La niña salió sin paraguas bajo la lluvia y decidió dejarse empapar completamente, cerrando los ojos y dejando que el agua le cayera por todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Después se tiró al suelo y salpicó, disfrutando del sonido de la lluvia rebotando a su alrededor, hasta que finalmente se envolvió en una toalla ya completamente mojada aunque con la ropa seca.
La niña salió sin paraguas bajo la lluvia y decidió dejarse empapar completamente, cerrando los ojos y dejando que el agua le cayera por todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Después se tiró al suelo y salpicó, disfrutando del sonido de la lluvia rebotando a su alrededor, hasta que finalmente se envolvió en una toalla ya completamente mojada aunque con la ropa seca.
La niña salió sin paraguas bajo la lluvia y decidió dejarse empapar completamente, cerrando los ojos y dejando que el agua le cayera por todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Después se tiró al suelo y salpicó, disfrutando del sonido de la lluvia rebotando a su alrededor, hasta que finalmente se envolvió en una toalla ya completamente mojada aunque con la ropa seca.
Pero no me tapé la cabeza ni salí corriendo. Cerré los ojos, no moví una uña. Dejé que me cayera el chaparrón. El pelo se me pegó a la frente y me chorreó en los hombros. De las pestañas me cayeron ríos. Cataratas de las orejas, arroyos en los dedos. Se me inundaron los pies. Ojos cerrados. Oí caer el agua sobre el agua. Por la espalda me caía, por los brazos. Y entonces me agaché, abrí los ojos. Me tiré de panza al suelo. Plash, plash, plash... salpiqué. Salpicaba. La lluvia rebotaba en el piso, en la pared, en la lluvia. El ruido me dejaba sordo. Me puse boca arriba. Y me llovió en la panza, en el pecho, en la cara. Y boca abajo. Y me llovió en la nuca, en la espalda, en la cola. Todo empapado estaba, remojado. Yo remojado y con la ropa seca. Como le gusta a mi mamá: la ropa, seca. Ufa. Cerré la ducha y me envolví en la toalla.