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Experienciar, vivir el símbolo, trae a la memoria momentos vividos -junto con re-
cuerdos vívidos- y también genera preguntas por lo desconocido, por eso ajeno. Lle-
gar al centro de Medellín es enfrentarse ya a una inmersión en diversos símbolos de
los contextos espirituales de la ciudad; llegar al emblemático lugar que es el Edificio
San Ignacio, con su arquitectura, con sus alrededores, con su imponencia física y
simbólica; arribar al Auditorio, que desde lejos deja salir tan diversos olores; todas
estas experiencias van guiando los sentidos, que están expectantes, en busca de ser
estimulados de diversas maneras.
Los alrededores del foco del ejercicio son también dignos de ser vividos dentro de la
lógica de una inmersión en las simbologías sagradas y profanas, pues se comienzan
a ver, desde la plazoleta de san Ignacio, los marcados contrastes entre lo espiritual-
conexo a la divinidad-sagrado y lo profano; están en una misma línea una edificación
de la iglesia Católica Apostólica y Romana y una edificación oficial, la sede San Igna-
cio de la Universidad de Antioquia; en la plazoleta se encuentran fieles católicos y de
otros credos religiosos con personas que habitan-transitan este espacio por sus acti-
vidades diarias. Ya al entrar al edificio de San Ignacio, ve uno contrastes entre las
edificaciones, con sus decorados y sus declaraciones arquitectónicas, y las interven-
ciones decorativas-paisajísticas de las zonas verdes; se siente además un aire impo-
nente, de majestuosidad, que deja ver la trascendencia histórica del lugar. En las
afueras del Auditorio, un lugar de solemne impronta, se viven con expectativa los
primeros momentos del Ejercicio de Inmersión, pues ya se dejan olfatear diversos
olores, entre estos el incienso, el cual, además de la carga simbólica -general- que
puede tener para algunos, carga con memorias de la experiencia -individual-. Al
abrirse la puerta una explosión caótica de estimulantes sensoriales, cargados de sig-
nificados -muchos de los cuáles me eran ajenos-, se asentaban en cada espacio de mi
aparato sensible; mis manos, en un principio nerviosas y tímidas, fueron capaces de
palpar objetos, texturas, materiales que transmitían miles de ideas; mis oídos, que
comenzaron el taller sordos, aturdidos por la experiencia, me hacían llegar a la mente
melodías, cantos, rezos, bailes, diálogos; mi olfato, apabullado por el incienso y la
esencia que impusieron en mi mano, se fue acostumbrando y pudo brindarme infor-
mación sobre los demás olores que inundaban el auditorio; mi gusto, desde el inicio
deseoso, sintió conexiones en varias situaciones, en otras la confusión por falta de
contexto fue la que reinó; mi vista, que estuvo distraída por el aparente caos y
nublada por la oscuridad y la concentración del humo del incienso, se vio atraída por
la diversidad de colores, formas, disposiciones, objetos, fotos, pinturas, que hacían
clic con muchos imaginarios sobre el Otro y con las configuraciones simbólicas pro-
pias.
Referencias