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“APRENDIENDO A SER...
(ENFERMEROS)”
La crisis de la Enfermería – si aceptamos su existencia como tal – no tiene, tal vez, sus
raíces en las formas o condiciones de vida y trabajo de las enfermeras. Si bien estos
factores son, sin duda condicionantes - como ya hemos tratado de comprobar en el
capítulo “La crisis de Enfermería en un país en crisis” -.
El origen mismo del problema está aún más atrás, en la formación misma de
Enfermería. En efecto, son los docentes los que tienen en sus manos brindar, a quienes
deciden acercarse a esta profesión, las primeras herramientas lógicas y metodológicas
para interpretar al mundo desde nuestro modelo conceptual, nuestra manera particular
de interpretar la realidad.
LA DEMANDA
Hace ya algunos años, en el acto de apertura del ciclo lectivo de una de las Escuelas de
Enfermería en las que me desempeñé como docente, una colega expresaba en su
discurso que para ser buenos enfermeros había que ser primero buenas personas, idea a
la que adherí de inmediato.
Tiempo después, conversando con el Director de la Carrera de Licenciatura en
Enfermería de la Universidad Maimónides, Mg. Lic. Rubén Gasco, me comunicaba su
intención de transmitir al estudiantado la concepción - filosófica, si se quiere - de que
una vez que se es enfermero se es enfermero siempre, y no solo cuando está con el
uniforme o dentro del ámbito laboral. Inmediatamente me retrotraje a aquella primer
anécdota y esbocé una sonrisa de entendimiento.
Pero ¿somos buenos los enfermeros? Es decir, ¿somos buena gente por naturaleza o por
definición al dedicarnos al cuidado de aquellas personas que pasan por un mal momento
de sus vidas? ¿O nuestra decisión esconde la necesidad de ponernos “a cargo” de
individuos en inferioridad de condiciones, y tomar el poder sobre sus vidas? Tal vez
ambas cosas, tal vez ninguna. Tal vez no debamos ser tan maniqueístas y pensar que uno
es siempre bueno o siempre malo...
El individuo en situación de estudiante adquiere un conjunto de características
particulares relacionadas con la función misma del proceso de enseñanza/ aprendizaje.
Así mismo, el adulto que estudia tiene sus propias peculiaridades que muchas veces
difieren con las del adolescente en la misma situación.
A su vez, el adulto que estudia Enfermería es dueño de un mundo propio, en el que la
suma de dichas peculiaridades que suelen destacarlo del resto de los adultos que
estudian cualquier otra carrera.
Pero existe una cuarta clasificación, más destacable aún, y son aquellos adultos que, tras
poseer ya una formación y una experiencia considerable dentro de la Enfermería - los
Auxiliares de Enfermería -, deciden cumplimentar aquellos programas tendientes a
alcanzar el pregrado de Enfermero profesional, llamado en nuestro medio
“profesionalización”.
LA OFERTA
Como en nuestro sistema carecemos por completo del elemento humano que satisfaga la
primer opción (de lo cual estoy totalmente convencido), el estudiante solo puede optar
por la segunda.
Estamos acostumbrados a pensar, según las teorías en boga, que nuestro proceso de
identificación – o al menos la parte más consistente de éste - culmina con la
adolescencia o, para aquellos que tienen la suerte de ir al analista, con la elaboración de
su complejo de Edipo. De hecho hablamos del adulto como de un sujeto maduro, es
decir el fruto que finalizó su ciclo de estacionamiento natural y está “a punto”, listo
para ser consumido.
Sin embargo el ser humano es un poco más complejo que un durazno o una ciruela, y el
mencionado proceso de identificación suele persistir, en grado variable, a través de toda
la vida. De hecho muchos autores afirman que uno nunca termina de concretar su propia
identificación, sino que la misma está en constante construcción.
Claro está que este ritmo de construcción varía según la etapa de desarrollo en la que
situemos al sujeto y del poder de influencia de las figuras identificables a las que se
enfrente. De hecho el influjo que puede significar determinada figura en la niñez o
adolescencia es considerablemente más elevado del que puede poseer la misma figura
en la adultez. Y aquí radica, tal vez la primera diferencia entre el adolescente que
estudia y el adulto que estudia. Ya que, como sabemos, ambos se están enfrentando a
figuras fuertemente identificatorias: los docentes. A medida que el estudiante atraviesa
el complejo proceso de enseñanza/ aprendizaje, sufre una serie de etapas “miméticas”.
En un principio es objeto de una desidentificación estructurante, o desestructuración
respecto a esta primera identificación social que traía consigo a la hora de ingresar a las
aulas. Afloran afectos, miedos, creencias y fantasías en el orden de la separación, la
muerte y la sexualidad. Desestructuración que es necesaria para brindar un terreno
propicio para la introyección de nuevos modelos que permitan soportar esta transición.
Estos modelos serán sustitutos de los anteriores, sustitución activada por la necesidad a
ocupar un lugar en la demanda social, tal como se presentan en la adolescencia tardía o
hacia el final de la misma.
Esta relación entre apuntalamiento e identificación, pone al docente en un lugar de
privilegio en el develamiento de un cierto saber y ocupa un posicionamiento particular
ante la mirada del estudiante. Esta entreabertura expone a los jóvenes a encontrar como
modelos pseudo-exitosos aquellos cuya actividad o su discurso se funda en la
omnipotencia de sus ideas, de sus actos o en la convicción de sus teorías o
procedimientos técnicos.
En el adulto que estudia estos procesos se dan de manera atenuada e incluso solapada
por una serie de mecanismos de defensa. Podrían operar más abiertamente en aquellos
sujetos cuya identidad es deficitaria y que encuentran en ciertos rasgos diferenciales no
pertinentes de una actividad, los emblemas de técnicas, prácticas o teorías como
referentes identificatorios, que se trasladan a su actitud profesional. Pero esta situación
empobrece la autonomía del yo, la capacidad de autocrítica o el cuestionamiento del
referente, porque éste ha pasado a constituir parte de su identidad. Reproduciendo en
sus actitudes las normativas que funcionan en determinado grupo, porque su identidad
se asienta en el sostén de ciertos emblemas que circulan en el grupo de pertenencia con
carácter dogmático, idealizado e incuestionable.
El disenso, dentro de esta perspectiva es, para algunos, equivalente a traición o falta de
fidelidad y para otros es considerado como trasgresión a teorías o prácticas que han sido
asimiladas con efecto de ley.
LA PROBLEMÁTICA DE LA
PROFESIONALIZACIÓN DE AUXILIARES
Existe y ha existido siempre, dentro del colectivo de la Enfermería argentina, una casta
de elegidos a los que podríamos llamar aquí, los “eternos jueces de la moral
profesional de la sacrosanta Enfermería”. Una casta, que entre otras cosas ha
mantenido siempre una falsa moral y un doble discurso. Ya que aquellos “eternos
jueces de la moral profesional de la sacrosanta Enfermería”, que en los distintos
ámbitos de discusión objetan la aplicación del artículo séptimo de la ley de educación
superior, en pos de la calidad de atención y, sobre todo en aras del buen nombre de la
profesión de Enfermería, son los mismos que, en otros espacios (los de los cargos de
conducción de Enfermería de hospitales, clínicas y sanatorios), ponen a los auxiliares de
Enfermería en el compromiso irresponsable de asumir el rol de enfermeros, violando
sistemáticamente las leyes de ejercicio profesional.
Es oportuno preguntarse, entonces, si lo que corresponde es atacar al problema y sus
verdaderas causas o, simplemente mirar para otro lado y combatir a aquellos que están
haciendo algo por solucionarlo. Recordemos que negar un problema nunca es un buen
medio para solucionarlo. La negación es una etapa propia por la que atraviesa todo
sujeto que padece una patología de cierta envergadura... Crónica o terminal. Luego
deviene la ira y el inculpar a los demás del propio padecimiento. Pues bien,
evidentemente ciertos grupos sociales se comportan de manera similar ante las crisis de
diversa índole.
La profesionalización, y más específicamente, la posibilidad que se brinda a aquellos
auxiliares que no han completado sus estudios secundarios, resultan una amenaza al
estatus-quo de estos grupos sociales. Grupos que, durante años han asumido la voz y el
voto del colectivo de Enfermería. Pero lo han hecho en forma inconsulta, compulsiva y
con carácter de elite.
Muchos son los cambios que se vienen experimentando en estos últimos años dentro del
ámbito de la Enfermería en nuestro país. Sobre todo, impulsados por la promulgación y
plena vigencia de la ley nacional y leyes provinciales de Enfermería.
Uno de estos cambios es, sin duda, el que se ha suscitado con la consabida
profesionalización de auxiliares. En efecto, la puesta en vigencia de la ley 24.004, fue el
puntapié inicial para la que salgan al “rodeo académico” un considerable número de
propuestas de las también cada vez más numerosas entidades interesadas en la
formación de enfermeros.
Podemos, si se quiere, comparar este fenómeno con la multiplicación de la oferta de
formación del nivel superior de Enfermería o de grado, iniciada a principios de la
década de los noventa, con el arribo a buenos aires de una subsede de la universidad
nacional de rosario.
De más está decir que todo cambio de cierta envergadura encuentra fuertes adherentes,
sobre todo entre sus usuarios o beneficiarios; pero también debe enfrentar,
paralelamente a titánicos opositores. Y esta no se trata de una excepción a dicha norma.
La estrategia aplicada históricamente por estos últimos es la misma: inician una
campaña de desprestigio “de pasillo”, haciendo uso y abuso de la consabida “técnica
del rumor”, generando de esta manera, miedos infundados y desconfianza dentro del
público destinatario, mediante falacias de la más diversa índole como: “que los títulos
son truchos”, “que no te dan matrícula”, “que después no vas a poder entrar a
trabajar a ningún lado”, “que la formación es mediocre”, y un sinnúmero de etcéteras
más.
Muchos detractores, incluso han llegado al extremo de la “profecía autocumplida”,
cuando estando al frente de alguna clínica o sanatorio, han sacado a relucir sus
prejuicios y fuertes tendencias discriminatorias al abstenerse de contratar egresados de
estos sistemas, sin causa aparente que lo justifique.
Prejuicios que obviamente se revirtieron cuando se aplicaron como técnicas de
contratación, los exámenes de nivel o pruebas de desempeño objetivas...¡estos sujetos,
que venían con su “formación mediocre o deficiente”, resultaron ser los que obtenían
las calificaciones más elevadas!
No existen objeciones serias a la formación de las personas. En ningún estrato social, en
ningún período del ciclo vital, en ningún área o especialidad.
Todos, absolutamente todos debemos tomar como parte de nuestro ser, como hecho
humanizante e inmanente del sujeto, la capacidad de aprender.
EDUCACIÓN A DISTANCIA
VS. EDUCACIÓN DISTANTE
Recuerdo cuando, hace más de diez años atrás se implementó el novedoso sistema
semipresencial para la Licenciatura de Enfermería en la Ciudad de Buenos Aires, a
través de la Universidad Nacional de Rosario. En aquel entonces el discurso más trillado
de los principales detractores de dicho sistema era que, a partir de ese momento se
comenzarían a recibir “enfermeros por correspondencia”.
¡Qué ciegos estaban, pero a la vez qué injustos eran para con aquellos enfermeros y
enfermeras que, teniendo la capacidad y voluntad para acceder a un título de grado,
quedaban fuera del sistema, simplemente porque los planes ofrecidos hasta ese
momento eran solo de tipo presencial y permanecían más allá de sus posibilidades
económicas y de su disponibilidad de tiempo.
La Universidad pública, en este sentido no ha podido – o no ha querido – satisfacer esta
demanda. Y digo “no ha querido”, porque sus autoridades han formado parte de los
pequeños grupos de “elegidos”. A través de estas políticas educativas restrictivas y
excluyentes mantenían el criterio de “elite” que existía entre esos pocos elegidos que
ostentaban pomposamente el título de “licenciados”.
Hoy ese criterio de elite se está perdiendo... O mejor dicho: se está reformulando
correctamente desde lo operativo. Nuevos grupos se están gestando en las distintas áreas
de incumbencia de la Enfermería. Gente muy capaz en la administración de RRHH, en
la investigación, en la docencia, en el desempeño dentro de las distintas especialidades –
lo cual quedó fuertemente demostrado con la proliferación posterior de distintos
sistemas de residencias de Enfermería, similares a los sistemas de residencias médicas –
etc.
Pero este concepto de elite es sustancialmente distinto al anterior. Mientras que el
primero se sustentaba, simplemente en el “despotismo ilustrado”, en el privar a la
mayor cantidad de gente posible a acceder a nuestro nivel para poder mantener,
tranquila e indiscutidamente esos lugares de privilegio; el segundo se estructura desde el
hacer, desde el rol asumido con responsabilidad y capacidad, desde el conocimiento
crítico y la producción intelectual.