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Número de palabras: 2.110

4 Los mellizos Linney se preparan


4 Un héroe de peso
4 Matemáticas hoy y mañana

Lecturas niveladas
ISBN-13:978-0-547-03656-4
ISBN-10:0-547-03656-6

por Fiona Kovalcik


1505268 ilustrado por Adam Gustavson
Matemáticas hoy y

mañana

por Fiona Kovalcik


ilustrado por Adam Gustavson

Copyright © por Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company


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Impreso en Chile
ISBN: 978-0-547-03656-4
ISBN Edición Chile: 978-0-547-87290-2
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Tabitha observaba el mundo de una manera matemática.
Para ella, sus compañeros de cuarto grado sentados uno al lado
del otro en el asiento del autobús escolar eran múltiplos de
dos. No se trataba de Tamara y Katie ni de Theo y Carlos; en
la mente de Tabitha, los números se multiplicaban a la misma
velocidad con que el autobús iba por la autopista en el viaje de
ciencias hacia el planetario. Gracias a las matemáticas todo era
sencillo, maravilloso, preciso e imposible de contradecir.
—Esto va a ser fascinante —exclamó su mejor amiga,
Katie, quien adoraba practicar las nuevas palabras que
aprendía todos los días en clase. A Katie le gustaban las
palabras tanto como a Tabitha los números y las ecuaciones.

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Tabitha sacó su cuaderno y el lápiz automático que llevaba
a todos lados y al que hacía salir la mina cada vez que presionaba
la parte superior. “Veamos, si la distancia de la escuela a la
autopista es de 7,2 kilómetros, desde la autopista al río hay
11,1 kilómetros y la distancia entre el río y el museo es de 3,8
kilómetros...”, calculaba la niña una y otra vez, sin importar
dónde se hallara.
Tabitha pensaba que las matemáticas eran lo más
admirable del mundo, como también lo era el hecho de que
los cuatro primeros números, 1, 2, 3 y 4, sumaban 10, que
era, a su vez, un número base fundamental en matemáticas.
Por todos lados encontraba maravillosas ecuaciones
matemáticas; por ejemplo, el tamaño de un lado del cuadrado
podía indicar el tamaño de sus otros lados. El manual de uso
del automóvil de la mamá de Tabitha explicaba que la distancia
entre los ejes era de 1,82 metros, pero en cambio, según ella, la
medida era de 182 centímetros. Para obtener como resultado
un número entero, el número 13 sólo podía dividirse por 1 y
por sí mismo. Cuando se resolvía un problema matemático, era
posible verificar la respuesta para averiguar si era correcta.

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—Tabitha, ¿no crees que este viaje será vigorizante?
—preguntó Katie—. No sólo aprenderemos sobre los
viajes espaciales, sino que también tendremos una historia
inolvidable para contar.
Para Katie el mundo era como una gran obra teatral,
donde diferentes personajes representan las distintas escenas.
Los estudiantes eran caballeros o doncellas que sufrían alguna
aflicción. Amaba estos relatos antiguos contados durante siglos.
—Las ciencias y la literatura se relacionan —explicó
Katie—, necesitas una para explicar la otra.
—La literatura es un desperdicio de tiempo —la corrigió
Tabitha—. Los poemas son sólo palabras y las ciencias
sólo explican que el viento es aire. ¿Y con eso qué? Lo que
importa son las matemáticas.
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—Las palabras también son importantes, de lo contrario,
¿dónde se podría encontrar diversión y alegría? —cuestionó Katie.
—El dinero es divertido. Cuando cuentas dinero, sumas
3 pesos + 4 pesos, o 4 + 3 y siempre obtienes el mismo
resultado. Por lo tanto, si puedo contarlo, sé que es real
—explicó Tabitha.
Katie sabía que probablemente sus opiniones eran diferentes
debido a los hogares en los que habían nacido. El padre de
Tabitha era inspector y su trabajo consistía en asegurarse de que
todo se hiciera correctamente cuando se instalaban los cables
de electricidad en una casa. La casa de Tabitha estaba colmada
de términos matemáticos, números y cifras. Por otra parte, la
familia de Katie estaba compuesta por generaciones de actores y
escritores. Por eso, ella conocía una buena historia.

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—Ya verás, Tabitha —advirtió Katie—, algo mágico
sucederá hoy y no podrás explicarlo con números, ni siquiera
con términos matemáticos. Ya verás.
Tabitha rió y bajó del autobús contando cada paso que
daba. Entonces, dividió el número por tres para averiguar
cuántos metros había caminado.
Recorrieron juntas el museo, escuchando las fascinantes
explicaciones sobre cómo las estrellas se desplazaban a través del
espacio. Luego, Katie se encontró con Suzie Dahoney, quien
le decía a Megan Arnold que su cabello se veía bien pero que
podría cortárselo un poco más. Entonces decidió participar de la
conversación y se separó de Tabitha mientras caminaba junto a las
otras niñas.
Tabitha se adelantó al grupo. Caminó más allá de unas
maquetas de lunas que giraban alrededor de planetas y de otras
que imitaban asteroides y cometas. Se preguntaba por qué
era tan diferente de las niñas promedio, quienes no se sentían
obsesionadas por calcular las distancias del espacio exterior. Al
final de un pasillo, donde la mayoría de los visitantes no solían
llegar, descubrió la cápsula espacial Géminis. Se trataba de
una maqueta de la cápsula espacial Apolo que luego transportó
al hombre a la Luna. La cápsula se parecía a un gran horno
microondas hecho con hojas de aluminio.

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Tabitha decidió que entraría; el asiento se veía cómodo,
sus pies le dolían y, además, las demás niñas seguían
intercambiando opiniones sobre el cabello en el pasillo. En la
cápsula había cientos de interruptores, botones e indicadores.
“Las matemáticas simplificarían las cosas”, pensó mientras
presionaba distraídamente un botón.
Los indicadores se encendieron, las luces parpadearon y una
puerta se cerró mecánicamente. Tabitha intentó abrir la puerta
para salir de la cabina, pero fue imposible. De pronto, la máquina
comenzó a vibrar; pero después de sacudirse por unos segundos,
la cápsula se detuvo y, nuevamente, quedó completamente
apagada. Finalmente, la puerta se abrió y Tabitha pudo salir.
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Pero ya no se encontraba en el museo. Ante ella se
encontraba una habitación de pisos transparentes que parecían
estar hechos de un vidrio bastante grueso. Había niños de su
edad sentados en pupitres. La luz del sol se filtraba a través de
la burbuja de vidrio que servía de pared y techo. Los pisos no
tenían ningún apoyo, flotaban en el espacio.
—Tabitha —una voz pronunció su nombre—, por aquí.
Te estábamos esperando.
Giró y vio a una niña de su edad que la saludaba desde
uno de los pupitres. —Emm, ¿dónde estoy? —balbuceó
Tabitha—. El museo...
—Ah, por eso no te preocupes. Te haré regresar en
un momento; pero antes, necesito tu ayuda. Mi proyecto
consiste en crear una ciudad virtual como las que existieron
al comienzo del segundo milenio, por eso te traje.
—¡¿Tú me trajiste aquí?! —Tabitha exclamó sin
poder creerlo.
—Tuve que hacerlo, es mi tarea escolar —dijo con una risita
la niña—. Me llamo Abigail y estamos en el año 2234. Viajar
a través del tiempo es algo común para nosotros. Es difícil de
explicar pero está relacionado con un progreso llevado a cabo en
la época en la que tú serás adulta. El maestro no permite que te
explique de qué se trata, dice que no lo entenderías.

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Tabitha estaba muy confundida.
—Ahora —dijo Abigail—, necesito que me ayudes.
Como verás no tenemos ni libros ni Internet. Estudiamos un
tema viajando directamente allí o trayéndolo aquí.
Tabitha pudo darse cuenta de que los estudiantes
realizaban todo tipo de actividades en sus pupitres. Un niño
estaba usando una maqueta que simulaba la órbita de la Luna
alrededor de la Tierra. Sobre otro pupitre, había dos políticos
que debatían sobre un tema directamente frente al niño.
—Creo que su método de aprendizaje es más avanzado
que el nuestro —comentó Tabitha, visiblemente asombrada.
Abigail señaló la maqueta de la ciudad virtual que
flotaba sobre su pupitre. Tabitha pensó que era como una
ciudad de su época pero en miniatura. —La maqueta está
personalizada, para que puedas entenderla. Quiero saber
cómo ves la ciudad en la que vives —explicó Abigail.

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—Bueno, yo la veo en términos matemáticos —dijo
Tabitha—. Un kilómetro es una determinada cantidad
de metros; cada piso de un edificio mide comúnmente tres
metros.
Abigail sonrío brevemente e interrumpió a Tabitha. —Tu
conocimiento sobre el mundo es impresionante. No obstante,
esa información puedo buscarla. Lo que necesito saber es
cómo vivía la gente y qué cosas les importaban. Esos datos
me explicarán cómo y por qué construyeron las ciudades en
las que habitaban. Los otros hechos no tienen importancia.
Necesito saber qué sentían las personas en tu época.
—¿Quieres decir que no estudian matemáticas en el futuro?
—preguntó Tabitha, atónita. Este pensamiento la aterrorizaba.

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—Desde luego que sí. En primer grado estudiamos
geometría, en segundo, álgebra. En cuarto grado, comenzamos
a realizar diseños geométricos a partir de unos patrones
matemáticos llamados fractales, que hacen que los otros temas
parezcan juegos de niños.
Tabitha estaba impresionada, aunque un poco avergonzada,
porque de haber vivido en el futuro, hubiera necesitado un
tutor desde el jardín de infantes. Abigail pareció leer sus
pensamientos. —No te preocupes, Tabitha. Puedo tener más
conocimientos que tú, pero no sé nada de ti.
Tabitha intentó darle sentido a lo que dijo Abigail.
Recordó lo que le decía Katie: lo que importaba eran las
personas. En respuesta, Tabitha insistía en que los números
estaban en primer lugar, y luego, las personas.
Tabitha observó la maqueta y notó que tenía muchas
fallas. Era imposible que la gente pudiera vivir en esa ciudad
virtual: las distancias entre las cosas eran muy grandes.
Le pidió a Abigail que se acercara e insertó su mano
en medio de los fantasmales edificios y carreteras virtuales.
—Mira, esas carreteras están muy separadas; las casas deberían
estar más cerca, como en un vecindario. Mi amiga Katie diría
que la razón es para que las personas se sientan más conectadas
unas con otras. Ahora, te explicaré el papel fundamental que
tienen las matemáticas.
Abigail observaba maravillada mientras Tabitha
le demostraba cómo sencillas operaciones matemáticas
dominaban el mundo.
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—En nuestro mundo, todos somos distintos, lo que
implica que la gente vive de manera diferente y que las ciudades
muestran esas diferencias —comenzó a decir—. Además, debido
a que necesitamos dinero para mantenernos, debemos usar los
números para decidir dónde vivir. Se suma la cantidad de dinero
con que se cuenta y luego se resta lo que cuesta vivir.
—Nosotros ya no usamos dinero —dijo Abigail— porque
no tiene ninguna utilidad hoy en día. Todos somos iguales,
las cosas son iguales. Por eso es difícil para mí entender cómo
vivía la gente en tu época.
Tabitha pensó en los diferentes modos de vida de sus
amigos. A pesar de que Katie vivía de manera muy diferente
a la suya, era su mejor amiga. —Las matemáticas tienen que
ver con las relaciones, como todo lo demás —Tabitha comenzó
a hablar más despacio para que Abigail pudiera entender sus
palabras—. Usamos las matemáticas para construir casas y
ciudades, y los científicos, las usan para cerciorarse de que esas
casas y ciudades no se derrumben. Gracias a las matemáticas,
nuestros gobernantes pueden asegurarse de que haya suficientes
alimentos para todos. Los doctores usan las matemáticas
para determinar las dosis correctas de medicamentos, o usan
ángulos y cuadros para interpretar las radiografías y curar las
quebraduras. Las matemáticas se encuentran hasta en la música
y el arte.

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A Tabitha siempre le fascinaron las matemáticas, pero
recién en el momento que explicó esto a Abigail, advirtió
cuántos temas eran afectados por las matemáticas. Por fin ahora
lo comprendía, las matemáticas no sólo dominaban los números,
estaban presentes en cada aspecto de la vida. Científicos,
políticos, artistas, niños de cuarto grado, todos usaban las
matemáticas. ¡Era tan simple! De pronto, Tabitha pensó que
había cometido un grave error.
—Yo siempre había pensado —balbuceó— que las
matemáticas no estaban relacionadas con la amistad o el amor.
Las matemáticas se pueden comprobar.

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—Puede ser —contestó Abigail—, pero para el amor o la
literatura no se necesitan pruebas. Los seres humanos somos
creativos y para crear se debe pensar de modos diferentes. A
veces, los números deben ser cuestionados o se debe intentar
hacer algo que los números indiquen que es imposible. No hay
que dejarse limitar por los números o por cómo funcionan. No
te preocupes, ya lo comprenderás.
La idea de que los números podían limitarla hizo sentir
a Tabitha confundida; de alguna extraña manera, tenía un
poco de sentido. —Debo regresar a casa —dijo la niña.
Abigail la miró con desilusión. —Si te quedas y me
ayudas a terminar mi proyecto, me aseguraré de que cuando
regreses a tu época sepas más de matemáticas que un profesor
universitario.
Tabitha rió. No podía dejar de pensar que cuando
regresara a clase, sabría todas las respuestas. Por otra parte,
si no la ayudaba, Abigail no aprobaría su proyecto de cuarto
grado. Quizás tanto Katie como Abigail tenían razón, había
otras cosas en el mundo además de las matemáticas. “Las
palabras también son importantes”, pensó, “sólo que de otro modo.
Debo intentar tenerlo siempre presente”. De cualquier forma, al
menos iba a tener que decirle a Katie que tuvo razón: algo
mágico había sucedido ese día.

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4 Matemáticas hoy y mañana

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