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Cuando el sheriff 1a puerta de la celda y lo enaniz6 con la mirada, Roger estaba wwergonzado, que siempre habia sido partidario de la pena de muerte. Lo hizo piiblico hacia pocos afios, en su Informe sobre fe Puturnayo para el Foreign Office, el Blue Book (Libro Azul), reclamando para el peruano Julio César Arana, el rey del caucho en el Putumayo, un esearmiento ejemplar: «Si consigniéramos que al menos él fuera ahorcado jor esos erimenes atroces, eso serfa el principio del fin de ese interminable Tnartirio y de la infernal persecucién contra los desdichados indigenas». No ‘escribiria ahora esas mismas palabras. Y, antes, se le habia venido ala cabeza el recuerdo del malestar que solfa sentir al entrar en una casa y descubrir en ella una pajarera. Los canarios,jilgueros o loros enjaulados le habian parecido siempre vietimas de tna crueldad initil. Visita —murmur6 el sheriff observandolo con desprecio en los ojos y en la voz. Mientras Roger se levantaba y se sacudia el uniforme de penado a manotazos, afiadié con soma—: Hoy esta usted otra vez en la prensa, sefior Casement. No por traidor a su patria... Mi patria es Irlanda —lo interrumpio él Jno por sus asquerosidades —el sheriff chasqueaba la lengua como sifuera a eseupir—. Traidor y malvado al mismo tiempo. ‘Vaya basura! Seré ‘un placer verlo bailar en una cuerda, ex sir Roger. —éRechaz6 el gabinete el pedido de clemencia? Todavia —se demor6 en responder el sheriff. Pero lo rechazaré. Y también Su Majestad el rey, por supuesto. “Al no le pediré clemencia. Es el rey de ustedes, no mio. Tdlanda es britanica —murmuré el sheriff—. Ahora més que antes, después de haber aplastado ese cobarde Alzamiento de Semana Santa en Dublin. Una pufalada por la espalda contra un pais en guerra. A sus ideres yo no los hubiera fusilado sino ahoreado. ‘Se calld porque ya habian Ilegado al locutorio. No era el padre Carey, el capelln catdlico de Pentonville Prison, quien habia venido a visitarlo, sino Gertrude, Gee, su prima. Lo abraz6 con mucha fray Rogerla sini ‘temblar en sus brazos. Pens6 en un pajarillo aterido. Cémo habia envejecido Gee desde su encarcelacién y juicio. Recordé a la ‘muchacha traviesa y animosa de Liverpool, ala mujer atractiva y amante de Ta vida de Londres, a la que por su pierna enferma sus amigos llamaban carifiosamente Hoppy (Cojita). Era ahora una viejecita encogida y enfermiza, no la mujer sana, fuerte y segura de s{ misma de hacia pocos afios. La luz Clara de sus ojos se habia apagado y habia arrugas en su cara, cuelloy manos. ‘Vestia de oscuro, unas ropas gastadas. —Debo apestar a todas las porquerfas del mundo —bromed Roger, sefialando su uniforme lanudo de color azul—. Me han quitado el derecho a baiiarme. Me lo devolverdn s6lo por tuna vez, sime ejecutan. No lo harén, el Consejo de Ministros aprobars la clemencia —afirmS Gertrude, moviendo la cabeza para dar mas fuerza a sus palabras—. El

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