a su madre, pero no aceptarlo cuando su madre se lo transmite. La
relación maternofilial se interrumpe.
Rechazo secundario:

• Conflicto larvado
• Mensajeros de tensión
• Síndrome del «cambio de chip»
• Eventos vitales desencadenantes

4.7. INTENSIDAD DEL RECHAZO


Es posible detectar diferentes niveles de intensidad en el rechazo que
muestran los niños y niñas afectados por el SAF. Para ello proponemos
la Escala de intensidad de rechazo. Fue construida agrupando en dife-
rentes grados de intensidad las observaciones clínicas obtenidas a partir
de entrevistas con niños afectados por el SAF según las características
del rechazo que mostraban. En ella, el entrevistador puntúa la intensi-
dad de 1 a 3, sobre la base de dichas observaciones. Esta escala se ha
elaborado con la finalidad de ser únicamente un instrumento de utilidad
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descriptiva que facilite la comprensión del SAF basándose en las actitu-


des mostradas por los niños y observadas por un evaluador. La escala es
la siguiente:
1. Rechazo leve. Se caracteriza por la expresión de algunos signos
de desagrado en la relación con el padre o la madre. No hay evitación y
la relación no se interrumpe.
2. Rechazo moderado. Se caracteriza por la expresión de un deseo de
no ver al padre o a la madre acompañado de una búsqueda de aspectos
negativos del progenitor rechazado que justifiquen su deseo. Niega todo
afecto hacia él y evita su presencia. El rechazo se generaliza a su entorno
familiar y social. La relación se mantiene por obligación o se interrumpe.

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3. Rechazo intenso. Supone un afianzamiento cognitivo de los argu-


mentos que lo sustentan. El niño se los cree y muestra ansiedad intensa
en presencia del progenitor rechazado. El rechazo adquiere característi-
cas fóbicas con fuertes mecanismos de evitación. Puede aparecer sinto-
matología psicosomática asociada.

Observamos que los niños muestran eminentemente un rechazo más


leve y las niñas un rechazo más intenso. En los trabajos de R. A. Gard-
ner sobre el síndrome de alienación parental no hemos encontrado refe-
rencias a diferencias de género y, como hemos visto, los escasos trabajos
en que se incluyen, lo hacen indicando una mayor predisposición de los
niños para mostrar el rechazo (Johnston y Campbell, 1988; Buchanan y
col., 1991). Al mismo tiempo se ha tendido a identificar a los niños como
más proclives a los efectos negativos de la ruptura de sus padres, poniendo
el énfasis en que continúan viviendo de forma mayoritaria con el proge-
nitor de sexo contrario (Hetherington, 1972; Santrock y Warshak, 1979;
Hodges y Bloom, 1984). Nuestros datos tienden a confirmar que efecti-
vamente los niños tienen más probabilidad de desarrollar actitudes de
rechazo, pero cuando lo hacen lo hacen con menor intensidad que las
niñas. El hecho de que habitualmente sea el padre quien abandona el
hogar, por iniciativa propia o por decisión judicial, puede tener que ver
con esta mayor predisposición inicial en los niños, pero a la hora de modu-
lar una mayor intensidad en las niñas también parece ser relevante la iden-
tificación de éstas con los sentimientos maternos.
La edad de los hijos también parece tener importancia. Los niños
menores de seis años tienden a mostrar eminentemente rechazo leve,
mientras que a partir de esa edad el rechazo se intensifica progresiva-
mente, especialmente en el periodo situado entre los 11 y 14 años. Los
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diferentes niveles de desarrollo afectivo y la predisposición a verse impli-


cados en conflictos de lealtades en estas edades pueden explicar estas dife-
rencias (Wallerstein y col., 1980).
Encontramos que cuando los progenitores aceptados viven en pareja,
el rechazo tiende a ser más intenso que cuando viven solos o con la fami-
lia de origen. Esto posiblemente incide en que el rechazo no es simple-
mente una falta de aceptación hacia la nueva convivencia en pareja del
progenitor rechazado (lo que no parece influir en la intensidad), sino que
también viene mediatizado por la convivencia en pareja del progenitor
aceptado y los posibles deseos de formar una «nueva familia» en la que
el otro no tiene cabida. Todo ello nos hace pensar que, en la génesis del
conflicto, juega un papel decisivo la aparición de una nueva pareja en el

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padre rechazado, pero en la modulación de la intensidad tiene más rele-


vancia la existencia de una nueva pareja del padre aceptado.
Adaptación versus alienación:

Adaptación Primaria
Adaptación a la ruptura
Reconocimiento del dolor
Diferenciación de sentimientos
Asunción de responsabilidades
Adaptación secundaria
Normalización del ciclo vital
Promoción del desagravio
Liberación tensional
Dos mundos: una realidad
Co-responsabilidad parental
Equipo parental
Comprensión emocional
Lealtades permitidas
Re-ordenación del poder
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SEGUNDA PARTE
MEDIACION TRANSICIONAL
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5. LA MEDIACIÓN FAMILIAR: UNA FORMA
DIFERENTE DE ENTENDER LA JUSTICIA

El conflicto ha existido siempre. El ser humano es un ser social cuyas


necesidades e intereses dependen, directa o indirectamente, de quienes le
rodean. Ello hace que, cuando dos o más personas persiguen el mismo
interés o intereses contrapuestos, y no es posible una colaboración, apa-
rezcan los desacuerdos y, por tanto, los conflictos. Pero siempre han exis-
tido formas de resolverlos, y éstas han venido definidas por las diferen-
tes construcciones culturales e históricas que existen sobre el conflicto.
Así, podríamos concebirlo como un obstáculo, como una dificultad en un
proceso o, por el contrario, como una oportunidad para el cambio. Del
mismo modo, puede ser visto como una situación patológica en que las
partes involucradas no tienen capacidad de decisión, o como una situa-
ción problemática que puede ser resuelta por sus protagonistas.
Por otro lado, en el mundo occidental, el concepto de Justicia tiende
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a ser utilizado como un modelo de resolución de conflictos en el que nece-


sariamente una de las partes tiene la razón y la otra no. Se ha demostrado
que este modelo no sólo mantiene las visiones conflictivas, sino que tiende
a incrementarlas.
La mediación parte de una concepción un tanto diferente: el conflicto
es una oportunidad que puede provocar la aparición de nuevas construc-
ciones, diferentes de las iniciales, pero viables y aceptables para todas las
partes, en la medida en que son ellas mismas quienes las elaboran. La
mediación, por tanto, no debería ser planteada únicamente como una alter-
nativa a la Justicia, sino también como una forma diferente de entenderla
y ponerla en práctica, facilitando su aplicación y reduciendo los efectos
más perniciosos de un litigio (Bautz, 1988).

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5.1. CONCEPTO DE MEDIACIÓN FAMILIAR.


El concepto de mediación ha ido evolucionando a medida que ha ido
evolucionando su práctica y sus ámbitos de actuación, pasando de con-
ceptualizaciones más simples a más complejas en función de los mode-
los teóricos que se han ido desarrollando.
Folberg y Milne (1988) definen la mediación como un proceso tem-
poralmente limitado que aumenta la comunicación, maximiza la explo-
ración de alternativas, atiende las necesidades de todos los participan-
tes, busca un acuerdo percibido por las partes como neutro y provee un
modelo para futuras resoluciones de conflictos. En la medida en que
enfatiza la responsabilidad de los participantes para tomar decisiones
que afectan a sus vidas, se trata de un proceso de «autoapoderamiento»
(self empowerment) que consiste en el aislamiento sistemático de pun-
tos de acuerdo y desacuerdo y de alternativas de resolución, mediante
el empleo de una tercera parte neutral cuyo rol es descrito como un faci-
litador de comunicaciones, un guía en la delimitación de los temas y un
agente de acuerdo que asiste a los disputantes en sus negociaciones.
La mediación ayuda a educar a las partes en la percepción de las nece-
sidades del otro, y provee una resolución personalizada de la disputa.
El énfasis no está en quién tiene razón y quién no, o en quién gana y
quién pierde, sino en el aprendizaje de la resolución conjunta de pro-
blemas y el reconocimiento de que la cooperación puede ser una ven-
taja mutua.
Taylor (1988) habla de un proceso de resolución y gestión de con-
flictos dirigido a realinear intenciones, métodos o conductas. Mientras que
la resolución de conflictos crea un estado de uniformidad o convergencia
de propósitos o medios, la gestión de conflictos simplemente desagudiza
o nivela la divergencia. Manejar el conflicto no requiere que cada parti-
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cipante renuncie a sus percepciones individuales y resuelve la disputa cre-


ando metas idénticas, métodos o procesos. Ello simplemente precisa que
ambos participantes logren acuerdos que sean equilibrados y suficiente-
mente coordinados para evitar desestructuraciones. Para esta autora, los
objetivos de la mediación serían:
• Reducir la ansiedad y otros efectos negativos del conflicto ayudando
a los participantes a lograr una resolución consensual.
• Preparar a los participantes para aceptar las consecuencias de sus
decisiones.
• Producir un acuerdo o plan que los participantes puedan aceptar y
cumplir.

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• Focalizar específicamente en cómo los participantes reducirán y


resolverán el conflicto, en lugar de hacerlo en los factores causales
que lo dirigen.
Ripol-Millet (1993) ofrece una definición factorial de mediación
familiar. Se trata de una intervención en un conflicto o negociación de
dos partes, a partir de la demanda de las dos, de un mediador, tercera parte,
que debe ser un profesional neutral, cualificado, imparcial, sin poder deci-
sorio, aceptado por ambas partes y que posea la capacidad y la ubicación
necesarias para garantizar la confidencialidad. Su trabajo consiste en ayu-
dar a que la pareja resuelva sus conflictos y en facilitar la comunicación,
en orden a que ella misma llegue a decisiones constructivas, a acuerdos
satisfactorios, viables, válidos, duraderos y recíprocamente aceptables. Al
mismo tiempo deben permitir un «entente» duradero y tener en cuenta las
necesidades de la propia pareja y de los hijos, favoreciendo una relación
familiar post-divorcio.
Desde una perspectiva jurídica, García Villaluenga (2007) define la
mediación como un proceso no jurisdiccional de gestión y resolución no
adversarial de conflictos que presenta como inherentes unos principios
que configuran su esencia. Tiene un carácter voluntario y autocomposi-
tivo que confiere a las partes todo el poder de decisión, lo que le distin-
gue, junto a otras características como la falta de fuerza ejecutiva del
acuerdo de mediación que sí tiene el laudo, del arbitraje, sistema también
extrajurisdiccional pero heterocompositivo. En la mediación, el mediador
tiene una intervención fundamental tratando de que los sujetos de la parte
mediada puedan aproximar sus intereses y, si lo desean, lleguen a acuer-
dos, pero en modo alguno impone la solución, ni la propone, ni asesora
sobre ella.
Desde nuestra perspectiva, entendemos la mediación como un pro-
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ceso interaccional en el que una parte de la familia, en colaboración con


alguien externo a ella, busca acuerdos que afectan a toda la familia. El
foco de la intervención suele estar centrado en el sistema parental que,
separándose como pareja, pretende sentar las bases para la necesaria rees-
tructuración del sistema consecuente a la ruptura conyugal. Se hace espe-
cial hincapié en las decisiones que afectan a los hijos, siendo viable su
participación directa en el proceso cuando así lo deciden las partes y el
mediador.
La mediación es un espacio transicional de diálogo cooperativo en
el que, al menos, dos partes implicadas en una determinada situación con-
flictiva y, al menos, una tercera parte inicialmente no implicada en ella

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(la persona mediadora), abordan de manera constructiva los diferentes


temas que los protagonistas del conflicto desean tratar. El objetivo de las
conversaciones que se producen en el contexto de la mediación no está
predeterminado por la persona mediadora sino que se acuerda entre todos
los participantes en los momentos preliminares del proceso. La función
de la persona mediadora es acompañar a las personas implicadas en una
parte de la evolución de su proceso conflictivo (transición), durante el
tiempo necesario para que ellos retomen su capacidad de decisión sobre
las cuestiones que motivaron el inicio de la mediación. Otorgar permiso
a una tercera parte para participar en este proceso es una decisión volun-
taria, de manera que no es posible hablar de un auténtico contexto de
mediación hasta que todos los participantes están de acuerdo en un obje-
tivo común y en la función que cada uno de ellos tiene en la consecución
de ese objetivo. En ocasiones la mediación finaliza con un acuerdo escrito
y en otras con compromisos verbales. En ocasiones no hay acuerdos ni
compromisos. Pero el éxito de la mediación no radica en acordar o en
comprometerse sino en la decisión, clara y con conocimiento de causa,
de las partes sobre si quieren o no acordar o comprometerse. El hecho
de participar en este espacio conlleva inevitablemente una nueva dimen-
sión en el ciclo evolutivo del conflicto, constituye un paso diferente que
tendrá una segura incidencia en el desarrollo de los momentos posterio-
res del mismo.

5.2. MEDIACIÓN FAMILIAR Y PROCESO LEGAL


La mediación familiar parte de un presupuesto esencial: las familias
tienen recursos para tomar sus propias decisiones. Cuando éstos se blo-
quean temporalmente en una situación de crisis, es posible provocar su
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nueva puesta en funcionamiento, aunque para ello es preciso ofrecer la


oportunidad de hacerlo. Si la crisis viene motivada por una ruptura con-
yugal, podríamos definir esta oportunidad como un proceso dirigido a
manejar el conflicto desde la propia familia, que pretende devolver o no
dejar perder a la pareja su poder decisorio y favorecer la consecución de
acuerdos válidos sobre la forma en que todos los miembros del grupo
familiar continuarán sus vidas tras la separación.
Por su parte, los procedimientos legales contenciosos tienden a cons-
tituir un camino sin retorno, en el que las partes implicadas se ven desli-
zadas sobre una especie de sendero automático a través de su propio con-
flicto, sin poder abordarlo directamente y perdiendo la opción de
recuperar el control sobre sus efectos reales y sus consecuencias afecti-

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vas. Si bien es cierto que el proceso puede detenerse o modificarse hacia


un mutuo acuerdo, su misma dinámica tiende a generar un incremento del
conflicto que reduce dicha posibilidad.
Cuando una pareja, que quiere dejar de serlo, acude a un juzgado en
busca de que la Justicia resuelva sus desacuerdos, lleva consigo una his-
toria común, que ahora se quiere disociar, un bagaje de sentimientos y
afectos, de conflictos y rencores, que difícilmente pueden expresarse en
toda su justa esencia mediante el lenguaje de las leyes. Pero la historia se
condensa en argumentaciones y datos destinados a sustentar la posición
que cada parte adopta ante la disputa. En el juzgado, por tanto, el con-
flicto viene definido por las posiciones resultantes de la interacción entre
la propia problemática familiar y la ajena dinámica legal. Ello suele faci-
litar la aparición de nuevos elementos de conflicto, de nuevas posiciones,
generadas por la utilización del procedimiento, que pasan a formar parte
del contenido emocional de la ruptura.
Como se sabe, el resultado final del proceso contencioso es una reso-
lución judicial que no implica la solución del conflicto relacional, es
obvio, y que no solo no ha ofrecido a las partes herramientas que permi-
tan el auto arreglo ante nuevos desajustes, sino que los ha familiarizado
con el empleo de las «armas» legales ante nuevas contiendas. Este apren-
dizaje predice, por tanto, la aparición de otros litigios, y para ello hay
abundantes posibilidades. Una misma pareja puede pasar por un proceso
de separación, de divorcio, de ejecución de sentencia de separación y de
divorcio, de modificación de las medidas, así como por las posibles ape-
laciones ante las diferentes resoluciones dictadas por el juez. Las nor-
mas legales pueden sustituir a las familiares y generarse una intermi-
nable dependencia del sistema judicial.
En estos casos, el usuario del sistema legal, amparándose en una idea
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muy reduccionista de la Justicia, lo utiliza como un medio para ganar al


rival y, cuando no lo consigue, culpa al funcionamiento del sistema de su
propio fracaso. Es necesario, por ello, trabajar para devolver el máximo
sentido de responsabilidad a las partes implicadas en el proceso.
La mediación no pretende suplantar a la Justicia, es un procedimiento
compatible con ella que, incluso, puede formar parte de su propia estruc-
tura. En general lo más adecuado sería que las parejas pudiesen acceder
a ella antes de iniciar los trámites legales, siendo el juez un legitimador
de sus propios acuerdos cuando ello sea necesario. Nuestra «cultura de
divorcio» aún no ha incorporado suficientemente la búsqueda responsa-
ble del acuerdo previo al enfrentamiento. No obstante, las experiencias
desarrolladas en otros países (ver Pearson y Thoennes, 1984, para una

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revisión de resultados) y las que cada vez más funcionan en el nuestro,


demuestran, como lo demuestra el sentido común, que los efectos a corto
y largo plazo de una ruptura resuelta cooperativamente suelen significar
crecimiento familiar. Por el contrario, el litigio y la tendencia a la croni-
cidad de algunos conflictos pueden suponer un estancamiento familiar que
coarta el futuro de todos sus miembros, en especial de los más débiles.

La cultura de la mediación promueve nuevas reglas de gestión


familiar del conflicto

5.3. EL PROCESO DE MEDIACIÓN


Diversos autores han intentado describir las fases por las que atra-
viesa este método en un intento de proponer un sistema lógico que con-
duce hacia el acuerdo.
Kessler (1978) propuso un modelo de mediación basado en cuatro
etapas que se ha convertido en una referencia clásica para modelos pos-
teriores. El proceso es el siguiente:
1. Encuadre. En los primeros momentos de la mediación, la persona
mediadora fija el tono emocional del proceso. Aclara cuales son las expec-
tativas y el concepto de mediación que tienen las partes (a veces buscan
una terapia, una reconciliación, un aliado, una forma rápida de divorciarse
o un método más barato de conseguir sus objetivos). A continuación se
explican las metas y los propósitos del proceso, así como el papel que
desempeña la persona mediadora, poniendo especial énfasis en su impar-
cialidad, en la confidencialidad de los contenidos y en la voluntariedad
de participación. La persona mediadora refuerza la competencia y res-
ponsabilidad de las partes y propone que la meta es construir un camino
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para que ambos continúen ejerciendo de padres en una familia reorgani-


zada. Por ello el foco estará centrado en el futuro y no en el pasado. Se
discute el rol de los abogados (no participan, pero pueden consultar con
ellos entre sesiones) y la participación de otras personas significativas.
Se fija la duración del proceso y algunas reglas de funcionamiento, expli-
citando si es necesario que no es posible interrumpir ni hablar al mismo
tiempo y que ambas partes tendrán oportunidad para expresar sus senti-
mientos, necesidades, preocupaciones y opiniones.
2. Definición de los temas. Pueden ser de tres tipos: personales, rela-
cionales y tópicos. La mediación se dirige a los últimos, aunque tiene en
cuenta la existencia de los otros dos. En este momento se recogen datos

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(historia legal, duración del matrimonio, separación) y se comparten las


visiones de los temas, intercambiando información individualizada sobre
los hijos. La persona mediadora permite «airear» los agravios dentro de
un límite razonable. Balancea la comunicación, impidiendo que cada
parte hable demasiado tiempo seguido y redefine las posturas de forma
positiva, focalizando en las necesidades parentales y filiales. Su actitud
es de escucha empática que legitime todos los sentimientos. Se evitan
términos demasiado legales, permitiendo a la pareja utilizar su propio
lenguaje. Esta fase finaliza cuando se han identificado todos los temas
y se ha logrado un acuerdo sobre los objetivos y sobre las necesidades
de los hijos.
3. Procesamiento de los temas. La persona mediadora enfatiza las
áreas de acuerdo preexistentes. Asume una función educativa, promo-
viendo conductas cooperativas y ofreciendo información sobre posibles
alternativas. En este momento se diseñan presupuestos, se realizan decla-
raciones financieras y se evalúan las posesiones. Ello puede constituir una
buena experiencia de aprendizaje para algunas personas. Se buscan acuer-
dos en temas sencillos, pidiendo a las partes planes para conseguir los
objetivos fijados. Por último se identifican y delimitan las alternativas que
aparecen como más viables, determinando en qué medida ofrecen com-
ponentes aceptables para las partes. Con ello se centra la discusión en los
temas y alternativas, expandiendo las áreas de acuerdo y reduciendo las
áreas de conflicto. Es importante atender a las imágenes rígidas y a los
sentimientos ocultos. El cliente debe sentir que la persona mediadora
entiende los aspectos críticos y la dinámica de las relaciones familiares.
Para ello es posible realizar entrevistas por separado cuando el conflicto
es muy elevado, aunque siempre con la intención de facilitar la continui-
dad del trabajo conjunto.
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4. Resolución de los temas. La persona mediadora refuerza la con-


ducta cooperativa y el progreso realizado. Ahora la discusión se centra
sobre las áreas de entendimiento, verbalizando el compromiso con los
acuerdos conseguidos. Estos se escriben, dando copia a las partes y abo-
gados, y dejando abierta la posibilidad de revisarlos y discutirlos de nuevo
si ello fuera necesario. Los padres explicarán conjuntamente lo acordado
a los hijos. Una vez presentados los acuerdos al juez, no son revisables.
Si no hay acuerdo, la persona mediadora refuerza los esfuerzos que se
han llevado a cabo y no ofrece información al juez sobre lo hablado
durante las sesiones.
En 1984, Folberg y Taylor describieron un proceso de siete etapas:

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1. Introducción: creación de estructura y confianza. El objetivo


es reunir información relevante sobre las percepciones del conflicto que
tienen los participantes, sus metas y expectativas, así como la situación
del conflicto. El proceso se inicia con una breve introducción y acomo-
damiento, durante los cuales la persona mediadora recoge datos sobre la
motivación de los participantes para la mediación, su estado emocional
actual y sus estilos interaccionales y comunicacionales. Valora los ante-
cedentes inmediatos y los eventos precipitantes del conflicto, definiendo
el problema o conflicto actual, como opuesto a la agenda oculta o los con-
flictos encubiertos. Se clarifica la implicación de los abogados y/o la for-
malización legal del posible acuerdo y se presta especial atención, si cabe,
a los asuntos relacionados con la seguridad inmediata de las partes y las
personas dependientes de ellas. En esta primera fase la mayor parte de
las interacciones son entre la persona mediadora y cada uno de los parti-
cipantes, dejando un tiempo adecuado a cada uno para presentar su punto
de vista. La persona mediadora ha dejado claro que no tomará decisio-
nes, pero será responsable del control del proceso. Este estadio termina
cuando ha completado su visión sobre la naturaleza de los temas, mani-
fiestos y encubiertos, del caso.
2. Recuento de hechos y aislamiento de temas. El objetivo es ayu-
dar a los participantes a descubrir dónde radican realmente los conflictos
y qué áreas tienen que ser discutidas. La organización y discusión del con-
tenido de los temas conflictivos puede realizarse teniendo en cuenta cua-
tro factores: su urgencia, la duración del conflicto, la intensidad de los
sentimientos asociados y la rigidez, expresada o percibida, de las respec-
tivas posiciones. La persona mediadora separa las dimensiones intra e
interpersonales del conflicto proporcionando a los participantes un lugar
seguro para dejar a parte sus defensas personales y sacar a flote los temas
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encubiertos. Con la información obtenida elabora conceptos constructi-


vos y utilizables. Para ello debe conectar elementos dispersos de infor-
mación en bloques comprensivos de disputas y acuerdos. Forzar a los par-
ticipantes a divulgar sus conflictos encubiertos es ansiógeno para ellos y
un trabajo pesado para la persona mediadora. Esta debe estar preparada
para encontrar ciertos niveles de resistencia en uno o ambos participan-
tes durante este periodo. Los participantes pueden volverse defensivos y
resistentes planteando que todos los problemas y conflictos han sido
resueltos, que no pueden o no quieren discutir el pasado, que han propor-
cionado suficiente información (cuando están reteniendo alguna), o que
el abogado quiere encargarse del tema. A menudo esta resistencia no es

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expresada abiertamente, aunque surge como una acción o inacción espe-


cífica de los participantes durante la sesión. La persona mediadora no debe
permitir que la resistencia produzca en ella respuestas emocionales o
tomarlo como un indicio de fallo personal. De forma general, la resisten-
cia puede ser discutida privadamente antes de pasar a otros conflictos. Si
la resistencia continua, es posible declarar un punto muerto o terminar el
proceso. Este estadio finaliza cuando la persona mediadora conoce dónde
radican los desacuerdos y los conflictos, qué conflictos son manifiestos
y encubiertos, y qué quiere o no quiere aceptar bajo ninguna circunstan-
cia cada participante. Además, la persona mediadora puede orientar sobre
algunas metas específicas:
• Producir un conocimiento personal sobre conflictos internos o encu-
biertos que influyen en el proceso.
• Consenso cognitivo sobre un determinado punto y reducción de
ciertas auto-frustraciones afectivas o respuestas emocionales.
• Reducción o cese de conductas que interfieren en la vida de los
niños.
• Limitar o detener actitudes autoritarias e intimidaciones verbales, o
crear una estructura de poder más igualitaria entre los padres durante
las sesiones.
• Lograr acuerdos que garanticen la estabilidad escolar de los hijos.
3. Creación de opciones y alternativas. El objetivo es buscar for-
mas de conseguir lo que las partes quieren de la forma más efectiva. En
ocasiones la consecución final de esta meta debe esperar hasta la resolu-
ción de temas más básicos o prioritarios. Unos temas dependen de otros.
Ordenando adecuadamente las prioridades es posible conseguir un
«efecto dominó». La persona mediadora ayuda a los participantes a arti-
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cular las opciones que conocen o quieren y desarrollar nuevas opciones


que pudieran ser más satisfactorias. Algunos criterios generales para desa-
rrollar y evaluar la efectividad de las opciones y alternativas pueden ser:
• Necesidades de los participantes y de otros que puedan ser afecta-
dos por la decisión.
• Proyecciones del pasado en el futuro (como predicciones).
• Pronósticos generales, económicos y sociales que pueden afectar a
una opción.
• Obstáculos y limitaciones económicas y legales.
• Anticipación de nuevas personas y situaciones.
• Cambios predecibles en alguno de los anteriores.

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Antes de tomar una decisión final puede ser utilizado un periodo de


prueba para determinar la viabilidad de una opción determinada. Este esta-
dio finaliza cuando se ha realizado una exploración plena de todas las
opciones.
4. Negociación y toma de decisiones. El objetivo es que los partici-
pantes seleccionen una o más opciones de las generadas anteriormente.
La persona mediadora contribuye a evitar el regateo posicional y a utili-
zar un estilo negociador más blando buscando qué opción es la que mejor
responde a las necesidades de todos. En estos momentos los participan-
tes pueden comunicarse entre ellos más que con la persona mediadora.
Esta facilita la toma de decisiones. Actúa como agente de realidad. Ayuda
a desarrollar criterios objetivos. Mantiene el equilibrio comunicacional,
subraya las objeciones y reconoce el derecho a tenerlas, al mismo tiempo
que pregunta sobre las peores consecuencias que podrían ocurrir. En oca-
siones es necesaria una confrontación directa con la persona mediadora
para activar decisiones. Esta puede percibir el obstáculo que las impide
y ofrecer su punto de vista sobre las resistencias. Otra forma de motivar
una decisión es retirar el poder de elegir a un participante resistente. La
persona mediadora puede pretender denegar el acceso a una decisión
declarando un punto muerto o sugiriendo que el asunto debe ser decidido
por un juez, porque los participantes no pueden hacerlo. También es posi-
ble utilizar una intervención paradójica que normalice el derecho de los
participantes a bloquear la toma de decisiones, proporcionando una razón
para la indecisión (no pueden decidir porque no están seguros, por lo que
es normal que sigan dudando hasta encontrar la solución más acertada).
La paradoja legitima el derecho a la ambivalencia y proporciona el con-
trol para cambiar.
5. Clarificación: redacción de un plan. El objetivo es elaborar un
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documento, un plan que esboce claramente las intenciones y decisiones


de las partes. El documento adquiere mayor significatividad y relevancia
cuando se utilizan las propias palabras de los participantes. Cuando éstos
están muy motivados, la persona mediadora puede ofrecerles un método
que ellos mismos usen para realizar el acuerdo. Permitiendo que ellos ela-
boren su plan por separado, es posible reducir el número de revisiones y
de conductas pasivo-agresivas. Pero escribir su propio plan puede estar
contraindicado cuando tienen prisa por finalizar, como una forma de aca-
bar con la tensión y el conflicto. Tampoco es apropiado cuando uno o
ambos participantes carecen de suficientes habilidades o cuando la diná-
mica de poder haga que compitan sobre cual es la versión más aceptable.

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La firma de los acuerdos es un acto simbólico que conlleva gran relevan-


cia para los participantes. La persona mediadora puede remarcar o enri-
quecer este momento utilizando algún ritual.
6. Revisión y procesamiento legales. El abogado y posteriormente
el juez llevan a cabo esta función.
7. Aplicación, revisión y modificación. Los participantes intentan
ejecutar el acuerdo. La persona mediadora puede ofrecer materiales
impresos que eduquen a los participantes sobre problemas comunes y
posibles dificultades. Es posible abrir un proceso de seguimiento mediante
teléfono, cartas o contacto personal, sobre los aspectos generales del
acuerdo, el proceso legal, la utilidad y satisfacción de la mediación y las
necesidades actuales.
Siguiendo a Deutsch (1973), algunas de las posibles tareas de la per-
sona mediadora ante una situación conflictiva podrían ser:
• Ayudar a las partes a identificar y confrontar los temas en conflicto.
• Ayudar a remover los bloqueos y distorsiones en los procesos de
comunicación para facilitar el mutuo entendimiento.
• Ayudar a establecer normas de interacción racional, como el res-
peto mutuo, la comunicación abierta o el uso de la persuasión en
vez de la coacción.
• Ayudar a determinar qué tipos de soluciones son posibles y reali-
zar sugerencias sobre ellas.
• Promocionar adecuadas circunstancias y condiciones para confron-
tar los temas.
• Ayudar en la negociación y en la construcción de un acuerdo via-
ble y aceptable para las partes.
Como vemos, en los planteamientos anteriores subyace un esquema
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básico cuyos ejes esenciales podrían sintetizarse en el siguiente esquema.


En él se incluye el proceso de convergencia que dos personas (A y B),
con posturas diferentes en un conflicto, pueden seguir en el contexto de
la mediación para lograr un acuerdo:

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Figura 5. Proceso de mediación

A B
Posturas Posturas

Intereses y Intereses y
Necesidades Necesidades

Intereses comunes o
compatibles

Definición
alternativa del
conflicto

Nuevas opciones de solución

Negociación

Compromisos y
acuerdos
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6. MEDIACIÓN FAMILIAR EN CONTEXTOS
JUDICIALIZADOS

En ocasiones, se pretende considerar que la mediación es únicamente


una alternativa válida cuando se realiza previamente al inicio del conflicto
legal y en un contexto no judicial. Pero diversas experiencias y distintos
autores han logrado demostrar que puede ser igualmente efectiva en cual-
quier momento del proceso y constituirse en una intervención eficaz incluso
dentro del mismo ámbito judicial (Pearson y Thoennes, 1985; Salius y
Dixon, 1988). En California se lleva a cabo desde 1980. En España su apli-
cación es más reciente (Coy, 1989; Ibáñez y col., 1994; Bolaños, 1995a).
La posibilidad de acceder a un proceso de mediación cuando la vía
contenciosa ya se ha iniciado supone una oportunidad para que los cau-
ces puedan ser diferentes, para que los miembros de la pareja puedan ser
más conscientes de los efectos del camino que han elegido y, en todo caso,
asumir la responsabilidad de continuar o variar el procedimiento.
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La mediación en el contexto judicial surge como una alternativa que


pretende modificar la paradoja de intentar resolver el conflicto mediante
el enfrentamiento.
El asesoramiento sobre el proceso psico-legal que padres e hijos están
viviendo, permite normalizar y compartir los sentimientos, así como dife-
renciar qué es lo idiosincrásico de los dos sistemas que han entrado en
contacto, el familiar y el legal. El conocimiento implica poder y ayuda a
percibir otras opciones y posibilidades. Cuando la información es reci-
bida conjuntamente se evitan malas interpretaciones y utilizaciones nega-
tivas de ella.
Dar una oportunidad para el acuerdo exige la creación de un espacio
psicológico en el que los conflictos que lo han estado impidiendo puedan

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ser manejados y neutralizados. Este espacio requiere dosis de confianza


y buena voluntad, y supone una isla en el marco confrontativo del juz-
gado. En la medida en que éste es sustituido progresivamente por un con-
texto de colaboración, es posible el ensayo y puesta en práctica de nue-
vas dinámicas negociadoras o la recuperación de las que se han
abandonado. La mediación minimiza el trauma vivido en los procesos
contenciosos y las parejas que la siguen en el juzgado están más satisfe-
chas que las que siguen un proceso contencioso (Cramer y Shoeneman,
1985; Bautz, 1988; Duryee, 1992; Rosenberg, 1992; Saposnek, 1992).
La mediación no pretende sustituir a los jueces, sino un aumento en
la eficacia de las medidas adoptadas sustentado en la participación con-
junta de la pareja en la toma de decisiones. Tampoco sustituye a los abo-
gados, imprescindibles en el asesoramiento legal de sus clientes y en la
formalización de los acuerdos logrados. Simplemente permite hacer rever-
sible la pirámide de poder decisorio que se ha ido generando y colocar a
cada elemento del sistema en el nivel más facilitador del funcionamiento
de la propia esencia familiar.
Entendemos que la mediación en este contexto no debe ser entendida
únicamente como la que se lleva a cabo en los edificios judiciales (en los
juzgados) sino aquella que se realiza cuando ya se ha iniciado un proce-
dimiento adversarial, independientemente de la ubicación física o insti-
tucional en que se efectúe. Lo esencial de esta mediación es la judicia-
lización previa de las relaciones familiares, el contexto de alienación
familiar en que se plantea y la incorporación de los hijos en las dinámi-
cas conflictivas establecidas.

• El conflicto puede disminuir temporalmente la capacidad de


decisión familiar.
• Las leyes de familia pueden sustituir a las pautas familiares…
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• … pero las reglas familiares pueden ser más potentes que las
leyes de familia.
• El poder de la familia permanece más allá del conflicto.

6.1. MOMENTOS DE LA MEDIACIÓN EN EL PROCESO LEGAL


Aunque la intervención podría plantearse en casi cualquier parte del
procedimiento, conviene tener en cuenta las implicaciones y los matices
que supone cada uno de ellos.
A. Previamente al inicio del proceso legal. No es lo habitual en un
contexto judicial. Hoy por hoy, la ley permite acceder al juzgado mediante

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dos procedimientos: el contencioso, cuando no hay acuerdo, y el de mutuo


acuerdo, cuando lo hay. Ello quiere decir que no es posible acudir a la
Justicia en busca del acuerdo. Si no lo hay, se presupone que no es posi-
ble conseguirlo y se opta por la vía contenciosa, alejándose a las partes
cada vez más de dicha posibilidad.
B. Durante el proceso legal, la mediación debería ser un recurso al
que poder acceder en cualquier momento, por sugerencia del juez, por
recomendación técnica o a petición de la propia pareja o sus abogados.
Algunas posibilidades son las siguientes:
• Cuando la situación familiar requiere la adopción de medidas pro-
visionales, la intervención debe ser rápida y tener en cuenta el carác-
ter de temporalidad (en el proceso legal) de los posibles acuerdos.
Cuando éstos se consiguen, es la pareja quien debe decidir si res-
petan la provisionalidad legal, y por tanto continúan con el proceso
contencioso, o por el contrario lo interrumpen y se pasan a un mutuo
acuerdo. Esta última opción suele ser la más elegida.
• Cuando las medidas provisionales ya han sido decididas judicial-
mente y el proceso legal continúa, la mediación puede constituir un
proceso en el que la pareja valore dichas medidas, las ponga en prác-
tica, y pueda proponerse (y posteriormente proponer al juez), pen-
sando en las medidas definitivas, unas diferentes o el mantenimiento
de las mismas. La experiencia demuestra que cuando las decisiones
judiciales previas son tomadas como una referencia sobre la que tra-
bajar, más que como una imposición que cumplir, las parejas pue-
den ser capaces de matizarlas y adaptarlas a su realidad. El resul-
tado final supone una colaboración real entre el juez y la familia, en
la que ambos han podido participar en su justo nivel. El juez adoptó
decisiones cuando las partes no podían hacerlo, las partes decidie-
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ron si esas decisiones eran las que ellos querían que fuesen, las modi-
ficaron, las hicieron suyas y propusieron al juez, a través de sus
acuerdos, que lo definitivo fuese lo que ellos habían decidido.
• En los dos casos anteriores es preciso que el procedimiento judicial
se suspenda temporalmente mientras dura la mediación. Es la única
manera de asegurar que las dinámicas confrontativas que se han ins-
tituido no interfieren con las pautas de cooperación que comienzan
a establecerse.
C. Después del proceso legal. Cuando las medidas propuestas por el
juez no funcionan, o las condiciones que las motivaron se han modificado,
los procedimientos de ejecución y modificación de sentencia pueden plan-

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tear dificultades que alargan el coste emocional y económico de la ruptura


y colapsan el funcionamiento legal. Detrás de muchos incumplimientos per-
manece latente un conflicto que no ha sido totalmente elaborado. En estas
situaciones la mediación no es un método para el apoyo a la medida legal o
para su cumplimiento. Es una oportunidad para que la pareja reconsidere la
opción de seguir litigando y se plantee la posibilidad de ajustar o modificar
las medidas de forma que éstas puedan adaptarse a sus propias necesidades.

6.2. TIPOLOGÍA DE CONFLICTOS JUDICIALIZADOS EN


MEDIACIÓN
Los conflictos asociados a la ruptura conyugal que suelen ser plan-
teados en el juzgado y que son susceptibles de mediación, pueden clasi-
ficarse en cuatro grandes categorías (Bolaños, 1995a):
A. Conflictos estructurales. Son los desacuerdos tópicos en las rup-
turas, y afectan básicamente al ejercicio de las responsabilidades parenta-
les, la estructura de las relaciones paterno filiales o el reparto de bienes y
las contribuciones económicas. Tienen que ver, por tanto, con la ostenta-
ción de la custodia de los hijos, el tipo de custodia, la duración y forma de
los encuentros, el uso del domicilio conyugal o las pensiones. Pueden sur-
gir ante el diseño del primer sistema estructural y relacional tras la ruptura,
o aparecer en forma de dificultades posteriores en la ejecución de la paren-
talidad (relativas a formas de vida, relaciones sociales, criterios educati-
vos), en la readaptación a los cambios familiares (nuevas parejas, nuevos
hijos, cambios de domicilio...) o en la adaptación a cambios evolutivos. Sue-
len plantearse en cualquiera de los momentos procesales descritos. El obje-
tivo es conseguir acuerdos parciales (sobre algunos de los conflictos que
se plantean legalmente) o globales (sobre todos los conflictos planteados).
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B. Conflictos de lealtades y alienación familiar. Como hemos visto,


los hijos pueden sentirse presionados afectivamente por los padres para
asumir la lealtad de uno en detrimento de la del otro. Aunque este tipo
de situaciones suelen aparecer en todas las rupturas conflictivas, se plan-
tean en el juzgado cuando un hijo expresa su negativa a continuar rela-
cionándose con uno de los padres, normalmente con el que no convive.
Ello supone un conflicto legal en el que ambos padres se culpan mutua-
mente de la actitud del niño, mientras que éste asume la posición del
rechazo amparado por el padre con el que convive. Estos conflictos sue-
len plantearse prevalentemente en las ejecuciones de sentencia. En la
mediación, además de lograr acuerdos, se hace necesaria una focalización

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en las pautas relacionales establecidas tras la ruptura. El objetivo sería


sentar las bases pactadas para una reestructuración positiva de la relación.
C. Conflictos por ausencia. En estos casos la ruptura ha supuesto la
desaparición de uno de los padres y la ausencia más o menos prolongada de
relación con sus hijos. Transcurrido un periodo de tiempo, en ocasiones hasta
varios años, el padre ausente puede solicitar legalmente el reinicio del acceso
a sus hijos. Estos a veces no le conocen, o han buscado una figura sustitu-
tiva (un abuelo o la nueva pareja del otro padre). Pueden presentar rechazo
o curiosidad, pero el conflicto se plantea ante la desconfianza del padre con
el que conviven para que el otro inicie una relación. Los motivos del pro-
genitor ausente para su reaparición suelen estar asociados a momentos per-
sonales de transición evolutiva (aparición de una nueva pareja, periodos pos-
traumáticos...), instigaciones socio familiares o demandas económicas del
otro progenitor, el que convive con los niños. Se suele plantear este con-
flicto en procedimientos de ejecución de sentencia. El objetivo es valorar la
posibilidad de una relación y ponerla en marcha de forma consensuada. Para
ello es adecuado un modelo de mediación progresiva basada en acuerdos
revisables sobre la evolución de la relación que suele establecerse en cua-
tro fases: inicio, afianzamiento, consolidación y normalización.
D. Conflictos de invalidación. Un padre acusa al otro de malos tra-
tos hacia los hijos, abusos sexuales, enfermedad mental, toxicomanías o
cualquier otro comportamiento grave con la pretensión de evitar que con-
tinúe manteniendo contacto con los hijos de ambos. Sin entrar en la vera-
cidad o no de los argumentos, la dificultad de mediar se hace evidente
ante la potencia de las posiciones que se expresan y la inmodificabilidad
de las mismas. En estos casos la mediación puede estar contraindicada
siendo más útil una intervención pericial previa y, en su caso, terapéutica
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6.3. VOLUNTARIEDAD Y OBLIGATORIEDAD


¿Quién podría hacer la demanda de mediación una vez que se ha ini-
ciado un proceso judicial? Parece obvio que pueden ser los propios inte-
resados, ya sea directamente, a través de sus abogados o previa sugeren-
cia del juez. Aunque en el primero de los casos tenderíamos a pensar más
claramente en una idea de voluntariedad, lo cierto es que la iniciativa la
suelen tomar los abogados y los clientes pueden acceder al proceso de
una forma más o menos motivada.
Conviene matizar aquí que la demanda de los abogados (y del juez)
puede no ser, desde un punto de vista terminológico, de mediación. Aun-

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que la idea o el objetivo sean buscar acuerdos utilizando las técnicas apro-
piadas, o la de resolver conflictos, buscando acuerdos o no, el concepto
de mediación no siempre está suficientemente difundido y comprendido
en nuestro sistema legal. En cualquier caso, es el profesional destinatario
de la demanda, quien decide aplicar el modelo de intervención más ade-
cuado a ella en función de las necesidades de las personas a las que atiende,
y son esas personas quienes, tras obtener la información adecuada en una
sesión informativa, deciden si la mediación se ajusta a sus necesidades.
Las demandas realizadas por los abogados suelen estar referidas a
conflictos en la relación paterno filial, sobre todo los de lealtades y los
conflictos por ausencia.
Cuando es el juez quien sugiere la intervención, nos movemos en el
riesgo de la obligatoriedad. La manera de evitar esta situación radica en
la necesidad de establecer una sesión informativa previa y, a partir de ahí,
proponer que la pareja decida sobre su continuidad. En este caso, puede
ocurrir que haya una parte que se sienta más obligada, mientras que la otra
siente que accede a la mediación por voluntad propia. No obstante, parece
cierto que en las motivaciones de los participantes siempre existe la ambi-
valencia de los dos polos (voluntario-obligatorio), generada, una vez más,
por la interacción entre sus propias actitudes y las normas legales.
La persona mediadora que interviene en dinámicas familiares judi-
cializadas deber ser consciente de que el sistema legal supone una
estructura de poder para sus usuarios ante la cual estos pueden tener
dificultades para deshacerse totalmente de la idea de obligatoriedad.
Como decimos, debe tenerse en cuenta esta apreciación durante un pro-
ceso de mediación y manejarse adecuadamente, en el sentido de garanti-
zar que los acuerdos conseguidos no sean fruto de una manipulación del
sistema, sino de la voluntad real de las personas que los hacen. El manejo
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de éste concepto también depende del tipo de conflicto y de su intensi-


dad, así como del propio estilo y habilidades de la persona mediadora.
Aunque, desde nuestra experiencia, nos posicionamos claramente
hacia una mediación voluntaria, no hay que dejar de lado que existen
experiencias que trabajan con la obligatoriedad y que las investigaciones
parecen demostrar que la eficacia de la mediación voluntaria y la obliga-
toria es similar (Pearson y Thoennes, 1984) y que ninguno de los dos
modelos afecta al equilibrio de poder en la pareja (Kelly y Duryee, 1992).
Una de las primeras experiencias que demuestra los buenos resulta-
dos de este tipo de planteamiento es la propuesta por Cramer y Schoene-
man (1985) quienes describen un modelo de «mediación intrajudicial»
que consiste en cinco fases: Orientación, inicio, exploración, formulación

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y finalización. Las tres primeras están dirigidas a facilitar la posibilidad


de que las partes opten por una vía negociada de una manera voluntaria.
Sugieren que la mediación minimiza las experiencias traumáticas vividas
en el proceso contencioso. Según estos autores, las parejas que siguen un
proceso de mediación en el juzgado están más satisfechas que las que
siguen un proceso contencioso.
Schwebel y col. (1993) plantean un modelo de mediación caracteri-
zado por atender los conflictos interpersonales entre la pareja antes de ini-
ciar el trabajo para intentar desarrollar los acuerdos. Tras clarificar el con-
tenido del procedimiento a seguir, la persona mediadora anima a las partes
a redactar una agenda satisfactoria para ambos en la que el primer paso
consistirá en «airear» y abordar los sentimientos asociados al conflicto
para, finalmente, procesar los acuerdos y la manera de llevarlos a cabo.
Un programa más estructurado es el que describieron Salius y Dixon
(1988) en el Connecticut Superior Court Mediation Service. Estos auto-
res destacan una serie de presupuestos en que se asienta el modelo:
• La mayor parte de las personas son padres responsables y capaces
de determinar conjuntamente los arreglos parentales posteriores a
su divorcio que mejor responden a las necesidades de sus hijos.
• La autodeterminación y la implicación activa en el proceso de toma
de decisiones son efectivas promotoras de resultados positivos y
duraderos para padres e hijos.
• El estrés y la ansiedad asociados con la separación y el divorcio,
particularmente en los hijos, pueden ser reducidos.
• La mediación concibe el conflicto como natural y normal, y percibe
las disputas entre los padres desde un punto de vista más emocional
que legal. Por ello es preciso un sistema de resolución de conflictos
que pueda tratar más efectivamente con los aspectos relacionales.
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• La mediación enfatiza que el divorcio no es el fin de la familia,


siendo posible una continuidad de la parentalidad conjunta, incluso
en familias reorganizadas.
• La naturaleza neutral, confidencial y no terapéutica de la mediación
alienta la participación de los padres que de otra manera no podrían
involucrarse en el proceso de discusión de aspectos relacionados con
el interés de sus hijos.
• La mediación puede hacer participar en el proceso a otras personas
significativas en la situación familiar.
• Padres e hijos pueden ser ayudados a construir una nueva y reorga-
nizada base para sus relaciones futuras.

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El programa dura de una a tres sesiones de dos horas (flexibles) a lo


largo de un máximo de 45 días. La participación es voluntaria, aunque acep-
tan envíos judiciales. No hay contacto previo con los abogados. La pareja
es animada a consultar con ellos entre las sesiones. No obstante, si se hace
necesario, los mediadores pueden plantearse una entrevista con los aboga-
dos. Raramente se realizan entrevistas por separado. Puede concertarse una
entrevista con los niños si mediadores y padres lo estiman necesario.

Voluntariedad... pero sobre todo voluntad

6.4. DEL JUZGADO A LA MEDIACIÓN


Vemos que hay un lento, pero progresivo, cambio de mentalidad que
permite a muchas parejas acudir a mediación una vez que ya han iniciado
un determinado procedimiento litigante para la resolución de sus conflic-
tos. Los motivos pueden ser variados:
Un juez efectúa la recomendación de manera preventiva, atendiendo
a que la crudeza del contencioso puede estar afectando negativamente a
los hijos, porque siente que las soluciones judiciales no siempre se adap-
tan a las necesidades familiares o porque entiende que determinados con-
flictos que sobrecargan los juzgados pueden arreglarse hablando, con la
ayuda de alguien que facilite el diálogo y no con el enfrentamiento.
Muchos jueces se percatan de que las medidas adoptadas por ellos corren
el riesgo de no ser cumplidas al no encajar con la dinámica de conflicto
psicosocial y, por tanto, encuentran como necesaria una intervención diri-
gida a la consecución de unos acuerdos básicos mutuamente aceptados
por las partes que permitan una adecuada evolución del funcionamiento
familiar. Dependiendo de la sensibilidad del juez hacia la mediación, el
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envío puede ser más o menos trabajado, explicado a los padres y sus repre-
sentantes, de forma que existan unos mínimos aceptables de voluntarie-
dad en las partes para someterse al proceso.
Algunos abogados con larga experiencia en las controversias matri-
moniales, conscientes y conocedores del recurso, envían a determinados
clientes a mediación ante la evidencia de la imposible resolución de su
conflicto mediante el litigio, como alternativa a los eternos procesos de
ejecución de sentencia que perduran en los juzgados durante años, pro-
vocando periódicas decisiones judiciales y generando una inevitable des-
motivación tanto en las personas implicadas como en los propios letra-
dos. En muchos casos se trata de conflictos cuyo final sólo se vislumbra
con una mayoría de edad suficiente en los hijos, y donde la confronta-

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ción ante la más insignificante decisión corre el riesgo de convertirse en


un sistema de vida.
Uno de los padres (raramente los dos) busca, cansado y desesperado,
un último recurso, una ayuda para comunicarse con el otro y encontrar
una vía distinta al enfrentamiento y a la dinámica de destrucción familiar
que se ha generado. Ante la oferta de iniciar un diálogo (según el modelo
utilizado puede ser realizada por el demandante o por la propia persona
mediadora), el otro padre puede aceptar mantener una entrevista informa-
tiva que le permita poder valorar los beneficios de una búsqueda de acuer-
dos. No siempre es fácil conseguir que acudan los dos, pero la experien-
cia demuestra que el empleo de un método adecuado puede facilitar que
ello sea posible.
En cualquiera de los casos, pensamos que este número de parejas es
cada vez más elevado, y puede serlo más en la medida en que la propia
mentalidad de los mediadores va siendo receptiva a conflictos de estas
características, aceptando que muchas más personas podrían beneficiarse
de una intervención mediadora si tuviesen la oportunidad de hacerlo, a
pesar de no cumplir estrictamente los requisitos de entrada, a veces teó-
ricos, ya señalados.
En todas estas situaciones es importante tener en cuenta que, cuando
llegan a mediación, el paso previo por el juzgado ha propiciado que la
disputa venga definida por las posiciones resultantes de la interacción entre
la propia problemática familiar y la ajena dinámica legal. Estamos
hablando, por tanto, de nuevas posturas y nuevos argumentos, de un nuevo
lenguaje que ha contribuido a concebir el conflicto de una forma diferente
a como era percibido previamente a la conexión con el sistema judicial.
En función del momento psico-legal en que se produzca el contacto
con la mediación y del tipo de estructura familiar, la contaminación con-
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tenciosa puede haber afectado más o menos intrínsecamente al conflicto


inicial, de forma que la intervención requiere calibrar los elementos nece-
sarios para focalizar en la esencia de las necesidades de todos los miem-
bros implicados.
Así pues, cuando el problema jurídico se ha generado, aún existe esa
posibilidad de retorno, aunque el esfuerzo por modificar el cauce de los
procesos de toma de decisiones se hace mucho más intenso y requiere
desleír los nudos legales que se han ido creando. Estos nudos constitu-
yen la disputa y no son exactamente el conflicto, son una expresión
pública de él (Suares, 1996, 2002). Las necesidades que definen el con-
flicto son mucho más amplias y muchas veces nada tienen que ver con
los intereses explícitos que se ponen en juego durante la disputa legal.

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El contexto de la mediación favorece el consenso en las deci-


siones familiares
— Contexto de cambio.
— Contexto de cooperación.

6.5. DISOLUCIÓN DE DISPUTAS LEGALES


Entendemos como tal el recorrido inverso a través del camino que la
pareja ha iniciado en el juzgado, donde el objetivo no es la resolución del
conflicto generado por las posiciones legales adoptadas, sino su propia
transformación. Volver atrás en este camino, por tanto, significaría reto-
mar las posiciones previas al procedimiento legal e iniciar un proceso de
mediación basado en los intereses reales de la familia. Ello no significa
que al mismo tiempo se modifique el contenido emocional asociado al
conflicto legal, pero sí que sea posible manejarlo desde una óptica dife-
rente. Es necesario, por tanto, promover la desjudicialización de las
interacciones, los discursos y los pensamientos de las partes
La oportunidad de acceder a un proceso de mediación desde la vía
contenciosa ofrece la posibilidad de elegir y asumir la responsabilidad de
esa elección. Es responsabilidad de la persona mediadora ofrecer un
camino alternativo claro y seguro, informar sobre las dificultades y ven-
tajas de las opciones y generar el contexto adecuado para que las inter-
acciones ocurran de una forma natural.
Para finalizar, no entraremos en el debate sobre si es mejor la media-
ción relacionada con los contextos judiciales o ajena a ellos. Siguiendo a
Daniel Bustelo (1993), estamos de acuerdo en que no es necesario «gas-
tar energías en establecer cuál es la mejor forma de mediación, sino dis-
poner de todas las experiencias y tenerlas al alcance de la mano, pues no
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hay técnica de mediación óptima, sino que hay crisis familiares a ser
mediadas y por lo tanto el traje se debe hacer a medida, utilizando la téc-
nica más conveniente para cada caso, teniendo todas en común la bús-
queda de soluciones negociadas, no litigiosas y que sean instrumentos úti-
les para una mejor calidad de vida»
Familias sin Juzgados:

• Disolución de disputas legales


• Recuperación del poder parental
• Reubicación de los hijos
• El conflicto familiar es algo más que la disputa legal

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7. BASES PARA UN PROGRAMA DE MEDIACIÓN
TRANSICIONAL EN RUPTURAS CONFLICTIVAS

La necesidad de comprender la dinámica de las rupturas conflictivas,


las características del Síndrome de Alienación Familiar (sobre todo la
necesidad de trabajar con él), nos ha permitido ir construyendo a lo largo
de años un programa de mediación familiar aplicable en contextos judi-
ciales y en contextos familiares judicializados dirigido a abordar este tipo
de situaciones.
El programa surge ante los envíos judiciales de parejas inmersas en
intensas disputas legales relacionadas con el SAF con el objetivo de faci-
litar una opción más colaboradora de resolución del conflicto. Por lo tanto
nace de la práctica y su elaboración se ha ido completando a través del
trabajo con múltiples parejas que a su vez han generado nuevas modifi-
caciones. Con el presente trabajo hemos pretendido fundamentar y pro-
tocolizar el método de manera que pueda ser aplicado de una forma más
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generalizada.
Después de numerosos intentos de focalizar la intervención según
diversas estrategias, intentamos valorar si los principios generales de la
mediación familiar son útiles en la fundamentación del programa y por
tanto permiten ayudar a transformar el conflicto enfocando especialmente
en el trabajo parental.
Si el planteamiento es útil, aplicar la mediación en este contexto pro-
ducirá acuerdos parentales que permitirán retomar las relaciones familia-
res desde un marco cooperativo en lugar de confrontativo.
Por último, y como valoración preliminar de un proceso que conti-
núa en el tiempo, nos propusimos identificar algunas variables de las par-
tes que puedan predecir el éxito en la mediación como instrumento pre-

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ventivo que facilite la detección temprana de familias que podrían bene-


ficiarse de esta intervención antes de que su interacción con la vía con-
tenciosa disminuya las posibilidades de una transformación positiva de
su conflicto.
El programa que describimos a continuación se ha ido construyendo,
por tanto, junto a las parejas en situaciones de ruptura altamente conflic-
tiva, en procesos contenciosos de ruptura y envueltas en algunas de las
características que definen el SAF que han dado opción a su aplicación
en diferentes contextos (Bolaños 1995a, 1995b, 1998b, 2003). El proce-
dimiento seguido se ha adaptado para su elaboración a los pasos de la
estrategia de construcción del tratamiento. Este método, propuesto por
Kazdin y Wilson (1978), consiste en partir de un programa básico cuyos
componentes estén bien definidos e ir añadiendo componentes buscando
cuales son los que mejoran el tratamiento.
Para una mayor comprensión del programa, exponemos en primer
lugar los principios generales en que se fundamenta, indispensables para
dar coherencia a la práctica, y a continuación las técnicas más utilizadas
junto a la descripción del proceso en fases. Proponemos como ejemplo
varios casos a los que se aplicó el programa con el fin de ilustrar la uti-
lización de las técnicas.
El contexto de la mediación favorece el protagonismo:

• Responsabilidad
• Fortalecimiento
• Reconocimiento

7.1. PRINCIPIOS GENERALES DEL PROGRAMA


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La falta de información adecuada y el desconocimiento del recurso


hacen que la mayoría de las parejas que deciden romper su vida en común,
no opten por la mediación como primera elección. Más bien al contrario,
el camino inicial en muchas ocasiones suele ser la consulta con un abo-
gado como requisito previo para poner en marcha los mecanismos de la
Justicia. Pensar en la mediación como un sistema de resolución de con-
flictos diferente a la clásica «adjudicación de la razón» por un juez, no
es algo habitual. En realidad, la práctica demuestra que una gran parte de
las disputas legales relacionadas con la vida familiar tras la ruptura, no
encuentran una forma adecuada de ser solventadas en el mundo de los
juzgados. Es por ello que la necesidad de métodos como la mediación es
cada vez más reconocida, no sólo como un sistema alternativo al judicial,

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sino también como un proceso que pueda completar o complementar al


legal cuando éste ya existe.
La complejidad de los conflictos familiares que acuden al sistema
judicial exige al mediador el empleo de unas técnicas específicas que pue-
den no ser eficaces si no se apoyan en un modelo comprensivo del con-
flicto y en una teoría del cambio. Entender la mediación como un pro-
ceso para la construcción de un espacio cooperativo dentro del ciclo
evolutivo del conflicto familiar, supone aceptar una visión de transfor-
mación en vez de resolución, a la vez que definir la figura de la persona
mediadora como un humilde elemento más en la construcción de esa
nueva realidad (Bolaños, 1998c). Las técnicas utilizadas y la relación esta-
blecida con las partes están mediatizadas por esa manera de pensar.
El dolor inherente a la propia ruptura, puede canalizarse más o menos
adecuadamente, pero también puede incrementarse o incluso desviarse en
una espiral perversa del conflicto, todo ello en función de cómo se maneje
el proceso. La mediación pretende ofrecer un método que facilite un ade-
cuado tránsito a través del camino marcado por el conflicto, integrando
de forma armoniosa las decisiones que se deben tomar y las emociones
asociadas a ellas, evitando una interferencia negativa entre ambos aspec-
tos y promoviendo, por tanto, que la ruptura pueda constituir un paso ade-
lante en el ciclo evolutivo de la familia, y no un obstáculo insalvable, un
bloqueo definitivo de la capacidad para construir relaciones diferentes
entre todos sus miembros.
Desde este punto de vista, entendemos la mediación como un método
que proporciona a la familia un espacio en el que puedan tener cabida
todos aquellos temas sobre los que deben tomar decisiones y que tienen
relevancia para ellos en el momento de transición en el que se encuen-
tran, un método, por tanto, que no se circunscribe únicamente a las deci-
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siones con relevancia legal, sino que puede extenderse a aspectos que
nunca tendrían cabida en un procedimiento judicial.
Pero no todas las parejas que inician su ruptura se encuentran con la
disponibilidad personal necesaria para afrontar esta manera de resolver sus
desavenencias. De hecho, lo habitual es que las expectativas y los objeti-
vos de cada uno de los miembros sean diferentes, muchas veces contradic-
torios, algunas incompatibles. Es fácil encontrarse con personas motivadas
para una salida del conflicto acompañadas de personas que ni siquiera lo
reconocen. En ocasiones los dos identifican la necesidad de una solución,
pero difieren en los métodos. Además, en la medida en que el conocimiento
sobre la práctica de la mediación se va extendiendo, surgen derivaciones a
este recurso en las que no siempre coinciden las voluntades del derivante

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con las de la pareja con la que supuestamente se ha de trabajar. Esto ocu-


rre en muchos casos en los que el responsable del envío es un juez u otro
profesional con el suficiente poder ante las partes como para convencerlas
sobre las ventajas de acudir ante un mediador. En otras palabras, «la media-
ción debe contribuir a restablecer los patrones constructivos de comunica-
ción y negociación mediante la definición de expectativas razonables para
ambas partes» (Folberg y Taylor, 1984). Sólo con esta premisa es posible
enmarcar un procedimiento de estas características.
El contexto de la mediación reconoce las reglas familiares:

• Unos padres. No uno o el otro.


• Compartir. No repartir los hijos.
• Contribuir. No pagar los gastos.
• Dos casas. No una.

7.2. EL MODELO DE CAMBIO: MEDIACIÓN TRANSICIONAL


Sabemos que los conflictos son procesos que se desarrollan y evolu-
cionan a lo largo del tiempo. Esto ha llevado a muchos autores a hablar
más bien de procesos conflictivos (Suares, 1996, 2002), presentándolos
en sus intervenciones «no como únicos e inmóviles sino como capaces
de avanzar, de encontrar todas sus ramificaciones y de permitir llegar a
acuerdos creativos que puedan ser aceptables por las partes» (Ripol-
Millet, 2001). En los conflictos familiares, esta dimensión temporal va
íntimamente ligada al propio ciclo evolutivo de la familia, de tal manera
que cada avance en éste puede conllevar ciertas dosis de interacción con-
flictiva y, por tanto, necesita una serie de transacciones que permiten avan-
zar hacia la siguiente fase.
Entendemos por espacio transicional el conjunto de negociaciones
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de carácter relacional que los diferentes miembros de una familia llevan


a cabo cada vez que es preciso un avance en su ciclo evolutivo. No pode-
mos afirmar que dichas negociaciones sean la causa del cambio, pero tam-
poco la consecuencia. Forman parte del cambio mismo, el cual no es posi-
ble sin ellas.
Por su parte, el espacio transaccional incluye los procesos necesa-
rios de negociación que permiten tomar las decisiones sustantivas, no rela-
cionales, que requiere cada avance transicional. En este espacio se acuer-
dan cuestiones materiales o de contenido.
Ambos espacios caminan juntos, íntimamente ligados, de manera que
no es posible definir uno sin contextualizarlo con el otro. Ello implica al

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mismo tiempo que cuando se producen bloqueos o disfunciones en uno


es fácil encontrar la correspondencia en el otro. Un ejemplo: unos padres
y una hija adolescente discuten sobre los horarios de regreso de ésta al
domicilio familiar. Esta negociación tiene sentido si existe un acuerdo pre-
vio que permite a la hija estar en disposición de negociar y, por tanto, si
hay un reconocimiento de que su edad y los aspectos personales vincu-
lados a ella le otorgan esa capacidad. Este es el espacio transicional. Los
horarios forman parte del espacio transaccional, lo mismo que la asigna-
ción de una cantidad económica o el reparto de responsabilidades en el
hogar. Si el acuerdo transicional no se produce, difícilmente se obtendrá
acuerdo transaccional y la discusión derivará en un regateo sin fin en el
que nadie está dispuesto a ceder. Pero no olvidemos que algo parecido
ocurre a la inversa. La reivindicación transaccional de la hija puede pro-
vocar el inicio de un diálogo transicional que aún no se ha producido.
Otro ejemplo: una pareja en proceso de ruptura debe decidir cómo se
organiza el tiempo de convivencia con sus hijos, aspectos relativos al
reparto de bienes, cuestiones económicas y de domicilio entre otras. Todas
ellas forman parte del espacio transaccional. En el espacio transicional
deben tomarse decisiones respecto a la relación, básicamente en torno a
la ruptura de la pareja (vínculo conyugal) y la continuidad del vínculo
parental. De nuevo, la imposibilidad de muchas parejas de acordar la rela-
ción puede bloquear provisionalmente la capacidad de acordar todo lo
demás. Cuando este bloqueo se mantiene en el tiempo, la necesidad inelu-
dible de tomar determinadas decisiones puede provocar el contacto de la
familia con instancias externas (como la Justicia) con el fin de que esas
decisiones sean adoptadas por terceras personas.
La mediación ofrece un espacio transaccional y transicional ade-
cuado al momento específico de la evolución del conflicto. Así, en los
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casos de ruptura, asumiendo que el divorcio no es el final de una fami-


lia, sino un paso hacia una nueva dimensión en su ciclo evolutivo (Car-
ter y McGoldrick, 1980), la mediación se adapta a la necesidad que esa
familia tiene en ese momento de avanzar y de decidir. La mezcla de estas
dos necesidades genera niveles complementarios en la intervención
mediadora. En el espacio transaccional tienen cabida los intercambios de
información, la negociación, los acuerdos. Pero estos elementos no ten-
drían sentido sin una dimensión temporal de referencia, aquella que per-
mite ubicarlos en la relatividad de un contexto de avance, de evolución,
no de resolución definitiva. Es el espacio transicional, que ofrece a la
pareja la oportunidad de pensar en términos más flexibles (no están deci-
diéndolo todo para siempre) al mismo tiempo que desarrollar inevitables

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mecanismos de autonomía (en el futuro tendrán que seguir siendo capa-


ces de negociar).
La mediación transicional enfatiza en la actitud sensible y respetuosa
del mediador hacia el momento conflictivo con el que trabaja y hacia el
estilo de negociación propio de las partes. En este sentido, el mediador
propone un método que reconoce e incluye las pautas familiares, permite
las transacciones relevantes para los protagonistas, incluso las que no tie-
nen relevancia legal. Al mismo tiempo, el mediador propone un camino,
que reconoce la necesidad de un tiempo y un lugar para las transiciones
familiares. Es esta mutua interdependencia la que favorece un éxito de la
mediación entendido como la consecución de los acuerdos necesarios para
avanzar al menos un paso en el conflicto planteado.
Desde esta perspectiva, el cambio se produce cuando se llevan a
cabo una serie de transacciones exitosas que conllevan un salto de
nivel, una transición en el desarrollo del conflicto. En ocasiones, este
cambio supone únicamente un desbloqueo de la capacidad para negociar,
paralizada durante el conflicto. En otros casos el cambio requiere modi-
ficaciones significativas en las percepciones del conflicto que tienen las
partes. En las situaciones más contenciosas puede incluso necesitar de
acciones de desagravio entre ellas. El cambio, por tanto, no es el acuerdo,
sino el proceso recorrido para conseguirlo, un «proceso creativo que
induce imaginativamente nuevos entramados de relación» (Aisenson,
1994).
Es importante que el mediador tenga su propia teoría del cambio, en
la que puedan coexistir un modelo sobre la creación de conflictos y su
transformación y unas técnicas apropiadas sustentadas en esta manera de
pensar. Esta forma de conocimiento debe incluir la aceptación de que las
partes implicadas en el conflicto también tienen su propia teoría de cam-
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bio que les lleva a ensayar soluciones (adoptar posturas en el conflicto)


que muchas veces tienden a mantenerlo e incluso a incrementarlo. En oca-
siones, los intentos de solución aportados por el mediador producen el
mismo efecto.
Schwebel y col. (1994) llevaron a cabo una interesante revisión sobre
las teorías del cambio de cuatro significativos modelos de mediación fami-
liar:
A. En el modelo legal, cuyo prototipo sería la Mediación estructu-
rada de Coogler, la clave está en la definición clara de reglas y normas
que crean una atmósfera en la que se bloquean las estrategias competiti-
vas y se fomenta y refuerza la conducta cooperativa.

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B. El modelo de negociación dirigida o asistida de Haynes se centra


en garantizar niveles equitativos de poder, habilidades y conocimiento
entre las partes y en promover concesiones mutuas sobre la base de cri-
terios justos y de equilibrio.
C. En los modelos de mediación terapéutica el énfasis está en ayu-
dar a los participantes a abordar los aspectos emocionales para facilitar
una adecuada resolución de problemas.
D. Por último, los modelos comunicacionalistas desarrollan habili-
dades de comunicación en las partes al mismo tiempo que proporcionan
información y orientación. Es fácil reconocer en cada uno de estos mode-
los un presupuesto básico a partir del cual se desarrolla una teoría sobre
la que se afirmarán las técnicas.
Watzlawick, Weakland y Fish (1974) nos enseñaron una nueva
manera de entender la formación de problemas y el cambio, concibiendo
éste como un nivel diferente de las soluciones habitualmente intentadas.
Señalan que la necesidad de un cambio suele venir dada por la desvia-
ción respecto a alguna norma e identifican diferentes maneras de abordar
erróneamente la dificultad resultante de esta desviación que van desde
actuar como si el problema no existiese, hasta comportarse bajo la cre-
encia de haber encontrado la solución última y definitiva. Pero lo normal
es la tendencia natural a hacer lo contrario de lo que produjo la desvia-
ción. En algunas situaciones esta estrategia contribuye a aumentar el pro-
blema o incluso se convierte por sí misma en el problema.
Entendemos que, tras una ruptura de pareja, el conflicto que puede
llegar al juzgado o a mediación y que requiere el cambio al que aludi-
mos, no viene tanto definido por la propia situación de ruptura como por
la dificultad para continuar tomando las decisiones familiares que el
momento precisa. Prueba evidente de ello es que no todas las parejas que
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se separan necesitan la intervención de una tercera instancia (judicial,


mediadora u otras) para abordar sus conflictos. Es esa imposibilidad de
mantener una autonomía decisional en los límites de la pareja lo que
supone la desviación que nos interesa, el cambio en los comportamien-
tos y en las actitudes esperables. Este cambio afecta a todos los miem-
bros de la familia. Es el proceso de alienación familiar.
Esta coyuntura puede evolucionar de diferentes maneras en función,
entre otros factores, de los intentos de solución ensayados por las partes.
Así, como hemos dicho, es habitual que una de ellas no reconozca la exis-
tencia del conflicto y en consecuencia no acepte la necesidad de abordarlo,
mientras que la otra se empeña en reiterados intentos infructuosos de con-

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vencer a la primera de lo contrario. Ninguno de los dos es capaz de modi-


ficar su postura y el resultado suele ser un incremento progresivo del con-
flicto. En el otro extremo están las parejas que, reconociendo la existen-
cia de un conflicto han buscado en la vía judicial un intento de cambio
que inevitablemente pasa por convencer al juez de que la solución que
plantea cada uno es la única y la mejor. El círculo sin fin de propuestas
legales que se incumplen pasa a convertirse en sí mismo en el problema.
La práctica de la mediación también corre el riesgo de caer en los
mismos errores cuando la alternativa ofrecida es simplemente la contra-
ria a la situación de desviación. Si la teoría del cambio de la persona
mediadora es: «si tenéis un conflicto, lo que tenéis que hacer es resol-
verlo llegando a un acuerdo», y sus técnicas van dirigidas únicamente a
fomentar ese acuerdo sin tener en cuenta que eso es precisamente lo que
no pueden hacer y que el cambio debe ser en un plano diferente, su intento
de solución se está convirtiendo en parte del problema. La experiencia
nos demuestra que animar a las partes no es suficiente.
El proceso del cambio debe incluir entonces un método y un modelo
que incluya la necesidad de una óptica diferente a la hora de entender el
conflicto, tanto desde el punto de vista del mediador como de las partes.
Esto es, y siguiendo con la propuesta de los autores citados, una defini-
ción del problema (conflicto) en términos concretos, un repaso a las solu-
ciones intentadas o propuestas (posturas), una clara definición del cam-
bio concreto a realizar (reestructuración de las relaciones, reorganización
de la familia…) y la formulación y puesta en marcha de un plan para pro-
ducir dicho cambio. El objetivo es una construcción alternativa del con-
flicto donde las soluciones intentadas (incluyendo aquí las posturas defen-
didas y los métodos para conseguirlas) ya no tengan sentido.
En términos de Keeney (1983), las estrategias de intervención diri-
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gidas a cualquier tipo de cambio han de contemplar debidamente la eco-


logía de los problemas que procuran modificar, entendiendo aquí por eco-
logía la visión más amplia posible para contemplar el conflicto, la
interrelación entre las partes y entre éstas y el mediador. Como respon-
sables de este sistema mediacional que se ha generado tenemos la fun-
ción de contextualizar nuestras técnicas, acoplándolas a órdenes superio-
res de proceso mental. Entender así la mediación implica asumir que el
resultado no es únicamente el acuerdo conseguido en este contexto sino,
sobre todo, el aprendizaje sobre las interacciones necesarias para conse-
guirlo. Se trata pues de un cambio de segundo orden que inevitablemente
supone una influencia en la relación de los participantes. Desde una pers-
pectiva próxima Bush y Folger (1996) describen su mediación transfor-

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madora como un método en el que la revalorización y el reconocimiento


entre las partes forman parte esencial de ese cambio.
Como es obvio, el cambio no es únicamente responsabilidad del inter-
ventor externo, en este caso la persona mediadora, sino que se basa en el
logro de una actitud colaboradora de las partes. Esta actitud se entiende
en relación con el método, con la persona mediadora, con la otra parte y
con el contenido de los temas a tratar. El cambio pasa por la implicación
de sus protagonistas en un proceso posible, donde los problemas no son
irresolubles. O’Hanlon y Weiner-Davis (1989) señalan algunos presupues-
tos en su método de búsqueda de soluciones que, creemos, el mediador
puede adoptar e incorporar para facilitar estos objetivos y que pueden ser-
virnos como resumen de lo hasta ahora planteado:
— La premisa básica es aceptar que las partes tienen recursos y fuer-
zas para resolver sus problemas. Nuestro trabajo es identificarlos
y facilitar que se pongan en marcha.
— El cambio es constante e inevitable. Puede ser rápido y a veces
inmediato Aunque las partes no lo perciban, podemos ayudar a
detectarlo y facilitar que se extienda a otras áreas. Los cambios
pequeños conducen a otros cambios y generan optimismo en los
participantes. Por ello es mejor centrarse inicialmente en los aspec-
tos que parecen más fácilmente cambiables.
— No es necesaria demasiada información sobre la historia del con-
flicto ni conocer su causa. Es más importante valorar las capaci-
dades de las partes para afrontarlo y trabajar con él.
— Los protagonistas del conflicto deciden los temas a abordar y los
objetivos a conseguir.
— No hay puntos de vista correctos o incorrectos, pero sí pueden ser
más o menos útiles para avanzar en el conflicto.
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La mediación es un espacio de transacciones y transiciones

7.3. LA CONSTRUCCIÓN DE UN ESPACIO COOPERATIVO


La mediación es posible y, como método, requiere un abordaje pre-
vio de las modificaciones en la estructura del conflicto propiciadas por la
intervención legal contenciosa. Construir un espacio cooperativo es algo
que va mucho más allá de las técnicas utilizadas para encuadrar el pro-
ceso. Este espacio no es el requisito para que los cambios ocurran, es el
cambio mismo. Se trata de una nueva realidad construida conjuntamente

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por la persona mediadora y las partes, diferente de las que podrían ellos
mismos construir en otro contexto y que, por tanto, seguramente conduce
a acuerdos diferentes. El espacio cooperativo pasa a formar parte de la
historia de una pareja o de una familia en la medida en que ha constituido
un lugar de decisión y de avance, un lugar como otros anteriores o futu-
ros en los que las decisiones y los avances ocurrieron de otras formas, un
paso más en su ciclo vital. Este lugar no es imprescindible, puede ser inne-
cesario o incluso ser ocupado por otros espacios, como el judicial con-
tencioso. Su especificidad parte de las creencias dinámicas sobre el con-
flicto asumidas por la persona mediadora y de una teoría del cambio en
la que su participación no sea entendida únicamente como la de un téc-
nico en resolución de conflictos sino como la de un protagonista más.
Ello implica a su vez una serie de cambios en la mentalidad mediadora.
Para Saposnek (1993) estos cambios lo convierten más bien en un artista
que pasa de un pensamiento lineal, lógico, analítico, racional, orientado
a la tarea, a un pensamiento circular, intuitivo, holístico, emocional o
metafórico. En suma, un mediador «que es capaz de pensar en mayor
medida con su cerebro derecho que con el izquierdo». Desde nuestro
punto de vista, ambos tipos de pensamiento son necesarios.
Parece imprescindible, por tanto, conceder relevancia a los primeros
instantes de la mediación, esos momentos en que, a veces por primera
vez tras la ruptura, los dos miembros de la pareja se encuentran para abor-
dar sus diferencias en presencia de alguien dispuesto a ofrecerles una vía
diferente a la de la confrontación. Es en esta situación cuando la persona
mediadora tiene la responsabilidad de definir ante ellos un territorio dife-
rente, un lugar donde la colaboración, a pesar de todo, tenga un sentido
de ser. El mediador identifica a las partes como «socios parentales»
(Roche, 1995), que deben encontrar el tiempo y el espacio adecuados para
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separarse de su conflicto emocional y negociar su «sociedad». Cuanto


antes se hagan conscientes de este nuevo e inevitable nivel de relación,
más pronto estarán preparados para asumir los compromisos y responsa-
bilidades que requiere el momento evolutivo familiar en que se encuen-
tran. La persona mediadora, por tanto, estimula la prosocialidad parental
dirigida al bienestar de los hijos, a la disminución de la conflictividad y,
en suma, a la salud mental y el crecimiento personal de los miembros de
la familia. Siguiendo de nuevo a Roche (1995), entendemos aquí por pro-
socialidad «aquellos comportamientos que, sin la búsqueda de compen-
saciones externas, favorecen a otras personas, grupos o fines sociales y
aumentan la probabilidad de generar una reciprocidad positiva de calidad
y solidaria en la las relaciones interpersonales o sociales consecuentes,

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salvaguardando la identidad, la creatividad y la iniciativa de los indivi-


duos implicados».

7.4. PRESUPUESTOS GENERALES


La persona mediadora asume unos principios que enmarcan su inter-
vención y permiten que sus técnicas se asienten en un modelo sobre el
conflicto familiar y sus repercusiones:
• La familia posee sus propios recursos para resolver dificultades.
Cuando su ciclo evolutivo hace que se bloqueen, es importante pro-
vocar una nueva puesta en funcionamiento.
• La familia puede retomar su capacidad para tomar decisiones. Cual-
quier intervención exterior debería fomentar una devolución del
poder perdido.
• La separación es un proceso que transcurre en diferentes niveles
interrelacionados entre sí. El legal y el emocional no son indepen-
dientes. Lo que ocurre en uno afecta al otro. Una comprensión glo-
bal incluye la interacción entre los dos.
• Desde un punto de vista psico-social, conseguir acuerdos mínimos
entre las partes implicadas en un conflicto sienta las bases para una
progresiva resolución de ese conflicto.
• Cuando una pareja se rompe, hay una función parental que debe
permanecer unida. Esta «sociedad parental» es la que garantiza un
mejor desarrollo de los hijos y en la que enfatiza el mediador cuando
propone la construcción de un espacio cooperativo.
• Un divorcio conyugal no debería suponer un divorcio paternofilial.
Desde todos los ámbitos es necesario velar por mantener intactas
las relaciones entre padres e hijos.
• Las decisiones sobre los hijos menores las toman los adultos. Los
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hijos son escuchados y participan teniendo en cuenta su edad, pero


ellos no deciden.
• El mejor interés de los hijos es el mejor interés de sus dos padres.
Procurar que ambas partes salgan lo mejor paradas posible, es velar
por el interés de sus hijos y prevenir ante el riesgo de cronificación
de los conflictos.
• El hijo no es un sujeto pasivo. Participa activamente en la dinámica
familiar, adquiriendo en ocasiones roles que no le son propios.

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7.5. MODELO, MÉTODO Y TÉCNICAS DE MEDIACIÓN


El desarrollo de la mediación como un método de gestión de conflic-
tos en ámbitos cada vez más diversos ha supuesto la incorporación a la
misma de profesionales que provienen de múltiples disciplinas. No es
posible obviar la enorme riqueza de planteamientos que ofrece esta cir-
cunstancia y, sobre todo, la contribución a que la mediación sea una inter-
vención con una identidad interdisciplinar particular. Al mismo tiempo,
tal vez ése sea uno de los factores que inciden en la escasez de propues-
tas para la construcción de modelos teóricos específicos que den sustento
a su práctica y, por otra parte, uno de los motivos por los que en muchas
ocasiones la mediación sea identificada únicamente como un proceso
basado en una mera sucesión de fases y técnicas.
La persona mediadora que se sitúa ante sus primeras experiencias
como tal, descubre muy pronto que las fases y las técnicas no son sufi-
cientes en sí mismas, que la mediación es algo más que el método tantas
veces repetido en los textos y en los programas de formación. Es enton-
ces cuando surge la necesidad de un modelo que dé coherencia a método
y técnicas. Ese modelo debe ser construido por la propia persona media-
dora en consonancia con su formación, su experiencia (tanto profesional
como personal) y las referencias de modelos externos ya consolidados.
Es obvio que el modelo se construye con la práctica y que está en cons-
tante evolución pero debe tener una buena fundamentación teórica desde
las primeras experiencias.
Un modelo de mediación puede incluir una concepción del con-
flicto, una visión de cambio que explique la manera en que un
conflicto se transforma y una ubicación de la persona mediadora
como elemento facilitador de dicho cambio. Todo ello permitirá un con-
cepto determinado de mediación. De manera simple, para alguien que ini-
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cia su práctica profesional en la mediación podría ser útil tener una res-
puesta clara a estas cuatro preguntas:

¿Qué se entiende por conflicto?


¿Qué tiene que ocurrir para que un conflicto se transforme?
¿Qué papel juega una persona mediadora en esa transformación?
¿Qué es, por tanto, mediación?

Las posibles y variadas respuestas a estas preguntas pueden definir


distintas maneras de entender la mediación. Aunque siempre pervivan
unos principios básicos comunes a todas ellas, la interpretación de los

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mismos y las consiguientes intervenciones variarán en función de los pre-


supuestos citados. Así, un principio universalmente aceptado como esen-
cial en la mediación, el protagonismo de las partes, puede tener distintas
connotaciones teóricas que a su vez conlleven diversas maneras de actuar.
Está claro que el protagonismo se reduce en la medida en que una per-
sona externa tiene permiso para intervenir. Pero entre una mediación en
la que se intenta aplicar este principio estrictamente y otra en la que la
persona mediadora asume un papel de co-protagonista junto a las partes,
existe un amplio espectro de posibilidades metodológicas. Y seguramente
en todas ellas estamos hablando de mediación, un espacio de diferentes
coloquios relacionales que, en palabras de Andolfi (2003) están condi-
cionados por «las motivaciones, la implicación y el contexto en el que
tiene lugar la comunicación, las actitudes, las miradas, las experiencias y
el lenguaje».

Territorios del conflicto


Cuando dos o más personas se encuentran inmersas en una situación
conflictiva es fácil reconocer la tendencia a identificar el conflicto con el
objeto de la disputa, la mayoría de las veces centrada en los aspectos sus-
tantivos de lo que se está discutiendo. García Villaluenga (2007) señala
que «las partes de un conflicto tienden a pensar que la diferencia princi-
pal que los separa y los enfrenta radica en los contenidos». Desde esa
perspectiva, lo obvio sería buscar soluciones únicamente en esas cuestio-
nes y eso es lo que propugnan algunos sistemas de resolución de conflic-
tos basados en la negociación transaccional o en la adjudicación de una
alternativa por una tercera instancia generalmente investida de autoridad.
Pero sabemos que las cosas son mucho más complejas.
Cuando hablamos de conflicto podemos identificar al menos dos
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dimensiones. Una de ellas es estructural, transversal, centrada en el aquí


y ahora. La otra es evolutiva y secuencial, centrada en el proceso de tran-
sición por el que atraviesan sus protagonistas.
La dimensión estructural incorpora diferentes elementos entremez-
clados, a veces superpuestos, que constituyen un entresijo dinámico de
territorios que, en su globalidad, conforman lo que entendemos por con-
flicto. Este se muestra en cada uno de ellos, está presente en todas sus
modalidades y puede abordarse de forma particular. Pero el presupuesto
básico para su resolución implica adoptar una posición de complejidad
desde la cual no es posible entender una parte sin hacerlo con las demás.
Esto no impide pensar que podemos acceder al conflicto desde uno, cual-

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quiera, de sus territorios pero sin obviar el efecto que produce en el resto.
Todos están presentes en el origen y la continuidad del conflicto y tam-
bién en su proceso de transformación. Un posible mapa con el que orien-
tar esta aproximación es el que se plasma en la figura nº 6

Figura 6. Territorios del conflicto

Sistémico

PERSONA –A– PERSONA –B–

Narrativo Relacional Narrativo


Cognitivo Interaccional Cognitivo
Emocional Comunicacional Emocional
Comportamental Sustantivo Comportamental

Sistémico

Imaginemos que A y B son una pareja, con dos hijos, en proceso de


ruptura. Imaginemos a su vez que acuden a mediación porque no se
encuentran en condiciones de abordar sus diferencias en torno a las nue-
vas dimensiones de sus vidas y las de sus hijos. Desde esta perspectiva,
podríamos entender que el conflicto está centrado en las decisiones que
deben tomar en cuanto a los efectos de su separación, es decir, la orga-
nización del tiempo con los hijos, los domicilios, la distribución de los
bienes comunes, los aspectos económicos… Estos elementos forman
parte del territorio sustantivo del conflicto («quiero la custodia de los
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niños»). Pero sabemos que hay más. Seguramente A y B han llegado a


sus posiciones actuales tras un proceso más o menos largo en el que pro-
gresivamente han ido consolidando sus opciones. El territorio narrativo
de su conflicto tiene que ver con el discurso (interno y externo) que cada
uno de ellos ha construido sobre su relación de pareja, la resolución de
la misma, la relación propia y del otro con los hijos o las posibles opcio-
nes y soluciones ante los temas que se deben decidir («siempre me he
ocupado de los niños, mucho más que ella, que se ha dedicado más a su
propio crecimiento que a la familia»). A su vez, las narrativas se relacio-
nan directamente con la identidad de cada individuo, pero a diferencia
de ésta, son susceptibles de negociación y por tanto de cambio (Linares,
1996).

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Narrativa:

Sistema constituido por actores o personajes, guión (incluyendo


conversaciones y acciones) y contextos (incluyendo escenarios
donde transcurre la acción, historias y contextos previos), liga-
dos entre sí por la trama narrativa que establece la relación entre
actores, guión y contexto, con corolarios morales (víctimas y vic-
timarios), interpersonales y comportamentales. (Sluzki, 1996)

La vida como relato (White y Epston, 1993):

• Los relatos están llenos de lagunas que debemos llenar para


representarlos.
• Estas lagunas ponen en marcha nuestra experiencia vivida y
nuestra imaginación.
• Con cada nueva versión, reescribimos nuestras vidas.
• Entramos en los relatos, nos apoderamos de ellos y los hace-
mos nuestros.

Íntimamente vinculado al narrativo, se encuentra el territorio cogni-


tivo, donde tienen cabida todos los procesos de pensamiento generados
en el contexto del conflicto. En muchas ocasiones se trata de malos enten-
didos, de ideas distorsionadas o rígidas en relación al otro y a sus intere-
ses, ideas que requerirán una cierta reestructuración en aras de una posi-
ble transformación más positiva de la situación («lo único que quiere es
hacerme la vida imposible»). A su vez, este proceso, como todos los pro-
cesos conflictivos, transcurre plagado de diversas emociones asociadas a
los diferentes pasos que en él se producen. El territorio emocional está
tan presente en los conflictos que sería un error obviarlo para cualquiera
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que quisiera realizar una mínima aproximación a ellos («me siento muy
dolido por todo lo que me ha hecho»). El alcance de los sentimientos es
tan amplio y diverso que no sólo impregna cada actuación de los prota-
gonistas sino que se extiende inevitablemente a los posibles movimien-
tos de esa tercera parte, inicialmente no implicada, que llamamos persona
mediadora y que entre sus recursos debe incluir la «competencia emocio-
nal en relación con los demás» (Redorta, 2006). Todo ello está en la base
de las diferentes actuaciones que se llevan a cabo para conseguir lo que
se quiere o, en muchas ocasiones, para que el otro no consiga lo que desea.
El territorio comportamental incluye no sólo acciones destructivas o con-
frontativas. También están presentes intentos de solución adoptados desde

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una perspectiva unilateral que son interpretados en sentido diferente por


la otra parte y que se convierten en un elemento más de la disputa. Aquí
están, entre otras, las denuncias, las demandas y otras actuaciones judi-
ciales («voy a hablar con tu hermana para que testifique en el Juzgado»),
pero también las iniciativas para acudir a un proceso de mediación
Los territorios descritos forman parte de A y de B. Son sus aporta-
ciones individuales al conflicto y son una parte esencial del conflicto
mismo. Entran en contacto a través de los territorios intermedios. Hemos
visto cómo el sustantivo es uno de ellos, pero no el único. La relación
entre las partes, desde sus diversas dimensiones, constituye ese territorio
relacional que tanto respeto genera entre las personas mediadoras. La
evolución de la pareja y su resolución es sólo uno de los contenidos a
tener en cuenta. Sabemos que los procesos relacionales suponen a su vez
procesos de negociación en los que se acuerda o no la propia definición
de la relación. La imposibilidad de acordar estos aspectos está presente
en la esencia de muchas de las disputas de difícil resolución en el terreno
sustantivo («los problemas de pareja no nos permiten hablar como
padres»). Por su parte, la interacción es una de las formas de expresión
de la relación. En el territorio interaccional encontramos las interaccio-
nes conflictivas que implican pautas más o menos estables de comunica-
ción, de reparto de poder o simplemente de negociación. A y B, como
todas las parejas que se separan, no inventan inmediatamente una nueva
manera de interactuar, no hay tiempo, con lo que pasan a abordar las
importantes y cruciales decisiones que su nueva situación les plantea
desde los mismos esquemas interactivos que ya venían utilizando con
mayor o menor éxito («cada vez que hablamos nos ponemos a gritar y no
podemos parar»). El territorio comunicacional incluye las dificultades
propias de la situación de conflicto, es decir, la disminución de canales
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de comunicación o la utilización de otras personas como intermediarias


de lo que hay que decirse. Además están las posturas individuales ante
estas dificultades que en sí mismas pueden constituir un obstáculo más
para el diálogo («no voy a decir nada, que hable ella», «siempre me inte-
rrumpe cuando hablo»). Por último, el territorio sistémico incide ni más
ni menos que en el contexto en que se desarrolla el conflicto. Es imposi-
ble enumerar todos los elementos que aquí tienen cabida y que van desde
personas relacionadas con las partes (familia, amigos, abogados, otros
profesionales) hasta aspectos culturales presentes en cada uno de los pro-
tagonistas o que afectan al conflicto en ese momento concreto.
Si en nuestra manera de entender la mediación optamos por identifi-
car qué obstáculos dificultan la transformación del conflicto en los dife-

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rentes territorios descritos, precisaremos reubicar el abanico de las técni-


cas que disponemos en un lugar específico para cada uno de ellos. A con-
tinuación se enumeran algunas de ellas.

Figura 7. Territorios y técnicas.

Territorio narrativo
Reformulación, legitimación e historias alternativas.
Territorio cognitivo
Parafraseo, reformulación, resumen, identificación de distorsiones, cues-
tionamiento del pensamiento, ruptura de estereotipos.
Territorio emocional
Escucha activa, desahogo, consuelo, expresión emocional, reconocimiento,
promoción del perdón, desagravio, reparación.
Territorio comportamental
Prescripciones, tareas, acciones pactadas, periodos de prueba.
Territorio relacional
Redefinición relacional, compromisos, rituales.
Territorio interaccional
Manejo de interacciones ambivalentes, cerradas, de lucha de poder, enre-
dadas o de confrontación abierta.
Territorio comunicacional
Establecer reglas, sistemas de doble escucha, balanceo.
Territorio sustantivo
Gestión de presupuestos, calendarios de tiempo compartido, búsqueda de
información, gestión de recursos externos.
Territorio sistémico
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Intervenciones dirigidas al exterior.

7.6. LA TRANSFORMACIÓN DEL CONFLICTO


Con independencia del territorio en el que nos movamos, cuando nos
preguntamos por los aspectos esenciales que deben ocurrir en un proceso
conflictivo para que éste se transforme, las respuestas posibles que ofre-
cen los diversos modelos de mediación tienden a coincidir en un esquema
de proceso como el planteado en la Figura 5 del capítulo 5, es decir:

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• Pasar de las posiciones a los intereses y necesidades.


• Identificar intereses comunes o compatibles.
• Definición alternativa del conflicto.
• Búsqueda de nuevas opciones de solución.
• Negociación.
• Compromisos y acuerdos.

Bien es cierto que éste es el planteamiento del que parte la escuela


de Harvard (Fisher y Ury, 1992) pero que, a nuestro entender, subyace en
las sucesivas evoluciones de otros autores y modelos. Lo relevante en
estos momentos es destacar la necesidad de convergencia que todo con-
flicto precisa para su transformación, necesidad que obviamente tiende a
centrarse en el ámbito de los intereses y las necesidades de las partes. Es
desde ese acercamiento que resulta posible una visión alternativa del con-
flicto que permita identificar la búsqueda de soluciones como objetivos
más comunes.
No debemos confundir el esquema anterior con el proceso real de
mediación. Para que los momentos de transformación ocurran, son pre-
cisos otros componentes esenciales que conforman lo que entendemos por
ingredientes del cambio. Algunos de ellos pueden ser los siguientes:

Ingredientes del cambio


Voluntad. Entendida como el deseo de las partes de encontrar una
salida positiva al conflicto. Ello no implica necesariamente que, en los
momentos iniciales, esa salida coincida con los presupuestos básicos de
la mediación (una salida cooperativa mutuamente acordada). Basta con
que haya voluntad de avanzar, lo que implica la existencia de fuerza y
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energías imprescindibles para el cambio. La voluntad no es objetivamente


mesurable y no es algo que está o no está en el inicio de la mediación.
Es algo que puede incrementarse a medida que el proceso avanza. Por
otra parte, no debemos confundir voluntad con voluntariedad. Esta última
afecta al deseo de participar en un proceso de mediación mientras que la
primera se refiere al deseo de resolver el conflicto.
Poder. Implica la sensación percibida de capacidad para influir en la
solución o en el proceso que encamina hacia ella. La evolución de muchos
conflictos conlleva que los protagonistas hayan ido progresivamente per-
diendo esa sensación, a veces al mismo tiempo que el poder se delega en
personas o instancias externas (abogados, Justicia…). En ocasiones el

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poder se atribuye exclusivamente a la otra parte, en muchos casos vincu-


lado a la atribución de responsabilidad en el conflicto («el otro es quien
creó el problema y quien tiene que resolverlo»). Por tanto, asumir poder
implica asumir responsabilidad y eso es algo que a veces cuesta dema-
siado esfuerzo debido a que supone un cambio de posicionamiento en el
conflicto.
Comprensión compleja del conflicto. Habitualmente todas las partes
tienen razón, o al menos eso parece cuando explican su versión del con-
flicto. La manera en que se construyen dichas versiones supone un pro-
ceso en el que destaca la tendencia a simplificar las causas y las repercu-
siones, a personalizar las responsabilidades y a interpretar las emociones
en una dirección interesada. Un pensamiento complejo implica una dispo-
sición a revisar las propias percepciones y a adoptar posiciones de flexi-
bilidad que permitan obtener otras percepciones posibles sobre los hechos.
Ampliación de puntos de vista. Escuchar al otro no es únicamente
una disposición forzada en medio de la disputa. Es precisa una actitud
abierta que permita al que escucha contemplar realidades diferentes sin
correr el riesgo de que ello suponga tener que ceder en su propia visión.
Es necesaria, por tanto, una escucha asertiva que haga posible un enten-
dimiento sin renuncia. Únicamente desde esa perspectiva puede produ-
cirse un auténtico proceso de escucha mutua.
Comprensión mutua. Para que un conflicto se transforme no es sufi-
ciente la escucha. Es necesario ir más allá. Dar valor a lo que el otro dice,
a sus necesidades. La lógica cooperativa exige pensar en soluciones váli-
das para todos y ese esfuerzo solo se produce cuando todas las realida-
des son contempladas de forma legítima y cuando se llega a la conclu-
sión de que la única salida posible pasa por un camino de esfuerzos
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compartidos y no de fuerzas contrapuestas.


Alternativas compartidas. Hemos visto que la dimensión coopera-
tiva del conflicto requiere procesos de pensamiento prosocial. A veces se
asimila la mediación con los métodos clásicos de resolución de proble-
mas donde la lluvia de ideas da paso a las soluciones, pero la dinámica
de los conflictos es un tanto diferente. En la práctica, las alternativas enca-
jan unas con otras, se completan y se complementan. Se convierten en
piezas de un puzzle donde la negociación no consiste simplemente en ele-
gir cual es la más adecuada sino cual es su lugar y cómo colocarla.
Compromisos. El compromiso no es el acuerdo. El compromiso es
una actitud personal y relacional. Es un acuerdo no escrito que sostiene

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a los que sí se escriben. Implica una disposición hacia el otro y hacia aque-
llo que se está decidiendo con el otro. Hacer las decisiones comunes y
optar por hacerlas posibles es el paso definitivo para una nueva dimen-
sión del conflicto, probablemente más positiva. No hay acuerdos sin com-
promisos.
Un método de mediación que quiera ser coherente con un modelo
debe integrar un proceso y unas técnicas que persigan los objetivos des-
critos. Una propuesta esquemática podría ser la recogida en la figura nº
8. En ella se integran los diferentes aspectos que pueden ser necesarios
en un proceso de transformación del conflicto (recordemos la pregunta:
¿Qué tiene que ocurrir para que un conflicto se transforme?) con las inter-
venciones que pueden promover su desarrollo efectivo (respondiendo a
la pregunta: ¿Qué papel juega una persona mediadora en esa transforma-
ción?). Se trata de un esquema abierto y dinámico que cada mediador
puede adaptar a su experiencia, incorporando elementos que le son de uti-
lidad y desechando aquellos que no lo son. En él no encontramos una
sucesión consecutiva de fases. Más bien se trata de momentos que se
superponen en el tiempo, que muchas veces coinciden y que tienen carac-
terísticas cíclicas. Así, en un mismo proceso de mediación es habitual
tener que volver a revisar la visión del conflicto que tienen las partes en
diferentes momentos, o tener que trabajar con su voluntad incluso cuando
el proceso está a punto de finalizar. Ello requiere una actitud flexible por
parte de la persona mediadora que suponga la adaptación de este modelo
a las personas con las que trabaja, sus necesidades y sus tiempos, y no al
contrario.
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Figura 8. Conflicto, cambio y técnicas en mediación.

A CONFLICTO B TÉCNICAS
POSICIÓN A POSICIÓN B Recogida de información
y definición del conflicto
Intereses Identificar la Intereses Preguntas
Necesidades visión del Necesidades Historias conflictivas.
conflicto que Doble diálogo.
tienen las partes Escucha activa
(percepciones) Parafraseo
Resumen
Reformulación
Identificar el tipo Técnicas para diferentes
de conflicto territorios del conflicto
Detectar y Construcción de un
promover espacio de cooperación.
voluntad e Confianza en el mediador,
interés en la el proceso y la otra parte.
resolución Encrucijadas y dilemas
Buscar puntos en Promoción de la
común comprensión mutua
Intereses comunes Revalorización,
o compatibles. Reconocimiento y
Legitimación
Definición Replanteamiento.
alternativa del Historias alternativas
conflicto
Promover Generación de opciones.
alternativas Tormenta de ideas
compartidas de
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solución
Negociación Facilitación
Desbloqueo
Ruptura de puntos muertos
Satisfacción, Formalización de
Entendimiento, compromisos
Compromiso,
Cambio...
ACUERDO

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El elemento diferencial de la mediación con respecto a otras inter-


venciones psicosociales o jurídicas es la importancia decisiva que se con-
cede al protagonismo de las partes. Son las personas implicadas en el con-
flicto quienes deciden cómo abordarlo, cual es la agenda de temas a tratar
o la duración de su proceso. Desde esta perspectiva, es obvio que el plan-
teamiento expuesto no se trata de una guía para mediadores. No es la
hoja de ruta que todo mediador deba seguir para alcanzar el éxito (por
cierto, ¿qué éxito?) de su actuación. Si entendemos la mediación en los
términos ya descritos, es decir, como un espacio transicional de diálogo
cooperativo, el método y las técnicas a que aludimos no suponen más que
herramientas de acompañamiento a lo largo del proceso de tránsito en el
que las partes se encuentran inmersas. El mediador rastrea los obstáculos
que bloquean los avances en la evolución del conflicto. Las dificultades
se producen en los diferentes territorios descritos y el método y las téc-
nicas convergen en ese objetivo.

El punto de desbloqueo
Podríamos definir el punto de desbloqueo como el momento a partir
del cual en la evolución de un conflicto se produce un avance transicio-
nal tras un estancamiento temporalmente significativo. Aunque este cam-
bio puede deberse al efecto inesperado de circunstancias externas, se trata
de un paso adelante que incluye necesariamente un incremento en los
niveles de protagonismo de las partes. En mediación, el punto de desblo-
queo es el momento en que ambos procesos, el conflictivo y el mediacio-
nal recuperan su capacidad de transformación a partir de un determinado
cambio generado por alguna de las partes o por la persona mediadora.
Podemos, por tanto, promover el desbloqueo a través de espacios transi-
cionales que provoquen el consenso relacional necesario para seguir avan-
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zando. Este procedimiento no supone una intervención larga ni estructu-


rada a lo largo del tiempo. Se trata más bien de actuaciones breves que
tienen lugar como máximo en una sesión conjunta o individual con cada
una de las partes. El objetivo no es cambiar la relación, es simplemente
el acuerdo relacional necesario para devolver el movimiento a una situa-
ción que se ha estancado temporalmente. No podemos denominar sim-
plemente técnicas a estas actuaciones, porque son algo más complejo, y
ello implica una dificultad para su categorización, porque responden a
momentos puntuales y especiales de cada situación conflictiva. Teniendo
en cuenta esta salvedad, describimos a continuación algunas de ellas en
diferentes situaciones de bloqueo propias de mediaciones en procesos de
ruptura conflictiva en los que el conflicto se centra en los hijos.

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Figura 9. Intervenciones de desbloqueo.

Situación bloqueante Intervención Desbloqueo


Pugna legal por la custo- Dilema parental. Elegir si Inicio de una vía de cola-
dia de los hijos en un pro- quieren ser unos padres boración a través del es-
cedimiento contencioso que luchan por sus hijos o pacio de mediación.
previo a la mediación. colaboran por ellos. La
decisión es «con» o «con-
tra»
Pugna por la custodia de Equipo parental. Decidir Inicio de una vía de diálo-
los hijos en el contexto de si quieren que sus hijos go sobre la organización
la mediación. tengan un padre y una conjunta del tiempo y los
madre o unos padres. cuidados de los hijos.

Bloqueo centrado en difi- La historia alternativa de Diálogo sobre la adapta-


cultades de adaptación de la ruptura. Pactar una ción progresiva de los hi-
los hijos tras la ruptura nueva manera conjunta jos a dos nuevos mundos
ante dos nuevos entornos de explicar a los niños la convivenciales que supo-
familiares contradicto- separación. nen una única realidad fa-
rios. miliar.
Acusaciones de manipu- Reconocimiento del do- Diálogo sobre la supera-
lación a los hijos ante di- lor. Ofrecer la posibilidad ción progresiva de senti-
ficultades de transición de que ambos padres mientos de abandono por
entre los domicilios pa- piensen juntos en el dolor parte de los hijos.
rentales. que la ruptura ha supues-
to para sus hijos. Promo-
ver diálogo con hijos so-
bre lo hablado.
Dificultades de separa- Diferenciación de senti- Diálogo sobre sentimien-
ción de los hijos de uno o mientos. Identificar el in- tos de padres y de hijos.
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ambos progenitores. evitable traspaso de senti-


mientos a los hijos y
pensar conjuntamente en
la manera de manejarlo.
Atribución mutua de cul- Asunción individual de Diálogo sobre los efectos
pas en la causa de la rup- responsabilidades. Rede- de la ruptura más allá de
tura. finir la ruptura en térmi- la causa.
nos de responsabilidad
interaccional.

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Situación bloqueante Intervención Desbloqueo


Rechazo de nuevas figu- Normalización del ciclo Diálogo sobre efectos,
ras afectivas tras la ruptu- vital. Redefinir en térmi- afectos y funciones de las
ra (nuevas parejas, hi- nos de incorporación ne- nuevas figuras.
jos…). gociada.
Daños pendientes deriva- Promoción del desagra- Diálogo sobre el recono-
dos de la evolución rela- vio. Revisión conjunta del cimiento expreso de los
cional o legal de la dispu- proceso conflictivo con agravios.
ta. valoración de los daños
producidos. Desactivar la
historia superflua utiliza-
da en el litigio.
Síndrome del desdobla- Liberación tensional. Diálogo sobre los mensa-
miento. Los hijos expre- Acuerdo sobre la base de jes que los hijos transmi-
san a sus padres, por la veracidad de ambas ten a cada uno de los pa-
separado, deseos contra- versiones fruto de la ten- dres.
dictorios. sión existente.
Conflictos de lealtades Lealtades permitidas. De- Diálogo sobre las lealta-
cisión sobre el permiso a des filiales.
los hijos para relacionarse
y sentir afecto por ambos.
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Modelo, Método y Técnicas:

El modelo
• Voluntad y Poder.
• Comprensión del conflicto.
• Cambio de puntos de vista.
• Comprensión mutua.
• Alternativas compartidas.
• Compromisos

El método

• Crear espacios de cooperación.


• Definir el conflicto.
• Definición alternativa.
• Promover nuevas opciones.
• Negociar.
• Acordar.

Las técnicas

• Confianza y revalorización.
• Reglas de comunicación.
• Doble escucha.
• Replanteamiento. Historia alternativa.
• Legitimación y Reconocimiento.
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TERCERA PARTE
TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
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La práctica de la mediación familiar ha generado algunas técnicas
originales, pero en mayor medida se trata de un procedimiento que las ha
importado o adaptado de otros métodos, como la terapia familiar, la diná-
mica de grupos, la negociación, etc. Al mismo tiempo, se ha ido otor-
gando una vital importancia a la utilización de las técnicas, tal vez des-
cuidando su justificación y el sentido de su aplicación. Es por ello que
cualquier esfuerzo de sistematización de las herramientas que se emplean
en mediación quedaría hueco si no se complementa con un substrato de
contenido que otorga su coherencia.
El enfoque epistemológico que intenta dar consistencia a las técnicas
utilizadas en el programa que describimos parte del modelo sistémico rela-
cional, asumiendo los presupuestos teóricos y metodológicos que surgen
de modelos como la Pragmática de la Comunicación Humana (Watzla-
wick y col. 1967), la Teoría General de los Sistemas (Bertalanffy, 1969)
y otros modelos comunicacionalistas (Bateson y col., 1971), de los méto-
dos terapéuticos que asumieron estas teorías como el MRI de Palo Alto
(Weakland y col. 1974), la terapia estructural (Minuchin, 1974), la tera-
pia estratégica (Haley, 1966), la terapia paradójica (Selvini-Palazzoli y
col., 1978), la terapia breve (Shazer, 1982) o la terapia orientada a las
soluciones (O’Hanlon y col., 1989), así como los más recientes modelos
narrativos (Sluzki, 1985; White y Epston, 1990).
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Las aportaciones de las teorías y modelos citados nos sirven para


incorporar las técnicas en una manera de entender el conflicto y la inter-
vención mediadora como la que hemos descrito, donde los cambios son
tan importantes como los acuerdos. Esos cambios pueden producirse,
como plantea Linares (1996), «simultáneamente o en modo secuencial,
con breves o largos intervalos y requiriendo o no la intervención de agen-
tes externos». Según este autor y dependiendo del espacio familiar o indi-
vidual en que se produce el cambio, las intervenciones pueden ser prag-
máticas, cognitivas y emocionales. Esta conceptualización debe subyacer
en la aplicación a la mediación de todas las técnicas que describiremos a
continuación.

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Como en otras prácticas, en mediación no hay recetas mágicas apli-


cables a todo tipo de situaciones, pero sí algunos pequeños trucos que
facilitan la elección de determinados instrumentos en situaciones especí-
ficas.
En ese sentido habrá unas técnicas más o menos útiles en función de
diferentes factores que dependen del modelo teórico de resolución de con-
flictos que tiene la persona mediadora, de su propio estilo personal, de su
teoría del cambio, y de las características de la pareja. Así, la misma téc-
nica puede no ser eficaz para diferentes mediadores, diferentes situacio-
nes conflictivas o diferentes parejas. Un ejemplo: la mayoría de los
manuales clásicos de mediación hablan de la utilización del humor como
algo a incorporar en la práctica, pero hay muchas personas mediadoras
que se sienten incapaces de encontrar una comunión entre su sentido del
humor y su trabajo con conflictos. Al mismo tiempo, un desafortunado
uso del humor puede tener efectos indeseables en las personas con las
que trabajamos. Lo mismo ocurre con casi cualquier otra técnica. La téc-
nica por la técnica es peligrosa.
Atendiendo a estas consideraciones, describimos a continuación una
serie de intervenciones agrupadas siguiendo el criterio de su utilidad para
distintas situaciones. En general han sido descritas para la práctica media-
dora por diferentes autores, por lo que en la mayoría citamos al más rele-
vante en este terreno o en el que nos basamos para su descripción. En
orden a clarificar la exposición hemos elegido dos niveles de clasifica-
ción. En primer lugar abordaremos técnicas que, independientemente del
momento del proceso en que se utilicen, van dirigidas a manejar deter-
minadas interacciones conflictivas así como diferentes contenidos de con-
flicto. En segundo lugar detallaremos técnicas utilizables en distintos
momentos del proceso, por lo que, para una mayor claridad, las incluire-
mos en la descripción de las diferentes fases del mismo.
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Asumimos que la misma técnica podría figurar en diferentes lugares.


De hecho casi cualquier técnica puede ser utilizada con cualquier con-
flicto, con cualquier pareja y en cualquier momento, pero la experiencia
nos enseña que es posible una cierta especialización en su uso.

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8. TÉCNICAS PARA ABORDAR DIFERENTES
INTERACCIONES CONFLICTIVAS

Si atendemos al estilo interaccional que utilizan las parejas en la


expresión de su conflicto, también podemos pensar en una serie de téc-
nicas apropiadas para algunos casos concretos. Es claro que la técnica no
pretende una modificación sustancial y a largo plazo de la manera de rela-
cionarse, sino más bien el objetivo es generar una interacción diferente,
al menos durante la sesión de mediación, que permita la consecución de
los objetivos planteados. Hay interacciones conflictivas que, de no ser así,
no permitirían la posibilidad del mínimo diálogo eficaz para avanzar en
el proceso. Utilizaremos como referencia para este análisis los estilos
interaccionales y comunicacionales descritos en el capítulo segundo
(Kressel y col., 1980; Parkinson, 1987, 2005).

8.1. TÉCNICAS PARA MANEJAR INTERACCIONES ENREDA-


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DAS
En estas parejas, en que la dinámica de confrontación aprendida en
el juzgado tiende a invadir todo tipo de comunicación, las técnicas pre-
tenden facilitar el proceso mediante la prevención de las situaciones que
inevitablemente ponen a la disputa en escena.
Jesús y Dulce llevaban ocho años separándose cuando el juez les reco-
mendó acudir a mediación familiar. Desde el punto de vista legal, habían tra-
mitado su separación y ahora se encontraban en un largo proceso de divor-
cio. La vía siempre había sido contenciosa, caracterizándose por los constantes
recursos y apelaciones a las diferentes decisiones que se iban tomando. Se
trataba de una pareja en la que ninguno de los dos había asumido su respon-

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sabilidad en la ruptura y en la que ambos se culpaban mutuamente de las cau-


sas de todos los problemas con que se iban encontrando. Primero fue la disputa
por la custodia de su hijo de tres años, adjudicada judicialmente a Dulce y a
cuyo derecho Jesús nunca quiso renunciar. Junto a las correspondientes ape-
laciones (él no aceptó la resolución citada y ella la que hacia referencia a la
pensión) se instaron procedimientos de ejecución y se sucedieron conflictos
económicos y centrados en el sistema de relación. En algún momento de este
proceso, Jesús inició una convivencia con una nueva pareja, lo que también
fue motivo de conflicto. Cuando llegaron a mediación, su hijo había cum-
plido 11 años y desde hacia unos meses había ido expresando a su padre su
firme deseo de convivir con él, lo que Dulce no podía aceptar e interpretaba
como el resultado de un proceso de manipulación paterna. La negativa de
Dulce hizo que el niño se escapase de casa, con la ayuda de Jesús. Desde que
inició la convivencia con su padre se negó a hablar con su madre.

Transformar las acusaciones en peticiones (Saposnek, 1983). Una


acusación basada en el pasado se puede reconvertir en un deseo para el
futuro, lo que disminuye el riesgo de una contraacusación de la otra parte.
Cuando Dulce acusó a Jesús de no haberse ocupado nunca de algunas
cuestiones relativas a la salud o la educación de su hijo, lo hizo retomando
la dinámica de confrontación a la que estaban acostumbrados y, por tanto,
como un argumento en contra de la opción de custodia paterna. El mediador
intentó resituar la conversación en el terreno cooperativo planteando que si
lo que Dulce estaba intentando expresar era una queja, tal vez su deseo sería
que en el futuro él también pudiera ocuparse de estos temas y por lo tanto de
lo que podrían hablar es de cómo compartir estas responsabilidades.

Postergar el abordaje de un tema (Saposnek, 1983). Cuando el diá-


logo sobre un tema provoca intensas contiendas se puede plantear dejarlo
provisionalmente y pasar a otro (preferentemente relacionado de forma
tangencial con él) que no genere tanta disputa o incluso que tenga una
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fácil solución.
Una convivencia más habitual de Jesús con su hijo podía implicar la
necesidad de un cambio de centro escolar, o al menos así lo creía él. Además
nunca había estado de acuerdo con el actual, sobre todo porque Dulce no le
había consultado a la hora de elegirlo. Este tema, que se había debatido inten-
samente en el juzgado supuso un fuerte enfrentamiento cuando surgió en
mediación. El mediador pensó que no era posible abordarlo en ese momento
y propuso hablar sobre la disponibilidad horaria de cada uno para acompañar
y recoger al niño al centro escolar.

Cambio repentino hacia un aspecto más positivo (Saposnek, 1983).


Reconducir el tema buscando elementos positivos en el pasado o en el

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futuro, o incluso en otro tema, que puedan permitir abordar el conflicto


de otra manera. Lo inesperado del movimiento produce desorientación y
permite al mediador un mayor margen de maniobra para controlar las
reacciones.
La tensión estuvo a punto de dispararse de nuevo cuando Jesús comenzó
a retomar algunas de las descalificaciones que sobre las «capacidades mater-
nas» se habían vertido en el juzgado, en concreto en cuanto a sus dificulta-
des para poner límites a su hijo de una manera eficaz, algo que él si era capaz
de conseguir. En este caso el mediador preguntó a Jesús:
—¿Cómo elegiste a la madre de tu hijo?
La pregunta sorprendió a ambos y abrió las puertas para introducir refle-
xiones y comentarios sobre la responsabilidad compartida de cada uno de ellos
en haber ofrecido a su hijo el mejor padre y la mejor madre que pudieron ele-
gir, o la complementariedad y el reparto en el desempeño de las funciones.

Desvío (Saposnek, 1983). El mediador intenta evitar comentarios de


una parte hacia la otra que puedan producir daños irreparables en el pro-
ceso. Pero a veces son inevitables. Entonces es posible desviar el efecto
en forma de clasificación o racionalización que ayude a la parte atacada
a interpretar el comentario, provocando que el primero suavice su afir-
mación, que el segundo no contraataque y que ambos queden en una situa-
ción legítima.
Dulce argumentó, en un momento de las discusiones, que el único obje-
tivo que perseguía Jesús era conseguir el domicilio conyugal y que el niño
no le importaba lo más mínimo. Antes de que Jesús saltase de su silla, el
mediador pidió a Dulce que concretase si realmente pensaba que ese era su
único objetivo o tal vez existían otros, partiendo de la legitimidad de éste
como uno más, y si de verdad pensaba que el niño no le importaba o tal vez
se refería a que a veces, en este tipo de discusiones, uno tiene la sensación,
también legítima, de que se entra en una especie de regateo en el que da la
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impresión de que se está comerciando con los niños. Dulce pudo matizar sus
comentarios sin necesidad de que Jesús interviniese y el mediador propuso
asumir su responsabilidad en intentar evitar que el diálogo se convirtiese en
un «mercadeo» sobre los intereses de su hijo.

Interacciones enredadas:

• Transformar acusaciones en peticiones.


• Postergar el abordaje de un tema.
• Cambiar a temas o aspectos positivos.
• Desvío.

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8.2. TÉCNICAS PARA MANEJAR INTERACCIONES DE CON-


FRONTACIÓN ABIERTA
Son parejas donde la capacidad de diálogo se ve bloqueada por cons-
tantes escaladas de violencia verbal que impiden una comunicación ade-
cuada. Las técnicas específicas van dirigidas a controlar la aparición de
estas escaladas.
Inma y Luis habían tenido una capacidad de diálogo envidiable. Pero, a
medida que su relación se fue deteriorando, sus discusiones fueron cada vez
más encrespadas. Sin darse cuenta se encontraban inmersos en fuertes dispu-
tas en las que los dos perdían momentáneamente el sentido de control que
otras veces les había caracterizado y se gritaban hasta extenuarse. Nunca lle-
garon a la agresión física, pero los insultos y las descalificaciones podían sur-
gir con facilidad. Cuando la tormenta se calmaba, ambos eran conscientes del
nivel de agresividad al que habían llegado y se proponían los esfuerzos nece-
sarios para que la situación no volviese a repetirse, y menos delante del niño,
quien con tres años de edad cada vez se daba más cuenta de las cosas. Cuando
Inma y Luis se separaron de común acuerdo, sus conversaciones al respecto
tuvieron esas mismas características, con escaladas que no podían evitar
incluso en presencia de terceras personas. Inma atribuyó a las pérdidas de
control de Luis el estado de histeria que el niño mostraba cada vez que él iba
a buscarle. Lloraba y gritaba de tal manera que Luis tenía que llevárselo por
la fuerza, algo que Inma descalificaba en medio de la discusión. Su estilo se
repetía delante del juez, los abogados o el mediador, quien dada la aparente-
mente buena capacidad de diálogo no había dudado en convocarlos conjun-
tamente desde la primera sesión.

Bloquear y tranquilizar (Saposnek, 1983). El mediador puede blo-


quear una escalada interrumpiendo la discusión y convirtiendo el diálogo
en un monólogo propio donde no importa tanto el contenido como el tono
tranquilizador y el efecto refrigerante sobre el conflicto.
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Cuando Inma y Luis se sentaron junto al mediador, no tardaron ni cinco


minutos en mostrarle lo que eran capaces de hacer. Sin un detonante claro, y
en un momento en que el mediador aludía a la existencia de un hijo de corta
edad, Inma hizo un comentario a primera vista banal.
—Los niños son los que más sufren en estas situaciones...
Luis la interrumpió denotando cierta tensión en sus palabras.
—Depende del comportamiento de los padres.
—No sé a que te refieres, contestó Inma sin dar tiempo al mediador para
reaccionar.
—Que a los niños no hay que calentarles la cabeza. A eso me refiero.
Luis ya estaba gritando, pero Inma podía subir el tono aún más.
—Si alguien le está calentando la cabeza es tu madre...

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El mediador pensaba que no debió haberles permitido llegar hasta ahí.


Cuando se interrumpe una escalada de acusaciones siempre hay alguien que
se queda con un «proyectil» en la recámara y, con toda justicia, siente que el
otro ha podido «disparar» más.
—Por favor, necesito que me escuchéis. Veo que hay temas que provo-
can discusiones entre vosotros... Espera un momento Luis (éste intentaba
tomar de nuevo la palabra)... y quizás por eso estáis aquí intentando buscar
unos acuerdos...
—Es que lo de mi madre ya es intolerable...
Luis estaba muy cargado y no podía escuchar. El mediador apoyó sua-
vemente la mano en su antebrazo, lo que seguramente le desconcertó y tal
vez le tranquilizó, y continuó hablándoles a los dos.
—...unos acuerdos que pueden servir para tranquilizar la situación.
Muchas parejas atraviesan momentos como éste y a veces piensan, no sé si
es vuestro caso, que será difícil encontrar de nuevo la calma, pero cuando se
habla, cuando se toman decisiones y éstas son buenas para todos parece que
la vida vuelve a organizarse...
El mediador continuó hablando unos minutos, muy despacio, con un tono
muy bajo y muy lento, sobre la mediación, el proceso de separación, la adap-
tación a la ruptura y otros temas mientras iba observando que ellos se relaja-
ban progresivamente. No estaba dispuesto a darles la palabra hasta no estar
seguro de ello.

Tomar una postura asertiva (Saposnek, 1983). Exigir a los partici-


pantes que detengan sus ataques verbales cuando estos constituyen una
evidente pérdida de control. Esto tiene un mayor énfasis si se hace levan-
tándose y hablando desde esa posición o incluso interponiéndose física-
mente entre ellos impidiendo su visualización. También puede ser eficaz
cualquier otra conducta inesperada que bloquee la situación.
La siguiente escalada sobrevino cuando el mediador había propuesto a
Inma y a Luis que intentasen enumerar, sin entrar en ellos, los temas de los
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que querían hablar. Como suele ocurrir, al poner nombre al primer tema pasa-
ron inmediatamente a discutirlo. Luis había planteado que se hablase del
tiempo que él podría estar con su hijo, pues él quería una custodia compar-
tida, a lo que Inma inmediatamente había contestado, mirando al mediador,
que su hijo era muy pequeño y Luis, sin mirarla, que era una madre sobre-
protectora. La discusión estaba de nuevo servida.
—Vale, se acabó. Es muy importante que yo pueda saber dónde están
vuestros desacuerdos para más tarde poder comprender en qué consisten y
entre todos buscar soluciones. Así pues os pido que me deis permiso para
interrumpiros cada vez que entréis en una discusión como ésta.

Abandonar la sala (Saposnek, 1983). El mediador puede levantarse


y comunicar su desinterés por la conversación y hacer ademán de salir.

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Si esto no funciona, salir y esperar fuera unos minutos. Es posible com-


binar este movimiento con alguna afirmación provocativa o paradójica.
En otro momento más avanzado del proceso Inma y Luis se enzarzaron
en una imparable discusión respecto al precio de la ropa que necesitaba el niño.
Estaban intentando hablar de la contribución económica de cada uno, pero la
discusión derivó por otros derroteros, relacionados con la convivencia en
pareja, el nivel de vida que cada uno quería... El tono fue subiendo y de nada
sirvieron los intentos del mediador para detener la escalada, así que optó por
levantarse de la silla y dirigirse hacia la puerta, desde donde les habló.
—Como veo que tenéis muchas cosas que deciros yo esperaré fuera para
no molestaros.
Los dos le rogaron que se quedase.

Caucus (Moore, 1987; Haynes, 1995). Los encuentros privados (o


momentos aparte) con cada una de los participantes están especialmente
indicados en este tipo de situaciones. Sirven para tranquilizar y refrige-
rar las emociones. En general se recomienda que duren poco tiempo y
que éste sea similar para los dos.
En el caso de Inma y Luis el mediador no optó por este recurso, pero tal
vez hubiera sido necesario en algunos momentos en que las discusiones cobra-
ron especial intensidad y donde una parada a tiempo hubiera ahorrado algu-
nas palabras de las que ambos se arrepentirían con posterioridad.

El caucus es una intervención que tiene diversas utilidades en dife-


rentes momentos del proceso. Algunas de ellas pueden ser:
— Construir historias
— Manejar emociones
— Promover acercamientos
— Legitimar
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— Desbloquear negociaciones
Con independencia de su utilidad específica y de la fase del proceso
en que se realice, en el caucus pueden diferenciarse tres momentos:
— Escucha legitimante. Es una parte esencial del momento aparte.
La persona mediadora escucha a cada una de las partes por sepa-
rado. La privacidad del encuentro permite un manejo más libre de
la legitimación.
— Cuestionamiento de posiciones. El movimiento anterior permite
centrarse con mayor facilidad en las necesidades de la persona
escuchada lo que pone en cuestionamiento la firmeza de la posi-
ción defendida en la disputa.

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— Reconocimiento del otro. Los dos pasos anteriores otorgan per-


miso al mediador para realizar un movimiento de acercamiento a
la otra parte. Después de un breve resumen de lo hablado, el
mediador puede introducir este aspecto planteando que también
es capaz de comprender a la otra parte.
Confrontación abierta:

• Bloquear y tranquilizar.
• Manejo asertivo de la comunicación.
• Abandonar la sala.
• Caucus.

8.3. TÉCNICAS PARA MANEJAR INTERACCIONES AMBIVA-


LENTES
Muchas parejas inician su proceso de ruptura sin tener del todo claro
que eso es lo que quieren. Lo habitual es que la ambivalencia la exprese
uno de los dos, pero esto suele ser el síntoma de una relación en la que
los planteamientos de ruptura no están siendo demasiado claros. En los
casos de «enganche tenaz», uno de los dos se siente perseguido por el
otro que, implacablemente intenta mantener la relación.
Cuando Merche le planteó a Mario que quería dejarle, Mario sintió que
el mundo se derrumbaba alrededor de él. Aunque ella le había hablado algu-
nas veces de las dificultades que encontraba en la relación de pareja, él no
había dado demasiado crédito. Pensaba que eran caprichos pasajeros. Nunca
había contemplado la posibilidad de una ruptura y, a pesar de que había
tenido que abandonar el hogar tras las medidas provisionales dictadas por el
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juez, seguía sin contemplarla. Inmediatamente decidió que no podía dejarla


escapar y que, posiblemente, como le pasa a muchas mujeres (pensaba él),
lo que ella quería es que él se preocupase mucho más. A partir de ese
momento su lema sería «el que la sigue la consigue», y así lo hizo. Cuando
hablaba con Merche y, llorando, le preguntaba los motivos para haber dejado
de quererle, ella, intentando no hacerle daño, contestaba que no es que no le
quisiera. Simplemente lo que pasaba es que le quería de otra forma. Esto ali-
mentaba en Mario las expectativas de retorno e incrementaba sus presiones.
Pero ocurría que Merche cada vez se sentía más perseguida por él. Se le
encontraba en lugares inusuales, llamaba a todas horas y cuanto más lo hacía,
más claro tenía ella que no podía volver con él. Pero no podía evitar sentir
pena. Los niños sentían lo mismo que ella sentía y también comenzaron a
huir de su padre.

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Normalizar la ambivalencia (Haynes, 1995) Transmitir a las partes


que es normal que tengan dudas y temores en relación con la ruptura,
pues es algo que le ocurre a la mayoría de las parejas. En muchos casos
basta con este reconocimiento y con permitir un diálogo sobre las emo-
ciones ligadas para desbloquear los posibles obstáculos para la mediación
derivados de esta situación. En la mayoría de los casos esta técnica puede
complementarse con un encuentro por separado con cada una de las par-
tes, en el que se profundice sobre su situación personal y se analicen las
posibilidades de continuar o no con la mediación.
En los primeros momentos de la primera sesión conjunta con Merche y
Mario quedó patente su ambivalencia respecto a la ruptura. El mediador
intentó normalizarla y permitir que hablasen de ello. Merche intentó mos-
trarse firme en su deseo de separarse, a lo que Mario contestaba con mues-
tras de cariño y reacciones emocionales. En los encuentros individuales quedó
patente la decisión de Merche, al mismo tiempo que la poca claridad de sus
mensajes. Con Mario se abordó un dilema sobre el que tenía que decidir:
seguir luchando por una mujer que quería separarse de él o ponerse él tam-
bién a pensar en la separación. La primera opción estaba también implicando
una separación de sus hijos, algo de lo que él era consciente. La mediación
tenía cabida únicamente con la segunda opción.

Verbalizar la imposibilidad de volver atrás (Folberg y Taylor, 1992)


El mediador pide a uno de los participantes, el que toma la iniciativa de
la ruptura, que exprese al otro, el que se muestra reticente, con voz clara
y firme contacto visual lo irrevocable de su decisión. Esta técnica suele
provocar reacciones emocionales intensas y debe utilizarse con cautela,
en momentos en que la relación establecida con las partes lo permita y
con el tiempo suficiente de sesión como para poder elaborar su efecto.
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En la siguiente sesión Merche se ratificó en su decisión y en su deseo


de continuar con la mediación para la separación. Mario reconoció que le
había dado muchas vueltas a la situación y que estaba dispuesto a considerar
la ruptura si ella le planteaba las cosas claramente, pues hasta ahora él dudaba
que ella estuviera segura. Tenía miedo de que todo fuese una equivocación y
después fuese difícil volverse atrás. Él estaba dispuesto a separarse porque
ella quería, pero no deseaba que ello le hiciera pensar a Merche que había
dejado de quererla. El mediador propuso a Merche que se sentase enfrente de
Mario, a una corta distancia, que le mirase fijamente a los ojos y le dijese
algo parecido a lo siguiente:
—Nada evitará que me separe de ti. No puedes hacer nada para que las
cosas vuelvan a ser como antes.
En la tercera sesión los dos estaban dispuestos a iniciar la mediación.

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Interacciones ambivalentes:

• Normalizar la ambivalencia.
• Imposibilidad de volver atrás.
• También son útiles:
• Temporalizaciones.
• Encrucijadas y dilemas.

8.4. TÉCNICAS PARA MANEJAR INTERACCIONES DE LUCHA


POR EL PODER
Durante el proceso de mediación es habitual detectar tácticas o estra-
tegias que cada una de las partes utiliza para conseguir una posición más
privilegiada. En ocasiones la propia decisión de ruptura es una maniobra
de poder. Conseguir el rechazo de los hijos puede ser otra.
Irene y Francesc se habían conocido cuando ella tenía 16 años y él 28.
Su relación se estableció sobre unos patrones basados en la admiración y en
la protección. Irene admiraba a Francesc, joven y brillante ejecutivo, culto y
atractivo. Francesc cuidaba y adoraba a Irene, mala estudiante, con proble-
mas en su familia, guapísima y encantadora. Iniciaron su convivencia cuando
ella superó los 18, pese a la firme oposición de sus padres que, cuando dos
años después se casaron, ya parecían aceptar la relación. En ese momento
Irene esperaba el primero de sus tres hijos. Francesc continuó creciendo pro-
fesionalmente mientras que Irene se convertía en una hija-madre cada vez
más insatisfecha. Progresivamente intentó que la relación cambiase. Buscó y
encontró un empleo. Ella ya no era una niña que necesitaba ser cuidada y él
ya no resultaba tan admirable. Francesc no podía escuchar sus quejas. Para
él todo iba bien. Nunca hubiese imaginado que Irene pudiera tener el coraje
de separarse de él. Amenazó con pedir la custodia de los niños y ella no dudó
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en avisarle que si lo hacía no los volvería a ver más. Él contrarrestó advir-


tiendo que no vería ni un euro de su bolsillo. Los hijos y el dinero se habían
convertido en campo de batalla y en instrumento de poder. Cuando acudie-
ron al juzgado, Irene mostró al juez su preocupación porque los niños se nega-
ban a ver a Francesc.

Asignar tareas de recogida de información (Haynes, 1988; Moore,


1995). Para contrarrestar situaciones en las que una parte intenta persua-
dir a la otra de cambiar una posición aportando información adicional
sobre el tema. El objetivo es ayudar a que los dos desarrollen sus recur-
sos. Plantearlo como ayuda al más débil podría comprometer seriamente
la imparcialidad del mediador.

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Cuando Irene y Francesc comenzaron a abordar los diferentes temas en


conflicto fue posible comprobar el gran desconocimiento de Irene sobre las
cuestiones económicas. Ni tan siquiera sabía cuanto dinero había en el Banco,
o cómo estaba estipulada la hipoteca de la casa. Por su parte, Francesc tenía
un desconocimiento absoluto sobre la mayoría de los temas relacionados con
sus hijos: educación, salud, gastos. El mediador propuso como tarea que cada
uno recogiese, por su cuenta y sin la ayuda del otro, toda la información posi-
ble sobre dichos temas antes de continuar hablando de ellos.

Desviar el efecto de un referente (Haynes, 1988). En ocasiones,


durante la negociación se utiliza la influencia de referentes externos para
conseguir poder. Se puede desviar este efecto pidiendo hablar desde el
«yo».
Cuando el mediador preguntó a Irene sobre sus motivos para querer ejer-
cer la custodia, ella contestó que ese era el mejor interés de los niños, al mismo
tiempo que aludió a la experiencia del mediador para corroborarlo. Este debió
inmediatamente concretar su pregunta.
—¿Qué piensas tú que es lo mejor para tus hijos?

Aprovechar la experiencia para procesar conjuntamente un tema


(Haynes, 1988). Cuando una parte alude a su superior conocimiento o
habilidad para decidir sobre un tema debido a su experiencia o incluso a
legitimidades asentadas en conceptos tradicionales o derechos asignados
a un determinado rol («soy el cabeza de familia») es posible reconocerlo
como un valor importante para tener en cuenta en el abordaje conjunto.
A pesar de que Irene había realizado notables esfuerzos por ponerse al
día en las cuestiones económicas, cuando se planteó la posibilidad de elabo-
rar un presupuesto familiar de gastos e ingresos, Francesc propuso que él
podía encargarse, pues en su empresa hacía presupuestos constantemente. El
mediador valoró este hecho y añadió:
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—Perfecto, creo que tu experiencia nos va a ayudar mucho a trabajar


sobre este tema. Pero antes es preciso que cada uno elabore su propio pre-
supuesto.

Provocar el conflicto de una manera controlada en la sesión


(Haynes, 1988). Cuando una parte acepta una posición por disconformi-
dad con el poder establecido, por miedo a la otra parte o por evitación
del conflicto.
En un momento avanzado del proceso, cuando los contactos paterno filia-
les se habían reanudado, y mientras se discutía una organización temporal
provisional para las inminentes vacaciones de verano, Francesc propuso que
durante el mes de agosto, en que los niños estarían con ella y dado que no

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tenían previsto desplazarse fuera de la ciudad, existiese la posibilidad de ver-


los algún día, aunque fueran dos o tres horas semanales. Irene rechazó de
forma tajante esta propuesta y Francesc pareció abandonar su pretensión, mos-
trando un evidente malestar. Ante la seguridad de que esta actitud segura-
mente provocaría interferencias posteriores en otros temas, el mediador resaltó
esta circunstancia, haciendo notar que era bueno que él expresase cómo se
sentía. Francesc lo hizo y reanudaron el diálogo sobre el tema.

Neutralizar amenazas (Haynes, 1988). Preguntar a quien hace la


amenaza sobre qué puede hacer de positivo si se cumple lo que desea. Al
mismo tiempo, remover su necesidad, buscando la emoción subyacente.
En algunos casos basta con demostrar que la amenaza no tiene por qué
ser real.
La tensión era especialmente intensa. Francesc amenazó de nuevo con
no aportar la contribución económica provisionalmente estipulada si ella no
le permitía ver a los niños durante el mes de agosto. El mediador le plan-
teó con un cierto tono de humor si, en caso de permitírselo, él contribuiría
con el doble. Obviamente la amenaza no podía producir una salida pactada
del desacuerdo, por lo que, una vez desactivada, pudieron hablar de cómo
se sentía cada uno cuando permanecía tanto tiempo seguido sin estar con
sus hijos.

Identificación estratégica con la persona atacada (Haynes, 1988).


Una parte conoce los puntos débiles de la otra y es capaz de predecir la
conducta del otro cuando estos puntos han sido pulsados. El mediador
puede pedir a la persona descalificada que describa cómo se siente y, a
la persona atacante, permiso para interrumpirla en caso de repetición.
El diálogo continuaba, no sin dificultades. Irene insistía en que, tal y
como había sido la historia de los niños, no era lo mismo separarlos un mes
de su madre que de su padre, pues evidentemente estaban más vinculados a
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ella, debido entre otras cosas al desinterés que él había mostrado. Francesc,
fuera de sí, sentenció que no era posible hablar con ella. Cuando se le pre-
guntó qué le hacía sentirse así, señaló que no había nada que le sacase más
de sus casillas que ella dijese que no se había ocupado de los niños. El media-
dor recordó que estaban intentando construir un futuro y no juzgando el
pasado y que, si estaban allí, era porque ambos se reconocían plena legiti-
midad como padres. Cualquier duda en este aspecto haría que no tuviese
sentido el diálogo. No obstante, era comprensible que, en algunos momen-
tos, y debido a la tensión provocada por la disputa, alguno de ellos dijese
cosas como la que Irene acababa de decir, que provocaban reacciones nega-
tivas en el otro, lo que inevitablemente bloqueaba el diálogo. Por ello, y por
el bien del proceso, él los pedía permiso para interrumpir cada vez que pen-
sase que esto iba a ocurrir.

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Lucha de poder:

Tareas de recogida de información.


Desviar referentes.
Aprovechar experiencia para cooperación.
Neutralizar amenazas.
Provocar conflictos controlados.

8.5. TÉCNICAS PARA MANEJAR INTERACCIONES CERRADAS


En estas parejas, su evitación de la confrontación directa, refugián-
dose tras un silencio que pretende indicar rechazo, ira o frustración suele
hacer difícil que surja una expresión clara del conflicto que permita su
adecuada definición. Las técnicas deberán actuar en este sentido. Según
las características de la relación y el momento del proceso, el mediador
puede elegir entre un método que evite el conflicto, desgranando los temas
y dando soporte a cada parte o, por el contrario, que lo provoque para que
la pareja se sitúe diferentemente respecto a él. En cualquier caso, cabe
ser cuidadoso en el momento de desvelar los temas del conflicto, y a
menudo conformarse con la búsqueda de acuerdos parciales y concretos.
Esther y Javier nunca llegaron a comunicarse mutuamente el deseo de
separarse. De hecho, los dos pensaban que el otro podía tomar la iniciativa
en cualquier momento, pero ninguno era capaz de hablar de ello. El día que
Javier decidió irse de casa, la «sorpresa» para Esther y los niños se hizo
insoportable. Iniciaron un diálogo a través de sus abogados en el que el
punto más importante se centró en la negativa tajante de los niños para ver
a su padre. Javier interpretó que Esther los estaba manipulando, y Esther
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no podía por menos que comprender la actitud de sus hijos que, al igual que
ella, se habían sentido abandonados. Esta situación impedía cualquier posi-
bilidad de acuerdo en otros temas. Cuando acudieron a mediación, porque
el juez se lo propuso a ellos y a sus abogados en una comparecencia en el
juzgado, destacaba su aparente respeto mutuo sobre una base de fuerte ten-
sión que dificultaba la expresión de sus puntos de vista e incluso del mismo
conflicto.

Alianzas estratégicas. En parejas con conflicto muy enmascarado, el


mediador da soporte a cada parte intentando que paulatinamente surjan
los elementos que definen las desavenencias. Puede hacer encuentros por
separado en los que su papel puede convertirse en el de un intermediario
que traspasa información de una parte a la otra.

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La imposibilidad inicial de que Esther y Javier pudieran hablar clara-


mente de sus desacuerdos, hizo que el mediador optase por mantener una
entrevista individual con cada uno de ellos. En esta entrevista efectuó dos
movimientos similares con ambos. En un primer momento jugó un papel de
fuerte alianza con el entrevistado, reconociendo y legitimando los motivos
que subyacían a su postura, para a continuación llevar a cabo un cuestiona-
miento circular que pudiera posibilitar una apertura de diálogo. Así, Esther
pudo reconocer que su «comprensión incondicional» de la actitud de sus hijos
mantenía la negativa de éstos a relacionarse con su padre, mientras que Javier
pudo decirse a sí mismo algunas palabras respecto a los diferentes momen-
tos de adaptación a la ruptura en que se encontraban él, Esther y los niños,
comprendiendo que éstos, con su negativa, tal vez únicamente expresaban su
rechazo momentáneo a la separación.

Provocar la interacción entre las partes. En este caso el mediador


plantea un tema clave de forma que provoque una discusión inevitable, a
partir de la cual puede ser más fácil clarificar sus posturas y trabajar con
ellas.
Cuando Esther y Javier comenzaron a enumerar de manera conjunta los
diferentes temas sobre los que tenían que decidir, llamaba la atención su difi-
cultad para opinar sobre ellos delante de la otra parte, algo que habían demos-
trado que podían hacer por separado. Las respuestas consistían en monosíla-
bos y generalidades que no permitían demasiados avances. El mediador
aprovechó la proximidad del verano para preguntar cómo pensaban arreglár-
selas durante ese tiempo con la situación que en estos momentos se estaba
planteando. Tras un largo silencio inicial, los dos iniciaron el diálogo sobre
un tema en el que, inevitablemente, tenían que tomar decisiones inmediatas.

Diálogo en cremallera. El mediador habla de los temas iniciando un


discurso en el que entrelaza aspectos significativos de los posibles dis-
cursos de las partes. En ellos deja espacio, con su propio silencio, para
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que los protagonistas introduzcan sus preocupaciones o sus necesidades


más relevantes. Este discurso se inicia permitiendo que ellos hagan suce-
sivas aportaciones que, progresivamente, van incrementando su partici-
pación.
—A ver si lo he entendido bien. Tenéis tres hijos que se llaman…
—mirando a Javier.
—Manuel, Ana y Javier… —responde Javier.
—Como él… —mirando a Esther.
—Sí. En eso estuvimos de acuerdo —dice Esther.
—Seguro que también estáis de acuerdo en otras cosas —Esther hace un
gesto de escepticismo— como que los dos queréis lo mejor para vuestros

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hijos. Y lo mejor, si no me equivoco es… —mirando a los dos a la vez y


haciendo gala de la mirada estrábica que las personas mediadoras desarrollan
en su actividad—.
—…que puedan ver a los dos —dice Javier.
—Que puedan ver a los dos y… —siguió utilizando el silencio el media-
dor.
—… que se respeten sus deseos —interrumpió Esther.
El diálogo continuó cada vez con más participación de ellos y menos del
mediador.

Interacciones cerradas:

• Manejar los silencios.


• Desbloqueo emocional.
• Diálogo en cremallera.
• Alianzas estratégicas.
• Provocar interacción de las partes.
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9. TÉCNICAS PARA ABORDAR DIFERENTES
TIPOS DE CONFLICTOS

Nos parece útil para nuestros objetivos la taxonomía de conflictos en


situaciones de separación y divorcio que planteó Milne en 1988, y que
ya hemos descrito anteriormente en el capítulo segundo. En su clasifica-
ción, esta autora enumera cuatro categorías: conflictos psicológicos,
comunicacionales, sustantivos y sistémicos.

9.1. TÉCNICAS PARA EL ABORDAJE DE CONFLICTOS PSICO-


LÓGICOS
Generalmente relacionados con ideas y emociones asociadas al pro-
ceso de ruptura y a la manera en que cada uno de los miembros de la
pareja lo está elaborando. Tienen que ver con sentimientos de fracaso,
inadecuación o confusión, y forman parte de la historia (la narración) que
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cada uno construye sobre la relación, basada muchas veces, casi de forma
exclusiva, en agravios y transgresiones. Pueden estar asociados a situa-
ciones de falta de sincronía en los procesos de ajuste a la toma de deci-
siones sobre la ruptura. Parece obvio que las técnicas más adecuadas
vayan dirigidas a provocar un mínimo cambio en las percepciones de las
personas sobre su vivencia del conflicto, intentando evitar así que ésta se
convierta en un obstáculo para su transformación. Básicamente estamos
hablando de técnicas de estructuración cognitiva y de manejo emocional.

Escucha activa. Importantísima en todo proceso de mediación. Se


basa en la disposición del mediador para facilitar que las personas hablen

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de los temas en conflicto de una manera que asegure al que habla que ha
sido escuchado, permita comprobar que se ha entendido lo que se ha dicho,
legitime las emociones y facilite la exploración de los sentimientos.
A Inma le era difícil expresar las dificultades que encontraba en un sis-
tema de tiempo compartido como el que proponía Luis. Este creía que el niño
se adaptaría sin problemas a estar con él. Pero Inma mostraba serias dudas.
Cuando se le pedía que concretase, tendía a hablar de generalidades que inme-
diatamente Luis quería rebatir. Este pudo escucharla sin interrumpir cuando
ella comenzó a hablar de las noches.
—Me parecen muchas noches fuera de casa —dijo por fin.
—Te parecen muchas noches fuera de tu casa —añadió el mediador—,
pero ahora tendrá dos casas.
—Eso lo entiendo, pero hasta ahora su casa ha sido una...
—Y crees que necesita un tiempo de adaptación.
—Sí, eso es.
Inma mostró que esto realmente conectaba con lo que ella sentía y posi-
blemente Luis comenzó a entender que lo que Inma planteaba no era una limi-
tación de noches con él porque sí.
—El niño nunca se ha separado de mí. En cambio tú —dirigiéndose a
él— has tenido que viajar... Está más acostumbrado.
—Bueno —continuó el mediador—, lo que planteas es que puede acos-
tumbrarse poco a poco. Tú también necesitas ese tiempo.
Denominamos a la escucha activa realizada con las dos partes al
mismo tiempo sistema de doble escucha o de escucha compleja. El obje-
tivo de esta estrategia es múltiple. Por una parte garantiza, como decía-
mos, que la persona que habla se sienta escuchada por el mediador. Al
mismo tiempo, el mediador se asegura de que está entendiendo lo que el
otro o la otra le quiere decir. Pero lo más importante es que esta interac-
ción se produce en presencia de la otra parte y promueve una escucha
cruzada entre ellos. Por último, se trata de una manera útil de manejar la
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comunicación sin necesidad de establecer reglas autoritarias. Este sistema


supone que el mediador habla después de que lo hace cada una de las par-
tes, lo que le permite ir dando la palabra a uno y otro consecutivamente
de una manera natural y en el contexto de una misma conversación.
Escucha activa:
• Preguntar
• Escuchar
• Parafrasear
• Reformular
• Resumir

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Escucha reflectante (Saposnek, 1983). El objetivo es acceder a los


sentimientos ocultos tras las palabras para extraer la carga emocional que
aportan al conflicto y poder abordarlo con una mayor claridad comuni-
cacional. Es una variedad de la escucha activa y resulta especialmente
útil en la reformación de algunas acusaciones.
Javier sentía que Esther ponía constantes dificultades para que él pudiera
estar con sus hijos durante las vacaciones de verano y él no dejaba de argu-
mentar la manipulación materna. Ello reforzaba que Esther incidiera en que
eran los niños quienes le estaban rechazando. Ninguno de los dos hablaba de
lo que realmente había detrás de sus posturas. El mediador pensó que, para
poder lograr una mínima colaboración de Esther, era imprescindible que las
acusaciones de Javier cesasen. Se dirigió a él:
—Debes sentirte muy mal al pensar que tus hijos puedan rechazarte.
Javier no aceptó la propuesta:
—No lo puedo pensar porque no es verdad. Ella los manipula para que
no quieran verme...
—Y es muy duro que tus hijos digan que no quieren verte —insistió el
mediador.
—A mi no me lo han dicho.
—¿Y si te lo dijesen?
—Lo sería.
Era muy difícil poder acceder a las emociones de los dos, pero el media-
dor pensó que era imprescindible.
—Tal vez —continuó— podemos hablar de cómo se sienten ellos en esta
situación para poder entenderlos un poco más.
—Ellos se sienten abandonados sin ninguna explicación —indicó de
inmediato Esther.
—Tú te sientes igual —afirmó el mediador.
—Pero yo no importo.
—Claro que sí. Para ellos es muy importante cómo te sientes tú. Ellos
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lo saben mejor que nadie.

Absorber el desahogo (Saposnek, 1983). Ante fuertes descargas emo-


cionales hacia la otra parte, el mediador permite el desahogo pero rediri-
giéndolo hacia sí mismo, intentando así reducir la posibilidad de una esca-
lada.
Cuando Irene y Francesc hablaban de las necesidades económicas fami-
liares, ella se dirigió a él llorando y, con una fuerte actitud de rabia, comenzó
a increparle, indicando que él quería tenerla encerrada en una jaula, que que-
ría verla pudrirse y que siempre dependiese de él. El mediador pensó que en
todo esto había algo positivamente nuevo, una declaración de independencia
que ella hasta ahora no le había formulado de una manera clara, por lo que

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permitió que la descarga continuase de una forma controlada, evitando que


se dirigiese a Francesc y procurando que hablase sobre cómo se sentía ella y
sobre sus necesidades de poder tener una vida autónoma junto a sus hijos.

Promover el perdón (Cloke, 1993). El deseo de venganza de las par-


tes puede constituirse en un obstáculo insalvable para la mediación si no
se aborda convenientemente. Esta estrategia precisa de los siguientes
pasos: que dicho deseo sea expresado, reconocer el sufrimiento en que se
motiva; escuchar a la otra parte sus percepciones sobre lo que ha ocu-
rrido; definir una mutualidad aceptable que lleve a una versión integrada
de las historias; reconocer lo que tienen en común; hablar de lo que cada
uno necesita para poder continuar; pedir disculpas por lo que ocurrió. A
veces puede ser útil el empleo de algún ritual.
En el lapso entre dos de las sesiones de mediación, Mario intentó reco-
ger a sus hijos en el domicilio de Merche (y suyo) una tarde, sin previo aviso.
Cuando llamó al «portero automático», Merche le indicó que no era posible
y le mostró su enfado por acudir sin avisar, a lo que él contestó con algunas
palabras y gritos fuera de tono que buena parte del vecindario pudo escuchar.
En la siguiente sesión, Merche planteó este tema amenazando con que así no
podría continuar y que a la próxima le denunciaría. El mediador se mostró
comprensivo cuando Merche habló de la vergüenza que la situación le había
producido ante los vecinos, al mismo tiempo que permitió que Mario expli-
case cómo «el buen rollo» que se había creado en las anteriores sesiones le
había hecho pensar que podría dirigirse a buscar a sus hijos sin avisar pre-
viamente, reconociendo que perdió el control al ver que, una vez más, ella le
daba «una de cal y otra de arena». El mediador reconoció que Merche se
pudiera sentir agraviada por la intromisión y que Mario actuase movido por
sus buenas expectativas en la relación como padres (remarcó esto último) a
la vez que frustrado por no poder ver a sus hijos y propuso si, para continuar,
les parecía posible intentar pensar en un sistema de comunicación que evi-
tase estas circunstancias.
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Técnicas de expresión emocional:

• Escucha activa.
• Desahogo.
• Consuelo.
• Expresión emocional.
• Reconocimiento.
• Promoción del perdón.
• Desagravio.
• Reparación.

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9.2. TÉCNICAS PARA EL ABORDAJE DE CONFLICTOS COMU-


NICACIONALES
El foco está en la comunicación ineficaz debida a conflictos previos
no resueltos, a estilos disfuncionales, a comunicaciones tácticas o a la pro-
pia situación conflictiva (por ejemplo: la situación de separación de pareja
reduce notablemente los canales de comunicación existentes previa-
mente).En este caso, nuestras técnicas tendrán como objetivo facilitar una
comunicación lo más eficaz posible, que permita un diálogo suficiente
sobre los temas en conflicto y su resolución.

Reglas de comunicación. Se suele decir que la persona mediadora


maneja la comunicación. Para ello se apoya en ciertas pautas que no deben
imponerse tajantemente sino más bien ir utilizándose en la medida en que
son necesarias. Así, el mediador puede plantear desde el inicio que es reco-
mendable que cuando uno habla el otro escuche y que no deben interrum-
pirse. Esta norma, aparentemente obvia, podría ser innecesaria con parejas
de interacción cerrada o incluso provocar alguna susceptibilidad en pare-
jas semi-desligadas con un adecuado nivel de comunicación. Por este
motivo somos partidarios de no convertir la mediación en un proceso exce-
sivamente normativo que no respete, al menos inicialmente, el propio estilo
de cada pareja. Otra regla es la denominada «comunicación en uve», en la
que la persona mediadora pide a las partes que en determinados momen-
tos no hablen entre sí y lo hagan únicamente con ella. Con esto se pretende
evitar discusiones que no son útiles en algunas fases del proceso y la apa-
rición de escaladas en algunas parejas. Se trata de variaciones sobre los sis-
temas de escucha compleja a que hemos hecho referencia anteriormente.
Una vez superadas las fuertes discusiones iniciales, el proceso de media-
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ción con Inma y Luis avanzó con relativa normalidad, aunque cada cierto
tiempo parecía resurgir la necesidad de enzarzarse en una nueva disputa. El
mediador insistía en la importancia de poder escuchar a los dos y saber lo
que cada uno pensaba:
—Para ello, necesito que, en estos momentos, no habléis entre vosotros.
Hablad solamente conmigo, creo que será más fácil.

Balanceo de la comunicación. Cuando un participante habla dema-


siado, suele ocurrir que el otro deje de escuchar y se dedique a pensar en
cómo le contestará. Para evitarlo, la persona mediadora puede interrum-
pir al primero intentando clarificar lo que dice o pidiendo la visión del
segundo sobre el mismo tema, de modo que la palabra vaya pasando de
uno a otro alternativamente.

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Jesús pensaba que había que dar prioridad a la opinión de su hijo para
tomar la decisión y, cuando Dulce se extendía en largas disertaciones sobre
«el mejor interés de los niños», adoptaba la posición beligerante en la que se
había ido entrenando durante años. No en vano, todas las decisiones anterio-
res, para él equivocadas, fueron tomadas en ese presunto mejor interés. Esto
hacía que no pudiera escuchar los argumentos de Dulce, mientras que ésta, a
su vez, parecía no poder oír los deseos que estaba mostrando su hijo. El media-
dor intentó balancear la comunicación, esforzándose en conocer la opinión
de ambos sobre los dos argumentos. Así, cuando Dulce hablaba de mantener
una continuidad en la vida de su hijo, Jesús contrarrestaba con la importan-
cia de su opinión. No podían escucharse. El mediador pidió a Dulce que con-
cretase a qué se refería con continuidad y ésta puso como ejemplo mantener
el mismo colegio. Era una oportunidad para retomar un tema que había que-
dado postergado, por lo que inmediatamente lo señaló y pidió también su opi-
nión a Jesús. Posteriormente, cuando Jesús hablaba de los deseos de su hijo
y Dulce contestaba de nuevo con el argumento de las manipulaciones, el
mediador preguntó a la madre su opinión sobre los deseos de su hijo. Dulce
reconoció que su hijo quería vivir con su padre.

Técnicas para facilitar la comunicación:

• Manejar interacciones.
• Balanceo.
• Comunicación en V.
• Momentos aparte (caucus)

9.3. TÉCNICAS PARA EL ABORDAJE DE CONFLICTOS SUS-


TANTIVOS
Relacionados con la situación en que se genera el conflicto (ruptura
de pareja) y el contenido de lo que se ha de decidir (relaciones con los
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hijos, reparto de bienes,...) En el contenido del conflicto entran en juego


factores como la disponibilidad de recursos o la capacidad de acceder a
ellos, las diferencias en conocimiento y experiencia, los valores o las posi-
ciones rígidas.
En este caso, las técnicas más utilizadas suelen consistir en el empleo
de instrumentos dirigidos a facilitar una consecución y una gestión obje-
tiva de la información por ambas partes.

Gestión de presupuestos. Es el proceso a través del cual se calculan


pensiones y gastos compartidos. De forma resumida, se trata de pedir a
las partes que rellenen por separado unos formularios en los que se deta-

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llan los ingresos y los gastos, tanto fijos como variables. En éstos se tie-
nen en cuenta gastos de la vivienda (hipoteca, mantenimiento, suminis-
tros) médicos, salud, cuotas de créditos, educación, vestuario, transporte,
comida, personales y extras. Ambos presupuestos se comparan y, en fun-
ción de los casos, se unifican o se calcula uno común.
En el cálculo de la pensión de alimentos para los hijos de Irene y Fran-
cesc, estos siguieron el procedimiento de identificar los gastos que soportaba
y soportaría cada uno en relación con ellos. Calcularon los gastos totales y
diseñaron, con la inestimable experiencia de Francesc, una fórmula equita-
tiva para afrontarlos. Como habitualmente suele suceder, ésta consistió en
aplicar un porcentaje proporcional a los ingresos de cada uno, de manera que
ella podría hacerse cargo aproximadamente del 43% de los gastos y él del
57%. Dicha cantidad fue restada de la que ya estaban asumiendo y la dife-
rencia a favor fue la pensión que Francesc tendría que pasar a Irene.

El acuerdo sobre el criterio a seguir no necesariamente debe ser mate-


mático. Existen otros factores emocionales o personales a tener en cuenta.
Lo importante es que ambas partes se involucren en la decisión sobre el
sistema y, sobre todo, que estén de acuerdo en él.
Calendarios de tiempo compartido. Se emplean para decidir la orga-
nización temporal con los hijos. Suelen manejarse periodos cortos (sema-
nales) junto a otros más amplios (mensuales o anuales). Es importante que
las partes tengan a mano la posibilidad de analizar la organización coti-
diana junto a una más global. El mediador utiliza diferentes tipos de calen-
darios con estas características que permiten objetivar mejor el tiempo. Se
recomienda tener en cuenta los horarios laborales, los periodos vacacio-
nales, las fiestas, puentes, y otras fechas que puedan ser relevantes para la
familia como son los cumpleaños y aniversarios. En este trabajo también
pueden tener cabida las previsiones de tiempo con la familia extensa.
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Cuando Luis pudo observar en el calendario que, en el intervalo de un


año, el tiempo que pasaría con su hijo no estaba tan desequilibrado como él
pensaba, pudo relajar enormemente su postura respecto a las noches. Habían
marcado con diferentes colores los días que le correspondían a cada uno y la
diferencia no era tan importante como creía cuando el intervalo de referen-
cia era semanal o quincenal.

9.4. TÉCNICAS PARA EL ABORDAJE DE CONFLICTOS SISTÉ-


MICOS
Son conflictos que sobrepasan a la pareja y pueden servir como expre-
sión de la disputa y, al mismo tiempo, ser generadores de ella. Los más

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importantes tienen que ver con el sistema familiar y el sistema legal y


abarcarían toda la red social significativa (Sluzki, 1996) de la familia. El
objetivo de las técnicas va dirigido a neutralizar los efectos negativos en
el conflicto de los sistemas externos y a involucrarlos en la solución.
Entrevistas con otras personas relacionadas con el conflicto. Las
posibilidades son innumerables. Aunque el criterio general es que la
mediación centra el foco en el diálogo entre las partes, en ocasiones resulta
de una gran utilidad en el desbloqueo del proceso mantener una entre-
vista con los abogados, con las nuevas parejas, con los abuelos, o con
otras personas que tienen una participación directa en el conflicto.
En el caso de Esther y Javier se valoró la posibilidad de que los contac-
tos paterno filiales durante el verano se realizasen en el domicilio de la abuela
paterna, con quien los hijos no habían mostrado la actitud de rechazo que
expresaban hacia el padre. Ello permitiría que la situación fuese menos tensa.
A Esther le parecía una buena opción pero no tenía claro que la abuela pudiera
hacerse cargo de ellos. Una entrevista conjunta entre las dos despejó las dudas
y además sirvió para retomar un diálogo entre ellas que se había interrum-
pido con la ruptura.

Intervenciones dirigidas al exterior. No siempre es posible entrevis-


tarse con todo el mundo, pero a veces es posible incidir en cada una de
las partes para que negocien algunos aspectos de su conflicto con otras
personas que están incidiendo en él.
A raíz del proceso de separación y de la actitud que había tomado Mario,
Merche consultó con una psicóloga infantil respecto a las posibles repercu-
siones de la ruptura y del comportamiento del padre en sus hijos. Merche
explicó en una de las sesiones que esta profesional había recomendado que
las visitas con el padre debían ser reducidas por el momento. Mario se negó
a entrevistarse con la psicóloga, a la que descalificaba por falta de imparcia-
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lidad. El mediador redefinió su papel como un apoyo en una situación nueva


para todos y trabajó con Merche sobre cómo podía transmitirle adecuadamente
los mensajes sobre la progresiva evolución de Mario con respecto a la rup-
tura y a ella misma. En este caso el mediador no consideró necesario entre-
vistarse directamente con la profesional, pues Merche supo mantenerla como
un apoyo al proceso y no como un obstáculo.

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10. TÉCNICAS PARA ABORDAR DIFERENTES
MOMENTOS DEL PROCESO
DE MEDIACIÓN

El modelo general propuesto es una variación de los planteados por


autores como Kessler (1978), Haynes (1981), Folberg-Taylor (1984) y
Folberg-Milne (1988). Como en todos ellos, consta de varias fases, adap-
tadas al contexto en el que se realiza y en las que se enfatizan las carac-
terísticas diferenciadoras de otros modelos.
Coordenadas del proceso:

• Creación de un espacio cooperativo.


• Presupuestos del programa.
• Asesoramiento sobre el proceso psico-legal.
• Ampliación de los temas de mediación.
• Promoción de la voluntariedad.
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• Acercamiento evolutivo al conflicto.


• Redefinición familiar del conflicto.
• De las posiciones legales a las reales.
• Legitimación.
• Aplacamiento de los agravios.
• Promoción del desagravio.
• Definición alternativa del conflicto.
• Disolución de la disputa legal.

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10.1. CLARIFICACIÓN Y RECONVERSIÓN DE LA DEMANDA


Como se ha dicho, cuanto más se incrementa la intensidad del con-
flicto, más difíciles son las demandas puras de mediación. Es precisa la
colaboración de abogados y jueces a la hora de canalizar la disputa a tra-
vés de una vía cooperativa. Afortunadamente, el concepto de mediación
se ha ido extendiendo progresivamente en esos colectivos siguiendo los
pasos pioneros de jueces como Pascual Ortuño (1993, 2006). A pesar de
ello, podemos considerar que muchas de las demandas que surgen del
mundo judicial son reconvertibles en demandas de mediación: apoyo a
una medida judicial (el «régimen de visitas» que no se cumple), acerca-
miento de posiciones, reducción del conflicto. Para ello es necesario que
el sistema mediador interaccione previamente con el sistema derivante
antes de la mediación propiamente dicha. Un servicio de mediación que
acepte este tipo de demandas debe pactar el contenido y los criterios con
las instancias que derivan, así como las expectativas de todas las partes
implicadas.
El objetivo de esta fase es, por tanto, clarificar el origen de la
demanda y que la voluntad del demandante sea la de buscar acuerdos entre
las partes del conflicto.

10.2. VALORACIÓN DE LA INDICACIÓN DEL PROCESO


El objetivo de esta fase es valorar con las partes la procedencia de
la mediación y, en su caso, conseguir su libre aceptación del proceso.
La compleja interacción entre los posibles diferentes orígenes de la
demanda hace preciso un requisito importante: para iniciar un proceso
de mediación en un contexto tan complejo, es necesaria la aceptación
de las partes y el «permiso» de los abogados y el juez (si ya están impli-
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cados) para iniciar una búsqueda de acuerdos. Saltarse la aquiescencia


de alguno de ellos aumenta considerablemente las posibilidades de un
fracaso.
El proceso de aceptación resulta más sencillo y claro cuando la reco-
mendación proviene del juez. En este caso, los abogados no suelen poner
resistencias y la cuestión debe manejarse con la pareja. Lo mismo ocurre
cuando la demanda procede de los abogados y cuentan con la aprobación
legal del juez.
En el caso de que la demanda surja de una intervención pericial con
las partes, es requisito indispensable contar con la aprobación judicial y
la de los respectivos abogados.

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A modo de ejemplo de lo que estamos diciendo, proponemos algu-


nas sugerencias de inicio de mediación en las que la demanda no surge
directamente de las partes pero se abre la posibilidad de una oportunidad
para que así sea:
En el caso de los jueces, consideramos oportuno el concepto de
«sugerencia pactada», en un acto oral (comparecencia). No nos parece
adecuado que la mediación sea impuesta o acordada «de oficio». Por
tanto, el juez puede sugerir a las partes la posibilidad de acceder a media-
ción y esperar que éstas acepten o no. Para ello es útil el desarrollo de
sesiones informativas que pueden efectuarse en el propio contexto judi-
cial pero guiadas por mediadores.
Cuando los demandantes sean los abogados, existe la posibilidad de
que la sugerencia se realice en reunión conjunta con las partes ofreciendo
la opción de acudir a una sesión informativa. Si el proceso judicial está
abierto, es conveniente comunicar al juzgado este hecho y, si es posible,
solicitar la interrupción del proceso mientras se intenta la mediación.
La demanda de mediación puede surgir en el contexto de una eva-
luación pericial cuando los técnicos, en su metodología, consideran esta
posibilidad. Es más fácil que ello ocurra si realizan entrevistas conjuntas
con las partes ya que la dinámica contenciosa no suele contemplar esta
opción. Muchas parejas encuentran entonces el espacio adecuado para ini-
ciar un diálogo que los encamine hacia un abordaje distinto de su con-
flicto. En estos casos, el técnico responsable de la evaluación puede reco-
mendar en su informe el inicio de la mediación o puede sugerirla como
acuerdo de las partes.

Sesiones informativas
En nuestra opinión, el contenido de una sesión informativa de media-
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ción en rupturas conflictivas judicializadas no debe ser unidireccional. Es


decir, no se trata únicamente de que la persona mediadora informe del
concepto de la mediación, de sus principios y del proceso. La informa-
ción debe adaptarse al contenido del conflicto, debe ser útil en relación
con sus necesidades. Para ello es preciso que haya intercambio de infor-
mación suficiente para encontrar un punto de entendimiento sobre los
posibles objetivos de la mediación.
En todos los casos, la persona mediadora puede recoger datos que
permitan valorar factores como el tipo de relación conflictiva, la evolu-
ción del proceso legal, los antecedentes de acuerdos, las pautas y posibi-
lidades reales de comunicación entre las partes, su voluntad de negociar,

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la intensidad y clase de conflicto y el reparto de poderes ante las decisio-


nes entre la propia pareja, sus abogados, las familias de origen y/o las
nuevas familias. A este respecto, conviene resaltar la dificultad de mediar
cuando todo el poder lo tienen los abogados o cuando el conflicto real no
está estrictamente entre la pareja sino que se incluyen otros miembros
significativos de la familia (por ejemplo los abuelos).
La clarificación del proceso que padres e hijos están viviendo, per-
mite normalizar y compartir los sentimientos, así como diferenciar qué
es lo idiosincrásico de los dos sistemas que han entrado en contacto, el
familiar y el legal. El conocimiento implica poder y ayuda a percibir otras
opciones y posibilidades. Cuando la información es recibida conjunta-
mente se evitan malas interpretaciones y utilizaciones negativas de ella.
Cuando el mediador habló por primera vez con Jesús y Dulce pudo com-
probar en los dos la existencia de un cierto cansancio, no revelado explícita-
mente, con la situación que estaban viviendo desde hacia años. Aunque era
difícil que pudieran expresar esto delante del otro, comenzó reconociendo los
enormes esfuerzos de todo tipo que habían tenido que invertir en este larguí-
simo proceso. Sin mirarse directamente los dos asentían, aunque con toda
seguridad no dejaban de observarse con el rabillo del ojo y en todo momento
cada uno de ellos era consciente de las reacciones del otro. El mediador pre-
guntó cuánto tiempo hacia que no se sentaban el uno al lado del otro para
hablar y esperó porque sabía que lo importante no era la respuesta. Cada uno
de ellos repasó mentalmente y a gran velocidad el proceso de separación y
no fue capaz de encontrar en ocho años un momento como éste. ¿Tal vez valía
la pena aprovecharlo? El mediador sabía que habían bajado un poco las armas,
pero era demasiado pronto para dejar que hablasen, así que habló él. Habló
de cosas que ellos sabían, de las que nunca habían hablado, pero que estaban
ahí. Habló de sus conflictos, del proceso legal, pero también de dolor y de
sufrimiento y lo hizo refiriéndose a ellos y a su hijo.
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La oportunidad para el acuerdo concede un espacio para manejar y


neutralizar los obstáculos que lo han impedido hasta el momento.
Requiere estimular en las partes confianza y voluntad al mismo tiempo
que la progresiva sustitución de las pautas de confrontación por las de
colaboración.
El mediador sabía que la desesperanza de ambos para encontrar una solu-
ción a sus diferencias era elevada, también sabía que la oportunidad que estaba
ofreciendo únicamente tendría éxito si coincidía con un momento evolutivo
de su conflicto que así lo permitiese. Así que la expuso con convicción pero
con moderadas dosis de optimismo. Era una alternativa que muchas parejas
aceptaban, pero que no siempre daba resultado. En cualquier caso poco había

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que perder por intentarlo. Iniciar un diálogo nuevo, en condiciones diferen-


tes suponía dejar las armas fuera de la sala durante la sesión. No dudó en
señalarles que muchas personas se las dejaban olvidadas al irse, pero no
debían preocuparse pues, si llegase el caso, él mismo se encargaría de recor-
dárselo. Lo cierto es que algunas de ellas decidían dejarlas allí para siempre.
Otras asumían que nunca podrían dejar de utilizarlas. Ellos decidían.

Sensibilidad hacia el momento evolutivo del conflicto


Se trata de una actitud en la que, por parte del mediador, hay un reco-
nocimiento del lugar actual en que se encuentran, ofreciendo posibilida-
des de avance acordes con ese momento. La contextualización en térmi-
nos temporales de los desacuerdos implica intervenciones encaminadas a
inducir la percepción de que el conflicto no siempre fue así y seguramente
tampoco lo será en el futuro, y que las decisiones que ahora se tomen
posiblemente no tengan sentido más adelante. Muchas personas se sien-
ten abrumadas ante la creencia de que, tras la ruptura, deben diseñar pla-
nes sobre momentos que han de vivir y en los cuales nunca habían pen-
sado. Esta dificultad puede interpretarse como una resistencia o puede ser
vista como un elemento del conflicto. Una actitud de reconocimiento por
parte del mediador puede, en cambio, facilitar el desbloqueo. Una estra-
tegia útil en este sentido también puede consistir en la contextualización
del conflicto como algo no inherente a las personas, sino como algo que
pertenece al tiempo o al espacio y que por tanto exime de culpas a sus
protagonistas.
Externalización. Es un proceso a través del cual el conflicto se con-
vierte en algo externo a las personas o a la relación entre ellas, por lo que
hace disminuir las disputas entre ellas en torno a quién es el responsable
del problema (White y Epston, 1990). Se lleva a cabo en varias etapas:
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a) condensación del problema.


b) nominalización del problema.
c) separación del problema de las personas o las relaciones.
d) connotación negativa del problema.
e) internalización del protagonismo.
Dulce y Jesús no debían sentirse culpabilizados por haber pasado tantos
años atacándose mutuamente, pues esas eran las «reglas del juego» y segu-
ramente ellos, como otras muchas parejas, se habían visto arrastrados por un
proceso que no podían controlar. Es como si el contencioso los hubiese absor-
bido. Pero ahora tenían la oportunidad de coger las riendas, de defender con-
juntamente los intereses de su hijo, de compartirle, no de pelearse por él. Pero
este tránsito no podía ser fácil.

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Técnicas para generar Voluntad y Poder:

• Generar confianza.
• Preguntas de futuro.
• Sobrevuelo.
• Connotación positiva.
• Mensajes Yo.
• Transformar acusaciones en peticiones.
• Encrucijadas y dilemas.

10.3. ENCUADRE DEL PROCESO

• Tono del proceso.


• La persona mediadora.
• El proceso.
• Confidencialidad. Neutralidad.
• Competencia y responsabilidad.
• Orientación al futuro.
• Equilibrio.
• Comunicación.
• Otras personas.

En estos momentos ya se focaliza únicamente en las partes. Contras-


tada su voluntad de intentar un acuerdo es necesaria su aceptación sobre la
forma de conseguirlo, el proceso de mediación. Para ello es preciso infor-
mar más detalladamente y de forma conjunta sobre su estructura, duración,
reglas de funcionamiento, objetivos, y posibles salidas. Al mismo tiempo,
es el momento de fijar el tono emocional del proceso (Salius y Dixon, 1998),
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algo en lo que se ha de invertir tiempo y esfuerzo. No podemos olvidar que


las parejas de las que hablamos han iniciado una vía contenciosa no sólo
en el aspecto legal, sino también en el relacional y afectivo.
El papel del mediador, explicado teóricamente en la sesión informa-
tiva, debe quedar claro en la práctica. En este aspecto su confidenciali-
dad adquiere una especial relevancia, pues no es difícil que los usuarios
lo vean como un posible confidente del juez. Se plantea como necesaria,
por tanto, una total independencia de aquél y, si es necesario, la acepta-
ción explícita por el juez de su posición ante las partes.
El contexto también afecta a la neutralidad del mediador. Como
hemos visto, hay presupuestos generales que, respaldados legalmente y
salvo excepciones, adquieren un carácter incuestionable: los hijos deben

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tener algún tipo de acceso a los dos padres, ambos deben contribuir a las
necesidades afectivas, educacionales y económicas de los hijos. Por otra
parte, la independencia antes aludida permite que los acuerdos obtenidos
en mediación tiendan a ser sensiblemente diferentes de las medidas judi-
ciales: sistemas de relación más flexibles, custodias más compartidas,
repartos de bienes vividos como más justos, etc.
Recordemos los presupuestos

• El divorcio no es el fin de la familia.


• El divorcio es doloroso para todos.
• El conflicto mantenido en el tiempo produce mayores repercu-
siones negativas.
• El mejor interés de los hijos es el mejor interés de sus padres.
• Las parejas se separan, los padres no.

Creación de un espacio cooperativo


El primer paso para que la mediación ocurra es que las partes se sien-
tan implicadas en el inicio del proceso en el que la cooperación y la volun-
tad de resolver amistosamente los conflictos son los ejes principales y
donde no cabe, por tanto, el engaño ni las falsas intenciones. Conseguir
definir este espacio no siempre es fácil, sobre todo cuando la pareja ha
desarrollado un funcionamiento previo de carácter contencioso.
Evitación inicial del conflicto (Saposnek, 1983). Muchas parejas
están acostumbradas a una dinámica de disputa que a veces ha durado
años. Cuando llegan a mediación tienden a poner en marcha la misma
manera de interaccionar, de forma que, si el mediador no lo evita, al final
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del primer encuentro pueden sentir que éste ha sido más de lo mismo, que
la otra parte se ha comportado como siempre y, por tanto, que las posi-
bilidades de solución siguen siendo escasas. El objetivo es conseguir que
ambos identifiquen el espacio de la mediación como un lugar en el que
pueden ocurrir cosas diferentes, donde uno y otro pueden poner en mar-
cha actitudes más positivas. El mediador debe desarrollar aquí la habili-
dad para la detección previa de la elevación de la tensión asociada a los
conflictos, intentando que estos se identifiquen, se nombren, pero sin
entrar en ellos, sin profundizar hasta que el terreno no esté preparado. A
veces las prisas de las partes y del mediador por entrar enseguida a fondo
en los temas pueden conducir directamente al fracaso. Aldo Morrone
denomina a esta estrategia sobrevuelo.

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Evitar inicialmente el conflicto es lo que el mediador había intentado con


Inma y Luis cuando los conoció. Para ello hubo de valerse además de técnicas
que bloqueasen sus constantes escaladas. Al principio fue necesario un intenso
esfuerzo por lograr que hablasen de sus diferencias sin entrar en ellas, pues apa-
rentemente eso era lo que provocaba las discusiones. Para ello bastaba con que
cada uno pudiera dar su visión general del tema, le pusiera un título, sin nece-
sidad de abordar las causas, desarrollar las posiciones o cuestionar las del otro.
Inma y Luis pudieron definir dos temas: la relación de cada uno de ellos con
su hijo y la manera de asumir las responsabilidades económicas

Informar y esperar (Saposnek, 1983). La mayoría de las personas que


acuden a mediación se encuentran en su primer proceso de separación, un
proceso para el que muchas veces no están preparadas. La falta de infor-
mación previa o la carencia de modelos cercanos hacen que la ruptura y
sus consecuencias supongan un repentino abismo ante el cual es difícil ele-
gir los caminos más adecuados sin temor al fracaso. Muchas piensan que
nunca podrán aceptar la pérdida, otras que la superaron como algo pun-
tual que ya pasó. Aquí la persona mediadora se ofrece como informadora,
adaptando el contenido de su experiencia al momento que cada uno de los
dos miembros de la pareja está viviendo. Intenta normalizar sentimientos
y plantea una visión de proceso, en la que el factor tiempo adquiere una
relevancia vital. Habla de fases, de momentos en los que ocurren cosas
diferentes y ayuda a situar a las partes en un camino que deben transitar.
En los comentarios iniciales sobre sus hijos, Irene mostró su preocupa-
ción porque siempre se habían ido llorando con su padre, a lo que Francesc
añadió que, cuando tenían que volver con su madre, le decían que querían que-
darse más tiempo con él. El mediador intentó normalizar esta situación expli-
cando que los hijos, en función de su edad, utilizan una serie de estrategias,
conscientes e inconscientes, que les ayudan a enfrentarse a los aspectos más
impredecibles, para afrontar los efectos incontrolables y dolorosos de la rup-
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tura de sus padres. Así, es muy habitual que las ansiedades ante las separacio-
nes puedan expresarse mediante dificultades para alejarse de uno y otro padre
cada vez que se produce el intercambio correspondiente a las visitas (por ejem-
plo llorando al ir con su padre y llorando al regresar con su madre). Esta afir-
mación sirvió para continuar y pareció tranquilizar a los dos. Si no hubiese
sido así, posiblemente tendría que haber profundizado algo más en el tema.

Connotación positiva. Cuando las personas vienen preparadas para la


confrontación y la descalificación, pueden encontrase sorprendidas y, por
tanto, sensibilizadas hacia este nuevo contexto si el mediador es capaz de
reconocer algunos de los muchos aspectos positivos que seguramente
poseen. No se trata tanto de resaltar los valores individuales de cada uno

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(lo cual podría comprometer nuestra neutralidad) como identificar elemen-


tos comunes que pueden señalarse. En general tienen que ver con el ejer-
cicio de su parentalidad y persiguen recuperar una parte de la realidad que
ha quedado en segundo plano. El objetivo es crear un tono emocional
menos agresivo al mismo tiempo que resaltar sus propias capacidades.
Cuando Dulce y Jesús fueron preguntados por su hijo, ambos coincidieron
en resaltar que era un buen estudiante, muy responsable y cariñoso. El media-
dor quiso felicitarlos, pues a pesar de los años de litigio y de todas las descali-
ficaciones mutuas que se habían ido haciendo (y que surgirían también a lo largo
del proceso de mediación) parecían haber conseguido que su hijo fuera como
le estaban describiendo, y eso con toda seguridad era mérito de los dos.

Reencuadres. Reencuadrar significa «cambiar el propio marco con-


ceptual o emocional, en el cual se experimenta una situación, y situarla
dentro de otra estructura, que aborde los —hechos— correspondientes a
la misma situación concreta igualmente bien o incluso mejor, cambiando
así por completo el sentido de los mismos» (Watzlawick y col., 1976).
En los momentos iniciales, esta técnica es especialmente útil para modi-
ficar las tendencias confrontativas y convertirlas en colaborativas.
Afecta a diferentes niveles. Uno de ellos puede ser el lenguaje legal
que todas las parejas incorporan, sustituyendo a su propia manera de
expresar las cosas.
—Me gustaría tener un régimen de visitas muy amplio, el máximo que
permita la ley—, había señalado Mario al comenzar a identificar los temas.
—¿Qué quieres decir con «régimen de visitas»? —preguntó ingenua-
mente el mediador.
—El tiempo que estaré con mis hijos.
—Así que tu interés es poder pasar con tus hijos el mayor tiempo posi-
ble que vosotros podáis acordar, ya que la ley no dice nada al respecto.
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En otros casos afecta a la manera de dirigirse a la otra persona, inclu-


yendo un formato litigante.
A medida que Mario aceptaba la idea de la separación parecía haber ini-
ciado también un curso de Derecho:
—Lo que la otra parte quiere es que yo me vaya a vivir debajo de un
puente.
—Cuando dices «la otra parte», ¿te refieres a ella?—, señalando a
Merche.
—Claro—, sorprendido.
—Así pues, te preocupa que Merche no tenga en cuenta que tú también
necesitas un lugar digno en el que vivir.

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También respecto al contenido de los temas.


—Primero de todo, él tiene que pagarme la pensión a la que le ha con-
denado el juez—, comentó Merche en otro momento, haciendo referencia al
auto de Medidas Provisionales.
—¿Quieres decir que Mario debe contribuir a los gastos de los niños?

Como afirma Marinés Suares, es posible reencuadrar los contenidos,


el contexto y la relación entre las personas involucradas en la situación
conflictiva.

Focalización en la interdependencia de las partes


El conflicto ha producido una hiperactivación de las pautas compe-
titivas frente a las cooperativas. El mediador puede ayudar a las partes a
retomar la consciencia sobre la existencia de estas últimas dedicando un
breve espacio a su reconocimiento. Tjosvold (1994) propone un método
estructurado en cuatro fases para lograr este objetivo:
A. Los protagonistas enumeran individualmente sus grandes metas
y aspiraciones con relación a lo que se ha de decidir.
B. Cada uno de ellos piensa en cómo puede ayudar al otro en la bús-
queda de sus objetivos.
C. Negocian y buscan acuerdos sobre la forma en que podría llevarse
a cabo este apoyo mutuo.
D. Reflexionan conjuntamente sobre el proceso.
Intervenciones de este tipo facilitan el abordaje posterior de los autén-
ticos conflictos. Incluso en duras disputas sobre la custodia es posible,
por ejemplo, pedir a un padre o a una madre que, previamente a la dis-
cusión del conflicto, piensen en cómo puede apoyar el deseo del otro de
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mantenerse como una figura de referencia respecto a los hijos.

10.4. DEFINICIÓN DEL CONFLICTO


Visiones de los temas:

• Definir temas de mediación.


• Posturas, necesidades e intereses.
• Intereses comunes y compatibles.
• Agenda oculta.
• Emociones.

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Identificación de los componentes del conflicto


Se revisan las soluciones intentadas hasta ahora, diferenciando los com-
ponentes familiares y los componentes legales. Seguramente, los intentos
de negociación, las posturas más o menos duras y el enfrentamiento judi-
cial han producido unos daños que conviene valorar, reconocer y redefinir.
A modo de ejemplo, no es extraño encontrarse casos en los que un padre,
reiteradamente, intenta a través del juzgado afianzar una débil relación con
sus hijos, lo que incrementa el malestar de la madre y a su vez agudiza las
dificultades con los hijos. La solución se ha convertido en el problema y
hay que buscar otros componentes del conflicto que permitan una apertura
del mismo. En este sentido, Moore (1986) identifica cinco tipos de proble-
mas que dificultan una dinámica de colaboración: las emociones intensas,
las percepciones erróneas o los estereotipos esgrimidos por una o ambas
partes en relación con la otra o con las cuestiones en disputa, los proble-
mas relacionados con la legitimidad, la falta de confianza y la mala comu-
nicación. Hay técnicas específicas para cada uno de ellos que facilitan la
definición del conflicto en términos de posiciones e intereses, necesidades,
motivos o valores, ayudando a diferenciar estos últimos de las primeras y
a preparar una definición alternativa que permita la búsqueda de solucio-
nes. Seguimos la excelente clasificación ofrecida por Marinés Suares (1996)
para ver la utilización de diferentes tipos de preguntas.
Preguntas informativas. Para recibir información sobre el conflicto,
sus antecedentes, la disputa, las pretensiones de las partes, sus percepcio-
nes, el tipo de interacción. Además son preguntas que sirven para crear
relación entre el mediador y los participantes. Algunos ejemplos:
—¿Cómo decidisteis que Luis recogiese por las tardes al niño de la
escuela infantil?
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—Luis, ¿qué significado tiene para ti compartir la custodia?


—Inma, ¿cómo crees que está llevando tu hijo vuestra separación?
—Inma, ¿cómo le pareció a tu madre que os separaseis?

Preguntas para respuestas «malformadas». Se trata de «repreguntas»


cuyo objetivo es clarificar o aumentar la información que se ha dado des-
pués de una primera pregunta. Esta autora señala su utilidad ante seis tipos
de respuestas: generalizaciones, en negativo, sin sujeto, con omisiones y
respuestas que transforman los procesos en eventos o acontecimientos
—¿Cómo decidisteis que Luis recogiese todas las tardes al niño de la
escuela infantil?
—Siempre lo hemos hecho así —contestó Luis con rapidez.

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—¿Cuando vivíais juntos también?


—Bueno, no negarás que muchas veces iba mi madre —se apresuró a
matizar Inma.

—Luis, ¿qué significado tiene para ti compartir la custodia?
—Para mí no hay una alternativa mejor.
—Pero hay otras alternativas. ¿Podríamos hablar de ellas?

—Inma, ¿cómo crees que está llevando tu hijo vuestra separación?
—Se sufre mucho en estas situaciones.
—¿Quieres decir que piensas que tu hijo está sufriendo?
—No lo sé. Yo sufrí cuando mis padres se separaron.

—¿Cómo os ayudan vuestras familias con el niño?
—Es que aquí se ha metido mucha cizaña —contesta Luis.
—¿Quién ha metido cizaña?
—Su madre se ha metido mucho.

—Inma, ¿cómo le pareció a tu madre que os separaseis?
—Lo aceptó.
—¿Cómo hiciste para que lo aceptase tan rápido? —insistió el mediador.
—No le queda más remedio. Lo que más le costaba es no poder ver al
niño todos los días.
—Desde que Luis no le recoge en la escuela, lo hace tu madre. ¿No es así?
—Ella siempre ha estado dispuesta a ayudar.

Preguntas desestabilizantes. Pretenden conseguir cambios en las his-


torias, en las definiciones del conflicto que tienen las personas, que per-
mitan la elaboración de definiciones alternativas. Pueden servir para que
las partes reflexionen sobre el contenido, para producir cuestionamien-
tos, para protagonizar, para lograr reconocimiento del otro y para circu-
larizar. Por ello suelen ser preguntas «circulares».
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—Irene (en la primera sesión individual con ella), si ahora le planteases


a Francesc si quiere venir a mediación, ¿qué te diría?
—Francesc, dices que no sabes cómo se sentían los niños cuando salían
de casa para irse contigo, pero si supieras ¿cómo sería?
—Francesc, ¿acaso piensas que Irene no sería capaz de hacer un presu-
puesto?
—Irene, ¿cómo crees que se sentirá Francesc si tiene que pasarse un mes
sin ver a los niños?
—Francesc, ¿cómo se cubrirán los gastos de los niños si tú dejas de pasar
el dinero?
—Irene, ¿crees que Francesc está satisfecho con el cálculo que habéis
hecho?

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Reflexión, resumen y esclarecimiento (Folberg y Taylor, 1984).


Mediante la reflexión, el mediador hace referencia a contenidos y emo-
ciones asociadas al conflicto y que han quedado latentes en las definicio-
nes que dan los participantes. El esclarecimiento permite confirmar lo que
se ha dicho y el resumen sintetizar todos los contenidos. Estos tres ele-
mentos ayudan a canalizar la comunicación hacia una definición clara del
conflicto que abra las puertas a una definición alternativa.
Javier explicaba así su postura:
—Quiero ver a mis hijos porque soy su padre. Esther tiene que aceptar
que me separé de ella. No quiero condiciones. Si me equivoqué ya se verá
pero cuanto más tiempo pasa es peor. Lo único que pido es verlos. No sé
cómo estarán porque no puedo ni hablar con ellos. Seguro que estarán bien
cuando me vean...
El mediador intentó resumir:
—Javier, quieres seguir haciendo de padre y te sientes mal porque no
encuentras la forma. No tienes una idea clara de cómo están viviendo tus hijos
la ruptura y sería bueno que la tuvieses para pensar en cómo reanudar el con-
tacto con ellos. Creo que Esther podría ayudarnos en eso.

Redefinición del conflicto en términos familiares


Cada uno de los componentes anteriormente identificados tiene un
referente familiar que puede ser rescatado en términos de intereses o nece-
sidades legitimables. Este proceso implica, de una parte, la recuperación
de términos propios de la familia a la hora de denominar conceptos lega-
les que han invadido su lenguaje, como régimen de visitas, custodia o
pensión. Pero la visión ecológica que hemos descrito, también supone un
trabajo de búsqueda de necesidades que engloban a todas las partes. Así,
una pareja que también disputa por el uso del domicilio conyugal, puede
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plantear su conflicto de otra manera si entiende que, a partir de ese


momento, la familia necesitará dos domicilios y que seguramente los dos
estarán de acuerdo en su deseo de que los hijos de ambos puedan vivir lo
más dignamente posible en cada uno de ellos.
Relato de anécdotas y empleo de metáforas (Saposnek, 1983). La uti-
lización de pequeñas historias, a veces metafóricas, tiene la utilidad de ofre-
cer una información indirecta sobre la situación conflictiva que la pareja
está mostrando, buscando un eje común en el que el desarrollo lleva a una
solución diferente a la que ellos están viviendo. Pueden incluir elementos
humorísticos dirigidos a modificar el tono emocional del encuentro o pro-
vocadores con el objetivo de cuestionar algunos posicionamientos rígidos.

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Tanto Inma como Luis hicieron referencia en diferentes momentos a la


situación de presión a la que estaba siendo sometido su hijo. Claro que, para
los dos, quien tiraba del niño siempre era el otro. Ante la dificultad para asu-
mir la doble presión que estaban efectuando y las posibles salidas a estas acti-
tudes, el empleo de la metáfora de Salomón y las dos mujeres que disputa-
ban por un niño pareció producir una buena apertura. También conectaron
con la dificultad que pueden tener dos ojos para visionar al mismo tiempo a
los dos jugadores de un partido de tenis. Se puede mirar alternativamente a
uno y a otro. El problema es que si la partida dura demasiado tiempo el dolor
de cuello es inevitable. También es posible intentar mirar a un jugador con
cada ojo. Hay niños expertos en ello, pero aquí el dolor de ojos o incluso el
estrabismo no tarda en aparecer. Otra manera es contemplar el juego desde
lejos, pero los niños están demasiado cerca. Para evitar dolores lo mejor es
mirar únicamente hacia un lado. Muchos niños optan por esta estrategia.

Legitimación
A nuestro entender, la pieza clave en el proceso de cambio necesario
para generar una actitud realmente colaboradora entre las partes. Es a tra-
vés de una consecución efectiva de este movimiento que se sienten en
disposición de iniciar un auténtico diálogo en términos diferentes a las
posibles confrontaciones previas. La legitimación requiere una secuencia
de tres pasos (Diez y Tapia, 1999): legitimación por parte del mediador
de las dos personas en conflicto, legitimación individual de cada una de
ellas y legitimación entre ellos. Habría que añadir un paso previo, al que
ya hemos aludido, y que tiene que ver con la legitimación que las partes
hacen hacia la figura del mediador. Estamos hablando, por tanto, de un
proceso a través del cual, cada uno de los elementos que conforman el
sistema de la mediación adquiere un papel reconocido por sí mismo y por
los demás, caracterizado por poseer elementos potenciales de influencia
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compartida en el cambio deseado.


Era obvio que el proceso con Esther y Javier no podría avanzar si no
había un cambio en el eje manipulación-abandono en que se movían. Para el
propio mediador también era difícil no pensar en esos términos. Seguro que
Esther manipulaba a los niños, pero ¿quien no lo hace? y, además, la convi-
vencia con ellos y la relación previa (era su madre) hacían que inevitable-
mente los sentimientos se traspasasen. Estaban unidos en el abandono. No
era necesaria una voluntad de Esther de manipular. Era legítimo que tuviera
dificultades para apoyarlos en la relación con su padre. Decirles a sus hijos
que todo estaba bien sería engañarlos. Por su parte, Javier parecía haber salido
huyendo de casa. Ni siquiera se despidió de sus hijos y de manera inmediata
quería que éstos se subieran al tren de su nueva vida. La decisión de sepa-

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rarse había sido tan dura que no se había sentido con fuerzas de afrontarla
con Esther y los niños. Seguramente había escondido la cabeza ante el pro-
blema, pero era su padre y aún estaba a tiempo de hacer las cosas bien. Era
legítimo que quisiera verlos, pero tenía que respetar su tiempo.

Legitimación:

• Del mediador.
• De las partes.
• Legitimación cruzada.
• Reconocimiento mutuo

10.5. DEFINICIÓN ALTERNATIVA DEL CONFLICTO


Visiones comunes:

• La cara oculta del conflicto.


• Resaltar acuerdos previos.
• Promover acuerdos sencillos.
• Buscar objetivos compartidos.

Reformulación de las posiciones legales


El proceso contencioso ha generado unas posiciones que definen el
conflicto legal y que, en numerosas ocasiones, no coinciden con las que
había previamente a su inicio. Conviene diferenciarlas. A veces el con-
flicto judicial se inició con un padre que solicita la custodia (posición legal)
porque siente que no se le permite participar en las decisiones sobre sus
hijos (necesidad real), o con una madre que quiere reducir las visitas (posi-
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ción legal) porque el padre cuestiona constantemente su función cuidadora


de los niños (necesidad real). Algunas estrategias utilizadas en los proce-
sos pueden suponer que, por ejemplo, se solicite una pensión más alta de
la que se necesita o, por el contrario, se ofrezca una menor de la que se
puede dar (posiciones legales). Esta costumbre, habitual en el mundo legal,
puede ser personalizada por los usuarios e identificada como una actitud
agresiva de la otra parte, lo que intensifica y rigidifica el conflicto.
En los casos más típicos de Síndrome de Alienación Familiar, la posi-
ción legal de un progenitor es pedir que se cumpla el sistema de relación
estipulado, mientras que la del otro, por el bien del menor, que se sus-
penda. Esta disputa no tiene salida. Unas posiciones más realistas podrían

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suponer la posibilidad de trabajar conjuntamente para que el hijo tenga


dos padres, pero garantizando unas condiciones que le eviten tensiones
innecesarias.
De esta forma, es necesario identificar las posiciones legales, y una
vez definidas éstas, trabajar para entender cuáles son los intereses y las
necesidades reales a que responden. El problema queda auténticamente
replanteado cuando se ha finalizado este proceso, y preparado para el
intento de generar unas nuevas posiciones sobre las que realizar una autén-
tica negociación.
La legitimación de los intereses y la redefinición de las posiciones
permiten avanzar hacia la siguiente fase, facilitando el terreno para la
negociación. En coherencia con la filosofía del proceso, resulta útil colo-
car en un lugar central las necesidades de los hijos y relacionarlas en todo
momento con las de los padres. Sólo así podremos encontrar una legiti-
midad aceptada por las dos partes.
El objetivo de esta fase, por tanto, es que el mediador y las partes se
pongan de acuerdo sobre los problemas reales que definen el conflicto.
Jesús y Dulce decidieron participar en la mediación. Habían hablado
con sus abogados que también estaban de acuerdo en intentarlo. En el actual
proceso de divorcio ambos solicitaban la custodia individual de su hijo. A
pesar de la negativa de éste, Dulce consideraba que la obligación judicial
pondría las cosas en su sitio. Al mismo tiempo litigaban por el uso del domi-
cilio conyugal, en el que habían estado viviendo madre e hijo desde la rup-
tura y, una vez más, por la cuantía de la pensión de alimentos. El mediador
planteó que durante estos años ambos habían estado defendiendo en el juz-
gado lo que cada uno consideraba que era lo mejor para su hijo, pero esta
defensa era en contra del otro, lo que la transformaba en un ataque. La gue-
rra había hecho mucho daño y tal vez no fuera posible avanzar si no se cura-
ban algunas heridas.
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Momento de desagravio
Las acciones legales emprendidas suelen suponer, como hemos visto,
el empleo de argumentos distorsionados, amplificados y elaborados en
términos agresivos y descalificadores. En este momento, la pareja revisa
conjuntamente todo el proceso, analiza los daños producidos y desactiva
la historia superflua utilizada destructivamente. El mediador ayuda a apla-
car el efecto de las ofensas. En ocasiones basta con el reconocimiento
expreso, por las dos partes, del agravio cometido. En otras, puede ser
necesaria la ratificación escrita del desagravio mutuo, mediante retraccio-
nes expresas que formarán parte del acuerdo final.

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Los dos pudieron reconocer que se habían dicho muchas cosas que no
tenían sentido, que se habían exagerado algunas acusaciones y que se habían
visto en la necesidad de utilizar todos los medios posibles para descalificar
la «candidatura» del otro más que para «vender» la propia. A Dulce le habían
dolido especialmente algunos cuestionamientos ¡que se habían mantenido en
el tiempo! sobre los cuidados del niño durante sus tres primeros años de vida,
las descalificaciones respecto a la implicación de su propia madre en dichas
atenciones y la participación de algunas amistades comunes como testigos
en el juzgado. Jesús no podía perdonar la falta de flexibilidad de ella para
poder relacionarse con su hijo los primeros años de la ruptura, cuando, tras
las Medidas Provisionales, únicamente podía verle los fines de semana alter-
nos desde el sábado por la mañana hasta el domingo por la tarde. Tampoco
olvidaba las serias acusaciones que constaban en los escritos judiciales (que
a toda costa intentaba mostrar al mediador) en que se afirmaba que él había
sido un niño maltratado en su infancia, o la utilización por parte de Dulce
de un detective privado para constatar que él había iniciado una relación sen-
timental con otra persona. Hablar de todas estas cosas no fue nada fácil ni
corto, pero fue necesario reconocer y relativizar sus efectos, fue preciso un
simbólico perdón mutuo que no borró todos los daños, pero permitió conti-
nuar hablando.

Técnica del desagravio:

• Revisión conjunta del proceso conflictivo.


• Valoración de daños producidos.
• Desactivación de la historia superflua utilizada en el litigio.
• Reconocimiento expreso de los agravios.
• Historias alternativas.

Definición alternativa del conflicto


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Si es aceptada, se convierte en la base sobre la que llevar a cabo las


negociaciones y edificar los acuerdos. Haynes (1993) plantea que esto es
posible porque la persona mediadora ha creado la duda en la mente de
ambas partes acerca de la validez y pureza de sus historias originales, sin
desafiar la imagen de sí misma de cada parte, utilizando estrategias como
son la normalización del problema y la reciprocación en su responsabi-
lidad. Es una elaboración compartida que conduce a intentos cooperati-
vos de solución donde las partes y el mediador se convierten en mutua-
mente interdependientes. Haciendo nuestras las palabras de O’Hanlon y
Weiner-Davis (1989) «puede entenderse esto como una danza. Hay un
intercambio constante durante la danza, de modo que tras un cierto tiempo

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es difícil decir quién está llevando y quién se deja llevar. Cada bailarín
tiene su estilo; la fusión de dos estilos es lo que constituye la danza. Nues-
tro estilo es danzar al ritmo de las fuerzas, las soluciones y la competen-
cia. A menudo nuestros clientes nos siguen y empiezan a aportar su pro-
pia parte en esa danza».
En esta línea, en algunos casos, los padres se comprometen a redac-
tar una historia que, desde una óptica diferente, pueda hacer comprensi-
ble a los hijos la explicación de hechos como la ruptura, la salida del hogar
de uno de ellos y otros hechos relevantes del conflicto.
Historias alternativas (Suares, 1996, 2002). Se trata de una nueva
construcción sobre las diferencias de las partes, elaborada con su propio
lenguaje, que recoge las necesidades legítimas de todos y donde, en la
medida de lo posible, se plantean alternativas comunes a conseguir. Esta
definición tiene el valor de constituir el producto común del espacio de
mediación, pues todos los participantes se reconocen en ella.
Jesús, sientes que has estado años intentando arañar pequeños espacios
con tu hijo y te parece que ahora se pueden compensar tus esfuerzos. Y tú,
Dulce, te sientes contrariada cuando eres consciente de los deseos actuales
de tu hijo. Has llegado incluso a pensar que no tiene derecho a compensar así
tus esfuerzos. Estáis de acuerdo en que lo importante es que tenéis un hijo
que ha conseguido que os sentéis juntos en este lugar. Antes eso no era posi-
ble. Ahora los dos queréis acabar con la guerra. Estáis cansados y, a pesar de
lo bien que parece marchar vuestro hijo, los dos reconocéis que también está
cansado. En estos momentos valoráis que no es tan importante quien tiene la
custodia o no, sino de qué manera vuestro hijo puede empezar a tener unos
padres, no un padre y una madre enfrentados, sino unos padres que pueden
comenzar a trabajar en equipo. Eso sí, despacio. Podemos empezar por hablar
de cuales son sus necesidades y de qué manera pueden cubrirse. Este es un
espacio de padres. Ya no sois una pareja que se está separando.
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Historia alternativa:

• Personajes ubicados positivamente.


• Con necesidades legitimas.
• Que cooperan.
• Para encontrar una salida.

Disolución de la disputa legal


Los estudios sobre la disonancia cognitiva (Festinger, 1957) nos ilus-
tran sobre la necesidad de auto-justificar las propias actitudes para evitar

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caer en situaciones de incoherencia. Así, el haber mantenido con fuerza


una determinada postura durante el proceso legal previo, con las impli-
caciones que ello conlleva, dificulta su modificación, pues ello pondría
en entredicho no sólo muchas de las argumentaciones que ya han que-
dado escritas en los expedientes judiciales, sino también las consiguien-
tes justificaciones cognitivas desarrolladas al efecto. Cuanto más duros y
agresivos han sido estos argumentos más inamovible es la posición. Pero
sabemos que la disputa legal se disuelve en la medida en que se disuel-
ven sus argumentos. Por ello, el trabajo realizado en los momentos ante-
riores ha hecho que las posiciones legales pierdan su sentido y que sean
abandonadas progresivamente a lo largo del proceso, sin la necesidad de
un difícil reconocimiento explícito al respecto. En este momento muchas
personas han olvidado los términos en que su propio abogado planteó la
demanda inicial en el juzgado y, lo que es más importante, los de la otra
parte.
El terreno para una negociación sobre los auténticos intereses y nece-
sidades está preparado.
En estos momentos del proceso, Jesús y Dulce habían «olvidado» su liti-
gio por la custodia y comenzaban a hablar de las necesidades de su hijo y de
qué manera podían cubrirse. Hablaron de tiempo, de educación, de espacio,
de afecto o de dinero y comenzaron, con la ayuda del mediador, a construir
una nueva realidad basada en dichas necesidades. Comenzaba así el autén-
tico proceso de mediación.

10.6. Creación de opciones y alternativas

• Ideas encadenadas.
• Nuevas soluciones.
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• Aportaciones constructivas.
• Procesos de decisión.

El objetivo de esta fase es obtener propuestas alternativas, adecuada-


mente valoradas y viables para una negociación. Parte de la conocida «llu-
via de ideas». Cada una de las partes ofrece las alternativas que se le ocu-
rren, teniendo cuidado de que el lenguaje sea del tipo «podríamos hacer»,
«se podría hacer», o «sería bueno que», en vez de «yo quiero» o «tiene
que ser». No cabe duda que las propuestas siempre vendrán en función
de los propios intereses, pero lo importante es que el trabajo de la fase
anterior y el lenguaje utilizado ayuden a plantear opciones diferentes de
las iniciales.

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Esta fase es similar en todos los modelos de mediación, lo que hace


que en los conflictos que estamos abordando no se diferencie de los
demás. Simplemente cabe resaltar que la privilegiada posición de la per-
sona mediadora debe permitirle conocer con profundidad el funciona-
miento del sistema legal y con ello ayudar más eficazmente en el proceso
de valoración sobre la viabilidad de las opciones planteadas.
Recordemos que la persona mediadora es agente de realidad (Taylor,
1988). Ayuda a los participantes a desarrollar criterios objetivos para las
decisiones, mantiene el equilibrio comunicacional entre los participantes,
subraya las objeciones y reconoce el derecho a tenerlas, al mismo tiempo
que pregunta sobre las peores consecuencias que podrían ocurrir.
Luis no podía entender las preocupaciones (él las llamaba «manías») de
Inma respecto a la estabilidad de su hijo. Esto le colocaba en una postura muy
cuestionadora de la actitud de su compañera, lo que hacía que ella, a su vez, se
situase en una posición cada vez más defensiva en el abordaje del tema. La
situación se desbloqueó permitiendo que Inma expresase, sin interrupciones de
Luis, sus preocupaciones, reconociendo que era normal que ella le diera vuel-
tas a esa posibilidad y preguntándole qué sería lo peor que a ella se le ocurría
que pudiera pasar. Inma pudo hablar de cuestiones más concretas como la difi-
cultad de su hijo para identificar cual era su casa, la organización del tiempo
con relación a las necesidades del niño y otras que supusieron un inicio de nue-
vas conversaciones entre ellos centradas en cómo resolver estas cuestiones.

Sabemos que en ocasiones es necesaria una confrontación directa con


la persona mediadora para activar propuestas. Esta puede abordar las difi-
cultades ofreciendo su punto de vista sobre las mismas. A veces se motiva
una decisión retirando el poder de decidir a un participante que se mues-
tra resistente. Una manera de llevar a cabo esta intervención consiste en
declarar un punto muerto o sugerir que la cuestión puede ser decidida
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por un juez ya que ellos no pueden hacerlo. Una intervención aún más
paradójica supone normalizar el derecho de las partes a bloquear la toma
de decisiones, proporcionando una razón para la indecisión. La paradoja
legitima el derecho a la ambivalencia y proporciona el control para cam-
biar.
En algunos momentos Inma se sentía desmotivada para continuar ante
la «tozudez» de Luis para no admitir una custodia individual. Cuando se les
reconocía el no poder intentar realizar una elección acertada en ese momento
y, por lo tanto, el tener que esperar hasta estar seguros, ellos mismos insis-
tían en la necesidad de finalizar el proceso buscando nuevas alternativas. Una
de ellas fue consultar a un abogado sobre los diferentes tratos judiciales que
pueden recibir ambos sistemas de custodia.

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10.7. NEGOCIACIÓN

• Retomar necesidades.
• Criterios objetivos.
• Periodos de prueba.
• Ruptura de puntos muertos.
El objetivo de esta fase es la consecución de acuerdos legalmente via-
bles en el máximo de problemas planteados, a través de una negociación
limpia, en la que las dos partes puedan mantener un equilibrio adecuado
de poder y donde las necesidades y los intereses de todos sean el foco
principal más que las posiciones conflictivas.
La negociación debe poder hacerse sin reservas, pero aquí teniendo
en cuenta que el temor a la utilización de la información ante el juez es
notablemente más elevado cuando se viene de un proceso contencioso.
Ceder en una posición legal hace que ésta sea difícilmente sostenible en
una posible continuidad futura de dicho proceso, cuya sombra siempre
está presente. El trabajo previo de la persona mediadora en cuanto a la
inyección necesaria de fuertes dosis de confianza y buena voluntad ayuda
a contrarrestar este efecto.
En muchos casos se hace patente la permisión de dejar que sea el juez
quien decida con la única motivación de no ceder. Ello hace que surjan
acuerdos en los que se ha podido pactar todo menos la custodia de los
hijos, que queda sometida al dictamen del juez.
Ruptura de puntos muertos (Salius y Dixon, 1988). Cuando las par-
tes se cierran en argumentos que conciernen a los méritos de sus respec-
tivas posiciones, y tienden a entrar en regateos en los que ninguno está
dispuesto a ceder la persona mediadora puede llevar a cabo alguna de las
siguientes acciones:
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A. Redefinir el problema e insistir sobre la idea de que existen más


de dos alternativas.
B. Aumentar la duración de la sesión.
C. Terminar la sesión y concertar una más para continuar la discu-
sión.
D. Realizar una pausa.
E. Utilizar el humor sugiriendo alternativas imposibles o descri-
biendo el punto muerto en términos divertidos.
F. Hablar con los hijos.
G. Hablar con otros miembros significativos.
H. Probar una alternativa durante un breve periodo de tiempo.

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Todos estos movimientos pretender desviar el foco del punto de blo-


queo para retomarlo posteriormente en condiciones más positivas de nego-
ciación.
Sobre la base de que el niño viviría habitualmente con Inma, ella y Luis
intentaban dibujar el mapa del tiempo que pasaría con el padre, pero había un
punto insalvable: Luis quería que los fines de semana que le «tocaba» fuesen
desde el viernes a la salida de la escuela infantil hasta el lunes por la mañana
en que le llevaría de nuevo a la escuela. Inma creía que el niño era muy
pequeño y no aceptaba que los encuentros tuviesen que iniciarse antes del
sábado por la mañana y acabar después del domingo por la tarde-noche, con
alguna tarde entre semana. Ninguno de los dos podía moverse de esta postura.
Habían alcanzado, con muchas dificultades, un principio de entendimiento eco-
nómico que estaban consultando con los abogados, y los dos tenían la sensa-
ción de haber cedido demasiado. Ese no era un buen síntoma. Así que ahora
estaban inamovibles. No podían ceder más. La sesión se había prolongado más
de lo previsto inicialmente. El mediador hizo un último intento por buscar una
salida. Planteó que, efectivamente, el niño no se había separado nunca de su
madre, pero los dos reconocían que, antes de separarse, tenía muy buena rela-
ción con su padre. Propuso la idea de un sistema progresivo que fuese pro-
bado durante un tiempo y permitiera valorar su evolución. En él no era impres-
cindible empezar por la propuesta de Inma y acabar en la de Luis, sino que
podían plantearse otras opciones que incluso era posible que fuesen apare-
ciendo sobre la marcha. No tenían que decidir ahora todo el futuro de su hijo.
La tensión y el cansancio eran muy elevados, por lo que no se atrevió a utili-
zar el humor. Propuso que pensasen en esta línea hasta una nueva sesión.
Influencia hacia el acuerdo (Moore, 1995). La persona mediadora
puede utilizar su capacidad de poder sobre el proceso y su influencia en
él y en las partes para manejar algunos elementos de forma que se cana-
licen las interacciones hacia el acuerdo. Esta estrategia es el resultado de
administrar el proceso de negociación, el ambiente físico, el tiempo de
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las negociaciones, la comunicación entre las partes, el intercambio de


información entre ellas, sus hábitos relacionales, la duda y las consecuen-
cias involuntarias, al mismo tiempo que la influencia de terceros como
son sus colaboradores, los expertos o la autoridad.
Mario encontró un piso de alquiler y sus gastos se tuvieron en cuenta a
la hora de calcular todos los gastos. Merche fue progresivamente siendo más
flexible en su actitud respecto a la relación paterno-filial. Firmaron unos
acuerdos globales satisfactorios para los dos. Al final del proceso ambos valo-
raban que se habían sentido, desde el principio, en un camino que cada vez
más claramente los conducía hasta el acuerdo. La intervención sobre la rup-
tura, normalizando y aclarando sentimientos, la posibilidad de manejar y rec-
tificar los errores, la ayuda de la psicóloga o la sensación de responsabilidad

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sobre las propias decisiones, fueron algunos de los elementos que facilitaron
este camino. Por último, tuvieron la suerte de presentar personalmente su
acuerdo al juez, el mismo que había decidido las medidas provisionales, quien
los felicitó por el esfuerzo realizado y por haber tomado unas decisiones que
seguramente beneficiarían a sus hijos más que las que él pudiera tomar.

Método de los avances paulatinos hacia el acuerdo (Moore, 1995).


Se trata de dividir un tema en sub-cuestiones que permitan un abordaje
más sencillo y una resolución secuencial. Dividir el problema en frag-
mentos más pequeños puede ayudar a encontrar una solución global.
Para llegar a construir el calendario definitivo que Inma y Luis pondrían
en práctica fue necesario abordar la cuestión desde diferentes planteamientos.
Inicialmente Luis no pudo aceptar un sistema de «guarda y custodia/régimen de
visitas». Inma tampoco aceptó un sistema global que recogiese la posibilidad de
que el niño pernoctase con su padre tanto como él quería. Así que probaron a
construir el puzzle de una manera diferente: semana a semana. Se encontraron
con días festivos, puentes, aniversarios, vacaciones, tardes en las que Inma no
trabajaba, tardes en las que Luis no podía ocuparse del niño, días del padre y de
la madre y otras sorpresas con las que no habían contado. También contaron con
la madre de Inma. Pero cuando todo estaba a punto de ser acordado, Luis deci-
dió que no respondía a su idea de custodia compartida. No hubo más sesiones.

Resolución sobre la base del acuerdo en principio (Moore, 1995).


A diferencia de la anterior, el objetivo es la búsqueda de una fórmula o
principio general que permitirá alcanzar el acuerdo final.
Irene y Francesc pudieron calcular una fórmula, para ellos justa, que les
permitiese poder, en todo momento, saber cual era la contribución económica
de cada uno en sus responsabilidades sobre los hijos. Este sistema permitiría
en el futuro poder cambiar las cantidades si las situaciones laborales o los
ingresos y gastos se modificaban. También evitaría problemas a la hora de
afrontar gastos extras. Hicieron lo mismo con la relación con los hijos. Pen-
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saron en un sistema general que pudiese ser válido y aplicable al progenitor


con quien no conviviesen habitualmente los hijos. Después Francesc accedió
a que la custodia fuese ostentada legalmente por Irene.

10.8. REDACCIÓN DE LOS ACUERDOS

• Refuerzo y reconocimiento.
• Fortalecer soluciones.
• Expresión del compromiso.
• Escritura de acuerdos.
• Legalización.

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El objetivo de esta fase es la aceptación familiar de los acuerdos de


mediación. Una vez finalizada la fase de negociación y contrastado el
compromiso verbal con los acuerdos obtenidos, la persona mediadora los
hace constar en un documento que puede recoger todo aquello que la
pareja considere conveniente, incluso acuerdos legalmente irrelevantes.
Este será el acuerdo de mediación, si así es aceptado. Es conveniente hacer
la redacción delante de los interesados y que éstos participen activamente
en ella, personalizándola y adaptándola a su realidad. La persona media-
dora puede aceptar esto porque el documento resultante tendrá una vali-
dez afectiva y relacional, más que legal.
Se entrega una copia de los acuerdos a cada parte y se les exhorta a
que los discutan con sus abogados, y a que se los comenten a los miem-
bros significativos de su familia, en especial a los hijos, en espera de una
aprobación definitiva.
Orientar hacia el compromiso (Moore, 1995) Los acuerdos escritos
pueden verse reforzados con una serie de medidas dirigidas a favorecer
el compromiso de las partes con ellos. Algunas de ellas pueden ser: inter-
cambio de promesas en presencia de la persona mediadora o de otras figu-
ras con autoridad moral, intercambio protocolario de signos de reconoci-
miento o de pagos iniciales. Pueden ser gestos simbólicos de buena
voluntad o acuerdos escritos informales que incluyan alguno de los ges-
tos anteriores.
Esther y Javier acordaron que los niños estarían con su padre unos días
durante el verano. Para facilitar las cosas, al principio estarían presentes los
abuelos paternos. Acordaron que Esther no explicaría a los niños que los abue-
los estaban para esa función, pues eso podía incrementar en ellos el círculo
del rechazo, sino que simplemente les plantearía que saldrían algunos días
con el padre y los abuelos. En Septiembre volverían a verse con el mediador
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y, si todo iba bien, firmarían unos acuerdos más definitivos, pero el acuerdo
provisional tenía suficiente relevancia como para dotarle de algún protocolo,
así que decidieron escribirlo y firmarlo, eso sí, con la duración limitada que
correspondía. Incluyeron en él una cláusula de buena voluntad en la que
ambos se comprometían a facilitar a sus hijos su derecho a continuar teniendo
dos padres tras la separación.

Actividades simbólicas de terminación de un conflicto (Moore,


1995) Por sus características de proceso, resulta difícil identificar un ini-
cio y un final en los la vida de los conflictos, y más en los familiares,
donde la historia común de los participantes no desaparece con el acuerdo.
Por ello, es útil provocar algunos gestos que ayuden a las partes a situar
un punto psicológico relativo a partir del cual perciban una dimensión

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diferente del conflicto. Caben aquí todo tipo de rituales, que van desde
un simple apretón de manos hasta comportamientos más elaborados
mediante la creatividad del mediador y de las partes.
El proceso de mediación con Dulce y Jesús fue largo e intenso. Varias
veces estuvo a punto de fracasar. Para Dulce fue muy doloroso cederle la cus-
todia a Jesús, aunque estaba convencida que no iba a ser negativo para el
niño. Zanjaron varias cuestiones económicas que venían arrastrando desde
hacía tiempo. Decidieron vender el piso y repartir las ganancias. Eso permi-
tió a Jesús adquirir una nueva vivienda que no supusiese un cambio de cen-
tro escolar a su hijo. Dulce también buscó un domicilio cercano. Su hijo cre-
cía y se acercaban tiempos en los que los dos deseaban que pudiera ir a una
y otra casa según su deseo. Al terminar la última sesión, una vez firmados los
acuerdos sin excesiva solemnidad, el mediador los felicitó por el acuerdo.
Ellos le dieron las gracias por el esfuerzo. Él insistió que el trabajo lo hicie-
ron ellos, juntos, en equipo. Sugirió que se diesen la mano.
—Creo que éste puede ser el inicio de una larga amistad... de padres.
Cuando se fueron se quedó pensando dónde había escuchado esa frase
antes.

10.9. LEGALIZACIÓN DE LOS ACUERDOS


El objetivo de esta fase es la resolución legal del proceso basada en
los acuerdos logrados. Si el acuerdo se hace firme existen dos opciones
dependiendo del tipo de procedimiento y el momento procesal: en los pro-
cesos en los que se han obtenido acuerdos parciales, y en los de ejecu-
ción de sentencia, sería deseable que las partes pudiesen presentar el docu-
mento al juez para que éste los incorpore en su resolución; en los procesos
en los que se ha logrado un acuerdo global, es más conveniente la redac-
ción de un convenio regulador por los abogados, quienes solicitarán el
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cambio de procedimiento, de contencioso a mutuo acuerdo. Para la lega-


lización definitiva, las partes deben ratificar los acuerdos ante el juez y
éste, con la opinión preceptiva del fiscal debe aceptarlos.
Hemos participado en algunos casos en los que, a modo de ritual, la
pareja puede presentar personalmente el documento firmado al juez, quien
los felicita por el esfuerzo realizado. Pero esta y otras posibilidades depen-
den de la creatividad y flexibilidad del sistema mediador, del juzgado y
de las partes.
Una vez formalizados los acuerdos, los padres pueden explicárselos a
sus hijos, ya sea en el hogar familiar o en el propio contexto de mediación.
Cuando se ha finalizado la mediación se abre un periodo de segui-
miento, pactado con la pareja, con más o menos intensidad en función de

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sus necesidades, y que puede permitir ajustar las medidas ante la apari-
ción de posibles dificultades, y evitar nuevos procesos legales.

El acuerdo no es el fin ni tampoco el final

Técnicas y momentos del proceso:

Crear un espacio de cooperación


• Evitación inicial del conflicto.
• Información.
• Connotación positiva.
• Legitimación de roles parentales.
• Externalización.
• Humor.

Recogida de información y definición del conflicto


• Escucha activa.
• Preguntas informativas.
• Preguntas desestabilizantes.
• Reflexión, resumen, esclarecimiento.
• Hablar desde el Yo.
• Preguntas circulares.
• Preguntas de futuro.

Negociación y toma de decisiones


• Ruptura de puntos muertos
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• Influencia hacia el acuerdo.


• Avances paulatinos hacia el acuerdo.
• Resolución sobre la base del acuerdo en principio.

Acuerdos
Orientar hacia el compromiso.
Redacción de acuerdos.
Actividades simbólicas.

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11. PROTOCOLO DE ACTUACIÓN EN CASOS DE
ALIENACIÓN FAMILIAR:
PROGRAMA DE DISOLUCIÓN DE DISPUTAS
LEGALES (PDDL)

A modo de visión complementaria, a continuación se detallan, de


forma resumida, los momentos y contenidos esenciales del programa,
haciendo referencia (en cursiva) a las técnicas más relevantes que previa-
mente se han expuesto. Al mismo tiempo se tienen en cuenta algunos de
los elementos específicos de intervención en casos con SAF, teniendo en
cuanta además algunas aportaciones sobre el SAP de autores como Lam-
pel (1986), Lund (1995), Waldron y Joanis (1996), Walsh y Bone (1997),
Lowenstein (1998), Gardner (1999) y Vestal (1999).
El programa está estructurado entre siete y diez sesiones de una hora
y media de duración aproximada. En los casos más leves pueden ser sufi-
cientes cuatro o cinco. En los más intensos pueden precisarse más de diez.
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El intervalo entre sesiones varía según la disponibilidad de las partes, la


duración del rechazo y su intensidad. Oscila habitualmente entre encuen-
tros semanales y quincenales. A veces son mensuales.
La duración total del programa también oscila entre un mes en los
casos leves y recientes y seis meses en casos intensos y de más largo reco-
rrido judicial previo.
Este protocolo, por tanto, debe ser tomado como una orientación
general y adaptado a las peculiaridades de cada caso.
El programa puede ser interrumpido por cualquiera de las partes en
cualquier momento. En ese caso el mediador únicamente informa al juz-
gado de la interrupción. No da más información.

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Presupuestos específicos en casos de SAF


• El SAF no es un síndrome individual. Se trata de un síndrome fami-
liar en el que todos sus protagonistas tienen responsabilidad rela-
cional.
• Todos los protagonistas del SAF pueden participar en la mediación.
Los hijos lo hacen en función de su edad y grado de implicación.
• En el proceso de mediación, el rechazo filial se inscribe, como un
tema más, dentro del conjunto de todos los temas que la pareja o la
familia tiene que tratar.
• Es un requisito imprescindible que ambos se reconozcan legitimi-
dad como padres.
• El objetivo no es cumplir el «régimen de visitas», sino garantizar
la continuidad de dos progenitores.
• Hacer de padre o de madre es algo mucho más amplio que cumplir
un «régimen de visitas».

FASE I. Clarificación y reconversión de la demanda.


— Entrevista con el juez y con los abogados si es necesario.

FASE II. Valoración de la indicación del proceso.


Primer encuentro: Sesión informativa.
— Se realiza de manera conjunta. Si alguna de las partes lo solicita
puede iniciarse de manera individual.
— Presentación del mediador y de la mediación. Contextualización
de la función mediadora. Ubicación de la mediación en el proceso
judicial.
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— Referencia a la voluntariedad. El juez ha propuesto que asistan a


mediación, pero ellos tienen que decidir si quieren participar.
— Asesoramiento sobre el proceso psico-legal. Ventajas y desventa-
jas del proceso contencioso. La influencia en los hijos. El SAF.
La responsabilidad de los padres, de los abogados y del juez. Valo-
ración de los resultados que han conseguido hasta ahora.
— Se refuerza la competencia y responsabilidad de las partes.
— Diálogo a cerca de los presupuestos generales y específicos del
programa. Confidencialidad y neutralidad del mediador.
— Hay un presupuesto básico: el SAF puede ser perjudicial para los
hijos.

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— La mediación abarcará todos los temas que ellos quieran. Expan-


dir los temas facilita la involucración del progenitor aceptado en
el proceso.
— Sensibilidad hacia el momento evolutivo del conflicto. Se habla
de la posibilidad de avances acordes con el momento conflictivo.
Ha hecho falta tiempo para llegar a su situación actual y hará falta
tiempo para modificarla. Se intenta eliminar las culpas y ayudar
a percibir sensación de poder sobre el conflicto. Externalización.
— Breve encuentro con cada participante para conseguir confianza.
Se escuchan las prisas del progenitor rechazado y las excusas del
progenitor aceptado, pero el proceso requiere tiempo y la partici-
pación de ambos.
— Recogida de información: Tipo de interacción conflictiva, evo-
lución del proceso legal, evolución del SAF, antecedentes de
acuerdos, pautas de comunicación, voluntad de negociar, inten-
sidad y clase de conflicto, reparto de poder y otras personas
implicadas.
— Cuando finaliza este encuentro las partes deciden si quieren ini-
ciar la mediación. Se les recomienda que hablen con sus aboga-
dos y familia. Se intenta que reconozcan algo positivo de lo que
ha ocurrido que puedan transmitir a sus hijos.
— Si alguna de las partes no acepta la mediación se informa al juz-
gado de esta circunstancia y se da por finalizado el proceso.

FASE III. Encuadre del proceso.


Segundo encuentro.
— Información detallada sobre la estructura del proceso, duración,
reglas de funcionamiento, objetivos y posibles salidas.
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— Creación de un espacio cooperativo. Esta es una oportunidad para


el acuerdo. Se ofrece un espacio de padres. No es de la pareja de
lo que se va a hablar. El objetivo no es el cumplimiento de un
régimen de visitas, sino construir un camino para que ambos con-
tinúen ejerciendo de padres en una familia reorganizada. Evita-
ción inicial del conflicto; informar y esperar; connotación posi-
tiva; reencuadre.
— Se fija el tono emocional del proceso. El mediador regula el tono
de voz, la manera de mostrar las diferencias y los desacuerdos.
No están permitidas las descalificaciones ni los insultos.
— Se insiste en la neutralidad y la confidencialidad.

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— Si es necesario, breves encuentros individuales para abordar temo-


res y complicaciones.
— Focalización en la interdependencia de las partes. Hay un obje-
tivo común: el bienestar de los hijos. Los dos se necesitan mutua-
mente. Sus hijos necesitan unos padres, no un padre y una madre
enfrentados.
— Empleo de técnicas para abordar diferentes interacciones conflic-
tivas. Transformar las acusaciones en peticiones; cambios repen-
tinos hacia aspectos más positivos; desvío; bloquear y tranquili-
zar; tomar una postura asertiva; caucus; normalizar la
ambivalencia; neutralizar amenazas.

FASE IV. Definición del conflicto.


— Identificación de los componentes del conflicto. Se comienza a
hablar de los temas conflictivos sin entrar a fondo en ellos. Se ela-
bora un listado de temas, donde el SAF es uno más, y se valoran
los posicionamientos de las partes respecto de cada uno de ellos.
No se permiten aún las discusiones sobre los temas. Se identifi-
can emociones intensas asociadas a ellos, percepciones erróneas,
estereotipos rígidos, cuestionamientos mutuos de la legitimidad,
falta de confianza o problemas de comunicación. Preguntas infor-
mativas; preguntas para respuestas malformadas; preguntas des-
estabilizantes; reflexión, resumen y esclarecimiento.
— Empleo de técnicas para abordar diferentes tipos de conflictos.
Escucha activa; reglas de comunicación;
— Redefinición del conflicto en términos familiares. Se ofrece una
primera historia alternativa sobre los temas en conflicto, de la que
desaparecen terminologías legales y se impregna de lenguaje fami-
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liar y necesidades generales de todos sus miembros. La historia


incluye una visión diferente sobre la génesis del SAF y las posi-
bilidades de cambio elaborada en términos generales. Relato de
anécdotas y empleo de metáforas.
— Legitimación. El mediador legitima las necesidades familiares, no
los métodos empleados para conseguirlas. Con ello intenta avan-
zar hacia una legitimación mutua entre las partes y hacia que éstas
legitimen su función mediadora.
— Empleo de técnicas para abordar diferentes interacciones conflic-
tivas. Postergar el abordaje de un tema; bloquear y tranquilizar;
tomar una postura asertiva; abandonar la sala; verbalizar la
imposibilidad de volver atrás; desviar el efecto de un referente.

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Tercer encuentro: Individual con cada progenitor.


— Se identifican las posiciones de cada uno en el conflicto. Se les
ayuda a pensar en términos de intereses y necesidades.
— Se aborda cómo se ha generado la alienación familiar, discutiendo
con cada progenitor su responsabilidad de cambio.
— Al progenitor rechazado se le ayuda a pensar en que su hijo le
rechaza porque le quiere, no por lo contrario, pero no puede hacer
otra cosa que la que hace. Se discute su respuesta a las provocacio-
nes. Se analizan los intentos realizados para recuperar la relación y
cómo pueden paradójicamente contribuir a mantenerla interrum-
pida. La persona que más puede ayudarle es el progenitor aceptado.
Tiene que valorar si es productivo actuar en su contra. Hacer de
padre o de madre es algo mucho más amplio que ver a sus hijos.
— Con el progenitor aceptado se aborda el inevitable traspaso de
emociones hacia sus hijos. Estos no necesitan que les prohíba ver
al otro progenitor. Entienden sin palabras. Se discute sobre su
comprensión incondicional y no cuestionadora de las dificultades
de los niños con el otro progenitor. Tiene que decidir si quiere que
sus hijos tengan dos padres o uno solo.

Fase V. Definición alternativa del conflicto.


Cuarto encuentro.
— Identificación de las posiciones legales y las posiciones reales.
Partiendo de las necesidades familiares definidas en el anterior
encuentro, se traducen las posturas que cada uno ha estado defen-
diendo en el juzgado a necesidades e intereses individuales com-
patibles con las necesidades de todos.
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— Legitimación de los intereses y necesidades individuales.


— Airear los agravios dentro de un límite razonable.
— Momento de desagravio. El paso de posturas legales a las necesi-
dades individuales permite detectar la historia superflua utilizada
en la disputa legal. Esta se desactiva aludiendo a malos entendi-
dos, utilizando la externalización, el reconocimiento o la retracción.
— Abordaje de temas urgentes o sencillos (llamadas telefónicas,
escolaridad de los hijos, cuestiones de salud).
— Empleo de técnicas para abordar diferentes tipos de conflictos.
Escucha activa; escucha reflectante; absorber el desahogo; pro-
mover el perdón; balanceo de la comunicación.

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— Definición alternativa del conflicto. El mediador ofrece una nueva


definición de cada uno de los temas incluyendo las necesidades
legítimas de cada una de las partes y haciéndolas compatibles con
las de todos. Ahora el SAF es definido incorporando los conteni-
dos trabajados en los encuentros individuales. Se utilizan las his-
torias alternativas.
— Disolución de la disputa legal. Se trazan las bases para resolver el
nuevo conflicto cuya definición es consensuada y donde las pos-
turas legales iniciales dejan de tener sentido.
— Empleo de técnicas para abordar diferentes interacciones conflic-
tivas. Transformas las acusaciones en peticiones; tomar una pos-
tura asertiva; caucus; asignar tareas de recogida de información;
identificación estratégica con la persona atacada.

Fases VI y VII. Creación de opciones alternativas y Negociación.


Quinto y sexto encuentros.
— Se refuerza el esfuerzo realizado.
— En cada uno de los temas se llevan a cabo las dos fases consecu-
tivamente. Las partes hacen nuevas propuestas sobre las nuevas
definiciones del conflicto planteadas en el encuentro anterior y
negocian sobre cual de ellas es más adecuada
— Se llevan a cabo periodos de prueba, si fuera necesario, sobre las
alternativas propuestas en la relación paterno filial. Se buscan
acuerdos que permitan transiciones menos traumáticas para los
hijos entre uno y otro progenitor. Se estructuran los contactos de
forma que todos sepan qué va a pasar y cómo.
— Se aborda la intervención de las familias de origen en el cambio.
Cómo cada progenitor puede bloquear los intentos de descalifica-
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ción de su familia hacia el otro progenitor delante de los niños.


— El mediador actúa como agente de realidad, ayuda a desarrollar
criterios objetivos que faciliten las decisiones, mantiene el equi-
librio comunicacional, subraya las objeciones y reconoce el dere-
cho a tenerlas.
— Empleo de técnicas para facilitar la negociación. Ruptura de pun-
tos muertos; influencia hacia el acuerdo, método de los avances
paulatinos hacia el acuerdo; resolución sobre la base del acuerdo
en principio.
— Empleo de técnicas para abordar diferentes tipos de conflictos.
Balanceo de la comunicación; gestión de presupuestos; calen-

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darios de tiempo compartido; intervenciones dirigidas al exte-


rior.
— Empleo de técnicas para abordar diferentes interacciones conflic-
tivas. Postergar el abordaje de un tema; abandonar la sala; cau-
cus; asignar tareas de recogida de información; aprovechar la
experiencia para procesar conjuntamente un tema; provocar el
conflicto de una manera controlada en la sesión; alianzas estra-
tégicas; provocar la interacción entre las partes.

Encuentro opcional I. Encuentro con el hijo o hijos.


— Se les explica en qué consiste la mediación. Sus padres trabajan
para que tengan padres.
— Se clarifica su información sobre la ruptura de los padres. El
mediador actúa como agente de realidad, sin cuestionar al proge-
nitor aceptado.
— Se aborda su posición en el conflicto. Se reconoce el dolor por la
ruptura (la mayoría de los niños reconocen que su rechazo des-
aparecería si el progenitor rechazado volviese a casa).
— Recuerdo de momentos buenos con el progenitor rechazado pre-
vios a la separación.
— Se le ayuda a encontrar una excusa para ver al progenitor recha-
zado.
— Se trabaja con los hermanos separada y conjuntamente.
— Todo lo anterior se adapta a la edad de los hijos.

Encuentro opcional II. Encuentro familiar.


— El objetivo es una clarificación conjunta de la situación que viven
los hijos. Estos observan las negociaciones entre sus padres sobre
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diversos temas. Pueden intervenir si lo desean.


— El mediador dirige la conversación sobre temas en los que hay
acuerdo. Evita los más conflictivos. Señala las triangulaciones
cuando se evidencian.
— Si los hijos se niegan a participar pueden estar presentes sin hablar.
Es responsabilidad del progenitor aceptado el que acudan, algo que
previamente se ha pactado.

Encuentro opcional III. Encuentro con otras personas implicadas.


— Abogados y otros profesionales.
— Nuevas parejas y familia de origen.

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FASE VIII. Redacción de los acuerdos.


Séptimo encuentro.
— Hay varias fórmulas posibles en función de la relación entre las
partes: el mediador ha redactado los acuerdos con lo que se había
acordado en la última sesión realizada, se redactan durante la
sesión, las partes redactan los acuerdos sin el mediador.
— El mediador entrega la copia definitiva a las partes para que la
consulten con sus abogados. Si es necesario se revisa.
— Rituales de finalización. Orientar hacia el compromiso; activida-
des simbólicas de terminación del conflicto.

FASE IX. Legalización de los acuerdos.


— El mediador promueve el envío de los acuerdos al juez.
— Si no hay acuerdo no se ofrece información.
Las partes pueden hacer un convenio regulador con los abogados,
según el momento procesal en que se encuentren.
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12. EL ÉXITO DE LA MEDIACIÓN

No hemos encontrado estudios con los que contrastar nuestros resul-


tados respecto a la aplicación de un programa de mediación familiar en
casos con síndrome de alienación familiar. Cuando se valora el éxito de
la mediación, en términos de acuerdos globales, con parejas que inician
su separación y que acuden voluntariamente en búsqueda de unos acuer-
dos previos a cualquier tipo de proceso legal, los resultados positivos sue-
len oscilar entre el 60 y el 80% (Emery, 1987; Pearson y Thoennes, 1988;
Jones y Bodtker, 1999; Hann y Kleist, 2000; y, en España, Bernal, 1993).
Estos se reducen por debajo de esas cifras cuando las parejas han iniciado
un proceso legal de carácter contencioso y acuden a mediación por reco-
mendación de un juez (Cramer y Shoeneman, 1985; Bautz, 1988; Cohen,
1991; Duryee, 1992; Rosenberg, 1992; Saposnek, 1992; y, en España, Ibá-
ñez y col. 1994).
En cualquier caso, pensamos que el éxito no debe medirse únicamente
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por el número de acuerdos conseguidos sino por las repercusiones que a


la pareja y a sus hijos les supone atravesar por un proceso de este tipo.
Son necesarias para ello valoraciones complementarias de un carácter más
cualitativo.
Hemos visto cómo la aplicación del programa supuso restablecer,
mantener o incrementar la relación paterno filial en un 66% de los casos.
El restablecimiento total, entendido como recuperar un nivel de relación
al menos similar al establecido judicialmente cuando no hay limitacio-
nes, ocurrió en un 38% de los casos, y un 14% de las parejas consiguie-
ron además un acuerdo global que implicaba otros aspectos como el eco-
nómico o el domicilio conyugal.

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Hay casos en que los padres acuerdan mantener interrumpida la rela-


ción. Hemos dudado si considerar esto un acuerdo o no. Si el objetivo de
la mediación es únicamente que las partes decidan por sí mismas, no
habría nada que objetar. Si, en estos casos, el objetivo incluye recuperar
la relación, hablaríamos de un fracaso. Como hemos planteado al expo-
ner el programa, optamos por que las metas de la mediación sean amplias
y abarquen todos aquellos temas que sus protagonistas decidan. En ese
contexto, la relación paterno filial es uno más, el más importante para uno
de ellos, pero sin olvidar que el otro también tiene su tema importante,
algo que suele resultar auténticamente complicado de identificar. La pos-
tura inicial del progenitor aceptado suele ser: «Yo no tengo ningún pro-
blema, ninguna necesidad. El problema lo tiene él/ella con su hijo». Insis-
timos en la meta imprescindible de encontrar esa «agenda oculta» para
poder avanzar en un auténtico proceso de mediación. De lo contrario,
podríamos caer en intentar la mediación entre el progenitor rechazado y
el hijo, algo que sistemáticamente fracasa si no implicamos al progenitor
aceptado en el trabajo.
Como era de esperar, los resultados del programa tienen que ver con
la intensidad del rechazo, de forma que a medida que aumenta la inten-
sidad los acuerdos son más difíciles. Un 56% de las parejas con rechazo
intenso obtienen algún tipo de acuerdo, pero esos acuerdos, casi siempre
parciales, consistieron en un 87% de los casos en restablecimientos limi-
tados o progresivos de la relación. En las parejas con rechazo moderado,
el 55,6% obtuvieron acuerdos. En este caso destacamos que, de ellos, el
70% supuso una recuperación total de la relación. Por último, en los casos
con rechazo leve, del 93,8% de acuerdos conseguidos, el 73,3% consis-
tieron ese restablecimiento total. Estos resultados nos hacen diferir del
planteamiento general de R.A. Gardner, cuyo modelo de intervención
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requiere medidas extremadamente duras desde nuestro punto de vista.


Pensamos que un modelo de mediación transicional es eficaz con los
casos leves y moderados, pero con los casos más intensos sería necesa-
rio un planteamiento de terapia coactiva (Cirillo, 1991) que supusiese un
trabajo más intenso con todos los miembros de la familia. Como este autor
plantea, «sería extremadamente injusto, frente a familias prisioneras en
un trágico enredo de relaciones equivocadas, no ofrecer una ayuda que
les dé la oportunidad de encaminarse hacia una mejor unión (o separa-
ción, pensamos nosotros) y limitar el castigo a la pura y simple conside-
ración de comportamiento socialmente aberrante».
Una variable que ha aparecido como relevante en la consecución de
acuerdos ha sido el tiempo de convivencia de la pareja hasta el nacimiento

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del primer hijo. Las diferencias entre las parejas que consiguen acuerdos
y las que no los consiguen son significativas, de manera que en las pri-
meras ese periodo duró una media de 2,5 años y en las segundas de sola-
mente 1,3. La importancia de esta etapa en la consolidación de la pareja
ha sido ampliamente resaltada. Como señala Satir (1967), éste es el
momento en que se acuerda la división de funciones familiares, se crean
pautas de convivencia, se ponen en ejecución los modelos de aprendizaje
de las familias de origen y se contrastan las expectativas sobre la vida en
pareja con la realidad. El resultado es una segunda definición de la rela-
ción (la primera se llevó a cabo en el establecimiento de la misma) en la
que se negocian las pautas de intimidad, la comunicación sobre el placer
y el displacer y el manejo de las diferencias. Obviamente el tiempo no
constituye por sí mismo una garantía de éxito en dicho proceso, pero sí
parece necesaria la necesidad de un margen suficiente para intentar resol-
verlo de la forma más adecuada. Es por ello que, en consonancia con los
datos obtenidos, podemos considerar esta variable como un buen predic-
tor de éxito en la mediación, en la medida en que si la pareja ha tenido
el tiempo suficiente, al menos ha tenido más oportunidades de consoli-
dar métodos de resolver sus diferencias que también pueden servir para
después de la ruptura.
El nivel socioeconómico del progenitor aceptado y su convivencia
actual también parecen tener algún peso específico en los resultados del
programa. Encontramos diferencias significativas cuando comparamos las
parejas que obtienen acuerdos con las que no los obtienen, de manera que
aparece una mayor probabilidad de consenso cuando los progenitores
aceptados se sitúan en los niveles socioeconómicos más altos. Estos datos
coinciden con los ofrecidos en algunos estudios sobre mediación familiar
ya citados (Pearson y Thoennes, 1988), aunque no se complementan con
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los obtenidos en los niveles socioculturales que simplemente no son sig-


nificativos. En la práctica hemos podido constatar cómo es más probable
que, en los niveles más altos, cuando se intentan abordar las dificultades
derivadas del rechazo, las cuestiones económicas suelen estar ya resuel-
tas judicialmente y es menos probable que interfieran en el proceso de
mediación.
Por último, encontramos diferencias significativas en los resultados
del programa según el tipo de convivencia actual del progenitor aceptado.
Hemos visto que el mayor porcentaje de acuerdos aparece cuando éste
vive sin nueva pareja, y el mayor porcentaje de fracasos cuando vive en
pareja y ha tenido nuevos hijos. Recordemos que esta última situación
también era indicadora de una mayor intensidad de rechazo, lo que

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refuerza la hipótesis de las dificultades del niño para compatibilizar al


progenitor rechazado con el nuevo modelo familiar en que pretende inte-
grarse, los movimientos excluyentes que surgen de este nuevo núcleo y
los del progenitor rechazado en el sentido de aceptar o descalificar esta
parte de la vida de su hijo. En suma, una realidad mucho más compleja
que inevitablemente complica las alternativas de resolución.
Aplicar el programa con estas familias nos provoca algunas reflexio-
nes que no pueden asentarse en datos numéricos ni en cálculos estadísti-
cos. Pensamos que la mediación debe ser un método coherente con el ciclo
evolutivo del conflicto familiar. Desde este punto de vista, las fases de
ambos procesos pueden transcurrir generando un efecto armónico de inter-
acción positiva o simplemente pueden ser incompatibles. En este segundo
caso la mediación fracasará. El riesgo estriba en desarrollar intervencio-
nes que no sean respetuosas con el tiempo y la voluntad de cada una de
las dos partes para abordar todos o algunos de los temas que les enfren-
tan. Las mediaciones violentas son aquellas que no tienen en cuenta estos
requisitos, que no conceden una importancia escrupulosa a la confirma-
ción del deseo voluntario de tratar el conflicto o alguna de sus partes. En
este sentido, la neutralidad de la persona mediadora llega hasta el extremo
de aceptar, de forma legitimadora, el derecho de alguno de los participan-
tes a no querer entrar en uno o varios temas que pueden ser de vital impor-
tancia para el otro. La esencia de la mediación radica en la voluntariedad
no tan sólo para participar en el proceso, sino para decidir qué conteni-
dos se incluyen.
Independientemente de esta voluntariedad para participar en un pro-
ceso de mediación, o para abordar unos u otros temas, es imprescindible
una voluntad de las partes para desbloquear el conflicto con la ayuda de
alguien. Ello incluye la necesidad de la legitimación de la persona media-
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dora por parte de la pareja. Esta resuelve su conflicto si lo desea, no si el


mediador o sus abogados o el juez quieren. La persona mediadora lo es
en la medida en que esa pareja en concreto le otorga el permiso para serlo.
Es ese permiso el que le concede la autonomía necesaria para iniciar los
pasos hacia una legitimación de los intereses que definen el conflicto.
Esta habilitación hace que la mediación sea un camino compartido.
La persona mediadora es alguien que camina junto a la pareja durante una
parte del proceso. No es alguien que simplemente interviene desde afuera.
Aunque los modelos tradicionales de mediación identifican a la persona
mediadora como la responsable del proceso, que no tiene ningún tipo de
influencia en los acuerdos, podemos entender que el resultado final, los
contenidos definitivos que pacta la pareja, están construidos en relación

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con esa persona que, indudablemente, tiene su propia participación en lo


que se decide.
El conflicto no es estático, no es un hito en el camino. Es camino en
sí mismo. Podemos entenderlo como un proceso irregular que requiere
una serie de condiciones personales e interaccionales para generarse y
evolucionar. En este sentido es útil pensar en términos de proceso con-
flictivo como plantea Suares (1996). Esta autora sugiere que el conflicto
«nace, crece, se desarrolla y puede a veces transformarse, desaparecer y/o
disolverse, y otras veces puede permanecer relativamente estacionario».
Desde esta visión dinámica del conflicto, la posibilidad del cambio puede
surgir en cualquier momento, si se ofrece la oportunidad y se dan las con-
diciones para ello. Un modelo estático dejaría fuera de la mediación a
muchas parejas, bajo la creencia compartida de la inviabilidad de la con-
secución de acuerdos y, por tanto, la imposibilidad de cambio.
Si entendemos el conflicto como algo en evolución, el objetivo de la
mediación no puede pretender ir más allá de contribuir al avance de algu-
nos pasos en su transformación, teniendo en cuenta como premisa nece-
saria que éste puede cambiar por sí mismo o no cambiar nunca, hacerlo
mediante el protagonismo de las partes o con la ayuda de un tercero que,
por ello, no puede erigirse como indispensable. El ciclo evolutivo de los
conflictos debe incluir entonces intervenciones externas humildes, respe-
tuosas con su propia capacidad de auto-transformación que supone incluso
el poder para conceder el permiso al mediador para intervenir. Es lo que
Zuk (1971) denomina proceso de intermediación, refiriéndose a la capa-
cidad familiar para identificar a un tercero como alguien que puede adqui-
rir relevancia en la conducción de su conflicto.
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13. CONCLUSIONES

El discurso del SAP es alienante en sí mismo. Genera una narrativa


sin salida para todos sus protagonistas. El SAP tiene actores repetitivos
y acciones repetidas, no sólo dentro de la familia sino también en el
entorno judicializado que la envuelve. El SAP y lo que significa supone
una cronificación anunciada. Nadie hace ni puede hacer nada diferente
de lo que hace. Los padres se convierten en niños, los jueces en padres y
los niños en jueces. Es un círculo sin fin. Es necesario abandonar el SAP
para cambiar, empezando por su propio concepto.
Proponemos el Síndrome de Alienación Familiar como alternativa a
la lógica lineal y culpabilitadora del SAP. El SAF es un concepto de cam-
bio. No hay culpables, pero sí responsables. Todos los miembros de la
familia implicados y todos los operadores sociales y jurídicos participan-
tes, tienen una responsabilidad en la transformación del SAF. La media-
ción ofrece una vía positiva para canalizar ese cambio.
La mediación familiar transicional supone una noción de acompaña-
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miento más que de intervención. La persona mediadora es una invitada


de excepción (no un convidado de piedra) en un proceso privado en el
que tiene el privilegio de participar. La mediación es sólo una pequeña
porción de ese proceso. En ella, la persona mediadora se incorpora como
una parte más que, desde la no implicación inicial en el conflicto, pasa a
una posición de implicación no protagonista, con una función clara de
promoción de un espacio para el diálogo. El método y las técnicas le per-
miten recorrer junto a los protagonistas diferentes territorios del conflicto
y avanzar por las diversas rutas que conforman su ciclo evolutivo. Entre
el antes y el después de su participación hay un incremento en la sensa-
ción de poder de las partes, un avance en el que éstas asumen su capaci-

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dad de decisión para acordar o para no hacerlo, para continuar sus espa-
cios de diálogo o para buscar otros diferentes. Pero en último término
será su decisión la que valga, la decisión que se toma cuando ya no hay
mediación, cuando lo que corresponde es comprometerse con lo acordado
y construir sobre ello, retomar los compromisos que no finalizaron en
acuerdos o simplemente asumir que el camino aún será largo y quedará
por delante la seguridad de espacios futuros de transición donde nuevas
necesidades de transacción sean posibles.
La mediación familiar transicional es un método eficaz para abordar
el SAF cuando el rechazo es leve o moderado. Cuando el rechazo es
intenso podría ser necesaria la utilización de terapias coactivas.
En los casos leves la mediación familiar obtiene resultados similares
a la intervención judicial en cuanto al restablecimiento de la relación, pero
posee un indudable efecto preventivo ante nuevas evoluciones del SAF
en la medida en que aborda el conflicto relacional, algo que en el juzgado
no ocurre.
En los casos moderados, la mediación familiar obtiene resultados sig-
nificativamente superiores a la intervención judicial en cuanto al resta-
blecimiento de la relación.
En los tres casos (leve, moderado e intenso), la mediación familiar
produce acuerdos aceptados por las dos partes en un espacio relativamente
breve de tiempo mientras que, en el mismo periodo, el procedimiento legal
produce resoluciones que suelen ser rechazadas por una de las partes y a
veces por las dos.
La mediación familiar en el SAF difícilmente funciona sin la parti-
cipación del sistema legal (abogados y jueces) y el SAF tiende a cronifi-
carse cuando recibe únicamente un abordaje jurídico, por lo que la cola-
boración entre ambos sistemas se hace imprescindible para la consecución
de resultados satisfactorios para todas las partes implicadas.
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Por último, considero que el SAF constituye un innegable riesgo emo-


cional para los hijos. Por ello, me atrevo a proponer que la mediación
debería estar incluida como un paso más en los procesos judiciales que
no se inician a través de un mutuo acuerdo. Cuando los padres depositan
en manos del Juez la responsabilidad de tomar decisiones sobre sus hijos,
éste debería poder ofrecerles siempre la opción de acudir a mediación.
No estoy planteando una obligatoriedad, sino la posibilidad de que la
Sesión Informativa forme parte del proceso legal como parte ineludible
del mismo. Su indudable función preventiva evitará alineaciones y alie-
naciones innecesarias.

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ANEXOS
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ANEXO I
EL CASO DE ESTHER Y JAVIER

Esther y Javier nunca llegaron a comunicarse mutuamente el deseo


de separarse. De hecho, los dos pensaban que el otro podía tomar la ini-
ciativa en cualquier momento, pero ninguno era capaz de hablar de ello.
El día que Javier decidió irse de casa, la «sorpresa» para Esther y los niños
se hizo insoportable. Iniciaron un diálogo a través de sus abogados en el
que el punto más importante se centró en la negativa tajante de los niños
para ver a su padre. Javier interpretó que Esther los estaba manipulando,
y Esther no podía por menos que comprender la actitud de sus hijos que,
al igual que ella, se habían sentido abandonados. Esta situación impedía
cualquier posibilidad de acuerdo en otros temas. Cuando acudieron a
mediación, destacaba su aparente respeto mutuo sobre una base de fuerte
tensión que dificultaba la expresión de sus puntos de vista e incluso del
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mismo conflicto. La imposibilidad inicial de que Esther y Javier pudie-


ran hablar claramente de sus desacuerdos hizo que el mediador optase por
mantener una entrevista individual con cada uno de ellos. En esta entre-
vista efectuó dos movimientos similares con ambos. En un primer
momento jugó un papel de fuerte alianza con el entrevistado, recono-
ciendo y legitimando los motivos que subyacían a su postura, para a con-
tinuación llevar a cabo un cuestionamiento circular que pudiera posibili-
tar una apertura de diálogo. Así, Esther pudo reconocer que su
«comprensión incondicional» de la actitud de sus hijos mantenía la nega-
tiva de éstos a relacionarse con su padre, mientras que Javier pudo decirse
a sí mismo algunas palabras respecto a los diferentes momentos de adap-
tación a la ruptura en que se encontraban él, Esther y los niños, compren-

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diendo que éstos con su negativa tal vez únicamente expresaban su


rechazo momentáneo a la separación.
Cuando Esther y Javier comenzaron a enumerar de manera conjunta
los diferentes temas sobre los que tenían que decidir, llamaba la atención
su dificultad para opinar sobre ellos delante de la otra parte, algo que
habían demostrado que podían hacer por separado. Las respuestas con-
sistían en monosílabos y generalidades que no permitían demasiados
avances. El mediador aprovechó la proximidad del verano para pregun-
tar cómo pensaban arreglárselas durante ese tiempo con la situación que
en estos momentos se estaba planteando. Tras un largo silencio inicial los
dos iniciaron el diálogo sobre un tema en el que, inevitablemente, tenían
que tomar decisiones inmediatas.
—A ver si lo he entendido bien. Tenéis tres hijos que se llaman…
—mirando a Javier.
—Manuel, Ana y Javier… —responde Javier.
—Como él… —mirando a Esther.
—Sí. En eso estuvimos de acuerdo —dice Esther.
—Seguro que también estáis de acuerdo en otras cosas— Esther hace
un gesto de escepticismo— como que los dos queréis lo mejor para vues-
tros hijos. Y lo mejor, si no me equivoco es… —mirando a los dos a la
vez y haciendo gala de la mirada estrábica que las personas mediadoras
desarrollan en su actividad.
—…que puedan ver a los dos— dice Javier.
—Que puedan ver a los dos y… —siguió utilizando el silencio el
mediador.
—… que se respeten sus deseos— interrumpió Esther.
El diálogo continuó cada vez con más participación de ellos y menos
del mediador.
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Javier sentía que Esther ponía constantes dificultades para que él


pudiera estar con sus hijos durante las vacaciones de verano y él no
dejaba de argumentar la manipulación materna. Ello reforzaba que
Esther incidiera en que eran los niños quienes le estaban rechazando.
Ninguno de los dos hablaba de lo que realmente había detrás de sus pos-
turas. El mediador pensó que para poder lograr una mínima colabora-
ción de Esther era imprescindible que las acusaciones de Javier cesa-
sen. Se dirigió a él:
—Debes sentirte muy mal al pensar que tus hijos puedan rechazarte.
Javier no aceptó la propuesta:
—No lo puedo pensar porque no es verdad. Ella los manipula para
que no quieran verme...

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—Y es muy duro que tus hijos digan que no quieren verte —insistió
el mediador.
—A mí no me lo han dicho.
—¿Y si te lo dijesen?
—Lo sería.
Era muy difícil poder acceder a las emociones de los dos, pero el
mediador pensó que era imprescindible.
—Tal vez —continuó— podemos hablar de cómo se sienten ellos en
esta situación para poder entenderlos un poco más.
—Ellos se sienten abandonados sin ninguna explicación —indicó de
inmediato Esther.
—Tú te sientes igual-afirmó el mediador.
—Pero yo no importo.
—Claro que sí. Para ellos es muy importante cómo te sientes tú. Ellos
lo saben mejor que nadie.
En el caso de Esther y Javier se valoró la posibilidad de que los con-
tactos paterno filiales durante el verano se realizasen en el domicilio de
la abuela paterna, con quien los hijos no habían mostrado la actitud de
rechazo que expresaban hacia el padre. Ello permitiría que la situación
fuese menos tensa. A Esther le parecía una buena opción, pero no tenía
claro que la abuela pudiera hacerse cargo de ellos. Una entrevista con-
junta entre las dos despejó las dudas y además sirvió para retomar un diá-
logo entre ellas que se había interrumpido con la ruptura.
Javier explicaba así su postura:
—Quiero ver a mis hijos porque soy su padre. Esther tiene que acep-
tar que me separé de ella. No quiero condiciones. Si me equivoqué ya se
verá, pero cuanto más tiempo pasa es peor. Lo único que pido es verlos.
No sé cómo estarán porque no puedo ni hablar con ellos. Seguro que esta-
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rán bien cuando me vean...


El mediador intentó resumir:
—Javier, quieres seguir haciendo de padre y te sientes mal porque no
encuentras la forma. No tienes una idea clara de cómo están viviendo tus
hijos la ruptura y sería bueno que la tuvieses para pensar en cómo reanu-
dar el contacto con ellos. Creo que Esther podría ayudarnos en eso.
Era obvio que el proceso con Esther y Javier no podría avanzar si no
había un cambio en el eje manipulación-abandono en que se movían. Para
el propio mediador también era difícil no pensar en esos términos. Seguro
que Esther manipulaba a los niños, pero ¿quien no lo hace? y, además, la
convivencia con ellos y la relación previa (era su madre) hacían que inevi-
tablemente los sentimientos se traspasasen. Estaban unidos en el aban-

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dono. No era necesaria una voluntad de Esther de manipular. Era legí-


timo que tuviera dificultades para apoyarlos en la relación con su padre.
Decirles a sus hijos que todo estaba bien sería engañarlos. Por su parte,
Javier parecía haber salido huyendo de casa. Ni siquiera se despidió de
sus hijos y, de manera inmediata, quería que éstos se subieran al tren
de su nueva vida. La decisión de separarse había sido tan dura que no se
había sentido con fuerzas de afrontarla con Esther y los niños. Segura-
mente había escondido la cabeza ante el problema, pero era su padre y
aún estaba a tiempo de hacer las cosas bien. Era legítimo que quisiera
verlos, pero tenía que respetar su tiempo.
Esther y Javier acordaron que los niños estarían con su padre unos
días durante el verano. Para facilitar las cosas, al principio estarían pre-
sentes los abuelos paternos. Acordaron que Esther no explicaría a los niños
que los abuelos estaban para esa función, pues eso podía incrementar en
ellos el círculo del rechazo, sino que simplemente les plantearía que sal-
drían algunos días con el padre y los abuelos. En Septiembre volverían a
verse con el mediador y, si todo iba bien, firmarían unos acuerdos más
definitivos, pero el acuerdo provisional tenía suficiente relevancia como
para dotarle de algún protocolo, así que decidieron escribirlo y firmarlo,
eso sí, con la duración limitada que correspondía. Incluyeron en él una
cláusula de buena voluntad en la que ambos se comprometían a facilitar
a sus hijos su derecho a continuar teniendo dos padres tras la separación.
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ANEXO II
EL CASO DE IRENE Y FRANCESC

Irene y Francesc se habían conocido cuando ella tenía 16 años y él


28. Su relación se estableció sobre unos patrones basados en la admira-
ción y en la protección. Irene admiraba a Francesc, joven y brillante eje-
cutivo, culto y atractivo. Francesc cuidaba y adoraba a Irene, mala estu-
diante, con problemas en su familia, guapísima y encantadora. Iniciaron
su convivencia cuando ella superó los 18, pese a la firme oposición de
sus padres que, cuando dos años después se casaron, ya parecían aceptar
la relación. En ese momento Irene esperaba el primero de sus tres hijos.
Francesc continuó creciendo profesionalmente mientras que Irene se con-
vertía en una hija-madre cada vez más insatisfecha. Progresivamente
intentó que la relación cambiase. Buscó y encontró un empleo. Ella ya
no era una niña que necesitaba ser cuidada y él ya no resultaba tan admi-
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rable. Francesc no podía escuchar sus quejas. Para él todo iba bien. Nunca
hubiese imaginado que Irene pudiera tener el coraje de separarse de él.
Amenazó con pedir la custodia de los niños y ella no dudó en avisarle
que si lo hacía no los volvería a ver más. Él contrarrestó advirtiendo que
no vería ni un euro de su bolsillo. Los hijos y el dinero se habían conver-
tido en campo de batalla y en instrumento de poder cuando llegaron a
mediación.
Cuando Irene y Francesc comenzaron a abordar los diferentes temas
en conflicto fue posible comprobar el gran desconocimiento de Irene sobre
las cuestiones económicas. Ni tan siquiera sabía cuanto dinero había en
el Banco, o cómo estaba estipulada la hipoteca de la casa. Por su parte,
Francesc tenía un desconocimiento absoluto sobre la mayoría de los temas

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relacionados con sus hijos: educación, salud, gastos. El mediador propuso


como tarea que cada uno recogiese, por su cuenta y sin la ayuda del otro,
toda la información posible sobre dichos temas antes de continuar
hablando de ellos.
Cuando el mediador preguntó a Irene sobre sus motivos para querer
ejercer la custodia, ella contestó que ese era el mejor interés de los niños,
al mismo tiempo que aludió a la experiencia del mediador para corrobo-
rarlo. Este debió inmediatamente concretar su pregunta.
—¿Qué piensas tú que es lo mejor para tus hijos?
A pesar de que Irene había realizado notables esfuerzos por ponerse
al día en las cuestiones económicas, cuando se planteó la posibilidad de
elaborar un presupuesto familiar de gastos e ingresos, Francesc propuso
que él podía encargarse, pues en su empresa hacía presupuestos constan-
temente. El mediador valoró este hecho y añadió:
—Perfecto, creo que tu experiencia nos va a ayudar mucho a traba-
jar sobre este tema. Pero antes es preciso que cada uno elabore su propio
presupuesto.
En un momento avanzado del proceso, mientras se discutía una orga-
nización temporal provisional para las inminentes vacaciones de verano,
Francesc propuso que durante el mes de agosto, en que los niños estarían
con ella y dado que no tenían previsto desplazarse fuera de la ciudad,
existiese la posibilidad de verlos algún día, aunque fueran dos o tres horas
semanales. Irene rechazó de forma tajante esta propuesta y Francesc pare-
ció abandonar su pretensión, mostrando un evidente malestar. Ante la
seguridad de que esta actitud seguramente provocaría interferencias pos-
teriores en otros temas, el mediador resaltó esta circunstancia, haciendo
notar que era bueno que él expresase cómo se sentía. Francesc lo hizo y
reanudaron el diálogo sobre el tema.
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La tensión era especialmente intensa. Francesc amenazó de nuevo con


no aportar la contribución económica provisionalmente estipulada si ella
no le permitía ver a los niños durante el mes de agosto. El mediador le
planteó con un cierto tono de humor si en caso de permitírselo él contri-
buiría con el doble. Obviamente la amenaza no podía producir una salida
pactada del desacuerdo, por lo que, una vez desactivada, pudieron hablar
de cómo se sentía cada uno cuando permanecía tanto tiempo seguido sin
estar con sus hijos.
El diálogo continuaba, no sin dificultades. Irene insistía en que, tal y
como había sido la historia de los niños, no era lo mismo separarlos un
mes de su madre que de su padre, pues evidentemente estaban más vin-
culados a ella, debido entre otras cosas al desinterés que él había mos-

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trado. Francesc, fuera de sí, sentenció que no era posible hablar con ella.
Cuando se le preguntó qué le hacía sentirse así, señaló que no había nada
que le sacase más de sus casillas que ella dijese que no se había ocupado
de los niños. El mediador recordó que estaban intentando construir un
futuro y no juzgando el pasado y que, si estaban allí, era porque ambos
se reconocían plena legitimidad como padres. Cualquier duda en este
aspecto haría que no tuviese sentido el diálogo. No obstante, era com-
prensible que, en algunos momentos, y debido a la tensión provocada por
la disputa, alguno de ellos dijese cosas como la que Irene acababa de decir,
que provocaban reacciones negativas en el otro lo que inevitablemente
bloqueaba el diálogo. Por ello, y por el bien del proceso, él los pedía per-
miso para interrumpir cada vez que pensase que esto iba a ocurrir.
Cuando Irene y Francesc hablaban de las necesidades económicas
familiares, ella se dirigió a él llorando y con una fuerte actitud de rabia
comenzó a increparle, indicando que él quería tenerla encerrada en una
jaula, que quería verla pudrirse y que siempre dependiese de él. El media-
dor pensó que en todo esto había algo positivamente nuevo, una declara-
ción de independencia que ella hasta ahora no le había formulado de una
manera clara, por lo que permitió que la descarga continuase de una forma
controlada, evitando que se dirigiese a Francesc y procurando que hablase
de cómo se sentía ella y de sus necesidades de poder tener una vida autó-
noma junto a sus hijos.
En el cálculo de la pensión de alimentos para los hijos de Irene y
Francesc, estos siguieron el procedimiento de identificar los gastos que
soportaba y soportaría cada uno en relación con ellos. Calcularon los gas-
tos totales y diseñaron, con la inestimable experiencia de Francesc, una
fórmula equitativa para afrontarlos. Como habitualmente suele suceder,
ésta consistió en aplicar un porcentaje proporcional a los ingresos de cada
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uno, de manera que ella podría hacerse cargo aproximadamente del 43%
de los gastos y él del 57%. Dicha cantidad fue restada de la que ya esta-
ban asumiendo y la diferencia a favor fue la pensión que Francesc ten-
dría que pasar a Irene.
En los comentarios iniciales sobre sus hijos, Irene mostró su preocu-
pación porque siempre se habían ido llorando con su padre, a lo que Fran-
cesc añadió que, cuando tenían que volver con su madre, le decían que
querían quedarse más tiempo con él. El mediador intentó normalizar esta
situación explicando que los hijos, en función de su edad, utilizan una
serie de estrategias, conscientes e inconscientes, que les ayudan a enfren-
tarse a los aspectos más impredecibles, para enfrentarse a los efectos
incontrolables y dolorosos de la ruptura de sus padres. Así, es muy habi-

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tual que las ansiedades ante las separaciones puedan expresarse mediante
dificultades para alejarse de uno y otro padre cada vez que se produce el
intercambio correspondiente a las visitas (por ejemplo llorando al ir con
su padre y llorando al regresar con su madre). Esta afirmación sirvió para
continuar y pareció tranquilizar a los dos. Si no hubiese sido así, posible-
mente tendría que haber profundizado algo más en el tema.
—Irene (en la primera sesión individual con ella), si ahora le plante-
ases a Francesc si quiere venir a mediación, ¿qué te diría?
—Francesc, dices que no sabes cómo se sentían los niños cuando
salían de casa para irse contigo, pero si supieras ¿cómo sería?
—Francesc, ¿acaso piensas que Irene no sería capaz de hacer un pre-
supuesto?
—Irene, ¿cómo crees que se sentirá Francesc si tiene que pasarse un
mes sin ver a los niños?
—Francesc, ¿cómo se cubrirán los gastos de los niños si tú dejas de
pasar el dinero?
—Irene, ¿crees que Francesc está satisfecho con el cálculo que habéis
hecho?
Irene y Francesc pudieron calcular una fórmula, para ellos justa, que
les permitiese poder, en todo momento, saber cual era la contribución eco-
nómica de cada uno en sus responsabilidades sobre los hijos. Este sis-
tema permitiría en el futuro poder cambiar las cantidades si las situacio-
nes laborales o los ingresos y gastos se modificaban. También evitaría
problemas a la hora de afrontar gastos extras. Hicieron lo mismo con la
relación con los hijos. Pensaron en un sistema general que pudiese ser
válido y aplicable al progenitor con quien no conviviesen habitualmente
los hijos. Después Francesc accedió a que la custodia fuese ostentada
legalmente por Irene.
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ANEXO III
EL CASO DE MERCHE Y MARIO

Cuando Merche le planteó a Mario que quería dejarle, Mario sintió


que el mundo se derrumbaba alrededor de él. Aunque ella le había hablado
algunas veces de las dificultades que encontraba en la relación de pareja,
él no había dado demasiado crédito. Pensaba que eran caprichos pasaje-
ros. Nunca había contemplado la posibilidad de una ruptura y, a pesar de
que había tenido que abandonar el hogar tras las medidas provisionales
dictadas por el juez, seguía sin contemplarla. Inmediatamente decidió que
no podía dejarla escapar y que, posiblemente, como le pasa a muchas
mujeres (pensaba él), lo que ella quería es que él se preocupase mucho
más. A partir de ese momento su lema sería «el que la sigue la consigue»,
y así lo hizo. Cuando hablaba con Merche y, llorando, le preguntaba los
motivos para haber dejado de quererle, ella, intentando no hacerle daño,
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contestaba que no es que no le quisiera. Simplemente lo que pasaba es


que le quería de otra forma. Esto alimentaba en Mario las expectativas
de retorno e incrementaba sus presiones. Pero ocurría que Merche cada
vez se sentía más perseguida por él. Se le encontraba en lugares inusua-
les, llamaba a todas horas y cuanto más lo hacía, más claro tenía ella que
no podía volver con él. Pero no podía evitar sentir pena. Los niños sen-
tían lo mismo que ella sentía y también comenzaron a huir de su padre.
En los primeros momentos de la primera sesión conjunta con Merche
y Mario quedó patente su ambivalencia respecto a la ruptura. El mediador
intentó normalizarla y permitir que hablasen de ello. Merche intentó mos-
trarse firme en su deseo de separarse, a lo que Mario contestaba con mues-
tras de cariño y reacciones emocionales. En los encuentros individuales

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quedó patente la decisión de Merche, al mismo tiempo que la poca clari-


dad de sus mensajes. Con Mario se abordó un dilema sobre el que tenía
que decidir: seguir luchando por una mujer que quería separarse de él o
ponerse él también a pensar en la separación. La primera opción estaba
también implicando una separación de sus hijos, algo de lo que él era cons-
ciente. La mediación tenía cabida únicamente con la segunda opción.
En la siguiente sesión Merche se ratificó en su decisión y en su deseo
de continuar con la mediación para la separación. Mario reconoció que
le había dado muchas vueltas a la situación y que estaba dispuesto a con-
siderar la ruptura si ella le planteaba las cosas claramente, pues hasta ahora
él dudaba que ella estuviera segura. Tenía miedo de que todo fuese una
equivocación y después fuese difícil volverse atrás. Él estaba dispuesto a
separarse porque ella quería, pero no deseaba que ello le hiciera pensar
a Merche que había dejado de quererla. El mediador propuso a Merche
que se sentase enfrente de Mario, a una corta distancia, que le mirase fija-
mente a los ojos y le dijese algo parecido a lo siguiente:
—Nada evitará que me separe de ti. No puedes hacer nada para que
las cosas vuelvan a ser como antes.
En la tercera sesión los dos estaban dispuestos a iniciar la mediación.
Un tarde, en el lapso entre dos de las sesiones de mediación, Mario
intentó recoger a sus hijos en el domicilio de Merche (y suyo), sin pre-
vio aviso. Cuando llamó al «portero automático», Merche le indicó que
no era posible y le mostró su enfado por acudir sin avisar, a lo que él con-
testó con algunas palabras y gritos fuera de tono que buena parte del
vecindario pudo escuchar. En la siguiente sesión, Merche planteó este
tema amenazando con que así no podría continuar y que a la próxima le
denunciaría. El mediador se mostró comprensivo cuando Merche habló
de la vergüenza que la situación le había producido ante los vecinos, al
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mismo tiempo que permitió que Mario explicase cómo «el buen rollo»
que se había creado en las anteriores sesiones le había hecho pensar que
podría dirigirse a buscar a sus hijos sin avisar previamente, reconociendo
que perdió el control al ver que, una vez más, ella le daba «una de cal y
otra de arena». El mediador reconoció que Merche se pudiera sentir agra-
viada por la intromisión y que Mario actuase movido por sus buenas
expectativas en la relación como padres (remarcó esto último) a la vez
que frustrado por no poder ver a sus hijos y propuso si, para continuar,
les parecía posible intentar pensar en un sistema de comunicación que
evitase estas circunstancias.
A raíz del proceso de separación y de la actitud que había tomado
Mario, Merche consultó con una psicóloga infantil respecto a las posibles

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repercusiones de la ruptura y del comportamiento del padre en sus hijos.


Merche explicó en una de las sesiones que esta profesional había reco-
mendado que las visitas con el padre debían ser reducidas por el momento.
Mario se negó a entrevistarse con la psicóloga, a la que descalificaba por
falta de imparcialidad. El mediador redefinió su papel como un apoyo en
una situación nueva para todos y trabajó con Merche sobre cómo podía
transmitirle adecuadamente los mensajes sobre la progresiva evolución
de Mario con respecto a la ruptura y a ella misma. En este caso el media-
dor no consideró necesario entrevistarse directamente con la profesional,
pues Merche supo mantenerla como un apoyo al proceso y no como un
obstáculo.
—Me gustaría tener un régimen de visitas muy amplio, el máximo
que permita la ley—, había señalado Mario al comenzar a identificar los
temas.
—¿Qué quieres decir con «régimen de visitas»? —preguntó ingenua-
mente el mediador.
—El tiempo que estaré con mis hijos.
—Así que tu interés es poder pasar con tus hijos el mayor tiempo
posible que vosotros podáis acordar, ya que la ley no dice nada al res-
pecto.
A medida que Mario aceptaba la idea de la separación parecía haber
iniciado también un curso de Derecho:
—Lo que la otra parte quiere es que yo me vaya a vivir debajo de un
puente.
—Cuando dices «la otra parte», ¿te refieres a ella?—, señalando a
Merche.
—Claro—, sorprendido.
—Así pues, te preocupa que Merche no tenga en cuenta que tú tam-
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bién necesitas un lugar digno en el que vivir.


—Primero de todo, él tiene que pagarme la pensión a la que le ha
condenado el juez—, comentó Merche en otro momento, haciendo refe-
rencia al auto de Medidas Provisionales.
—¿Quieres decir que Mario debe contribuir a los gastos de los niños?
Mario encontró un piso de alquiler y sus gastos se tuvieron en cuenta
a la hora de calcular todos los gastos. Merche fue progresivamente siendo
más flexible en su actitud respecto a la relación paterno-filial. Firmaron
unos acuerdos globales satisfactorios para los dos. Al final del proceso
ambos valoraban que se habían sentido, desde el principio, en un camino
que cada vez más claramente los conducía hasta el acuerdo. La interven-
ción sobre la ruptura, normalizando y aclarando sentimientos, la posibi-

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lidad de manejar y rectificar los errores, la ayuda de la psicóloga o la sen-


sación de responsabilidad sobre las propias decisiones, fueron algunos de
los elementos que facilitaron este camino. Por último, tuvieron la suerte
de presentar personalmente su acuerdo al juez, el mismo que había deci-
dido las medidas provisionales, quien los felicitó por el esfuerzo reali-
zado y por haber tomado unas decisiones que seguramente beneficiarían
a sus hijos más que las que él pudiera tomar.
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ANEXO IV
EL CASO DE INMA Y LUIS

Inma y Luis habían tenido una capacidad de diálogo envidiable. Pero,


a medida que su relación se fue deteriorando, sus discusiones fueron cada
vez más encrespadas. Sin darse cuenta se encontraban inmersos en fuer-
tes disputas en las que los dos perdían momentáneamente el sentido de
control que otras veces les había caracterizado y se gritaban hasta exte-
nuarse. Nunca llegaron a la agresión física, pero los insultos y las desca-
lificaciones podían surgir con facilidad. Cuando la tormenta se calmaba,
ambos eran conscientes del nivel de agresividad al que habían llegado y
se proponían los esfuerzos necesarios para que la situación no volviese a
repetirse, y menos delante del niño quien, con tres años de edad, cada vez
se daba más cuenta de las cosas. Cuando Inma y Luis se separaron de
común acuerdo, sus conversaciones al respecto tuvieron esas mismas
características, con escaladas que no podían evitar incluso en presencia
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de terceras personas. Inma atribuyó a las pérdidas de control de Luis el


estado de histeria que el niño mostraba cada vez que él iba a buscarle.
Lloraba y gritaba de tal manera que Luis tenía que llevárselo por la fuerza,
algo que Inma descalificaba en medio de la discusión. Su estilo se repe-
tía delante del juez, los abogados o el mediador, quien dada la aparente-
mente buena capacidad de diálogo no había dudado en convocarlos con-
juntamente desde la primera sesión.
Cuando Inma y Luis se sentaron junto al mediador, no tardaron ni
cinco minutos en mostrarle lo que eran capaces de hacer. Sin un deto-
nante claro, y en un momento en que el mediador aludía a la existencia
de un hijo de corta edad, Inma hizo un comentario a primera vista banal.

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—Los niños son los que más sufren en estas situaciones...


Luis la interrumpió denotando cierta tensión en sus palabras.
—Depende del comportamiento de los padres.
—No sé a que te refieres, contestó Inma sin dar tiempo al mediador
para reaccionar.
—Que a los niños no hay que calentarles la cabeza. A eso me refiero.
Luis ya estaba gritando, pero Inma podía subir el tono aún más.
—Si alguien le está calentando la cabeza es tu madre...
El mediador pensaba que no debió haberles permitido llegar hasta
ahí. Cuando se interrumpe una escalada de acusaciones siempre hay
alguien que se queda con un «proyectil» en la recámara y, con toda jus-
ticia, siente que el otro ha podido «disparar» más.
—Por favor, necesito que me escuchéis. Veo que hay temas que pro-
vocan discusiones entre vosotros... Espera un momento Luis (éste inten-
taba tomar de nuevo la palabra)... y quizás por eso estáis aquí intentando
buscar unos acuerdos...
—Es que lo de mi madre ya es intolerable...
Luis estaba muy cargado y no podía escuchar. El mediador apoyó sua-
vemente la mano en su antebrazo, lo que seguramente le desconcertó y
tal vez le tranquilizó, y continuó hablándoles a los dos.
—...unos acuerdos que pueden servir para tranquilizar la situación.
Muchas parejas atraviesan momentos como éste y a veces piensan, no sé
si es vuestro caso, que será difícil encontrar de nuevo la calma, pero
cuando se habla, cuando se toman decisiones y éstas son buenas para todos
parece que la vida vuelve a organizarse...
El mediador continuó hablando unos minutos, muy despacio, con un
tono muy bajo y muy lento, sobre la mediación, el proceso de separación,
la adaptación a la ruptura y otros temas mientras iba observando que ellos
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se relajaban progresivamente. No estaba dispuesto a darles la palabra


hasta no estar seguro de ello.
La siguiente escalada sobrevino cuando el mediador había propuesto
a Inma y a Luis que intentasen enumerar, sin entrar en ellos, los temas de
los que querían hablar. Como suele ocurrir, al poner nombre al primer
tema pasaron inmediatamente a discutirlo. Luis había planteado que se
hablase del tiempo que él podría estar con su hijo, pues él quería una cus-
todia compartida, a lo que Inma inmediatamente había contestado,
mirando al mediador, que su hijo era muy pequeño y Luis, sin mirarla,
que era una madre sobreprotectora. La discusión estaba de nuevo servida.
—Vale, se acabó. Es muy importante que yo pueda saber dónde
están vuestros desacuerdos para más tarde poder comprender en qué

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consisten y entre todos buscar soluciones. Así pues os pido que me deis
permiso para interrumpiros cada vez que entréis en una discusión como
ésta.
En otro momento más avanzado del proceso Inma y Luis se enzar-
zaron en una imparable discusión respecto al precio de la ropa que nece-
sitaba el niño. Estaban intentando hablar de la contribución económica
de cada uno, pero la discusión derivó por otros derroteros, relacionados
con la convivencia en pareja, el nivel de vida que cada uno quería... El
tono fue subiendo y de nada sirvieron los intentos del mediador para dete-
ner la escalada, así que optó por levantarse de la silla y dirigirse hacia la
puerta, desde donde les habló.
—Como veo que tenéis muchas cosas que deciros yo esperaré fuera
para no molestaros.
Los dos le rogaron que se quedase.
En el caso de Inma y Luis el mediador no optó por realizar encuen-
tros individuales, pero tal vez hubiera sido necesario en algunos momen-
tos en que las discusiones cobraron especial intensidad y donde una parada
a tiempo hubiera ahorrado algunas palabras de las que ambos se arrepen-
tirían con posterioridad.
A Inma le era difícil expresar las dificultades que encontraba en un
sistema de tiempo compartido como el que proponía Luis. Este creía que
el niño se adaptaría sin problemas a estar con él. Pero Inma mostraba
serias dudas. Cuando se le pedía que concretase tendía a hablar de gene-
ralidades que inmediatamente Luis quería rebatir. Este pudo escucharla
sin interrumpir cuando ella comenzó a hablar de las noches.
—Me parecen muchas noches fuera de casa —dijo por fin.
—Te parecen muchas noches fuera de tu casa —añadió el media-
dor—, pero ahora tendrá dos casas.
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—Eso lo entiendo, pero hasta ahora su casa ha sido una...


—Y crees que necesita un tiempo de adaptación.
—Sí, eso es.
Inma mostró que esto realmente conectaba con lo que ella sentía y
posiblemente Luis comenzó a entender que lo que Inma planteaba no era
una limitación de noches con él porque sí.
—El niño nunca se ha separado de mí. En cambio tú —dirigiéndose
a él— has tenido que viajar... Está más acostumbrado.
—Bueno, —continuó el mediador— lo que planteas es que puede
acostumbrarse poco a poco. Tú también necesitas ese tiempo.
Una vez superadas las fuertes discusiones iniciales, el proceso de
mediación con Inma y Luis avanzó con relativa normalidad, aunque cada

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cierto tiempo parecía resurgir la necesidad de enzarzarse en una nueva


disputa. El mediador insistía en la importancia de poder escuchar a los
dos y saber lo que cada uno pensaba:
—Para ello, necesito que, en estos momentos, no habléis entre vos-
otros. Hablad solamente conmigo, creo que será más fácil.
Cuando Luis pudo observar en el calendario que, en el intervalo de
un año, el tiempo que pasaría con su hijo no estaba tan desequilibrado
como él pensaba, pudo relajar enormemente su postura respecto a las
noches. Habían marcado con diferentes colores los días que le correspon-
dían a cada uno y la diferencia no era tan importante como creía cuando
el intervalo de referencia era semanal o quincenal.
Evitar inicialmente el conflicto es lo que el mediador había intentado
con Inma y Luis cuando los conoció. Para ello hubo de valerse además
de técnicas que bloqueasen sus constantes escaladas. Al principio fue
necesario un intenso esfuerzo por lograr que hablasen de sus diferencias
sin entrar en ellas, pues aparentemente eso era lo que provocaba las dis-
cusiones. Para ello bastaba con que cada uno pudiera dar su visión gene-
ral del tema, le pusiera un título, sin necesidad de abordar las causas, des-
arrollar las posiciones o cuestionar las del otro. Inma y Luis pudieron
definir dos temas: la relación de cada uno de ellos con su hijo y la manera
de asumir las responsabilidades económicas.
Algunos ejemplos de preguntas utilizadas en este caso fueron:
—¿Cómo decidisteis que Luis recogiese por las tardes al niño de la
escuela infantil?
—Luis, ¿qué significado tiene para ti compartir la custodia?
—Inma, ¿cómo crees que está llevando tu hijo vuestra separación?
—Inma, ¿cómo le pareció a tu madre que os separaseis?
—Luis, ¿qué significado tiene para ti compartir la custodia?
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—Para mí no hay una alternativa mejor.


—Pero hay otras alternativas. ¿Podríamos hablar de ellas?
—Inma, ¿cómo crees que está llevando tu hijo vuestra separación?
—Se sufre mucho en estas situaciones.
—¿Quieres decir que piensas que tu hijo está sufriendo?
—No lo sé. Yo sufrí cuando mis padres se separaron.
—¿Cómo os ayudan vuestras familias con el niño?
—Es que aquí se ha metido mucha cizaña —contesta Luis.
—¿Quién ha metido cizaña?
—Su madre se ha metido mucho.
—Inma, ¿cómo le pareció a tu madre que os separaseis?
—Lo aceptó.

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—¿Cómo hiciste para que lo aceptase tan rápido? —insistió el media-


dor.
—No le queda más remedio. Lo que más le costaba es no poder ver
al niño todos los días.
—Desde que Luis no le recoge en la escuela, lo hace tu madre. ¿No
es así?
—Ella siempre ha estado dispuesta a ayudar.
Tanto Inma como Luis hicieron referencia en diferentes momentos a
la situación de presión a la que estaba siendo sometido su hijo. Claro que,
para los dos, quien tiraba del niño siempre era el otro. Ante la dificultad
para asumir la doble presión que estaban efectuando y las posibles sali-
das a estas actitudes, el empleo de la metáfora de Salomón y las dos muje-
res que disputaban por un niño pareció producir una buena apertura. Tam-
bién conectaron con la dificultad que pueden tener dos ojos para visionar
al mismo tiempo a los dos jugadores de un partido de tenis. Se puede
mirar alternativamente a uno y a otro. El problema es que si la partida
dura demasiado tiempo el dolor de cuello es inevitable. También es posi-
ble intentar mirar a un jugador con cada ojo. Hay niños expertos en ello,
pero aquí el dolor de ojos o incluso el estrabismo no tarda en aparecer.
Otra manera es contemplar el juego desde lejos, pero los niños están
demasiado cerca. Para evitar dolores lo mejor es mirar únicamente hacia
un lado. Muchos niños optan por esta estrategia.
Luis no podía entender las preocupaciones (él las llamaba «manías»)
de Inma respecto a la estabilidad de su hijo. Esto le colocaba en una pos-
tura muy cuestionadora de la actitud de su compañera, lo que hacía que
ella, a su vez, se situase en una posición cada vez más defensiva en el
abordaje del tema. La situación se desbloqueó permitiendo que Inma
expresase, sin interrupciones de Luis, sus preocupaciones, reconociendo
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que era normal que ella le diera vueltas a esa posibilidad y preguntándole
qué sería lo peor que a ella se le ocurría que pudiera pasar. Inma pudo
hablar de cuestiones más concretas como la dificultad de su hijo para iden-
tificar cual era su casa, la organización del tiempo con relación a las nece-
sidades del niño y otras que supusieron un inicio de nuevas conversacio-
nes entre ellos centradas en cómo resolver estas cuestiones.
En algunos momentos Inma se sentía desmotivada para continuar
ante la «tozudez» de Luis para no admitir una custodia individual.
Cuando se les reconocía el no poder intentar realizar una elección acer-
tada en ese momento y, por lo tanto, el tener que esperar hasta estar
seguros, ellos mismos insistían en la necesidad de finalizar el proceso
buscando nuevas alternativas. Una de ellas fue consultar a un abogado

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sobre los diferentes tratos judiciales que pueden recibir ambos sistemas
de custodia.
Sobre la base de que el niño viviría habitualmente con Inma, ella y
Luis intentaban dibujar el mapa del tiempo que pasaría con el padre, pero
había un punto insalvable: Luis quería que los fines de semana que le
«tocaba» fuesen desde el viernes a la salida de la escuela infantil hasta el
lunes por la mañana en que le llevaría de nuevo a la escuela. Inma creía
que el niño era muy pequeño y no aceptaba que los encuentros tuviesen
que iniciarse antes del sábado por la mañana y acabar después del
domingo por la tarde-noche, con alguna tarde entre semana. Ninguno de
los dos podía moverse de esta postura. Habían alcanzado, con muchas
dificultades un principio de entendimiento económico que estaban con-
sultando con los abogados, y los dos tenían la sensación de haber cedido
demasiado. Ese no era un buen síntoma. Así que ahora estaban inamovi-
bles. No podían ceder más. La sesión se había prolongado más de lo pre-
visto inicialmente. El mediador hizo un último intento por buscar una
salida. Planteó que, efectivamente el niño no se había separado nunca de
su madre, pero los dos reconocían que, antes de separarse, tenía muy
buena relación con su padre. Propuso la idea de un sistema progresivo
que fuese probado durante un tiempo y permitiera valorar su evolución.
En él no era imprescindible empezar por la propuesta de Inma y acabar
en la de Luis, sino que podían plantearse otras opciones que incluso era
posible que fuesen apareciendo sobre la marcha. No tenían que decidir
ahora todo el futuro de su hijo. La tensión y el cansancio eran muy ele-
vados, por lo que no se atrevió a utilizar el humor. Propuso que pensasen
en esta línea hasta una nueva sesión.
Para llegar a construir el calendario definitivo que Inma y Luis pon-
drían en práctica fue necesario abordar la cuestión desde diferentes plan-
teamientos. Inicialmente Luis no pudo aceptar un sistema de «guarda y
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custodia/régimen de visitas». Inma tampoco aceptó un sistema global que


recogiese la posibilidad de que el niño pernoctase con su padre tanto como
él quería. Así que probaron a construir el puzzle de una manera diferente:
semana a semana. Se encontraron con días festivos, puentes, aniversarios,
vacaciones, tardes en las que Inma no trabajaba, tardes en las que Luis
no podía ocuparse del niño, días del padre y de la madre y otras sorpre-
sas con las que no habían contado. También contaron con la madre de
Inma. Pero cuando todo estaba a punto de ser acordado, Luis decidió que
no respondía a su idea de custodia compartida. No hubo más sesiones.

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ANEXO V
EL CASO DE DULCE Y JESÚS

Jesús y Dulce llevaban ocho años separándose cuando un juez les


recomendó acudir a mediación. Desde el punto de vista legal, habían tra-
mitado su separación y ahora se encontraban en un largo proceso de divor-
cio. La vía siempre había sido contenciosa, caracterizándose por los cons-
tantes recursos y apelaciones a las diferentes decisiones que se iban
tomando. Se trataba de una pareja en la que ninguno de los dos había asu-
mido su responsabilidad en la ruptura y en la que ambos se culpaban
mutuamente de las causas de todos los problemas con que se iban encon-
trando. Primero fue la disputa por la custodia de su hijo de tres años, adju-
dicada judicialmente a Dulce y a cuyo derecho Jesús nunca quiso renun-
ciar. Junto a las correspondientes apelaciones (él no aceptó la resolución
citada y ella la que hacia referencia a la pensión) se instaron procedimien-
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tos de ejecución y se sucedieron conflictos económicos y centrados en el


régimen de visitas. En algún momento de este proceso, Jesús inició una
convivencia con una nueva pareja, lo que también fue motivo de con-
flicto. Cuando llegaron a mediación, su hijo había cumplido 11 años y
desde hacia unos meses había ido expresando a su padre su firme deseo
de convivir con él, lo que Dulce no podía aceptar e interpretaba como el
resultado de un proceso de manipulación paterna. La negativa de Dulce
hizo que el niño se escapase de casa, con la ayuda de Jesús.
Cuando Dulce acusó a Jesús de no haberse ocupado nunca de algu-
nas cuestiones relativas a la salud o la educación de su hijo, lo hizo reto-
mando la dinámica de confrontación a la que estaban acostumbrados y,
por tanto, como un argumento en contra de la opción de custodia paterna.

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El mediador intentó resituar la conversación en el terreno cooperativo


planteando que si lo que Dulce estaba intentando expresar era una queja,
tal vez su deseo sería que en el futuro él también pudiera ocuparse de
estos temas y por lo tanto de lo que podrían hablar es de cómo compar-
tir estas responsabilidades.
Una convivencia más habitual de Jesús con su hijo podía implicar la
necesidad de un cambio de centro escolar, o al menos así lo creía él. Ade-
más nunca había estado de acuerdo con el actual, sobre todo porque Dulce
no le había consultado a la hora de elegirlo. Este tema, que se había deba-
tido intensamente en el juzgado supuso un fuerte enfrentamiento cuando
surgió en mediación. El mediador pensó que no era posible abordarlo en
ese momento y propuso hablar sobre la disponibilidad horaria de cada
uno para acompañar y recoger al niño al centro escolar.
La tensión estuvo a punto de dispararse de nuevo cuando Jesús
comenzó a retomar algunas de las descalificaciones que sobre las «capa-
cidades maternas» se habían vertido en el juzgado, en concreto en cuanto
a sus dificultades para poner límites a su hijo de una manera eficaz, algo
que él si era capaz de conseguir. En este caso el mediador preguntó a
Jesús:
—¿Cómo elegiste a la madre de tu hijo?
La pregunta sorprendió a ambos y abrió las puertas para introducir
reflexiones y comentarios sobre la responsabilidad compartida de cada
uno de ellos en haber ofrecido a su hijo el mejor padre y la mejor madre
que pudieron elegir, o la complementariedad y el reparto en el desem-
peño de las funciones.
Dulce argumentó, en un momento de las discusiones, que el único
objetivo que perseguía Jesús era conseguir el domicilio conyugal y que
el niño no le importaba lo más mínimo. Antes de que Jesús saltase de su
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silla, el mediador pidió a Dulce que concretase si realmente pensaba que


ese era su único objetivo o tal vez existían otros, partiendo de la legiti-
midad de éste como uno más, y si de verdad pensaba que el niño no le
importaba o tal vez se refería a que a veces, en este tipo de discusiones,
uno tiene la sensación, también legítima, de que se entra en una especie
de regateo en el que da la impresión de que se está comerciando con los
niños. Dulce pudo matizar sus comentarios sin necesidad de que Jesús
interviniese y el mediador propuso asumir su responsabilidad en intentar
evitar que el diálogo se convirtiese en un «mercadeo» sobre los intereses
de su hijo.
Jesús pensaba que había que dar prioridad a la opinión de su hijo para
tomar la decisión y, cuando Dulce se extendía en largas disertaciones

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sobre «el mejor interés de los niños», adoptaba la posición beligerante en


la que se había ido entrenando durante años. No en vano todas las deci-
siones anteriores, para él equivocadas, fueron tomadas en ese presunto
mejor interés. Esto hacía que no pudiera escuchar los argumentos de
Dulce, mientras que ésta, a su vez, parecía no poder oír los deseos que
estaba mostrando su hijo. El mediador intentó balancear la comunicación
esforzándose en conocer la opinión de ambos sobre los dos argumentos.
Así, cuando Dulce hablaba de mantener una continuidad en la vida de su
hijo, Jesús contrarrestaba con la importancia de su opinión. No podían
escucharse. El mediador pidió a Dulce que concretase a qué se refería con
continuidad y ésta puso como ejemplo mantener el mismo colegio. Era
una oportunidad para retomar un tema que había quedado postergado, por
lo que inmediatamente lo señaló y pidió también su opinión a Jesús. Pos-
teriormente, cuando Jesús hablaba de los deseos de su hijo y Dulce con-
testaba de nuevo con el argumento de las manipulaciones, el mediador
preguntó a la madre su opinión sobre los deseos de su hijo. Dulce reco-
noció que su hijo quería vivir con su padre.
Cuando el mediador habló por primera vez con Jesús y Dulce pudo
comprobar en los dos la existencia de un cierto cansancio, no revelado
explícitamente, con la situación que estaban viviendo desde hacia años.
Aunque era difícil que pudieran expresar esto delante del otro, comenzó
reconociendo los enormes esfuerzos de todo tipo que habían tenido que
invertir en este larguísimo proceso. Sin mirarse directamente los dos asen-
tían, aunque con toda seguridad no dejaban de observarse con el rabillo
del ojo y en todo momento cada uno de ellos era consciente de las reac-
ciones del otro. El mediador preguntó cuánto tiempo hacia que no se sen-
taban el uno al lado del otro para hablar y esperó porque sabía que lo
importante no era la respuesta. Cada uno de ellos repasó mentalmente y
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a gran velocidad el proceso de separación y no fue capaz de encontrar en


ocho años un momento como éste. ¿Tal vez valía la pena aprovecharlo?
El mediador sabía que habían bajado un poco las armas, pero era dema-
siado pronto para dejar que hablasen, así que habló él. Habló de cosas
que ellos sabían, de las que nunca habían hablado, pero que estaban ahí.
Habló de sus conflictos, del proceso legal, pero también de dolor y de
sufrimiento y lo hizo refiriéndose a ellos y a su hijo.
El mediador sabía que la desesperanza de ambos para encontrar una
solución a sus diferencias era elevada, también sabía que la oportunidad
que estaba ofreciendo únicamente tendría éxito si coincidía con un
momento evolutivo de su conflicto que así lo permitiese. Así que la expuso
con convicción pero con moderadas dosis de optimismo. Era una alter-

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nativa que muchas parejas aceptaban, pero que no siempre daba resul-
tado. En cualquier caso poco había que perder por intentarlo. Iniciar un
diálogo nuevo, en condiciones diferentes suponía dejar las armas fuera
de la sala durante la sesión. No dudó en señalarles que muchas personas
se las dejaban olvidadas al irse, pero no debían preocuparse pues, si lle-
gase el caso, él mismo se encargaría de recordárselo. Lo cierto es que
algunas de ellas decidían dejarlas allí para siempre. Otras asumían que
nunca podrían dejar de utilizarlas. Ellos decidían.
Dulce y Jesús no debían sentirse culpabilizados por haber pasado tan-
tos años atacándose mutuamente, pues esas eran las «reglas del juego» y
seguramente ellos, como otras muchas parejas, se habían visto arrastra-
dos por un proceso que no podían controlar. Es como si el contencioso
los hubiese absorbido. Pero ahora tenían la oportunidad de coger las rien-
das, de defender conjuntamente los intereses de su hijo, de compartirle,
no de pelearse por él. Pero este tránsito no podía ser fácil.
Cuando Dulce y Jesús fueron preguntados por su hijo, ambos coin-
cidieron en resaltar que era un buen estudiante, muy responsable y cari-
ñoso. El mediador quiso felicitarlos, pues a pesar de los años de litigio y
de todas las descalificaciones mutuas que se habían ido haciendo (y que
surgirían también a lo largo del proceso de mediación) parecían haber con-
seguido que su hijo fuera como le estaban describiendo, y eso con toda
seguridad era mérito de los dos.
Jesús y Dulce decidieron participar en la mediación. Habían hablado
con sus abogados que también estaban de acuerdo en intentarlo. En el
actual proceso de divorcio ambos solicitaban la custodia individual de su
hijo. A pesar de la negativa de éste, Dulce consideraba que la obligación
judicial pondría las cosas en su sitio. Al mismo tiempo litigaban por el
uso del domicilio conyugal, en el que habían estado viviendo madre e
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hijo desde la ruptura y, una vez más, por la cuantía de la pensión de ali-
mentos. El mediador planteó que durante estos años ambos habían estado
defendiendo en el juzgado lo que cada uno consideraba que era lo mejor
para su hijo, pero esta defensa era en contra del otro, lo que la transfor-
maba en un ataque. La guerra había hecho mucho daño y tal vez no fuera
posible avanzar si no se curaban algunas heridas. El mediador formuló
una historia alternativa:
—Jesús, sientes que has estado años intentando arañar pequeños espa-
cios con tu hijo y te parece que ahora se pueden compensar tus esfuer-
zos. Y tú, Dulce, te sientes contrariada cuando eres consciente de los
deseos actuales de tu hijo. Has llegado incluso a pensar que no tiene dere-
cho a compensar así tus esfuerzos. Estáis de acuerdo en que lo impor-

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tante es que tenéis un hijo que ha conseguido que os sentéis juntos en este
lugar. Antes eso no era posible. Ahora los dos queréis acabar con la gue-
rra. Estáis cansados y, a pesar de lo bien que parece marchar vuestro hijo,
los dos reconocéis que también está cansado. En estos momentos valo-
ráis que no es tan importante quien tiene la custodia o no, sino de qué
manera vuestro hijo puede empezar a tener unos padres, no un padre y
una madre enfrentados, sino unos padres que pueden empezar a trabajar
en equipo. Eso sí, despacio. Podemos empezar por hablar de cuales son
sus necesidades y de qué manera pueden cubrirse. Este es un espacio de
padres. Ya no sois una pareja que se está separando.
Los dos pudieron reconocer que se habían dicho muchas cosas que
no tenían sentido, que se habían exagerado algunas acusaciones y que se
habían visto en la necesidad de utilizar todos los medios posibles para
descalificar la «candidatura» del otro más que para «vender» la propia.
A Dulce le habían dolido especialmente algunos cuestionamientos ¡que
se habían mantenido en el tiempo! sobre los cuidados del niño durante
sus tres primeros años de vida, las descalificaciones respecto a la impli-
cación de su propia madre en dichas atenciones y la participación de algu-
nas amistades comunes como testigos en el juzgado. Jesús no podía per-
donar la falta de flexibilidad de ella para poder relacionarse con su hijo
los primeros años de la ruptura, cuando, tras las Medidas Provisionales,
únicamente podía verle los fines de semana alternos desde el sábado por
la mañana hasta el domingo por la tarde. Tampoco olvidaba las serias acu-
saciones que constaban en los escritos judiciales (que a toda costa inten-
taba mostrar al mediador) en que se afirmaba que él había sido un niño
maltratado en su infancia, o la utilización por parte de Dulce de un detec-
tive privado para constatar que él había iniciado una relación sentimen-
tal con otra persona. Hablar de todas estas cosas no fue nada fácil ni corto,
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pero fue necesario reconocer y relativizar sus efectos, fue preciso un sim-
bólico perdón mutuo que no borró todos los daños, pero permitió conti-
nuar hablando.
El proceso de mediación con Dulce y Jesús fue largo e intenso. Varias
veces estuvo a punto de fracasar. Para Dulce fue muy doloroso cederle la
custodia a Jesús, aunque estaba convencida que no iba a ser negativo para
el niño. Zanjaron varias cuestiones económicas que venían arrastrando
desde hacía tiempo. Decidieron vender el piso y repartir las ganancias.
Eso permitió a Jesús adquirir una nueva vivienda que no supusiese un
cambio de centro escolar a su hijo. Dulce también buscó un domicilio
cercano. Su hijo crecía y se acercaban tiempos en los que los dos desea-
ban que pudiera ir a una y otra casa según su deseo. Al terminar la última

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sesión, una vez firmados los acuerdos sin excesiva solemnidad, el media-
dor los felicitó por el acuerdo. Ellos le dieron las gracias por el esfuerzo.
Él insistió que el trabajo lo hicieron ellos, juntos, en equipo. Sugirió que
se diesen la mano.
—Creo que éste puede ser el inicio de una larga amistad... de padres.
Cuando se fueron se quedó pensando dónde había escuchado esa frase
antes.
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ANEXO VI
EL CASO DE MAD Y PAD

La primera vez que habló con ellos, no tenían ningún interés en verle.
La última tampoco. De hecho, la feliz ocurrencia de enviarlos a un media-
dor la había tenido un juez. Llevaban más de cuatro años separándose en
el juzgado y ahora iniciaban el divorcio.
Tenían un hijo de cinco años, Fil. Hasta el momento, su historia era la
historia de la separación de sus padres. El juzgado estaba a punto de con-
vertirse en su segunda casa (la primera era la de la madre, y la del padre
estaba perdiendo posiciones de manera preocupante). El juez ya casi era para
Fil un buen abuelo adoptivo, y los abogados de los padres, dos tíos cons-
tantemente enfrentados entre sí. Fue precisamente el tío-abogado paterno
quien propuso al abuelo-juez la posibilidad de que la familia fuese vista por
un mediador ante la incipiente negativa del niño a relacionarse con su padre.
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Llevaban tiempo discutiendo si dicha conducta se debía a la influen-


cia materna o, por el contrario, tenía que ver con la relación paterno filial.
Discutían sobre el régimen de visitas más adecuado.
Cuando el mediador, Med, propuso hacer una sesión informativa con-
juntamente con los dos padres, Pad y Mad, sabía que esa invitación debía
ser aceptada también por los abogados. Por fortuna éstos no parecían opo-
ner demasiada resistencia. Pero unos días antes de la fecha prevista recibió
la llamada de Pad. Med pensó sobre la procedencia de hablar con él, pero
no dudó en hacerlo. En un tono bastante decidido, casi sin preámbulos, Pad
pasó a explicar sus motivos para no querer ver a Mad. No tenía nada de que
hablar con ella. Para él, ¡ella había muerto! Ingenuamente, Med le preguntó
que si tenía algo en común con ella. Él contestó que sólo un hijo. Parecía

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que eso hacía inevitable que tuvieran que hablar de algunas cosas. Muy car-
gado de razón, Pad contestó que ése precisamente era el único motivo por
el que estaba en el juzgado, y por el que pensaba luchar hasta el final. A su
vez, recordó a Med que él, a través de su abogado era quien había «pedido»
su intervención para «hablar con su hijo y comprobar hasta qué punto la
madre lo estaba poniendo en contra suya». Estaba claro que Pad y Med tenían
una idea diferente sobre la mediación. Era preciso ponerse de acuerdo.
De nada sirvieron las explicaciones que Med desgranó pacientemente
sobre las ventajas de hablar con los dos padres, la necesidad de un mínimo
diálogo entre ellos... Pad se mantuvo firme en su posición. Además sabía
que no estaba obligado por el juez. Finalmente Med le dijo que entendía
sus motivos, que no obstante mantenía la posibilidad de una convocato-
ria conjunta por si cambiaba de opinión. Pero si Pad así lo deseaba, ten-
dría una entrevista a solas con cada uno. Med le dio las gracias a modo
de despedida.
—No entiendo por qué me da las gracias —la pregunta sorprendió a
Med, que tardó unos segundos en contestar.
—Por la confianza. Por hablarme de las dificultades de comunica-
ción con Mad y con su hijo.
—Ella y yo no nos comunicamos —contestó en último extremo él.
—Pues eso.
Ella acudió bastante antes de la hora concertada. Esperó paciente-
mente a que llegara el momento y entró, resplandeciente, con el aire de
desconfianza de alguien que se sabe cuestionada.
—Hace con todo lo mismo —dijo con desdén, al saber que él proba-
blemente no acudiría, y mientras hacía un gesto de complicidad.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Med, de nuevo con ingenuidad—
¿A qué se refiere?
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—Con el niño hace lo mismo. Mucho interés en verle, pero luego no


da la talla. No me extraña que...
Unos suaves golpes en la puerta la interrumpieron y libraron a Med
de hacer algo para evitar que la conversación fuese por caminos que no
le interesaban.
Pad no la miró. Saludó a Med y se sentó ofreciendo a Mad su peor
perfil.
—He venido por el niño —dijo con voz temblorosa—, y porque no
me fío de lo que esta señora...
Esta vez Med reaccionó con mayor agilidad y le interrumpió con un
gesto amistoso. Todos los músculos de Pad estaban en tensión. Mad había
cambiado radicalmente de semblante. No parecía la misma.

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—Necesito hablar con los padres de Fil. No han venido para discu-
tir. Esto no es un juicio. No se trata de ver quién tiene la razón y quién
no. Se trata de pensar juntos en su hijo, porque el juez...
Med no era consciente de que ellos no le oían. O al menos no escu-
chaban sus palabras. Pad y Mad se escuchaban mutuamente cómo traga-
ban saliva, cómo crujían sus dientes. Cada uno era infinitamente sensible
al más mínimo movimiento del otro. Pero no se miraban. Tenían sus ojos
fijamente puestos en Med, mientras sentían la presencia inquietante del
otro. Ninguno de los dos podía evitar que, junto a oleadas de rabia y ren-
cor, transitasen por sus entrañas imágenes que conectaban con todo aque-
llo que habían querido olvidar. Aunque los dos sabían que, ante el más
leve indicador de alarma, se tirarían sin piedad al cuello del otro.
—¿Cuánto hace que no se sientan juntos para hablar de su hijo, o de
lo que sea? —preguntó Med mientras intentaba comprobar si alguno de
los cuatro ojos que le miraban comenzaba a parpadear.
Fue Mad quien primero reaccionó. Y habló. Habló de la falta de comu-
nicación entre ellos, de la imposibilidad de obtener respuesta de él, de su
incapacidad (la de él, claro) en reconocer las equivocaciones, de su nega-
ción (también la de él) para aceptar la ruptura... En dos o tres minutos le
dijo todo lo que probablemente no le había dicho en años. Eso sí, sin mirarle.
Posiblemente Pad no la escuchó del todo. Pensó que debía contraa-
tacar y lo hizo. Se quejó de la usurpación deliberada que ella y su
«amante» estaban haciendo sobre su paternidad. Se habían propuesto ale-
jarle de su hijo por todos los medios. Pero él pensaba llegar hasta el final.
Tarde o temprano la justicia le daría la razón.
Med comprendió que Pad y Mad ya le habían mostrado un trocito
suficiente de su manera de actuar la disputa y pensó que a partir de ese
momento debía manejar más directivamente la conversación. Aceptar, de
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entrada, la definición judicial del problema le había dado buenos resulta-


dos en otras ocasiones:
—Parece que tienen dificultades con el cumplimiento del sistema de
relación establecido —dijo.
—Ya he dicho que no quieren que vea al niño —recordó Pad.
—Fil te tiene miedo —dijo Mad con rotundidad. Era la primera vez
que le miraba a la cara. Él se descolocó momentáneamente. Balbuceó.
Miró hacia otro lado e intentó rehacerse.
—Si quiere hijos que los tenga, pero que deje en paz al mío —con-
testó, en clara referencia al nuevo compañero de ella.
—Te tiene miedo. No quieres aceptarlo. Nunca has querido aceptar
nada —insistió ella.

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Esta vez Pad no dijo nada. Med aceptó el argumento de Mad y habla-
ron del miedo. En realidad ella estaba aludiendo a una serie de compor-
tamientos y actitudes de su hijo que aparecían cada vez que tenía que ir
con su padre y después de haber estado con él. Se habían intensificado
desde hacía unos meses, aunque en menor medida siempre habían estado
presentes. Med, a través de sus preguntas, confirmó que Fil no era un niño
miedoso en otras facetas de su vida y probó a redefinir provisionalmente
el «miedo al padre» en «dificultad para separarse de la madre». Mad le
revocó, con razón, inmediatamente.
¡Sólo tenía esa dificultad cuando iba con el padre!
Ahora Pad escuchaba con atención.
—Entonces Fil tiene dificultades para separarse de Mad cuando tiene
que ir con Pad —corrigió Med.
Los dos podían aceptar esa definición. No comprometía especial-
mente ninguna de sus posiciones iniciales y mantenía las espadas en alto.
Pad reconocía por primera vez la existencia de dificultades, lo que recon-
fortaba a Mad, aunque insistió en que el niño estaba bien con él. Med
aprovechó ese momento de incertidumbre en la disputa para hablar de
algo que, ahora sí, ellos pudieran escuchar:
—Cuando los padres están en conflicto, a muchos niños les cuesta
separarse de uno y otro al tener que hacer el cambio. A veces, incluso les
dicen a los dos que no quieren ir con el otro, aunque luego están bien.
No sé si este es el caso de Fil, pero tal vez podríamos hablarlo. Vosotros
sois los padres. Podemos pensar juntos sobre lo que creéis que es mejor
para Fil
—Lo mejor —se apresuró a decir Mad—, es que pueda vivir como
un niño normal, hijo de padres separados, pero normal.
—Lo mejor —casi interrumpió Pad—, es que tenga libertad para que-
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rer a sus dos padres y que no se sienta coartado por ninguno.


—Lo que estáis diciendo —sugirió Med—, es que Fil necesita unos
padres, separados, pero padres. Unos padres que no se lo disputen, que
puedan compartirlo. ¿Es eso posible?
Ninguno de los dos dijo que no, pero tampoco afirmaron. Siempre
habían hecho de padres de la misma manera, el uno contra el otro. Pare-
cía realmente difícil inventar otro modo.
Med no permitió que siguieran pensando, y continuó:
—No hablo de unos padres con una relación maravillosa, sino de unos
padres que puedan trabajar juntos cuando es necesario. Un equipo. Por
ejemplo, ahora estáis haciendo de padres. Tenéis un problema que solu-

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cionar, una decisión que tomar. Podéis cederle ese derecho al juez, cederle
un poco de vuestra paternidad y maternidad, o ejercerlo porque os corres-
ponde. Vosotros elegís.
Realmente, no permitió que opinaran sobre esta elección. Sabía que
precisarían tiempo, y que no era una cuestión de sí o no, aquí y ahora.
Más bien se trataba de un proceso donde el sí y el no se mezclaban capri-
chosamente, sin un orden predecible. Como la vida misma. Siguió, por
tanto, desgranando el conflicto.
—¿De qué manera podéis compartir a vuestro hijo? —dijo, dejando
deliberadamente de lado la expresión régimen de visitas.
Mad explicó que Fil vivía con ella y Pad contestó que no era su pro-
piedad. Ella se había sentido cuestionada por él como madre, desde que
nació el niño, mientras que él había sentido los esfuerzos de ella por
excluirle. Él la cuestionaba por eso y ella se defendía. Había encontrado
un apoyo en su actual pareja. Pad un rival. El se apoyó en su familia, la
misma que ella había vivido amenazante desde que le conoció.
Habían llegado, inevitablemente, a su relación de pareja, pero no esta-
ban allí para eso. En aquel contexto, Med tenía claro que podían llegar
hasta el conflicto de pareja para intentar desbloquear la consecución de
acuerdos como padres, si ello era posible. Era un rápido viaje de ida y
vuelta, lo suficiente para airear lo aireable de forma controlada, y conti-
nuar con el proceso iniciado.
Ellos no se amilanaron. Mad susurró que ella le había querido dema-
siado y él demasiado poco. Pad sentenció que los dos eran unos inmadu-
ros. Mad no se resistió a matizar que, con el tiempo, ella había madurado
más que él. Él tenía que tirar adelante un negocio familiar y nunca contó
con el soporte ni el reconocimiento de ella. Antes de que naciera Fil, ya
se habían intentado separar tres veces.
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—Fue un descuido —dijo Mad.


—Deseado —añadió Pad.
Se habían separado definitivamente cuando el niño tenía tres meses,
pero ahora comenzaban a separarse de verdad. Nunca habían hablado de
todo esto. La ruptura era una fuente de dolor compartido del que nadie
había hablado durante mucho tiempo. Tampoco Fil.
Tal vez fue Fil quien provocó el diálogo, quien con su negativa a
seguir participando en el juego de las presiones inició un nuevo juego.
Tal vez este juego pudo haber sido interpretado por sus padres como un
nuevo campo de batalla, en el que estuvieron a punto de involucrarse
seriamente abogados y jueces. Pero Pad y Mad fueron capaces de leer
más allá del miedo de Fil. Actuaron como un equipo de padres, eso sí, el

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tiempo justo. Acordaron un sistema diferente de relación con su hijo que,


por detallado, casi confundió al propio juez.
Quedaban algunos aspectos económicos por resolver, la propiedad de
un piso, ajustar una pensión...
Med les propuso volver a reunirse para abordar estos temas, pero ellos
no quisieron.
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ANEXO VII
MODELO DE TEXTO INFORMATIVO DIRIGIDO A
PADRES EN PROCESO DE RUPTURA

Cuando la separación llega…


…suele ocurrir que vuestros hijos ya se imaginaban que algo iba a
pasar. La verdad es que, a los niños, la ruptura casi nunca los coge por
sorpresa. Es importante que, a pesar de todo, intentéis hacer el esfuerzo
de explicárselo entre los dos. Para ello es inevitable tener que dedicar
un tiempo a poneros de acuerdo en lo que les vais a decir. Para ellos es
mucho más fácil. Muchos niños están hechos un lío porque no saben
qué versión creerse. ¡Pueden ser tan distintas! Es necesario adaptar la
explicación a cada edad. Con los más pequeños puede resultar útil ela-
borar una pequeña historia que contar. Además, no olvidéis que los her-
manos hablan entre sí, y también hablan de estas cosas e intentan ayu-
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darse. También lo hacen con otros niños. Tranquilos. No todo es vuestra


responsabilidad.
Sed conscientes de que, para vuestros hijos, la vida sigue. Que les
sigue preocupando el colegio, los exámenes, los problemas con los ami-
gos o la comida que no les gusta. El tiempo no se ha detenido, aunque
no hay que olvidar que hay familias donde todo se para y parece que a
partir de este momento el mundo gira alrededor de la separación. Podéis
intentar que no sea así, aunque no siempre sea fácil. Seguramente vais
a hacer todo lo posible por llegar a un acuerdo sobre lo que va a pasar
a partir de ahora. Si no lo conseguís, podéis hablar con una persona
mediadora que os ayudará. Eso es algo que puede tranquilizar a vues-

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tros hijos. No suele gustarles mucho la idea de que tengáis que ir a los
Juzgados a pelearos por ellos. Tampoco les gustaría tener que asistir. Pre-
fieren el colegio.
Pensar que ahora van a vivir en dos casas les inquieta, pero con vues-
tra ayuda serán capaces de adaptarse. Eso sí, les gustaría que las dos fue-
sen sus casas y no tener que elegir entre una y otra, porque tampoco quie-
ren elegir entre vosotros. Eso sería algo terrible. No les hagáis pasar nunca
por esa situación. Os quieren a los dos, aunque no exactamente igual.
Tampoco les pidáis quereros al cincuenta por ciento. En unas cosas están
más próximos de uno y en otras del otro y a veces eso cambia en función
de su edad o simplemente de su estado de ánimo. No debéis sentiros mal
por eso. Preferir a veces estar con uno no significa no querer estar con el
otro. En ocasiones (sobre todo los más pequeños) lloran cuando pasan de
estar con uno a estar con el otro. Eso no quiere decir que no quieran mar-
charse o que estuviesen mal, simplemente que les cuestan los cambios,
que les cuesta separarse, como a vosotros.
No les gusta pasar demasiado tiempo sin veros. Echan de menos al
que no está con ellos, aunque a veces no lo muestren por miedo a hace-
ros daño. Les gusta poder hablar por teléfono con los dos cuando están
con el otro. A veces eso les pone tristes, pero es normal. Les gusta veros
en las fechas importantes para vosotros y para ellos (aniversarios, cum-
pleaños…). El ocio es importante, pero no hace falta hacer ahora todo lo
que nunca se ha hecho. Os queda tiempo por delante. Por ejemplo las
vacaciones. «La mitad con cada uno», habéis pensado. Pero no hace falta
que todo sea estricto. Si es posible, los niños pueden también ver al otro
en vacaciones. Sobre todo los más pequeños lo necesitan.
A pesar de la ruptura de pareja, seguís siendo sus padres, juntos,
aunque no viváis en la misma casa. Les gusta saber que hacéis las mis-
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mas cosas que antes, que habláis con sus profesoras y profesores, que
compartís vuestras preocupaciones por su salud, que pensáis conjunta-
mente en qué es lo mejor para ellos. A veces, si no es así, parece que
los niños intentan aprovecharse de vuestras diferencias, sacar partido de
vuestra incomunicación, pero en realidad prefieren que estéis de
acuerdo, que les transmitáis criterios claros en las dos casas. Y cuando
no puede ser así, al menos intentando no cuestionar al otro. También le
quieren.
Vuestros hijos echarán de menos el pasado, pero el futuro también
puede ser interesante. ¿Les dejaréis moverse con libertad entre los dos?
Tendréis nuevas parejas, tal vez tengan nuevos hermanos. No siempre es
fácil aceptar los cambios, pero con vuestro permiso sí. A veces les cuesta

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Hijos alineados y padres alienados. Mediación familiar en rupturas conflictivas

tanto que incluso pueden llegar a negarse temporalmente a estar con uno
de vosotros. No utilicéis eso para acusaros mutuamente. No es culpa de
nadie. Se les pasará si actuáis con calma.
Es verdad. Surgirán muchas dificultades que os ayudarán a seguir cre-
ciendo como personas y como familia. Por favor, hablad, entre vosotros
y con ellos.
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ANEXO VIII
MODELO DE TEXTO INFORMATIVO DIRIGIDO A
PADRES EN PROCESO DE RUPTURA
(DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS HIJOS)

Queridos padres:
Ya nos imaginábamos que algo iba a pasar. La verdad es que, a los
niños, la separación casi nunca nos coge por sorpresa. Os agradecemos
mucho que, a pesar de todo, hayáis hecho el esfuerzo de explicárnoslo
entre los dos. Suponemos que habéis tenido que dedicar un tiempo a pone-
ros de acuerdo en lo que nos ibais a decir. Para nosotros es mucho más
fácil. Conocemos a niños que están hechos un lío porque no saben qué
versión creerse. ¡Pueden ser tan distintas! Nos ha gustado mucho que
adaptaseis la explicación a cada uno de nosotros, sobre todo esa historia
que le contasteis a la peque. Nos ha servido a todos. Además, no olvidéis
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que entre los hermanos hablamos, y también hablamos de estas cosas e


intentamos ayudarnos. También lo hacemos con otros niños.
Nos ha gustado saber que sois conscientes de que, para nosotros, la
vida sigue. Que nos sigue preocupando el colegio, los exámenes, los pro-
blemas con los amigos o la comida que no nos gusta. El tiempo no se ha
detenido, aunque sabemos que hay familias donde todo se para y parece
que a partir de este momento todo gira alrededor de la separación. Nos
gusta que intentéis que no sea así, aunque no siempre sea fácil. Nos habéis
dicho que vais a hacer todo lo posible por llegar a un acuerdo sobre lo
que va a pasar a partir de ahora y que, si no lo conseguís, hablaréis con
una persona mediadora que os ayudará. Eso nos tranquiliza. No nos gusta

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mucho la idea de que tengáis que ir a los Juzgados a pelearos por vues-
tros hijos. Tampoco nos gustaría tener que ir allí nosotros. Preferimos el
colegio.
Pensar que ahora vamos a vivir en dos casas nos inquieta, pero con
vuestra ayuda somos capaces de adaptarnos. Eso sí, nos gustaría que las
dos fuesen nuestras casas y no tener que elegir entre una y otra, porque
tampoco queremos elegir entre vosotros. Eso sería algo terrible. No nos
hagáis pasar nunca por esa situación. Os queremos a los dos, aunque no
exactamente igual. Tampoco nos pidáis quereros al cincuenta por ciento.
En unas cosas estamos más próximos de uno y en otras del otro y a veces
eso cambia en función de nuestra edad o simplemente de nuestro estado
de ánimo. No debéis sentiros mal por eso. Preferir a veces estar con uno
no significa no querer estar con el otro. En ocasiones (sobre todo los más
pequeños) lloramos cuando pasamos de estar con uno a estar con el otro.
Eso no quiere decir que no queramos marcharnos o que estuviésemos mal,
simplemente que nos cuestan los cambios, que nos cuesta separarnos,
como a vosotros.
No nos gusta pasar demasiado tiempo sin veros. Echamos de menos
al que no está con nosotros, aunque a veces no lo mostremos por miedo
a haceros daño. Nos gusta poder hablar por teléfono con los dos cuando
estamos con el otro. A veces eso nos pone tristes, pero es normal. Nos
gusta veros en las fechas importantes para vosotros y para nosotros (ani-
versarios, cumpleaños…). El ocio es importante, pero no hace falta que
ahora hagamos todo lo que nunca hemos hecho. Nos queda tiempo por
delante. Por ejemplo las vacaciones. «La mitad con cada uno», habéis
dicho. Pero no hace falta que todo sea estricto. Si es posible podemos
también ver al otro en vacaciones. Sobre todo los más pequeños lo nece-
sitan.
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Hemos decidido que queremos que sigáis siendo nuestros padres, jun-
tos, aunque no viváis en la misma casa. Nos gusta saber que hacéis las
mismas cosas que antes, que habláis con nuestras profesoras y profeso-
res, que compartís vuestras preocupaciones por nuestra salud, que pen-
sáis conjuntamente qué es lo mejor para nosotros. A veces, si no es así,
parece que intentamos aprovecharnos de vuestras diferencias, sacar par-
tido de vuestra incomunicación, pero en realidad preferimos que estéis de
acuerdo, que nos transmitáis criterios claros en las dos casas. Y cuando
no puede ser así, al menos no cuestionar al otro. También le queremos.
Echaremos de menos el pasado, pero el futuro también puede ser inte-
resante. ¿Nos dejaréis movernos con libertad entre los dos? Tendréis nue-
vas parejas, tal vez tengamos nuevos hermanos. No siempre es fácil acep-

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tar los cambios, pero con vuestro permiso sí. A veces nos cuesta tanto que
incluso podemos llegar a negarnos temporalmente a estar con uno de vos-
otros. No utilicéis eso para acusaros mutuamente. No es culpa de nadie.
Se nos pasará si actuáis con calma.
Es verdad. Surgirán muchas dificultades que nos ayudarán a seguir
creciendo como personas y como familia. Por favor, hablad, entre voso-
tros y con nosotros.
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ÍNDICE

PROLOGO (Aleix Ripol)................................................................ 7


RECONOCIMIENTOS .................................................................. 11
INTRODUCCIÓN............................................................................ 13

PRIMERA PARTE:
RUPTURAS CONFLICTIVAS
1. RUPTURAS CONFLICTIVAS, ALIENACIÓN Y MEDIA-
CIÓN ............................................................................................ 19
1.1. Ruptura y conflicto ................................................................ 19
1.2. Conflictos familiares y disputas legales .............................. 22
1.3. La implicación de los hijos. Alineaciones y alienaciones.... 24
2. ASPECTOS PSICOJURÍDICOS DE LA RUPTURA CON-
YUGAL ........................................................................................ 35
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2.1. El divorcio como crisis.......................................................... 35


2.2. El divorcio como proceso...................................................... 36
2.3. Parejas conflictivas y procesos contenciosos ...................... 39
2.3.1. La decisión de separarse ............................................ 39
2.3.2. Estilos interaccionales y comunicacionales en la rup-
tura .............................................................................. 42
2.3.3. Taxonomía de las disputas .......................................... 44
2.4. Los hijos ante el divorcio...................................................... 46
3. EL SÍNDROME DE ALIENACIÓN PARENTAL.................. 53
3.1. Conflictos de lealtades: del divorcio conyugal al divorcio
paterno-filial .......................................................................... 53

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Índice

3.2. El síndrome de alienación parental (SAP)............................ 56


3.3. Abordajes psico-legales del síndrome de alienación paren-
tal ........................................................................................ 65
4. MÁS ALLÁ DEL SÍNDROME DE ALIENACIÓN PAREN-
TAL: EL SÍNDROME DE ALIENACIÓN FAMILIAR ........ 75
4.1. Variables relacionadas con el proceso legal ........................ 78
4.2. Rechazo primario y secundario ............................................ 79
4.3. Variables psicosociales .......................................................... 80
4.4. La dinámica relacional del rechazo ...................................... 82
4.5. Dinámica relacional del rechazo primario............................ 84
4.6. Dinámica relacional del rechazo secundario ........................ 85
4.7. Intensidad del rechazo .......................................................... 86

SEGUNDA PARTE:
MEDIACIÓN TRANSICIONAL
5. LA MEDIACIÓN FAMILIAR: UNA FORMA DIFERENTE
DE ENTENDER LA JUSTICIA .............................................. 91
5.1. Concepto de mediación familiar .......................................... 92
5.2. Mediación familiar y proceso legal ...................................... 94
5.3. El proceso de mediación ...................................................... 96
6. MEDIACIÓN FAMILIAR EN CONTEXTOS JUDICIALI-
ZADOS ........................................................................................ 103
6.1. Momentos de la mediación en el proceso legal .................. 104
6.2. Tipología de conflictos judicializados en mediación .......... 106
6.3. Voluntariedad y obligatoriedad ............................................ 107
6.4. Del juzgado a la mediación .................................................. 110
6.5. Disolución de disputas legales .............................................. 112
7. BASES PARA UN PROGRAMA DE MEDIACIÓN TRAN-
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SICIONAL EN RUPTURAS CONFLICTIVAS...................... 113


7.1. Principios generales del programa ........................................ 114
7.2. El modelo de cambio: mediación transicional .................... 116
7.3. La construcción de un espacio cooperativo.......................... 121
7.4. Presupuestos generales .......................................................... 123
7.5. Modelo, Método y Técnicas de Mediación .......................... 124
7.6. La transformación del conflicto ............................................ 129

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Índice

TERCERA PARTE:
TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
8. TÉCNICAS PARA ABORDAR DIFERENTES INTERAC-
CIONES CONFLICTIVAS ...................................................... 143
8.1. Técnicas para manejar interacciones enredadas ................ 143
8.2. Técnicas para manejar interacciones de confrontación
abierta .................................................................................. 146
8.3. Técnicas para manejar interacciones ambivalentes ............ 149
8.4. Técnicas para manejar interacciones de lucha por el
poder .................................................................................... 151
8.5. Técnicas para manejar interacciones cerradas.................... 154
9. TÉCNICAS PARA ABORDAR DIFERENTES TIPOS DE
CONFLICTOS .......................................................................... 157
9.1. Técnicas para el abordaje de conflictos psicológicos ........ 157
9.2. Técnicas para el abordaje de conflictos comunicacio-
nales .................................................................................... 161
9.3. Técnicas para el abordaje de conflictos sustantivos .......... 162
9.4. Técnicas para el abordaje de conflictos sistémicos............ 163
10. TÉCNICAS PARA ABORDAR DIFERENTES MOMEN-
TOS DEL PROCESO DE MEDIACIÓN .............................. 165
10.1. Clarificación y reconversión de la demanda .................... 166
10.2. Valoración de la indicación del proceso .......................... 166
10.3. Encuadre del proceso ........................................................ 170
10.4. Definición del conflicto .................................................... 174
10.5. Definición alternativa del conflicto .................................. 179
10.6. Creación de opciones y alternativas ................................ 183
10.7. Negociación ...................................................................... 185
10.8. Redacción de los acuerdos ................................................ 187
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10.9. Legalización de los acuerdos ............................................ 189


11. PROTOCOLO DE ACTUACIÓN EN CASOS DE ALIE-
NACIÓN FAMILIAR: PROGRAMA DE DISOLUCIÓN
DE DISPUTAS LEGALES (PDDL)........................................ 191
12. El ÉXITO DE LA MEDIACIÓN ............................................ 199
13. CONCLUSIONES .................................................................... 205
Anexos .............................................................................................. 207
Bibliografía ...................................................................................... 247

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