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La

Montaña de la Ventana

Por

Ricardo Salvarrey Arana






I. El Despertar

Se despertó con la sensación de una pesadilla. Ese día parecía que le

costaba mucho más levantarse. «Sinceramente —se dijo— hoy faltaría al

trabajo y seguiría durmiendo». Pero, como tantos, no podía darse ese lujo.

De todas maneras, la abuela golpeó la puerta de su dormitorio. Traía como

siempre la bandejita con el café con leche y tostadas con manteca. Ella

siempre sostenía que la comida más importante del día era el desayuno.

Sebastián lo entendió cuándo, mirando en televisión un programa sobre salud


humana, daban una descripción sobre los fundamentos científicos del tema.

Era descreído, así lo sentía y, sin embargo, una explicación recibida desde

la pantalla le daba más confianza. Tenía esa contradicción tan común: no creer

en lo que dicen los que nos rodean y sí en ese aparato presente en la mayoría

de los hogares, ricos o pobres.

Se incorporó para tomar la bandeja, al mismo tiempo que respondía al


«buen día» con un beso en la mejilla de quien con cariño lo ayudaba desde

siempre.

Sebastián nunca había tenido buena relación con sus padres. Su madre
siempre trataba de imponerle lo que según ella debía hacer, pero además le

daba manija al padre para que sus deseos se cumplieran.

Su vida familiar no había sido una buena experiencia. Cuando ya no


aguantó más la situación, comunicó el día de su decimosexto cumpleaños que
se iba a vivir con su abuela Chela. Ese sobrenombre lo había balbuceado desde

pequeño mientras ella le cantaba con rimas que le salían en el momento.

Con el tiempo fueron naciendo sus hermanos; quería mucho a los que eran

sus compinches de aventura o desventura infantil. Chela les enseñaba,


cantando a coro con sus versos inventados, a compartir todo.

El cariño hacia sus compañeros de alegrías y tristezas le pesó en el

momento de plantear alejarse del hogar. Su madre armó gran alboroto y quiso

que su marido lo llamara al orden. La objeción era: «no puedes hacer lo que

quieras, y menos siendo menor».

Nadie supo cómo pero fue la primera vez que el padre se puso los

pantalones y la mandó callar.

—Después de todo —dijo—, no se va al Congo, va a estar con Chela, a no

ser que tengas algo que decir contra ella—. Esto último dicho en tono fuerte.

La cuestión quedó zanjada, la madre no se animaba a tirarse contra quien

los ayudaba aun en los peores momentos. No era familiar consanguíneo, pero
por ser amiga de los abuelos de Sebastián había adoptado a la familia. Habían

fallecido hacía tiempo, y ella tomó el papel de madre de Jorge y Laura, luego
abuela cuando nació el Sebas, como ella lo bautizó, y sus hermanos.

Tenía un buen pasar y ayudaba muchas veces a la familia a llegar a ese


cuello de botella que es el fin de mes. Laura no soportaba su estilo de vida

bohemio en el que no tenían cabida los prejuicios, las modas, lo establecido


socialmente, pero se callaba la boca cuando la ayuda económica llegaba en los

momentos más angustiantes.


Esta vez no pudo retrucar a su marido. Además sabía que si Sebastián se
atrevía a comunicar algo así era porque ya lo tenía hablado con Chela.

La madre de Sebastián era una mujer un tanto envidiosa, sobre todo de la

complicidad entre la abuela postiza, como ella se ocupaba de recalcar, y el


nieto. Le molestaba el placer que sentían al jugar, cantar, pasear, aunque a

veces la abuela lo ponía en su lugar al primer descendiente de Laura Alzueta y

Jorge Duarte.

Hacer estas cosas tan necesarias para los hijos, salvo la de ponerlos en su

lugar, no estaban en su repertorio de ser padres. No sabían tratarlos como los

chiquilines que eran, con cantos, con alegría, sin necesidad del rezongo o la

penitencia. Parecían creer que los niños no son tan humanos como para tener

criterio propio y aceptar una explicación de lo que se puede hacer y lo que no.

Transcurrido el tiempo, Sebastián se hizo un hombre trabajador e

inteligente, pero con mucha timidez y cosas que chocaban en su interior.


Aparecía como desprejuiciado, con chispa, pero la realidad era otra. Todo lo

que exteriorizaba era nada más que una forma de defenderse para no sufrir la

hostilidad del medio circundante, pese a ser querido en los ámbitos donde se
movía.

Su modo de conducirse era intentar pasar desapercibido. Su habitación

contrastaba con el resto de la casa porque tenía lo imprescindible, ni siquiera


una foto de un grupo musical que le gustara, solo imágenes con sus hermanos
y su abuela. Chela era consciente de que debía dejarlo elegir su camino, pero

sabía lo que pasaba en la mente de Sebastián: no se permitía escuchar y


conectar corazón y cabeza. Tenía claro que en algún momento lo espiritual
derribaría los muros que le impedían la libertad de expresar su ser real.

II. Tropezando se Aprende



Trabajaba hasta tarde, no se quejaba de las tareas encomendadas y no era

excesivamente competitivo en el ámbito laboral. La empresa era una filial de

una multinacional de productos farmacológicos.

Sebastián estaba cursando la especialización en farmacología natural. Se

había recibido de ingeniero químico sin perder ningún año en la facultad, lo

que influyó en que un año antes de finalizada la carrera ya estuviera en el

Departamento de Investigación dependiendo directamente de los laboratorios


de Suecia y Alemania. Esto hizo que consolidara la adquisición de

conocimientos y terminara la carrera con excelentes calificaciones.

Sumado a ello, no tomaba la licencia que le correspondía, por dedicarse a

su trabajo. Parecía más bien una forma de refugiarse en algo que no le dejara

tiempo para cuestionarse acerca del rumbo de su vida. Como si hubiera

decidido aislarse por no sentir la libertad de espíritu necesaria, tanto así que su
pareja parecía un calco de su madre.

Él casi siempre cedía a sus deseos, y cuando manifestaba los propios, o


algo no le gustaba a ella, aparecía un llantito actuado, con lo que la mayoría de

las veces conseguía lo que quería. Eso sí, muy católica, al punto de lograr que
él asistiera al ritual de la iglesia.

Si salían era nada más que a bailar a algún lugar que estuviera de moda.

Jamás asistían a una obra de teatro, a eventos de carnaval o a una buena


película.

Un poco hueca la chica, dejaba su espíritu dentro de las paredes de la

iglesia, al mejor estilo Poncio Pilatos; lavaba su pequeño interior allí y

después hacía cualquier cosa.

En las reuniones con amigos —los de ella— Sebastián se aburría


soberanamente ante tanta conversación vacía rociada con alcohol. Gente rica

haciendo ostentación, donde tanto tienes, tanto vales, no es precisamente un

buen cóctel.

La Cuqui era una interrogante para Chela: ¿cómo podía ser que su nieto se

hubiera enganchado con alguien así? Siempre lo había acercado a la música, a

la lectura, al teatro y este muchacho salía con alguien totalmente opuesto a

todos esos valores.

El único comentario que la abuela hizo respecto a esta relación fue: «Tu

sabes que el espíritu no está guardado detrás de los muros de una Iglesia sino

en los buenos sentimientos que se expresan en lo que hacemos a diario. Nadie

que valore solo lo que un señor con sotana diga en la resonancia de un edificio
es inteligente o afectuoso. Ese ámbito no puede llegar a convertirnos en un

“uno con todos”».

Él intentó un esbozo de argumento en esa oportunidad, pero se dio cuenta

de que sus palabras eran como un eco. Relacionó todo lo que Chela le había
enseñado y se dio cuenta del significado del comentario que hizo como al

pasar, ella respetaba su libertad de elegir el camino que quisiera.

III. Los Sueños, ¿Solo Sueños Son?



Hacía tiempo que dormía intranquilo con una imagen que se repetía en su

mente. Una mujer pidiéndole ayuda en una situación que le provocaba

angustia y que no alcanzaba a definir. La piel de cobre, los ojos morenos, un

pelo largo y lacio hasta la cintura, una belleza que lo perturbaba, poblaban ese

soñar que repicaba en su cabeza noche y día.

Con el tiempo las imágenes quedaron impregnadas en su sentir. El valle

donde ella vivía. Sus brazos y manos extendidas, como reclamándole su


presencia.

Comentó con Chela esto que le venía pasando últimamente.

—No sé, hijo —le contestó—. Quizás sea mi futura nuera, ya que casi

actúo en el lugar de tu madre.

Sebastián se sorprendió con la respuesta.

Esa noche volvió a soñar con la muchacha en el medio de un valle rodeada


de montañas, a las puertas de una hermosa y sencilla casa. Hombres

uniformados y armados la rodeaban. Pero en esta ocasión, ella tenía un bebé


en los brazos. De pronto, una luz intensa se difundió por el entorno y, a modo

de rayo fulminante, tiró de sus cabalgaduras a los hombres que parecían


soldados a punto de abrir fuego con sus armas. En ese momento despertó

cubierto de un sudor frío, sin poderse explicar el significado de aquella


secuencia onírica.
Al día siguiente, cansado por la falta de descanso pues había quedado en
vela, se preguntó si sería nada más que una casualidad que se repitiera el

mismo rostro de mujer en su cabeza, y ahora no solo ella sino también un niño
de brazos el cual asumía como hijo de ella.

IV. La Familia

Sebastián tenía ingresos bastante buenos. Intentaba ayudar

económicamente a sus padres, pero le preocupaban sus hermanos. Carlitos, el

del medio, estaba justamente como jueves, en medio de la semana. Se revelaba

contra las imposiciones paternas consumiendo drogas con la barrita de amigos.

En la casa no sabían qué hacer con él (en realidad nunca habían sabido qué
hacer con ninguno de sus tres hijos).

El Tino, como le decían, tenía muchas cosas menos eso, tino. Abandonados
los estudios, se dedicaba a vagar y escapar de la realidad con amigos, que lo

eran hasta que no había más para consumir. Tanto es así que en la casa no

había nada de valor, lo que quedaba estaba escondido.

Sebastián lo recibía en lo de Chela, pero el Tino había intentado, mientras

su hermano iba a la cocina por el agua para el mate, buscar dinero en los

cajones de la cómoda. Su hermano, al volver, vio lo que hacía y lo apretó


contra la pared con su mano libre y estuvo a punto de darle con el termo en la
cabeza, pero se detuvo.

Le habló entonces diciéndole que debía cambiar su actitud pues la droga lo

iba a dejar sin nadie que lo quisiera ayudar y al final iba a terminar muerto. Se
lo llevó a un internado pero con el tiempo Carlitos se escapó y volvió a la

droga. Sebastián hizo varios intentos para enderezarlo, incluso tuvo charlas
muy duras con sus padres. Debían ir a hablar con los psicólogos de la
institución, pero no lo hicieron. Él entonces desistió, hay molinos de viento
que no se pueden enfrentar.

Agustín, el menor de los hermanos, tenía adoración por Sebas y Chela.

Estudiaba, intentaba conseguir trabajo de lo que fuera y los visitaba cuando


necesitaba hablar de las cosas que le preocupaban, y cuando no también.

Estaba bastante avanzado en los estudios de guitarra, y ese gusto por la música

hacía que los tres cantaran a coro temas de rock, murga, folclore y otros
ritmos. Agustín parecía orientarse al folclore, en estos encuentros lo ponía a su

hermano mayor un poco al tanto de lo que ocurría en ese arte y lo sacaba de

tener la cabeza siempre puesta en el trabajo.

La Cuqui, novia de Sebastián, en una de esas oportunidades se mandó un

comentario bastante despectivo sobre lo que cantaban. Para colmo insistió en

que salieran a tomar algo. Fue el punto culminante, Sebastián la mandó a


pasear sola. Ante las caras de desagrado, sobre todo la de su novio, no

apareció más. Esto le dio enorme alegría a Chela, pero no hizo ningún

comentario al respecto.

V. Tanto Trabajo Algún Fruto Rinde



El posgrado sobre elementos químicos naturales que había realizado llegó a

oídos de los científicos a cargo de los laboratorios centrales. Las

videoconferencias en las que había participado, comunicándose en tiempo real

con suecos y alemanes de la mega productora de fármacos, dejaban en claro el

interés en productos de tipo natural.

Había muchos medicamentos que tenían base en plantas utilizadas en la

cura de distintas enfermedades, logrados a bajo costo y con muchas ganancias.


A partir de determinado momento la comunicación con los europeos comenzó

a ser más directa, específicamente con Sebastián.

Surgió un proyecto de los responsables de los laboratorios que él debía

ejecutar con el equipo que designara. La idea de los técnicos estaba basada en

información procedente de una zona determinada de Perú en la que había

datos del Ministerio de Salud sobre personas que habían sanado de


enfermedades supuestamente incurables.

Como la multinacional no tenía filial en Perú y Sebastián tenía la formación


indicada para el proyecto, le daban la opción de ir a trabajar allí, incluso

llevando a un familiar si lo deseaba, y por supuesto con todos los gastos pagos.

La base de operaciones de la investigación era un pequeño pueblo llamado


Túpac Amaru. Seleccionó dos investigadores ayudantes que conocía de la

facultad e hizo una lista del equipo necesario.


Esa noche, en la cena, le preguntó a Chela, sabedor de que era materia
dispuesta a la aventura, si le gustaría acompañarlo. La respuesta afirmativa no

se hizo esperar. Ni bien terminaron de cenar, ella se puso a buscar en Internet


información de la zona a la que iban. Pudo imprimir varios mapas y fotos

sobre un lugar turístico, el valle de la Montaña de la Ventana.

Parece que el satélite de la tierra proyectaba su luz a través del agujero en la

cumbre. Este hecho era importante para los lugareños, que consideraban santo
el lugar donde se enfocaba el haz de luz.

Ella presentía que en lo más íntimo de su nieto algo le provocaba el interés

por los químicos naturales. Sabía de la conexión de la naturaleza y lo espiritual

en él, y él, en un nivel menos consciente, también, por algo los químicos

sintéticos no llamaban su atención.

En cambio, recorrer el campo, charlar con la gente del lugar sobre sus

experiencias con distintas hierbas le atraía porque era algo trasmitido de


generación en generación. Esto tenía para Chela aspectos muy ligados a lo

esencial del alma, por eso ella presentía que este viaje sería fundamental en la

vida de su nieto. Quizás la fuerza espiritual que él poseía y que desconocía


saliera al exterior. Ella tenía sobradas pruebas de esa cualidad de Sebastián

porque lo conocía a fondo, la bondad que tenía para con todos era el índice
principal.

VI. Naturaleza y Espíritu



Las autoridades de la empresa ya habían tratado con el Gobierno peruano la

posibilidad de instalar un pequeño laboratorio en esa planicie al pie de

Montaña de la Ventana. Enviaron entonces de antemano los equipos de

análisis y pruebas a la zona en cuestión.

Pronto llegó el día de la partida. El vuelo duró seis horas que sintieron muy

largas. Desembarcaron y, sin detenerse en la bulliciosa Lima, tomaron una

avioneta rumbo al sitio designado. Los esperaba una camioneta contratada que
parecía un conjunto de latas pegadas por herrumbre. Se miraron como

diciendo: ¿llegaremos al pueblo en esto? Para colmo, el chofer hablaba hasta

por las orejas, lo que, junto al ruido de los metales del vehículo, hacía que el

viaje fuera poco menos que exasperante, sobre todo para los dos técnicos

ayudantes que Sebastián había integrado a la misión.

Al bajarse del cacharro en Túpac Amaru los esperaba un comité de


recibimiento muy poco amistoso. Uno del grupo, ataviado como el resto, pero
que más tarde supieron era el alcalde, solo les dijo:

—¡No nos gusta que nos vengan a robar de un lugar santo, váyanse de

aquí!

Sebastián iba a intentar explicarle que no estarían mucho tiempo y que la


intención no era robar nada cuando apareció un individuo con traje y corbata.

Desentonaba claramente del resto y enseguida supieron que pertenecía al


Ministerio de Salud.

—Señor alcalde, no amenace a estos señores, vienen a trabajar con la

aprobación del Gobierno. Su investigación va a dar trabajo y progreso a su

pueblo.

Don Gumersindo, alcalde en cuestión, tuvo que soportar ver las


credenciales que el otro le ponía delante de sus ojos, acotándole que de no

cumplir la orden, la Policía Federal acudiría. La comitiva se resignó y

comenzaron a regresar a sus casas.

Solo una muchacha de ojos brillantes y hermoso pelo negro, con sencillo

vestido, se quedó quieta observándolos. Sebastián la miró, los ojos de ambos

quedaron enfocados uno con otro fijamente. Era muy parecida, según

recordaba, a aquella de los sueños.

Los ojos de la muchacha brillaron aún más cuando se dio cuenta de que el

joven no se movía por la indecisión de hablarle o no. Ella se acercó y le tendió

la mano, a él le resultó difícil soltarla. Ella sonrió de una manera transparente

y él quedó vivamente impresionado, le parecía que tenía algo mágico que lo


atraía.

Su nombre era Inda Condorcanqui y vivía sola en los bordes del valle de la
montaña tan nombrada. Luego de las presentaciones, Chela se sintió muy

cómoda con la joven y le preguntó:

—¿Por qué nos reciben así si este es un lugar turístico?

—Una cosa es —contestó— la gente que viene de paso y otra muy distinta
la que viene al valle a instalarse con laboratorios.
—¿Por qué es eso y qué se supone que vamos a robar? —preguntó
Sebastián.

Ella se detuvo en él y comenzó a decirle pausadamente sus características:

descreído en la superficie pero con gran capacidad espiritual en su interior, la


que era posible que descubriera en el valle. Le describió su vida hasta ese

momento y sostuvo que ya averiguaría por qué la zona cambia a la gente que

se queda lo suficiente para recibir su influencia.

Justamente dentro de un breve tiempo la luna llena daría en el punto exacto

de la ventana de la montaña por lo que tendrían la oportunidad de apreciar

algo poco común, les comunicó la joven.

Sebastián tartamudeaba:

—¿Co…co…cómo supiste todo eso de mí?

Creyó que estaba un poco loca, porque le contestó que ya lo iba a averiguar.

—El problema —dijo ella dirigiéndose a Chela— es que cada planta de

esta tierra es sagrada. Si ustedes instalan un laboratorio allí y toman muestras

se están llevando parte del valle y con eso nuestra riqueza y nuestra suerte.
Cuando vienen turistas primero van al hotel del pueblo y luego tienen visitas

guiadas donde no se les permite llevarse nada. Aquí fue donde el inca Túpac
Amaru fue muerto por el invasor español. Otra cosa, yo vivo a orillas del valle
porque soy la que lo cuida. Los equipos que les enviaron están en el galpón de

mi casa.

—¿Quién te designó cuidadora del valle y por qué? —preguntó él


incrédulo.
Inda tuvo que ponerse firme, si no se haría de noche y seguirían allí.

—Ahora los invito a mi casa y hablaremos de lo que deseen y sobre todo de

cómo les recomiendo trabajar. Si hacen lo que les digo no tendrán problemas

con el pueblo. Ese señorón del gobierno no sabe lo que es la gente alzada
defendiendo lo suyo.

VII. La Montaña se Muestra



Subieron a la carcacha los seis. Los técnicos ayudantes, Daniel y Luis, se

reían en voz baja de todo aquello a lo que consideraban disparates.

—Che, me parece que aquí están todos locos y este —por Sebastián— se

está contagiando —apuntó Daniel—. Va a durar poco como jefe de

departamento.

—Y como jefe de misión, menos —sostenía Luis.

Ambos se regodeaban en su interior aspirando al puesto.

Anduvieron los quilómetros que separaban el pueblo del valle a los saltos

de la vieja camioneta, por un camino angosto entre las montañas y fueron

divisando la Montaña de la Ventana. Al llegar, Sebastián sentía ya, mientras

bajaban y colocaban en el galpón todos los bolsos, que había algo muy
especial en el lugar.

Se quedó parado estático contemplando la Ventana de la Montaña a la luz


del cuarto menguante lunar.

—¿Ves? —le dijo Inda—. Ya has comenzado a cambiar—. Y largó una risa

contagiosa que lo sacó de su ensimismamiento. Se rió con ella, olvidándose


hasta del motivo de la expedición.

La voz de los ayudantes lo trajo de nuevo a tierra.

—¿Dónde colocamos las carpas para dormir? —preguntaron.


A Sebastián le salió como de muy adentro:

—En el galpón, por supuesto.

Estos dos ya le estaban dando bronca porque los había oído murmurar y le

molestó bastante durante el viaje. Inda se dio cuenta y para que se aflojara le

dijo que Chela y él dormirían en la casa.

El galpón tenía buen aspecto, pero llamaba la atención la hermosa casita en


el medio de la nada. Ante las caras de intriga, la cuidadora del valle contó que

el pueblo se la había construido y la ayudaba a mantenerla.

Los ayudantes no quedaron muy contentos con el lugar asignado. Rojos de

bronca, tiraban los bolsos de las carpas cuando Sebastián se puso firme y dijo:

—¡Despacito y con cuidado!

Un poco de rigor no les venía mal, pensó, si no esos dos le arruinarían el

trabajo haciendo mal las cosas, no quería ni saber lo que pasaría si no les
paraba el carro desde el principio.

Se encontraron sorprendidos por la manera en que les habló. Siempre


habían pensado que era un tipo sin carácter, pero parecía estar tapada su

personalidad. Quién sabe si el lugar no había despertado su verdadero ser,


como había predicho Chela. Lo cierto era que ese lugar lo hacía sentir bien,

sobre todo la compañía de Inda.

Entraron a la casa los tres y la propietaria les indicó los lugares para dormir.

A Sebastián le tocó el sofá, ya que había un solo dormitorio.

El pueblo había hecho llegar la electricidad hasta allí hacía tiempo, de


manera que por energía para trabajar no había problema. El baño tenía calefón
a gas sustentado por una enorme garrafa de manera que no habría problema

para ducharse cómodamente. El galpón tenía su baño independiente de forma


tal que los dos impertinentes ayudantes no molestarían en la casa.

Ya era tarde e Inda comenzó a preparar la mesa y luego a servir un estofado

de conejo que tenía a fuego lento desde temprano. Les alcanzó primero

comida y bebida a los que estaban en el galpón y luego se dispusieron a comer


los tres. Aquello despedía un olor exquisito.

Mientras comían, él tenía tantas preguntas para Inda que no sabía por dónde

comenzar. Ella se le adelantó como si leyera su mirada.

—¿Tú estás pensando en cómo sabía yo tanto sobre tu vida?

Sebastián se quedó de una pieza. Era cierto; pero además, ¿cómo era que se

mantenía sola en medio de algo tan desolado? Tenía infinitos cuestionamientos

más, pero quedaron para atrás debido a la comida que no tenía desperdicio.

—Hay bastante más si desean repetir, —dijo ella— el conejo salvaje es


duro de cocinar pero está en el fuego desde que salí a buscarlos al pueblo.

Luego de la cena sintieron el cansancio, así que Inda y Chela fueron al

dormitorio y Sebastián quedó en el cómodo sofá. Pronto se hizo un silencio


profundo como si todo en derredor, hasta los grillos, durmiera. El siguiente
sería un día más largo que el que finalizaba.

VIII. Lo que Había Sido Dicho Podía Pasar



Los despertó no solo la luz de la mañana sino también un sordo rumor

como de mucha gente junta allí cerca. Ante las miradas de interrogación de

abuela y nieto Inda respondió que el pueblo estaba en la puerta queriendo

respuestas.

—¿Respuestas a qué y cómo lo sabes? —preguntaron a dúo.

—Quédense aquí tranquilos. Chela, ¿se anima a preparar el desayuno? Que

sin dudas es la comida más importante del día. Encontrará todo en la cocina,

ya vuelvo.

Otra cosa más que lo dejó tieso de la sorpresa y Chela que repetía que esa

chica era una maravilla. Del interior se escuchaba a Inda dirigirse a todos.

—Les dije hace tiempo —decía con sonora pero femenina voz— que
vendrían extranjeros, y sobre todo uno que sería muy importante en nuestras
vidas. Cuando la luna dé su luz por la ventana de la montaña sabremos que es

él el esperado.

Abuela y nieto sintieron el ruido de muchos pies en retirada y cuando Inda


entró no habían ni siquiera preparado el desayuno de la intriga que tenían. Sus

miradas quedaron clavadas en ella en espera de una respuesta.

—¿Les extraña saber que presentía tu llegada, Sebastián?

—La verdad que sí —dijo Chela—, me agrada no ser cortada al medio por
alguno de esos azadones que tenían al hombro.

—¿Cómo es eso de que era esperado? —preguntó él.

—Yo he predicho muchas cosas que me pueden hacer parecer loca ante la

mirada de ustedes, pero este pequeño llano y la gente que vieron son testigos

de que no es así. Hace mucho que sentí que vendrías y que tú eres muy
importante. —contestó ella.

—¿Por qué? ¿Qué tengo de particular para ti y para esta gente? —interrogó

él.

—Dentro de un tiempo la luna señalará por la ventana de la montaña si

tengo razón o no —señaló Inda—. Le he dicho a la gente y lo repito a ustedes:

tú eres el esperado.

Él cada vez entendía menos, pero Inda cortó las interrogantes diciendo:

—Chela, me extraña, aún no has preparado uno de esos desayunos tan


ricos, me encantaría probarlos.

A Sebastián ya lo tenía un poco sobresaltado el hecho de que supiera tantas


cosas de su vida, pero en el fondo le agradaba. Ella le gustaba cada vez más.

No sabía bien por qué pero comenzó a cuestionar menos y dejarse llevar más
por los acontecimientos, algo contrario a su lógica de científico pero más

acorde con su espíritu. Sentía que le estaban ocurriendo cosas que, aunque no
las entendiera totalmente, por primera vez le permitían ser él mismo e ir
liberando su interior.

Por lo pronto, a esta muchacha él le era conocido en casi todo y presentía

que la conocía hacía mucho en sus sueños. Aunque solo le había dicho que era
la cuidadora del lugar, Sebastián presentía que el rol que ejercía era mucho
más importante, aunque por el momento no lo pudiera definir con palabras.

Desayunaron lo que Chela preparó; esta vez se lució. En la cocina había de

todo de manera que contó con los elementos como para quedar bien con su
prestigio de preparar la comida más importante del día.

Sebastián tenía en su interior la sensación de que esta etapa iba a ser la más

importante de su vida. Inda lo trajo a la realidad proponiendo que podrían

instalar el laboratorio en el galpón pues contaba con todos los servicios.

Estaba totalmente desocupado y limpio salvo por algunos cajones que

contenían lo que Inda cosechaba en su huerta. Daniel y Luis asintieron en que

si no había nada que interfiriera con la precisión de los aparatos estaría todo

perfecto.

—La gente del lugar ya sabe que ustedes van a trabajar allí, yo se los he

anunciado y no habrá problema.

Sebastián largó la risa y los ayudantes no entendían nada. Ellos se fueron a

sus cosas para montar el laboratorio.

—Debí haberlo supuesto, pero ya no me molesta que predigas todo.

—Todo no —contestó ella—, solo se confirma lo que he esperado tanto


tiempo.

Las miradas entre ambos a esta altura eran más que significativas, como de
algo más que una amistad reciente. Podría decirse que para Sebastián mucho

más que agradecimiento por la hospitalidad. Pero había que trabajar y los
técnicos le preguntaron si podría supervisar el montaje de todos los aparatos
para que no hubiera fallas en la tarea encomendada.

El clima en el lugar era con lluvias de baja intensidad a lo largo del año y

templado en cuanto a la temperatura.

IX. El Dilema: Dinero o Preservación de la Vida



No tardaron mucho en armar todos los equipos como para trabajar. Al final

de la tarde Inda invitó a Sebastián a caminar un rato. El campo era como una

gran alfombra verde. Ella lo tomó de la mano y comenzó a guiarlo hacia un

lugar específico, cosa que lo sorprendió y le agradó más de la cuenta. Aunque

no supiera el rumbo, en varias oportunidades tuvo ganas de detenerse y

besarla, pero ella sonreía y seguía tirando de su mano.

Luego de una buena caminata llegaron a una hondonada donde la


vegetación cambiaba por completo. No había árboles sino plantas de color

variado.

—Esto es lo que están buscando ustedes —le dijo ella.

Parecían flores silvestres de hojas muy finas en cantidad y apuntando hacia


arriba, de color amarillo como el girasol. En el medio tenían como una pelota

de color blanco rodeada de una pelusa suave. Ella le explicó que echando agua
hirviendo en una tetera con esas pelotitas blancas se hacía un té, antídoto para

muchas enfermedades.

Los habitantes del lugar lo habían comprobado hacía tiempo, incluso


personas con avanzado estado en su dolencia.

—Administrando ese té detienes la actividad del mal que aqueja a la

persona. Pero también los pétalos sirven, los tuestas en el horno y los mezclas

luego en la cocción del pan. Hacen que la enfermedad vaya desapareciendo.


Ese hombre que tu viste a la llegada y dijo ser del Ministerio de Salud vino

porque han seguido desde el gobierno las pistas de las curas a través de

informes de médicos que han trabajado en el pueblo y han comunicado que


provenían de la zona. Por supuesto que aquí no hay médicos, vienen de la

capital de la región que está a 120 kilómetros. Cuando vienen reciben a

muchos pacientes y algunos que no se pueden movilizar son atendidos en sus

casas. El problema de los informes médicos es que han tomado muestras de

sangre y las han llevado a la dependencia del ministerio, y aparecen las curas

de enfermedades graves que para ellos no tienen explicación. En realidad, el

gobierno ha visto en todo esto la posibilidad de ganar mucho dinero y le ha

pasado los datos a los laboratorios para los cuales tú trabajas. El problema es

que las condiciones para que esta planta se reproduzca se dan solo aquí, no se

pueden lograr de manera artificial, ni trasplantándolas a otro lugar.

Ante la mirada incrédula de Sebastián ella le reafirmó que las cosas eran tal
cual se lo decía.

—Ahora, imagínate qué pasaría si los gobernantes y tu empresa se enteran


de esto. Por eso la gente del pueblo los recibió de esa manera. Sería una

industria de la que ellos no recibirían nada, incluso perderían su tierra por


expropiación con la excusa de supremos intereses nacionales. Bueno, ahora tú

sabes el porqué del asunto. Puedes comprobarlo en el laboratorio que estás


montando, pero ten en cuenta los riesgos a que nos expones. Si esto llega a
saberse jamás recuperaremos nuestra madre tierra y nuestra forma de vida.

Hay un pacto de silencio entre todos los de la comunidad, ¿qué harás tú?, ¿nos
expondrás a vagar como parias por obtener renombre y dinero o te sumas a

nosotros?

Se le vinieron a la cabeza multitud de impresiones, incluido un posible

premio Nobel; el dinero no iba con su persona, solo lo necesitaba para vivir.
Pensó luego en todo lo que ella le decía, la gente del lugar tenía demasiado

para perder. Bien conocía él a los pulpos para los que trabajaba y sabía que

exprimirían hasta dejar sin vida el lugar. Peor aún, dejarían a la gente sin nada

de qué vivir, Inda ya le había dado todas las pautas de lo que ocurriría.

Con un gobierno encabezado por un presidente reelecto, que luego de su

primera actuación casi cae preso por actos de corrupción, la cuestión no era
juego.

Sintió un calor fuerte en el pecho, como que el cariño por ella iba creciendo

cada vez más. A su vez deseaba el bien para toda aquella gente. Se definió

rotundamente:

—Estoy contigo, más bien estoy con ustedes sin duda alguna.

De la alegría ella lo abrazó y beso en la mejilla. Él la sostuvo entre sus

brazos y la besó, sintiendo que la amaba cada vez más, a lo que se


correspondieron un largo rato.

Él, con un poco de vergüenza le preguntó:

—¿Piensas que Chela podrá dormir en el sofá ésta noche?


Ella le contestó que sabía que su abuela festejaría esta unión. Pero la
realidad los bajaba de la nube en que estaban. ¿Qué harían con los dos

entrometidos colaboradores? Deberían buscar una forma de distraerlos para


que no descubrieran los secretos de la zona.

—Pero, ¿Cómo? ¿Hay más secretos aún? —dijo Sebastián viendo la

expresión de ella. —¡Ahh!, ya caigo, dentro de un tiempo viene el otro

secreto.

—Sí, exactamente, ese es visible porque ocurrirá cerca de mi casa —afirmó

Inda.

Sebastián se preguntó: «¿Qué puedo inventar antes de ese día para

sacármelos de encima? Bueno, ya inventaremos algo»

—¿Cómo que inventaremos? —Preguntó Inda— El que los maneja eres tú.

—Sí, pero presiento que se te va a ocurrir a ti la manera, ya estoy

aprendiendo a predecirte yo a ti —le dijo sonriendo Sebastián.

Ambos rieron y se besaron.

—Así parece —dijo ella momentos después—, porque se me está

ocurriendo la manera de que ellos se vayan para otra zona y tú no, tocaremos
su orgullo. La cuestión podría ser hacerlos viajar hacia el lado del Amazonas.

El motivo sería que mucha de la gente que ha sido analizada ya ha ido a


curarse a ese lugar. Para ello, les encargarás primero que hagan una encuesta
entre la gente del pueblo. Yo los pondré sobre aviso acerca de lo que deben

decir. Tú enviarás un mensaje a la empresa pidiendo quedarte para realizar


análisis de sangre a la gente.
—¡Claro, les diré que debo aislar el agente celular que cura y es una tarea
que puede durar años! —pensó en voz alta Sebastián.

—Bien Sebastián, continua prediciéndome —lanzó una alegre risa y

pensando en voz alta dijo: por lo que he visto y oído de estos dos, estarán un
buen tiempo discutiendo en la selva quién es el nuevo jefe de misión,

presumió Inda.

—Allí —dijo Sebastián— juega lo orgullosos que son. Estoy seguro que a

mis espaldas enviarán telegramas proponiendo la nueva tarea y lugar, por

supuesto que a sí mismos como encargados.

Inda le propuso que él debería hablarles sobre la encuesta y la prioridad que

tiene.

—Yo sé quiénes han sido analizados en la capital de la región, los haré

venir.

—Bien, —dijo Sebastián— con los resultados y lo ambiciosos que son por

quedar bien con los laboratorios centrales van a dar curso a mi idea; perdón, a
nuestra idea —acotó rápidamente—. Además los alemanes y suecos van a

querer recuperar con creces la inversión que han hecho en este viaje.

—¡Caramba! Con la charla y los besos nos hemos quedado a oscuras,


apenas veo con esta luna.

—No te preocupes, —le dijo Inda— dame tu mano, yo te guío.

Con algún tropezón y caída de Sebastián, que provocaba la risa de ambos,


llegaron a la casa.
Se acercaron hasta el galpón y saludaron. Sebastián preguntó si los equipos
ya estaban calibrados y listos para funcionar. Daniel contestó que estaba todo

pronto: la instalación eléctrica es buena, de manera que no ha habido


problemas. Ya apuntaba como vocero, ese sería el próximo jefe de misión, se

dijo Sebastián.

—Ya es bastante tarde, será mejor que cenemos y durmamos, ¿no te parece,

Inda?

Daniel arqueó las cejas, ese tono tan de confianza le hacía sospechar algo,

pero se calló la boca, una manaza de Sebastián, bien podría estrellarse contra

su cara. Estuvo acertado porque Sebastián había advertido su expresión y lo

miraba serio. Además de su metro noventa de estatura, parecía poder alzar un

auto; al otro no le hubiera ido nada bien.

Inda apreció el gesto, pero era más astuto que se retiraran a ver qué había

cocinado Chela. Ella había dejado en la cocina pronta una olla de conejos al
escabeche. Al abrir la puerta se la encontraron muy acomodada en el sofá

frente a la tevé, tapada y aparentemente dormida. Encima de la mesa del

comedor había dejado una nota donde decía: «creo que me quedó muy rico,
modestia parte, por lo menos yo me comí dos platos, espero que les guste.

P.D.: si llegan y estoy dormida, no se molesten en despertarme. Que Sebas


acomode su cuerpote donde mejor pueda. Besos a ambos. Chela.»

Ante esa bendición se apresuraron a calentar la cena, servirle a los del


galpón y comer ellos. Mirándose a los ojos se dirigieron al único dormitorio

disponible. Para Sebastián fue descubrir una mujer hermosa de veras, para
Inda alguien con una gran ternura y espíritu.
A la mañana siguiente les costó despertarse, pero los ruidos que provenían
de la cocina anunciaban uno de los famosos desayunos de la abuela. Inda

apareció primero saludando, directo al baño y con los ojos entre cerrados.
Luego salió Sebastián con la melena que parecía haber metido los dedos en el

enchufe de la corriente, vestido con equipo deportivo.

—Parece que fue una noche agitada, —dijo Chela sonriendo— el pelo te

quedó todo parado.

Sebas abrazó como un oso a su abuela y le dio varios besos mientras

saltaba en un pie.

—¿Es que estás contento, o tienes ganas de ir al baño?

—Ambas cosas, pero primero las damas —contestó él.

Terminó usando el baño del galpón y de paso saludó a Luis y a Daniel que,
recién despiertos, se extrañaron de que no impartiera órdenes.

Entró luego a la casa y estaba Chela sirviendo un nutrido desayuno.

—¿Inda aún no ha salido del baño? —preguntó él.

—Se debe estar bañando, hijo, cosa que harás a su vez, supongo.

Ella se sentía sumamente feliz por su nieto y compañía. El rostro de


Sebastián era un poema, con esa expresión que parecía un tanto embobecida,
de los enamorados.

Cuando Inda salió del baño él le dijo:

—¡Qué hermosa estás con el pelo mojado! Los ojos de ambos se cruzaron

solo por verse mientras ella, aún en bata de baño, se terminaba de secar el
pelo. Fue al dormitorio y él la siguió.

—Te espera el baño, amor —dijo ella, mientras él la besaba.

Cuando estuvieron todos prontos, desayunaron y comentaron con Chela los

planes que tenían, en voz baja para que no escucharan los de afuera. Sebastián

comenzó a armar una encuesta. El punto principal era a qué lugar había
acudido la persona para curar su enfermedad. La dejó pronta en la

computadora que les había proporcionado el laboratorio.

Fueron con Inda en la moto que ella tenía para movilizarse al pueblo y se

dirigieron a hablar con don Gumersindo. El alcalde estaba solo en ese

momento en su despacho. Era de esperarse en un pueblito donde nunca pasa

nada grave y la vida es tranquila. Se levantó de su silla y esbozó una

bienvenida al ver entrar a Inda, pero se le transformó la cara cuando entró

Sebastián.

Esto fue hasta que ella comenzó a explicarle que quien la acompañaba

estaba en conocimiento de casi todo lo que ocurría en el Valle. Lo pusieron al

tanto de la idea que tenían sobre cómo librarse de las autoridades y los
intereses que los podían dejar en pésimas condiciones. Parte del plan, le

dijeron, era que la población asistida por los médicos de la ciudad se dirigiera
a la casa de Inda.

—Ya mismito reúno a la gente que tú me indicas y los pongo al tanto del
lugar de la selva que deben señalar como aquel en el que se han curado. Para

mí que lo mejor es que indiquen la ruta del río Urubamba, y luego el río Manú
hasta llegar a la comunidad de los Tayakome y de esa manera los mandamos

bastante lejos de aquí. Allí en el Amazonas tendrán a los sanadores para


preguntarles sobre las hierbas que curan. Mañana temprano estarán por tu
casa. Me parece que conviene agregar algunos que no hayan estado enfermos,

para disimular, digo.

Quedó todo arreglado, solo faltaba enganchar en el engaño a Daniel y Luis.


Ellos podían lograr que alemanes y suecos mordieran el anzuelo y financiaran

el nuevo proyecto.

X. Trato y Treta

En el galpón tenían equipos de comunicación satelital conectados a la

computadora. Allí procesarían los datos primarios de la investigación.

Sebastián mantuvo una videoconferencia con los gerentes de la empresa

para informarles que estaban instalados y que las condiciones de trabajo eran

buenas. De esta comunicación participaban Daniel y Luis para dar su opinión

sobre la idea de encuestar a las personas para ir más directo a lo que estaban

buscando: aquellos productos naturales utilizados para curar.

Sebastián manifestó que en el pueblo no habían podido ubicar personas que


manejaran hierbas medicinales

—¿Cómo sabes esto? —dijo de manera suspicaz Daniel.

Sebastián hizo un esfuerzo para no prestar atención al tonito de su


compañero y señaló que Inda se lo había comentado.

—Ahora bien, —dijo él— al alcalde le resultamos enemigos, veamos si con


el resto de las personas tenemos más suerte. Cuando ustedes nos vieron salir

hacia el pueblo, preparamos allí una reunión con la mayoría de la gente a la


que Inda les habló. Vendrán mañana temprano, así no tendremos la

interferencia de quien manda en Túpac Amaru.

—Creo —dijo dirigiéndose a los europeos— que vendrá bien un avance


significativo a esta altura del trabajo.
A Daniel se le encendió el rostro y Sebastián lo captó.

—¿Qué te parece Daniel si cuando obtengamos la información tú la

analizas? Yo tengo otras cosas que hacer —dijo Sebastián.

¡Ya estaba! Había quedado sembrada la semilla de la discordia con Luis,

que miró al otro con rabia.

Terminaron la videoconferencia con la aprobación de la forma de obtener


información.

—Aquí tienen los formularios para encuestar, creo que son preguntas

sencillas, léanlas y denme su opinión.

Ambos leyeron y Daniel sugirió agregar, después del lugar, quién o quiénes

habían sanado a los enfermos, sería una forma de ir directo a la fuente.

—Muy bien Daniel, quedas encargado de agregar ese punto. Tú, Luis, vas a

la computadora e imprimes el archivo luego de modificarlo. Haz cien


ejemplares. Iré a ver qué hay de comer, y les traigo, ya es tarde y mañana

temprano tendremos bastante trabajo.

Se dirigió a la casa y escuchaba una encendida discusión entre los dos

técnicos. Su sonrisa al entrar les dio la pauta a Inda y Chela de que el plan
estaba bien encaminado. Inda había preparado un estofado con carne de

venado.

A la mañana siguiente ya estaba reunida la gente, frente a la casa. Sebastián

miró por una rendija de la esterilla de la ventana y vio a todos los del pueblo
frente a una mesa donde Daniel y Luis recababan la información. Inda y

Sebastián se tomaron su tiempo para desayunar.


Cuando salieron ella comenzó a saludar a toda la gente preguntándoles:
«¿Cómo están? ¿No son difíciles las preguntas que estos señores les hacen,

verdad? »

Sebastián quiso saber con sus colegas cómo marchaba todo.

—No te hagas problema, —dijeron ambos a coro— la gente está


colaborando muy bien.

—Esta misma tarde podemos procesar los datos en la computadora —dijo

Daniel.

Entonces, hasta ese momento, los dejó tranquilos. A la tarde ya habían

terminado de encuestar e ingresar la información.

—¿Cuál ha sido la respuesta acerca del lugar y con quién han logrado sanar

de la enfermedad que tuvieron? —preguntó Sebastián.

—Mira, —dijo Daniel— los que han conseguido sanar hablan de un lugar y
una comunidad en la zona amazónica. Deberemos ver los mapas, lo extraño es

que señalan a todos los miembros de la comunidad como sanadores.

La estratagema era clara, no podrían molestar a nadie en específico pues,

además de ser un lugar de turismo el señalado, la comunidad Tayakome estaría


agradecida por sus finanzas que se acercara gente con dinero.

El día transcurrió tranquilo, hasta que estuvieron prontos los resultados


definitivos. Allí se juntaron los tres técnicos junto a los mapas en los que

marcaban el lugar a que acudían los del pueblo con sus problemas de salud.
Daniel sostenía que debían solicitar a la compañía trasladarse hasta allí. Los

otros dos hicieron acuerdo, pero Sebastián agregó que una de las tareas era
tomar muestras de sangre para hacer pruebas.

Les planteó que sería buena idea dividir la misión en dos y dejar allí lo

necesario para tomar muestras y realizar análisis.

—¿Ustedes se atreven a encarar la misión a la comunidad amazónica? —

preguntó Sebastián con el tono más inocente que pudo. Yo no tengo problema
en quedarme aquí, pueden resultar datos interesantes.

Daniel, como pinchado con una aguja, dijo inmediatamente que sí.

—¿Tú qué opinas, Luis?

Él otro asintió con la cabeza sin decir palabra. Prepararon una

videoconferencia, habiendo previamente enviado los datos obtenidos, con el

laboratorio. Los responsables del mismo intercambiaban opiniones con ellos y

transmitieron la conclusión a que había arribado el equipo. Tuvieron el visto


bueno y los alemanes le preguntaron al actual encargado quién sería el

responsable del trabajo en la Amazonia. Sebastián contó todo el proceso por el

cual llegaron a las definiciones actuales.

Quedó entonces hecha la designación de Daniel como jefe del equipo que
iría donde los Tayakomes. El actual jefe de misión quedaría en la zona de

influencia del pueblo, investigando la genética de los procesos celulares en las


muestras que pudiera tomar. Este les dijo a los empresarios que ese trabajo
sería de largo aliento. Le contestaron que ambas líneas de investigación

importaban de igual manera, durara lo que duraran. Se invertiría lo necesario y


recibirían los fondos y equipos que necesitaran. Allí terminó la charla con los

jerarcas y quedó la nueva situación planteada.



XI. Dos en Uno



Daniel puso el único reparo de conseguir en Cuzco una camioneta con

doble tracción, ya que tendrían que andar por terrenos cercanos a dos ríos y

vadear seguramente arroyos. No habría problema, ya que no tenían restricción

en los gastos, dijo Sebastián.

Llamó a Cuzco y del Ministerio de Salud le enviaron el vehículo que

precisaba, cuando lo tuvieron cargaron los equipos. Cuando estuvieron lo

suficientemente lejos, Inda y Sebastián se miraron y soltaron la risa, dándose


un abrazo del cual participó Chela también.

Él interrumpió el jolgorio para decirle solemnemente a Inda:

—Te amo con el corazón.

—Yo te amo —le contestó ella— con el corazón y con el espíritu de mis
ancestros.

A él le alegró mucho esa expresión, aunque no comprendiera aún lo de los


ancestros.

—¡Libres al fin! —exclamó él.

—Sí, así es, a partir de ahora tendrás todo de mí, pero fundamentalmente

mi historia —dijo Inda.

Él la miró preguntándole:
—¿Qué historia puede ser esa en un lugar tan tranquilo?

Ella le dijo que se lo iría contando de a poco a ver cómo reaccionaba. A él

le picó el bicho de la curiosidad:

—¿Cómo que de a poco a ver cómo reacciono?¿Tan complicado es lo que

tienes para contarme?

—¿Mi apellido no te dice nada? —le preguntó ella.

—Es que supuse que era un apellido muy común aquí —adujo él.

—¿Por qué, te parezco común? —lo acicateó ella.

—No, tú eres extraordinaria, sensible, hermosa, inteligente… me adivinas

el pensamiento, yo siento que tú me amas de veras y yo a ti.

Ella quiso volver al tema de su apellido y le preguntó:

—¿Te es conocido?

—Sí —contestó él—, José Gabriel Condorcanqui reclamó ser heredero al

trono de Túpac Amaru I. Era descendiente del último inca y encabezó la

rebelión más grande del virreinato siendo reconocido por su gente como
Túpac Amaru II. Murió ejecutado en la plaza de Cuzco.

—Eso es lo que cuentan, no deberías creerte todo lo que los libros dicen —

le contestó ella—. La realidad es que en Cuzco ejecutaron a su familia frente a


él, los hechos también dicen que una de sus hijas estaba en casa de su tío,
Diego Cristóbal Túpac Amaru, en el momento en que se llevaron a la familia

de la hacienda en Tinta. Esa niña sobrevivió, fue dejada por su tío a una
familia que vivía en Cuzco, y ellos la tuvieron como una de sus hijas, sin que
nadie supiera nada. Su tío continuó la rebelión que se extendió incluso hasta lo

que hoy es el noroeste argentino.

—Por eso —acotó Sebastián— es que a los gauchos en la Banda Oriental

les decían tupamaros. No es más que una deformación que los españoles
hicieron de su nombre. ¡Entiendo! Entonces tengo el honor de ser el amante de

una descendiente de Túpac Amaru.

—El amante ahora —dijo ella—, pronto serás el esposo y sabrás todo.

—¿De veras te casarías conmigo, Inda?

—Por supuesto, estaré muy honrada en ser la esposa de un descendiente del

valiente cacique Charrúa Sepé.

—¡Pero sabes hasta la historia de mi familia! ¿Cómo averiguaste eso?

Ella le manifestó que sus espíritus estaban conectados cada vez más.

—Yo sé —le dijo ella— que te surgió la idea, que parece loca, que yo

podría ser la hija de Túpac Amaru II, que sobrevivió hace doscientos años.

—La verdad es que no, no pasó por mi cabeza, pero por cómo eres y

viendo tu fortaleza y la inteligencia que tienes para defender a tu gente de los


poderosos, por cómo todos te siguen, hasta el alcalde, sí, pensé que eras una
digna descendiente.

Escuchando su propia negativa a la idea que en realidad sí le irrumpía en el

cerebro como una voz que no sabía de dónde provenía, es que chocó con una
realidad no esperada:

—Bueno, por ese lado, te cuento que don Gumersindo proviene de la


familia que cuidó a aquella niña, y esa niña soy yo.

Sebastián se quedó de una pieza y sintió como que el mundo que había

comenzado a construir en tan poco tiempo se le venía abajo. Lo que ella le

decía le sonaba en principio a locura; su interior se debatía entre ese


pensamiento y la negación del mismo. No podía ser que todo un pueblo

siguiera a una orate.

Inda se dio cuenta de todo lo que se debatía en el interior de él. Si bien era

imposible articular una explicación concisa que resumiera el porqué de una

realidad que provenía de hechos incomprensibles para mentes formadas en las

ciencias básicas, supo que de a poco él iría entendiendo.

—Me parece increíble lo que me cuentas, pero no sé, como que siento que

lo que me dices es real y a la vez no sé si estás completamente loca.

Sentía que la amaba y quería preservarla de sí misma, y a la vez la semilla

de la duda crecía en él a medida que pensaba en la manera en que era cuidada,

respetada y seguida por todos en la zona.

—Hablando de descendencia —dijo Inda—, algo me dice que tendremos

un varón. Se llamará Sebastián Gabriel Duarte Condorcanqui, ¿te agrada?

XII. Amor Profundo



—Me encanta, pero cualquiera diría que a tan poco tiempo, ya estás

embarazada.

—¿Y no ha sido en tan poco tiempo que nos hemos enamorado? —

preguntó ella—. Motivos para que esté embarazada hemos tenido.

Sebastián era un tipo valiente, capaz de jugarse por lo que creía. Lo había

demostrado a los dieciséis años y cuando el problema con su hermano Carlitos

y su adicción a las drogas, pero le confesó a Inda que todo lo que ella le estaba

diciendo lo asustaba un poco.

—¿Por qué? ¿Saldrías corriendo si te enteras que vas a ser padre?

—No —le contestó él—, quiero estar junto a ti por el resto de nuestras

vidas, eso lo siento así.

—Entonces, ¿qué te asusta?

—Un poco la capacidad que tienes de saber sobre el pasado tanto como la

seguridad que tienes sobre lo que sucederá en el futuro, ¡a poco de conocerme


me dijiste que era esperado hacía mucho tiempo para bien del pueblo de Túpac

Amaru!

—¿Crees que me equivoqué? —lo interrogó ella.

—Para decirte la verdad, sin ser plenamente consciente, yo también te


esperaba —aseveró él, recordando aquellos sueños que tuviera hace tiempo.
Inda le manifestó su deseo de formar una familia y agregó para distender:

—El niño que venga encontrará en Chela una excelente abuela, ¿no te

parece? Creo que ella vivirá muchos años, nuestro hijo la tendrá casi como tú

la has tenido a ella, lo cuidará como te ha cuidado a ti.

—¡Y dale con el niño!, como si ya supieras que dentro de nueve meses vas
a parirlo.

—¡Transcurrido ese tiempo vas a ser padre Sebastián, qué cabeza dura

tienes, querido mío!

Viendo la seguridad de ella respecto a lo que sucedería y con el antecedente

de lo que sabía de su pasado le era dado pensar que podría estar acertando en

lo referente al futuro.

—No tengas ningún temor, Sebastián, sé que seremos felices y criaremos a


nuestro hijo que será tan importante como su abuelo y aún más.

—Tú me dices que no tema pero no sé por qué el tema de tus padres es algo

complicado de entender, haz el favor de explicarme —le pidió Sebastián.

—Mi madre, querido Sebas, era quien sospechas: Micaela Bastidas

Puyucahua, la esposa de José Gabriel Condorcanqui.

—¡Me estás diciendo que Túpac Amaru era tu padre! ¿Te das cuenta que a

esta altura tendrías doscientos años de edad? —interrogó a modo de


aseveración Sebastián.

—¿Estoy muy viejita para ti? —bromeó Inda intentando suavizar el

impacto.
—¡Te imaginarás que me cuesta mucho pensar lo que me estás diciendo!
Como te darás cuenta lo que me dices se sale totalmente de lo racional —

increpó Sebastián.

—¿Tú eres tan solo un ser racional? ¿No sientes que el espíritu de alguien
pueda permanecer de diferentes formas y que el espíritu de mi padre, madre y

hermanos asesinados haya provisto la fuerza natural para que yo permaneciera

tal cual me ves ahora? —preguntó Inda sin temor a la reacción de él.

—No negarás —manifestó Sebastián totalmente conmovido— que esto se

sale muy por fuera de lo común.

—¿Y quién te dijo que tú y yo somos comunes? —Aseveró en forma de

pregunta Inda—. Nuestra historia hace que todo lo que sufrieron nuestros

ancestros deba ser resuelto, y nosotros somos el camino elegido para continuar

su senda con la fuerza que ellos tuvieron y que nos hace ser lo que somos.

—Inda, escúchame, mi corazón me dice que esto es real, pero da un poco

de miedo pensarlo.

—Por supuesto que puedo amor, ¿estás dispuesto a escuchar lo que ocurrió

en aquellos momentos? —le preguntó ella.

El corazón de Sebastián bullía a todo vapor y su cabeza intentaba asumir


todo lo que le contaba.

—Déjate llevar por lo que sientes, no por tu cabeza de científico, Sebastián.


Mi padre era José Gabriel Condorcanqui y mi madre Micaela Bastidas

Puyucahua, créeme.

La lucha entre la razón y el corazón era en ese momento muy intensa en


Sebastián, y su rostro lo expresaba claramente.

—Te ruego, mi amor, que tengas la paciencia de escucharme —le dijo Inda,

dándose cuenta de que debía lograr que él entendiera lo que había ocurrido en

el pasado para construir un futuro—. Mi tío Diego quiso protegerme, por eso
en aquel momento me contó toda la verdad. Mis hermanos y mi madre fueron

asesinados frente a la mirada de mi padre. Después quisieron descuartizarlo

atando sus extremidades a cuatro caballos de tiro. Como era muy fuerte, no
lograron su objetivo. Empeñados en cortarlo en pedazos lo trajeron a este

Valle. Aquí estamos cerca de Cuzco, la capital del imperio inca. Su cabeza,

ensartada en una lanza, fue mostrada en Cuzco y Tinta, sus brazos exhibidos

en Tungasuca y Carabaya, sus piernas en Livitaca y Santa Rosa. Su tronco fue

dejado tirado aquí. Mi tío me trajo para realizar un funeral digno de su

hermano. Ese dieciocho de mayo de 1781 fue fatídico para mi familia, y por

supuesto para mí, como única sobreviviente. La luna llena a través del agujero

en la cumbre de la montaña iluminó el lugar directo al corazón de mi padre.

En ese momento vi salir una luz del pecho noble, de su corazón, que apuntó

directamente al mío. Sentí una voz en mi interior que decía: «¡Hija, por ti no
me podrán matar jamás ,vivirás joven hasta que aparezca un hombre noble que

será tu esposo! Tendrán un varón y envejecerán juntos, mi nieto será Túpac


Amaru III. ¡Hasta siempre hija!» El rayo de luna que atravesaba su corazón se

dirigió al mío y se diseminó en todas direcciones. ¿Vas entendiendo,


Sebastián?

En él los sentimientos hacían desaparecer la razón de la incredulidad,


haciendo honor al hecho de ser descendiente de Sepé.
Le contestó que esto que ella le contaba podría parecer inaudito a
cualquiera, pero él en su interior sentía que efectivamente había sido esperado.

Como parte de la naturaleza que la había mantenido a ella tal cual, así se
habían encontrado ambos herederos de dos culturas nativas, sobrevivientes del

exterminio de la América desangrada.

—Aún hay más —afirmó ella—, la luz que se esparció del cuerpo de mi

padre hacia el mío e hizo que aquí crecieran, al difuminarse en todas


direcciones, las plantas que te mostré, es profundo motivo de mis cuidados. El

próximo dieciocho de mayo volverá a repetirse lo que ocurrió aquella noche,

la luna apuntará a la tumba de mi padre a través de la roca como ventana. He

encontrado al hombre más digno, cuyos ancestros también pelearon por ser

libres enfrentando a la muerte al punto de desaparecer. Quisieron ser libres

hasta las últimas consecuencias, fueron traicionados por aquellos junto a

quienes pelearon contra el imperio español. Estar juntos significa la unión que

hará posible continuar con el legado que nos marca nuestra historia.

Sebastián le dijo que quizás le pareciera fuera de lugar, pero en ese


momento lo que sentía por ella era lo más importante, el resto vendría con el

correr del tiempo.

—Eso es parte —le dijo ella— de un todo que tiene que ver con la memoria
de los que nos precedieron y del futuro de nuestra gente.

Él lo sentía así, pero de todas maneras le sacudía el pecho saber qué


ocurriría.

XIII. Dieciocho de Mayo



Llegó el día señalado para terminar con la impaciencia de Sebastián. Se

levantó temprano, no había podido dormir mucho y le daba un poco de envidia

sana que su amor durmiera tan tranquila.

En ese ir y venir de quien camina intranquilo por la necesidad de hablar se

cruzó con Chela que le preguntó qué hacía levantado tan temprano. Sebastián

se había puesto a preparar el desayuno y le contestó que la comida más

importante del día le había tocado a él.

Chela le daba charla porque, como lo conocía muy bien, se daba cuenta de
su estado de ánimo al punto que, presintiendo sus pensamientos, le dijo que le

llevara el desayuno a su mujer. A él le sonaba raro y agradable llamar a Inda

de esa manera.

Se dirigió al dormitorio y la encontró desperezándose, ella manifestó la

alegría de que alguien por primera vez le llevara el alimento mañanero a la


cama. Estuvieron largo rato hablando de ese día tan especial.

Él le manifestó que tendrían que contarle a Chela todo lo que había pasado.

—¿Tú crees que no se lo imagina? —le dijo Inda—. Tu abuela es mucho

más intuitiva de lo que parece.

Se levantó y juntos se dirigieron al living.

Sebastián, con una sonrisa de oreja a oreja, le dijo a Chela:


—Has de saber que vas a ser bisabuela.

—¡Ni se te ocurra! Seré tan abuela de tu hijo como lo he sido contigo.

—¿No te extraña todo esto que te digo?

—En realidad no es extraño, es un milagro que solo almas que se han

buscado pueden lograr. Todo lo que tiene que ver con lo espiritual es el

milagro de la naturaleza, solo que los humanos con nuestra arrogancia nos
ponemos candado en el corazón.

—Tú me has quitado esa ceguera —señaló Sebastián a Inda, y de paso le

soltó una interrogante—: ¿qué pasa si yo envejezco y tú no?

—A partir de ahora, con el niño que llevo en mi vientre, envejeceremos

juntos, y cuando ya estemos en avanzada edad, él nos cuidará.

Otra cuestión, observó él, de la que deberé estar pendiente es mi trabajo, los

laboratorios centrales querrán resultados más tarde o más temprano.

— No te preocupes —le indicó ella— pasarán unos años sin que te

reclamen nada. Daniel y Luis obtendrán hierbas curativas para males menores
a partir de las indicaciones de los miembros de la comunidad a la que se han

dirigido. No olvides que el gobierno está muy interesado en tu investigación,


es probable que quieran contratarte para obtener las ganancias para ellos.

Además la palabra preocupar quiere decir que te ocupas de los hechos antes de
que ocurran, es mejor que te ocupes de nuestro presente y no de lo que vendrá.
Hoy es un día muy importante, déjate llevar, Sebastián.

— Siendo ya pasado el mediodía, me ocuparé de la comida —intervino

Chela. Quedó ella en eso y la pareja se dirigió hacia el galpón, con el


mate incluido, al que Inda ya le había tomado el gusto.
— Se les pasó la mañana sin casi darse cuenta hasta que Chela los fue a

buscar para almorzar.

— Cuando lo deseen —les dijo— almorzamos los cuatro juntos.

— ¿Cómo los cuatro juntos, quién más vino? —preguntó Sebastián—.


Chela contestó que hacía rato estaba charlando con el Alcalde que venía a ver

a Inda para hablar con ella.

— Dígale por favor Doña Chela que enseguidita voy.

— ¡No me digas Doña que ahora también eres mi nieta! —señaló la

interpelada.

Una vez en la casa se saludaron y el Alcalde continuó recibiendo las

interrogantes de Chela. Por él se enteró que era descendiente de la familia que

había cuidado a Inda, además de ser el dueño de las tierras circundantes.

— ¿don Gumersindo, usted es entonces dueño también de la tierra en la que

está el Pueblo? —preguntó Chela.

— Así es, pero no me diga don sino Gumersindo a secas. Chela le gustaba,

mucho más ahora que se enteraba por Inda de todas las novedades: su elección
de esposo, su embarazo y todo lo ocurrido con los que habían sido extraños y

ahora pasaban a un lugar de importancia para todos en la zona.

— A eso de las cinco de la tarde comenzará a llegar la gente, Inda, así que
ustedes dos, —refiriéndose a Chela y Sebastián— si ya a esa hora comienzan a

ver fogones cerca de la hondonada que no los tomen por sorpresa.


— ¿Ya les dijiste de ese lugar? —le preguntó a Inda— sin dudas se van a
enterar cuando estemos allí.

XIV. La Hondonada

— ¿Qué pasa en la hondonada? —preguntó Sebastián.

— Ensaya tu poder de deducción, querido mío —dijo ella socarronamente.

— A ver —dijo Sebastián— ese lugar tiene la particularidad de que nacen

las plantas curativas…

— ¡Él está enterrado allí, tu padre está en ese lugar y ahí es donde se dirige

la luz de la luna a través del agujero en la montaña! Que fuéramos aquel día no

solo era para que supieras la verdad, sino también para saber cuánto podría ser

parte de ti su espíritu, antes de que se exprese esta noche —le marcó Inda. Lo

has logrado saber según me parece porque no estuviste tranquilo hasta que te

despertaste y charlamos, tu mirada me transmitió lo que las palabras no dicen

—le aclaró.

Chela estaba tan emocionada que casi se le quema el guisado, además de


que no se quería despegar de don Gumersindo. El agrado era mutuo. Él se dio

cuenta porque recibió el plato más completo que los demás. Pese a ser delgado
y no de mucho comer alabó la comida y la encaró con ganas.

Parecía un juego de miradas aquello, Inda y Sebastián por un lado y los

demás por otro.

— Me parece que sé por qué nadie habla mientras come —dijo Inda.

Chela y Gumersindo se pusieron colorados y ella se acordó de la canción


que dice: «qué culpa tiene el tomate si está tranquilo en su mata». Luego de
almorzar se quedaron charlando con un café de por medio, salvo Gumersindo

que tomaba té.

— Está bien que te guste el té —le dijo Chela— algún defecto tenías que
tener. Gumersindo la miró con extrañeza a lo que ella le dijo:

—no te preocupes, era una broma, señor hacendado.

— Esta damita es difícil —pensó él en voz alta.

— Se lo puedo asegurar —le respondió Sebastián al tiempo que con Inda

pedían permiso para ir a dormir una siesta.

Una vez descansando en la cama, Sebastián comentó:

— ¿qué te parece lo de mi abuela y don Gumersindo?

Ella le respondió que su hijo no podría tener mejores abuelos.

— ¿Tú crees que habrá otro casorio además del nuestro? —preguntó él.

— Si lo creo, es más, nos vamos a casar los cuatro al mismo tiempo, así

que domina tus celos.

— ¿Cómo sabes eso? La verdad es que sería muy bonito porque nos vamos
a tener que alternar con Gumersindo para entregar a las novias, ¡qué lío! —

aseveró Sebastián.

— Déjate de ver problemas donde no los hay, será muy hermoso —dijo

Inda. — Es que ella ha sido madre y abuela para mí, ya sé que él es un hombre
de bien con todas las letras pero es que abuela ha estado sola tanto tiempo... —

dijo Sebastián.
— Sí, ocupándose de ti y de tus hermanos —le contestó Inda. A propósito,
tu hermano Agustín te extraña, lo presiento, y trae además importantes

noticias sobre Carlitos.

— Ojalá que el Tino sea historia y mi hermano haya abandonado las


drogas.

— ¡Eso sí que sería una buena noticia!

— ¿Lo estás presintiendo o has tenido una visión sobre esto? —preguntó

él.

— No te rías, Sebastián, y ve a ver tus mensajes en la computadora —le

espetó ella.

Salió rápidamente de la habitación, ansiaba saber que ocurría con sus

hermanos. Una vez en el galpón y frente a la computadora chequeó los mails y


aparecía uno de Agustín diciendo todo lo que Inda le había adelantado.

«¡Caramba con la señora mujer que tengo! Solo le faltó la parte que dice que

quiere venir a visitarnos también Carlitos».

Saludo va, saludo viene, comenzaron a intercambiar mensajes. Acordaron


que pronto estarían de visita por allí. Sebastián salió del galpón muy contento

y cuando miró hacia el campo vio que la gente del pueblo llegaba en lo que
podía, motos, camionetas, toda clase de vehículos, desde los más pequeños
hasta los más grandes y con la gente a cuestas.

Las camionetas más grandes traían a la vista leña, que supuso sería para

armar fogones. Ahí se dio cuenta que ya eran las cinco de la tarde. Fue donde
Inda, sin reparar en Chela y Gumersindo que preparaban la merienda entre
arrumaco y arrumaco. Entró al cuarto, Inda entreabrió los ojos.

—¿Has descansado todo este rato que estuve en la computadora? —

preguntó Sebastián.

—Sí…¡qué hermoso sueño he tenido! —albergó ella. Me parece que tus

hermanos se van a quedar un tiempo como para asistir a las dos bodas.
Después soñé con lo de esta noche, tenemos que salir a las once de la noche a

esperar que la luna se enfoque en la ventana de la montaña así nos da tiempo

para saludar a la gente antes de llegar a la hondonada.

Se levantó, y entre un quehacer y otro que realizaron los cuatro se hicieron

las ocho. Entre todos cocinaron para la cena charlando animadamente, con las

tareas divididas. Cada pareja hacía una parte de la comida.

Lo divertido fue el juego de cartas para ver qué pareja lavaba los platos.

—¿Quieren aprender a jugar al Truco?, preguntó Sebastián. Gumersindo se

interesó y Chela le explicaba cómo era el juego mientras Sebastián hacía lo

propio con Inda.

Después de la comida tomaron un licor para bajar la ingesta.

—¿Quieren seguir con el partido o hacemos uno nuevo a ver quién lava los
platos?

Inda dijo que pensaba que Chela sabía mucho de ese juego pero había que
jugar para ganar. La aludida, que se vio herida en su orgullo, se puso seria

como si fuera el juego más importante del mundo.

Inda cantaba una flor tras otra ante la protesta de su contrincante.


—¡Así no se puede muchacha!, parece que tienes un jardín de tantas flores
que has cantado —se quejó Chela.

Ya quedaban pocos puntos por jugar e Inda y Sebastián iban adelante en el

tanteador cuando ésta remató con otra flor. Esta vez Chela contestó con una
contraflor al resto e Inda la aceptó cantando cuarenta y cinco tantos de mano.

Chela protestó: —¡Hija, a ti no se te puede ganar! Bueno querido

Gumersindo, nos toca lavar los platos, presumí de ser buena en este juego y

me gana una novata, porque mi nieto a gatas ha dicho algún envido.

Le salió el tiro por la culata con su nueva nieta que en ese instante se

levantó diciendo que tenía que ir a cambiarse.

Apareció al rato invitando a Sebastián para ir camino a la hondonada. Ya

era tiempo y quería saludar a la gente allí reunida. Se encaminaron los cuatro

hacia el lugar. Con cada grupo de personas reunidas alrededor de un fuego

Inda se detenía, saludaba y recibía el apoyo de la gente. Esto demoró un buen

rato, Chela y Gumersindo los seguían a corta distancia.

Llegaron al pie de la tumba de Tupac Amaru II e Inda abrazó a Sebastián

diciendo que había que esperar. La luna ya casi daba en la «ventana» de la


Montaña.

El silencio en la hondonada solo daba lugar al rumor del suave viento. La


alta hierba y las flores por todos conocidas se dejaban mover de una lado hacia

el otro, como acompañadas por las luces de los fogones que desprendían
chispas como luciérnagas. Las luciérnagas a su vez también danzaban

alrededor de la pareja en una ceremonia previa que daba a entender que algo
importante estaba por ocurrir y la naturaleza era la principal promotora de los
hechos.

Ellos se apretaron fuertemente hasta que el haz de luz lunar atravesó el

enorme agujero en el pico de la montaña. El rayo dio directamente sobre los


restos del Inca rebotando desde allí al pecho de Inda y de ella directo hacia

Sebastián. Este sintió resonar en su cabeza algo que creía escuchar solo él:

«Tupac Amaru III está sobre esta tierra en el vientre de mi hija. Reclamará su
nombre un día para que todos sepan quién es y lo sigan en el camino a la

liberación, digno hijo de la estirpe de Sepé». Sintió la vivificante energía

conectando sus órganos con su cabeza, su cabeza con sus sentimientos, su piel

resquebrajándose por los haces de luz que lo atravesaban al igual que a Inda.

Su pecho parecía que iba a estallar cuando la luz comenzó a descender en

intensidad.

Sebastián miró a su mujer sumamente conmovido, a lo que ella le sacó las

dudas acerca de lo que había escuchado. Se besaron mientras el haz de luz se

iba difuminando. Solo fueron breves instantes que le parecieron eternos a


Sebastián.

Se quedaron allí, estáticos ante la mirada de la gente que los rodeaba,

retomando la conciencia de lo que había ocurrido. A pocos pasos que dieron


comenzaron a recibir abrazos y saludos de los allí reunidos. Demoraron largo
rato en retornar a la casa que ahora era más el hogar de ambos, benditos por el

padre de Inda. Los dos irradiaban felicidad y, al entrar, Sebastián la abrazó por
la cintura besando su vientre.

XV. Fecha de Los Casamientos



En eso entraron de la mano los futuros abuelos, venían conversando. Todos

quedaron comentando lo que habían vivido.

—¿Cómo te sentiste, Sebastián, cuando ese haz de luz te llegó? —le

preguntó Chela.

—Mi mente no estaba como para registrar nada, solo mi espíritu junto al de

Inda, fue como una carga de energía para toda la vida —señaló él.

Gumersindo le comentó que ella era la hija de José Gabriel Condorcanqui.

—Entiendo tu preocupación pero ella tendrá mi mismo destino a partir de

ahora que nuestro hijo está en gestación —señaló Sebastián.

—Ella ha vivido desde ese fatídico 18 de mayo de 1781 hasta ahora, mis

antepasados la cuidaron y ella ha cuidado a varias generaciones de mi familia

—le señaló Gumersindo—, desde niño la veía siempre igual hasta ahora que
soy un hombre con años, me va a parecer mentira si llego a ver que envejece
—dijo Gumersindo.

Así será —dijo Sebastián—, lo confirmó su padre cuando estuvimos al pie

de su tumba. Ahora que, menudo trabajo le toca a nuestro hijo, con el mundo
tal cual está hoy día tendrá que cuidarse para no terminar igual que su abuelo.

—Eso no sucederá Sebastián —afirmó Inda —, él guiará el camino y la

gente lo seguirá, algunos lo tratarán de loco y luego se volverán locos en el


intento de detenerlo.

—Chela y Gumersindo, les cuento que tendrán mucho trabajo como

abuelos, será un niño muy inquieto —les comentó Sebastián.

A Chela le parecía que las mismas facultades de predicción de Inda ahora

también las poseía Sebastián porque sin mediar palabra le dijo:

—es exactamente así como lo estás pensando, abuela, esa era la bendición
que Inda esperaba de su padre para mí, poder prever mucho de lo que ocurrirá.

El espíritu humano está relacionado con la energía del cosmos. El ser está

cruzado por esa energía en todas direcciones, independientemente de lo físico,

es la energía pura que le da movilidad, mucho más cuando muere pues ella se

une más armónicamente con el resto de las que ocupan los espacios del

universo. Algunas veces se hace visible, audible y predictiva como le ocurre a

Inda y ahora a mí, pero además a ella le ha permitido llegar hasta ahora tal

cual, sin mayores cambios a partir de un punto específico de su vida. Allí


confluyeron las energías de sus familiares asesinados, ello la preservó en el

tiempo. Todo se transfiere también a nuestro hijo, ¿comprenden?

Chela contestó que la explicación parecía sencilla y no lo era, agregando

que siempre había creído en la espiritualidad del ser humano, sobre todo en la
de su nieto pero que ambos habían superado largamente sus expectativas en

ese sentido. Por lo pronto, saber que cuando muriera igual estaría cerca de sus
seres queridos, le da una tranquilidad que no podía expresar con palabras,
terminó diciendo.

—Me llena de alegría el efecto de la energía de mi padre sobre ti, Sebastián

—dijo Inda—, debemos prepararnos para mañana, serán días ajetreados los
que vengan.

—¡Como si yo siendo alcalde tuviera mucho trabajo en este pueblo! Por mi

parte podemos quedarnos en vela charlando sobre todo lo que ocurrió hoy, si

es que la dueña de casa no tiene problema.

Todos rieron porque Inda le hacía morisquetas.

Al fin y al cabo Gumersindo era el dueño legal de aquellas tierras, aunque


él decía que la tierra es como una madre que cuida a todos los hijos que la

quieren. Además Inda había sido para él madre, hermana e hija con el correr

de los años, por algo él era Gumersindo Bastida, descendiente de la familia de

la madre de Inda y que la recibiera en su seno.

Ella sirvió los aperitivos, luego de lo cual, se integró a la charla.

—¿Sus intenciones para con mi abuela son serias, no? —bromeaba


Sebastián. —Por supuesto, caballerito —contestaba sonriendo Gumersindo

—, nunca más que ahora, había tenido una experiencia como esta desde que

falleció mi esposa.

—Caramba, Gumer, —dijo Chela, aplicando el diminutivo cariñoso—, has


logrado que me sonroje y eso es todo un acontecimiento. Habrá que pensar en

la fecha de las bodas, —prosiguió Inda.

—¡Qué bárbaro esto de que nos leamos el pensamiento!, continuó


Sebastián en medio de la risa de todos.

—¡Quiero el desempate al truco después de la cena!, se quejó Chela herida


en su orgullo de experta jugadora.
Ella misma sirvió otro aperitivo ayudada por Gumersindo para llegar al
momento de la revancha a las cartas. Ello no impidió que departieran de

infinitos temas hasta que salieran a relucir más licores bajativos y, por
supuesto, la baraja.

No hubo suerte para Chela y compañía de manera tal que quedó establecido

que lavarían los platos. La abuela no salía de su asombro e increpaba a su

nieto:

—¡Sebastián, no puedo creer cómo nos han ganado, pensar que nunca

llegabas a «buenas» jugando contra mí!

—Lamento, abuela, pero hasta eso ha cambiado desde que conocí a mi

mujer. La carcajada fue al unísono.

—¿Qué les parece anotarnos para que las bodas sean el 21 de junio?, es la

fecha en que se casaron mis padres —intervino Inda.

Todos hicieron acuerdo.

XVI. Llegan Los Hermanos



Inda se había guardado una sorpresa que había presentido y que le había

corroborado Sebastián hacía dos días. En el desayuno le comentó a Chela que

llegarían personas muy queridas para ella. Venían Agustín y Carlitos.

—¡No me digan que mis otros niños están al venir, no puedo creerlo!

En ese momento sintieron el ruido de la vieja camioneta. Chela salió

disparada a la puerta y se encontró con los muchachos. El abrazo que les dio

junto con Sebastián fue tan apretado que casi los deja sin aire.

—¡Tino!, dijo Chela, ¿cómo estás?

—Y…ya no soy el Tino, abandoné toda esa porquería y a los buitres que

están alrededor.

—¿Cómo lo lograste m’hijito?, preguntó la abuela.

—De la forma más dura —dijo Carlitos— abrí los ojos cuando un amigo
antes de morir en el hospital me dijo que si no largaba la pasta base iba a

terminar como él. Ese fue su último aliento. De ahí me fui derecho a una
fundación que trabaja con adicciones. Conocí muchos que estaban saliendo del

problema y me ayudaron en la etapa más dura. Después aprendí a cultivar la


tierra, cuidar los caballos, que es como una terapia aparte y muchas cosas más.

Ahora me puse a estudiar de nuevo y espero terminar la secundaria. Agustín


me ayudó mucho enseñándome música y descubrí que me gusta la batería y no
tanto la guitarra. Alquilamos una casita con mi hermano en la zona despoblada
del Barrio del Cerro así que si consigo el instrumento un día le puedo dar

tranquilo.

—Haz de cuenta que ya es tuya la batería —le dijeron a un tiempo Chela y


Sebastián.

Siguieron las presentaciones del caso y el comentario de Carlitos fue:

—¿Quién hubiera dicho que el grandote iba a ser una malva?, solo tú, Inda,

lo pudiste lograr.

—Es que Sebastián tiene ternura para regalar, pero pasen, estarán

hambrientos y los esperamos con una suculenta comida, —contestó Inda.

Entraron a la casa con las mochilas e Inda les indicó el baño. Después se

sentaron a la mesa y Chela era un mar de preguntas. Cuando llegaron al tema


de los padres de los muchachos Carlitos se explayó:

—Yo sé que no sirven los reproches porque soy responsable de mis hechos

pero en un momento difícil me dejaron de a pie.

Agustín comentó que sus padres ahora se llevaban mejor pues se daban

cuenta que solo se tenían uno al otro. Luego desenfundó la guitarra para alejar
cualquier tristeza y todos disfrutaron mucho de su música.

—Oye —señaló Inda— tocas y cantas muy bien, quizás podamos darte a
conocer por el país.

—Me encantaría por un tiempo —acotó Agustín—, pero me gusta mucho

mi tierra. A mí también, señaló el hermano mayor, pero he conocido a la mujer


de mi vida.

—Sí, ambos hemos notado tu cambio, tienes una paz que se transmite a tu

alrededor al igual que tu mujer, es como si desprendieras energía positiva, no

sé cómo definirla —señaló Agustín.

Chela aprovechó el momento para comunicarle a sus nietos que


Gumersindo era su pareja.

—¡¿Abuela, a esta altura de tu vida?!, gritaron al unísono los muchachos.

—¡Momentito!, ¿quieren decir que soy muy vieja para ennoviarme?

Se quedaron color tomate por la parada de carro que recibieron.

Gumersindo ni problema se hizo y además soltó una sonora carcajada.

—No me podían avisar que venían ustedes dos, ¡que bandidos!, en

referencia a Inda y Sebastián, casi me da un patatús cuando al tiempo que me

lo dijeron los sentí llegar, dijo Chela.

XVII. Preparativos para Los Casorios


Los muchachos fueron ubicados por Sebastián en el galpón para que

descansaran. Hecho esto, las parejas se pusieron a charlar sobre las futuras

bodas. Gumersindo planteó que tendría que venir el alcalde de otro pueblo
pues él era uno de los novios, pero no habría problema, él tenía uno que era

amigo suyo y estaba seguro que estaría pronto para la tarea de casarlos en la

fecha a acordar. Sin perder más tiempo fue a llamarlo por teléfono.

Mientras tanto, el resto hablaba y coincidía en que deseaban ceremonias

sencillas. Luego de colgar el teléfono y habiendo escuchado la parte central de

la conversación telefónica, Gumersindo dejó en claro que no deseaba poner

piedras en el camino, pero todo el pueblo querría estar presente por lo que

presumía que ceremonia y fiesta tendrían que ser en la plaza principal.

Después de haber dormido una buena siesta, Carlitos y Agustín se


enteraron de cuándo y dónde serían los casamientos a lo que propusieron un

asado al estilo uruguayo. Sebastián les preguntó si se animaban en serio pues


sería una parrillada gigantesca.

Contestaron que no habría ningún inconveniente y Gumersindo apoyó:

—Déjalos, Sebastián, si quieren encargarse de parte de la comida está muy

bien, además me pica la curiosidad de ver qué tan particular es su forma de


asar.
Los muchachos agregaron que solo necesitaban preparar la carne y algunas
personas que siguieran sus indicaciones para que estuviera todo a punto. De

todas maneras el veterano alcalde sostuvo que más sabe el diablo por viejo que
por diablo y apalabraría buenos cocineros para la comida típica de la zona.

Ustedes me van a acompañar para seleccionar de mi ganado lo que

necesiten. Esa noche la cena fue más que divertida pues además de tener mil

cosas para contarse salió a relucir la guitarra de Agustín y el cajón peruano


que se había comprado Carlitos al bajar del avión.

Los muchachos cantaban muy bien pero se destacaba la hermosa voz de

Inda. Ya querían los músicos salir de gira con ella.

—Un momento caballeros, primero lo primero, nosotros ya tenemos una

vida pensada —dijo ella sonriendo y bajándolos a tierra.

Zanjado el asunto, la cantarola siguió hasta altas horas de la noche.

A la mañana siguiente no tuvieron mucha suerte para dormir hasta tarde

pues Gumersindo, estricto como era, los levantó para ir a elegir los alimentos
para la fiesta de casamiento. Las protestas no se hicieron esperar y él paró a las

mujeres:

—A estos dos los dejo que protesten pero ustedes parloteando valen por un
ejército. El pez por la boca muere así que sin chistar se me vienen hasta el
campo donde tengo los animales buenos.

En la doble cabina subieron don Gumersindo al volante y a su lado las dos

mujeres. En el asiento de atrás iban los muchachos, que ni bien arrancó la


camioneta, se acomodaron para seguir durmiendo.
—No señores, —se plantó el alcalde—, vamos a ir hablando del menú y de
lo que ustedes necesitan para el famoso asado. Tengo buenos animales para

todo eso pero como entrada, me gustaría que fueras tomando nota, Chela —
ella tomó papel y lápiz de la guantera—, un buen jamón del país y unos

chicharrones.

—¡Chicharrones! —gritaron a dúo los jóvenes.

—Sí ¿qué tiene de malo? —preguntó el increpado.

—Es que en Uruguay los chicharrones son lo que queda después de derretir

la grasa de vaca o cordero.

—No, señores, aquí se corta la carne del chancho en cuadrados pequeños,

preferentemente lomo y trasero, se pone en olla con agua y sal. Cuando se

consume el agua el chancho se fríe en su propia grasa.

—¡Ahh! —exclamaron los muchachos— ,suena como que queda rico.

Inda aportó la idea de completar la entrada con Papas a la Huancaína,

Escabeche de gallina y de pato.

—Perfecto, dijo Gumersindo—, el asado supongo que va a ser el plato

central así le presentamos la novedad a la gente.

—¿Qué necesitan para esto?

Agustín contestó que un cordero y una ternera con sus achuras, que ellos

prepararían, sería suficiente.

Ante las caras de Inda y Gumersindo, Chela les dijo que no se preocuparan,
que quedaría exquisito.
—Eso sí, —dijo Carlitos—, necesitamos mucha leña bien oreada para el
fuego. —No sé cuánto precisen pero estos troncos de aquí son de madera

dura y de buen fuego, yo hago que carguen un camión y lo lleven,—acotó el


alcalde.

—No es con fuego la cosa, —sostuvo Agustín—, es con las brasas. El

alcalde no entendía mucho ya que nunca habían visto una cosa así, pero de

todas formas les comunicó que en la cocina de la alcaldía daba el espacio para
preparar todo lo que necesitaran.

De paso le dijo a Inda que enterara a quienes prestarían su colaboración,

que estuvieran a la orden de los muchachos. Inda dijo que faltaba decidir sobre

los postres y que se le ocurrían unos Guargüeros, Budín de Chancays,

Buñuelos y Mazamorra de Chancaca.

Las carnes quedarían separadas del resto en la cocina. Los muchachos

pidieron que no se cuerearan los animales y ante la cara de extrañeza de


Gumersindo se comprometieron a que quedaría muy rico.

—Hagamos fe —dijo éste—, y a continuación le dio las indicaciones al


capataz.

Salieron de allí directo al pueblo. Al llegar Gumersindo hizo sonar la


campana de la Iglesia y al poco rato tenía a la gente reunida frente a la

Alcaldía.

Comunicó las novedades y la gente además de las exclamaciones de alegría


se puso a la orden para colaborar sobre todo en la preparación de la comida.

En poco rato quedaron repartidas las tareas. Agustín y Carlitos quedarían en la


casa de Gumersindo que quedaba al lado de la Alcaldía, lo que facilitaba que
supervisaran su parte.

Al regresar a la casa de Inda pusieron a Sebastián al tanto. Faltaba elegir los

padrinos de ambas bodas. Chela propuso para sí a Carlitos y Sebastián a


Agustín. Gumersindo estuvo de acuerdo y propuso a Pilar para madrina, quien

era su querida secretaria y amiga de siempre. Ya anda con bastón acotó él pero

igual hace de todo en la alcaldía, no les extrañe que ya esté dirigiendo a todo
el mundo. Inda prefería que don Gumersindo, además de casarse fuera su

padrino. Se dieron ambos un apretado abrazo.

XVIII. El Día de Los Casorios



Llegó el 21 de junio y todos en la casa se levantaron temprano, Gumersindo

porque era su costumbre, pero Sebastián se vio poco menos que impulsado por

Inda. Ella y Chela se encerraron en el dormitorio por la costumbre de que los

novios no vieran los vestidos. Él se aprontó el mate y se sentó con

Gumersindo en el sofá.

—A ver muchacho, presiento que con el ánimo de ellas dos el día va a ser

largo y complicado. Convídame con uno de esos mates y de paso matamos el


tiempo. Sebastián lo cebó y se lo dio. Cuando su compañero comenzó a sorber

de a poco lanzó estas palabras:

—¡caliente y amargo! Me quedó ardiendo la boca y el paladar como para

comerme un kilo de mazamorra de chancaca.

—¿Qué es eso?, preguntó Sebastián.

—Se hace con los restos de la caña de azúcar, contestó el otro.

—¡Ahh!...es rapadura o raspadura de la caña de azúcar, no me imaginaba

que fuera eso con ese nombre, dijo Sebastián y a continuación le aseguró que
no era para tanto, que se iba a acostumbrar al mate y le iba a gustar.

—Yo tomaba mucho más mate que ahora cuando era estudiante, ayuda a

mantenerse despierto, sobre todo en época de exámenes y parciales de cada


semestre, agregó Sebastián.
—Entonces te sigo con ese mate porque estas mujeres con su ir y venir me
tienen mareado, le dijo muy serio Gumersindo.

El otro largó la carcajada justo en el momento en que ambas damas se

cruzaban de un lado a otro buscando cosas.

Ambas se frenaron y Chela preguntó:

—¿Cuál es el motivo de tanta risa? Las dos miraron serias como enojadas.

—Nada, es que don Gumersindo hace muy buenos chistes.

—¿Ah , sí?, pues se van a tener que encargar del desayuno y el almuerzo,

nosotras estamos muy ocupadas, dijeron a coro como picadas por víboras.

Los caballeros se miraron y no dijeron nada.

—¿No van a contestar?, preguntó Inda.

—Sí, amor, haremos todo eso, le contestó Sebastián.

Las mujeres siguieron su trajín y ellos se miraron cuando uno le dice al

otro: —Psst, vamos a darle al mate, don Gumersindo, si les prestamos

atención nos enloquecen y terminamos los dos en el galpón.

Se rieron por lo bajo para no provocar incidentes.

Las mujeres estaban muy sensibles, ni siquiera desayunaron. Para el

almuerzo los caballeros prepararon un guisado de cordero que, según ellos,


estaba muy rico. Las mujeres no dijeron ni mu en todo el rato que estuvieron

en la mesa, solo se cruzaban miradas entre ellas y los varones no entendían


nada pero no les importó.
Sebastián, gracias a la capacidad perceptiva que había adquirido en la
hondonada, no se preocupó en pensar. Eso sí, la felicidad se les notaba a todos

a pesar del asomo de enojo de ellas que no era más que consecuencia de los
nervios.

Se hicieron las cinco de la tarde y fueron a aprontarse a la casa de

Gumersindo en el pueblo para abreviar el tiempo de traslado y estar prontos a

la hora de las ceremonias. Carlitos y Agustín estaban en la cocina de la


alcaldía terminando de preparar todo junto a un buen grupo de gente, unos que

los ayudaban a ellos y otros que hacían el resto del menú.

El grupo de cocineros trasladó todo a los fogones que ardían con gran

chisperío. Todos miraban como los muchachos tenían el fuego en un costado y

con las palas iban arrimando solo las brasas. El murmullo de dudas sobre el

resultado de ese método para cocinar recorrió todas las bocas pero los
muchachos no prestaban atención.

Como padrinos de una y otra pareja tendrían que aprontarse para entregar a

las novias pero ya habían dejado instruidos a quienes los ayudaban de cómo

continuar distribuyendo el braserío para que las carnes y achuras no se pasaran


de cocción.

Las ceremonias sin duda serían cortas y ahí los muchachos se cambiarían

nuevamente de indumentaria para seguir cocinando. Entretanto, se acercaba la


hora de casarse y Gumersindo salió a recibir a su colega y se quedaron
charlando, incluido Sebastián.

Ambos novios ya estaban prontos y se trasladaron al altar para esperarlas.

Se sumaron Carlitos y Agustín. Los padrinos al ver llegar a las novias no


salían de su asombro:

—Chela, Inda, están preciosas, dijeron ambos entre boquiabiertos.

—Vamos que me mata la ansiedad —imploró Chela.

Los muchachos se sonrieron y tendieron el brazo a cada una camino hacia

al gran salón repleto de gente. El murmullo recorrió todo el espacio cuando

entraron.

Carlitos entregó a Chela a Gumersindo y saludó a la madrina. En breve

ceremonia quedaron casados, luego el alcalde besó a su mujer y acercó a Inda

junto a Sebastián. Cuando llegaron al consabido «hasta que la muerte los

separe», ellos dijeron a dúo: «¡ni aún después!».

Esto arrancó un aplauso cerrado de la concurrencia.

Se abrazaron y besaron, luego de lo cual se encaminaron a la salida

recibiendo bendiciones y saludos que los retuvieron un buen rato. Carlitos y


Agustín salieron prestos a cambiarse para seguir cocinando.

Los que habían quedado a cargo de las carnes y las achuras cumplieron con
las instrucciones de rodear con las brasas el asado con cuero de forma tal que

no se quemara. Aquello estaba casi pronto de manera que saldría la comida en


el orden preestablecido.

Comenzó a arrimarse la gente a las mesas. Era una noche despejada y


cálida, pero lo que más llamó la atención a la gente del lugar fue que hacía

tiempo que no veían una luna tan grande. Don Gumersindo se sentó a la
cabecera de la mesa reservada a los novios, a su lado su mujer y hacia su otro

lado Inda, Sebastián y el alcalde amigo que los había casado.


En las mesas estaba la bebida ya servida; por supuesto el Pizco en primer
lugar además de los refrescos y un buen vino tinto acorde a los platos que se

iban a servir.

Luego que estuvo todo el mundo instalado comenzaron a llegar grandes


vasijas con los distintos tipos de entrada. Todos esperaron para comer a que

los novios se sirvieran y Gumersindo dijo:

—Vamos a probar el famoso asado.

Se sirvió chinchulines y mollejas; su expresión fue de aplauso. No hubiera

creído, ni nadie en el pueblo, que cocinar con brasas fuese tan rico.

Luego de un buen rato de entradas llegó el plato principal, el asado con

cuero. Ahí el aplauso fue generalizado, los muchachos lo habían cocinado a la

perfección. El cordero acompañando no dio lugar a menores expresiones de

aprobación que las anteriores. Sebastián hizo a los muchachos una seña de

dedo pulgar hacia arriba y estos que sonreían y brindaban como todos a la

salud de las parejas recién casadas.

XIX. Coro y Baile



Al coro del pueblo con sus instrumentistas se sumaron Carlitos y Agustín

con cajón peruano y guitarra respectivamente. Se habían intercambiado temas

de uno y otro país que habían llevado unos días de ensayo. Para eso eran las

escapadas al pueblo en la moto que le pedían a Inda.

Vino el típico vals para los novios que bailaron primero, sumándose luego

toda la gente. Volaron a los asientos corbatas, sacos y chales y todos a sacudir

el esqueleto. Se hizo un intervalo solo para comer los postres.

—Mirá, vos, señaló Carlitos, la mazamorra de chancaca tiene gusto a


rapadura, nunca lo hubiera imaginado con ese nombre. Capaz que el nombre

viene de la zona donde plantan caña de azúcar aquí, dijo Agustín.

—La noche de bodas habrá que quedarse en mi casa, yo con tanto pizco no
manejo, —le dijo Gumersindo a Chela.

—Vos siempre tan centrado, me encanta eso, —le contestó ella que era el

polo opuesto y quizás a eso se debiera que se complementaran tan bien.

Inda y Sebastián giraban abrazados en la pista de baile hasta que quedaron


solos con la música de un Tondero. Inda ondeaba su cintura y el pañuelo de

Sebastián quien giraba alrededor de ella. Él sabía lo que bailaban, de forma tan
erótica ella atrayéndolo hacia sí. El punteo de la guitarra y el son del cajón,

cadenciosos y vibrantes a la vez, más el corro de palmas que se formó a su


alrededor los hacía cimbrar.
Terminaron ese baile tan típico del sentir, abrazados como un augurio de
tiempos de felicidad para todos. Siguió luego para alternar algo que ya habían

arreglado los muchachos con los demás músicos: un candombe. Ahí se largó a
bailar todo el mundo, los tambores llamaban la sangre a moverse. Siguieron

con una polka típica.

A todo esto, luego de la bebida, la comida y el baile, el tiempo había

avanzado bastante. Las dos parejas se fueron yendo de a poco entre los saludos
abandonando la fiesta en la que el resto seguiría hasta altas horas. Se bañaron

y cambiaron en lo de Gumersindo.

A solas, Gumersindo le comentaba a Chela que esta boda sería recordada

por mucho tiempo. En tanto Inda le comentaba a Sebastián cómo había estado

él sabiendo interpretar el baile típico. Él le contestó que desde el día en que se

habían unido como pareja, atravesados por los rayos cósmicos, sentía un
cambio tan profundo que todo lo bueno que había recibido hacía sacar lo

mejor de su interior. Cayeron rendidos, mañana sería otro día tan poco

particular como los que los habían precedido desde la llegada de Sebastián y
Chela al pueblo.

XX. La Vida Continúa



El sol ya estaba bastante alto cuando el pueblo comenzó a desperezarse y


dar señales de gente por sus calles. Esta vez Gumersindo se salió de su

costumbre de levantarse temprano. Ese mediodía las damas acapararon los


baños. Para su suerte, Sebastián había traído su matera el día anterior.

Luego los caballeros prepararon un desayuno-almuerzo muy contundente.


Inda sentía, pese a lo que habían ingerido la noche anterior, mucha hambre, así

que festejó comiendo de todo un poco ante la mirada incrédula de los demás.

Gumersindo sumó el comentario respecto a qué rico había estado el asado

que habían preparado los muchachos y que nunca había visto cocinar de esa

manera. Al sentirse observada Inda dijo:

—¡Ocurre que Sebastián José Gabriel también come!, y se frotaba la panza

provocando una sonrisa en los demás que no siguió a risa para que Inda no se
sintiera culpable de comer tanto.

Cuando se fueron al patio a tomar mate Gumersindo comentó:

—y pensar que comía como un pajarito…ahí largaron la carcajada los dos.

—Vamos a ver si con el mate baja todo lo que mandamos al estómago, pensó
en voz alta Sebastián.

—Sí, le respondió el otro que ya había comprobado las cualidades del mate
para evacuar las necesidades, pero si las mujeres siguen sin soltar el baño nos
vamos a desgraciar entre las plantas.

Se rieron a gusto con las ocurrencias de este hombre que podía decir las

cosas más graciosas con la cara totalmente inmutable, lo que provocaba más

risa todavía. Con razón el cargo de Alcalde le quedaba al milímetro, jamás se


estresaría por más problemas que hubiera con esa manera de ser.

Siguieron amargueando y charlando cuando Sebastián se quejó de que las

mujeres no largaban los baños y ya no aguantaba más. A todo esto saltaba en

un pie con cara de sufrimiento.

—Muchacho, tienes otro baño arriba al final de la escalera.

—¿Por qué no me dijo antes don Gumersindo?

—Yo…y…para ver cuánto amor le tienes a tu mujer y te aguantas sin

reclamar el sanitario.

Al principio no sabía Sebastián si tirarle un chorro de agua del termo en la


cara o hacerse encima de la risa. Obviamente casi ocurre lo segundo pero salió

corriendo hacia el baño intentando no reírse para no hacerse encima. Cuando

volvió al patio, el señor Alcalde seguía inconmovible.

—¿Me das un mate? Y como para redondear:—¿Qué tal ha estado el baño?


Se le caían las lágrimas de la risa pero no se le movía un músculo de la cara.

Sebastián estaba a carcajada limpia y Gumersindo aparentando seriedad le


decía: —¿Cómo no se te ocurrió muchacho que una casa tan grande tenía que

tener varios baños? Aquella había sido la casa de su familia desde tiempo
inmemorial cuando todo era campo y luego el pueblo se fue construyendo a su

alrededor a instancias de los Bastida que ayudaban a levantar las casas de la


gente que trabajaba en sus campos.

Cuando mataron a Tupac Amaru, su mujer e hijos, se sumó la gente que

había logrado huir, entre ellos Inda, cuidada como un tesoro. En honor al

Libertador fue que bautizaron el pueblo lo que trajo no pocos problemas a los
Bastida que, protegidos por las montañas, defendieron su hogar con las armas

en la mano.

Les salvó el tío de Inda que preocupaba más pues estaba al frente de la

gente que peleaba desde todos los rincones del Virreinato. Luego llegaron las

luchas orientadas por Bolívar y San Martín y el pueblo quedó con el nombre

definitivo en honor al Libertador Tupac Amaru II.

XXI. El Heredero Crece



Con el tiempo a Inda le avanzaba cada vez más el embarazo. Sebastián


estaba siempre pendiente de ella, desde los quehaceres hogareños hasta untarle

crema en la panza y acariciarla, situación que generalmente los impulsaba a


hacer el amor.

Inda tenía claro lo que haría en el momento de parir y preparaba a


Sebastián para que se hiciera a la idea de tener al niño a la manera antigua en

la hondonada, inclinada sobre sus rodillas con la asistencia de su marido.

Aunque la vieja costumbre era que la mujer pariera sola, en este caso el padre

y la madre significaban la unión espiritual de muchas almas que, además del

padre de Inda, habían dado su vida por la libertad, transmitiendo esa fuerza

cósmica a la pareja y su descendencia.

Al enterarse Chela de cómo sería el parto, puso el grito en el cielo. Inda


intentó calmarla explicándole que era una costumbre muy antigua y que
ambos sabrían qué hacer.

Iban realizando los preparativos a medida que se acercaba la fecha. don

Gumersindo mandó construir una habitación contigua a la de los futuros


padres y otro baño.

—¡Oye Sebastián, mira que la casa ahora tiene dos baños, eh! Ambos

largaron la risa, por supuesto que el Alcalde con su mutis acostumbrado, lo


que hacía que su cara fuera tan particular en ese momento.

Chela compró un moisés de mimbre, Gumersindo los juguetes colgantes, y

así se fueron desarrollando las cosas, tranquilamente.

Una noche se desató una tormenta bastante fuerte. A eso de las tres de la

madrugada Inda despertó a Sebastián y le dijo:

—Es hora.

—¿Ahora, con este tiempo?, dijo él. La expresión de la cara de Inda lo hizo

movilizarse rápido y en silencio para no alborotar al resto.

Sebastián tomó una pequeña carpa y un farol y salieron a la inclemencia del

temporal. Se subieron a la camioneta y se dirigieron a la hondonada. Chela

entre sueños sintió el motor pese a la tormenta y salió pero ya se estaban

alejando. Gumersindo la tranquilizó: conociendo al muchacho lo menos que se


lleva es un hospital de campaña.

Ni bien llegó la pareja al lugar el levantó la tienda de campaña rápidamente

a la luz de los potentes focos de la camioneta. Llovía intensamente y se

iluminaba el cielo con los relámpagos. Colgó el farol en el centro de la carpa y


dejó el instrumental para ayudar a su mujer a bajar de la camioneta y entrar en

el refugio recién erigido.

De pronto comenzó a amainar, sobrevino una lluvia mansa, luego un cielo


despejado que daba paso a una intensa luz de la luna. Sebastián colocó un par
de frazadas con una sábana por encima afuera de la carpa a pedido de su

esposa.

Ella se hincó sobre las mantas y comenzó a cantar algo ininteligible. Así
empezaba el trabajo de parto, ni un ay de dolor, solo el cántico. Comenzó a
aparecer la cabeza de Gabriel y ella respiraba muy agitada sin dejar de cantar.

Finalmente salió Tupac Amaru III al mundo, iluminado por la luna.

La tormenta, que había hecho silencio de retirada ante su llegada, estaba


lejos ya, solo el llanto inicial del niño se pronunciaba en ese llano al pie de la

Montaña de la Ventana. Inda lo acercó al pecho y Sebastián los rodeó con sus

brazos. Quedaron recostados los tres mientras Gabriel se alimentaba en el


regazo de su madre y no le quitaba los ojos de encima a su padre.

El súbito silencio de la noche fue como un presagio de que el cosmos

asistía al parto en señal de bienaventuranza por el recién llegado a esa tierra

sagrada. Esa luna llena atravesando el agujero en la cumbre de la montaña se

reflejaba en los tres pero sobre todo en el niño. Escucharon una voz que

retumbaba: «¡vivirá libre, los hará libres!».

Inda se fue recuperando del esfuerzo y la emoción y su compañero la ayudó


a subir a la camioneta con el niño. Al llegar a la casa estaban Gumersindo y

Chela que casi grita de la emoción y se contuvo al ver al crío dormido en

brazos de su madre envuelto en rebozos tejidos por ella. Sebastián pesó al niño
que alcanzaba sus cuatro kilos ciento cincuenta gramos y ejercitaba muy bien

sus pulmones en reclamo de su madre, fuente de alimento.

En el momento en que Sebastián lo llevaba hacia la madre el niño soltó el


meconio. Has sido bendecido, dijo Inda entre risas. Él se limpió, luego a su
hijo, entretanto Chela y Gumersindo hacían coro silencioso. Al día siguiente

golpeaba en la puerta el cartero trayendo noticias de la familia de Sebastián.

XXII. El Tiempo Pasa Rápido… A Veces



Inda se recuperó rápido y no hizo caso a las sugerencias de Chela de ver un

médico en la capital. Al poco tiempo ya andaba con su hijo en brazos y

haciendo las tareas de la casa. Gabriel se manifestaba con llanto solo a las

horas en que naturalmente necesitaba alimento.

Los días y las noches transcurrían con calma. Sus padres y abuelos lo

rodeaban constantemente y a veces ocurría la visita de gente del pueblo que lo

venían a ver poniéndose a disposición para lo que fuera necesario.

A todo esto, y con el correr de los meses, Gabriel iba descubriendo el


mundo gateando. Cuando Inda lo perdía de vista sabía que lo encontraría en el

laboratorio de su marido donde ya tenía su sillita pronta para sentarse a

observar lo que su padre hacía.

Sebastián se había comunicado en oportunidad del nacimiento de su hijo

con la familia dándoles la novedad. Recibió las felicitaciones del caso y la


explicación de Carlitos y Agustín de que estaban con exámenes en sus

respectivas carreras y además debían cuidar a sus padres que tenían nada más
que los achaques propios de la edad.

Le contestaron a Sebastián que sería bueno que se dieran una vuelta por

Montevideo, así, además de conocer a su sobrino los abuelos carnales


conocerían a su nieto y a la nuera.

Sebastián le comentó a Inda la idea y ella, que nunca había salido del valle,
pensó que sería una buena experiencia porque quizás pudieran no solo visitar

la capital de Uruguay.

Su marido captó que ella querría recorrer algunos lugares que tenían que

ver con los ancestros de él. Habían sido exterminados por aquellos en quienes
habían depositado su confianza y a quienes habían servido como valientes

guerreros contra el poder godo primero y lusitano después.

De esta forma transcurrió un año de nacido el niño y por consiguiente el

festejo no se haría esperar.

Sebastián distraía siempre algunas horas en el laboratorio realizando

experimentos para lograr sintetizar químicamente los componentes de la

planta curativa. Ello implicaba sustituir con sintéticos las propiedades que

estas poseían.

De esa manera podría lograr medicamentos sin tener que recurrir al valle,

consiguiendo curar las enfermedades protegiendo el secreto de aquel lugar. Lo

logró a tiempo pues le llegó un telegrama de la empresa desvinculándolo de su

plantilla de personal y advirtiéndole que pasarían a levantar todos los equipos.

Un día aparecieron sus antiguos subalternos Luis y Daniel en ese trajín. Al


no tener más vinculación legal con la multinacional Sebastián quedó libre de
realizar con sus descubrimientos lo que mejor le pareciera.

XXIII. Una Vuelta por el Uruguay



Comenzaron los aprontes para viajar. Gumersindo dijo que él también iría

porque el pueblo sabía cómo manejarse quedando todo en manos de su antigua

secretaria. Chela acotó que por supuesto que el iría con ella porque para algo

era su marido. Según sé, sostuvo el aludido, no solo para viajar soy tu marido.

Chela estaba como loca por el viaje y se preocupaba de señalarle

constantemente a Inda todo lo que necesitaría José Gabriel. Ésta, con

paciencia, entendía los porqués de este comportamiento, la tierra tira mucho y


las ganas de ver a sus otros nietos la sacaban de sus casillas, por lo que la

dejaba hablar sin contradecirla.

Pero la paciencia tiene un límite e Inda sentó a Chela en el living y le dijo

que comprendía los motivos de sus nervios pero que se quedara tranquila que

todo iba a estar en orden con un tono imperativo que la hizo pisar tierra.

En ese preciso momento José Gabriel se incorporó del almohadón en que


estaba sobre la alfombra del living y comenzó a dar sus primeros pasos directo

a su madre. Esta extendió sus brazos y el tambaleo del niño se fue haciendo
más seguro y directo hacia ellos. Chela quedó muda, como pocas veces, y

empezó a lagrimear. Sebastián se arrimó a su mujer para esperarlo.


Gumersindo solo dijo:

—Ahora sí que esta bueno con el cachorro de tigre sobre sus piernas.

Cuando se recuperaron de la impresión la alegría fue generalizada.


Gabriel parecía comprender a su madre y apenas se lo escuchaba pese a los
ruidos de los preparativos para el viaje. Después de todo eran solo eso, ruidos

que trastocaban la vida cotidiana pero que no perturbaban la calma natural del
niño.

Finalmente llegó el día de la partida, se subieron todos a la camioneta y se

dirigieron a Lima. El viaje a Montevideo no les pareció tan largo a Chela y

Sebastián como cuando habían viajado Montevideo Lima. Al llegar al


aeropuerto de Carrasco los esperaban los muchachos.

Luego de los abrazos y de la alegría por el sobrino al cual se peleaban por

tener en brazos, se dirigieron al centro donde estaba la casa de los padres de

Sebastián y los muchachos en el barrio del Cordón.

Los abuelos quedaron mudos a la llegada de la comitiva, pero sobre todo

con su nieto José Gabriel. El niño los compró desde el principio con la calma y

la mirada profunda, características tan propias de él tal cual lo venía


demostrando desde su nacimiento. Luego de las presentaciones de rigor los

suegros quedaron encantados con su nuera. Inda los miraba a los ojos como

buscando los rasgos propios de Sebastián. En un momento dado ella preguntó


por los ancestros, manifestando su intención de ir a la zona de Salsipuedes.

Laura Alzueta y Jorge Duarte se quedaron de una pieza al escuchar aquello,

además de que les provocó enorme curiosidad el deseo manifestado por Inda.
En ese momento el niño salió de su calma dando pequeños gritos y haciendo
aspaviento con los brazos. Su madre y su padre rieron porque comprendieron

que Gabriel había entendido el pedido de Inda. Algo en él comenzaba a


manifestarse sin que la mayoría de los adultos, salvo sus padres, se dieran
cuenta.

XXIV. Genocicio de Salsipuedes



Luego de descansar un par de días y recorrer un poco la Capital, Inda le

comentó a Sebastián que sería bueno ir a la zona donde ocurrió el genocidio

contra los charrúas en 1831. Se enteraron de que se realizaría por esos días una

peregrinación rumbo al Memorial Charrúa, ubicado en la localidad de

Salsipuedes, en el Este de Paysandú, capital del homónimo departamento, en


que se conmemoraría el « Día de la Nación Charrúa y la Identidad Indígena» y

la reivindicación del aporte de los pueblos originarios a la historia nacional de

la República Oriental del Uruguay.

Según la historiografía oficial en el ataque habían muerto 40 charrúas y

300 habrían sido tomados prisioneros, algunos de los cuales lograron huir.

Entre las tropas oficiales hubo un muerto y nueve heridos. El hecho es

frecuentemente referido como punto culminante del exterminio o genocidio

del pueblo charrúa.

En gran medida habían formado parte de las partidas de combatientes y de

los desplazamientos de tropas y poblaciones causados por las alternativas de


las luchas revolucionarias conducidas por José Gervasio Artigas y otros líderes
de la revolución libertadora. El mismo cacique llamado Andresito Artigas,

considerado por Artigas como su heredero político entre los charrúas, tomó
parte en la reconquista de las Misiones Orientales hasta su derrota en manos

del ejército lusitano.

Una vez independizada la Provincia Oriental como República Oriental del


Uruguay, la situación de los indígenas fue una de las principales

preocupaciones de los criollos. Codiciaban sus tierras para afianzar la

dominación de la clase social que encarnaban, y que ya ejercían virtualmente


desde el final del régimen virreinal. Al tener asegurada la frontera con Brasil,

los indígenas ya no eran necesarios para la nueva organización del Estado.

La decisión de poner fin a esos grupos charrúas habría quedado así a cargo

del Presidente Rivera, que había establecido buenas relaciones con algunos
Caciques en la época de los combates contra los diversos ocupantes del

territorio y también gozaba de popularidad y adhesión entre los indígenas.

Desde su posición de presidente, Rivera convocó a los principales caciques

charrúas, Venado, Polidoro, Rondeau y Juan Pedro ―junto con sus mujeres y

niños―, a una reunión a realizarse en un bucle o potrero formado por el

arroyo Salsipuedes, diciéndoles que el Ejército los necesitaba para cuidar las

fronteras del Estado.

Según los relatos, el 11 de abril de 1831 asistieron a la reunión varios

centenares de indios, que fueron agasajados y emborrachados. En un

momento, Fructuoso Rivera le pidió a su amigo el cacique Venado que le


alcanzara su cuchillo para picar tabaco, y entonces lo habría matado de un tiro.

Esa habría sido la señal para iniciar el ataque. Inmediatamente fueron


rodeados por una tropa de mil doscientos soldados al mando de Bernabé
Rivera, sobrino del Presidente.

Los indígenas prisioneros fueron trasladados a pie hasta Montevideo. La


mayor parte de ellos, fundamentalmente mujeres y niños, quedaron a cargo de

familias de Montevideo donde sirvieron esclavizados. Cuatro de los


sobrevivientes (Vaimaca Pirú, Tacuabé, Senaqué y Guyunusa) fueron
entregados a un francés llamado François de Curel, quien los trasladó a París

donde fueron exhibidos como ejemplares exóticos de América. Todos ellos

murieron en cautiverio. La única excepción fue Tacuabé, que logró huir con la
hija que tuvieran con Guyunusa, nacida en Francia, y no hubo más registros de

su paradero.

Cuentan algunos antropólogos que un Presidente francés del siglo XX tenía

notorios rasgos indígenas, similares a los de aquellos charrúas exhibidos como


animales raros en el circo de de Curel.

Sobre todos estos temas departían los padres de Sebastián, él mismo y sus

hermanos e Inda, Chela y Gumersindo. Por supuesto que no faltaban las

exclamaciones de José Gabriel, el que caminando por el medio de la reunión,

lanzaba cada tanto exclamaciones que parecían de desagrado, sobre todo

cuando se mencionaba el asesinato contra los indígenas orientales.

Al otro día Sebastián, Inda y por supuesto Gabriel, se dirigieron a la zona


del Salsipuedes. Una vez allí se instalaron en un hotel, lugar desde el que

aprovecharon a conocer y dirigirse a la ceremonia en el Memorial.

Quedaba claro por las investigaciones de los antropólogos uruguayos Pi

Hugarte y Vidart que la cultura charrúa había desaparecido, pero la gente allí
reunida reclamaba que en su ADN corrían testimonios de aquel pueblo

indígena, víctima de genocidio, y que había sido fundante de la nacionalidad


oriental.

Aquel niño reunía en sí los caracteres de buena parte de la América Latina

que se habían expresado en la lucha en pos de la libertad y que, pese a tantas


veces traicionados, emergían como savia nueva. Sebastián Gabriel Duarte
Condorcanqui no sería en el futuro un conductor más en el camino, pues traía
consigo las vertientes de la sangre de la América Latina y los libertadores.

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