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I.

Consagración en el Derecho Internacional

La consagración de este principio en el Derecho Internacional encuentra

sustento en diversas Convenciones Internacionales. Es el caso de la Convención

de Viena sobre Derecho de los Tratados de 1969, en cuyo artículo 26 se consagra

la obligación por parte de los Estados de cumplir y ejecutar los tratados de buena

fe, recogiendo en este punto, la Costumbre Internacional imperante sobre la

materia. Asimismo, el artículo 2 de la Carta de la ONU establece que los miembros

de la Organización deben cumplir de buena fe las obligaciones que han asumido

en virtud de la Carta. Y finalmente, la Declaración de Principios de Derecho

Internacional referentes a las Relaciones de Amistad y Cooperación entre los

Estados de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas, extendería años

más tarde esta obligación a todos los Estados.

II. La buena fe

La buena fe es definida como “una exigencia ético social que está

compuesta por el respeto de la personalidad ajena y por la colaboración con los

demás.

Asimismo el principio de la buena fe subyace en el universo de las

relaciones jurídicas de los sujetos de derecho, basta dar una somera lectura al

Código Civil para encontrarlo en el Libro de Acto Jurídico, en Familia, Sucesiones,

Derechos Reales, Obligaciones, Contratos e incluso en el Libro de Registros

Públicos. El esfuerzo de clasificación de este principio no debe generar un

entendimiento fragmentado del mismo: se trata de un principio único en su esencia


y que se materializa o se presenta en diversas manifestaciones, como diverso es

el actuar del hombre en el Derecho.

Díez Picazo, define la buena fe como un standart de conducta arreglada a

los imperativos éticos exigibles de acuerdo a la conciencia social imperante. Eso

quiere decir que los contratos han de ser interpretados presuponiendo una lealtad

y una corrección en su misma elaboración, es decir, entendiendo que las partes al

redactarlos quisieron expresarse según el modo normal propio de gentes honestas

y no buscando circunloquios, confusiones deliberadas u oscuridades; la buena fe,

además de un punto de partida ha de ser también un punto de llegada. El contrato

debe ser interpretado de manera que el sentido que se le atribuya sea el más

conforme para llegar a un desenvolvimiento leal de las relaciones contractuales y

para llegar a las consecuencias contractuales conforme a las normas éticas.

III. Buena fe como excepción o como regla.

Si se tratara de un modelo altruista de contrato, al exigirse la buena fe a los

dos contratantes, se establece un balance que coloca a ambas partes en una

situación equivalente a la que se produciría si la buena fe no fuera exigida. Se

señala también que, en todo caso, es mejor adoptar un modelo altruista de

contrato que uno que permita la ilimitada persecución del propio interés, pues en

este último caso, se crearían situaciones de abuso e injusticia que resultarían

intolerables para cualquier sociedad civilizada. Además, no se trata propiamente

de altruismo sino de dar el mismo peso a los intereses de la otra parte que a los

de uno mismo o, de manera más precisa, de respetar los legítimos intereses de la


otra parte, lo que implica, necesariamente, la auto imposición de restricciones en

la persecución del interés propio.

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