Profesor: Diego Andres Bernal Clase: Catedra Universitaria IV Universidad de Antioquia, 2019. “De América se pueden hacer muchas historias. Por lo general, solo se escribe la de los hombres, y entre la de los hombres, la de los generales, los presidentes, los gobernadores. La de quienes tienen un destino político. Lo demás queda sin autor. Pero podría hacerse la historia al revés y escribir la de los hombres más humildes, la de los ríos, la de las casas viejas, la biografía de la plaza de la capital… la de las mujeres”.
Autor: Vallejo Franco, Beatriz Eugenia
Con el viento en contra
El siglo XX se constituyó en el período de la historia de la
humanidad, que podría ser definido como la historia de la inequidad, en el que los derechos alcanzaron su mayor nivel de desarrollo, por lo menos en términos formales. Fue el siglo en el que las reivindicaciones que venían arrastrándose desde tiempos inmemoriales se cristalizaron en declaraciones, leyes y tratados. El siglo del sindicalismo, del reconocimiento del crimen del genocidio, del discurso de Martín Luther King sobre la igualdad, de la descolonización, del fin del Apartheid. Esto no quiere decir, sin embargo, que el hombre haya logrado en esas décadas una capacidad de convivencia más profunda, pues fue también el siglo de las dos guerras mundiales, de las armas químicas y nucleares, del holocausto judío, del incremento inmisericorde de los niños en combate. La Organización de Naciones Unidas se erigió, desde la segunda mitad de esa centuria, como el foro donde se llevaron a cabo, en mayor medida, tanto la lucha por la igualdad de hombres y mujeres, como los debates sobre la mejor forma de proceder ante la violación de sus derechos. Su labor, que podría describirse entre luces y sombra –la mayor de estas últimas el derecho al veto de los cinco miembros permanentes de su Consejo de Seguridad–, ha sido vital para reivindicaciones como el voto femenino. El papel de la ONU En 1946, la ONU, cuyo objetivo último es el fortalecimiento de la democracia, hizo un llamado para que el sufragio femenino fuera incorporado a todas las constituciones de América, teniendo en cuenta que este representaría al 50% de la población. Poco a poco, no solo en este hemisferio sino alrededor del mundo, la exhortación se fue haciendo realidad. Y se crearon instancias en el seno de las Naciones Unidas enfocadas a la igualdad de géneros y al fortalecimiento de los derechos de las mujeres, consideras por su historia como vulnerables. El camino hacia la igualdad en Colombia Como era de esperarse, en consonancia con las dificultades que se acaban de reseñar, la conquista del voto femenino en Colombia fue complicada, lenta y llena de altibajos. La influencia que ejercía la Iglesia católica en la vida cotidiana de las mujeres desde la conquista, y aun entrado el siglo XX, impedía que estas se asumieran en un papel protagónico, que les permitiría ayudar a construir su propio entorno político. El “de”, que aún utilizan algunas mujeres para adoptar el apellido de su marido, describe la sociedad patriarcal que ha tomado como una de sus bases que tanto la subsistencia como la definición del papel de la mujer en la sociedad proceden siempre de alguien más, con claridad de un hombre. Huelga laboral femenina de 1920 Ante la llegada de la industrialización al país, a finales del siglo XIX y principios del XX, se fue formando una clase obrera femenina que ocupaba cargos siempre inferiores a los del sexo opuesto y, en consecuencia, peor remunerados. En 1920, aburridas de una situación laboral que les prohibía hasta calzarse, se fueron a la huelga cerca de 500 empleadas de la planta de Fabricato, en Bello, Antioquia, con diversas reivindicaciones como consigna, buscando desde mejoras salariales hasta la exigencia de medidas contra el abuso sexual del que se sentían objeto por parte de algunos de sus jefes. Entre las que se pararon en la puerta a instigar la huelga estuvieron Teresa Tamayo, Adelina González, Carmen Agudelo, Teresa Piedrahita, Matilde Montoya y Betsabé Espinal, la más fogosa y decidida de todas, por lo que desde ese mismo día se eligió como la líder de la protesta y la que organizó a sus compañeras en comisiones. Y ante ellas de nada valieron las amenazas de los capataces ni los ruegos del cura de la parroquia, quien llegó a los pocos minutos para tratar de convencer a las obreras de que terminaran esa locura y regresaran al trabajo. Haciendo eco a los anteriores hechos, en 1924 cerca de 1400 mujeres indígenas firmaron un manifiesto en el que afirmaban que si los hombres de sus comunidades no eran capaces de levantarse contra “el orden ilegal e injusto” impuesto por la civilización, ellas sí tenían el coraje de hacerlo. Nueve años más tarde del levantamiento de Bello, el ejemplo fue repetido por 186 obreras de la fábrica de Rosellón, en Envigado, en protesta por la rebaja de sus salarios, y aunque las reclamaciones esta vez no fueron tan exitosas como las anteriores en términos de resultados, tuvieron también una buena resonancia. Y en 1935 las trabajadoras de dos trilladoras, 315 en total, se levantaron de nuevo para exigir vacaciones remuneradas, pago dominical y el conocimiento de su sindicato.
La mujer colombiana, en suma, entendió que había que
empezar a subir la cuesta. En 1930 había llegado Olaya Herrera al poder “con oposición de la curia y de los conservadores de ultraderecha”. Aun así, logró darle vida a los movimientos sindicales y al derecho a la huelga, regulándolos mediante la Ley 83 de 1931. Las reivindicaciones de tipo laboral fueron una puerta de entrada a otras demandas de la sociedad civil y ante esta plataforma de gobierno, más amplia e incluyente, personas como Georgina Fletcher, española radicada en Colombia –estigmatizada y perseguida por sus ideas–, lograron una escenario favorable para sus aspiraciones feministas. Fletcher, junto con Ofelia Uribe de Acosta, presentó entonces al Congreso el “Régimen de capitulaciones matrimoniales”, en busca de una reforma constitucional que llevara a que las mujeres pudieran acceder directamente a sus bienes, pues hasta entonces solo se les permitía hacerlo a través de sus padres, hermanos o esposos. A pesar de las voces airadas que despertó esta iniciativa, como la del representante Muñoz Obando, quien afirmó que “las mujeres colombianas están empeñadas en quebrar el cristal que las ampara y las defiende”, se logró de todos modos la promulgación de este régimen, cristalizándose en la Ley 28 de 1932, a través de la cual “se reconoció la igualdad en el campo de los derechos civiles”. Pero el voto era un sueño que todavía se observaba a distancia, aunque en 1936 se logró que las mujeres pudieran desempeñar cargos públicos. En 1944 se fundó la Unión Femenina en el país y en la reforma de la Constitución de 1945, con la presión ejercida por esta en el Congreso, las colombianas conquistaron el título de “ciudadanas”, aunque el proyecto de su derecho al sufragio fue archivado luego de un arduo debate en Cámara y Senado.
Se generaba así una nueva cultura, en la que las mujeres
empezaban a mirarse a sí mismas en forma diferente, a concebirse como parte de la sociedad política en la que se buscaba la igualdad, aunque con cierta timidez todavía y con la sensación, según se puede percibir en documentos de la época, de que los roles no estaban aún tan definidos. Esmeralda Arboleda Cadavid y Josefina Valencia de Hubach, miembros de la Asamblea Nacional Constituyente, en el Acto Legislativo No. 3 de 1954, reformatorio de la Constitución Nacional por el cual se otorga a la mujer el derecho activo y pasivo del sufragio. En la revista Letras y Encajes, que propendía por el voto femenino, Margarita Gómez de Álvarez escribió el 27 de agosto de 1948: “Aunque ya se hace sentir entre nosotros el movimiento feminista, son poquísimas las mujeres que realmente van bien orientadas; una gran mayoría de ellas tiende a masculinizarse, idea donde reside, principalmente, su error. No se trata de imitar, se trata de crear”. Por otra parte, Magdala Velásquez Toro en Condición jurídica y social de la mujer, cita apartes de los editoriales de Calibán, en su columna “Danza de las horas”, de El Tiempo. Calibán escribió: “salvémosla y no la sometamos al voto femenino, que será el paso inicial en la transformación funesta de nuestras costumbres y en la pugna entre los sexos”. “…ninguna hembra ha igualado al macho en las manifestaciones del atletismo, en toda la escala animal. Solo una yegua ha ganado el Gran Derby (1915) y esto porque el hándicap la favorecía”. María Rojas Tejada de Tronchi, fue una de las mujeres que en 1927 manifestó públicamente el derecho de la mujer por una mejor educación y su participación política a través del voto. Fotografía de Gonzalo Gaviria, ca. 1890. Colección Biblioteca Pública Piloto. No fue, como se ve, fácil la lucha. En el Congreso se daban debates marginales entre liberales, más inclinados a aceptar que las mujeres hicieran realmente parte de la esfera política, y los conservadores, más reacios a contradecir a la Iglesia católica respecto a que la mujer debería permanecer en el seno del hogar. Pero con el tiempo, los partidos fueron variando sus propuestas. El papa Pío XII, al terminar la segunda guerra mundial, exhortó a las mujeres a que votaran en Italia por el Partido Socialcristiano, lo que desde su óptica la podría salvar del comunismo. Esto generó un curioso viraje en el juego político en Colombia.
El Partido Conservador decidió apoyar, en 1948, los plenos
derechos de las mujeres, mientras que los liberales abogaron por un reconocimiento progresivo. En el Congreso de 1949 se negó de nuevo el derecho al voto de las mujeres. Así que en 1953 se pasó, junto con el paquete de reformas a la Constitución, la iniciativa del sufragio femenino con mucha presión para su aprobación, no solo por parte de asociaciones de mujeres, sino también de hombres convencidos de la necesidad de ese espacio político, como el diputado Félix Ángel Vallejo que se apersonó del Proyecto. El logro de la lucha El reconocimiento al voto de la mujer en Colombia se logró por fin, y paradójicamente, bajo la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, en 1954, a través del acto legislativo No. 3 de la Asamblea Nacional Constituyente, lo que fue recibido como un gran triunfo, a pesar de que durante esa época no se dieron elecciones. Sin embargo, mujeres como Josefina Valencia, Esmeralda Arboleda y María Eugenia Rojas ocuparon cargos oficiales. El derecho al voto se estrenó en el plebiscito de 1957. Titular del diario EL ESPECTADOR cuando fue aprobado el voto femenino en Colombia y se dio reconocimiento de ciudadana a la mujer. El 1º de diciembre de 1957, 1’835.255 mujeres colombianas votaron por primera vez en el plebiscito para validar el Frente Nacional. La transformación, entonces, no ha sido radical. La incorporación femenina en la sociedad económica y política no la ha desligado de su papel de principal cuidadora de su familia y responsable del funcionamiento de su hogar, por lo que se termina asumiendo un doble rol. La siguiente cita logra describir bien la situación:
“El proceso de modernización vivido no había traído mecánicamente la
transformación de las viejas exclusiones políticas y culturales. Si bien el resultado de esa captación, en la que jugaron un papel determinante los movimientos sociales y las ideologías revolucionarias, no fue una transformación radical de la sociedad, sí se sembraron los anhelos de cambios más profundos”. Bibliografía http://www.un.org/es/sections/universal- declaration/history-document/index.html https://www.timetoast.com/timelines/el-avance-de-los- derechos-de-la-mujer-en-el-siglo-xx-colombia https://colombia2020.elespectador.com/politica/el-voto- de-la-mujer-en-colombia-cumple-60-anos https://twitter.com/colombia_hist/status/9672165090126 60224 http://ail.ens.org.co/cronicas/betsabe-espinal-pionera-la- lucha-las-mujeres-derechos-laborales-suceso-poco-conocido- la-historia-colombia
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