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POLITICA
INTRODUCCION
El Sistema Tributario Nacional aún no alcanza bases firmes y duraderas en el grado que
permita afirmar su solidez, no obstante las iniciativas y cuerpos normativos que se
vienen dando a partir de la Constitución vigente y también antes de ella, al punto que
coexisten al lado de la Carta Política de 1933, la Ley Marco del Sistema Tributario, el
Código Tributario, en una nueva versión, aprobado por el Decreto Legislativo No 816,
la Ley del Impuesto a la Renta, el Régimen del Impuesto General a las Ventas, que
incluye el Impuesto Selectivo al Consumo, la Ley de Tributación Municipal y otras
Leyes, Reglamentos y Cuerpos de menor jerarquía vinculados con la tributación en
general, la administración tributaria, los procedimientos tributarios y también las
sanciones por infracciones tributarias.
Todas estas normas, cuya naturaleza común es la de ser tributarias, lo que les distingue
de otras normas, se diferencian entre sí por su diversa regulación sobre aspectos
específicos, como son la potestad tributaria, los tributos específicos o en especie, la
obligación tributaria y sus elementos, los órganos y organismos de la administración
tributaria, los actos de la administración tributaria, el ilícito tributario y sus
correspondientes sanciones.
1. LA POTESTAD TRIBUTARIA
El Estado crea tributos e instituye el sistema tributario en ejercicio de la potestad
tributaria que ostenta, pues de no tenerla le sería imposible hacerlo. Vale, al respecto, la
siguiente comparación: Las obligaciones comunes o civiles se adquieren generalmente
por voluntad, pues no resulta normal que a un sujeto se le imponga obligaciones en
contra de su voluntad. El comprador se obliga a pagar el precio porque tiene la voluntad
de celebrar un contrato y, con ello, a sabiendas asume la obligación de pago. En cambio,
con la aplicación del tributo, al contribuyente se le impone una obligación
inconsultamente, apareciendo así en el escenario real una relación jurídica especial,
constituida por un acreedor tributario que siempre será un ente del Estado, un deudor
tributario, que siempre será un particular, sea persona natural o jurídica, y el vínculo
entre ambos lo será la prestación que el deudor debe satisfacer en favor del acreedor,
materializada en un aporte pecuniario.
Claro está que sólo una fuerza superior, en términos jurídicos, explicaría, y aún
justificaría, que un sujeto (el Estado) obligue a otro (el contribuyente) a satisfacerle tal
prestación (obligarle que le pague), sin una contraprestación y sobre todo sin que el
deudor tenga la voluntad de endeudarse. Esa fuerza superior es la potestad tributaria que
sólo el Estado la tiene y que ha ido evolucionando y consolidándose como institución
jurídica fundamental, a partir de la cual se hace posible la creación del sistema tributario
y, en especial, la imposición de tributos.
Esta potestad se define como el poder de imperio que el poder constituyente otorga al
Estado para la creación, regulación, exoneración, modificación y derogación de tributos,
y se complementa con las facultades de determinación, acotación, liquidación y
recaudación de los tributos, en forma directa o por delegación, a través de ciertos entes
públicos, a los que por ley se les reconoce competencia tributaria delegada.
Se trata de una institución tributaria por la materia, pero constitucional por su jerarquía,
pues sólo la Constitución Política puede instituirla. No es posible que sea una Ley, ni
menos normas de menor rango, las que regulen su ejercicio y alcances, a lo sumo éstas
reglamentarán los preceptos constitucionales de índole tributaria.
En el Perú, fue la Constitución de 1979 la que por primera vez reguló esta importante
institución, en tanto que la Constitución vigente, en su artículo 74o también la contiene.
Pero lo más destacable está en que no instituye esta potestad y se deja en libertad al
Estado para que haga uso y abuso de ella, sino que se le fija un marco de actuación, de
tal modo que se trata de una potestad tributaria delimitada en dos sentidos: uno,
mediante los principios tributarios, que orientan el ejercicio de esta función y protegen
en contrapartida a los contribuyentes; y otro, la fijación de competencias, mediante las
cuales se determina los órganos u organismos del Estado que pueden realizar o ejercer
esta potestad, lo que garantiza que sólo algunos entes puedan crear tributos y no
cualquier autoridad o funcionario, por más que tenga ciertas atribuciones en materia
tributaria.
La potestad tributaria está orientada por principios que han sido elaborados por la
doctrina, recogidos por el constituyente y plasmados en la Constitución Política. Tienen
un sentido tridimensional, pues orientan al legislador en la creación y tratamiento
general de las normas tributarias; sirven a la autoridad administrativa tributaria en las
decisiones que le corresponde adoptar en los diversos casos concretos, puesto que los
actos y resoluciones en general no pueden ignorar los alcances de la potestad en
referencia; y, finalmente, sirven de garantía constitucional a los contribuyentes porque
el legislador no puede afectar con tributos a la población rebazando los alcances de
estos principios.
La Constitución anterior tuvo el defecto de considerar como principios a los que en
esencia lo son, pero también a los que no son sino recomendaciones técnicas. Así
considero como principios los de legalidad, uniformidad, justicia, publicidad,
obligatoriedad, economía en la recaudación, no confiscatoriedad y certeza. Pero fue
consciente, también, que la potestad tributaria no podía quedar limitada sólo al ejercicio
de algunos entes, en especial el Poder Legislativo, quizás porque, conscientemente o por
intuición, comprendió que los asuntos tributarios exigen dominio técnico especializado
para regular las diversas situaciones que las necesidades exigen, además de responder a
situaciones de política tributaria. Por ello es que instituyó la figura de la potestad
delegada, de tal modo que el Poder Ejecutivo, los Gobiernos Regionales y los
Gobiernos Locales también podían ejercer esta potestad, pero sujeta a una Ley
autoritativa, con lo cual directa o indirectamente, la potestad tributaria siempre quedaba
reservada al Poder Legislativo.
La Constitución vigente, en cambio, considera sólo cinco principios, a saber: legalidad,
reserva de ley, igualdad y respeto de los derechos fundamentales de la persona, a lo que
debe agregarse que ningún tributo puede tener efecto confiscatorio. Estos principios, por
la redacción que tiene el artículo 74o de la Carta Política, parecieran estar referidos sólo
a tres (reserva de la ley, igualdad y respeto de los derechos fundamentales de la
persona), como se lee en su segundo parágrafo; sin embargo a ellos se agregan los de
legalidad y no confiscatoriedad, que no están considerados expresamente, pero por su
sentido y por la explicación que da la doctrina, son principios en todo el sentido de la
palabra y como tales deben ser considerados.
Han quedado así definidos los principios llamados obligatorios (legalidad, reserva de
ley, no confiscatoriedad y respeto de los derechos fundamentales de la persona),
manteniéndose como principio programático sólo el de igualdad, pues ya no se
comprenden los de certeza, economía en la recaudación, entre otros.
Es toda una conquista del pueblo que tiene explicación histórica, pues los tributos sólo
deben ser establecidos con la aceptación de las personas que resulten obligadas a
satisfacerlos. Este principio, en el mundo contemporáneo, consiste en que los tributos
sólo pueden ser creados por el Poder Legislativo, ya que sus miembros son elegidos por
el pueblo y representan, teóricamente, la aceptación de aquel (1).
No aparece este principio en forma expresa en la Constitución; pero de su redacción se
infiere, pues "los tributos se crean, modifican o derogan, o se establece una exoneración,
exclusivamente por ley o decreto legislativo en caso de delegación de facultades, salvo
los aranceles y tasas, los cuales se regulan mediante decreto supremo".
Este principio fundamental se resume en el aforismo latino "Nullum tributum sine lege",
no podrá existir tributo sin que previamente la ley así lo determine y, a decir de Manuel
de Juano, es un "principio de legitimidad tributaria" pues debe aceptarse como
incuestionable en las naciones civilizadas que el tributo sólo pueda ser creado por ley o
disposición con fuerza equivalente.
Pero el principio en referencia aparece limitado sólo a unos tributos, como son los
impuestos y las contribuciones, para los que se requiere de ley o norma de rango
similar; mientras que las tasas, que son tributos también, son reguladas por decreto
supremo.
La importancia de este principio ha determinado que sea la ley la que fije precisiones.
En efecto, el Código Tributario vigente, en su Norma IV, establece el ámbito de la
legalidad, el cual no queda reducido sólo a la creación de tributos, sino que comprende
también reglas sobre los elementos de la obligación tributaria, los procedimientos
tributarios y sanciones de la misma naturaleza. Su redacción es clara: "Sólo por Ley o
por Decreto Legislativo, en caso de delegación, se puede:
Los Gobiernos Locales, mediante Ordenanza, pueden crear, modificar y suprimir sus
contribuciones, arbitrios, derechos y licencias o exonerar de ellos, dentro de su
jurisdicción y con los límites que señala la ley.
Por Decreto Supremo expedido con el voto aprobatorio del Consejo de Ministros, se fija
la cuantía de las tasas".
Otro aspecto que vale la pena destacar es la parte final de este dispositivo al sancionar
que no surten efecto las normas tributarias dictadas en violación de lo que establece el
presente artículo. Se trata de una sanción, pero no indica quien debe aplicarla, pues al
dictarse una ley que contenga disposiciones violatorias de la norma Constitucional, sólo
podría dejarla sin efecto el Tribunal Constitucional; pero entre tanto ello no ocurra,
depende de la autoridad tributaria que deje de aplicarla, prevaleciendo así la disposición
del Cuerpo Político.
En doctrina también se llama principio de Isonomía y consiste en que todas las personas
que son contribuyentes deben recibir un trato similar frente al mismo hecho imponible.
No significa que todos los contribuyentes quedan obligados en la misma cantidad frente
al imperio de la norma, porque ello significaría dar un trato desigual a los
contribuyentes dentro de una sociedad que admite desigualdad al menos de fortuna de
unos frente a otros. De lo que se trata es que las personas afectadas por un tributo deben
tributar sobre la base de su capacidad contributiva, noción ésta que encierra un sentido
de justicia, de tal modo que todos contribuyan, lo que es igualdad ante la ley, aunque no
en la misma cantidad, que es sinónimo de justicia tributaria.
Mediante el tributo el Estado afecta el patrimonio de las personas, pues tiene la virtud
de recaer sobre la riqueza, dando así la idea de que grava sólo donde hay algo que
gravar. De ahí que recae sobre los bienes, la riqueza, el patrimonio, los ingresos de
diversa índole, la propiedad, en la medida que operen determinados supuestos
conocidos como hechos imponibles.
Pero esta afectación debe fundamentarse en criterios de razonabilidad y
proporcionalidad, traducidas en tasas o cuantías moderadas de tal modo que no
signifiquen riesgo para el derecho de propiedad. Precisamente, por este principio de no
confiscatoriedad la facultad estatal de crear tributos está regulada de tal modo que no es
posible la confiscación y o exacción arbitraria, mediante la aplicación de tributos,
garantizando así la propiedad y la justicia en la imposición.
Los derechos fundamentales que podrían ser afectados, de modo más perceptible
pueden ser los siguientes:
NOTAS
(1) MEDRANO C., Humberto. "Declinación del principio de legalidad en Derecho
Tributario: una constatación objetiva", en Revista IUS ET VERITAS, Facultad de
Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú, año V, No 10, p. 196.
(2) SANABRIA ORTIZ, Rubén. Comentarios al Código Tributario - Parte General,
Ediciones Interjuris, 2da. ed., Lima Perú, 1995, p. 63.