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LA INFLUENCIA BIENHECHORA DE MERCEDES CABELLO EN LA

CULTURA PERUANA

Una lectura de su vida y su obra en clave de género*

Arturo Manrique Guzmán

Resumen: Se realiza un análisis sociológico de la obra literaria y


periodística de Mercedes Cabello, en clave de género, en la que nos
ofrece una imagen del país sumida en la decadencia moral y la “mala
costumbre”. La autora, en sintonía con el positivismo, entonces en boga,
propone como solución una “regeneración moral” de la sociedad, que
tiene en la educación a su principal baluarte. La mujer es la que más
tiene que ganar en este proceso, porque de ello depende su
emancipación. Mercedes Cabello, en sus distintas obras y artículos,
reivindica el derecho de la mujer a la educación, como paso previo
para su emancipación, lo que constituye un adelanto para su época.

Palabras claves: Género – Ilustración – Positivismo – Tretas del débil –


Emancipación de la mujer.

Mercedes Cabello y de la Llosa, de acuerdo con la información


recogida por Jorge Basadre, nació el 7 de febrero de 1849, en la ciudad
de Moquegua (Basadre, 1983)1. Su infancia y adolescencia transcurrió

*Artículo
publicado en: Sociológica. Revista del Colegio de Sociólogos del Perú. No 4,
Año 2016, pp. 108 - 123.

1Augusto Tamayo, en el prólogo a “La novela moderna”, señala que Mercedes


Cabello nació el año de 1845; pero no indica ni el mes ni el día y tampoco la fuente en
la que se basa (Cabello de Carbonera, 1948). Basadre tuvo más cuidado en este
aspecto, al consignar el día y el mes de nacimiento; aunque tampoco hace mención
a fuente alguna. En todo caso, no existe un acuerdo entre los críticos e historiadores
respecto a la fecha exacta del nacimiento de la escritora moqueguana.

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en esa ciudad, al lado de sus padres, el hacendado Gregorio Cabello y
doña Mercedes Llosa. Siendo aún adolescente, se traslada a Lima y en
1868, cuando contaba con 19 años, se casa con el médico Urbano
Carbonera, con quien estuvo unida hasta el fallecimiento de este
último, en 1885, sin que tuvieran descendencia. Al parecer, el apoyo y la
tolerancia de su marido -con quien frecuentaba el “Club literario” y las
tertulias literarias organizadas por Juana Manuela Gorriti- fueron
decisivas en su formación intelectual.

Mercedes Cabello, como dice Basadre, “todo lo debió a la auto-


educación”. Desde muy joven comenzó a publicar en distintas revistas
de la época, a veces utilizando el seudónimo de Enriqueta Pradel -
como las poesías y algunos de sus artículos que fueron publicados en El
Álbum- y otras su nombre propio. Numerosos artículos suyos fueron
publicados en revistas y semanarios locales, tales como El correo del
Perú, El Perú Ilustrado, El Ateneo, La Revista Social y El Álbum, Revista
Semanal para el Bello Sexo. También publicó en revistas de provincias,
específicamente, en El Recreo del Cusco y en El Álbum de Arequipa; y
en diarios de la capital, tales como El Comercio, El Nacional y La
Nación.

La autora, de acuerdo con Basadre, cuidó mucho de la difusión de sus


artículos en el exterior, a través de numerosos contactos intelectuales
que mantenía fuera del país. Lo que explica la aparición de artículos
suyos en publicaciones tales como El Correo de Ultramar y El Álbum
Iberoamericano de Madrid, La Revista Literaria de Bogotá, El Plata
Ilustrado de Montevideo-Uruguay, El Correo de Europa y El Correo
Ilustrado de Lisboa, La ilustración de Curazao, La Prensa Libre de Costa
Rica y La Habana Elegante de Cuba. Entre 1886 y 1993 Mercedes
Cabello publicó numerosas novelas y ensayos que fueron precisamente
los que le dieron fama y reconocimiento más a allá de su época. En
1887 publicó dos novelas: Los Amores de Hortensia y Eleodora. Esta
última luego se publicó en una versión ampliada bajo el título de Las
Consecuencias, en 1890. En 1888 publica Sacrificio y Recompensa,
novela de corte romántico que dos años antes había ganado la
Medalla de Oro del Concurso Internacional convocado por la revista El
Ateneo de Lima. Todas estas obras se inscriben aún dentro de la
corriente de la novela romántica, postura que la autora deja de lado en
1889, con la publicación de Blanca Sol, en la que se adhiere al “realismo
constructivo” inspirado en el positivismo, que marca distancia no sólo
con el romanticismo sino también con el naturalismo, corrientes literarias

2
entonces en boga (Cabello de Carbonera, 1894). Su última novela, El
Conspirador, publicada en 1892, es también de corte realista.

A estas obras se sumó la publicación de algunos ensayos, entre los que


destacan Influencia de la Mujer en la Civilización (1874), La importancia
de la Literatura (1876), La Novela Moderna (1892) -que ganó el premio
La Rosa de Oro en el certamen hispanoamericano de las Academia
Literaria de Buenos Aires-, El Conde León Tolstoi (1890) y, finalmente, La
Religión de la Humanidad (1893), escrito bajo la forma de una epístola
dirigida al apóstol del positivismo chileno don Juan Enrique Lagarrigue.

A diferencia de otras contemporáneas suyas, como es el caso de


Clorinda Matto de Turner y de Juana Manuela Gorriti, que mostraron
una especial sensibilidad frente al problema del indio, Mercedes
Cabello casi no se ocupa de este tema. Su literatura apunta a
desentrañar el modo de vida frívolo que caracterizaba a la sociedad
limeña de su época, particularmente, a las clases dominantes. Esto no
quiere decir que haya sido indiferente a la situación en la que vivían los
indios. Al contrario, en 1885 escribió un artículo titulado Una fiesta
religiosa en un pueblo del Perú, en el que deploraba la degradación de
la que era objeto el indio en plena época republicana. Su obra
entonces no sólo abarcó distintos géneros, sino que también cubrió
distintos aspectos de la vida nacional, enfatizando la denuncia de la
degradación moral en la que habían devenido las clases dominantes.

Hacia 1900, cuando contaba con 51 años, le sobrevino un irremediable


trastorno mental, causado por una sífilis que a una edad más temprana
le había sido contagiada por su esposo, razón por la cual tuvo que ser
internada en el Manicomio de Lima, lugar del cual sólo salió para ir al
cementerio. Mercedes Cabello de Carbonera falleció el 12 de octubre
de 1909, a la edad de sesenta años, olvidada por sus contemporáneos,
en la más absoluta soledad e inconsciencia.

En la obra de Mercedes Cabello, como lo ha señalado Isabel Tauzin, se


pueden identificar dos momentos muy bien definidos en relación con su
adhesión al positivismo (Tauzin, 1994). Sus primeros escritos estuvieron
marcados por la lectura de autores como Juan Jacobo Rousseau y
Francisco de Paula Gonzáles Vigil, que se hace evidente en su ensayo
acerca de la Influencia de la Mujer en la Civilización, de 1874. En este

3
trabajo, del que nos ocuparemos con mayor detalle en los siguientes
párrafos, la autora se refiere despectivamente al “árido positivismo”,
que -en su opinión- todo lo reducía al dinero y privaba a las almas de las
“inspiraciones de la virtud”; lo que evidencia un desconocimiento de
esta filosofía (Cabello de Carbonera, 1874).

Dos años más tarde, en un artículo titulado El Positivismo, publicado en


un número extraordinario de El Correo del Perú, la autora reitera este
punto de vista en los siguientes términos: “el positivismo que todo lo
reduce al oro haciendo consistir la gloria, el saber, la virtud, el poder, la
caballerosidad en crearse una fortuna, o como se dice hoy, una
posesión a cualquier precio, a cualquier costa, nos invade cada día
más y más” (citada por Tauzin, 1994: p. 4). Su desconocimiento de la
filosofía positivista, como se puede apreciar, lo llevaba a identificarlo
con la vida frívola, ostentosa y carente de valores, que es precisamente
la que ella crítica en la sociedad limeña a lo largo de toda su obra
literaria.

Esta actitud, sin embargo, cambió luego de la guerra con Chile, cuando
las ideas de Augusto Comte llegan al Perú. La lectura de la obra de
Comte y de algunos de sus discípulos latinoamericanos -como es el caso
del ya mencionado Juan Enrique Lagarrigue- terminó por convencer a
Mercedes Cabello de las bondades del positivismo, al punto de
influenciar en su obra literaria, tal como se evidencia en sus últimas
novelas y ensayos.

Es importante precisar, sin embargo, que lo que tienen en común todas


las obras de Mercedes Cabello es su intención moralizante, esto es, su
abierta apuesta a que contribuyan a la regeneración moral de la
sociedad. Esto lo tuvo claro desde un principio. Para ella, la literatura
debía cumplir una “función edificante”, en el sentido de que tenía que
contribuir a combatir el vicio y a enseñar las buenas costumbres.

En un ensayo titulado La importancia de la literatura, leído el 19 de julio


de 1876 en una de las veladas literarias organizadas por Juana Manuela
Gorriti, Mercedes Cabello nos dice que:

“La literatura, cuando es cultivada por inteligencias claras y corazones


bien intencionados, es la luz más pura y bienhechora, que puede llegar
hasta la conciencia de un pueblo; es el mejor bruñidor de las malas
costumbres y de los hábitos viciosos de una sociedad; el lenitivo más

4
eficaz, para todos lo dolores del alma, y la más valiosa herencia que
una generación puede legar a la que va a sucederle” (Cabello de
Carbonera, 1909).

La escritora moqueguana va a insistir en esta idea en reiteradas


oportunidades, incluyendo en el Prólogo a “Blanca Sol” -en el que por
primera vez expresa su adhesión al positivismo-, pues estaba
convencida del importantísimo rol que le tocaba desempeñar a la
literatura en la formación del ser moral y, por consiguiente, en la
regeneración de la sociedad.

Algunas autoras, como Lucía Guerra (1987), han interpretado esta


intención moralizante de la obra de Mercedes Cabello como una
temprana adhesión al positivismo. En mi opinión, esta lectura es
equivocada. Lo que en un principio le generó una animadversión al
positivismo -tal como ha sido evidenciado líneas arriba- fue
precisamente su errada creencia de que esta filosofía carecía de una
dimensión moral que favoreciera la “inspiración de la virtud”. Su
acercamiento al positivismo, por el contrario, se produce cuando, a
través de la lectura de Augusto Comte, descubre que esta filosofía
pone énfasis en la regeneración moral de la sociedad; lo que, en tanto
que coincide con sus planteamientos iniciales, lo lleva a identificarse
con ella.

En rigor, se advierte en los primeros trabajos de Mercedes Cabello, más


que una temprana adhesión al positivismo, una marcada influencia de
autores ilustrados, principalmente de Juan Jacobo Rousseau y de
Francisco de Paula Gonzáles Vigil. Del primero, recoge la idea de que
existen diferencias sexuales “naturales” entre hombres y mujeres y que
éstas los predisponen a desempeñar distintas funciones sociales. A la
mujer, su modestia, dulzura y sensibilidad innatas, la predisponen para el
cuidado de la casa y los afectos familiares -más adelante veremos que
la autora no fue del todo fiel en este aspecto al filósofo ginebrino-. A los
hombres, por el contrario, su fortaleza física y su capacidad intelectual
lo predisponen para la vida pública.

Los sexos son concebidos por Rousseau como “esencias


complementarias”, que se perfeccionan mutuamente, dentro de
ámbitos sociales que le son propios, siendo el hogar el ámbito “natural”
de la mujer, su influencia moral e intelectual sobre el hombre puede
llegar a ser decisiva, en tanto que en ella recae la responsabilidad de

5
educar a los hijos; de ahí que este autor defendiera la necesidad de
instruir a la mujer, a fin de que ésta pueda tener una influencia benigna
en la sociedad2. Esta idea, que es desarrollada por Rosseau en El Emilio

2La idea de las diferencias “naturales” entre hombres y mujeres y de la


complementariedad de los sexos es descrita por Rosseau en los siguientes términos:
“No es propio de las mujeres la investigación de las verdades abstractas y
especulativas, de los principios y axiomas en las ciencias; sus estudios se deben referir
todos a la práctica; a ellas toca aplicar los principios hallados por el hombre, y hacer
las observaciones que le conducen a sentar principios. Todas las reflexiones de las
mujeres, en cuanto no tienen conexión inmediata con sus obligaciones, deben
encaminarse al estudio de los hombres o a los conocimientos agradables, cuyo objeto
es el gusto; porque las obras de ingenio vasto exceden su capacidad; no tienen la
atención y el criterio suficientes para aprovechar en las ciencias exactas; y en cuanto
a los conocimientos físicos, al que es más activo, anda más, ve más objetos, tiene más
fuerza, y la ejercita más de los dos, le toca juzgar de las relaciones de los seres sensibles
y las leyes de la naturaleza. La mujer que es débil, y nada ve fuera de sí, valúa y juzga
los móviles que para suplir su debilidad puede poner en acción, y las pasiones del
hombre son estos móviles. Más fuerte es su mecánica que la nuestra, pues todas sus
palabras van a remover el corazón humano. Preciso es que posea el arte de hacer
que nosotros queramos todo cuanto es necesario o agradable para su sexo, y que no
puede hacer por sí propio; por tanto, es preciso que estudie a fondo el espíritu del
hombre, no en general y en abstracto, sino el de los hombres que tiene cerca, y a
quienes está sujeta, sea por la ley, sea por la opinión; es preciso que por sus razones,
por sus acciones, por sus miradas, y por sus ademanes, aprenda a penetrar sus ideas, y
que por las razones, las acciones, las miradas y los ademanes de ella, sepa inspirarles el
sentir que le acomode, sin que al parecer ponga atención en ello. Mejor que ella
filosofarán acerca del corazón humano, pero ella leerá mejor en el corazón de los
hombres. A las mujeres compete hallar, por decirlo así, la moral experimental, y a
nosotros reducirla a sistema. Tiene la mujer más agudeza, y el hombre más ingenio;
observa la mujer, y el hombre discurre: de este concierto resultan la más clara luz y la
ciencia más completa que pueda adquirir el entendimiento humano en las cosas
morales; en una palabra, el conocimiento más seguro de sí y de los demás que pueda
alcanzar nuestra especie” (Rosseau, 1966: Tomo II, pp. 183 - 184). Para Rosseau, la
naturaleza había provisto a la mujer de una astucia “práctica” que, aunque
diferenciándola, la “igualaba” a los hombres; incluso le permitía “gobernar
obedeciendo”: “lo que existe es bueno -nos dice-, y no hay ninguna ley general que
sea mala. Esta astucia particular dispensada al sexo es una justísima indemnización de
la fuerza que le falta; sin lo cual la mujer no fuera la compañera sino la esclava del
hombre; por esa superioridad de talento se mantiene al igual suyo, y le gobierna
obedeciéndole. Todo lo tiene en contra suya la mujer, nuestros defectos, su cortedad,
su flaqueza; no tiene en su favor más que su maña y su belleza. ¿No es justo que cultive
una y otra? Pero no es la belleza física; mil azares la destruyen, se va con los años, y la
costumbre acaba con su eficacia. El ingenio sólo es el verdadero recurso del sexo; no
es ese necio ingenio que tanto aprecian en el mundo, y que no contribuye en nada a
hacer la vida feliz, sino el ingenio de su estado, el arte de sacar utilidad del nuestro, y
valerse de nuestras propias ventajas. No sabemos cuán provechosos es para nosotros
mismos esta astucia de las mujeres, cuánto embeleso añade a la sociedad de ambos
sexos, cuánto sirve para reprimir la petulancia de las criaturas, cuántos maridos

6
(1966), fue muy bien asimilada por Mercedes Cabello, al punto de ser
distintiva de su pensamiento.

Pero más que el propio Rosseau, fue la predica de Francisco de Paula


Gonzáles Vígil, en favor de la educación de la mujer, la que tuvo una
influencia decisiva en Mercedes Cabello. En efecto, entre los meses de
junio y julio de 1858 este autor publicó una serie de artículos en el diario
El Constitucional, bajo el título de Importancia de la Educación del Bello
Sexo3, en los que planteaba la necesidad de instruir a la mujer, para que
ésta pueda contribuir a “regenerar la sociedad”. Para Gonzáles Vígil, un
ex cura que se había convertido al liberalismo sin renunciar a sus
convicciones fundamentales, la base de la sociedad civil lo constituye
la familia y, dentro de ella, la autoridad paterna, que procede de Dios.
Este es un postulado básico en su pensamiento, que el autor -como
para que no queden dudas- enfatiza en los siguientes términos:

“Para que tenga más importancia lo que decimos, conviene que nos
formemos una idea de lo que en verdad es la autoridad de un padre.
Ella es la autoridad primitiva y, por consiguiente, anterior a la política de
los gobiernos; porque antes hubo sociedad doméstica que sociedad
civil. De Dios procede la autoridad paterna. Los políticos fundan el
derecho de los gobiernos en la voluntad nacional que los ha
constituido, determinando sus facultades y poniéndoles restricciones; o
han forjado el derecho divino de los reyes sobre razones tristes y
argumentos escolásticos; pero la autoridad paterna descuella por
encima de tales doctrinas, no dictadas para ella. Los padres no han
recibido de sus hijos la autoridad que sobre ellos tiene; y aunque sin
restricciones, semejante circunstancia no lo hace temible y odiosa,
porque es la autoridad de un padre. Por otra parte, su origen es tan
manifiesto y tan natural, que no tiene necesidad, no digamos de
cavilosidades y sofismas, pero ni aun de pruebas: nadie se los disputa, a
la vista está” (Gonzales Vigil, 1976: pp. 78 y 79).

La vida pública y la autoridad de los gobiernos se fundan, de acuerdo


con este punto de vista, en argumentos racionales; mientras que la vida

brutales enfrena, cuántos buenos matrimonios mantiene, que sin eso los turbara la
discordia” (Ibíd., pp. 158 - 159). La mujer entonces, para Rousseau, poseía una astucia
“natural” para influenciar en la sociedad valiéndose de su subordinación a los
hombres; lo que era necesario encaminar a través de la educación, a fin de que esta
influencia pueda resultar en beneficio de toda la especie.

3Estaserie de artículos se reprodujo después, a pedido del público femenino, en El


correo del Perú, Números. IX al XIII, entre marzo y junio de 1872.

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privada, y más específicamente la autoridad paterna, no
necesariamente tienen que ser sometidas a pruebas o a
argumentaciones de tipo racional. La aceptación de la autoridad
paterna es un acto de fe, que no admite cuestionamientos de ningún
tipo. La vida pública tiene que secularizarse; la vida privada, por el
contrario, debe seguir anclada en la tradición, que emana de Dios,
aunque se trate -es justo decirlo- de una tradición renovada, laica, que
se opone a la influencia negativa de los curas -y sobre todo del clero-
en los asuntos de familia.

En este marco, el hombre aparece como la cabeza y autoridad de la


familia, el que la representa en la vida publica; la mujer, por el contrario,
es concebida como el complemento del hombre en el hogar, la que
carga con las tareas domésticas, cuya presencia -por importante que
sea- debe permanecer invisible frente a los demás, para no opacar la
imagen del padre de familia. Gonzáles Vígil reconoce el “influjo de la
mujer en los intereses sociales”; pero señala que este influjo debe ser
canalizado a través de la familia, apoyando al hombre y criando a los
hijos, sin aparecer en la vida pública. El amor a su esposo e hijos debe
conducir a la mujer a “vencerlo todo”, incluso “a sí misma“, en beneficio
de la familia.

A las beatas y mujeres de salón, que eran los modelos predominantes


de su época, Gonzáles Vígil oponía a la madre de familia. La mujer, en
su opinión, debía asumir su rol de madre como parte de su
responsabilidad para con la sociedad. Puesto que muchas mujeres
carecían de los conocimientos necesarios para desempeñarse como
madres, entonces se hacía necesario instruirlas. La educación de la
mujer debía ser diferenciada de la del varón. Ella debía ser educada
para desempañar las labores domésticas y, sobre todo, para educar a
los hijos. Su función no sólo consistía en enseñarles a leer, sino que
también tenía que velar por su bienestar, aconsejándoles y
permaneciendo vigilante de su desarrollo personal, incluso de las
amistades que frecuentaban. La mujer debía enseñar moralidad a sus
hijos, pero antes tenía que aprenderla. En realidad, esta responsabilidad
recaía en ambos cónyuges; pero era la mujer, por el hecho de pasar
mayor tiempo con los hijos en el hogar, quien asumía la mayor carga.
Ella entonces tenía la responsabilidad de velar por el bienestar de la
familia.

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Es precisamente la suma de los bienestares domésticos la que, en
opinión de Gonzáles Vigil, “constituye el bienestar de la sociedad civil”.
La regeneración de la sociedad dependía de la existencia de buenos
curas, buenos maestros y, sobre todo, de buenas madres de familia. “Si
los pueblos -nos dice el autor- logran tener un buen cura y un buen
maestro de escuela, y las familias buenas madres, la sociedad política
será buena y feliz, porque se habrá regenerado” (Gonzales Vigil, 1976: p.
177). La función de la mujer entonces era la de contribuir a “regenerar
la sociedad”, para lo que requería ser instruida. Estas ideas, como
seguidamente veremos, ejercieron una influencia fundamental en el
pensamiento de Mercedes Cabello, que hizo de la regeneración moral
de la sociedad la principal fuente de inspiración de su obra literaria,
mucho antes de que se adhiera al positivismo.

II

Mercedes Cabello era una convencida de la influencia decisiva que


tenía la mujer en el proceso civilizatorio. Y así lo dio a conocer en una
serie de artículos publicados en la revista femenina El Álbum, entre
agosto y octubre de 1874, bajo el título de la Influencia de la mujer en la
civilización (Cabello de Carbonera, 1874). En estos artículos, la autora
abogaba en favor de la educación de la mujer, a fin de que contribuya
a la “redención moral” de la sociedad. Para la Cabello, al igual que
para Gonzáles Vígil, la solución a los problemas de la vida pública -que
fundamentalmente eran de índole moral- pasaban necesariamente por
dar solución a los problemas de estabilidad en la familia, que constituía
la “base y fundamento del Estado”. Mercedes Cabello argumentaba
que la civilización había multiplicado nuestras necesidades materiales y
que el hombre, por ese motivo, se encontraba recargado de trabajo y
de responsabilidades en la esfera productiva (que, por entonces, ya se
percibía disociada de la familia), lo que necesariamente lo alejaban del
hogar domestico. “Cuántas veces -nos dice- sus ocupaciones no le
permiten ni aún el placer de sentarse a la mesa con sus hijos y su
esposa” (Ibíd.). En este contexto, la mujer era la “llamada a dirigir los
destinos de la familia”; pero, para que ella pueda cumplir su rol a
cabalidad, era necesario que se instruya. La mujer, en su opinión, se
encontraba “sedienta de ciencia y de verdad”. Esta necesidad, este
deseo, tenía que ser satisfecho para beneficio de toda la especie, tal
como se advierte en las siguientes líneas:

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“Educad a la mujer, ilustrad su inteligencia, y tendréis en ella un motor
poderoso y universal para el progreso y civilización del mundo; y una
columna fuerte e inamovible en que cimentar la moral y las virtudes de
las generaciones venideras” (Ibíd.).

La Cabello se quejaba del papel que, hasta entonces, la sociedad le


había asignado a la mujer, sobre todo, en países como el Perú. “¡Triste
destino -nos dice- el que le deparan a la mujer nuestras sociedades!
Convertirla en un instrumento, en un objeto indispensable para la
diversión y la alegría de los demás!”. “Así -continúa diciendo-, esa mujer
que pasa su juventud cosechando triunfos y alabanzas, y se ha
acostumbrado a mirar la vida como una diversión perpetua, jamás
podrá ser buena madre de familia, pues no será capaz ni aún de
comprender esa ardua y severa misión” (Ibíd.).

La autora hace uso de lo que Josefina Ludmer (1984) denomina como


las “tretas del débil”, esto es, acepta la división dominante entre lo
público y lo privado y, en este marco, la posición subordinada de la
mujer en el ámbito doméstico; pero al mismo tiempo, al reclamar una
“instrucción sólida y científica para la mujer”, niega desde allí la división
sexual del trabajo. La treta consiste en que desde el lugar asignado y
aceptado, se invierte no sólo el sentido de ese lugar sino el sentido
mismo de todo lo que se instaure en él. De un lado, se acepta (sólo
como supuesto) la superioridad física e intelectual del hombre; y, del
otro, se utiliza este argumento en favor de la necesaria instrucción de la
mujer. El siguiente párrafo es bastante esclarecedor a este respecto:

“No alcanzamos a concebir que clase de argumentos podrán hacer


todos aquellos que sean contrarios a la instrucción de la mujer. La razón
más poderosa que dan, es que no tiene toda la fuerza de la inteligencia
del hombre. Convenimos en ello, reconocemos la superioridad del
talento del hombre, o más bien diremos como ha dicho madame
Gasparieu en su Definición moral de la mujer: «No hay superioridad -
inferioridad, sino diferencia». Dos cosas pueden ser igualmente buenas
siendo esencialmente distintas. Pero supongamos que aceptáramos la
inferioridad intelectual de parte de la mujer. Mucha mayor razón
tendríamos, en este caso, para reclamar para ella las luces de la
instrucción. Si la naturaleza, al confiarle la suprema misión de formar
hombres, hubiese incurrido en el descuido de no dotarla de la
inteligencia necesaria, preciso sería que las luces de la ciencia viniesen
en su ayuda” (Ibíd.).

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El alegato de la Cabello en favor de la diferencia, para oponerla a la
tendencia a jerarquizar las relaciones entre hombres y mujeres,
atribuyéndola a factores naturales, no cabe duda que significó un
adelanto para su época -y esto es precisamente lo que la distingue de
autores como Rousseau y Gonzáles Vígil-, aunque no necesariamente
ello fue percibido así por sus contemporáneos. Esta idea, sin embargo,
no sorprende en una escritora como Mercedes Cabello, para quien la
educación podía obrar maravillas, incluso modificar y perfeccionar la
naturaleza, sobre todo, cuando del carácter del ser humano se trata,
independientemente de cual sea su género.

“Todo en nuestra naturaleza -nos dice- es susceptible de educación y


perfeccionamiento; y así como el hombre, cuando se le educa bajo los
principios y la influencia de la educación de la mujer, se afemina, y llega
a perder su carácter varonil; del mismo modo, si a la mujer se le educa,
iniciándola desde su infancia en el estudio de las ciencias, que al mismo
tiempo que desarrollan su inteligencia van formándole su carácter, se
verá, al fin, que sus gustos pueriles, su carácter ligero y todo aquello que
se creía inherente a su naturaleza, no es más que el resultado de su
educación” (Ibíd.).

Finalmente, lo que nos sugiere Mercedes Cabello, en contraposición a


lo planteado por Rousseau, es que no existen diferencias “naturales”
entre los géneros. Y que, en todo caso, las diferencias existentes son
fruto de la educación recibida y, por lo mismo, son susceptibles de ser
modificadas por medio de ésta. Tanto el hombre como la mujer tienen
la misma capacidad intelectual; aún cuando se admite cierta ventaja
en el hombre, nada que no pueda ser equilibrado a través de la
educación.

En esta misma línea de argumentación, la autora contrapone al


“derecho a la fuerza”, que caracteriza al género masculino, el
“derecho a la debilidad”, que es “propio” de las mujeres y se ejerce
desde la esfera doméstica. En principio, no negaba el derecho que le
asistía a la mujer -al igual que “la otra mitad de la humanidad“- de
participar en la vida política; pero, en la medida en que ésta estaba
impregnada de guerras y de confrontaciones sangrientas, consideraba
que esta cuestión no era prioritaria para la mujer.

“Cuando las cuestiones políticas -nos dice- se decidan no por batallas


sangrientas, y la fuerza bruta del poder de las armas de que una
dispone; sino por la fuerza moral y las leyes de la justicia y de la

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humanidad, y éstas sean las que asignen a las naciones su respectiva
preponderancia política; entonces, y sólo entonces, no tendrá la mujer
la bastísima necesidad de conquistar esos derechos; sino que serán
considerados, como inseparables, é íntimamente anexos al derecho,
que con la vida ha asignado el Creador tanto al hombre como á la
mujer como un precioso donativo” (Ibíd.).

La mujer, de acuerdo con este punto de vista, no podía “conquistar” su


derecho a participar en la vida política, porque ello equivalía a hacer
uso del “derecho de la fuerza”, que es ajeno a ella. Su labor consistía
más bien en inculcar desde la esfera doméstica, a través de la crianza
de los hijos, valores contrapuestos a los que rigen en la cultura patriarcal.
En este contexto, la debilidad no es concebida en sí misma como un
derecho sino más bien como “una prerrogativa para hacer valer el más
inquebrantable de todos los derechos, cual es el de la justicia. Este
derecho será cada día más y más respetado a medida que la
civilización y la cultura de los pueblos vaya desprestijiando el derecho
de la fuerza” (Ibíd.). La propuesta de la autora entonces es muy clara:
había que educar a la mujer para que ésta se empodere en el hogar y
pueda a su vez inducir a un cambio civilizatorio -mediante el
“desprestigio del derecho de la fuerza”- en el que hombres y mujeres
puedan relacionarse en un pie de igualdad tanto en la vida pública
como en la vida privada, más allá de las diferencias que caracterizan a
uno y otro sexo.

La mujer entonces tenía una influencia decisiva en el proceso


civilizatorio, para bien o para mal. En opinión de la Cabello, no se la
podía culpar gratuitamente de los defectos que se le atribuían porque
éstos no eran más que el resultado de su pobre educación. Para que la
mujer pueda ejercer su “influencia bienhechora” en el hombre -y, en
general, en todos los seres humanos- primero tenía que ser instruida. La
ilustración de la mujer tenía como propósito inculcar la ley moral en el
hombre -en un mundo que se percibía como carente de moralidad-,
alejándolo del escepticismo religioso. “Acercad a la mujer al santuario
de la ciencia -decía la Cabello- para que ella a su vez pueda acercar
al hombre al santuario de Dios” (Ibíd.). “La educación -prosigue en otro
lado- regla las malas pasiones, dulcifica la rudeza natural del hombre y
desarrolla la razón, que nos da el sentimiento moral, que despierta la
conciencia, juez inexorable de todas nuestras acciones” (Ibíd.). A una
civilización que se perfilaba como materialista y escéptica, Mercedes
Cabello opone la idea de una civilización dotada de moralidad; pero
no se trata de la restauración de la vieja moral, sino de fundar una

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nueva, con base en la razón y en la ciencia, que tendría en la mujer a
su principal forjadora.

La misión de la mujer en la sociedad era, de acuerdo con lo señalado,


la de formar al nuevo hombre, esto es, al nuevo ciudadano que
demandaba el país. La imagen que tenía la Cabello del Perú era la de
un país sumido en el vicio y en la “mala costumbre”. Estos males, en su
opinión, tenían su origen en la familia. A la mujer, que era la principal
responsable del hogar, no se la podía culpar sin embargo por algo que
no era más que el resultado de su falta de instrucción. La mujer no
podía actuar más en la familia “guiada por los conocimientos del
hombre”, sino que tenía que hacerlo guiada por sus propios
conocimientos y por todos los “conocimientos útiles” que demandaba
la civilización moderna, los cuales debía primero tener en posesión para
luego poder trasmitírselos a sus hijos.

El propósito de la Cabello, sin embargo, iba más allá del sólo hecho de
instruir a la mujer para que ésta, soberana absoluta del hogar, luego
pueda educar mejor a sus hijos y forjar, de ese modo, los nuevos
ciudadanos que requería el país. La educación, como ya ha sido
señalado, era parte de una estrategia de empoderamiento de la mujer
que tenía que conducirla a su total emancipación de la tutela del
hombre. Ello la condujo incluso, siempre apelando a la “treta del débil”,
a reivindicar la “necesidad de una industria para la mujer” (Cabello de
Carbonera, 1875), a fin de protegerla del riesgo de caer en la
prostitución, como único medio que le quedaba para ganarse la vida,
sobre todo, cuando era abandonada por el hombre4.

4Cabe destacar, como lo ha hecho notar Francesca Denegri (1996), que la Cabello
estuvo secundada por Teresa Gonzáles de Fanning en su propuesta de reivindicar el
derecho de la mujer a trabajar. En efecto, esta autora publicó algunos meses después
en la misma revista un opúsculo titulado “Trabajo para la Mujer”, en el que defendía el
derecho de la mujer al trabajo. En su opinión, era inconcebible e inmoral importar
mano de obra extranjera –tal como lo propugnaba entonces el presidente Pardo-
cuando se disponía en el país de una importante fuerza laboral conformada por las
mujeres. Para Teresa Gonzáles, la mujer tenía que ser capacitada para que pueda
luego emplearse en algún trabajo fuera de la esfera del hogar. El acceso de la mujer a
la educación, en este caso, estaba más en función de la “capacitación para el
trabajo” que de la crianza de los hijos de conformidad con los requerimientos de la
vida moderna, tal como anteriormente había sido planteado por Mercedes Cabello.
Aquí reside una diferencia sustancial en la propuesta educativa de ambas autoras.

13
Para Mercedes Cabello, la modernidad era inconcebible sin la
emancipación de la mujer. La oposición entre civilización y barbarie
finalmente se media por la posibilidad que tenía la mujer para
desarrollarse autónomamente. “La historia de la esclavitud y el
envilecimiento de la mujer -nos dice- es la historia de la barbarie y el
embrutecimiento de los pueblos; así como la de su emancipación y
completo desarrollo de sus facultades, será la historia de la civilización y
del desarrollo del progreso” (citada por Denegri: 1996, p. 131). La
claridad con que aquí se expone su propuesta de emancipación de la
mujer, nos releva de mayor comentario.

III

Este es el marco bajo el cual habría que evaluar la obra literaria de


Mercedes Cabello. Por razones de espacio, aquí sólo nos limitaremos a
realizar un breve comentario de “Blanca Sol” y “El Conspirador”, sus dos
novelas más importantes, en las que la autora hace explícita su
adhesión al positivismo. Para la Cabello, como ya ha sido mencionado,
la literatura tenía que cumplir una “función edificante”, en el sentido de
que debía que promover las buenas costumbres y combatir el vicio que,
en su opinión, era el principal mal que agobiaba al país. Esto la hizo
transitar del romanticismo -corriente literaria que practicó en sus
primeras novelas- al realismo, tal como deja constancia en el Prólogo a
la segunda edición de “Blanca Sol” (Cabello de Carbonera, 1894)5. En
este trabajo, la autora aclara además que el rol del escritor en la
sociedad era desempeñarse como investigador social, desentrañando
los males que la agobian y denunciándolos a través de la obra
novelística. En un país como el Perú, nos dice, la novela:

“Precisa también estudiar el determinismo hereditario, arraigado y


agrandado con la educación y el mal ejemplo; precisa estudiar el
medio ambiente en que viven y se desarrollan aquellos vicios que
debemos poner en relieve, con hechos basados en la observación y en
la experiencia. Y si es cierto, que este estudio y esta experiencia no
podemos practicarlos sino en la sociedad en que vivimos y para la que
escribimos, también es cierto que el novelista no ha de menester copiar
personajes determinados para que sus creaciones, si han sido resultado
de la experiencia y la observación, sean todo un proceso levantado, en

5Cabe destacar que este prólogo se escribió para la segunda edición de la novela,
con el propósito de responder a los ataques de los que había sido objeto por parte de
distintos sectores de la sociedad limeña.

14
el que el público debe ser juez de las faltas que a su vista se le
manifiestan” (Ibíd., pp. III y IV).

Esta propuesta estética, de corte realista, con una fuerte influencia


ideológica del positivismo, es la que puso en práctica Mercedes Cabello
cuando escribió “Blanca Sol”. El argumento de la novela se ubica
contextualmente en la sociedad limeña que va de la década de los ‘60
a los ’80 del siglo XIX. Este periodo coincide con la aparente prosperidad
económica que ocasionó el guano y el salitre y también con su
derrumbe, precipitado por la Guerra con Chile. Este periodo marco la
decadencia de la “aristocracia” latifundista y el ascenso de una
naciente burguesía comercial y rentista. En medio de este proceso, la
vieja “aristocracia” estableció una política de alianzas matrimoniales
con la naciente burguesía, a fin de preservar su poder económico y sus
privilegios políticos.

“Blanca Sol” pretende ilustrar precisamente la forma como se tejían


estas alianzas matrimoniales, que reducían a la mujer a un mero objeto
de intercambio económico, que la narradora no duda en calificar de
“prostitución sancionada por la sociedad” (Ibíd., p. 118)6. Blanca Sol
pertenece a una familia “aristocrática” empobrecida. Su madre, en el
afán de recuperar para su familia su status socioeconómico, le enseña
desde muy niña el culto del lujo y de la belleza como medios para
triunfar en la vida. Esta formación encuentra el complemento perfecto
más tarde, cuando Blanca Sol hace su ingreso a la Escuela de monjas,
donde es educada “mas para la sociedad que para sí misma” (Ibíd., p.
8). La protagonista aprende, de ese modo, a vivir una existencia
alienada, en un mundo de apariencias, en el que el lujo y el dinero
constituyen sus referentes más valiosos.

Habiendo sido educada para casarse con un hombre rico, Blanca Sol
no tardó en encontrar en Serafín, un representante de la naciente
burguesía comercial, al novio perfecto, a quien considera, debido a su
apariencia física, “una letra de cambio mal escrita; pero con buena
firma” (Ibíd., p. 15). El matrimonio finalmente se llega a realizar y ello le
permite a Blanca Sol hacer su ingreso exitoso al orden burgués para ser
tratada como una “gran señora”, que era con lo que siempre había
soñado. Lo que sigue es la vida de derroche y ostentación que

6Como dice Denegri, Mercedes Cabello utilizaba el término prostitución “para definir
no sólo la prostitución ilegal y clandestina, sino también el matrimonio por
conveniencia” (Denegri, 1996: p. 131).

15
caracterizan a su unión matrimonial, que incluye sus vinculaciones con
el poder en busca de algún cargo público para su marido, y que
termina en la bancarrota y en la perdida de los objetos materiales y de
la identidad social ganada exclusivamente en base a ellos.

Es así como Blanca Sol, “la reina de los salones, la orgullosa y altiva
joven, que ayer era admirada, buscada, adulada; quedará hoy
oscurecida y anonadada, cual si caído hubiera en un abismo” (Ibíd., p.
155). La pobreza y la oscuridad constituyen así la antitesis de la riqueza y
“los resplandores del oro” que es lo que siempre había buscado la
protagonista. Esta situación de pobreza, a la que se vendría a sumar
luego la locura del marido, obliga a Blanca Sol a ganar el sustento de su
familia recurriendo a la prostitución, pues la educación que había
recibido no le permitía emplearse en otra cosa que no sea el comercio
de su cuerpo. De esta manera, Blanca recibe en la novela un justo
castigo por la vida viciosa que había llevado.

La antítesis de Blanca en la novela viene a ser Josefina, la joven y


virtuosa costurera que finalmente se casa con Alcides, contrafigura del
marido vulgar y repugnante, de quien previamente se enamora Blanca
(que con él descubre su capacidad de amar tardíamente), sin llegar a
ser correspondida. Josefina es la joven afectuosa, inocente y virtuosa,
que encarna el ideal de mujer y de esposa propugnado por el
positivismo comteano, es decir, lo contrario de Blanca que, más bien, es
descrita como una mujer vulgar y viciosa y, por lo mismo, incapaz de
brindar afecto. Pero Blanca finalmente es una víctima de la educación
recibida y del ambiente vicioso que la rodea. Como se dice en la
novela:

“¿Qué culpa tenía ella, si desde la infancia, desde el colegio,


enseñáronla a amar el dinero y a considerar el brillo del oro como el
brillo más preciado de su posición social? ¿Qué culpa tenía si, siendo
una joven casi pobre, la habían educado creándole necesidades, que
la vanidad aguijoneada de costumbre por el estímulo, consideraba
como necesidades ineludibles, a las que era forzoso sacrificar, afectos y
sentimientos generosos?” (Ibíd., p. 181).

La novela concluye de manera brusca, cuando la narradora decide


parar de contar porque, como ella dice, “no se debe describir el mal
sino en tanto que sirva de ejemplo para el bien” (Ibíd., p. 189). De este
modo, es como Mercedes Cabello cree haber cumplido con la función
primordial de la literatura que es la de combatir el vicio y promover las

16
buenas costumbres. Blanca Sol viene a ser una anti-heroína, un modelo
a no seguir, y un ejemplo de cómo terminan las mujeres viciosas,
entregadas al culto del dinero y del lujo.

IV

En “El Conspirador” el centro de la atención se traslada de la familia a la


vida política. Jorge Bello, el personaje principal de la novela, es el típico
caudillo político que aspira a hacerse del poder conspirando en contra
de sus “enemigos”. La autora realiza en esta obra una magistral
descripción no sólo de la sociedad peruana de su tiempo sino también
de la forma como se socializaban sus miembros, principalmente los
hombres de los sectores medios y altos, demostrando un profundo
conocimiento de la psicología masculina7. La novela está escrita en
forma autobiográfica y en tono reflexivo. El subtítulo reza “autobiografía
de un hombre público”; pero lo que se expone no es precisamente el
comportamiento público del personaje central, sino su fuero más íntimo,
aquel que tiene que ver con la formación de su personalidad. No se
trata para nada de un discurso autocomplaciente -que es el típico caso
de las autobiografías de los “hombres públicos”-, sino más bien de una
mirada reflexiva y autocrítica que centra su atención en “el lado
escabroso y difícil de la vida” del personaje central.

Jorge Bello, de origen arequipeño, quedó huérfano a sólo días de haber


nacido. En estas circunstancias tuvo que ser criado por sus tíos: “dos
solterones” (un cura y un “político platónico”) y una viuda sin hijos; los
cuales se disputaban el cariño del sobrino e intentaban influir en él, de
modo que éste siguiera sus pasos. Al final, se impuso la voluntad de la
tía, “viuda del coronel Espoleta” -un militar “ignorante, bruto y porfiado”
que había sido asesinado precisamente en medio de pugnas políticas-,
para quien su sobrino debía seguir los pasos de su difunto marido. Este
hecho, sumado a la “atmósfera moral” que se vivía en la época,
hicieron de Bello un conspirador profesional.

“Yo me eduque y crecí -dice en un pasaje de la novela-, alimentado y


nutrido en aquella atmósfera, impregnada de ideas subversivas y
principios revolucionarios, dirigidos todos en contra de cuanto tuviera
visos de gobierno constituido, el cual, por el hecho de serlo, siempre

7Estanovela “sociológica”, sin exagerar, puede ser considerada como el más remoto
antecedente de los estudios de masculinidad en nuestro país.

17
aparecía tiránico y abusivo. En cambio todos los caudillos se me
aparecían como redentores que se elevaban cual celeste promesa de
futuras prosperidades” (Cabello de Carbonera, s/f: p. 17).

Y más adelante expresa, en tono exculpatorio:

“Las culpas cometidas en mi vida de hombre público, más que mías,


son de mi época, de esa generación a que pertenezco, y que, como
fatal herencia, lleva el espíritu subversivo y revolucionario de los ínclitos
conspiradores” (Ibíd., p. 23).

A través de la figura del conspirador, entonces, se crítica la “atmósfera


mal sana” que caracterizaba a la época, lo que extraviaba a la
juventud y pervertía el sentimiento de bien, propio de la vida civilizada.

Como lo ha señalado Basadre, en la novela, sin abdicar a la


imaginación propia de toda obra literaria, se hace alusión a numerosos
acontecimientos y personajes históricos. El ambiente de las
sublevaciones de Arequipa de mediados del siglo XIX es reproducido al
inicio de la obra y, en medio de él, se destaca la figura de el
“Conspirador”, inspirada en un personaje como Manuel Ignacio de
Vivanco, de triste recordación en nuestra historia. Lo mismo ocurre con
el contrato Grace, al que se alude de manera reiterada a lo largo de
toda la novela. La alusión a un presidente “bueno y honrado”, según
Basadre, hace referencia a Morales Bermudes. Pero, sin lugar a dudas, el
personaje al que más se alude en la novela es Nicolás de Piérola. El
personaje central, Jorge Bello, está inspirado en el caudillo demócrata.

“Su tenacidad para conspirar, su advenimiento a la fama a raíz de


haber aceptado el Ministerio de Hacienda y de haber auspiciado un
suculento contrato (que en otros aspectos resulta, como se ha dicho,
inspirado en el de Grace), las incidencias de su primera tentativa
rebelde que son una caricatura de la expedición del Talismán, su
búsqueda de respaldo en el pueblo para excitarlo contra las clases
poderosas, su campaña electoral que aparece con algunos detalles de
la de 1890, su publicación de El Demócrata similar a El País, su prisión en
la Intendencia y su fuga de allí aunque dentro de otras circunstancias,
sus correrías como perseguido para hallar eventual asilo en conventos,
sus amores adúlteros en los que podría haber una alusión a Madame
Garreaud, amante de Piérola, todo ello trae el inevitable recuerdo
comparativo” (Basadre, 1983: pp. 51 - 52).

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La gran diferencia entre el personaje novelesco y el de la vida real, sin
embargo, radica en el destino que siguen uno y otro. Mientras que
Jorge Bello cae en el desprestigio y se queda sólo, teniendo que
marchar de la prisión al destierro, Piérola asume el poder en 1,895, tres
años después de que se publicara la novela; lo que, sin lugar a dudas,
significó un duro golpe para Mercedes Cabello.

La autora insiste también en esta novela en un personaje parecido al de


Blanca Sol, representado por Ofelia, la amante de Jorge Bello. Al igual
que Blanca, Ofelia también proviene de una familia “aristocrática”
venida a menos y encarna los mismos defectos, es decir, es viciosa,
derrochadora y ostentosa y, por si fuera poco, cuando al final los
amantes caen en desgracia, también recurre a la prostitución como
medio de subsistencia. A diferencia de Blanca, sin embargo, Ofelia
muere hacia el final de la novela, no sin antes arrepentirse del modo de
vida que había llevado. La influencia de Ofelia, al igual que la de la tía,
es decisiva en la biografía de Jorge Bello. La tía le inculcó la ambición
por el poder; pero fue ella -tan o más ambiciosa que él- la cómplice de
sus aventuras conspirativas. Cabe señalar, sin embargo, en descargo de
Ofelia, que fue ella quien hacia el final de la novela le hace entrar en
razón a Bello. Le reprocha a su amante su modo de hacer política, sin
principios ni ideales, lo que “simboliza la ambición de un conspirador”:

“Tu caída es inevitable -le dice-, tu desprestigio es evidente; ambos son,


no un castigo, sino una consecuencia. Tus enemigos políticos, no han
sido ni más honrados ni de más talento que tu; pero te han vencido,
como los vencerán a ellos otros que lleguen después; porque cuando
todos son malos, el último es el mejor!” (Cabello de Carbonera, s/f: p.
281).

Ella misma se incluye en la crítica al modo de vida en el que estuvo


inmersa:

“He sido muy culpable -dice-. Por soberbia, por orgullo, quise ser
virtuosa, sin otra mira que darle lustre a mi maltratado título de condesa;
por eso he caído como el ángel despeñado del Empíreo; he caído en el
abismo de la prostitución…” (Ibíd., p. 282).

La novela concluye cuando Jorge Bello marcha al destierro arrepentido


y convencido de que había sido “un mal ciudadano”.

19
En términos generales, Mercedes Cabello intentó en esta novela -
creemos que con mucho éxito- realizar un retrato del político de su
tiempo en la persona de Jorge Bello. Las similitudes entre Bello y muchos
políticos actuales revelan que el perfil “sociológico” que realizó la
autora aún mantiene vigencia. A través de la lectura de esta novela
uno se percata que el desprestigio de la “clase política” es algo que
viene de mucho tiempo atrás y que siempre se ha mantenido latente en
la opinión pública; más allá de que se haya puesto de manifiesto recién
en las dos últimas décadas.

En la novela, la Cabello da cuenta del descontento de la ciudadanía


con los políticos de su época en los siguientes términos:

“Hoy, sobre-abunda la gente resabiosa, calculadora y desconfiada, los


que han perdido la fe en la rectitud y la honradez de los candidatos, y
comprenden que son explotados y que deben a su turno explotar ellos”
(Ibíd., p. 138).

Y, más adelante, continúa:

“Los abusos que vienen de arriba, dan vida a los que nacen de abajo.
Cada imposición tiránica de un gobierno engendra un conspirador”
(Ibíd., p. 140).

La política conspirativa tiene que ver con un estilo, con una forma de
hacer política, que se ejerce tanto en dictadura como en democracia,
independientemente de cual sea la opción ideológica que la inspire (en
la novela se sugiere que ésta es motivada por ambiciones personales y
que carece de ideal alguno). Conspirar quiere decir, entre otras cosas,
contravenir la ley o amañarla para así obtener un beneficio propio,
“legal”, al que sólo tienen acceso aquellos que gozan de los privilegios
del poder.

“Los códigos son en el Perú tan elásticos -se dice en un pasaje de la


novela-, que nunca falta un artículo en que apoyarse, cuando se quiere
salvar a un pícaro o condenar a un inocente” (Ibíd., pp. 228 - 229).

Estas artimañas legales hacen que -a decir de un connotado político


actual- algunas personas “pequen” y otras cometan delitos,
dependiendo de cual sea su origen o posición social. La ley, concebida
en estos términos, deja de ser pública y responde más bien a intereses
particulares.

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“En el Perú -se dice en la novela-, la opinión pública habla por interés y
calla por cobardía. El éxito, aun siendo culpable, es acatado; la
acusación se guarda sólo para el caído!…” (Ibíd., p. 226).

Está claro para una autora como la Cabello que el “éxito”, en un país
como el nuestro, se obtiene a menudo de un modo irregular.

En realidad, la novela es una radiografía de la corrupción que reinaba


en el país hacia finales del siglo XIX. Montalvo, uno de los íntimos de
Bello, que labora en la administración publica, lo expresa en los
siguientes términos:

“Pues hijo… no sabe Ud. que los empleados de Gobierno, somos como
los cocineros de Lima: el sueldo es lo accesorio, lo principal son las
buscas; un nombramiento de éstos, no es más que una autorización
para dejarnos crecer las uñas…” (Ibíd., p. 112).

Las “buscas” eran lo que hoy son las “coimas”. El propio Jorge Bello no
tiene reparos en hacer la siguiente confesión:

“Mi historia en el ministerio de Hacienda, puedo resumirla en dos


palabras: como que es la historia ya vulgar que, con escasas
excepciones, se repite todos los días entre nosotros. Firmé más de un
contrato ruinoso para el país, sin tener en cuenta más que la utilidad
que á mi me reportaba. Esta confesión sería bochornosa para mí, si
razones mil no abonaran en mi favor. Yo era joven, ambicioso,
calculador; veíame rodeado de hombres acaudalados, llenos de
prestigio y de buen crédito, y cuya historia era con puntos y coma, la
misma que yo me proponía seguir” (Ibíd., p. 81).

La honradez, entonces, es percibida como excepcional. Esta imagen de


nuestra vida pública ciertamente no dista mucho de la que
actualmente tenemos. Al leer uno la novela tiene la impresión de que
está frente a una historia reciente; sin embargo, fue escrita a finales del
siglo XIX. “El mal -se dice en ella- tiene raíces muy hondas”. Estas raíces
hay que buscarlas no sólo en la biografía de un personaje como Jorge
Bello sino en la historia de un país complejo, como el nuestro, que es el
mismo país que vivió y padeció la autora. Si hacemos abstracción de las
distancias cronológicas y sólo prestamos atención a la historia que se
relata, no sería difícil reconocer en una escritora como Mercedes
Cabello a una contemporánea nuestra.

21
V

En conclusión, la obra de Mercedes Cabello nos ofrece la imagen de un


país sumido en la decadencia moral y la “mala costumbre”. La solución
a todos los males del país pasaba necesariamente por la “regeneración
moral” de la sociedad. No se podía construir la nación ni se podía
avanzar en dirección del progreso si previamente no se abandonaba la
“barbarie” y se asumía un comportamiento civilizado, que no era otro
que aquél que se basaba en la razón y la “buena costumbre”. Esta idea
está presente en toda la obra de Mercedes Cabello, tal como se ha
podido mostrar a lo largo del presente artículo. En este contexto, su
adhesión al positivismo en su obra de madurez no tuvo mayor
significado que el de reafirmar su pensamiento inicial. En todo
momento, la autora hizo hincapié en la necesidad de instruir a la mujer,
cuya función era precisamente la de contribuir -desde su lugar en la
esfera doméstica- a regenerar la sociedad.

La solución a todos los “vicios hereditarios” que padecía nuestra


sociedad -de los que personajes como Blanca Sol, Ofelia y el propio
Jorge Bello, no eran sino “víctimas involuntarias”, atrapadas en un
ambiente poco propicio para las buenas costumbres- pasaba
necesariamente por la educación. La educación era, en opinión de
Mercedes Cabello, la cura a todos los vicios, tanto de las mujeres como
de los hombres. La mujer, sin embargo, era la que más tenía que ganar,
porque de ello dependía su emancipación. La Cabello reivindicaba el
derecho de la mujer a la instrucción no sólo para que puedan educar
mejor a sus hijos, sino porque además consideraba que ello era el paso
previo para conseguir su total emancipación (el segundo paso era
hacer valer su derecho al trabajo). En ese sentido, puede decirse que
sus ideas estuvieron a la altura de las feministas contemporáneas -
incluyendo su reivindicación de la diferencia- y, por supuesto,
significaron un adelanto para su época.

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