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Descartes: su tiempo, su vida, su pensamiento Página 1 de 23

SU TIEMPO
El siglo XVII es fundamentalmente un siglo de “crisis”: el orden feudal se resquebraja,
la unidad religiosa desaparece, como lo hace la unidad hasta entonces indisoluble entre Iglesia
y Estado, las transformaciones económicas hacen que el centro de gravedad se traslade de
Italia y España a Francia, Holanda e Inglaterra. A las esperanzas del Renacimiento sucede una
etapa de desequilibrios y angustias: aquellos problemas y el surgir del nuevo orden1 están
marcados por la violencia de guerras que duran décadas y conflictos sociales crecientes. El
estado de ánimo resultante encuentra su forma de expresión en el Barroco.

Económicamente Europa sigue siendo esencialmente agrícola. Incluso en Inglaterra -el país
más industrializado- cuatro millones y medio de habitantes (sobre un total de cinco) viven de
la agricultura. Lo cual no impide que el hambre sea una amenaza permanente (se citan seis
grandes hambres en Francia, entre 1629 y 1710). La población disminuye alarmantemente: la
mitad de los niños fallece antes de cumplir un año, y los supervivientes mueren
frecuentemente entre los 30-40 años; la edad media de vida es de 25-30 años. Y el desarrollo
del capitalismo se ve afectado por la inestabilidad de los precios.
La doctrina mercantilista - que cifra la riqueza de un país en su reserva de oro y plata- es el
intento de hacer frente a la crisis económica. No se trata sólo de atesorar el oro procedente de
ultramar, sino de favorecer al máximo la producción nacional, proteger el comercio e
industrializar el país. En este sentido, el mercantilismo es proteccionista y está al servicio del
Estado. La prosperidad no es sino un medio para sostener el poderío del Estado absoluto, y
sólo puede garantizarse mediante una política de autoridad y seguridad. Pero el desarrollo del
capitalismo comercial terminará por minar el absolutismo, ya que la burguesía se considerará
lo bastante fuerte para ser asociada al ejercicio del poder.
Socialmente se mantiene el tipo de sociedad “estamental” (basada en la propiedad de la
tierra), pero se agudizan los antagonismos sociales. La inestabilidad económica orienta las
1
La Paz de Westfalia, firmada en 1648, además de considerarse como la primera “cumbre internacional”
moderna, sienta las bases de un nuevo orden en una nueva Europa que se asienta sobre la idea del Estado Nación
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actividades hacia la satisfacción de las crecientes necesidades del Estado (guerras); ello
acrecienta también la importancia de los financieros y de los funcionarios de finanzas, justicia
y policía. Igualmente, se asiste a la ascensión de los mercaderes y fabricantes.
En Francia los antagonismos son múltiples: nobles y burgueses, señores y campesinos,
grandes patronos frente a pequeños patronos y obreros. La bajada de los salarios provoca la
insurrección de los obreros y la aparición de asociaciones clandestinas. En Inglaterra, en
cambio, continúa la primera revolución industrial y un mayor desarrollo del capitalismo. En
Holanda se enriquecen los comerciantes a través del comercio marítimo, y florece la industria.
La burguesía detenta el poder. Y aunque no faltan tensiones internas, Holanda será el país de
la tolerancia, refugio de filósofos y librepensadores.
En todas partes la revuelta está a punto de estallar, y la guerra civil es un peligro permanente.
En Francia se registran revueltas campesinas sin interrupción, motivadas por el aumento de
los impuestos (guerras) o simplemente por el hambre. Tampoco la nobleza está tranquila, y en
la llamada guerra de La Fronda se une a la burguesía para luchar contra la política absolutista
de Mazarino. Los hugonotes (calvinistas) siguen creando problemas; y la revocación del
Edicto de Nantes, en 1685, empeora aún más las cosas: cerca de medio millón de hugonotes
emigra en masa, lo cual origina graves daños a la economía mercantil y las primeras críticas al
absolutismo. No van mejor las cosas en España, donde la burguesía está arruinada, y nobleza
y clero son dueños de la tierra: expulsión de los moriscos tras la guerra de las Alpujarras
(1609), motines en Vizcaya (1630-31), guerra de Cataluña (1640), revueltas populares en
Sevilla (1652). En Inglaterra hay dos revoluciones y una guerra civil (que termina con la
ejecución del rey), y triunfa el sistema parlamentarista. Alemania, después de la guerra de los
Treinta Años, es un país absolutamente dividido: unos 300 territorios soberanos a los que no
aglutina un sentimiento nacional común. Frente a todo esto, los problemas internos de
Holanda tienen mucha menor importancia.
La monarquía absoluta es contemplada como el mejor medio para garantizar lo que todos
desean: la paz y la seguridad. Por eso el siglo XVII es el siglo del absolutismo (Luis XIV y
Richelieu en Francia; dictadura de Cromwell e imitación del absolutismo francés por Carlos II
en Inglaterra; Felipe IV y Olivares en España; Guillermo III de Orange en Holanda). Y tiene
sus teóricos: Hobbes y Bossuet. Pero los monarcas absolutos agravan las crisis en lugar de
resolverlas: guerras continuas, enfrentamientos con nobleza y pueblo... Y comienzan las
críticas: en Francia, jansenistas, protestantes y Fenelón; en Holanda, Spinoza; en Inglaterra,
Locke.
Si ésta es la situación interior de los Estados, la relación entre ellos no es mucho mejor: lo
normal es la guerra, y lo excepcional, la paz.
Por lo que hace a la religión2, puede afirmarse que mientras los europeos de principios del
siglo XVII creían en Dios (y el efecto que ello tuvo en sus vidas es muy difícil de comprender
para el siglo XXI, ya que la fe era, para los hombres normales, una fe activa, ciega y - al
parecer - punto menos que inconmovible), sin embargo, hacia 1700, para muchos intelectuales
la certidumbre intelectual de la fe se había desvanecido para siempre, los aspectos de la vida
controlados por la religión se habían reducido notablemente, y el clero había perdido gran
parte de su poder. Hay que achacar esta transformación a las circunstancias de la época.
Mientras en España e Italia la Contrarreforma mantiene férreamente la unidad de la fe católica

2
El movimiento religioso puesto en marcha por Calvino, Lutero, Zwinglio, etc. supuso la ruptura del monopolio
religioso ejercido por el catolicismo. Las consecuencias de la pérdida del poder religioso en amplias zonas de
Europa vendrá unida a las reformas de las estructuras políticas, sociales y morales de la sociedad occidental.
Como reacción a esta nueva situación se convocaría el Concilio de Trento (1545-1563) dando lugar a la conocida
Contrarreforma que consigue aislar a los países de Europa del sur de los países donde se estaban produciendo las
reformas políticas, religiosas y sociales.
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- lo cual tendría, sin embargo, efectos negativos para el desarrollo de la filosofía y la ciencia-,
el resto de Europa sigue agitado por los conflictos religiosos.
En Francia, donde los jesuitas ejercen una notable influencia religiosa e intelectual,
encontramos las más diversas tendencias: calvinistas hugonotes, jansenistas, quietistas,
oratorianos. En Alemania pugnan católicos, protestantes y calvinistas. En Holanda se enfrenta
el arminianismo tolerante de los burgueses con el gomarismo del pueblo y la nobleza
(calvinismo estricto). Y en Inglaterra la división entre católicos, anglicanos y puritanos
calvinistas se traduce en luchas políticas. La división de los espíritus es profunda.
Como no podía ser de otro modo, el siglo XVII se enfrenta con una “Crisis de la razón”. Las
Universidades entran en decadencia y la vida intelectual se centra en los salones y las recién
creadas Academias. La filosofía escolástica ha perdido fuerza creativa. La nueva ciencia ha
provocado el hundimiento de la imagen aristotélica del mundo, y por todas partes se buscan
nuevos horizontes intelectuales. La cultura se nacionaliza: hasta ahora poco importaba de
dónde procedía un filósofo o un científico; en adelante sucederá todo lo contrario: Descartes
es francés, y Locke es inglés. Tampoco la teología es capaz de unificar los conocimientos: la
Biblia deja de ser una enciclopedia de las ciencias, y los teólogos pierden influencia: “que se
callen los teólogos en lo que no es de su competencia”, frase de Alberico Gentile hará época
entonces.
Culturalmente3 el Barroco -cultura y arte de toda Europa- supone una crisis de la sensibilidad,
consecuencia de las demás crisis examinadas más arriba. Es la ruptura del equilibrio
emocional, la necesidad de vivir apasionadamente. Los cuadros de Rubens son un buen
ejemplo: cada escena representa un exceso y un desbordamiento. Y en las grandes obras del
Barroco, arquitectura y artes representativas, se
adivinan las tragedias y amenazas de la época.
También en la nueva visión del mundo que se inicia
con Copérnico: un mundo infinito y en movimiento en
el que el hombre -arrojado del centro - busca
encontrar su lugar. El Barroco no podía ser sino
pesimista.
Es frecuente hablar de la “locura del mundo”, o de un
“mundo al revés” en el que todo parece alterado. Y se
convierte en proverbial el verso de Plauto: “el hombre
es un lobo para el hombre”. En el mismo año (1651)
aparece en el Leviatán de Hobbes y en El criticón de
Gracián; pero también es citado y comentado por otros
muchos autores.
Todo es movimiento, mudanza, fugacidad: “la vida no es otra cosa que movimiento”
(Hobbes). Nada es estable, “no hay estado, sino continua mutabilidad en todo” (Gracián), por
lo que la metafísica escolástica - basada en la permanencia de la substancia- parece
3
El siglo XVII es en gran medida la resultante de las transformaciones que el Renacimiento inicia: la nueva
concepción renacentista de la realidad -Dios, hombre y mundo- en la que se rechaza totalmente la anterior
concepción medieval y teocéntrica, destacando las ideas de naturalismo, con el redescubrimiento del mundo y
del hombre. Es en el Renacimiento cuando nace la idea de individuo, lo que permitirá posteriormente el
desarrollo de una Filosofía de la Subjetividad, que tendrá como consecuencia el desplazamiento del problema de
Dios como centro de las preocupaciones filosóficas. Frente a la visión teocéntrica de la Edad Media y contra el
sometimiento al criterio de la autoridad, el humanismo renacentista volverá sus intereses hacia las cuestiones del
pensamiento grecorromano, centrada en el conocimiento del ser humano y en la valoración de sus creaciones. Y
junto a las cuestiones relativas a la naturaleza del conocimiento o la constitución del universo, surge la
preocupación por temas sociales y políticos: origen y legitimación del poder, que serán retomados
posteriormente por los pensadores ilustrados, así como la práctica de la actividad política y el diseño de
sociedades ideales (La Utopía de Tomás Moro o El Príncipe de Nicolás Maquiavelo).
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derrumbarse. El tiempo se convierte en una obsesión, justamente en una época en la que el


reloj es la máquina por excelencia: “TÚ eres, tiempo, el que te quedas y yo soy el que me
voy” (Góngora). En este tiempo fugaz manda el capricho de la Fortuna. Todo es contingente y
azaroso: no hay en el mundo humano necesidad ni orden. Por fin todo es apariencia, y la
esencia de las cosas queda oculta: “La vida humana - dirá Pascal - no es sino ilusión perpetua;
y el hombre es disfraz, mentira e hipocresía para sí mismo y para los demás”. Cuando
Calderón habla de la vida como “Sueño”, del mundo como un “gran teatro”, o titula una de
sus obras En esta vida todo es verdad y es mentira, no hace sino utilizar los tópicos de la
época. La búsqueda de Descartes de la certeza -en medio de las dudas y de los engaños del
sueño- no es, pues, una búsqueda retórica.
El arte del Barroco posee un carácter apologético de exaltación religiosa. Y la monarquía se
sirve de la cultura para controlar las crisis y reducir las inquietudes y las protestas. En España,
la Inquisición controla y censura. En Francia surge un nuevo estilo, el clasicismo, como
estética del orden y la unidad. La fundación de las Academias tiene la misma finalidad. El
Barroco, como cultura urbana y de masas, tiene un carácter de propaganda monárquica:
“Aplaudir a Lope en su Fuenteovejuna era estar junto a la monarquía, con sus vasallos, sus
libres y sus pecheros”.
Filosóficamente, el cartesianismo -Descartes fue un moderado en política y en religión-
supone un intento de solución a la crisis del pensamiento creada por la nueva ciencia y el
hundimiento de la escolástica. Un cartesiano, Leibniz, luchará denodadamente en favor de la
unidad política y religiosa de Europa. Pero, en definitiva, el cartesianismo acentúa la crisis:
desencadena incontables polémicas filosóficas y teológicas, plantea problemas irresolubles,
rompe con el pasado y suscita la aparición de personalidades tan controvertidas como Pascal
y, sobre todo, Spinoza.
En conclusión, el siglo XVII es un siglo en plena crisis y que, en su esfuerzo por encontrar un
nuevo equilibrio, suscita crisis aún mayores. Los espíritus demuestran tal vitalidad y
creatividad que se desemboca en lo que se ha llamado “la crisis de la conciencia europea” que
conduce al “Siglo de las luces”, el siglo XVIII.
Serán el racionalismo y el empirismo las dos grandes corrientes filosóficas que llenan el siglo
XVII, prolongándose la segunda en el siglo XVIII. El racionalismo se desarrolla en el
continente -Francia, Holanda, Alemania, principalmente bajo el impulso de Descartes (todos
los filósofos de la época son, de algún modo, cartesianos o anticartesianos), y el empirismo,
orientación filosófica dominante en Inglaterra, será la réplica al racionalismo continental.

SU VIDA
René Descartes nació el 31 de Marzo de 1596 en La Haya, una pequeña y atractiva ciudad de
Touraine (Francia), situada a orillas del río Creuse, en una familia de funcionarios de la baja
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nobleza: Su padre era consejero del Parlamento de Bretaña. De su madre, que murió un mes
después de su nacimiento, heredó una tos seca y una fisonomía pálida, que mantuvo hasta los
veinte años, además de una fortuna que le permitió vivir con independencia económica. Como
era un niño delicado, se daba por supuesto que no viviría mucho tiempo. Sin embargo él
dedicó su forzosa inactividad a satisfacer una temprana pasión por el estudio.
A los diez años, su padre lo envió a La Flèche, un colegio de los jesuitas, fundado por Enrique
IV y recientemente inaugurado en Anjou, en donde permaneció ocho años y medio (1606-
1614) y en el que recibió una educación excelente que abarcaba la Lógica, la Filosofía moral,
la Física y la Metafísica, la Geometría Analítica y el Álgebra Moderna, así como una cierta
familiaridad con el recientemente descubierto telescopio de Galileo. En La Flèche surgen ya,
de forma precoz, las características principales de su mente. Una vez introducido en el
conocimiento de los clásicos, se enamoró de la poesía. Lejos de ser un "geómetra que sólo es
un geómetra" (una descripción que de él haría Pascal), Descartes escribió un ensayo de
juventud, la Olympica: "En los escritos de los poetas hay sentencias más serias que en los de los filósofos.
La razón es que los poetas las escribieron movidos por el entusiasmo y el poder de la imaginación. En cada uno
de nosotros existen, cual pedernales, chispas de conocimiento ocultas. Los filósofos las manifiestan a través de
la razón; los poetas las exteriorizan por medio de la imaginación, y son mucho más brillantes."
Una de las cualidades más llamativas de Descartes, y a la vez una de las más peligrosas, fue
su fluidez mental. Uno de sus compañeros de colegio describía así su habilidad en las
discusiones. En primer lugar, trataba de ponerse de acuerdo con sus oponentes sobre las
definiciones y acerca del significado de los principios que estaban dispuestos a aceptar, y
después construía con ellos una argumentación deductiva singular que era muy difícil de
debatir. En La Flèche adquirió, además, un hábito que perduraría durante toda su vida. Se le
eximió de ciertas obligaciones y se le permitía quedarse en cama hasta más tarde de lo que era
habitual entre sus compañeros. Así encontró la posibilidad de dedicarse más plenamente a su
inclinación natural, el pensamiento concentrado y solitario.
Pero Descartes queda decepcionado de la enseñanza recibida, como contará más tarde en el
Discurso del método. Había tenido excelentes profesores y había leído todos los libros que
habían caído en sus manos; no obstante, dice, "me embargaban tantas dudas y errores que,
procurando instruirme, no había conseguido más provecho que el de reconocer más y más mi
ignorancia". La filosofía aprendida -a base de resúmenes y comentarios de las obras de
Aristóteles- le deja un mal sabor de boca: no hay en ella cosa alguna que no sea objeto de
disputa y que, por tanto, no sea dudosa". Sin embargo, gran parte de la terminología que usará
más tarde Descartes está tomada de la escolástica (aunque cambiando con frecuencia la
significación) y en el cartesianismo reaparecen algunos temas agustinianos. “En cuanto a las
demás ciencias -prosigue-, como toman sus principios de la filosofía, juzgaba yo que no se
podía edificar nada sólido sobre cimientos tan poco firmes". Sólo encuentra satisfacción en las
matemáticas, "Por la certeza y evidencia de sus razones", pero se extraña de que “siendo sus
cimientos tan sólidos y firmes, no se hubiese construido sobre ellos nada más elevado". En
consecuencia, Descartes toma esta decisión: "abandoné completamente el estudio de las letras
y, resuelto a no buscar otra ciencia que la que pudiera hallar en mí mismo, o bien en el gran
libro del mundo, empleé el resto de mi juventud en viajar, en ver cortes y ejércitos, en tratar
gente de diversos humores y condiciones, en recoger varias experiencias, en ponerme a mí
mismo a prueba…”
Cuando cumplió los veinte años, una vez graduado en leyes por la Universidad de Poitiers,
Descartes fue a París. Allí se convirtió en un joven elegante y desocupado. No obstante, sus
pensamientos pronto volvieron a preocuparse por las Matemáticas y la Filosofía. Se vio
animado por sus amigos, entre los que cabe destacar el padre mínimo Marín Mersenne, al que
había conocido en La Flèche. Mersenne era, a su vez, un matemático competente y un hábil
experimentador. Su celda del convento sito en la Place Royale servía de lugar de reunión de
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los savants, convirtiéndose así en un antecedente de la Academia de Ciencias (de París),


fundada más adelante en el mismo siglo. Mersenne, además, logró mantener una amplia
correspondencia, de la que sólo se ha publicado una parte, y de esta forma fue el centro de
información científica en una época en la que las revistas científicas todavía no existían.
Tradujo además los Dialogi y los Discorsi de Galileo. Hasta el final de su vida, Mersenne fue
el mejor amigo de Descartes, y cuando, en 1628, por decisión propia, Descartes dejó Francia
para siempre, Mersenne, desde París, le mantuvo constantemente informado de las novedades
científicas.
En 1618, Descartes se alistó en el ejercito del príncipe Maurice de Nassau (posteriormente
príncipe de Orange), director de la Escuela Internacional de Guerra, como caballero
voluntario. Fue enviado a la guarnición de Breda, en Holanda, en donde en aquel momento
había una tregua entre las fuerzas franco-holandesas y las españolas, bajo cuyo dominio se
hallaban sometidos los Países Bajos. En ese período sus intereses fueron los que corresponden
a un oficial del ejército: la balística, la acústica, la perspectiva, la ingeniería militar y la
navegación.
Un día -el 10 de noviembre de 1618- se encontró con un grupo de gente arremolinada ante un
cartel que se hallaba expuesto en la calle. Estaba escrito en flamenco y Descartes,
dirigiéndose a una de las personas del grupo, le pidió que se lo tradujera al latín o al francés.
El cartel era un desafío que instaba a los que lo leían a resolver el problema matemático que
en él se proponía. La persona a la que Descartes se dirigió para que se lo tradujera era Isaac
Beeckman, uno de los matemáticos más eminentes del país. Descartes resolvió el problema y
presentó su solución a Beeckman, quien reconoció al instante su genio matemático y se
propuso reavivar el interés del joven por los problemas matemáticos. Durante aquel invierno
Beeckman le propuso a Descartes que encontrase la ley matemática que rige la aceleración de
los cuerpos que caen. Ninguno de ellos sabía que Galileo había resuelto ya dicho problema.
Su solución apareció en su obra Dialogi de 1632. Descartes estableció diversas soluciones,
basadas en hipótesis diferentes. El hecho de que ninguna de ellas fuese acorde con el modo
como caen realmente los cuerpos no le preocupó en absoluto. Por aquel entonces Descartes
aún no había de conjugar el análisis matemático con la experimentación.
Debemos al diario de Beeckman, descubierto en 1905, el haber arrojado luz sobre este
período de la vida de Descartes. Fue un período de autodescubrimiento: la mente del joven
pasaba con gran celeridad de unas cuestiones a otras. Fue precisamente en esta época cuando
Descartes dio con la pista del método con el que intentar unificar el conocimiento humano en
base a un conjunto central de premisas.
El 26 de marzo de 1619 Descartes informó a Beeckman "acerca de una ciencia, enteramente nueva,
que le iba a permitir resolver todos los problemas que se pueden proponer acerca de cualquier clase de
cantidades, continuas o discontinuas, cada una de acuerdo con su naturaleza..., de forma que, en Geometría,
casi nada quedaría ya por descubrir". De esta manera Descartes anunciaba el descubrimiento de la
Geometría Analítica o, como la describiría Voltaire, "del método que permite asignar ecuaciones
algebraicas a las curvas". En el siglo XIV Nicolás de Oresme, compatriota de Descartes, hizo una
ligera contribución a esta idea. En el siglo XVII, Pierre de Fermat, contemporáneo de
Descartes, había hecho el mismo descubrimiento de forma completamente independiente,
pero no lo llevó adelante. Sin embargo, Descartes no publicaría su descubrimiento hasta el
año 1637 cuando, en su ensayo Géométrie incluyó una exposición de los principios y de
algunas de sus aplicaciones. Este texto nos ofrece la demostración que da Descartes de que las
secciones cónicas de Apolonio se hallan todas contenidas en un único conjunto de ecuaciones
cuadráticas, y, con ello, Descartes pone de manifiesto el carácter general de su
descubrimiento. Pero, dado que las secciones cónicas incluyen a las circunferencias de los
antiguos astrónomos, las elipses de Johannes Kepler y la parábola utilizada por Galileo para
describir la trayectoria de un proyectil, es claro que, con esta primera invención, Descartes
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facilitaba a los físicos una poderosa herramienta. Sin dicha herramienta incluso Newton se
habría visto severamente limitado.
A finales de 1619, exactamente un año después de su encuentro con Beeckman, Descartes
tuvo una famosa experiencia, quizás la más importante de su vida y, sin duda, la más
dramática. Se había alistado en el ejército del duque de Baviera, otro de los aliados de Francia
en la Guerra de los Treinta Años, y se hallaba en los cuarteles de invierno en un remoto lugar
a orillas del Danubio. El día 10 de noviembre, abstraído en sus pensamientos, se encontró
completamente solo en la famosa poèle (literalmente "estufa", pero que, de hecho, significaba
habitación caldeada). En el transcurso de aquel día había tomado importantes decisiones. En
primer lugar, decidió que debía dudar metódicamente de todo lo que sabía acerca de la Física
y de los restantes conocimientos organizados, y que debía encontrar ciertos puntos de partida
evidentes en sí mismos que le permitiesen reconstruir todas las ciencias. En segundo lugar,
decidió que, de la misma forma que una obra de arte o de arquitectura perfecta es siempre el
producto de una sola mano maestra, así él debía llevar a cabo, por si solo, su programa4.
Siguió como mercenario hasta 1622, hallándose presente en la batalla de Praga y en los
asedios de Pressburg y Neuhäusel. Después, abandona el ejército y comienza una época de
viajes, dedicándose a "rodar por el mundo, procurando ser más bien espectador que actor en
las comedias que en él se representan", recorriendo Europa desde Polonia a Italia 5. En 1625
regresó finalmente a París. Aquí volvió a entrar en contacto con el círculo de Mersenne,
trabajó en su "matemática universal" y se embarcó en especulaciones sobre gran cantidad de
cuestiones diversas que iban de la psicología moral a la prolongación de la vida. Al igual que
a sus ociosos contemporáneos, el torbellino de la vida social, la música, las lecturas frívolas, y
el juego le distraían de tales cometidos. Su padre llegó a expresar la opinión de que "no valía
para nada, salvo para acicalarse".
Fue entonces cuando ocurrió un suceso que cambió su misión en la vida. Se hallaba presente,
junto con un elegante e impresionante auditorio, incluido su amigo Mersenne y el influyente
cardenal De Bérulle, en una reunión en la mansión del nuncio papal, para escuchar como un
tal Chandoux exponía su "nueva filosofía". Descartes fue el único de los asistentes que no
aplaudió. Instado a dar su opinión, habló extensamente, demostrando como era posible para
un hombre inteligente establecer un razonamiento aparentemente convincente de una
proposición y también de su contraria, mostrando además que, utilizando lo que él llamaba su
"método natural", incluso los pensadores mediocres podían establecer principios cuyos
fundamentos se hallaba enraizados en la verdad. Sus oyentes quedaron atónitos. Cuando, unos
días más tardes, Descartes visitó a Bérulle el cardenal le encargó que dedicara su vida a
conseguir que su método fuese aplicable a la filosofía y a "la mecánica y la medicina".

4
Aquella noche, según su biógrafo del siglo XVII Adrian Baillet, Descartes tuvo tres sueños. En el primero se
hallaba en una calle barrida por un viento muy intenso. Se veía completamente incapaz de mantener el equilibrio
a causa de la debilidad de su pierna derecha, pero los compañeros que se hallaban junto a él lo sostenían
firmemente. Descartes despertó y se durmió de nuevo. Entonces le despertó el estruendo de un trueno que había
llenado la habitación de chispas; era también un sueño. Se durmió de nuevo y soñó que encontraba un
diccionario, encima de su mesa. Entonces, en otro libro, su vista "tropezó con las palabras Quid vitae sectabor
iter? (¿Qué clase de vida debo seguir?). Y, a la vez, se presentó un hombre, que le era desconocido, con unos
versos que empezaban con las palabras Est et non, que le recomendó encarecidamente". Descartes reconoció en
estas palabras la primera línea de dos poemas Ausonius. Incluso antes de despertarse definitivamente, Descartes
había empezado ya a interpretar el primer sueño como una advertencia hacia los errores pasados, el segundo
como el descenso del espíritu de la verdad para tomar posesión de él, y el tercero como indicándole que se le
habrían los tesoros de todas las ciencias y el camino del conocimiento verdadero. No obstante, este incidente
puede haber sido elaborado por el propio Baillet como un elemento retórico que simbolizase la certeza que
Descartes tenía en la validez de su forma de aproximarse al conocimiento verdadero.
5
Es un período de nueve años en los que se dedica a liberarse de errores e ir ensayando el método, al final del
cual escribe las Reglas para la dirección del espíritu (1628), que no concluye y que se publican tras su muerte.
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En Octubre de 1628, Descartes partió hacia Holanda, donde desea vivir tan retirado y solitario
como en un “apartado desierto", disfrutando de ''los frutos de la paz” y dedicado a su gran
empresa filosófica y científica, y en donde permaneció el resto de su vida, salvo tres breves
visitas a Francia y su viaje a Estocolmo en 1649, el último que realizaría. Evitó la compañía
de todo el mundo salvo la de sus amigos y discípulos, y dedicó su tiempo a la aplicación de
sus principios a la filosofía, la ciencia y las matemáticas y a la divulgación de sus
conclusiones.
En 1633 tiene concluido su Tratado del mundo, pero entonces tiene lugar la condena de
Galileo en Roma. Esto trastorna sus planes, y decide no publicar la obra. El 22 de julio escribe
a Mersenne:
"Me ha sorprendido de tal manera que he estado a
punto de quemar todos mis papeles. [ ... ] Confieso
que si el movimiento de la Tierra es falso, todos los
fundamentos de mi filosofía lo son también, ya que se
demuestra a partir de ellos con toda evidencia, y se
encuentra de tal modo ensamblado con todas las
partes de mi "Tratado", que no podría eliminarlo sin
convertir en defectuoso todo el resto".
Sin embargo, Descartes no renuncia a dar a
conocer una parte de su física, y en 1637 la
publica parcialmente, precedida por la exposición del método Discurso del método para
dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias, seguido de "La Dióptrica", "Los
Meteoros, y "La Geometría", que son ensayos de este método.
En 1641 aparecieron las Meditaciones de Filosofía Primera, acompañadas por seis series de
críticas de filósofos contemporáneos (Hobbes, Arnauld y Gassendi) y teólogos, así como las
Respuestas de Descartes a las mismas. En 1644 publica Los principios de la filosofía, obra
dividida en cuatro partes. La primera es filosófica, y las otras tres tratan sobre "los principios
de las cosas materiales", sobre “el mundo visible”, y “sobre la Tierra". Descartes se muestra
extraordinariamente prudente para evitar cualquier tipo de condena, lo cual le conduce a
posturas ambiguas respecto al movimiento de la Tierra y frente al aristotelismo. Más tarde se
dedicará sobre todo –a cuestiones morales, publicando en 1649 su última obra: Tratado de las
pasiones. El Tratado del mundo y su continuación natural, el Tratado del hombre, fueron
publicados en París en 1664, catorce años después de su muerte.
El éxito fulgurante y la novedad de la filosofía cartesiana desataron numerosas polémicas. Es
desde la Universidad, dominada por la enseñanza aristotélica, desde donde más se le ataca.
Pero también surgen los discípulos y los entusiastas, a veces más peligrosos aún por su mala
comprensión de la nueva filosofía. Cansado de la lucha, Descartes acepta la invitación de la
reina Cristina de Suecia, y en octubre de 1649 llega a Estocolmo. Allí muere poco después, el
11 de febrero de 16506.

SU PENSAMIENTO
El Racionalismo

6
Descartes acepta (tras muchas dudas) una invitación a viajar a Estocolmo para hacerse cargo de la educación de
la reina Cristina de Suecia. Se le pidió que acudiera a palacio a realizar sus tareas de tutor a las cinco en punto de
la madrugada, lo cual produjo una ruptura tal en sus hábitos (había mantenido la costumbre de permanecer en la
cama hasta altas horas de la mañana) que le llevaron a contraer una grave neumonía. Murió al poco de haber
cumplido los cincuenta y cuatro años de edad.
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Las expresiones “racionalismo” y “racionalista” datan -al menos- del siglo XVII y reciben
diversos significados, siendo quizá el más extendido el siguiente: “Racionalismo: Doctrina de
los que no reconocen como fuente de conocimiento más que la razón, rechazando, por tanto,
la revelación y la fe”. Sin embargo, para los historiadores de la filosofía posee un sentido más
restringido: Racionalismo es la corriente filosófica iniciada por Descartes definida por:
1° Confianza plena en la razón humana: La “razón” es la única facultad que puede conducir
al hombre al conocimiento de la verdad. “Razón” se opone, pues, no a fe-revelación, sino a
los sentidos, la imaginación y la pasión, que son considerados como engañosos. El poder de la
razón radica en la capacidad de sacar de sí misma las verdades primeras y fundamentales,
llamadas ideas innatas, a partir de las cuales, y por deducción, es posible obtener todas las
demás, y construir el “sistema del mundo”: la razón es una facultad sistemática y coincide con
la realidad. Reaparece así el postulado de Parménides: lo mismo es el pensar y el ser. La
confianza en la razón es tal que se acepta su valor sin previa crítica; es, como dirá más tarde
Kant, una razón dogmática. Es conocida la frase de Pascal: “No hay por qué oponer la razón y
la fe: la razón es también dogma de fe”.
2º Búsqueda de un nuevo método: Descartes comienza su Discurso del método diciendo: “La
facultad de juzgar bien y de distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que
llamamos "buen sentido" o "razón ", es por naturaleza igual en todos los hombres; por lo
tanto, la diversidad de nuestras opiniones no procede de que unos sean más racionales que
otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por caminos distintos, y no
consideramos las mismas cosas. No basta, ciertamente, tener un buen entendimiento: lo
principal es aplicarlo bien ...”
Por ello, el paso siguiente al reconocimiento del valor de la razón es el encontrar un método
adecuado de razonamiento. Ya Bacon (Novum organum, 1620) había acusado al método
silogístico de Aristóteles de valer únicamente para exponer las verdades ya conocidas, pero no
para descubrir nuevas verdades y ampliar el conocimiento. Se trata, pues, de encontrar un
método de descubrimiento. Y el modelo de este método se encuentra en el método
matemático. Los racionalistas, pues, quieren proceder del mismo modo que los matemáticos
(more geometrico, dirá Spinoza), de tal manera que el sistema filosófico construido posea la
misma evidencia y necesidad que un sistema matemático. El modelo perfecto es, para ellos,
los principios de geometría de Euclides: se tratará, en filosofía, de establecer -al modo de los
geómetras- unas definiciones (construidas a priori por la razón) y unos axiomas de los que
pueda deducirse con evidencia y necesidad un sistema filosófico cerrado y completo.
De hecho, los principales racionalistas elaboraron y describieron su propio método: Descartes
escribió su Discurso del método; Spinoza, un Tratado de la reforma del entendimiento;
Leibniz, una Ars combinatoria, además de concebir el grandioso proyecto de una “matemática
universal”. Es el siglo de la “lucha por el método”.
3º Subjetividad y realidad: Descartes -y menos claramente Spinoza- aceptan la visión
científica del mundo vigente en el siglo XVII: el mecanicismo. El mundo es una máquina para
cuya explicación no son precisas ni las formas substanciales, ni las “cualidades ocultas”, ni la
ordenación finalística de los aristotélicos. Basta recurrir a partículas de materia extensa y a
causas eficientes (que no son sino movimientos que dan lugar a otros movimientos), todo ello
según las leyes de la mecánica. Descartes se dejó seducir por esta explicación, y la extendió
incluso a los cuerpos animados (animales, cuerpo humano). Pero dejó aparte el alma humana,
substancia pensante, haciendo de ella un mundo independiente. El Universo queda
fraccionado en dos: la máquina y el pensamiento, y el pensamiento encerrado en sí mismo.
El pensamiento medieval era profundamente objetivista y realista: el hombre es un ser
volcado hacia un mundo de cuya realidad es imposible dudar. Ahora, en el siglo XVII, triunfa
un subjetivismo que ya apuntaba en el Renacimiento (Campanella, por ejemplo): el hombre es
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un ser vuelto sobre sí mismo, que no conoce directamente sino su propio pensamiento. Las
cosas son sólo conocidas en las ideas, no directamente (inmanencia) en sí mismas. Por ello, es
posible dudar de su existencia. La realidad del mundo ya no es evidente: ha de ser deducida.
Por supuesto, la no-evidencia de la existencia del mundo se refiere únicamente a una no-
evidencia filosófica. Por esta razón, el problema del conocimiento se convierte en el problema
fundamental de la filosofía moderna. O, por lo menos, en el problema previo a cualquier otro.
Sin embargo, la tesis racionalista de la identidad entre razón y realidad permite a Descartes y
a los cartesianos construir una metafísica de altos vuelos, basada en el concepto de substancia.
“Substancia” es, pues, la primera idea “innata”, de la que todo derivará por un estricto proceso
deductivo. Los racionalistas son, ante todo, metafísicos, y con ellos la metafísica alcanza un
nivel comparable al de la metafísica de Aristóteles. Y habrá que esperar hasta Hegel (s. XIX)
para encontrar una metafísica comparable a la metafísica racionalista.

Su pensamiento
No hallaremos en el pensamiento de Descartes una
verdadera evolución -en el sentido de
transformaciones notables- sino un esfuerzo
continuado por desarrollar una idea y concluir un
trabajo.
En el Discurso del método propone Descartes una
significativa comparación: “Los edificios que ha
emprendido y acabado un solo arquitecto suelen ser más bellos
que aquellos otros que varios han tratado de restaurar,
sirviéndose de antiguos muros construidos para otros fines ”.
Toda la sabiduría de la época es un viejo edificio falto
de unidad e inservible. Hay que derribar y construir
un nuevo edificio enteramente unitario. Pero
Descartes fue algo más modesto en su intento. No se
derriba una ciudad entera, pero algunos hombres echan abajo sus viviendas particulares para
reedificarlas de nuevo: “Mis designios no han sido nunca otros que tratar de reformar mis propios
pensamientos y edificar sobre un terreno que fuera enteramente mío ”. Si lo que él hace vale para otros,
tanto mejor.
El proyecto cartesiano supone la unificación de todas las ciencias en una sola. Ello es posible,
ya que, según Descartes:
1º “Todas las ciencias no son sino la sabiduría humana, que permanece siempre una y la misma por más que
sean diferentes los objetos a los que se aplica: esta variedad no la diversifica, como tampoco se diversifica la
luz del sol al iluminar la variedad de objetos” (Reglas, 1).
2º Existe un método universal, único para todas las ciencias. Al afirmar esto, Descartes se
opone radicalmente a la filosofía aristotélica. Aristóteles afirmaba, por ejemplo, que la
geometría y la aritmética eran ciencias distintas y que, por lo tanto, los métodos aritméticos no
podían valer en geometría; además, que las matemáticas no podían utilizarse para interpretar
la realidad. Descartes, por el contrario, al desarrollar todas las posibilidades de la geometría
analítica –ya iniciada por Oresme y Fermat- y al desarrollar un método de carácter
matemático para interpretar la realidad -siguiendo en esto a Kepler y Galileo-, adopta la
actitud contraria.
3º Aunque, por supuesto, existen ciencias distintas, todas ellas forman una unidad orgánica:
"Toda la filosofía es como un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física, y las ramas que salen
de este tronco son todas las demás ciencias, las cuales se pueden reducir a tres principales: la medicina, la
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mecánica y la moral. Quiero decir la más elevada y perfecta moral, que, al presuponer un completo
conocimiento de las otras ciencias, es el último grado de la sabiduría, (Principios, Carta al traductor).
4º En conclusión: Si el proyecto cartesiano supone la
unificación de todas las ciencias en una nueva ciencia
única, este proyecto supone: a) la formulación de un
método; b) la formulación de unas normas de moral
provisional (puesto que la moral definitiva sólo puede
ser construida al final); y e) el desarrollo de las
diversas ciencias, comenzando por la metafísica -que
“Contiene los principios del conocimiento”-,
siguiendo por la física -en la que “Se examina cómo
está compuesto el Universo en su conjunto”, y
concluyendo por las demás ciencias. El hecho de que
la metafísica se incluya entre las ciencias (cosa que
negarán los empiristas y Kant), y que sea su “raíz”,
determinará todos los desarrollos científicos de
Descartes: su física no será exclusivamente “Científica”, en el sentido moderno de la palabra,
sino que se basará en presupuestos metafísicos. Ése será el principal atractivo -pero también la
gran debilidad- de la física cartesiana.

El Método
"Por método entiendo lo siguiente: unas reglas ciertas y fáciles, gracias a las
cuales todos los que las observen exactamente no tomarán nunca por
verdadero lo que es falso, y alcanzarán, sin fatigarse con esfuerzos inútiles,
sino acrecentando progresivamente su saber, el conocimiento verdadero de
todo aquello de que sean capaces” (Reglas, 4).
El método, pues, permitirá evitar el error (primera ventaja).
Además, no es un simple método de exposición o demostración
de lo que ya se conoce (como es el caso, según Descartes, de la
lógica aristotélica), sino que permite aumentar los conocimientos,
descubrir nuevas verdades: es un ars inveniendi (segunda
ventaja). Todas las reglas del método se resumen en estas cuatro,
según el Discurso del método:
(1) Evidencia, (2) análisis, (3) síntesis y (4) comprobaciones
(1) "No admitir jamás como verdadero cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era; es decir, evitar
cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios más que lo que se presentase a
mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda”.
(2) Dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuese posible, y
cuantas requiriese su mejor solución.
(3) Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y
más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados, hasta el
conocimiento de los más compuestos; y suponiendo un orden aun entre aquellos que no se
preceden naturalmente unos a otros. Y
(4) Hacer, en todo, enumeraciones tan completas, y revisiones tan generales, que estuviera
seguro de no olvidar nada, (Discurso del método).
La aparente simplicidad de este método -en las Reglas se encuentra mucho más desarrollado-
resulta desconcertante a primera vista. Responde al deseo mismo de Descartes: el método ha
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de ser fácil y sencillo de seguir. Sin embargo, encierra numerosas cuestiones que han de ser
examinadas más despacio:
a) Descartes se inspira en el método de “resolución y composición, de la escuela de Padua, en
el que también se inspira Galileo. Pero es notable que Descartes no haga alusión ninguna al
experimento (a pesar de que no dejó de hacerlos en algunas ocasiones). Ello indica hasta qué
punto la metodología de Descartes da preferencia al análisis conceptual (no experimental) y a
la deducción puramente racional. En este sentido, el método cartesiano se relaciona
directamente con el método deductivo de Euclides (pero expresado según una terminología
cercana al método paduano): una larga cadena de deducciones a partir de unos principios
simples y evidentes (definiciones y axiomas).
b) Primera regla. El método presupone una confianza absoluta en la razón: ésta es, de por sí,
infalible. Sin embargo, puede ser desviada por los prejuicios, la precipitación, las pasiones,
etc. Por ello, la primera regla dice que sólo se ha de aceptar como verdadero aquello que
aparece con absoluta evidencia. Pero la evidencia se da únicamente en la intuición, es decir,
en un acto puramente racional por el que la mente “ve” de modo inmediato y transparente una
idea. El sello propio de las ideas evidentes e inmediatamente intuidas es doble: han de ser
claras y distintas.
Al formular esta primera regla, Descartes introduce un nuevo concepto de verdad: ya no
consiste en la “adecuación” del pensamiento con la realidad (concepto escolástico de verdad),
sino que es una propiedad de las ideas en sí mismas: la verdad es inmanente al espíritu.
c) Segunda y tercera reglas. Indican cómo se ha de proceder para alcanzar la verdad, y qué
hay que hacer cuando ya se está en posesión de ideas claras y distintas. Se trata de un
procedimiento de análisis-síntesis: el problema a estudiar ha de ser analizado hasta encontrar
sus elementos más simples – las naturalezas simples, en la expresión cartesiana-, los cuales
pueden ser intuidos mediante ideas claras y distintas. Una vez en posesión de las “naturalezas
simples”, se procede, inversamente, a recomponer la cuestión por un procedimiento semejante
al empleado en geometría: la síntesis es un proceso ordenado de deducción que encadena unas
ideas a otras (síntesis deductiva).
El concepto de naturaleza simple tiene gran importancia en Descartes. Es el resultado a que se
llega en el proceso analítico del método. He aquí un ejemplo:
“No se puede decir que un cuerpo esté compuesto de corporeidad, extensión y figura, ya que estas
partes no existen como distintas las unas de las otras; pero por relación a nuestro entendimiento
decimos que está compuesto de estas tres naturalezas, puesto que nos las hemos representado cada una
de ellas por separado antes de haber podido juzgar que se encuentran las tres reunidas en un mismo
sujeto” (Reglas, 12).
Las dos “naturalezas simples”, más importantes que considera Descartes son la extensión y el
pensamiento. Además, para Descartes las naturalezas simples, y, en general, todos los
principios de los cuales se puede deducir legítimamente algo, son ideas innatas. Esta
expresión significa para Descartes "ciertos gérmenes de verdades que están naturalmente en
nuestras almas". No se trata de ideas que ya estén presentes en la mente del niño nada más
nacer (reminiscencia platónica), sino más bien de ideas que están potencialmente en la mente
y surgen con ocasión de determinadas experiencias. Aquí, como en algunos otros aspectos,
Descartes parece inspirarse en San Agustín.
d) Cuarta regla. Puesto que es la evidencia intuitiva lo que garantiza la verdad de nuestros
conocimientos, Descartes exige que se hagan frecuentes comprobaciones del análisis y
revisiones del proceso sintético, de tal modo que se pueda abarcar todo el conjunto de un solo
golpe de vista y se pueda poseer una total evidencia intuitiva del mismo.
La Metafísica
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Para construir la metafísica, “la raíz del árbol de la ciencia”, deberá Descartes, en primer
lugar, establecer una primera verdad absolutamente evidente, de la que se pueda deducir todo
lo demás. A partir de ella, y en segundo lugar, construirá un sistema deductivo de explicación
de la realidad basado en la idea de substancia
a) El “Cogito”
La “moral provisional” cartesiana se basa en meras probabilidades (segunda máxima), es
decir, en “seguir opiniones que sabemos muy inciertas como si fueran indudables “. Pero para
fundar la filosofía hay que basarse únicamente en evidencias absolutas, en ideas “claras y
distintas”. ¿Cómo proceder? Descartes escoge el camino de la duda: dudar de todo para ver si
queda algo que resista a toda duda, es decir, un resto indubitable y cierto. Éste es el famoso
pasaje del Discurso del método (en el que hay resonancias agustinianas):
''Deseando yo en esta ocasión tan sólo buscar la verdad, pensé que debía [ ... ] rechazar como
absolutamente falso todo aquello en que pudiera imaginar la menor duda, para ver si, después de
hecho esto, no me quedaba en mis creencias algo que fuera enteramente indudable. Así, puesto que los
sentidos nos engañan a veces, quise suponer que no hay cosa alguna que sea tal como ellos nos la
hacen imaginar. Y como hay hombres que se equivocan al razonar, aun acerca de las más sencillas
cuestiones de geometría, y cometen paralogismos, juzgué que estaba yo tan expuesto a errar como
cualquier otro, y rechacé como falsos todos los razonamientos que antes había tomado por
demostraciones. Finalmente, considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando
despiertos pueden también ocurrírsenos estando dormidos, sin que en tal caso sea verdadero ninguno,
resolví fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más ciertas
que las ilusiones de mis sueños. Pero advertí en seguida que, aun queriendo pensar, de este modo, que
todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y al advertir que esta verdad
-pienso, luego soy (cogito, ergo sum; je pense, donc je suis)- era tan firme y segura que las
suposiciones más extravagantes de los escépticos no eran capaces de conmoverla, juzgué que podía
aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que buscaba” (Discurso del
método, 4).
Sobre este texto pueden hacerse las siguientes indicaciones:
1º Descartes utiliza la duda “tan sólo para buscar la verdad”. Dudar de todo es sólo un
procedimiento metodológico para encontrar una verdad indubitable. Descartes, pues, no es un
escéptico en ningún momento. La duda no es para él la postura mental definitiva; ni siquiera
la postura inicial: parte de la confianza en la posibilidad de alcanzar la verdad. Por eso su
duda es sólo una duda metódica.
2º El criterio de la duda se aplica entonces a todas las creencias, especialmente a las que
parecen más sólidas y evidentes. Si es posible dudar de ellas, deben, de momento, dejarse de
lado (aunque se recuperen más tarde):
no pueden valer como fundamento
sólido de la metafísica. En primer lugar,
es posible dudar de la información dada
por los sentidos (cosa bastante lógica en
un racionalista): si los sentidos nos
engañan a veces, se podría suponer que
nos engañan siempre. En segundo lugar
(y esto es ya más notable en un
racionalista), también es posible dudar
de nuestros razonamientos, puesto que a
veces nos equivocamos en
razonamientos muy sencillos -iincluso
en geometría!-, pero los tomamos como
verdaderos. En tercer lugar, es posible
dudar incluso de la realidad del mundo que nos rodea: ¿cómo distinguir la realidad de las
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ilusiones del sueño? (resuena aquí, sin duda, un tema de la época: ¿no es la vida un
“Sueño”?).
3º La duda, pues, parece haber eliminado todas las creencias, y los escépticos tendrían razón.
Pero, de pronto, en el interior mismo del acto de dudar, surge un “resto indubitable”, algo que
resiste toda duda: “estoy dudando”· Lo único, pues, que no puede eliminar la duda es la duda
misma, el acto de dudar: al dudar “pongo”, -no elimino- la duda. Y Descartes concluye un
poco precipitadamente: “Pienso, luego existo”; ése será el primer principio absolutamente
evidente de la filosofía.
4º La interpretación del “Cogito” ha dado lugar a una gran cantidad de discusiones, de las que
hay que destacar, al menos, esto:
• Es notable que no se diga: “dudo, luego ... ", sino: “pienso, luego ... “. Para Descartes
“pensamiento”, (cogitatio, pensée) es todo aquello que ocurre en nosotros: dudar, entender,
afirmar, negar, querer, imaginar, sentir; es decir, todo acto consciente del espíritu. Todo
pensamiento goza, pues, del carácter evidente de la duda. Ello implica una postura
subjetivista: la evidencia se da sólo en el interior del sujeto; lo que es evidente es, ante todo, el
acto de pensar, que “hay pensamiento”, que “hay ideas”. Lo pensado en la idea - el objeto del
pensamiento- ya no es inmediatamente evidente.
• “Pienso, luego existo” no es una deducción (a pesar de ese “luego” de la fórmula), sino una
intuición, es decir, una evidencia inmediata, una idea clara y distinta (no un razonamiento, en
el cual podría ocultarse algún error).
• El significado del “Cogito” es, quizá, el siguiente: Descartes parte de su propia interioridad,
de los pensamientos que descubre en sí mismo, y a partir de ahí llega a la existencia: el Yo
como un pensamiento que existe. De este modo se echa un puente entre el puro pensamiento,
encerrado en sí mismo, y la realidad del mundo de las existencias. En el “pienso, luego soy
(existo)” se intuye que el "YO” existe como una substancia “cuya total esencia o naturaleza es
pensar”. De este modo se empieza a construir la filosofía cartesiana a partir de esta primera
verdad evidente, y utilizando un concepto fundamental: el concepto de substancia.
b) La substancia
Descartes emplea como sinónimos las palabras “substancia” (substantia) y “cosa” (res), lo
cual ya es una indicación importante: la substancia es lo concreto existente. Lo propio de la
substancia es la existencia, pero no cualquier forma de existencia, sino la existencia
independiente: no necesita de nada más que de ella misma para existir.
• Descartes opera como los geómetras al definir la substancia: construye la definición de un
modo totalmente a priori (como se construye la definición del círculo, por ejemplo), y no
considera que tenga que justificarla. Tampoco Euclides justifica sus definiciones: las
construye para, a partir de ellas, comenzar a hacer demostraciones.En un sistema axiomático,
en efecto, las definiciones no se demuestran, al contrario, son - junto con los axiomas- los
principios de toda demostración. La definición cartesiana de substancia es la siguiente:
“Cuando concebimos la “substancia", concebimos solamente una cosa que existe de tal manera que no tiene
necesidad sino de sí misma para existir” (Principios , 1, 51).
De esta definición se seguiría que sólo Dios es substancia, puesto que las criaturas necesitan
de Dios para existir (Dios da la existencia -y luego la conserva- a todas las criaturas). De ahí
que Descartes diga que el concepto de “Substancia” no se refiere del mismo modo a Dios y a
las criaturas, y que, por tanto, haya dos clases de substancias:
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- la substancia infinita (Dios), a quien conviene absolutamente esta definición;


- las substancias finitas (almas y cuerpos), que no necesitan de nada más para existir, salvo de
Dios. Por tanto, una substancia finita no necesita, para existir, de ninguna otra substancia
finita: el alma, por ejemplo, no necesita del cuerpo para existir. De aquí se sigue,
inmediatamente, el dualismo cartesiano.
• Por otro lado, Descartes dice que a cada substancia le corresponde un atributo. El “atributo”
constituye la esencia de la substancia y se identifica con ella. Cada tipo de substancia posee
un solo atributo: el alma es pensamiento, y los cuerpos son extensión.
• En tercer lugar, las diversas formas como está dispuesta la substancia se llaman modos. Por
ejemplo, un cuerpo (substancia) es extensión (atributo) que tiene una figura determinada
(modo). Substancia, atributo y modo son, pues, los tres conceptos fundamentales de la
metafísica cartesiana.
c) La substancia infinita
El que yo pueda dudar y suspender el asentimiento respecto a lo que a primera vista parece
evidente, demuestra que soy libre; pero también demuestra que soy imperfecto: “hay mayor
perfección en conocer que en dudar”. Descartes descubre entonces en su alma una idea
singular: la idea de perfección. ¿De dónde procede tal idea? No puede haber sido construida
por uno mismo (es lo que Descartes llama una idea facticia), ni venir de fuera (idea
adventicia), ya que ni yo ni las cosas del mundo somos perfectos: tiene que ser una idea
innata, puesta en mí por un ser que realmente sea perfecto: Dios. Dios, por tanto, existe. De
nuevo nos encontramos aquí con el descubrimiento de la existencia -una substancia- a partir
de la idea.
Descartes aporta otras pruebas de la existencia de Dios, entre ellas el “argumento ontológico”,
creado por Anselmo de Canterbury. Pero lo importante es que Dios ocupa la clave de bóveda
del sistema cartesiano:
- La evidencia encuentra su última garantía en Dios. En efecto, se podría dudar incluso de la
misma evidencia; si las ideas claras y distintas son siempre verdaderas es porque Dios -que es
un Dios bueno y veraz, y no un “genio engañador”- no ha podido dotar al hombre de una
facultad de conocimiento que le induzca al error.
- Las substancias se mantienen en la existencia gracias a una “creación continua”.
- El mundo se mueve gracias al primer impulso recibido de Dios (quien también conserva
constante la cantidad de movimiento-reposo).
Todo el sistema cartesiano reposa, pues, sobre la existencia de una substancia infinita, recurso
característico de los sistemas racionalistas.
d) Las substancias finitas
El alma no es sino pensamiento: es una substancia finita cuyo único atributo o esencia es el
pensamiento (cogitatio). Sin embargo, los modos del pensamiento son múltiples: juzgar,
razonar, querer, imaginar, sentir ... , todos ellos actos conscientes. Pensamiento y conciencia
tienen la misma extensión; no hay lugar en el cartesianismo para el inconsciente, y la
psicología occidental lo ignorará prácticamente hasta Freud. Por eso Descartes llama al alma
res cogitans (cosa o substancia pensante). El tipo de razonamiento empleado por Descartes
para demostrar que el pensamiento es el único atributo del alma es muy curioso y se encuentra
ya en Galileo: la ficción mental. Puedo, en efecto - dice Descartes- fingir mentalmente que no
tengo cuerpo, y que no dependo del espacio (y no por ello dejaría de existir), pero no puedo
fingir que no pienso; por tanto, lo que constituye mi esencia es pensar.
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El cuerpo (cualquier cuerpo) no es sino extensión: la extensión es su único atributo o esencia.


Los modos propios del cuerpo son dos: la figura y el movimiento (y reposo). Se acepta, por
tanto, la subjetividad de las “cualidades secundarias” (color, sonido, sabor, etc.). De este
modo, Descartes geometriza el mundo corpóreo, ya que lo reduce a extensión. La física
cartesiana desarrollará las consecuencias de esta doctrina.
La concepción del hombre será, en consecuencia, dualista. Si el alma y el cuerpo son
substancias, no se necesitan mutuamente para existir. Tampoco se ve cómo puro pensamiento
y pura extensión podrían estar unidos y en interrelación. En consecuencia, y en principio, el
hombre no es sino el alma: “Este yo, es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es
enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que él” (Discurso, 4). Sin
embargo, en otros lugares Descartes habla de una unión entre el alma y el cuerpo, empleando
expresiones tomadas de la escolástica. Su pensamiento es, por tanto, bastante fluctuante en
este punto. En cualquier caso, dejó planteado un grave problema: ¿cómo se relacionan alma y
cuerpo en el hombre? Este problema recibe el nombre de “problema de la comunicación de
las substancias”.

La Física
En la metafísica cartesiana se fundamenta -como en su raíz- el tronco del árbol de la filosofía
(para Descartes, “filosofía”, es aún la totalidad del saber), que es la física. Descartes dejó sin
publicar -y quizá incompleto- su Tratado del mundo por el temor que le causó la condena de
Galileo. Con todo, lo esencial de este Tratado -del que se da una breve visión en el Discurso,
5 y 6- aparece en los Principios de la filosofía (1644). Publicó, además, otras obras científicas
de carácter más restringido. Pero siempre se mostró muy cauteloso “,Quiero que lo que he
escrito sea tomado meramente como una hipótesis que quizá está muy alejada de la realidad”.
a) El método científico
Es, evidentemente, una adaptación del método único descrito más arriba. En el mismo
Discurso del método se encuentra la descripción:
“El orden que en esto he llevado ha sido el siguiente:
Primero he procurado hallar en general los principios o primeras causas de todo lo que en el mundo es
o puede ser, sin considerar para ello nada más que a Dios, que lo ha creado, ni sacarlas de otra cosa
que de ciertos gérmenes de verdades que están naturalmente en nuestras almas.
Examiné después cúales eran los primeros y más comunes efectos que podían deducirse de estas
causas, y me parece que por tales medios he hallado cielos, astros, una tierra; y sobre la tierra, agua,
aire, fuego, minerales y otras cosas que, siendo las más comunes y sencillas de todas, son también las
más fáciles de conocer.
Luego, cuando quise descender a las más particulares, se presentaron ante mi consideración tantas y
tan diversas, que no he creído que fuera posible al espíritu humano distinguir las formas o especies de
cuerpos que hay en la tierra de otras muchísimas que podría haber si hubiera sido la voluntad de Dios
ponerlas en ella y, por consiguiente, que no es posible tampoco referirlas a nuestra utilidad, a no ser
que salgamos al encuentro de las causas por los efectos y hagamos uso de varias experiencias
particulares. [ ... ] Me parece que las razones se enlazan en una sucesión tal que así como las últimas
son demostradas por las primeras, que son sus causas, éstas lo son recíprocamente por aquéllas, que
son sus efectos. Y no hay que imaginar que por ello cometo la falta que los lógicos llaman “círculo
vicioso", porque al mostrar la experiencia que la mayor parte de estos efectos son muy ciertos, las
causas de que los deduzco sirven más para explicarlos que para probarlos, y en cambio, dichas causas
quedan probadas por tales efectos. Las he llamado “suposiciones, únicamente para que se sepa que
creo poder deducirlas de aquellas primeras verdades que antes expliqué ...”' (Discurso, 6).
Se trata, pues, de un método deductivo estricto, a partir de la idea de Dios (especialmente, de
Dios como creador y conservador del mundo, y de la inmutabilidad divina), y de ciertas ideas
innatas existentes en la mente humana (“naturalezas simples” como extensión y movimiento,
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y las “leyes de la naturaleza”) . Así pues, se presupone que se han obtenido estas ideas por un
procedimiento de “análisis” (2ª regla del método) y que luego se procede a una “síntesis”, es
decir, a una deducción (3ª regla del método).
Hasta aquí, el procedimiento prescinde de la experiencia, y por eso dice Descartes que “por
este medio se puede conocer a priori toda la diversidad de formas y esencias de los cuerpos”
(Carta a Mersenne, 10 de mayo de 1632). Se procede, además, de las causas a los efectos. La
física es, pues, una larga serie de ordenadas cadenas deductivas que parte de las causas
primeras (Dios y las leyes de la naturaleza) y conduce a demostrar los efectos. Justamente
Descartes reconoce que Galileo ha sabido “examinar los problemas físicos según razones
matemáticas”, pero le reprocha que no ha sabido “examinarlas por orden, y que, sin haber
examinado las primeras causas de la naturaleza, solamente ha investigado las razones de
algunos efectos particulares, por lo que ha construido sin fundamento” (A Mersenne, 11 de
octubre de 1638).
El concepto de causa -que Galileo había rehusado tener en cuenta- se convierte así, junto al de
substancia, en el segundo concepto clave del sistema cartesiano. Éstos serán, justamente, los
dos conceptos que criticarán los empiristas ingleses.
Pero la deducción tiene un límite, según Descartes: llega un momento en que los efectos son
contingentes (dependen de la libre voluntad creadora de Dios) y ya no pueden ser deducidos
necesariamente a partir de sus causas. Es entonces, y sólo entonces, cuando interviene la
experiencia para determinar cuáles de esos efectos son los que de hecho se realizan. La
experiencia vale, pues, para comprobar las “Suposiciones” deductivas, pero sólo a partir de un
determinado nivel del proceso deductivo (las cuestiones “más particulares”). El contraste con
el método de Galileo es, pues, total.
b) Mecanicismo
Pero el método cartesiano tiene otro aspecto importante: utiliza hasta sus últimas
consecuencias el procedimiento metodológico del modelo teórico. El mundo es concebido
según el “modelo” de la máquina. Aquí coincide Descartes con el mecanicismo de los
científicos de la época, aunque con algunas variantes importantes. Todo se reduce a materia y
movimiento. Pero la materia no es sino extensión (res extensa), lo cual conduce a
consecuencias importantes:
- no existen últimas partículas indivisibles (átomos), ya que resulta inconcebible que la
extensión no pueda ser divisible indefinidamente;
- no existe el vacío, sino que todo está lleno de materia (en efecto, si la materia es extensión,
un espacio vacío-extenso sería una contradicción);
- no solamente se niega la objetividad de las “cualidades secundarias” (olor, color ... ), sino
también del peso; y se niega la existencia de cualquier principio activo intrínseco a las cosas.
Esta última cuestión es fundamental. Descartes elimina todas las “cualidades ocultas” de los
aristotélicos, y al hacerlo elimina también todas las “fuerzas”. Así pues, no hay fuerza de
gravedad, ya que no es posible formar una idea clara y distinta de ella. De este modo, todo
movimiento se explica por contacto en el interior de un espacio “lleno”. Y el origen del
movimiento queda sin explicar, salvo que se recurra a Dios, que es lo que precisamente hace
Descartes.
e) Las “leyes de la naturaleza”
Así pues, la máquina del mundo no se mueve en virtud de principios activos internos (no hay
“fuerza” ni nada parecido), ni por una caída en el vacío (no hay vacío). ¿Por qué se mueve? A
esta pregunta acerca de la causa del movimiento, Descartes contesta así:
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• “Dios es la primera causa del movimiento, y conserva siempre la misma cantidad de


movimiento en el mundo” (Principios , 11, 36). Dios, pues, ha creado la materia con
movimiento y reposo, y conserva constante esta misma cantidad de materia y movimiento-
reposo. Tal conservación se deduce de la inmutabilidad divina: Dios no cambia y tampoco
modifica su obra, sino que la conserva siempre igual.
• De la misma inmutabilidad divina derivan las tres leyes de la naturaleza (que son, por tanto,
obtenidas a priori, no por inducción). Según Descartes son “las causas segundas de todos los
movimientos”, y se fundamentan en la inmutabilidad divina:
“Primera ley de la naturaleza: Cada cosa permanece en el estado en que se encuentra, si nada
la cambia". De este modo Descartes formula explícitamente, por primera vez, el principio de
inercia. En efecto, “Cuando una parte de la materia ha comenzado a moverse, no hay razón
alguna para pensar que dejará de hacerlo con la misma fuerza, si no encuentra nada que
retarde o detenga su movimiento, (ibid., 11, 37).
“Segunda ley de la naturaleza: Todo cuerpo que se mueve tiende a continuar su movimiento
en línea recta, (ibid., 39). Galileo, al contrario, había pensado que los movimientos naturales
eran circulares, lo cual le impidió llegar a la formulación del principio de inercia.
“Tercera: Si un cuerpo que se mueve encuentra otro más fuerte que él, no pierde nada de su
movimiento; y si encuentra otro más débil que pueda ser movido por él, pierde tanto
movimiento como transmite, (ibid., 11, 40). Esta ley puede ser llamada ley de la conservación
del movimiento (que, por tanto, no se pierde, sino únicamente se transmite).
d) El Universo
Puesto que el espacio está lleno de materia-extensión, cualquier movimiento de un cuerpo
origina el desplazamiento de todos los demás. Por eso, aunque los cuerpos tiendan a moverse
en línea recta, lo que resulta es “Un círculo o anillo de cuerpos que se mueven juntos” (ibíd.,
11, 33). Así es como Descartes concibe que el Universo está compuesto por un conjunto de
torbellinos de materia que se tocan entre sí y que son de distinto tamaño. El sistema solar, por
ejemplo, sería un conjunto de estos torbellinos; y los cometas serían porciones de materia que
escapan de un torbellino. Descartes admite, además, que hay tres clases de materia: una,
caracterizada por la luminosidad (el Sol y las estrellas); otra, por la transparencia (el éter, o
espacio interplanetario), y otra, por la opacidad (la Tierra).
e) Fisiología
Finalmente, Descartes da una explicación mecanicista de los organismos, a los cuales concibe
como máquinas muy complejas. Se inspira en el descubrimiento de la circulación sanguínea
por Harvey ( muerto en 1657), pero considerando que lo que mueve la sangre no es el bombeo
del corazón, sino el calor vital que reside en él. La explicación de los movimientos es como
sigue:
“Lo que hay de más notable en todo esto es la generación de los espíritus animales, que son como
sutilísimo viento, o más bien como purísima y vivísima llama, la cual asciende continua y muy
abundantemente del corazón al cerebro, y corre luego por los nervios a los músculos, y pone en
movimiento todos los miembros” (Discurso, 5).
De este modo rechaza Descartes explícitamente la necesidad de un alma vegetativa o sensitiva
para explicar la vida: los animales son máquinas. Con lo cual el hombre -que es sólo un alma
espiritual e inmortal- queda netamente separado del mundo animal. La relación del alma
humana con su propio cuerpo-máquina queda sin explicar suficientemente por Descartes,
quien supone, únicamente, que se realiza a través de la glándula pineal (situada en el cerebro).
Descartes es, después de Galileo, el creador del “otro”, gran sistema científico de la Edad
Moderna. Sistema total, deductivo y con fundamentos metafísicos que ejercerá una enorme
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influencia en su época y que sólo podrá ser desmontado por Newton. Así, toda la ciencia
moderna basculó entre el empirismo de Bacon y Galileo –enemigos de los “sistemas totales”
y el racionalismo sistemático y metafísico de Descartes.
El Universo de Descartes se caracteriza por su dualismo: cuerpo-extensión, alma-
pensamiento. De este modo, el Cosmos jerárquico y vertical de Aristóteles, caracterizado por
la comunidad de las “formas”, se vio substituido por un Universo sin límites dividido
horizontalmente en dos mundos paralelos difícilmente interrelacionables. En medio queda el
hombre, desplazado y sin encontrar un lugar propio: “Así, el hombre es ese gran y verdadero
anfibio, cuya naturaleza está dispuesta a vivir no sólo como otras criaturas en diversos
elementos, sino en mundos divididos y distintos, (Thomas Browne, 1643; citado por
Crombie).

Cartesianos y anticartesianos en Francia


El pensamiento de Descartes tuvo una enorme resonancia en Europa, y todos los filósofos y
teólogos se vieron obligados a tomar postura. Las Universidades, dominadas por la
escolástica, cerraron sus puertas al cartesianismo, el cual sólo fue acogido favorablemente
fuera del ámbito universitario.
Sin embargo, el sistema cartesiano no sólo abría nuevos caminos, sino que también planteaba
importantes problemas. El primero se refiere a la concepción de la razón y el método. El
segundo, a la realidad del mundo extramental. Pero el problema más debatido fue el de la
“Comunicación de las substancias”, ¿cómo se relacionan alma y cuerpo entre sí? Descartes no
había aportado una solución satisfactoria; pero al hacer de Dios la clave de bóveda de su
sistema, había sugerido ya la solución que adoptarán sus continuadores.
Efectivamente, algunos cartesianos llegaron a concluir que sólo Dios podía explicar la
relación mutua entre cuerpo y alma: si el alma quiere mover el cuerpo, es Dios quien lo
mueve con ocasión del deseo del alma; si el alma percibe algo, es Dios quien produce esa
percepción con ocasión de la afección correspondiente en el cuerpo. Cuerpo y alma son sólo
“causas ocasionales”, para la acción de Dios. Esta explicación recibió, en consecuencia, el
nombre de ocasionalismo.
Pero Francia es un hervidero de ideas. No sólo se asiste a la lucha entre escolásticos y
cartesianos, sino que el mismo Descartes se opone a las corrientes escépticas y admite
influencias estoicas. Además están los librepensadores o “libertinos", intelectuales poco
sistemáticos que critican las ideas tradicionales y preparan los caminos de la Ilustración. A los
círculos libertinos de París perteneció Pedro Gassendi (muerto en 1656), renovador del
epicureísmo y crítico del cartesianismo. Mayor importancia tiene el renovado interés por la
filosofía de Agustín de Hipona. En el mismo Descartes se observan influencias del
agustinismo. Pero es Nicolás Malebranche (muerto en 1715) quien realizará la ambiciosa
empresa de fusionar cartesianismo y agustinismo: Dios garantiza la verdad de nuestras ideas
porque está presente en el hombre como "luz, y guía de la razón; el hombre “Ve, en Dios el
arquetipo del Universo material (la “extensión inteligible”). La síntesis cartesianismo-
agustinismo encuentra en la abadía de Port-Royal un hogar acogedor. Esta abadía era el
principal foco del jansenismo francés, es decir, de un agustinismo rigorista enfrentado con el
laxismo de la moral defendida por los teólogos jesuitas de entonces. En Port-Royal escribió
Antonio Arnauld († 1694), junto con Pedro Nicole, la famosa Lógica de Port-Royal, o arte de
pensar, una de las mejores síntesis de la filosofía cartesiana. En Port -Royal vivió también
Blas Pascal (1623-1662), inteligencia precoz, investigador, científico genial, pensador
atormentado y original: Sus Cartas provinciales son una defensa del jansenismo, mientras que
sus Pensamientos corresponden a fragmentos de una “Apología del cristianismo" que no llegó
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a escribir. En Pascal se da no sólo el interés por el hombre -concebido como un ser miserable,
colgado entre “lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño", es decir, entre Dios y la
nada-, sino también un nuevo modo de conocimiento que establece los límites de la razón
cartesiana: el corazón. El “corazón", en efecto, mediante el “espíritu de finura", es capaz de
comprender algo que la “razón", movida por el “espíritu de geometría", no puede alcanzar el
misterio del ser humano.

CONCLUSIÓN
1. El platonismo y el aristotelismo dominaron absolutamente el pensamiento occidental hasta
bien entrado el siglo XVI. Pero la revolución científica supuso el redescubrimiento del
matematicismo pitagórico y el atomismo de Demócrito, cuya consecuencia fue el abandono
del esencialismo metodológico y la adopción del mecanicismo. Ello forzó a una profunda
transformación de la filosofía.
2. La nueva filosofía -filosofía “moderna”- había sido ya preparada por los filósofos del siglo
XIV, pero se inicia realmente con Descartes. Se tiene conciencia de la necesidad de una
profunda renovación, y de que tal renovación sólo es posible mediante el descubrimiento de
un nuevo método de filosofar. Tal será la tarea emprendida por el racionalismo continental
(Descartes, Spinoza, Leibniz). Los filósofos racionalistas parten -sin previo examen crítico-
de una confianza absoluta en la razón y de la creeencia de que una aplicación del método
matemático sería suficiente para fundamentar una nueva metafísica, es decir, una “Ciencia”,
acerca de Dios, el alma y el mundo.
Las diferencias entre los filosófos racionalistas -filósofos de una época de crisis y divisiones-
son, con todo, notables, y se explican - al menos, en parte- por su diverso talante personal y
por la diversidad de sus motivaciones.
• Descartes es un filósofo clásico: su ideal es el orden y la medida, la claridad y la distinción.
Su objetivo es la renovación de la ciencia y la unificación de la misma. Lo que él construye es
como un Versalles filosófico. Pero abrió una profunda escisión entre el hombre y su mundo, y
una ruptura en el interior de cada hombre: ¿qué es para nosotros este cuerpo que “tenemos",
que nos “lleva” y no parece que se identifique con nosotros mismos?
• Spinoza, en cambio, es un filósofo barroco, como han hecho ver algunos comentaristas.
Introduce el movimiento en el mundo, la aspiración a lo infinito, reduciéndolo todo, al mismo
tiempo, a la unidad.
• Por último, Leibniz es un filósofo ecléctico. Espíritu universal, intenta conciliarlo todo. En
él se mezclan los estilos y las fuentes de inspiración. Rompe con el dualismo cartesiano e
intenta salvar la multiplicidad contra el spinozismo. Todo lo concilia, y todo lo intenta reducir
a armonía. Por otro lado, rebasa en alguna medida a su siglo: no es sólo un racionalista, sino
que es también un “ilustrado".
3. La novedad y el atrevimiento de las tesis racionalistas provocaron la oposición frontal de
los filósofos ligados al pensamiento medieval escolástico. Pero, sobre todo, suscitaron en las
islas Británicas un poderoso movimiento filosófico: el empirismo.
El empirismo inglés enlaza con una antigua tradición filosófica que remonta a la última época
de Aristóteles y que también está presente en la época medieval (el repetido adagio Nihil est
in intellectu quod prius non fuerit in sensu, Rogerio· Bacon, Ockham, etc.). Pero tampoco
puede ser comprendido cabalmente si se prescinde de las luchas político-religiosas de la
Inglaterra de los siglos XVII-XVIII. Además, tiene enorme importancia la influencia ejercida
sobre estos pensadores por el programa social y científico de Bacon y, sobre todo, por la
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ciencia newtoniana. Si Berkeley ve en Newton un peligro para la religión, Hume quiere


continuar su metodología, transponiéndola a las ciencias del hombre.
Salvo Hobbes, el empirismo inglés pertenece más bien a la Ilustración, y no a la cultura
barroca. El método genético de Hobbes, el programa empirista de Locke y la metodología
científica de Newton -en la medida en que se alejan del cartesianismo continental- serán la
inspiración de los ilustrados franceses. Unicamente Hume aparecerá, parcialmente, como una
voz discordante: su escepticismo contrastará con el intelectualismo y la confianza en la razón,
de la Ilustración.
4. La oposición entre el racionalismo y el empirismo ya había sido expresada muy
gráficamente por Bacon: “Los empíricos - a modo de hormigas- no hacen más que amontonar
y usar; los razonadores -a modo de arañas- hacen telas sacadas de sí mismos” (Novum
Organum, 1, 95). La disputa –protagonizada especialmente por Locke y Leibniz- se centra en
el problema de las ideas innatas. Tales ideas eran para los racionalistas el fundamento de la
posibilidad de una metafísica deductiva construida según el método matemático. Los
empiristas son tajantes: no existen ideas innatas en la mente, la metafísica es imposible.
El empirismo inglés tiene un carácter muy radical: la experiencia es no sólo el origen de todo
conocimiento (y en este sentido, también habían sido "empiristas" Aristóteles y Tomás de
Aquino), sino también el límite de todo conocimiento: no se puede ir más allá de ella, y lo
meta-físico (inexperimentable por definición) es incognoscible.
Pero, además, los empiristas creen haber descubierto la principal incongruencia del
racionalismo: la confusión entre "relaciones de ideas" y "cuestiones de hecho" (Hume). Las
primeras son de carácter analítico, pero no se refieren a la realidad: son las verdades
matemáticas; las segundas requieren necesariamente base empírica. El error de los
racionalistas fue pensar que las cuestiones metafísicas -que son "cuestiones de hecho", ya que
se refieren a realidades- podían ser tratadas como "relaciones de ideas". La matematización de
la metafísica no hace sino despojarla de contenido real.
5. La cuestión candente en esta época es, pues: ¿Qué y cómo podemos conocer? En la
discusión, los racionalistas y la metafísica se llevaron la peor parte: las tesis empiristas se
impusieron en el siglo XVIII, aunque con matizaciones (Kant). El enorme prestigio alcanzado
por la obra de Newton tuvo una influencia decisiva en esta polémica. En efecto, gracias a
Newton la física -”Filosofía natural”, según la denominación de la época- se separa de la
metafísica y se convierte en ciencia independiente. En efecto, Newton hace ver que la física
no puede basarse en hipótesis metafísicas, ni debe emplear el método deductivo-matemático:
ha de ser experimental e inductiva. La metafísica parecía, pues, acorralada: no puede emplear
el método matemático (ya que éste no vale para las cuestiones de hecho), tampoco el método
experimental (ya que las entidades metafísicas no tienen carácter empírico). ¿Entonces? El
problema será abordado por el más grande filósofo del siglo XVIII, Kant.
Recuérdese, sin embargo, que una radical oposición a la metafísica sólo aparece en Hume.
Hobbes, en efecto, no es propiamente un empirista, y construye una metafísica materialista. El
empirismo de Berkeley desemboca en una metafísica religiosoespiritualista, y el mismo
Locke hace concesiones metafísicas. Es Hume quien lleva el empirismo a sus últimas
consecuencias al someter también a crítica los dos conceptos fundamentales del racionalismo
(y de toda la filosofía anterior): los conceptos de substancia y causa. Ello le conducirá a
adoptar como postura intelectual un escepticismo moderado: dado que la "certeza, sólo es
posible en matemáticas, la creencia -la creencia fundada en la experiencia- es la única guía del
hombre en su vida en el mundo.
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ESQUEMA
EL RACIONALISMO. DESCARTES.

Características generales del Racionalismo:

1- Confianza y autonomía de la Razón: Confrontación con el criterio de autoridad, el


escepticismo y el empirismo.
2- Innatismo, Ideal deductivo y sistematismo: la comparación de Bacon (racionalistas-
araña / empiristas-hormigas). La "Razón dogmática" kantiana frente a la "Razón
crítica"..
3- El problema del método: el modelo matemático > Método de descubrimiento y
justificación.
4- El subjetivismo moderno frente al realismo medieval: prioridad del problema del
conocimiento: la cuestión de su origen y límites.
5- La correspondencia entre los sistemas del pensamiento y del mundo: La necesidad de
ambos.

DESCARTES:

1- Problemática General:

.- La Unicidad de la Razón <=> La Unicidad del Método


.- Idea de Filosofía: el ámbito teórico y práctico (La Moral provisional 7
)
.- Estructura orgánica de las Ciencias:

Ramas Medicina Mecánica Moral


Tronco: Física
Raíz: Metafísica

2- El Método: Análisis de la Razón, sus funciones y exigencias.

- Las funciones de nuestra razón: intuición8 y deducción.


- La Evidencia (frente a la correspondencia y adecuación medievales) como
criterio de verdad: claridad y distinción.
- Las reglas del método:
- Evidencia: evitar la precipitación. Prevención frente al error.
- Análisis: división del problema en subproblemas hasta alcanzar
las naturalezas simples.
- Síntesis: ordenación de lo simple hasta construir lo compuesto.
- Comprobación: Enumeraciones completas y revisiones generales.

3- La Duda Metódica: escepticismo metodológico.


- Procedimiento y finalidad de la Duda: búsqueda de la primera verdad:
- Los sentidos (duda de la información sensible: las cualidades de la
realidad)
- La distinción vigilia-sueño (duda de la misma existencia de la realidad)
- El genio maligno (duda de la estructura y funcionamiento mismo de la
Razón)

- La Primera Verdad y el Criterio: “Yo” como pensamiento. Claridad y Distinción.


- La posibilidad de dudar como:
- mostración de mi condición esencial: el pensamiento
- mostración de mi libertad
- mostración de mi imperfección
- El solipsismo metodológico
- La demostración de la existencia de Dios:
7
- Cautela y prudencia: acomodación a las leyes, religión y costumbres del entorno.
- Evitar la indecisión: admitir como cierto lo probable
- Estoicismo: dominar las pasiones.
- Dedicación a la actividad intelectual.
8
Infalibilidad de nuestra Razón y Verdad como inmanente a la misma.
Descartes: su tiempo, su vida, su pensamiento Página 23 de 23

- El argumento ontológico
- La realidad objetiva de las Ideas y su causa real proporcionada:
- Tipos de Ideas:
- Adventicias
- Facticias
- Innatas
- Dios como garantía de la veracidad de mi pensamiento y > del mundo exterior.

4- La Estructura de la Realidad: Las tres substancias(lo pensado o existente por sí


mismo), la libertad humana 9 (frente a Spinoza) y el probema de la relación entre
las substancias10.

- Infinita: Dios:
.- Garantía epistemológica;
.- Creador (creación continua);
.- Primer motor (mantiene constante la cantidad de
mov. en el mundo)

- Finita: Alma: atributo el Pensamiento

Mundo: atributo la Extensión

- El método científico: intuición y deducción (cualidades primarias11)

- Mecanicismo: Movimiento y materia-extensión (incluida biología)

9
Las pasiones como percepciones o sentimientos que hay en nosotros y que afectan al alma sin tener su origen en ella: carácter involuntario,
inmediato y no siempre racional.
10
- El ocasionalismo de Malebranche. > > Ocupación permanente de la divinidad.
- El Panteísmo de Spinoza. > Único reloj
- El orden preestablecido de Leibniz > Precisión y perfección de los relojes
- La influencia mútua de Descartes > Comunicación entre los relojes

11
Expresión utilizada por primera vez por Galileo: Las cosas no son totalmente tal y como se nos muestran a los sentidos: algunos rasgos
que percibimos en ellas les pertenecen realmente y otros no puesto que son meramente las sensaciones provocadas en nuestros sentidos por
ciertas disposiciones de las cosas físicas mismas. Las cualidades primarias u objetivas son la extensión (en longitud, anchura y profundidad)
y las que dependen de ellas como el tamaño y la figura. A estas añade también el movimiento. Son precisamente las cualidades de las que
cabe un conocimiento “claro y distinto”, que, en este caso, quiere decir conocimiento que se pueda expresar en términos matemáticos.
Por su parte las cualidades secundarias son aquellas que no existen en las cosas mismas, y, en cierto sentido son subjetivas (no son
totalmente subjetivas puesto que aparecen en nosotros como consecuencia de la influencia de las cosas físicas sobre nuestros sentidos). Por
parte de las cosas mismas no hay otra cosa que ciertas disposiciones (dependientes de su magnitud, figura y movimiento) que les permiten
crear en nosotros las sensaciones correspondientes. En los “Principios de Filosofía” Descartes pone como ejemplos de estas cualidades el
color, el sonido, el gusto, el olor y las cualidades táctiles.

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