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CAPÍTULO IX

“APRENDIENDO A SER...
(ENFERMEROS)”

El aprendizaje no es “aséptico”: se contamina constantemente de percepciones,


subjetividades, preconceptos, ruidos, estímulos del entorno y otras “yerbas”.

La crisis de la Enfermería – si aceptamos su existencia como tal – no tiene, tal vez, sus
raíces en las formas o condiciones de vida y trabajo de las enfermeras. Si bien estos
factores son, sin duda condicionantes - como ya hemos tratado de comprobar en el
capítulo “La crisis de Enfermería en un país en crisis” -.
El origen mismo del problema está aún más atrás, en la formación misma de
Enfermería. En efecto, son los docentes los que tienen en sus manos brindar, a quienes
deciden acercarse a esta profesión, las primeras herramientas lógicas y metodológicas
para interpretar al mundo desde nuestro modelo conceptual, nuestra manera particular
de interpretar la realidad.

LA DEMANDA

Hace ya algunos años, en el acto de apertura del ciclo lectivo de una de las Escuelas de
Enfermería en las que me desempeñé como docente, una colega expresaba en su
discurso que para ser buenos enfermeros había que ser primero buenas personas, idea a
la que adherí de inmediato.
Tiempo después, conversando con el Director de la Carrera de Licenciatura en
Enfermería de la Universidad Maimónides, Mg. Lic. Rubén Gasco, me comunicaba su
intención de transmitir al estudiantado la concepción - filosófica, si se quiere - de que
una vez que se es enfermero se es enfermero siempre, y no solo cuando está con el
uniforme o dentro del ámbito laboral. Inmediatamente me retrotraje a aquella primer
anécdota y esbocé una sonrisa de entendimiento.
Pero ¿somos buenos los enfermeros? Es decir, ¿somos buena gente por naturaleza o por
definición al dedicarnos al cuidado de aquellas personas que pasan por un mal momento
de sus vidas? ¿O nuestra decisión esconde la necesidad de ponernos “a cargo” de
individuos en inferioridad de condiciones, y tomar el poder sobre sus vidas? Tal vez
ambas cosas, tal vez ninguna. Tal vez no debamos ser tan maniqueístas y pensar que uno
es siempre bueno o siempre malo...
El individuo en situación de estudiante adquiere un conjunto de características
particulares relacionadas con la función misma del proceso de enseñanza/ aprendizaje.
Así mismo, el adulto que estudia tiene sus propias peculiaridades que muchas veces
difieren con las del adolescente en la misma situación.
A su vez, el adulto que estudia Enfermería es dueño de un mundo propio, en el que la
suma de dichas peculiaridades que suelen destacarlo del resto de los adultos que
estudian cualquier otra carrera.
Pero existe una cuarta clasificación, más destacable aún, y son aquellos adultos que, tras
poseer ya una formación y una experiencia considerable dentro de la Enfermería - los
Auxiliares de Enfermería -, deciden cumplimentar aquellos programas tendientes a
alcanzar el pregrado de Enfermero profesional, llamado en nuestro medio
“profesionalización”.

LA OFERTA

Donde las escuelas terciarias se han convertido en “unidades de adiestramiento


técnico”, en las que los aspirantes a enfermeros son considerados como alumnos (desde
una forzada etimología: a, “sin” y lumne, “luz”; es decir entes carentes de
“iluminación”, de todo conocimiento previo), y tratados en consecuencia.
Donde las universidades se han convertido en “fábricas de profesionales y
licenciados”, ya que escudadas en la crisis económica y laboral ofrecen programas cada
vez más acotados y “fugaces”, entregando un título de Enfermería a aquel que ha
cumplido con algunos mínimos requisitos de una currícula mínima, con una también
mínima exigencia y nivel académicos.
De las primeras emerge un sujeto poco digno de denominarse profesional, ya que es
incapaz de emitir un juicio crítico o de pensar por sí mismo. Sumiso y condescendiente
se transforma en el enfermero ideal para reforzar el modelo médico hegemónico y
engrosar las filas de nuestro ya decadente sistema de salud, en el que sus docentes son
muchas veces personal jerárquico responsable en gran medida de dicha decadencia.
De las segundas egresa un individuo más o menos confundido, con un mayor o menor
bagaje de información (no siempre de conocimientos) mal asimilada. Con un
afrontamiento profesional tanto más débil cuanto más pobre sea la estructura del
programa formador (estructura no solo sustentada en la currícula, sino además y
fundamentalmente en el cuerpo docente).

LOS NOVEDOSOS SISTEMAS


SEMIPRESENCIALES

El estudiante que concurre a un sistema semipresencial tiene solo dos opciones


coherentes si pretende adquirir y asimilar la compleja trama de conceptos, habilidades y
actitudes que lo encaminen hacia su formación como profesional de la Enfermería:

 Asistir “religiosamente” a todas las clases programadas o encuentros


presenciales, en los que el docente debe ser un genio brillante en el manejo de
los temas en aula; o bien
 Organizar un método de estudio propio, de acuerdo a sus posibilidades
específicas (tanto en lo referente a potenciales intelectuales, basado en
debilidades y fortalezas; como en su estructuración del tiempo libre o
disponible).

Como en nuestro sistema carecemos por completo del elemento humano que satisfaga la
primer opción (de lo cual estoy totalmente convencido), el estudiante solo puede optar
por la segunda.

EL PERFIL DEL EGRESADO DE


ENFERMERÍA... A LA DERIVA
La capacidad de adaptación al entorno y a las situaciones que surgen de la interacción
con el es una de las características definitorias de la salud del sujeto.
En este sentido podemos inferir que el sistema formador de Enfermería está enfermo... y
de gravedad.
Cuando uno emprende un viaje, lo primero que tiene en mente es su destino final, la
meta; para luego determinar de qué manera llegará a ella, qué vehículo utilizará, qué
equipaje llevará, etc.
Con Enfermería pasa lo inverso: las escuelas se suben a un ómnibus sin saber a dónde
quieren llegar. Solo toman el boleto que les dan (la Resolución Ministerial Nº 35/69 en
el caso de las terciarias) y se dejan llevar hasta la terminal – sea cual fuere, ya que
nunca es la misma – para bajarse desorientadas...
Lo peor de todo es que el “pasajero” de este viaje es el alumno. Sino pregúntenle a
cualquier egresado reciente de cualquier institución formadora de Enfermería, a qué
perfil adhiere su ente formador. O lo que es peor: pregúntenle qué significa para el o ella
la Enfermería. Seguramente no encontrarán respuestas muy satisfactorias.
Quisiera aclarar que cuando hablo de perfil del egresado me estoy refiriendo a algo más
profundo que el enunciado de tres o cuatro ítems preconcebidos y plagiados
sistemáticamente por todas las currículas – o al menos repetidos en la mayoría de ellas
–. Ya que dicho material no es más que letra muerta y sin sentido; generalmente es copia
de otros documentos similares, de otros institutos con otras realidades – que
seguramente a su vez lo han copiado, y así sucesivamente –.
Cuando hablo de “perfil” me refiero a la producción consensuada por el cuerpo
docente, en la que participe activamente el estudiantado – por lo que debe ser flexible –
y en el que se imprima un compromiso permanente con la realidad social local o
regional.
Enfermería es una ciencia social, humanística... no podemos seguir formando técnicos
autómatas.
Si pretendemos conseguir profesionales que razonen y que no actúen mecánicamente
los tenemos que formar razonablemente y no de manera mecánica.
En desmedro de ello, la mayoría de las terciarias se han convertido en “fábricas de
enfermeros en serie”. Muchas mantienen su actuación basadas en mecanismos
meramente mercantilistas. No permitamos que la educación superior (universitaria)
caiga en lo mismo, ya que de ello depende en buena medida el futuro inmediato y
mediato de nuestra profesión.
“Según los liberadores críticos, cuando las personas privilegiadas de elevada
condición social que son miembros de la cultura dominante defienden esa (una)
postura, hacen dos cosas: primero, fijan normas sobre lo que es verdadero, bueno y
correcto no solo para ellas mismas, sino para todos aquellos cuya vida esté afectada
por el grupo dominante o mayoritario. En segundo lugar, a menudo directamente o por
implicación, degradan o impugnan las formas diferentes, esas formas normalmente
desarrolladas y las personas que carecen de poder y de privilegio o que son miembros
de culturas subordinadas o minoritarias”(...)“creen que este es el modo en que
funciona el grupo dominante en su relación con los grupos subordinados, el modo en
que el grupo dominante trata de preservarse como grupo y de conservar su poder y su
privilegio”.1
Necesitamos, pues, que cada organización de formación de enfermeros, implemente un
perfil del egresado que se adecue no solo a nuestras expectativas o deseos como
formadores, sino que también lo haga a la realidad.
1
FENSTERMACHER G., SOLTIS J.- Enfoques de la Enseñanza – Amorrortu, Buenos Aires,
1999.
EL PAPEL DEL DOCENTE EN
EL PROCESO IDENTIFICATORIO

Estamos acostumbrados a pensar, según las teorías en boga, que nuestro proceso de
identificación – o al menos la parte más consistente de éste - culmina con la
adolescencia o, para aquellos que tienen la suerte de ir al analista, con la elaboración de
su complejo de Edipo. De hecho hablamos del adulto como de un sujeto maduro, es
decir el fruto que finalizó su ciclo de estacionamiento natural y está “a punto”, listo
para ser consumido.
Sin embargo el ser humano es un poco más complejo que un durazno o una ciruela, y el
mencionado proceso de identificación suele persistir, en grado variable, a través de toda
la vida. De hecho muchos autores afirman que uno nunca termina de concretar su propia
identificación, sino que la misma está en constante construcción.
Claro está que este ritmo de construcción varía según la etapa de desarrollo en la que
situemos al sujeto y del poder de influencia de las figuras identificables a las que se
enfrente. De hecho el influjo que puede significar determinada figura en la niñez o
adolescencia es considerablemente más elevado del que puede poseer la misma figura
en la adultez. Y aquí radica, tal vez la primera diferencia entre el adolescente que
estudia y el adulto que estudia. Ya que, como sabemos, ambos se están enfrentando a
figuras fuertemente identificatorias: los docentes. A medida que el estudiante atraviesa
el complejo proceso de enseñanza/ aprendizaje, sufre una serie de etapas “miméticas”.
En un principio es objeto de una desidentificación estructurante, o desestructuración
respecto a esta primera identificación social que traía consigo a la hora de ingresar a las
aulas. Afloran afectos, miedos, creencias y fantasías en el orden de la separación, la
muerte y la sexualidad. Desestructuración que es necesaria para brindar un terreno
propicio para la introyección de nuevos modelos que permitan soportar esta transición.
Estos modelos serán sustitutos de los anteriores, sustitución activada por la necesidad a
ocupar un lugar en la demanda social, tal como se presentan en la adolescencia tardía o
hacia el final de la misma.
Esta relación entre apuntalamiento e identificación, pone al docente en un lugar de
privilegio en el develamiento de un cierto saber y ocupa un posicionamiento particular
ante la mirada del estudiante. Esta entreabertura expone a los jóvenes a encontrar como
modelos pseudo-exitosos aquellos cuya actividad o su discurso se funda en la
omnipotencia de sus ideas, de sus actos o en la convicción de sus teorías o
procedimientos técnicos.
En el adulto que estudia estos procesos se dan de manera atenuada e incluso solapada
por una serie de mecanismos de defensa. Podrían operar más abiertamente en aquellos
sujetos cuya identidad es deficitaria y que encuentran en ciertos rasgos diferenciales no
pertinentes de una actividad, los emblemas de técnicas, prácticas o teorías como
referentes identificatorios, que se trasladan a su actitud profesional. Pero esta situación
empobrece la autonomía del yo, la capacidad de autocrítica o el cuestionamiento del
referente, porque éste ha pasado a constituir parte de su identidad. Reproduciendo en
sus actitudes las normativas que funcionan en determinado grupo, porque su identidad
se asienta en el sostén de ciertos emblemas que circulan en el grupo de pertenencia con
carácter dogmático, idealizado e incuestionable.
El disenso, dentro de esta perspectiva es, para algunos, equivalente a traición o falta de
fidelidad y para otros es considerado como trasgresión a teorías o prácticas que han sido
asimiladas con efecto de ley.
LA PROBLEMÁTICA DE LA
PROFESIONALIZACIÓN DE AUXILIARES

Existe y ha existido siempre, dentro del colectivo de la Enfermería argentina, una casta
de elegidos a los que podríamos llamar aquí, los “eternos jueces de la moral
profesional de la sacrosanta Enfermería”. Una casta, que entre otras cosas ha
mantenido siempre una falsa moral y un doble discurso. Ya que aquellos “eternos
jueces de la moral profesional de la sacrosanta Enfermería”, que en los distintos
ámbitos de discusión objetan la aplicación del artículo séptimo de la ley de educación
superior, en pos de la calidad de atención y, sobre todo en aras del buen nombre de la
profesión de Enfermería, son los mismos que, en otros espacios (los de los cargos de
conducción de Enfermería de hospitales, clínicas y sanatorios), ponen a los auxiliares de
Enfermería en el compromiso irresponsable de asumir el rol de enfermeros, violando
sistemáticamente las leyes de ejercicio profesional.
Es oportuno preguntarse, entonces, si lo que corresponde es atacar al problema y sus
verdaderas causas o, simplemente mirar para otro lado y combatir a aquellos que están
haciendo algo por solucionarlo. Recordemos que negar un problema nunca es un buen
medio para solucionarlo. La negación es una etapa propia por la que atraviesa todo
sujeto que padece una patología de cierta envergadura... Crónica o terminal. Luego
deviene la ira y el inculpar a los demás del propio padecimiento. Pues bien,
evidentemente ciertos grupos sociales se comportan de manera similar ante las crisis de
diversa índole.
La profesionalización, y más específicamente, la posibilidad que se brinda a aquellos
auxiliares que no han completado sus estudios secundarios, resultan una amenaza al
estatus-quo de estos grupos sociales. Grupos que, durante años han asumido la voz y el
voto del colectivo de Enfermería. Pero lo han hecho en forma inconsulta, compulsiva y
con carácter de elite.
Muchos son los cambios que se vienen experimentando en estos últimos años dentro del
ámbito de la Enfermería en nuestro país. Sobre todo, impulsados por la promulgación y
plena vigencia de la ley nacional y leyes provinciales de Enfermería.
Uno de estos cambios es, sin duda, el que se ha suscitado con la consabida
profesionalización de auxiliares. En efecto, la puesta en vigencia de la ley 24.004, fue el
puntapié inicial para la que salgan al “rodeo académico” un considerable número de
propuestas de las también cada vez más numerosas entidades interesadas en la
formación de enfermeros.
Podemos, si se quiere, comparar este fenómeno con la multiplicación de la oferta de
formación del nivel superior de Enfermería o de grado, iniciada a principios de la
década de los noventa, con el arribo a buenos aires de una subsede de la universidad
nacional de rosario.
De más está decir que todo cambio de cierta envergadura encuentra fuertes adherentes,
sobre todo entre sus usuarios o beneficiarios; pero también debe enfrentar,
paralelamente a titánicos opositores. Y esta no se trata de una excepción a dicha norma.
La estrategia aplicada históricamente por estos últimos es la misma: inician una
campaña de desprestigio “de pasillo”, haciendo uso y abuso de la consabida “técnica
del rumor”, generando de esta manera, miedos infundados y desconfianza dentro del
público destinatario, mediante falacias de la más diversa índole como: “que los títulos
son truchos”, “que no te dan matrícula”, “que después no vas a poder entrar a
trabajar a ningún lado”, “que la formación es mediocre”, y un sinnúmero de etcéteras
más.
Muchos detractores, incluso han llegado al extremo de la “profecía autocumplida”,
cuando estando al frente de alguna clínica o sanatorio, han sacado a relucir sus
prejuicios y fuertes tendencias discriminatorias al abstenerse de contratar egresados de
estos sistemas, sin causa aparente que lo justifique.
Prejuicios que obviamente se revirtieron cuando se aplicaron como técnicas de
contratación, los exámenes de nivel o pruebas de desempeño objetivas...¡estos sujetos,
que venían con su “formación mediocre o deficiente”, resultaron ser los que obtenían
las calificaciones más elevadas!
No existen objeciones serias a la formación de las personas. En ningún estrato social, en
ningún período del ciclo vital, en ningún área o especialidad.
Todos, absolutamente todos debemos tomar como parte de nuestro ser, como hecho
humanizante e inmanente del sujeto, la capacidad de aprender.

La educación formal, como herramienta para el crecimiento intelectual y personal del


sujeto debe ser emprendida, sostenida y evaluada como una inversión y no como un
gasto. Todo aquello que se deposite en pos de dicha empresa – tiempo, dinero, esfuerzo,
etc. – se verá multiplicado, sin lugar a dudas en el futuro.

La formación tiene un profundo impacto en la persona, lo miremos desde donde lo


miremos:
 Desde el punto de vista personal: le confiere seguridad, mayor conocimiento de
sí mismo, elevando la autoestima.
 Desde el punto de vista profesional: brindándole una mayor autonomía, juicio
crítico y habilidad para la resolución de problemas.
 Desde el punto de vista laboral: le ofrece las herramientas necesarias para hacer
frente a un mercado laboral cada vez más competitivo.
No solamente la persona se ve beneficiada: la empresa que se compromete con la
formación de su personal verá elevados sus estándares de calidad de atención; la
profesión que promueva por distintos medios la formación de sus miembros se verá
inmersa en un crecimiento sin pausas; la sociedad que bregue por la formación de sus
ciudadanos, será aquella que alcance más rápidamente los ideales establecidos en los
valores humanos.
Así vemos que la formación, no es solo un derecho de un colectivo particular – en este
caso, el de la Enfermería -, sino que es una obligación de todos los pueblos.
Lo más doloroso de todo este asunto no es el hecho de que esta oposición esté motivada
por el programa en sí – ya que no existen argumentos sólidos para ello -, ni por las
personas que llevan adelante este tipo de emprendimientos- ya que es injustificada,
desproporcionada y totalmente estéril tanta bronca desatada hacia un colega o dos que
puedan pensar en forma distinta a la de estos sujetos -, sino que lo realmente doloroso es
el hecho de que la fuerza que impulsa esta “máquina de impedir” es, justamente la
violencia horizontal, es decir la necesidad de ejercer el poder y la coerción sobre
nuestros propios colegas, sobre aquellos que son nuestros compañeros de trabajo, con
los que compartimos la tarea cotidiana. Este síndrome de agresión sumisa, fruto del odio
hacia los de la misma especie... Y de la incapacidad de poder revelarse contra la
hegemonía de aquellos que culturalmente están “por encima” en la escala social.
Y la única forma de legitimar esta asimetría es a través de la formación: “yo tengo más
títulos que vos y por ende, soy más que vos”. De hecho, a la hora de concursar por un
cargo – ejercicio poco frecuente en nuestro país, en el que se practica aún la
“dedocracia”, pero que se encuentra en vías de solidificarse – uno de los aspectos más
relevantes a tener en cuenta, son los títulos obtenidos.
Aquí es donde se ve amenazada la autoridad de quienes han ostentado históricamente
sus diplomas de graduados y que día a día ven desvanecerse su condición de elite, de
elegidos por quién sabe qué fuerza extraordinaria. Son estos sujetos los que devalúan la
capacidad de los auxiliares de Enfermería y luchan por su extinción, como en su
momento lo han hecho con los empíricos.
Por más que lloren y pataleen estos “eternos jueces de la moral profesional de la
sacrosanta Enfermería” (la mayoría de los cuales ni siquiera han ejercido alguna vez en
sus vidas como enfermeros), el sistema de salud de nuestro país estuvo desde siempre
sostenido – y quiero que esta palabra se tome literalmente – por el personal auxiliar de
Enfermería.
Digo “sostenido” literalmente, porque han sido ellos quienes han soportado en sus
espaldas el peso de todas y cada una de las fallas de dicho sistema, haciendo las veces
de mucamas, porteros, cadetes, mecánicos, electricistas, camilleros, telefonistas, y quién
sabe cuántas otras tareas - lindantes con el ya conocido “che-pibismo” argentino -,
agregadas, por supuesto a la misión de cuidar a un número de pacientes siempre
superior a su capacidad operativa, tanto en cantidad como en calidad.
No obstante ello, y mal que les pese a los “eternos jueces de la moral profesional de la
sacrosanta Enfermería” (repito), nadie ha visto desfilar por los pasillos de los
hospitales, clínicas ni sanatorios, columnas interminables de cuerpos con destino a la
morgue. Sino todo lo contrario: estas mujeres y hombres (pero sobre todo mujeres), de
escasa formación teórica, han podido hacer que este vapuleado y muchas veces perverso
sistema de salud tenga algo de humano.
Librados, tal vez toda la parafernalia pseudo-científica y pro-tecnicista que ha inundado
la gran mayoría de las prácticas de salud de los últimos cien años, y que no tienen otro
asidero que los claustros académicos, ni otro fin que el del enriquecimiento de
determinados grupos de poder. Claustros que se han transformado en templos en los que
se practica la fe de la masificación del sujeto, al punto de considerarlo un número, un
órgano, un cliente, un usuario... Transformando al cuidado en un producto de góndola
de supermercado, a los agentes de salud en mercaderes u operarios y a la salud en un
bien que se compra si se tiene con qué pagarse.
Producto y nutrimento de esos mismos claustros, los “eternos jueces de la moral
profesional de la sacrosanta Enfermería” hoy condenan con una vastísima retórica
invalidante a aquellos que pretenden dar un merecido lugar a quienes – no sin un
elevado costo – han sabido cuidar a nuestro pueblo, mientras ellos se reunían,
cómodamente en sus despachos con aire acondicionado para debatir de qué manera
pondrían a funcionar más eficazmente su aceitada máquina de impedir.

EDUCACIÓN A DISTANCIA
VS. EDUCACIÓN DISTANTE

Todo cambio genera crisis, y la primera manifestación de la crisis es el rechazo. No


obstante ello sabemos que - desde el punto de vista evolutivo - todo crecimiento
requiere, necesariamente que se produzcan uno o más cambios (muchas veces a fuerza
de adaptación a las características del medio ambiente). La magnitud de estos últimos
estará relacionada en forma directamente proporcional con la importancia o magnitud
de aquel, y viceversa. En tal sentido, la supervivencia de una especie (cualquiera se
trate) estará determinada por su capacidad de adaptación a dichos cambios.
Con el sistema educativo sucede algo similar. Quienes nos desempeñamos en el ámbito
académico somos testigos, año tras año de situaciones de la vida cotidiana
experimentadas y manifestadas por numerosos estudiantes, las que muchas veces
fuerzan al abandono de las aulas.
Ciclo a ciclo vemos como la falta de tiempo, la falta de cumplimiento por parte de la
patronal de los aspectos legales en lo que respecta a favorecer la formación del personal
de Enfermería, el sobreempleo, la familia, alguna enfermedad, o algún viaje imprevisto
hacen que disminuyan las cifras de inscripción y se engrosen las de deserción en las
distintas carreras y cursos.
A lo antes mencionado debe sumarse la importantísima cantidad de personas que ni
siquiera se aproxima a las organizaciones educativas, por las mismas razones, quedando
todos ellos fuera del sistema educativo.
Al mismo tiempo, la gran mayoría de proyectos educativos – sobre todo de nivel de
grado- se alejan de la realidad social en la que se encuentran inmersos y se tornan
excluyentes, limitando la diversidad y huyendo de la equidad, alejándose así de la
esencia misma de la educación.
La formación de enfermeros en la República Argentina no es una excepción. Acabado
ejemplo de ello ha sido siempre la carrera de Licenciatura de Enfermería de la
Universidad de Buenos Aires, cuyo reducido número de egresados anuales no habla,
precisamente de un elevado nivel académico, sino más bien del mantenimiento de una
política de elite por parte de sus autoridades.
Otro ejemplo pueden representar las escuelas terciarias que postulan la necesidad de
prolongar en tres (3) años la currícula actual de 2 años y medio. Como si el déficit en la
formación de Enfermería pasase por el tiempo y no por las herramientas – humanas y
conceptuales – utilizadas actualmente en los procesos de enseñanza / aprendizaje.
¿Qué otro impacto, que no sea el negativo, puede representar la carrera para quien ve
que se ha prolongado en medio año su posibilidad de obtener un título habilitante? En
efecto: otro obstáculo.
En tal sentido, la educación presencial se aleja cada vez más de la comunidad educativa
potencial, ahuyenta al hombre común de las aulas, al trabajador o trabajadora, al ama de
casa, al padre de familia.
No nos olvidemos que, en la particularidad de la carrera de Enfermería, la mayoría de
los estudiantes no se trata de adolescentes sostenidos económicamente por sus familias.
Sino que, por el contrario, suelen ser adultos, jefes de hogar, único sostén económico de
un grupo social que buscan, en la formación profesional y de grado, además de un
crecimiento intelectual personal, poseer una mejor perspectiva laboral futura en medio
del canibalismo competitivo en el que nos sumergió la crisis.
Y ante la imposibilidad de instrumentar el cambio para afrontar esta crisis, la educación
formal ha dejado un vacío.
La educación a distancia vino a cubrir ese vacío, a acercar la formación a todos los
hogares donde exista alguien que quiera superarse con el estudio. Así, la educación a
distancia es la que está más cerca. Y vino para quedarse.
EL SENTIDO DE
LAS CASTAS SUPERIORES

Recuerdo cuando, hace más de diez años atrás se implementó el novedoso sistema
semipresencial para la Licenciatura de Enfermería en la Ciudad de Buenos Aires, a
través de la Universidad Nacional de Rosario. En aquel entonces el discurso más trillado
de los principales detractores de dicho sistema era que, a partir de ese momento se
comenzarían a recibir “enfermeros por correspondencia”.
¡Qué ciegos estaban, pero a la vez qué injustos eran para con aquellos enfermeros y
enfermeras que, teniendo la capacidad y voluntad para acceder a un título de grado,
quedaban fuera del sistema, simplemente porque los planes ofrecidos hasta ese
momento eran solo de tipo presencial y permanecían más allá de sus posibilidades
económicas y de su disponibilidad de tiempo.
La Universidad pública, en este sentido no ha podido – o no ha querido – satisfacer esta
demanda. Y digo “no ha querido”, porque sus autoridades han formado parte de los
pequeños grupos de “elegidos”. A través de estas políticas educativas restrictivas y
excluyentes mantenían el criterio de “elite” que existía entre esos pocos elegidos que
ostentaban pomposamente el título de “licenciados”.
Hoy ese criterio de elite se está perdiendo... O mejor dicho: se está reformulando
correctamente desde lo operativo. Nuevos grupos se están gestando en las distintas áreas
de incumbencia de la Enfermería. Gente muy capaz en la administración de RRHH, en
la investigación, en la docencia, en el desempeño dentro de las distintas especialidades –
lo cual quedó fuertemente demostrado con la proliferación posterior de distintos
sistemas de residencias de Enfermería, similares a los sistemas de residencias médicas –
etc.
Pero este concepto de elite es sustancialmente distinto al anterior. Mientras que el
primero se sustentaba, simplemente en el “despotismo ilustrado”, en el privar a la
mayor cantidad de gente posible a acceder a nuestro nivel para poder mantener,
tranquila e indiscutidamente esos lugares de privilegio; el segundo se estructura desde el
hacer, desde el rol asumido con responsabilidad y capacidad, desde el conocimiento
crítico y la producción intelectual.

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