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TRAYECTORIA
DEL
SOCIALISMO
APUNTES PARA UNA HISTORIA
CRITICA DEL SOCIALISMO CHILENO
EDITORIAL A S T R A L
Biblioteca de la Cultura Chilena
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SERIE HISTORIA
DIRECTORES:
Jorge Marín Benítez
Armando Morales Vergara
Guillermo Dávalos
IMPRESO EN ARGENTINA
Hecho en el depósito que marca la ley 11.723
Copyright by Editorial
ASTRAL S. C. A.
CORRIENTES 1650 / BS. AIRES
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ALEJANDRO CHELÉN ROJAS
Nació en 1912. A la edad de quince años abandona el Liceo de Ovalle y se
marcha a las pampas salitreras de Tarapacá y Antofagasta. Durante un
trienio ‐1927, 1929 y 1930‐ se desempeña en rudos perentorios menesteres
de obrero. Hace su servicio militar en 1931; en 1932 participa por primera
vez en labores políticas, adhiriendo a la candidatura de Marmaduke Grove.
Trabaja una temporada en Lavaderos de Oro; desde mediado del 33ª julio de
1936, es empleado en una casa comercial. En seguida, por un año, es
Inspector de Tranvía, de donde es expulsado por sus ideas socialistas. En ese
lapso, frecuenta asiduamente la Biblioteca Nacional y asiste como oyente a
clases de Historia al Instituto Pedagógico. Apasionado lector, devora libros y
revistas de carácter histórico y marxista; a la vez comienza a organizar si
Biblioteca, que es en la actualidad una de las más selectas y nutridas.
A mediados de 1936 transmigra a la provincia minera de Atacama. Allá
trabaja como obrero y minas de cobre y oro, como “pirquinero”. Cuanto
suele ganar, lo invierte en la publicación de “El Inca”, semanario que funda y
dirige. Ingresando ya al Partido Socialista, se destaca en su calidad de
dirigente del proletariado minero. Funda, en Chañaral, “Avance”, diario del
Partido, librando en sus páginas ardorosas campañas políticas y en defensa
de los trabajadores. Es elegido Regidor en 1938. Se le detiene y es
encarcelado por tres meses, a raíz de un artículo condenado a la masacre de
jóvenes en el Seguro Obrero de Santiago, bajo la presidencia de Arturo
Alessandri. Indultado por Aguirre Cerda, regresa a Atacama, dedicándose de
lleno a tareas partidarias, dirigiendo, a la vez, “Avance”. En esos años edita
varios folletos de divulgación socialista.
Como periodista, posteriormente, funda “El Arado” en Combarbalá; el
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diario “La Crónica” en La Serena, voceros socialistas que dirige
combativamente. Más tarde, dirige en Santiago el órgano oficial del Partido,
“La Calle”. Por más de quince años colaboró alternadamente en “La Nación”,
“La Hora”, “La Opinión”, “Consigna”, “La Provincia”, “El A.B.C.” y en la
recordada revista “Hoy”, en cuyas páginas escribe también cuentos
costumbristas.
Elegido Regidor en Combarbalá, gana en seguida la Diputación por la
provincia de Coquimbo al Congreso Nacional: es reelegido en 1954, y en
1957 es elegido Senador por Atacama y Coquimbo, mandato que dura hasta
1965. Se destacó en el Senado y la Cámara de Diputados, como aguerrido
divulgador del ideario socialista y vigoroso defensor de la minería chilena.
En 1940 solidarizó con el movimiento “Inconformista”, opuesto a la
colaboración del Socialismo de Gobierno. Dividido el Partido, permaneció
con el Partido Socialista de Trabajadores –“Inconformistas”‐ hasta que éste
ingresa al Partido Comunista. Por espacio de tres años, independientemente,
bregó en la prensa por la rectificación de rumbos del socialismo. A la vez,
trabajó en plena cordillera, minas de cobre, oro y plata, en faenas realmente
agotadoras por el esfuerzo físico y el clima. Desde allá, figuró siempre como
asiduo colaborador de los diarios de izquierda más combativos.
Fue miembro del Comité Central –lo es actualmente‐ por espacio de diez
años. Actualmente, aparte de sus labores partidarias, escribe sobre temas
socialistas. Además ha incursionado como ensayista. Su libro, con dos
ediciones agotadas, “El guerrillero Manuel Rodríguez”, obtuvo el primer
premio otorgado anualmente por la Municipalidad de Santiago.
Esta es, de manera muy resumida, la trayectoria de Alejandro Chelén Rojas,
que se sigue proyectando en la lucha social.
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“Porque para lograr
pacíficamente la victoria si en
la práctica fuera posible, hay
que tener en cuenta que los
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mecanismos de la burguesía,
de las oligarquías y del
imperialismo controlan todos
los recursos para la lucha
pacífica. Y después escucha
Ud. A un revolucionario que
dice: nos aplastaron, nos
organizaron 200 programas de
radio, tantos periódicos, tantas
revistas, tanta televisión, tanto
esto, tanto lo otro. Y es como
para preguntarse: ¿Y qué tú
esperabas? ¿Qué iban a poner
la televisión, la radio, la revista,
los periódicos, la imprenta,
todo en tus manos? ¿No te das
cuenta que ese es el
instrumento de las clases
dominantes precisamente para
aplastar la revolución?
La esencia de la cuestión
está en si se les va a hacer
creer a las masas que el
movimiento revolucionario,
que el socialismo, va a llegar al
poder pacíficamente. ¡Y eso es
una mentira! Y los que afirman
en cualquier lugar de América
Latina que van a llegar
pacíficamente al poder, están
engañando a las masas.
(Discurso de Fidel Castro.
Pronunciado en 1964)
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INTRODUCCION
América Latina siente agrietarse las viejas estructuras que la tienen
amarrada al pasado. Un clima de cambios económicos, sociales y políticos,
agitan las masas que pueblan su continente. Guerrillas revolucionarias,
infieren derrotas a ejércitos profesionales al servicio de regímenes
capitalistas. Cuba ha dado el ejemplo, pulverizando las ligaduras
imperialistas que la sojuzgaron con ominosa crueldad. Hombres jóvenes,
valerosos y capaces, incontaminados de politiquería incubadora de toda clase
de traiciones, ‐rompiendo consignas impuestas por directivas
comprometidas‐ han sabido embellecer la historia al estampar en sus
páginas el ciclo más creador y revolucionario de este siglo. ¡Viril y maravilloso
ejemplo!, aún no imitado por otros países.
¿Por qué, Chile, ha quedado a la zaga de la Revolución Socialista, no
obstante el magnífico historial de luchas de su clase trabajadora?
Al repasar la trayectoria de los partidos populares, una dosis de pesimismo
invade el intelecto. Etapas de brillante combatividad y mística revolucionaria,
aparecen debilitadas en los tres últimos decenios. Sin embargo, fluyen
también renovadas energías prestas a vencer los obstáculos encontrados en
el camino; surge la juventud trazando rumbos hacia una acción pujante y
creadora. En lucha contra orientaciones impuestas por directivas pusilánimes
y acomodaticias, sabrán abrirse paso rompiendo los diques represores de la
revolución. Transformar en acerada y actuante voluntad de combate las
transitorias etapas de estancamiento, son deberes ineludibles de quienes
profesan ideales socialistas. Nada se obtendría sumándose a los
desesperados e irresolutos, o desertando hacia las anquilosas teorías del
reformismo.
Los cambios estructurales de la sociedad humana consignados en la
historia, tienen en el presente mayor celeridad que en pasadas épocas. Si
todavía no cristalizan en Chile, ‐mientras naciones más atrasadas saltan del
período colonial al socialismo‐ no es por ausencia de madurez, como muchos
afirman. No. Se debe a la falta de perseverancia y espíritu revolucionario que
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active el proceso de los postulados socialistas. Embestir sin mirar al pasado,
encuadrar los principios a la realidad viviente de las masas explotadas, ‐con
efectiva firmeza para no ser atrapados por fraudulentas teorías de un
revolucionarismo de oropel‐ despreciar bizantinas controversias
parlamentarias que restan tiempo a la organización y educación política de
las bases, son tareas esenciales y obligatorias a toda la gama de dirigentes
socialistas. Al analizar con objetividad la ejecutoría del movimiento popular,
se prueba que gran parte de la actividad de sus congresales ha sido realizada
en el Parlamento. ¡Treinta y más años legislando con una mayoría
antagónica de clase! Puede suponerse cuanto se habría avanzado, si durante
ese lapso lo hubiesen dedicado a trabajar por la revolución.
El ejemplo y respuesta a lo expresado, fluye de los partidos marxistas
europeos. En más de ochenta años de militancia partidaria, se hallan hoy
más alejados que nunca de sus reales objetivos. Alemania Oriental, Polonia,
Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Bulgaria, si han alcanzado metas
socialistas, se debe al Ejército Soviético; pero no ha sido obra de sus
dirigentes partidos. Sólo Yugoslavia, con su propio esfuerzo y bajo el fuego
graneado del enemigo, fue capaz de iniciar un Estado Socialista. Alemania
Occidental, Francia, Italia y otras naciones precursoras, sus grandes partidos
de avanzada marcan el paso, reblandecidos ideológicamente por sus alianzas
con el adversario. Allá inventan la receta “Social Cristiana” – en pleno ocaso
del sistema capitalista‐ para anestesiar a las masas en su lucha por el Poder.
Cediendo con demagógica habilidad en lo accesorio, pero conservando sus
privilegios de clase, la panacea del Social Cristianismo –Democracia Cristiana
se le llama en Chile‐ ha logrado soslayar transitoriamente el derrumbe de la
sociedad burguesa con la complicidad disimulada de sus propios enemigos.
Es evidente, entonces, si las agrupaciones marxistas continúan
cloroformándose de reformismo y no se yerguen con virilidad descartando
toda conciliación de clases, el movimiento revolucionario de las masas sufrirá
nuevas derrotas.
Bajo la careta de una “Revolución en Libertad” y la realización de una
política de reformas ajena al fondo de los problemas, pero que en lo
subalterno da la sensación de transformaciones profundas, la Democracia
Cristiana ha creado un clima de equilibrio de fuerzas que insensibiliza las
inquietudes populares. Propaganda de toda clase, técnicos, asesores,
gerentes, forjan un ambiente artificial de posibilidades futuras embelesados
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por los efluvios del Poder suponiendo ver rosas donde abundan las espinas. Y
como contraposición, un fenómeno similar desnaturaliza la combatividad
socialista al no concretar lo que ideológicamente predica. Se vive, pues, un
periodo conturbador, en el cual, lo que se afirma y no se hace ahonda la
magnitud del drama que sufren los trabajadores.
El revolucionarismo de la Democracia Cristiana es una táctica
habilidosamente calculadora y utilitarista. Nada fundamental realizará, salvo
tibias transformaciones democráticas que dejarán intacto el orden existente.
Amarrada al imperialismo, se opuso a la nacionalización del cobre; pudiendo
nacionalizar el comercio exterior, ‐en su primer año de Gobierno‐ se limitó
tan sólo a derogar los bonos dólares, para no lesionar intereses de grandes
empresas importadoras. Mientras la propiedad de los medios de producción
no sea expropiada, los cambios ofrecidos serán ilusorios. “La Revolución en
Libertad” no impulsará el progreso económico y social del País, ni mejorará
las exiguas condiciones de vida de los asalariados. Sus inspiradores,
herederos legítimos del peluconismo, sólo pretenden canalizar el descontento
de las masas mediante cambios superficiales y no de estructura. . Disfrazados
con el relumbrón ropaje de la “revolución en libertad”, no por eso dejan de
mostrar los flequillos en la sotana. A fin de cubrir el adiposo fardo del
“comunitarismo” que se derrite al primer roce con la dialéctica marxista,
disparan apasionados contra la oligarquía y el imperialismo; pero apuntando
a kilómetros de distancia de esos objetivos hipócritamente señalados. En
verdad se asemejan a los “caballeros” que van al campo de honor a batirse a
duelo: Disparan al aire para salvar las apariencias.
*
* *
Ahora bien, los partidos socialistas y comunistas ¿han llenado el cometido
revolucionario que les asignan sus principios en los años que tienen de
existencia? En la hora actual, ¿están en condiciones y dispuestos a
empeñarse a fondo por una verdadera revolución? Si no lo han logrado
conforme a sus doctrinas, ¿cuál es la causa del fracaso o de la esterilidad de
su obra? En lo que respecta al Partido Socialista, ‐el más idóneo al ambiente
político nacional‐ cuya ejecutoría en sus primeros años es de extraordinaria
combatividad, ¿por qué se frustra a medio camino y, años después, al
rehabilitarse de sus descalabros carece de capacidad para colocarse a la
cabeza de un movimiento que lo conduzca al Poder?
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Mucho se ha escrito historiando sus Congresos, sus etapas
colaboracionistas, sus escisiones y fracasos; pero no se ha enjuiciado con
espíritu crítico y aleccionador sus treinta y más años de existencia. Estos
apuntes ‐al margen de toda ambición historiográfica‐ tienden a contribuir
sólo en parte tal cometido, entregando de manera limitada una exacta
dimensión de su controvertida trayectoria.
Muchos, rechazarán despectivamente estos apuntes negándoles
veracidad; otros, que son parciales y exagerados en sus afirmaciones; los más
sectarios, dirán que sirven a los enemigos del socialismo, y que “la ropa sucia
debe lavarse en casa”. Si se quiere enjuiciar con objetividad lo positivo y
negativo de un partido revolucionario, ‐en un relato esquemático, como el
presente‐ es imprescindible hacerlo con rectitud sin desfigurar lo que la
lógica impone. Es la única manera de destruir la mentira para que surja la
verdad rectificadora; de servir al socialismo y no a la burguesía.
*
* *
Antes de comenzar con el problema básico que interesa, se hace necesario
bosquejar los comienzos más relevantes del movimiento político y sindical de
los trabajadores que patentizan su nacimiento como clase social. En el
capítulo primero, recogemos sus aristas de mayor importancia. Hasta hoy, no
existe una investigación histórica acuciosa de sus luchas e ideas motrices que
les sirvieron de guía. Aparte de Julio Cesar Jobet, Marcelo Segall, Hernán
Ramírez, Luis Vitale, y Jorge Barría que han narrado bajo ángulos parecidos
su gestación y desenvolvimiento ulterior, son contados los que ofrecen una
interpretación dialéctica de las causas que lo motivaron. En nuestra tarea,
hemos recurrido a órganos de prensa que en su época les sirvieron de
expresión, a folletos, conferencias impresas, discursos, libros de escritores y
dirigentes que han consignado sus episodios más culminantes. El período
inicial que revelan estos documentos, sorprende por la dinámica, intrépida y
sacrificada acción desarrollada. Si no iniciáramos desde sus orígenes –
siguiendo sus alternativas‐ cualquier esfuerzo tendiente a analizar
críticamente avances y retrocesos, aciertos y errores, resultarían débiles y
sin valor.
Así, pues, a fines del siglo pasado y en la primera década del presente, tras
un proceso lento pero de trazos vigorosos en su lucha contra los grupos
poseedores, ‐que corre paralelo al desarrollo productivo del país‐ se produce
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el despertar de clase del proletariado. Antes de esta forma de conciencia,
obreros y artesanos apoyan movimientos políticos de la burguesía minera, ‐
de un vago tinte democrático‐ contra la oligarquía latifundista gobernante.
Por instinto, más que por lógica de los hechos, estiman que sus intereses
encajan mejor con las aspiraciones de la naciente burguesía. No es, por lo
tanto, apoyo de móvil ideológico; brota de la vinculación que los liga a ella en
el carácter de asalariados de sus faenas extractivas y otras empresas
dependientes del sector de clase media que surge entonces, económica y
socialmente.
Al finalizar la década del novecientos, el proletariado acentúa su
independencia política de la burguesía y crea sus propias organizaciones. El
Partido Demócrata, ‐segregado en gran parte del Partido Radical‐ grupos
socialistas y anarquistas, actúan, se movilizan y editan periódicos; sociedades
de resistencia, mutualistas, mancomunales; gremios como el marítimo,
ferroviarios, salitreros, etc., agrupan a los trabajadores y declaran huelgas en
defensa de sus intereses de clase. Este proceso batallador adquiere
personalidad y toma rumbos definidos con la iniciación del presente siglo.
Coinciden estos hechos con el triunfo del capitalismo inglés sobre los
propietarios chilenos del salitre. El monopolio británico al centralizar sus
inversiones y mecanizar los métodos de elaboración, dan por tierra con la
“libre empresa” favoreciendo, por lo tanto, la penetración imperialista en
desmedro del interés nacional. Tal conducta origina la guerra civil en 1891
que termina con el suicidio del Presidente Balmaceda y la derrota de la
burguesía minera desplazada por el capitalismo monopolista inglés y, en
menor grado, por el alemán. La Guerra del Pacífico de 1879 que impulsa la
evolución del capitalismo nacional genera, también, el crecimiento del
proletariado en todos los rubros de las actividades económicas; paro lejos de
vitalizarlo para la defensa de sus problemas específicos de clase explotada,
los debilita en sus iniciativas de lucha, como consecuencia del régimen
parlamentarista que se impone en la guerra civil del 91. Sólo a contar de
1897, reinicia su recuperación gremial y política.
Los tres primeros lustros del presente siglo, la Social‐Democracia y el
Anarquismo europeo influyen en la marcha de los trabajadores. Y desde 1917
la Revolución Rusa es el incentivo más poderoso, con la implantación del
socialismo por los obreros y campesinos. Las Mancomunales, Ligas de
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Resistencia, Federación Obrera, I.W.W., (Trabajadores industriales del
Mundo) Partido Obrero Socialista, acogen la gran noticia solidarizando y
tratando de emular a la Rusia de Lenin y Trotzky conductores de la magna
revolución. Estallan huelgas y son reprimidas con el fuego de los fuciles; pero
los obreros continúan forjando una vanguardia de abnegados dirigentes.
Recabarren, funda el Partido Obrero Socialista; se editan periódicos, folletos,
revistas. La Federación Obrera de Chile aglutina direccionalmente a los
sindicatos y gremios; la Juventud Universitaria, a través de la Federación de
Estudiantes, solidariza con los trabajadores y vierte su entusiasmo y su
cultura en charlas, conferencias, y escuelas nocturnas.
En 1920 surge Arturo Alessandri como caudillo popular esgrimiendo un
plan de reformas sociales. Es arrojado del Poder por los militares y retorna
apoyado por éstos para ser despojado una vez más por los mismos. Se
impone Carlos Ibáñez asumiendo una dictadura; es derrocado en 1931.
Sobreviene un período de anarquía y la breve República Socialista de
Marmaduke Grove. Durante estos acontecimientos ‐1920 a 1932‐ la clase
obrera se agita, declara huelgas, se le masacra, vuelve a la cancha en pugna
violenta contra sus opresores, es perseguida, destruyen sus organizaciones,
destierran a sus mejores dirigentes, encarcelan a otros. Vuelve a reaparecer
con la llamarada socialista del 4 de Junio de 1932. Y desde entonces,
separada políticamente entre socialistas y comunistas y unida en lo sindical ‐
salvo cortos períodos‐ en la Confederación de Trabajadores de Chile, reinicia
su trayectoria que viene a culminar en el Frente de Acción Popular y en la
Central Única de Trabajadores.
A través de esta síntesis, los apuntes que a continuación se entregan a los
lectores, tratan de analizar objetivamente la trayectoria del Socialismo
Chileno y, en menor grado, del movimiento popular en conjunto.
A. Ch. R
SANTIAGO DE CHILE 1967
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CAPITULO I
A fines del siglo pasado –Noviembre de 1887‐ se funda el Partido
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Demócrata, primera organización política de poderosa raigambre popular, en
cuyas filas los asalariados vuelcan por más de veinte años sus aspiraciones
sociales y económicas. Esperanzas frustradas. Esa agrupación integrada por
sectores pequeños burgueses, artesanado, obreros con vagas inclinaciones
revolucionarias, a una década de su fundación comienza a estancarse en las
anquilosadas redes del parlamentarismo; se mimetiza con los partidos
reaccionarios, liquidando las inquietudes liberadores proyectadas por el
proletariado.
Su contribución al proceso político de avanzada, es la formación de
cuadros dirigentes de extracción popular que, bajo otras banderas
partidarias, realizarán una fecunda labor en el proceso organizativo y de
luchas de la clase obrera; además, campañas de contenido socialista en sus
periódicos, fluyendo como clarinadas iniciales en el pensamiento de las
masas, e igualmente, sus polémicas con los que adhieren al anarco
sindicalismo, grupos combativos que se inspiran en Bakunin y otros líderes
connotados de esa corriente revolucionaria.
El Partido Demócrata, no obstante fundarse como representante y
portavoz de los asalariados, constreñía su acción desfavoreciéndolos en sus
intereses por la influencia de su crecida militancia pequeño‐burguesa.
Pronto, queda en evidencia su conducta conciliadora con los partitivos
reaccionarios que lo arrastran al más degradante oportunismo, frenando los
impulsos de avanzada de su sector proletario. Sin embargo, coopera de
manera positiva –a través de su prensa a la divulgación del ideario socialista
que propician algunos dirigentes de sus filas.
Desde la caída del Presidente Balmaceda, es impresionante la aparición de
órganos de publicidad de tendencias socialistas en Santiago y otras ciudades
del país. De 1892 a 1909. El Partido Demócrata edita más de quince
periódicos, destacándose los siguientes “El Demócrata”, “La democracia”.
“La Igualdad”, “El Pueblo”, “El Obrero”, “El Defensor”, “La Voz del Obrero”,
“El Proletario”. “La Doctrina Popular”, “La Reforma”, etc., alguno de los
cuales se editaban en otras ciudades. Aparte de los mencionados, los grupos
segregados del Partido Demócrata de tendencias francamente socialistas y
anarquistas, publicaban “El Grito del Pueblo”, “El Proletario”, “El Obrero”, “El
Martillo”, “La Tromba”, “La Campana”, “El Trabajo”, “El Socialista”. Los
Anarquistas a su vez, contaban con “El Rebelde”, “El Acrata”, “El Siglo XX”,
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“El Progreso Social”, “La Luz”, “La Agitación”, “El Faro”’, “Germinal”, “El
Oprimido”, “El Alba”, “La Antorcha”; además, la revista social “La Revuelta” y
“Paréntesis”, publicadas en Valparaíso y Santiago, respectivamente. En estas
colaboran jóvenes escritores, que más tarde adquieren renombre nacional.
Admirable similitud con la “era de la anarquía”, que en la historia oficial
abarca los años 1823 a 1830. En ese entonces, caída la dictadura de
O¨Higgins, aparecieron numerosos periódicos sembrando la simiente de la
democracia y la libertad que tanta trascendencia ha tenido para la vida de la
República. El fenómeno volvía a repetirse sesenta años más tarde; pero de
manera más avanzada y efectiva en las ideas. La prensa, a contar de 1892,
sirve de guía y da enseñanzas a la acción de los trabajadores.
El desarrollo vertiginoso de la industria minera, especialmente el salitre,
acelera el despertar de la lucha proletaria en lo social y económico. La
explotación del obrero, brutalmente despiadada por el sector empresarial,
fue creando un estado anímico de latente insurgencia popular, originando
huelgas que eran reprimidas con inusitada violencia. La prédica de anarco‐
sindicalistas, embrionarias aún, cosechaban sus primeros frutos. Es el
comienzo, también, de las escisiones que sufre el Partido Demócrata por su
política conciliadora y regresiva, entregando gran caudal de sus aguas
proletarias a las nacientes agrupaciones inspiradas por nuevos ideales. Así se
va gestando el proceso organizativo en lo político, gremial y sindical de los
trabajadores chilenos. Desde fines del siglo pasado al primer decenio del
presente, las masas explotadas construyen las bases sobre las cuales
levantarán paso a paso sus organismos de clase. El impulso inicial nace del
Partido Demócrata; el segundo, de las Sociedades de Resistencia, de las
Mancomunales y Gremios. Es el período duro, trágico de fuego, en el que
adoptan toda clase de medidas tendientes a poner atajo a los abusos y
persecuciones de las empresas y de las autoridades. Cabe anotar que al
fundarse el Partido Demócrata, los sectores reaccionarios pretenden
eliminarlo aduciendo que era “encarnación del espíritu socialista” al que no
se le deben reconocer “los derechos de beligerancia”. Temen que su
desarrollo pueda convertirlo en una amenaza a sus privilegios de clase
gobernante; pero conocen a sus dirigentes y no les resulta difícil
neutralizarlos con apetitosos ofrecimientos en la administración pública y
pactos electorales que les aseguren representación en el Parlamento.
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* *
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En Octubre de 1897 nace “La Unión Socialista”, al fusionarse los grupos
“Centro Social Obrero” y “Agrupación Fraternal Obrera”, ambas de tendencia
socialistas segregadas del Partido Demócrata. El nuevo organismo político
presidido por Hipólito Olivares, ‐tiene como órgano de expresión pública “El
Proletario”‐ realiza una vigorosa actividad de difusión de sus principios a
través de charlas, conferencias, manifiestos. El Gobierno y la prensa oficial lo
combate con violencia, temeroso del agrupamiento masivo de los
trabajadores. Al discutirse en su local el programa y constitución del Partido,
son asaltados y golpeados por las fuerzas policiales que obedecen órdenes
del Intendente de la provincia. No obstante los atropellos y persecuciones,
en el mes de Diciembre de aquel año se constituyen en “Partido Socialista de
Chile”, al que adhieren nuevos grupos, y designan como Presidente al joven
José Gregorio Olivares Toledo. Acuerdan, en esa ocasión, editar “El Martillo”
‐semanario de propaganda‐ y aceptan los planteamientos teóricos del
movimiento socialista internacional.
Este primer intento de crear un poderoso Partido Socialista, no prospera
en la medida que se esperaba. Muchos de los impulsores más connotados –
como Alejandro Escobar Carballo‐ se convierten en anarquistas y forman,
luego, una nueva organización denominada “Socialismo Libertario”. Con la
ebullición de ideas que llegan de Europa convulsionando el ambiente
nacional, estos y otros grupos de tendencias similares, desarrollan una
actividad emprendedora creando en las ciudades y centros obreros
industriales, núcleos de adherentes muy ágiles y vehementes en la
propaganda. Así y todo, en 1900 se forma otro Partido Socialista en base a
un grupo que desde 1898 actúa como fracción “Obrera Socialista Francisco
Bilbao” en el seno del Partido Demócrata. Este nuevo Partido Socialista
mantiene influencia en la clase trabajadora hasta fines de 1902 y alcanza a
publicar varios periódicos, entre los que se destaca “El Socialista”; además,
extiende su organización a todas las Comunas de la provincia de Santiago y
ciudades como Valparaíso, Antofagasta, Valdivia, Chillan, etc., etc. Los
primeros días de Mayo de 1902 lleva a cabo un Congreso con asistencia de
Delegados de todas las localidades donde estaban organizados. Al igual que
el Partido Socialista de Chile presidido por Hipólito Olivares y José Gregorio
Olivares, en seguida, no logra polarizar hacia sus filas al elemento trabajador
en el número que se esperaba dejando de funcionar a comienzos de 1903.
Por esa misma época nacen en Valparaíso y Punta Arenas otras
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agrupaciones socialistas. En 1898, asalariados influidos por inmigrantes
europeos, , organizan la “Unión Obrera” –grupo político y sindical‐ que se
transforma en “Partido Socialista de Punta Arenas” y da vida a un semanario
de propaganda denominado “El Obrero”. Pos las distancias y falta oportuna
de comunicaciones, su actividad fue exclusivamente regional, sin proyectarse
al resto del país. De corta existencia es, también, el “Partido Demócrata
Socialista” fundado en Valparaíso en 1901, cuyo órgano de propaganda es
“Germinal”. De los partidos mencionados, el de mayor gravitación sobre los
trabajadores fue la “Unión Socialista” que presidía Hipólito Olivares y cuyo
más dinámico impulsor era Alejandro Escobar Carballo, transformado, al
oficializarse definitivamente su directiva, en Partido Socialista de Chile de
presidió José Gregorio Olivares.
Desde 1903 a 1912, en que Luis Emilio9 Recabarren funda el Partido
Obrero Socialista, no se logra consolidar una férrea organización. Pero se
habían creado las condiciones adecuadas nacidas de aquellas iniciativas, y de
las luchas de las Mancomunales y Sociedades de Resistencia contra sus
explotadores. Los adherentes al anarquismo contribuyen, también, a la
difusión de la cultura política y de todo orden, a través de sus publicaciones,
conferencias, folletos, despertando conciencia de case y la necesidad de
unificación de la clase obrera en los sectores industriales desarrollados.
*
* *
Muchos han afirmado que el proceso de avance político y social de la
clase asalariada chilena, es obra del Partido Radical a lo largo de su ya vieja
trayectoria. Tan inexacta es la afirmación, que sólo basta recordar que sus
orientaciones esencialmente burguesas y el espíritu reaccionario de sus
directivas, originaron la fundación del Partido Demócrata con elementos
segregados de sus filas. Grupos proletarizados y pequeña burguesía del
radicalismo, en la imposibilidad de imponer dentro del Partido un programa
favorable a las clases explotadas, solidarizaron con los trabajadores que,
ajenos a sus filas, impulsan movimientos de protesta por las medidas cada
vez más retrogradas del Gobierno tomadas con su beneplácito. De esa
manera se ven impelidos a organizar la “Sociedad de la Igualdad” en 1886 y
dar vida a un vocero que denominan “La Igualdad”, expresión pública de sus
aspiraciones, cuyos redactores principales fueron Malaquías Concha y
Avelino Contardo; en seguida, constituyeron el Partido Demócrata.
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Lo cierto es que el Radicalismo fue desde su nacimiento una organización
política de hombres adinerados que ambicionaban el control del Gobierno
como herramienta para extender su influencia económica, política y social.
Al impulso del auge originado por la minería y la naciente industria en el siglo
pasado, se fue formando una nueva clase social, conocida como “clase
media”: Comerciantes, mineros, profesionales enriquecidos que sirven de
base a su composición. Programática y teóricamente, elude al problema
social que afecta a las masas; acentúa como fundamentos básicos de su
doctrina, la separación de la Iglesia del Estado y el establecimiento de la
enseñanza primaria gratuita, “laica, y obligatoria”. Sin embargo, fue siempre
sólido puntal del sistema político‐jurídico liberal, sin preocuparse de un
programa de reformas económicas y de iniciativas que apuntaran a la
transformación del agro chileno. Creció, además, de capacidad para
enfrentar con sentido práctico los avances sociales y económicos derivados
de la evolución misma de la sociedad capitalista aceptando, por
consiguiente, las orientaciones de los partidos tradicionales, interesados en
mantener sus privilegios y no descuidar el fortalecimiento de sus finanzas.
De grandes empresarios mineros, se convierten muy pronto en
usufructuarios del mismo sistema de explotación feudal de la tierra,
borrando toda diferencia con sus antagonistas políticos de la oligarquía.
Sin embargo, como expresión de una burguesía más emprendedora y
utilitaria, supo dar solidez económica y social a la clase media valiéndose de
sus influencias parlamentarias y del Poder Ejecutivo, cuando parcial o
totalmente lo ha disfrutado. Nada hay en su historia centenaria que pueda
catalogarlo como servidor de los intereses del proletariado. Si bien es verdad
que acaudilló a la clase media y obtuvo victorias políticas sobre la oligarquía
agraria y mercantil, arrebatándole una parte de sus riquezas, de ninguna
manera fue una victoria que beneficiara a las clases populares. En la época
boyante del salitre, sus más connotados dirigentes fueron puntales del
imperialismo inglés, en detrimento de los intereses de Chile. Confabulados
con la oligarquía se convierten en gestores del señor Juan North –el amo del
salitre‐ y combaten a Balmaceda. La penetración imperialista en el país ha
tenido siempre en los Radicales a sus mejores peones.
Francisco Bilbao y Santiago Arcos, a mediados del siglo pasado propiciaron
en la “Sociedad de la Igualdad” – en forma concluyente‐ el mejoramiento
económico de los trabajadores y posibilitarles el acceso a la cultura. Arcos –
18
discípulo de los socialistas franceses‐ al criticar el sistema imperante,
señalaba por primera vez en Chile la existencia de la lucha de clases y
culpaba con acritud a los partidos gobernantes, ‐ poseedores de la riqueza‐
del caos económico y social. Es el primero, también, en proponer la
subdivisión de la propiedad territorial como etapa inicial hacia un cambio
político que creara una modificación a la estructura económica feudal. Sin la
división de tierras tendientes a liberar a los campesinos de la esclavitud
oligárquico‐agraria, se hacía ilusorio cualquier mejoramiento que guardase
cierta relación con los avances efectuados que guardase cierta relación con
los avances efectuados en otras latitudes. El Partido Radical, pese a este
hecho y teniendo a Arcos y Bilbao por sus precursores, durante todo el siglo
pasado, jamás propició o hizo suyas tales iniciativas. Por el contrario, fue
sordo y ciego a aceptar reformas conducentes a levantar el nivel social y
económico de las masas. Ni Valentín Letelier fue capaz de vencer la
obstinación de sus capas direccionales solidarias de los intereses financieros
de la plutocracia y del imperialismo, si bien logró introducir en su programa
varios puntos de carácter social. En buenas cuentas, el papel que entonces
desempeñaron en el escenario de la política nacional, es idéntico al que hoy
juega la Democracia Cristiana. Es decir, son las avanzadas de una oligarquía
decrépita y enmohecida de tradicionalismo sin perspectiva –pero orgullosa y
firme aún‐, a la que inyectaron sangre nueva con la incorporación a su
servicio de la clase media, en el vasto escenario de sus intereses en juego.
Engranaje del sistema capitalista por sus vínculos sociales y económicos, la
Democracia Cristiana procede ahora de igual manera, aunque justo es
reconocerle una mayor capacidad y espíritu de iniciativa a favor de un
sistema condenado a desaparecer.
*
* *
Una acentuada prosperidad económica derivada del auge de las
exportaciones salitreras y de un proceso industrial manufacturero, fabril y
minero, rubrican para el país la iniciación del siglo XX. Al mismo tiempo, se
desarrolla también, ‐adquiriendo prestancia organizativa y un mayor sentido
de clase‐ el proletariado que, desde la gran huelga de 1890 se había
aletargado. El decenio final del XIX aparentemente más tranquilizador,
contribuye al modelamiento pausado, pero sólido de su estructura gremial,
encauzando su acción al influjo de conceptos políticos concordes con sus
inquietudes revolucionarias. El Partido Demócrata y las primeras
agrupaciones socialistas, el anarco‐sindicalismo, las mancomunales y las
19
sociedades de resistencia, son centros aglutinadores de enseñanzas y
semilleros fertilizantes de las nuevas ideas.
Salta a la palestra la “Mancomunal de Obreros” de Iquique constituida el
1° de enero de 1900, con una abigarrada militancia de portuarios y su
herramienta de propaganda, “El Trabajo”, periódico que se publica de 1901 a
1908. Transformado en diario por su enorme circulación, es el estimulante
más efectivo de reivindicaciones obreras y de cuanto problema aflige a la
región. Denuncia arbitrariedades de las empresas, negligencias del Gobierno
y se hace solidario de todos los movimientos huelguísticos suscitados en el
norte. Ideológicamente simpatiza con el socialismo y divulga sus principios
que son acogidos con entusiasmo por vastos sectores del proletariado. El
movimiento se extiende con vigorosas aristas de lucha en un ambiente
caldeado por los abusos y la represión. Las Mancomunales se organizan en
todos los puertos del litoral, en las Oficinas Salitreras, ciudades y centros
industriales, trayendo a la par la fundación de grupos políticos como el
“Partido Obrero Mancomunal” y otros de tendencias también socialistas.
Las huelgas que estallan de continuo entre los años 1902 a 1907, culminan
con la horrorosa masacre en la Escuela Santa María de Iquique, en diciembre
de ese año. Son ametrallados más de dos mil seres humanos, por órdenes
del general de triste memoria, Silva Renard.
¿Qué había ocurrido?
La huelga que origina tan horrible masacre, tiene un solo objetivo:
aumento de salarios, petición de toda justicia denegada por los
representantes de las empresas que cuentan con el respaldo del Gobierno.
Los obreros exigen, entonces, se les traslade al sur de donde habían sido
traídos, oponiéndose las autoridades por temor a que el paro no se
solucione si quedan sin trabajadores. Han bajado a Iquique, organizados por
Oficina y marchando en columnas al borde de la línea del ferrocarril. Entre el
14 y el 20 de diciembre, el puerto recibe a millares de pampinos repletando
el Club Hípico, Escuela Santa María y otros lugares asignados como
albergues. El Comité de Huelga nada omite procurando una solución
razonable ante el Intendente de la provincia y jefes militares, sin imaginarse
que los abogados y representantes de la industria ‐vinculados al Congreso
Nacional y al Ejecutivo‐ tienen ganada de ante mano su causa mediante la
represión que el Gobierno hará efectiva si no aceptan las condiciones
impuestas por los industriales. La movilización armada ‐tropas de Ejército y
20
Marina‐ y las instrucciones dadas al Intendente de Iquique por el Ministro
del Interior, dejan en evidencia los criminales designios que se van a
ejecutar.
Los portuarios y demás gremios solidarizan con los pampinos,
organizándose un “Comité Central Pampa e Iquique”, en lugar del anterior
Comité de Huelga, que es integrado por José Briggs, Luis Olea, Manuel
Aguirre y dos delegados por cada Oficina Salitrera.
En esos días, el Intendente Carlos Eastman regresa de Santiago con
órdenes precisas del Gobierno, acompañado del general Silva Renard y del
coronel Ledesma. Reanudadas las conversaciones y pese a los esfuerzos
conciliatorios de los huelguistas, sus peticiones vuelven a ser rechazadas. Se
les exige retornar al trabajo en espera de instrucciones que vendrán de
Europa. Una vez más insisten ante las autoridades se les permita partir al sur,
en vista de la obcecación de los patrones.
La Guarnición de Iquique compuesta de los Regimientos “Granaderos” y
“Carampangue”, ha sido forzada por entidades militares de Copiapó, Talca,
Antofagasta, Tacna, Artillería de Costa de Valparaíso y Carabineros de
distintos lugares del país.
La represión asoma su cabeza de víbora ‐en una especie de prólogo a la
macabra tragedia‐ en la Oficina “Buenaventura”. Aquella faena, con un
efectivo de mil trabajadores, está rodeada de tropas militares con órdenes
de evitar que bajen a Iquique. En una tentativa de enviar por tren a sus
mujeres e hijos, masacran a seis obreros y veinte quedan heridos. Son
llevados a Iquique el día 20 de diciembre de 1907. La indignación por esta
inaudita masacre, desgarra como cuchillo el corazón de los obreros
concentrados en Iquique. Sin embargo, consiguen controlarse. Al día
siguiente, los obreros asesinados en Buenaventura, son sepultados en la
mañana, en medio de una inmensa y dolorida manifestación de duelo.
¡Triste preludio, a lo que con cinismo de gangster, las autoridades han
venido preparando!
A las tres de la tarde, al oponerse los dirigentes a que los obreros
abandonen la Escuela Santa María en dirección al Club Hípico por órdenes de
21
Silva Renard, éste “dio orden de fusilar a los miembros del Comité Central,
que se hallaban en la azotea presentando un fácil blanco. Los soldados del
O¨Higgins hacen la primera descarga; acribillados por las balas, caen Briggs,
Olea, Rodríguez, Díaz, Vergara, Rosario Calderón y algunos delegados de las
Oficinas Salitreras que rodeaban a los miembros del Comité Central”.1 “Más
de setecientas personas, en su mayoría mujeres y niños, murieron bajo la
metralla implacable… Se cuenta que una viejecita del pueblo, vendedora de
empanadas, cruzando casualmente la plaza para realizar su negocio
cotidiano, cayó de las primeras: Tal fue la saña ciega de aquel miserable
bandido”.2
*
* *
Después de aquel monstruoso crimen colectivo consumado bajo la
presidencia de Pedro Montt, sin precedente en el historial de las luchas
obreras, el movimiento sindical y político del proletariado decae
ostensiblemente, para reaparecer en septiembre de 1909 al organizarse la
Federación Obrera de Chile a iniciativas del Gremio Ferroviario y,
estructurándose como una Sociedad de Socorros Mutuos, en Enero de 1911.
El período de 1910 a 1912 ‐trágico, emprendedor, heroico‐
protagonizado por los asalariados, acrecienta la organización gremial
perfilando, a la vez, una mayor preocupación por crear un partido político
revolucionario. La presión patronal y las arremetidas del Gobierno en cada
conflicto, lejos de desmoralizar a sus dirigentes y bases obreras, no hace otra
cosa que acelerar su maduración de clase y los lleva a la constitución de un
partido político. Es notable, en ese período, la publicación de periódicos que,
en contraposición al ideario del Partido Demócrata, difunden el pensamiento
socialista y anarquista. El Gobierno, por otro lado, no muestra mayor interés
en los rumbos ideológicos que buscaban los trabajadores: Le basta con
reprimir violentamente las huelgas, defender la “sacrosanta propiedad
privada” y dar todo su apoyo a las empresas imperialistas escudadas en los
conservadores, liberales, radicales y demócratas, para adueñarse cada vez
más del país.
El hecho más elocuente en el sentido del avance que experimenta el
movimiento de los trabajadores, lo constituye la fundación del “Partido
Obrero Socialista” a iniciativas de Luis Emilio Recabarren en Junio de 1912 y,
ese mismo año, la del Partido Socialista de Magallanes. El Partido organizado
22
por Recabarren en Iquique no demora en extenderse por toda la pampa
salitrera y ciudades más populosas del país; sus militantes, paralelamente,
van constituyendo Sindicatos y agrupando a los trabajadores en sólidas
“Uniones Obreras”, no obstante las dificultades que oponen los anarco‐
sindicalistas, acérrimos adversarios de toda organización política
centralizada. Así el provisor Partido fundado Por Recabarren, logra encauzar
el sentimiento de lucha de las masas hacia el fortalecimiento de la
Federación Obrera de Chile, que hasta 1917 sólo mantiene una vida lánguida
sirviendo como entidad de socorros mutuos, para transformarse en la II
Convención de Valparaíso en Septiembre de ese año, en una verdadera
herramienta sindical de todos los trabajadores chilenos.
Las experiencias hasta entonces recogidas instaron a Recabarren a
plantear la lucha económica de los obreros, paralela a una acción política. No
bastaba la organización sindical o las ligas de resistencia, fácil de vencer ‐
como venía ocurriendo‐ por la presión patronal y la intervención violenta del
Gobierno en cada conflicto huelguístico. La oligarquía chilena y las empresas
extranjeras, están representadas por los partidos políticos sostenedores del
sistema capitalista que controlan el Estado en resguardo de sus intereses. La
visión genial de Recabarren ‐más sus conocimientos adquiridos en un viaje a
Europa por dos años‐ al dar organicidad al Partido Obrero Socialista que
batallara por la liberación de las masas imponiendo sus aspiraciones,
significaba armar al movimiento popular de una doctrina revolucionaria que
lo capacitara no sólo para la acción práctica, sino también hacia la conquista
del Poder para construir la sociedad socialista.
Como expresión pública del Partido, Recabarren edita “El Despertar de
los Trabajadores”, en Iquique, siguiéndole “La Voz Socialista”, en Santiago.
De 1915 a 1918 aparece, también en Valparaíso, un semanario titulado “El
Socialista”, precedido por “La Defensa Obrera”, que realizan una tarea
combativa en pro del nuevo Partido y de virulentos ataques al capitalismo y
la burguesía.
Durante 1912 a 1917 se desarrolla una labor tesonera y positiva de
organización y educación política, no sólo a través de la prensa controlada
por el Partido, sino en base a charlas, conferencias, creación de Centros
Culturales, Conjuntos Artísticos Obreros, folletos, cancioneros populares,
concentraciones públicas, polémicas con los adversarios, en todo lo cual
23
Recabarren es alma y motor. El resultado más eficiente logrado en este
lapso, es el vigorizamiento de la organización sindical tendiente a centrarlo
direccionalmente y darle un acerado contenido revolucionario. En la
Convención de la FOCH, efectuada en Valparaíso en Septiembre de 1917, se
da el paso más decisivo, al aglutinar en su seno a todas las agrupaciones
desde Arica a Magallanes, convirtiéndola en la más poderosa herramienta
proletaria. En ese mismo período, también es provisor el movimiento
anarquista; al igual que el socialista, publican varios periódicos y captan a sus
posiciones a lo mejor de la juventud.
Si bien es cierto que el Partido Obrero Socialista no crece en la medida
que se esperaba como organización política, en cambio, la Federación
Obrera sigue un curso ascendente que la lleva a jugar un gran papel antes y
durante la crisis producida al término de la primera guerra mundial. A la
prosperidad económica derivada de las exportaciones de salitre y cobre, en
que no mejoran las condiciones de vida de los obreros, le sucede, en seguida
‐con el cese de las ventas de salitre‐, un período de desocupación y de
hambre que afecta sólo a los asalariados.
La terminación de la guerra origina dos hechos de trascendencia mundial:
la Revolución Rusa que liquida definitivamente el régimen autocrático feudal
zarista, trocándolo por un Gobierno revolucionario de obreros y campesinos
de carácter socialista; y la expansión del imperialismo norteamericano, tanto
en Europa como en América Latina, acontecimientos que gravitarán
poderosamente en nuestro país. El primero, de profundas repercusiones
internacionales, influye en el desenvolvimiento del marxismo
revolucionario, vitalizando de gran manera los incentivos de lucha del
proletariado; el segundo, suplanta al imperialismo alemán y debilita al inglés,
aumentando sus inversiones hasta hacerse casi dueño absoluto de nuestras
materias primas. Bajo el influjo de la Revolución Rusa, la Federación Obrera
resuelve, en su Congreso de Rancagua efectuado en Diciembre de 1921,
afiliarse a la Internacional Sindical Roja de Moscú; y el Partido Obrero
Socialista, en su III Congreso de enero de 1922, acuerda tomar el nombre de
Partido Comunista como Sección Chilena de la Tercera Internacional.
Mientras esto ocurre en Chile, la guerra recién terminada ha cambiado el
mapa de algunos Continentes. La vieja monarquía austro‐húngara queda
reducida sólo a Austria; lo poco que subsistía del Imperio Otomano se ha
24
derrumbado; Alemania, pierde sus colonias y se transforma en República; los
países balcánicos coronan nuevos reyes con la anuencia interesada de las
potencias vencedoras. Inglaterra y Francia, victoriosas en el campo de
batalla, pero debilitadas en lo económico, ceden ante el vitalizado
capitalismo norteamericano dejándose arrebatar sus mercados
internacionales. El hambre, la cesantía, complicaciones derivadas del Tratado
de Versalles, hacen su cosecha de vidas humanas en gran parte de Europa
tan desangrada por la macabra conflagración. Las masas desengañadas de
sus viejos conductores políticos, en un esfuerzo suicida retornan a la lucha
revolucionaria bajo nuevas banderas partidarias. El triunfo de la Revolución
Soviética abre perspectivas promisorias, creando una mística de acción y
férrea disciplina proletaria a los que adhieren a sus principios; los viejos
partidos socialistas asidos a la Segunda Internacional, enlodados por la
traición al apoyar los créditos de guerra, se dividen violentamente,
organizándose Secciones Comunistas adictas a Moscú. El movimiento
revolucionario europeo una vez más escindido servirá de prólogo a la
ascensión del fascismo que va a desencadenar la segunda Guerra Mundial,
sepultando en ciudades y campos de batalla a toda una generación.
Pero las esperanzas no mueren para las mayorías que persiguen un
mundo mejor. Y más aún, cuando han captado el proceso dialéctico que
explica la evolución de la sociedad humana señalando indefectiblemente el
camino hacia el socialismo. La Revolución Rusa, ‐destinada a hacer cambiar
la faz del mundo capitalista‐ es el verbo candente que enciende como una
llamarada el angustiado corazón de las multitudes instándolas a la acción. Su
eco repercute como explosión de dinamita en el torturado territorio
nacional, tan herido por huelgas y masacres. Los líderes de distintas
latitudes, no viajan a Ámsterdam a templar sus convicciones socialistas: Lo
hacen a Moscú. Allá se forja un pueblo bajo un Gobierno obrero y
campesino, inspirado en el marxismo. En esa etapa primera de su influencia
en Chile, el movimiento popular ‐no obstante sus limitaciones‐ era el más
provisor de América Latina.
A la tesonera labor de las organizaciones alentadas por el socialismo, debe
reconocerse la dinámica actividad de los anarquistas que, paralela a la
Federación Obrera de Chile, fundan en 1919 la I.W.W (Trabajadores
Industriales del Mundo). Editan periódicos, distribuyen folletos y libros
impresos en España de sus líderes más famosos, forman centros de
25
propaganda y de estudios sociales y mantienen una lucha permanente a
favor de las reivindicaciones económicas del proletariado. Su órgano de
expresión más difundido, “Acción Directa”, ejerce decisiva influencia entre la
intelectualidad joven atrayendo la adhesión de la Federación de Estudiantes
que, mediante su vocero “Claridad”, sostiene encendidas campañas de
penetración ideológica con la inserción de artículos teóricos de los más
renombrados maestros del anarquismo.
Los años 1919 y 1920 son conturbados por huelgas y persecuciones
creándose un clima político cada vez más amenazante. En Puerto Natales
masacran a numerosos obreros por reclamar de la dura explotación a que
son sometidos por los grandes estancieros; en Punta Arenas, las autoridades
de la cuidad incendian el local de la Federación Obrera de Chile, disparan
sobre los que huyen, encarcelan a los sobrevivientes; en la región
carbonífera, una huelga dirigida por la FOCH dura 83 días; en Santiago, se
persigue a dirigentes obreros, estudiantes y profesionales acusados de
agitadores; se allana la Federación de estudiantes, encarcelando al joven
poeta Domingo Gómez Rojas que muere transtornado por los vejámenes que
padece; en Antofagasta, detienen a Recabarren y lo relegan por tres meses
al sur; dirigentes de la I.W.W y de la FOCH de Valparaíso, son procesados,
encarcelándoseles por más de 90 días. Ese período ‐del 19 al 20‐ queda
marcado por los más incalificables atropellos a las clases trabajadoras.
A pesar de la holgada situación financiera, ‐derivada de las ventas de
salitre y cobre durante la guerra‐ que disfruta el Gobierno de Juan Luis
Sanfuentes, los asalariados viven en permanente miseria económica. Las
huelgas, por tal motivo, se desencadenan de norte a sur. Las entradas
fiscales sólo favorecen a la plutocracia gobernante intensificándose, en
consecuencia, los conflictos sociales que vigorizan la animosidad de los
desposeídos. El clima de descomposición política, de peculados e ineptitud,
se hace cada vez más profundo y está a punto de ser roto por una
conspiración militar. La estabilidad constitucional burguesa se salva de
milagro. Al descubrirse el complot ‐Mayo de 1919‐ es estrangulado con
prontitud y, los militares comprometidos, son juzgados por un tribunal que
los llama posteriormente a retiro.
En este clima de caos, de verdadera descomposición social, en que la
ineptitud y decadencia de la oligarquía gobernante es total, se va a dar
26
comienzo a un proceso de democracia y reformas sociales que demorarán en
cristalizar, y cuyo punto de partida es la elección presidencial de 1920.
*
* *
1920 es un año señero en las contiendas políticas y sociales del país. La
clase media que siempre ha servido los intereses de la oligarquía, reclama
una ingerencia directa en los poderes públicos. El movimiento popular,
cohesionando sus cuadros sindicales y políticos, con más audacia y vagos
conocimientos ideológicos, ocupa un lugar destacado en el torbellino
electoral. El vendaval comunista sopla desde Moscú impregnándolo de una
tónica más revolucionaria. Socialistas, sindicalistas, anarquistas, sin
discriminar en sus diferencias teóricas y métodos de lucha, enarbolan los
estandartes de la revolución social. Calificados de “maximalistas” o
“federados” por la oligarquía y sectores de clase media, ‐ciegos a la
evolución de los tiempos‐ rechazan de plano sus teorías y objetivos
considerándolas de inspiración infernal. Turbulentas manifestaciones de
repudio a la administración Sanfuentes, huelgas y represiones sacuden la
vida de la nación, profundizadas por la crisis salitrera que siembra la cesantía
y el hambre. En este clima caldeado de odios y apasionamientos, la
candidatura de Alessandri recoge demagógicamente las aspiraciones
agitadas por las masas, convirtiéndose en bandera de combate para imponer
las reformas propugnadas. En una campaña que ha hecho historia,
Alessandri recorre el país enardeciendo a las muchedumbres con su oratoria
de fuego y fustigando a la oligarquía representada por Luis Barros Borgoño.
La pequeña burguesía, sirve de apoyo decisivo al triunfo de Alessandri; de
igual manera, la clase obrera que no puede llevar adelante la candidatura de
Recabarren, proclamada la primera semana de Junio de ese año. Los
organismos sindicales, pese al desarrollo alcanzado, carecen de plena
madurez de clase; el Partido Obrero Socialista, no está solidamente
vertebrado en las ciudades y zonas industriales; y, el Partido Demócrata, ‐
integrante de la Alianza Liberal‐ mantiene influencias en vastos sectores
proletarios a través de dirigentes como Pradenas Muñoz y otros. Las causas
señaladas, más el programa de reformas que con fervor de iluminado les
ofrece Alessandri, debilitan la postulación de Recabarren que obtiene
escasos votos en las provincias nortinas y en ciudades como Valparaíso y
Santiago.
27
Al Partido Obrero Socialista y al propio Recabarren, no les fue posible
detener el torrente popular llevando aguas al molino del alessandrismo,
limitándose, ‐pasadas las elecciones‐ a conseguir del nuevo Gobierno el
máximo de garantías a favor de los obreros que les permitiera, a la vez,
continuar organizándose política y sindicalmente.
Al triunfar Alessandri, el Gobierno de Sanfuentes afanoso de cubrir los
peculados de su administración, inundó el país con la noticia de un conflicto
bélico con Bolivia, ordenando de inmediato una movilización general. Junto
al despilfarro que tan grotesca medida significó a las finanzas del país, se
pretendía arrebatarle la victoria a Alessandri, acusándolo de estar “vendido
al oro peruano”.
Los primeros en reaccionar virilmente contra tan absurda medida, son los
estudiantes universitarios. Mientras los Regimientos de la Capital marchan al
norte a detener la supuesta invasión boliviana, la Federación de Estudiantes
es asaltada por una turba de “pijes” patrioteros incitados por el Gobierno,
señalada como el foco del anti‐patriotismo y semillero de ideas disociadoras.
Sus dirigentes son detenidos; los inmuebles del local y sus libros, quemados
en la calles. El poeta Domingo Gómez Rojas, vejado monstruosamente,
fallece en el Manicomio donde se le tenía detenido. Sus funerales, el 1° De
Octubre, fueron imponentes: Más de doscientas mil personas, rubrican en
ese acto de dolorido sentimiento, su protesta contra el Gobierno.
Por último, el proceso eleccionario tiene su epílogo: Un Tribunal de Honor
dio su veredicto a favor de Alessandri, que el Congreso hubo de ratificar.
*
* *
Es evidente que el Gobierno de Alessandri iniciado en Diciembre de ese
año, democratiza en parte la administración pública, pero no soluciona las
esperadas reivindicaciones populares. El Código del Trabajo, proyecto de Ley
del Ejecutivo, es rechazado por la mayoría plutocrática del Congreso. Nada
que huela a reformas sociales o que beneficien aspiraciones mínimas en lo
económico de las masas eran aceptadas por la ensordecida plutocracia del
Parlamento.
28
Cuarenta días después de asumir el mando Alessandri, se produce la
masacre de San Gregorio, al igual que en los tortuosos años de los gobiernos
oligárquicos. Treinta mil obreros, aproximadamente, son notificados de
cesantía por paralización de faenas. En tal evento, piden a la Junta Ejecutiva
de la FOCH de Santiago, intervenga ante el Gobierno, se les proporcione
pasajes y se les exija a las Compañías un desahucio de quince días. Mientras
el Presidente de la República da benévola acogida a sus peticiones, los
obreros, por su parte, inician gestiones ante los Administradores de las
Oficinas. El señor Jones, Administrados de San Gregorio, les expresa que dará
el desahucio de 15 días y que se preparen a abandonar la Oficina el
miércoles 3, entregándoles entonces el desahucio acordado. En los
momentos de subir al tren que los conduciría a Antofagasta, les ofrece 5 y 10
pesos a solteros y casados, respectivamente, lo que es rechazado y se niegan
a dejar la Oficina. En tanto, un destacamento de tropas ha llegado
notificando a los obreros que tienen órdenes de hacerlos salir por “la buena
o la mala”. Ante tal amenaza designan una comisión que se entreviste con el
Sr. Jones a fin de pedirle que cumpla lo convenido, respondiéndoles que aún
no ha recibido instrucciones para otorgar el desahucio. Resuelven, por
último, apersonarse al Administrados, solicitando como testigos a los
Oficiales a cargo de la tropa, ‐Argandoña y Gainza‐ pues, consideran que
tanto engaño es con el fin de ganar tiempo para la llegada de nuevas tropas
y ser arrojados violentamente, como ha ocurrido en otras ocasiones.
El teniente Argandeña ordena que los obreros se retiren a más de
cincuenta metros de la Oficina, quienes se niegan a acceder, por cuanto lo
han llamado como testigo, pero no a imponerse de manera descomedida y
grosera. Se produce un agrio altercado, lo que induce a Gainza a disparar con
la pistola y Argandoña ordena a la tropa hacer fuego. Caen asesinados
veintidós obreros y los heridos suben de cuarenta. Argandeña fue muerto
por las balas de los propios soldados y ultimado a barrotazos por los obreros,
también un cabo de apellido Faúndez, debido al estallido de un tiro de
dinamita. El Administrador quedó herido al recibir una puñalada en un
pulmón, falleciendo poco después; pero dejando constancia al segundo jefe
de la Oficina, que todo se había originado por la intemperancia de los dos
oficiales que mandaban la tropa.3
“Al día siguiente, llegaba un nuevo destacamento al mando del mayor
Rodríguez, quien había de cometer las mayores atrocidades. Al grito de
29
vengar al teniente Argandoña, la tropa penetró en la sala donde estaban los
heridos y a culatazos destrozó las cabezas de los obreros que ahí se curaban.
Realizada esta “humanitaria “labor, irrumpieron en el Campamento,
dedicándose a cazar obreros, hasta el punto que los asesinatos cometidos en
ese día fueron casi el doble de los que hubo el día de la refriega”.4
Un gran partidario de Alessandri de aquella época, dice: “Alessandri
mostró en aquel episodio su incapacidad de Gobernante. Su corazón
generoso lo llevó a recomendar prudencia y calma al Intendente de
Antofagasta en largas conversaciones telegráficas; pero no le dio ninguna
orden precisa y dejó que los militares hiciesen la subida a la pampa por su
cuenta, sin el control de una autoridad civil, y el Ejército fue a San Gregorio,
no a cumplir la función pública de restablecer y resguardar el orden, sino a
ejercer una innoble venganza….”5
Se pretendió culpar a Recabarren de haber incitado a los obreros a toda
clase de violencias, por el hecho de haber estado con ellos el día anterior,
acusación absolutamente infundada, pues, Recabarren sólo les recomendó
serenidad y firmeza; pero no los alentó a desmanes de ninguna índole.
Hacían sólo dos meses en que el Partido Obrero Socialista, refiriéndose a la
elección de Alessandri, en un manifiesto dirigido por su Comité Ejecutivo a
los asalariados del país, había expresado:”El triunfo político electoral no
pertenece a partido determinado: es el resultado de una larga gestación de
ideas alimentados en los cerebros y corazones de las masas trabajadoras del
país, y siendo éstas las más potentes y numerosas, el triunfo de la Alianza
Liberal no signifícale triunfo de los partidos, sino el triunfo de las ideas
renovadoras y constructivas que siente el proletariado y por las cuales desde
tiempo atrás viene luchando”.6
En verdad, la clase obrera esperaba de Alessandri un gobierno que
solucionara sus más premiosas necesidades, mayor espíritu de justicia social
y un gradual resurgimiento económico de ellos. El Presidente contaba con el
apoyo popular, ‐de su “querida chusma”‐ era el ídolo de las multitudes y
éstas tenían fe en sus condiciones de caudillo, en su entereza para imponer
su programa de reformas avaladas por sus discursos sin precedentes al
aceptar la candidatura presidencial: “Ha sido costumbre ‐dijo entonces con
arrebatadora elocuencia‐ oír a los que han tenido la satisfacción de alcanzar
el honor que ahora vosotros me discernís, que ´no son una amenaza para
30
nadie´. Mi lema es otro: QUIERO SER UNA AMENAZA para los espíritus
REACCIONARIOS para los que resisten TODA JUSTA REFORMA y necesaria;
esos son los propagandistas del desconcierto y del trastorno. Yo quiero ser
una AMENAZA para los que se alzan contra los principios de justicia y de
derecho, quiero ser AMENAZA para todos aquellos que permanecen sordos,
ciegos y mudos ante las evoluciones del momento histórico presente, sin
apreciar las exigencias actuales para la grandeza de este país; quiero ser una
AMENAZA para los que no saben amarlo y no son capaces de hacer ningún
sacrificio por servirlo…”
Era dable, pues, esperar de su Gobierno una política renovadora, más
humana con las masas, que fuera asentando bases que posibilitaran una
transformación realmente democrática y progresista.
Debió ser triste para Alessandri aquel horroroso suceso acaecido en San
Gregorio. Su primera acción como gobernante lo salpicaba de sangre obrera,
haciéndolo aparecer como una AMENAZA para los que lo habían apoyado,
para ese pueblo que lo vitoreaba con delirio y que, pese a ese trágico
acontecimiento, continuó esperanzado en sus promesas.
La mayoría de los escritores e historiadores políticos concuerdan en que
ese primer gobierno de Alessandri, fue el iniciador de las reformas sociales y
jurídicas tan largamente esperadas por el país, abriéndole camino a la clase
media y proletariado a una participación más directa en la cosa pública. Fue,
también, el primer candidato a la presidencia con aposturas de verdadero
caudillo popular, que contó con el respaldo fervoroso de las masas en vías de
dar cimas a sus organizaciones políticas y sindicales. Si no logró las reformas
fundamentales que agitó como programa, debiese en primer término al
régimen parlamentario vigente entonces, que obstruía toda iniciativa
innovadora emanada del Ejecutivo, cuya mayoría oligárquica con acentuado
odio de clase constituía el peor adversario del gobierno. “La administración
de Alessandri ‐ dice Julio Cesar Jobet‐ a pesar de sus graves reparos,
significó una apreciable transformación social, por cuanto se consiguió un
avance en el proceso democrático del país. La oligarquía fue cercenada en
algunos de sus privilegios y, en cambio, ascendieron a diversos altos cargos
de la administración pública, elementos de clase media. Defendió una serie
de leyes sociales, que por lo menos trataba de infiltrar un criterio más
humano frente a la cuestión social, agravada por el incremento del
31
proletariado. La obra de Alessandri tuvo un enemigo tenaz y ciego en la
oligarquía plutocrática, políticamente organizada en la “Unión Nacional” y
con mayoría en el Senado, baluarte de la enconada oposición a su gobierno,
donde criticaban con saña sus presupuestos, leyes, ministerios y política
exterior”. 7
Desde la caída de Balmaceda hasta Alessandri, Chile vivió bajo la férula de
la más escandalosa e ineficaz dictadura parlamentaria. Una minoría
oligárquica y autoritaria como expresión del sistema feudal‐capitalista,
cubría sus peculados bajo las banderas de la democracia que habían
corrompido hasta la saciedad; aumentaba sus intereses económicos y
privilegios sociales de manera irritante, mientras el pueblo explotado gemía
en la miseria; usufructuaba con egoísmo mercenario las entradas fiscales
derivadas del salitre en complicidad con el imperialismo: y, sin escrúpulo,
aplastaba tiránicamente los movimientos reivindicativos de las masas.
Alessandri fue incapaz de superar el dique parlamentario plutocrático,
engendrando por esa causa una superior dosis de miseria y desencanto,
culminando estos hechos con la paralización de las salitreras que empeora la
crisis con miles de cesantes. Jugándose entero quiso romper aquel obstáculo
en las selecciones generales de marzo de 1924, recorriendo el país a favor de
los candidatos de la Alianza Liberal; sólo así podía, también, contrarrestar el
diluvio de dinero de la oligarquía en la compra de conciencias. Obtuvo
mayoría; pero la Unión Nacional se atrincheró tras una organización secreta
de carácter terrorista denominada TEA, buscando el desquite. “La TEA ‐dice
Carlos Vicuña, en la ya obra citada‐ era esencialmente aristocrática: sus
componentes eran todos de las familias más linajudas…Su primer atentado
fue contra el general Brieba, Ministro de Guerra durante las elecciones de
1924 y en tal carácter responsable de la intervención del Ejército en ellas.
Fue agredido y abofeteado una noche al llegar a su casa… Poco después la
misma TEA puso un petardo en el balcón del Dr. Adeodato García
Valenzuela, recién elegido Gran Maestre de la Masonería. La TEA fuera de
estos atentados cobardes y de algunos carteles iracundos, no parece haber
tenido influencia política. Los reaccionarios mismos deben haberse
convencido de la ineficacia de su terrorismo, y se resolvieron a organizar
contra Alessandri una revuelta militar”.
Como podrá apreciarse, la oligarquía que posa siempre de “demócrata” y
partidaria de la ley y del orden, cuando ve peligrar sus intereses no trepida
32
en apelar al terrorismo, a los cuartelazos, a la revolución. Lo había hecho ya
en Lircay y Ochagavía, liquidando a los pipiolos en su primer ensayo, por
medio de leyes, de democracia y libertad; sirviendo al imperialismo,
desataron la guerra civil en contra del realizador gobierno de Balmaceda,
paralizando por muchos años el progreso del país. En 1924, al fracasarle la
aplicación del terrorismo, envalentonaron a los militares a fin de desalojar a
Alessandri del poder y reconquistar su influencia política y económica. ¡Y
como gritan, patalean y acusan, cuando el proletariado a través de sus
partidos de clase legalmente constituidos, se preocupan en organizarse para
llegar al poder revolucionariamente!
Alessandri, antes de abandonar el gobierno y, con los militares dentro,
obtuvo la aprobación de muchas de las leyes sociales agitadas en su
campaña.
*
* *
Hasta entonces, no obstante los fracasos, fue decisivo el apoyo de a clase
trabajadora a Alessandri. El Partido Obrero Socialista ‐después Comunista‐ y
los organismos sindicales más poderosos que fueron arrastrados por las
marejadas del alessandrismo, no tardaron en comprender la esterilidad de
sus esfuerzos. Encandilados por las arengas antioligárquicas del caudillo, ‐
que no se cumplieron‐ le dieron respaldo con máxima decisión. Alessandri,
azuzando a su “querida chusma”, amenazaba a sus adversarios con la
revuelta si le desconocían el triunfo. El temor a la multitud que seguía al
caudillo, fue factor decisivo para entregar el poder.
Sin embargo, su gobierno hasta 1924 fue una etapa favorable al desarrollo
de las organizaciones proletarias dentro de las turbulencias y contradicciones
que caracterizaron ese período. Los gremios se fortalecen y surgen otros con
un sentido más vigoroso de sus intereses de clase. La Federación Obrera de
Chile y la I.W.W., alcanzan un efectivo crecimiento. En 1922 se crea la
Asociación General de Profesores de Chile y se edita su órgano de publicidad
“Nuevos Rumbos”, realizando una ardorosa campaña de orientación gremial
y económica; el problema agrario y la nacionalización de las minas, son
planteados por la FOCH en sus Convenciones de 1923 y 1925. En suma, el
proletariado avanza en su organización. Recabarren, elegido diputado en
1922, realiza una labor tesonera e incansable; transforma al Partido Obrero
33
Socialista en Comunista y lo afilia a la Tercera Internacional. Viaja a Rusia y
toma contacto con los líderes de la revolución, Lenin y Trotzky; a su regreso,
dicta charlas, conferencias y pronuncia encendidos discursos sobre sus
experiencias en la “patria de los trabajadores” y vierte en su libro “Rusia
Obrera y Campesina” los progresos de la revolución comunista.
La Junta de Gobierno ‐Altamirano, Nef, Bennett‐ que reemplaza a
Alessandri, disuelve el Congreso; pero de inmediato pasa a depender del
sector oligárquico que acaudilla Ladislao Errazuriz. Esta junta integrada por
militares de alta graduación vinculados a las clases aristocráticas era a su vez
controlada por una Junta Militar que operaba en la guarnición de Santiago,
formada por la oficialidad joven ansiosa de terminar con la “politiquería” y
predominio de las castas oligárquicas. “Ante ambas Juntas, la opinión pública
en espera de los acontecimientos… ‐dice el General Carlos Sáez. Se oían
aplausos, pero también algunas protestas. Los que creían haber triunfado,
hacían gala de su entusiasmo; los caídos callaban su rencoroso despecho.
Nada podían esperar estos, por el momento, como no fuera el desbande de
los mismos que en las horas felices habían sido los más decididos
admiradores; se aprestaban tal vez para enredar en sus redes artificiosas a
los jóvenes salvadores de la patria, mozos sin experiencia, sin malicia
política, con buenos propósitos y una gran dosis de ingenuidad. La juventud
siempre idealista y honrada, aún en medio de sus mayores extravíos, se
entregaba ya a crear proyectos sobre lo que debía ser el Chile nuevo que ella
ansiaba…”.8
En efecto, la Junta Militar comenzó a criticar algunas medidas tomadas
por la Junta de Gobierno presidida por Altamirano que, con la anuencia del
comandante Blanche que presidía aquella, era manejada por Ladislao
Errazuriz, proclamado ya candidato presidencial de las fuerzas oligárquicas.
El gabinete ministerial lo constituían políticos reaccionarios, irreductibles
enemigos del ex Presidente Alessandri, anhelosos de allanarle el camino a la
oligarquía para la recuperación del poder. La oficialidad joven, disgustada
con esos propósitos que herían sus sentimientos innovadores, hace
publicaciones en defensa de los verdaderos postulados de la revolución. El
líder de esta corriente, “aunque no figuró oficialmente desde un principio,
era Marmaduke Grove, entonces Mayor de Ejército. Exponía con facilidad y
casi con facundia ideas tremebundas y simples., preñadas de demasías y
locuras, que deslumbraban a los tenientes, entre los cuales gozaba de gran
34
prestigio, incrementado por su fama de valiente y sus condiciones de
caballero generoso y leal. Había leído algunos libros alemanes y escribía en la
prensa la doctrina del inefable soviet militar. Flaco, rubio, con cara de
aguilucho, de nariz atrevida y mirada impertinente, tenía sin embargo la
sonrisa afable y casi cordial. Hubiera ido lejos con un espíritu mejor trabado
y coherente y mayor perspicacia psicológica”.9
Muy pronto la junta militar opuesta a la política de la Junta de Gobierno,
FUE disuelta por órdenes del general Altamirano y la mayoría de los oficiales
trasladados a diferentes ciudades. Sin pérdida de tiempo, estos prepararon
aceleradamente la caída del gobierno. Y el 25 de enero de 1925 el “Comité
Revolucionario” que había reconocido al Mayor Grove por jefe de esa
empresa atrevida, desalojaba de la Moneda a Altamirano, Nef, Gómez
Carreño y demás ministros, constituyéndose el 27 del mismo mes una nueva
Junta de Gobierno encabezada por Emilio Bello Codecido e integrada por los
generales Pedro Pablo Dartnell y el almirante Carlos A. Ward. Ministro de
Guerra fue designado Carlos Ibáñez, en lugar de Grove propuesto por la
oficialidad joven, quien rechazó el ofrecimiento.
El nuevo golpe había triunfado con el apoyo de las clases populares, cuyo
objetivo centrábase en el regreso de Alessandri y la convocatoria de una
Asamblea Constituyente que permitiera el retorno a la constitucionalidad.
Carlos Vicuña Fuentes, en un estudio muy acabado, ágil y viril sobre este
inquietante período, señala que el movimiento acaudillado por Grove entre
los militares para derrocar a Altamirano, contó con el apoyo, también, de la
masonería. Grove pertenecía a la logia y había obtenido que esta consiguiere
el respaldo del pueblo al golpe que preparaba y cuyas finalidades eran el
regreso de Alessandri, es decir, el mismo objetivo que animaba a los
trabajadores.
El 20 de marzo Alessandri regresa de Europa asumiendo de inmediato el
poder, presidiendo un gobierno de facto que hubo de desenvolverse
mediante decretos‐leyes. Los militares continuaron manteniendo su Junta
Revolucionaria para presionar a través de Ibáñez ‐Ministro de Guerra‐ la
conducta del gobierno. De marzo a octubre, Alessandri impuso una serie de
reformas, entre las que se destacan: Fundación del Banco Central, que
controlaría el circulante y tomaría bajo su tuición los problemas financieros
del país; y. la nueva Carta Fundamental, o sea, la Constitución de 1925, en
35
reemplazo de la vieja carta que venía funcionando desde el año 1833.
Mediante una Comisión Consultiva con representación de todas las
organizaciones políticas y entidades nacionales de diferentes índoles,
elaboró un proyecto que fue sometido a un plebiscito popular el 30 de
agosto, siendo aprobado por abrumadora mayoría. La nueva Constitución
puso término al régimen parlamentario que databa desde la caída de
Balmaceda, pasando el Ejecutivo a ser el árbitro supremo de la nación. Con
ello se daba un golpe de muerte a las facultades del Congreso de derribar y
poner ministerios, que habían llevado ala administración pública al más
pavoroso caos económico y social. El mandato presidencial se aumentó a seis
años, estableciéndose que se realizaría por votación directa: el mandato de
los Senadores se fijó en ocho años y en cuatro el de los Diputados; se declaró
incompatible los cargos de Parlamentario con los de Ministros de Estado,
garantizándose también la libertad de conciencia y de los credos religiosos al
obtenerse la separación de la Iglesia del Estado.
A estas reformas tan esperadas por la ciudadanía, vino a agregarse un
hecho de incalificable monstruosidad en contra de los trabajadores.
Alessandri, recién iniciado su primer gobierno, ‐marzo de 1921‐ fue
responsable de la masacre de San Gregorio al demostrarse incapaz de
sancionar a los verdaderos culpables. En esta segunda etapa de su período
en junio de 1925, una vez más es responsable de otra masacre obrera de
mayores proporciones que la anterior: La de Coruña y Pontevedra. Cayeron
allí, bajo el fuego de las ametralladoras más de 1.200 trabajadores; los
Campamentos fueron arrasados con artillería de campaña, y a los detenidos
se les asesinaba arrojándoles a las calicheras. “La tropa al mando del
comandante Acacio Rodríguez –dice Carlos Vicuña‐ bajaron del tren a varios
kilómetros del Alto de San Antonio y, desde allí, con cañones de campaña,
bombardearon los campamentos obreros, como si se tratara de reductos
fortificados… Los trabajadores inermes como estaban y sin propósitos
revolucionarios, en cuanto vieron la tropa se rindieron sin proferir una
palabra. Pero los tenientes y capitanes, por saña y placer, fusilaron a
mansalva hombres, mujeres y niños, en grupos, al montón, y después
aisladamente a todo aquel a quien los pulperos señalasen como subversivo o
rezongón. No dieron cuartel, no recogieron heridos, no perdonaron la vida a
nadie; el que huía por las calicheras era alcanzado por las balas. A muchos
infelices los hacían cavar sus propias fosas y los fusilaban en seguida, sin
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piedad alguna…”10
Ibáñez, entonces Ministro de Guerra, dio instrucciones al general
Florentino de la Guardia, jefe de la guarnición de Iquique, reprimiera
enérgicamente el movimiento obrero a sangre y fuego, órdenes que ejecuta
enviando fuerzas de artillería e infantería a la pampa al mando del
comandante Acacio Rodríguez. Se afirma que Ibáñez sólo dio cuenta a
Alessandri de la masacre cuando ya estaba consumada. Sin embargo, tanto
uno como el otro, felicitaban “a las autoridades de la provincia, General de la
Guarda, oficiales y tropas, por haber defendido la propiedad y la vida,
injustamente atacada”.
He leído cuanto se ha escrito sobre esos sucesos; he investigado
minuciosamente la prensa de la época. Durante mis años de obrero
pampino, conocí a sobrevivientes que me relataron, sin grandes diferencias,
esos macabros acontecimientos. Joven entonces, anoté aquellas
revelaciones y, veinte años después las sometí a prueba de interrogatorio a
dos de los mismos que, afortunadamente, vivieron sus últimos días en mi
terruño. El recuerdo que conservaban, era el mismo. No existe, pues,
exageración alguna, cuando al escribir sobre aquella masacre se condene con
indignación a sus ejecutores y responsables. Y no caben excusas a la
conducta del Ministro de Guerra que instruyó al General de la Guarda a
“mantener el orden a sangre y fuego”, ni a la pusilanimidad del Presidente
de la República que, sorprendido o no por su Ministro, fue incapaz de
sancionar con la destitución y la cárcel a los instigadores y protagonistas de
aquella salvaje carnicería humana.
San Gregorio 1921y Coruña 1925, sellaron con sangre obrera la
administración del caudillo que, “amenaza para los espíritus reaccionarios”,
lo fue para los desposeídos que tantas esperanzas cifraron en su Gobierno.
*
* *
La presión de los militares y la negativa de Ibáñez de renunciar a la
cartera de Guerra, ‐ al proclamársele por algunos de sus adláteres candidato
a la presidencia‐ Alessandri deja por segunda vez el Poder y nombra Ministro
del Interior a Barros Borgoña (su opositor el año veinte en representación de
la oligarquía) que pasa a desempeñar la Vice‐Presidencia de la República, con
fecha 1° de octubre. A estas alturas de la vida política nacional, la clase
37
trabajadora ha sufrido varios reveses derivados de las huelgas, cesantía y
masacres salitreras. Además, constituye un golpe si precedente el
inesperado fallecimiento de su líder máximo, Luis Emilio Recabarren, la
figura más sobresaliente del movimiento obrero. La FOCH, a pesar de estos
duros golpes, sigue controlando a más de noventa mil asociados. A fines de
1925, una nueva organización popular denominada “Unión Social
Republicana de Asalariados de Chile” (USRACH) que aglutina obreros y
empleados, se pone en marcha con más de cien mil adherentes. Esta entidad
presta su apoyo a la candidatura presidencias de José Santos Salas, levantada
en oposición al personero de los partidos reaccionarios., Emiliano Figueroa
Larraín. Triunfa este último; pero los ochenta mil sufragios que obtiene Salas,
demuestran que el movimiento popular mantiene sus fuerzas.
Figueroa Larraín, gobierna hasta 1927. Puede afirmarse, sin exagerar, que
el verdadero Jefe del Estado era Ibáñez. La Vice‐Presidencia que Ibáñez pasa
a desempeñar desde abril a julio, le da todos los recursos para escalar el
Poder. Así se convierte en Presidente de la República el entonces Coronel
Carlos Ibáñez.
“Con el triunfo de Ibáñez desaparece el régimen de libertades públicas; es
destruido el movimiento democrático pequeño‐burgués y la clase obrera,
que ascendía y se organizaba para llevar a cabo independientemente su
propia lucha, es aniquilada… El coronel Ibáñez estableció una dura tiranía se
ascendió a General; destruyó los organismos políticos y sindicales; fueron
aprehendidos varios cientos de personas. Dirigentes obreros, oradores
populares, dirigentes de instituciones sociales, periodistas, políticos de
diferentes pelajes…” –dice Julio Cesar Jobet, en “Ensayo Crítico”, refiriéndose
a ese Gobierno”.11 y don Ricardo Donoso, en su obra “Desarrollo Político y
Social de Chile”, enjuicia de la manera siguiente a Ibáñez: “El señor Ibáñez
ofrece rasgos sicológicos de perfecta similitud con otros dictadores
sudamericanos, en su pasión por el mando, en su desprecio por las
manifestaciones del sentimiento público, y en su repugnancia por las
instituciones emanadas del sufragio universal…Su idea fundamental fue la de
restaurar la autoridad del poder, mantener a toda costa el orden público y
combatir resueltamente el extremismo de izquierda; por eso encontró,
desde el primer momento, la adhesión entusiasta de las clases
conservadoras…Las libertades fueron ahorcadas con mano implacable, gran
número de Senadores y Diputados fueron deportados, y la libertad de prensa
38
no fue más que un recuerdo de otros tiempos”.12
A estos juicios coincidentes para juzgar a aquel Mandatario, cabría
agregar la penetración imperialista norteamericana que vitaliza
financieramente a la oligarquía nacional agradecida, a la vez, del
aplastamiento de las organizaciones obreras. Pero esta oligarquía, temerosa
del excesivo endeudamiento externo y de la depresión mundial que hiere a
la economía de los Estados Unidos, ‐obligando a ese país a suspender los
créditos a las dictaduras sudamericanas‐ se apresura a derribarlo, cambiando
demagógicamente de careta. Así, al borde del colapso, los sectores
reaccionarios que usufructuaron de la dictadura, vuelven a obtener
pasaporte de “izquierdistas” y “demócratas”, acusando de “tirano” a su más
obsecuente servidor.
*
* *
La caída de Ibáñez, es acelerada por la acción de las masas y estudiantes;
sin orientación de partidos y de líderes, se constituyen en los verdaderos
artífices del movimiento agitado desde las sombras por la oligarquía. El
sindicalismo legal de tan buenos resultados para Ibáñez, así mismo la “Unión
Social de Asalariados”…(USRACH), carecen de decisión para defenderlo. Las
herramientas controladas por el Estado habían reemplazado a la vanguardia
revolucionaria obrera creada por Recabarren, liquidando el sindicalismo libre
que de manera tan heroica comandaba la FOCH y los anarco‐sindicalistas. No
le fue difícil a la oligarquía arrastrar hacia sus posiciones izquierdizantes a la
multitud inorganizada que tanto contribuyera al derrumbe de la tiranía. La
bandera de “civilismo”, de la “constitucionalidad”, desplegada como anzuelo
para atraer a los trabajadores, es la base para escalar una vez más el Poder.
Montero, Trucco, el arzobispo Campillo, ‐masones y beatos en sucio
maridaje‐ pilares de los intereses capitalistas y del imperialismo, burlan a las
masas asalariadas al grito de “retorno al civilismo”. No bien se reinstalan en
la Moneda, se produce la Sublevación de la Marinería; masacran en Copiapó
y Vallenar a centenares de obreros acusándolos de rebelarse contra el
Gobierno y de propiciar la revolución comunista. La cesantía sigue
aumentando, las enfermedades diezman a las poblaciones obreras, mientras
los dueños del Poder vibran con el “civilismo” y la “constitucionalidad”. El
descontento popular no tiene límites; surgen grupos revolucionarios de
orientación socialista y, el movimiento sindical, inicia un proceso de
unificación, reestructurando la FOCH y la Confederación General de
39
Trabajadores, esfuerzos que no tardan en culminar.
Bajo este ambiente de caos social y económico, ‐producto de la
incapacidad del gobierno “civilista” de Montero‐ se desencadena la
“Revolución Socialista” del 4 de junio de 1932.
Al producirse el movimiento encabezado por Marmaduke Grove y
Eugenio Matte Hurtado, no existían en el país partidos políticos de la clase
obrera sólidamente organizados. El Partido Comunista, el único con varios
años de dura experiencia, había quedado reducido a la inoperancia a causa
de la dictadura de Ibáñez; los sindicatos más combativos, estaban quebrados
y recién comenzaban su reconstrucción; tres o cuatro grupos de tendencias
marxistas, dispersos y sin programas, carecían de bases e influencias entre
las masas. Sin embargo, el ambiente que fluía espontáneo de los sectores
populares, era favorable al ideario socialista.
En ese entonces, el Partido Comunista enfrentaba se primera división
interna, como un reflejo del cisma en las filas de la Tercera Internacional de
cuyas directivas dependía. Un sector, obedecía a la tendencia stalinista; el
otro, a la trotzkista. Ambos, practicaban un sectarismo odioso, confundiendo
a los que militaban en sus filas. Las masas, anhelosas de un alero partidario
que orientara positivamente sus inquietudes de lucha, comenzaban a
rehuirlo. Ajenos al espíritu de chilenidad del a población, a la realidad
viviente en lo económico y social que aplastaba a los obreros; ligado por
encima de cualquier consideración a consignas emanadas de Moscú, el
Partido Comunista dependiente de la Tercera Internacional escabulló una
interpretación lógica a los móviles que inspiraron el movimiento del 4 de
junio, debilitando sus proyecciones. El desprecio sectario a los grupos
socialistas que no adhieren a sus consignas, frustran por más de cuatro años
toda iniciativa de unificación del proletariado y, como consecuencia de ello,
su propio desarrollo como partido revolucionarios. Al adoptar Moscú la línea
de “Frente Popular”, recién en Chile comenzarán a virar hacia un
entendimiento no sólo con socialistas, sino con otras fuerzas de “izquierda”
de carácter burgués, posibilitando de tal manera la ascensión de la clase
media al poder político.
Los doce días de duración de la “República Socialista” fueron como el
relámpago. Surgió alentadoramente en el nombre para derrumbarse en
40
seguida; pero dejando una estela de esperanza en el angustiado corazón de
las multitudes. No cristaliza, entonces, por la debilidad orgánica de las
fuerzas populares que no se restablecían del quebrantamiento inflingido por
la dictadura recién caída. El respaldo del Partido Comunista, no obstante la
división que afloraba en sus filas, pudo ser efectivo y salvador si hubiesen
actuado conforme a las circunstancias que los hechos requerían. En vez de
plagiar un remedo de “Consejo Revolucionario de Obreros”, Campesino,
Soldados y Marineros” que hicieron funcionar en la Universidad, Grove y
Matte Hurtado se habrían afianzado, dándoles tiempo para diseñar una
firme estructura administrativa dispuesta a defender los objetivos de la
revolución. Por el contrario, con la actitud asumida dieron armas a la
oligarquía para apresurar el derrocamiento de la “República Socialista” y
relegar a lugares lejanos a sus ejecutores. Los partidos reaccionarios
previeron los avances de un auténtico y sólido régimen popular, difícil de
combatir si lograba mantenerse con el apoyo de las masas. Así, pues,
prosperó el golpe contra‐revolucionario de Dávila y la implantación de su
dictadura, cuya primera medida fue el apresamiento de los socialistas. Pero
de inmediato surgen también, las simpatías del pueblo hacia la figura de
Marmaduke Grove y a las ideas socialistas que personificó. A pesar de todo,
se había dado el paso más positivo convergente al agrupamiento masivo de
los trabajadores manuales e intelectuales que meses más tare, ‐sobre un
amplio surco abierto en la conciencia del proletariado‐ germinaría en la
creación de un poderoso Partido Socialista.
*
* *
Resumiendo la etapa esbozada, podría dividirse en dos perfectamente
definibles. La primera se inicia desde la última década del siglo pasado que
abarca hasta 1912; y, la segunda, desde esta fecha a la Revolución del 4 de
junio de 1932 encabezada por Grove y Matte Hurtado. La una
correspondería al período preparatorio de la organización gremial‐sindical e
igualmente el aprendizaje de contenido político con la fundación del Partido
Obrero Socialista por Luis Emilio Recabarren; la otra, a un proceso más
consciente, de aglutinamiento masivo, de asimilación doctrinaria, de
disciplina y unidad, que inicia su madurez al organizarse el Partido Socialista
en abril de 1933.
En el lapso de esos años en que grupos humanos heterogéneos con
filosofías políticas distintas, ‐no claramente digeridas‐ pero coincidentes en
41
sus objetivos se esforzaban por consolidar para que sirvieran de base a la
liberación económica y social de los trabajadores, un hombre se destacó por
su capacidad, abnegación, virtudes morales y espíritu revolucionario, cuyo
ejemplo ha sido difícil de imitar hasta hoy.
Ese hombre fue Luis Emilio Recabarren.
Mientras la explotación de los trabajadores chilenos no sea
definitivamente liquidada y la injusticia social siga primando sobre las
mayorías, habrá millares de seres humanos que recordarán con sincera
gratitud a Luis Emilio Recabarren.
El gran líder proletario vivió la época más dura y agitada del despertar de
las masas. Su heroica y dilatada acción revolucionaria, su conducta ejemplar
puesta al servicio de los oprimidos, rebasó los contornos nacionales para
transformarse en arquetipo del movimiento obrero continental. Sus ideas
centellantes de dinámico contenido social expresadas en la prensa que él
fundara, en folletos, discursos, libros enraizaron profundas en el corazón del
pueblo. Recabarren pertenecía a esa generación de hombres nacidos para
luchar por ideales superiores, con aptitudes innatas de forjador de legiones
de combatientes que recogieran sus enseñanzas para hacerlas efectivas en el
escenario candente de las bregas proletarias.
Lo que más caracteriza su existencia fue su extracción popular y la
capacidad para cultivar su inteligencia puesta al servicio de los trabajadores
con devoción de apóstol. No fue un político profesional, sino un
revolucionario por naturaleza y de sólidas convicciones ideológicas. Tenía
plena conciencia que sólo la organización masiva del proletariado, dirigida
por hombres probados en la lucha diaria, en permanente contacto con ellos,
podrían abrirles el camino hacia su total liberación.
En Luis Emilio Recabarren predomina su espíritu organizador a través de
una dinámica actividad que se expresa en la misión educadora que ejerció
sobre las masas. Por encima de una labor exclusivamente teórica, abrió el
surco de la conciencia de clase que posibilita el conocimiento dialéctico de
los problemas sociales y económicos. No fue un fanático de la acción
revolucionaria impaciente por traducir en realidad presurosa lo que preveía
a través de años de preparación. Poseía en grado sumo sentido realista de
los hechos y sabía simplificar sus enseñanzas poniéndolas a tono con la
42
capacidad de las masas. El constante devenir de la lucha social que va
arrasando lo caduco, transforma el viejo orden; todo lo que se opone al
progresivo avance de la humanidad, lo que origina las luchas de clases, sabía
explicarlo con meridiana nitidez e iba sembrando en la conciencia de los
trabajadores productivas enseñanzas.
Cuando el mundo fue sacudido por el impacto violento de la Revolución
Rusa, Recabarren vio en ella los comienzos de una nueva era en la historia de
la humanidad. No trepidó en viajar al país que iniciaba el ciclo del socialismo
para confrontar a sus realizadores y recoger experiencias que sirvieran al
movimiento popular chileno del que fuera fundador y guía. Allá comprobó
que para la transformación radical del régimen imperante, era
imprescindible apoyarse en el proletariado como clase explotada que, por
sus condiciones de existencia, poseía todos los estimulantes para la lucha, De
ahí su afán por penetrar en los medios obreros y organizaciones en que los
trabajadores seguían sometidos a otras influencias ajenas a sus verdaderos
intereses. Ya en 1922 había logrado eliminar ciertas tendencias derechistas
que habían aparecido en la Federación Obrera de Chile.
A su regreso, recorrió el país dictando charlas y conferencias para dar a
conocer el desarrollo progresivo de la gran Revolución. En su libro “Rusia
Obrera y Campesina” cuenta sus impresiones y hace un análisis profundo del
movimiento que liberó de la opresión capitalista a los campesinos y obreros
rusos.
Las experiencias adquiridas y sus estudios incansables sobre los procesos
revolucionarios, le demostraron que la destrucción del régimen de clases no
dependía sólo del arrebato espontáneo de las masas, sino mediante la
preparación teórica gestada en la meditación y el estudio de la doctrina
socialista. “Para destruir puede bastar el impulso; para edificar es necesario
el método”, como ha expresado Aníbal Ponce. Por eso, su trabajo incansable,
instintivo primero y dialéctico después, está imbuido en esas premisas,
orientado hacia la cristalización organizativa de cuadros con clara conciencia
de una idea directriz. No en balde el marxismo es la teoría de la revolución,
animadora y fecunda en su contenido, que obedece a un análisis dialéctico
del desarrollo de la sociedad humana.
Verdadero arquetipo del movimiento popular, Recabarren ha sido su
43
mejor maestro. Organizador, agitador, orador de masas, periodista agudo y
mordaz, polemista fogoso, revolucionario sin dobleces. Nada le amedrentó:
ni las cárceles, persecuciones y calumnias que soportó con temple
inquebrantable. Su ejecutoría al servicio del pueblo y de superiores ideales,
es la página más brillante en el historial de las luchas proletarias.
Su nombre ondeará siempre como bandera de combate en el corazón de
los trabajadores y su ejemplo seguirá siendo el mejor incentivo para la
realización de la Revolución Chilena.
NOTAS EN EL CAPITULO I
(1) “Así sucedió”, Pág. 145. Gmo. Kaempffer.
(2) “La Tiranía en Chile”, Pág. 42 Carlos Vicuña F.
(3) Resumen de un documento oficial de Foch redactado por Manuel
Hidalgo, encargado de estudiar en el lugar de los sucesos lo ocurrido
en San Gregorio.
(4) “Así Sucedió”, págs. 233 a 244, documento de Manuel Hidalgo.
(5) “La Tiranía en Chile”, Pág. 115Carlos Vicuña F.
(6) “la Comuna”, periódico del P.O. Socialista, Viña del Mar, 20/XI/1920.
(7) “Ensayo Crítico del Desarrollo Social‐Económico de Chile”, págs. 160‐
161. Julio Cesar Jobet.
(8) “Recuerdos de un Soldado”, pág. 113: Tomo 1°. Carlos Sáenz M.
(9) “La Tiranía en Chile”, Pág. 162 Carlos Vicuña F.
(10)“La Tiranía en Chile”, Pág. 42 Tomo 2°. Carlos Vicuña F.
(11)”Ensayo Crítico…”, pág. 175. Julio Cesar Jobet.
(12)”Desarrollo Político y Social de Chile”, págs. 131 a 133. Ricardo
Donoso.
44
CAPITULO II
La dictadura de Ibáñez hasta poco antes de su derrumbe, se había
mantenido con el apoyo financiero del capitalismo norteamericano. La crisis
salitrera producida entre 1925‐1927 a causa del nitrato sintético, fue
superada elevando la producción que rompe con espectacularidad el control
de precios ejercido por la Asociación de Productores de Salitre, ‐organismo
manejado por empresarios ingleses‐ imponiendo un sistema de venta libre
perfectamente regulado. Al mismo tiempo, la banca norteamericana le abre
amplios créditos al gobierno de Ibáñez, contribuyendo a la realización de
obras públicas que aminoran la cesantía y dan cierto dinamismo a la vida
económica de la nación. Superada por el momento la crisis, el capitalismo
yanqui afianza sus posiciones en desmedro del imperialismo inglés, tomando
toda clase de medidas hacia un mayor control de nuestras materias primas.
Entretanto, los asalariados son sometidos a una explotación despiadada,
prohibiéndoseles las huelgas, clausurando sus organizaciones y deteniendo a
sus mejores dirigentes.
Pero la depreciación mundial que afectaba a la agricultura de los países
europeos, produce la necesidad de restringir las compras de salitre natural
que no podía competir con el sintético. Las empresas norteamericanas al
disponer de modernos métodos de elaboración, ‐sistema Guggenhiem‐
aumentan sus capitales en el período de ventas libres, organizando con el
apoyo del gobierno de Ibáñez el más abominable trust que racionalizaba la
industria en base a la COSACH, obligando al resto de las compañías salitreras
e incorporárseles, a fin de evitar su total bancarrota. La mecanización del
sistema Guggenhiem produjo, a la vez, la más horrorosa cesantía; para
mantener los precios, disminuyen la producción casi en un cuarenta por
45
ciento. Debe agregarse a la crisis del salitre, la del cobre, impelido a una
fuerte racionalización que le permitiera enfrentar la baja de los precios en
los mercados internacionales. Esto evidentemente, desencadena una crisis
general en todos los rubros de la economía chilena, paralizando fábricas,
industrias, obras públicas. En busca de trabajo, caravanas de cesantes
ambulaban por los caminos de la patria mostrando sus andrajos. Un sordo
clamor de protesta brota en todas partes, calificando con acritud la dictadura
imperante. La COSACH aflora a los labios de cada obrero, culpándola del
desastre de las provincias nortinas y responsabilizando a Ibáñez de la
paralización de las Oficinas, despobladas como ciudades muertas.
La situación de crisis ha obligado al Gobierno a dejar impago el servicio de
la deuda externa, que se eleva sobre los 400 millones de dólares. Por esta
causa, se le niegan nuevos empréstitos. Estrangulado económicamente y con
más de 150 mil cesantes, la dictadura se desploma con estrépito. A los gritos
de la más cínica demagogia oligarqui‐clerical y del júbilo incontenible de las
masas, Ibáñez abandona el Poder *.
* Me encontraba en Antofagasta haciendo el Servicio Militar. La caída de
Ibáñez produjo estupor en la Oficialidad de la Guarnición. Hablaban de
retirarse antes de ser expulsados, como muchos temían. No vislumbré
tendencias a favor del Mandatario caído. Los que habían sido sus fervorosos
adherentes, aparecían en esos momentos como enemigos de su Gobierno.
Tuve ocasión de auscultar el pensamiento de Oficiales que me tenían
simpatías. Por entonces, sin tener una clara posición política, me
consideraba adversario de aquel régimen. Siendo obrero en las Salitreras,
percibí el descontento de las masas, señalando a Ibáñez de tirano y
perseguidor de dirigentes, muchos de los cuales no reaparecieron jamás. Se
le culpaba de la COSACH, origen del espantoso cuadro de cesantía y miserias.
En Antofagasta, el delirio de la multitud fue extraordinario. Yo estaba viendo
la primera película sonora cuando se anunció su caída, ordenándose a los
militares y conscriptos que estábamos en el Teatro, su inmediato
acuartelamiento. El rugido del público. Fue atronador. Se oían los peores
epítetos. En un desfile improvisado, observé el frenesí que exteriorizaba el
pueblo. Fueron horas de verdadero delirio. Las amarras de la tiranía, habían
sido cortadas; un aire de libertad, ondeaba en todas partes. La ciudad
vibraba de entusiasmo. Se improvisaban desfiles; los oradores populares,
46
con palabras candentes condenaban la ignominia que el país había vivido.
Las banderas rojas –el curso de esos días‐ tanto tiempo guardadas,
flameaban otra vez. Yo mismo, bajo mi casaca de conscripto, grité a pulmón
lleno contra la dictadura ya caída. Antofagasta entera, parecía despertar de
una atroz pesadilla, recobrando su alegría contagiosa. ¡Nunca he olvidado
esos momentos!
‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐
‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐
Hasta el derrumbe de la dictadura, el único partido obrero existente era el
Comunista. Disminuido a menos de la mitad de sus efectivos, con sus
cuadros direccionales perseguidos y desterrados y sus bases aunque
dispersas, la lucha repercute más en sus filas la división interna, que les resta
fuerza a la caída de Ibáñez. El papel vanguardia ha cumplir, pese al esfuerzo
que realizan, se diluye todo (Pág. 59) . En estas condiciones, la oligarquía y
grupos izquierdizantes de clase media capitalizan el descontento para el
“civilismo” panacea que dio vitalidad a la reacción agonizante.
*
* *
Para una mejor comprensión de estos apuntes, trazaremos
esquemáticamente la ejecutoría del Partido Comunista, desde 1922 a 1933.
En enero de 1922, el Partido Obrero Socialista para a denominarse Partido
Comunista, afiliándose a la Tercera Internacional. En realidad, poseía ya un
historial heroico y, una influencia decisiva en la FOCH que agrupaba a más de
ochenta mil trabajadores. Desde 1918, el incentivo más poderoso lo recibía
de los avances victoriosos de la Revolución Rusa. Eran los tiempos en que los
nombres de Lenin y Trotzky se pronunciaban juntos. Ellos representaban
para los comunistas de entonces, los valores más preclaros del pensamiento
marxista.
Si su estructura no respondía a los imperativos revolucionarios, ‐operaba
en asamblea a través de sus Secciones locales‐ no por eso dejaba de tener
una sólida disciplina y su propaganda era contagiosa *. Las juntas
Federativas Locales equivalían a los actuales
• Recuerdo –siendo niño‐ haberlos visto desfilar realizando comicios en
mi aldea entre los años 1919 a 1921, cuando retornaban de las
47
Salitreras. Mi padre, amigo de ellos, los reunía en su casa con los
vecinos pudientes, entablándose apasionadas discusiones. Las
“maximalistas”, ‐así se les llamaba‐ defendían a Recabarren y a la
revolución Rusa; los otros, los acusaban de “querer apoderarse de lo
ajeno” para no trabajar; que los crímenes de los Rusos eran
horrendos. La polémica estallaba como la dinamita. Esos episodios, ya
tan lejanos en el tiempo, y que yo escuchara embelesado en mi niñez,
eran los preludios de las primeras oleadas revolucionarias que como
un torrente llegaban a la pampa Salitrera. A las apacibles aldeas
campesinas. Al desfilar, cantando himnos de combate –que años más
tarde yo entonaría con la misma fe y entusiasmo de esos viejos
compañeros‐ los seguía hasta la plaza, en donde levantaban tribuna.
El nombre de Recabarren, de Lenin y Trotzky, se me grabó desde
entonces en la memoria. En ese período de la niñez, la Revolución
Rusa servía de blanco a los más virulentos ataques del vecindario
enriquecido de la aldea, augurando su fracaso y el derrumbe del
“maximalismo”. ¡Que lejos estaban de pensar –como rebatían los
viejos compañeros‐ que ese movimiento cambiaría los destinos de la
humanidad! En verdad, la fe, devoción. Coraje y espíritu batallador
que los comunistas de entonces hacían gala, defendiendo sus
posiciones y la Revolución Rusa, son una prueba del infatigable
trabajo de Recabarren y de que el Partido, como entidad, era carne y
alma de todos sus afiliados.
Comités Regionales del Partido Socialista, integradas por delegados de cada
Sección con plena libertad para elegir candidatos a Regidores y
Parlamentarios, previa elecciones internas de los militantes de las Secciones.
El Comité Central, presidido por un Secretario General, era el organismo
directivo máximo al que no podía pertenecer ningún afiliado que
desempeñara cargos de representación popular. Esto último, norma esencial
de un partido revolucionario, en la actualidad no se aplica y los propios
comunistas la han dejado sin efecto. Posteriormente su estructura fue
modificada, creándose las células que reemplazaron a las Secciones,
obteniendo un control más riguroso de cada militante, acentuando la
disciplina y dando mayor movilidad al trabajo clandestino. Sin embargo, pese
a los defectos organizativos de esos primeros años, el Partido Comunista dio
demostraciones de combatividad, espíritu de sacrificio y abnegación
revolucionaria, forjando cuadros direccionales y creando una verdadera
mística en la militancia. Impulsa el interés por la lectura, dicta conferencias,
48
forma conjuntos teatrales obreros; edita numerosos periódicos, folletos,
cancioneros populares, consiguiendo elevar el nivel educativo y cultural de
los asalariados. Esta obra realizada en gran parte por Recabarren desde los
tiempos del Partido Obrero Socialista y acrecentada con el correr de los
años, es el mayor timbre de orgullo del Partido Comunista y convierte a
Recabarren en el mejor maestro del proletariado y en el más fecundo de los
dirigentes revolucionarios habidos hasta hoy.
Se fortalecía el Partido con el control ejercido sobre la FOCH, en la que
Recabarren tenía influencia decisiva. En verdad, casi no existían diferencias
entre comunistas y “federados”. Era un solo cuerpo, cuyos dirigentes eran
los mismos. Si bien puede calificarse de error tal conducta, que sectorizaba la
FOCH evitando su desarrollo masivo al negarse otros gremios, grupos o
trabajadores que militaban en otros partidos, a afiliarse a ella, es innegable
que partidariamente ganó terreno, pues en base a los fogueados cuadros
direccionales de la FOCH, el Partido Comunista obtuvo los más activos
dirigentes que, en una u otra forma, enfrentaron con heroísmo la dictadura
de Ibáñez e hicieron posible, más tarde , elevarse muy por encima de otras
colectividades afines a su ideario.
En realidad, el Partido Comunista luchaba por la revolución que lo llevara
al Poder para organizar un Gobierno obrero‐campesino, mediante la
instauración de la Dictadura del Proletariado. Se guiaba, entonces, por la
Revolución Rusa, sin considerar que las condiciones del país eran diferentes
a las vividas por el zarismo y que allá, fue necesaria una guerra mundial que
produjo la quiebra del viejo sistema y de la propia democracia burguesa en
los instantes que comenzaba a nacer. Esta posición política la mantuvo
intransigente hasta mucho después del 4 de junio de 1932. La caída de
Ibáñez origina la formación de diversos grupos marxistas que, los
comunistas, aferrados a su sectarismo, perdieron la oportunidad de atraerlos
a sus filas y de acaudillar el flujo popular que renacía con vigor.
Recabarren, hasta antes de su muerte, tuvo influencias decisivas en las
determinaciones del Partido. Así por ejemplo, al producirse el golpe militar
que llevó al general Altamirano a presidir una Junta de Gobierno en
reemplazo de Alessandri, Hernán Ramírez –historiador del Partido
Comunista‐ anota lo siguiente: “A este respecto, el III Congreso realizado en
Viña del Mar señaló que “sólo una revolución es capaz de modificar
49
substancialmente los sistemas políticos y sociales; que al dar al país nuevos
gobernantes surgidos de la revolución (militar) no se ha hecho otra cosa que
hacer lo que siempre ha pretendido el proletariado revolucionario para los
mismos fines: tomar el Poder absoluto de el Estado para realizar el programa
propuesto; que esta conducta y acción de los militares justifica todas
nuestras pretensiones”.1 A continuación agrega el mismo historiador: En
segundo término, se expresó absoluta desconfianza ante el gobierno militar;
en este sentido se aprobó un informe de Recabarren en el que se afirmaba:
´que el régimen caído representaba la más acentuada corrupción política y
por ello no merece solidaridad alguna. Que el régimen que se levanta surge
de los mismos elementos que pertenecían al caído. Que el militarismo
entronizado hoy en el Poder como factor de clase es una amenaza peor que
la dictadura capitalista, puesto que las fuerzas armadas fueron siempre el
instrumento y el apoyo de todas las dictaduras capitalistas´. El Partido –
continúa Hernán Ramírez‐ aceptó la idea de que se dictara una nueva
Constitución, aún de carácter democrático‐burgués, siempre que ella fuera
resultado de un proceso democrático en el que tuvieran amplia participación
los trabajadores; en relación con esto, Recabarren sostuvo: ´Si la asamblea
Constituyente va a ser una libre asamblea, es el proletariado quien tendrá
mayoría en esa asamblea, y si el proletariado –en mayoría‐ no sabe guiarse,
será la clase capitalista ‐en minoría en esa asamblea‐ quien gane la partida;
no pidamos hoy la realización de nuestros ideales; exijamos la realización de
una parte de nuestros ideales, por poco que sea que nos favorezcan o que
más parezcan contenidos en el manifiesto de la Junta Militar´. Hasta aquí las
citas hechas por Hernán Ramírez en relación al gobierno de Altamirano y
sobre las posibilidades de dictarse una nueva Constitución. De estos hechos
se desprende con nitidez que el Partido Comunista no apoyó a los militares
gracias a Recabarren, quien pensaba –y acertadamente‐ que eran “una
amenaza peor que la dictadura capitalista”, puesto que, por sentido de clase
y vinculaciones sociales y económicas estarían siempre a su servicio..
Comprendía, también, que las ideas del Partido por una nueva Constitución
resultaban ilusorias; asimismo, tener esperanzas en ellos en pro de los
trabajadores.
Días más tarde, al aliarse Altamirano a la oligarquía terrateniente
alentando la postulación presidencial de Ladislao Errazuriz, “el Partido
planteó una solución revolucionaria… y el 9 de noviembre, Recabarren
explicaba: ´No tiene, pues, nada que esperar el pueblo de otra parte, sino de
50
su propia acción conjunta, de su propio esfuerzo´. En el espíritu de
Recabarren estaba la idea de que sólo la clase obrera consecuentemente
luchadora por la democracia, se hallaba en condiciones de encabezar la
lucha para desbaratar los planes antidemocráticos de la reacción”.2
En verdad, Recabarren, cuya experiencia templada en años de duro
combate le había enseñado que nada podía esperarse de los militares,
ratificándose su pensamiento con el respaldo que daban a la candidatura
oligárquica de Ladislao Errazuriz. No olvidaba las masacres obreras
ejecutadas por ellos; las persecuciones, el odio, el desprecio, contra los
trabajadores. Recabarren sólo creía –con toda razón‐ en la organización de
las masas, como herramienta de combate para la transformación del
régimen; no aceptaba la conciliación de clases, pues, en aquellos años
significaba una traición de quienes la propiciaban. El Partido Demócrata que
se prestaba a toda clase de maniobras, era el mejor ejemplo: Los asalariados
abandonaban sus filas asqueados de su deslealtad y oportunismo. Como
tampoco era un iluso, comprendía que su Partido no estaba en condiciones
de emprender la revolución, ni podía participar con éxito de una reforma
Constitucional. La máxima posibilidad se circunscribía –frente a ese
Gobierno‐ a exigir el cumplimiento del programa de la Junta Militar, de
manera especial, en los puntos favorables a los asalariados. Sin embargo,
quedaba en evidencia –como afirma Hernán Ramírez‐ “que el Partido
reaccionó y con cierta confusión”; pero resalta la visión certera de
Recabarren, muy por encima de los dirigentes que lo secundaban.
A poco más de un mes de estos acontecimientos, el líder obrero se
suicida. Y, días más tarde de ese trágico golpe sufrido por el proletariado, el
Partido Comunista acuerda apoyo al segundo golpe militar del 23 de enero
de 1925, el cual derriba la Junta presidida por Altamirano. En estos sucesos
forma parte de un “Comité Ejecutivo Nacional Obrero”, destacando como a
sus representantes a Manuel Hidalgo y Salvador Barra Woll; actuaban,
también, en calidad de integrantes de dicho comité, personeros de otras
agrupaciones, destacándose Carlos Vicuña y Alfredo Demaría. Barra Woll, el
dirigente comunista, explica después en “Bandera Roja” del mes de abril de
1925, de la siguiente manera la resolución del Partido:”Es necesario tener
en cuenta que el Partido Comunista, aunque dispone de simpatías de la
organización sindical en una gran parte, ésta no tiene aún la suficiente
fuerza organizada para lucha semejante en que no desaparezca el peligro de
51
ver a la oligarquía y burguesía unirse contra el enemigo común, estábamos,
pues, obligados por los acontecimientos y las circunstancias a apoyar un
blanco de nuestros propios enemigos; significa un compromiso hecho al a
burguesía militar joven de respetar el desarrollo del movimiento obrero, sus
organizaciones y la conquista de algunas posiciones para su
desenvolvimiento”.3
En efecto, la posición del Partido fue de apoyo a los militares para que
derribasen a Altamirano, golpe realizado por la oficialidad joven y grupos
civiles con el propósito de hacer regresar a Alessandri. Sin el respaldo de los
comunistas –controlaban la FOCH, única organización con verdadera
influencia en el proletariado‐ habría sido difícil el éxito. Triunfante el
movimiento, cuyas cabezas más visibles eran Grove e Ibáñez corresponde,
también al Partido Comunista amenazar con una huelga general
revolucionaria si no se cumple de inmediato el programa, cuya base
fundamental es el retorno de Alessandri, llamar a una Constituyente y
realizar elecciones conforme a la Carta Magna que se iba a aprobar.
Meses después, caído nuevamente Alessandri, el Partido solidariza con la
candidatura presidencial de José Santos Salas, impulsando la formación de
un poderoso organismo popular integrado por Sindicatos, Gremios,
elementos independientes, denominado “Asamblea Nacional de
Asalariados” y con un programa de profundas innovaciones sociales y
económicas a favor de los trabajadores. Justificando su conducta al apoyar a
Salas, el Partido expresaba:”…el doctor Salas tiene un programa que
cumplir, y en el se hace absoluta abstracción del comunismo y de cualquier
otra ideología. Este programa fue elaborado en común acuerdo por todas
las fuerzas que convergieron este grande y colosal movimiento concéntrico
de fuerzas que hacer vibrar al país productor de uno a otro
extremo…Nosotros pensamos –afirmaban‐ que todavía no ha sonado la
hora para el triunfo del comunismo. Cada ciclo histórico tiene su
oportunidad y no puede ser adelantado ni retardado… No ha llegado la hora
para el comunismo, pero esa hora llegará fatalmente… El comunismo llegará
cuando sea oportuno, pero llegará algún día, del mismo modo que todo
plazo se cumple, por largo que sea. Las revoluciones, para que sean
duraderas y llenen debidamente sus fines, no deben materializarse en
forma concreta, sino después de haber madurado y anidado en el alma de
las multitudes…4 Así explicaba su apoyo a la candidatura de José Santos
52
Salas.
Esta táctica para encarar la elección –bastante justificada frente a la
dictadura que se veía venir‐ le significa un crecimiento considerable y
prestigio entre las masas. Obtiene, en las elecciones parlamentarias 2
Senadores y 7 diputados; pero este flujo muy pronto fue detenido por la
tiranía de Ibáñez iniciada en el Gobierno de Figueroa Larraín. Los gremios
independientes, sectores de la pequeña burguesía, pequeños comerciantes
e industriales, sindicatos, grupos políticos aislados, que habían constituido
la “Asamblea Nacional de Asalariados”, ‐inspirada y llevada adelante por el
Partido Comunista‐ se transforma, pasadas las elecciones, entidad política
independiente de carácter reformista y pasa a denominarse “Unión Social
Republicana de Asalariados de Chile”, (USRACH). El comunismo se niega a
ingresar, pues los objetivos de la nueva entidad son dar respaldo a la
dictadura de Ibáñez. A pesar de las persecuciones, hasta declarársele fuera
de la ley, el Partido Comunista es la única organización que combate
tenazmente a la tiranía.
El Partido Comunista, ‐salvo el corto período de unidad con sectores
populares ajenos a su ideología para apoyar a José Santos Salas‐ lo cierto es
que desde su fundación hasta 1934 propugnó abiertamente la revolución
social y la instauración de un Gobierno obrero‐campesino en base a la
dictadura del proletariado. El lema, “La liberación de los trabajadores en
obra de los trabajadores mismos”, adquiere para sus directivas y afiliados
más conscientes, contornos épicos en la lucha por sus ideales. En 1923, el
Diputado Victor Cruz, decía en la Cámara lo siguiente:
“Para transformar el régimen de este país de oligarcas y de sirvientes de
oligarcas, no hay otro camino que la revolución violenta. No puede
producirse una transformación tranquila, suave, blanda, cuando nos
encontramos con tropiezos de esta naturaleza y que al pretender
atravesarla nos cuesta la vida. Tenemos que hablar de revolución y de
revolución violenta, porque los atropellos de parte de los privilegiados, los
gestores, la hacen nacer y estimular”. Y Luis Emilio Recabarren, en su folleto
“¿Qué es lo que queremos socialistas y federados? Y ¿Para qué?”, escribía lo
que sigue: “De las Cámaras Legislativas nada, absolutamente nada se puede
o se debe esperar. Las Cámaras compuestas de burgueses explotadores del
pueblo, jamás permitirán que triunfe una mayoría obrera ni menos que se
hagan leyes que efectivamente produzcan el permanente bienestar que
53
necesitan las multitudes. Los burgueses harán leyes que nos engañen o que
nos entretengan, pero nunca harán leyes que en verdad nos beneficien. De
esto estamos absolutamente seguros. Entonces nada podemos esperar de
aquella gente. Todo el bienestar que queramos, debemos confiarlo a
nuestras fuerzas organizadas”. Y agregaba más adelante: “La dictadura del
proletariado significa obligar a la burguesía a someterse a la voluntad del
pueblo, que no admite ser explotado ni oprimido. Asegurada una
organización de modo que no pueda volver a imperar el régimen de
explotación, la dictadura del proletariado cesará por si sola”. En su libro
“Rusia Obrera y Campesina”, escrito en 1923, el líder obrero afirmaba con la
más sincera convicción: “he vuelto de Rusia, más convencido que antes que
urge apresurar la Revolución Social que ponga en manos del pueblo todos
los poderes para la construcción de la sociedad comunista. He vuelto de
Rusia, más dispuesto que antes, para que el pueblo se disponga pronto a
tomar en sus manos todas las fuerzas del Poder, porque su incultura, no
será nunca motivo serio para retardar la Revolución. Al contrario, el retardo
de la Revolución significa mantener la incultura y todas sus consecuencias”5.
En esos años, la tercera Internacional unida y con sólido prestigio por los
éxitos de la Revolución Rusa, transmitía a todos los Partidos Comunistas del
mundo sus concepciones tácticas y estratégicas, instándolos a seguir su
ejemplo. Si el proletariado chileno que militaba en el Partido era débil
ideológicamente y la organización carecía aún de suficiente fuerza, no por
eso dejaba de ser combativo, emprendedor, tratando de ganarse la
adhesión de las multitudes a fin de comandarlas a la toma del Poder.
Recabarren y los dirigentes más connotados formados bajo su magisterio, al
oponerse a toda conciliación de clases, lo hacían convencidos de que el
camino no podía ser otro, a pesar de las persecuciones inferidas al Partido
por el régimen imperante. El debilitamiento de sus cuadros, ‐única entidad
proletaria organizada‐ comienza a producirse de 1928 en adelante, a
consecuencias de la dictadura ibañista en lo nacional y por las diferencias
surgidas en el seno del Comunismo Ruso, en el plano internacional. Los
cambios operados en el país soviético –por los fracasos de las revoluciones
China y Alemana de repercusión mundial‐ afectan, también, al Partido
Comunista chileno. Sólo a contar de 1934, época inicial de los grandes
virajes impuestos por las necesidades de la diplomacia soviética, que pone
término a la línea clasista de recabarren, abriéndose camino a la
“colaboración de clases” a través del Frente Popular.
54
Galo González, en un trabajo publicado en 1951 en el N° 5 de la revista
“Principios”, expresión teórica del Partido, decía lo siguiente:
“Desde su fundación, el Partido Comunista venía luchando
tesoneramente por las reivindicaciones de los trabajadores. EN la medida de
sus posibilidades, venía también realizando una labor de divulgación de las
ideas socialistas. Esta debilidad teórica y política, le impedía comprender el
verdadero carácter de la revolución chilena y lo llevó entonces a cometer,
en este sentido, algunos errores serios. Desde los tiempos de Recabarren, se
hablaba en general de “La Revolución Obrera y Campesina y la instauración
de la Dictadura del Proletariado” en forma de Soviet… Pero al plantear la
instauración de los Soviet como una consigna inmediata, para cuya
realización no estaban –y no están todavía‐ maduras las condiciones. Al
tratar de esa manera, de saltarse etapas, el Partido no aprovechó las
circunstancias favorables para transformarse en un gran Partido de masas e
influenciar decisivamente en los acontecimientos”.
Y Hernán Ramírez, reafirma esto mismo en su obra ya citada: “Se cometió
un grave error al pretender que el Partido sólo y la clase obrera aislada
podían producir el camino revolucionario. Tal error se tradujo en el empleo
de una táctica defectuosa que mermó la potencialidad y redujo la capacidad
de acción del proletariado, fortaleciendo, en cambio, la de sus enemigos…
De lo expuesto se puede concluir que en la primera etapa de su existencia,
la línea política del Partido tuvo una desviación inconfundiblemente
“izquierdista”, “infantilista”, impregnada de marcado sectarismo”.6
*
* *
En mayo de 1932, el Buró Sudamericano de la Internacional Comunista
elabora una tesis que es publicada en un folleto titulado “Las Grandes
Luchas revolucionarias del Proletariado Chileno”. En él se hace un minucioso
análisis de las actuaciones del Partido Comunista durante la caída de Ibáñez,
sublevación de la Marinería y el movimiento “civilista” que da el triunfo a
Montero y posteriormente a alessandri. Es un trabajo serio y objetivo,
mirado desde el punto de vista de las orientaciones de la Internacional. El
enfoque sobre la crisis económica derivada del salitre, es exacto; pero no
así, las causas que motivan la caída de Ibáñez. En este caso expresa “que se
debió a la movilización masiva de los trabajadores dirigidos por el Partido
55
Comunista”, en circunstancias que fue la falta de recursos económicos
negados por la banca norteamericana y, la falta de apoyo de la pequeña y
mediana burguesía al unirse a la burguesía financiera estrechamente ligada
al imperialismo yanqui. Además, provocan el descontento y un clima de
rebelión, los salarios de hambre fijados a sus obreros por las empresas
grandes. Y cuando la banca internacional ofrece apoyo financiero al
“civilismo”, ‐después de negárselo a la dictadura de Ibáñez‐ las mismas
fuerzas políticas que apoyaron la tiranía se pasan al otro lado, provocando
su derrumbe. De esa manera, en medio del más grosero cinismo y con una
demagogia sin precedente, atraen hacia sus posiciones a las masas
fervorizadas por la caída de la dictadura, desvinculándola de sus verdaderos
objetivos y sirviéndose una vez más de ellas ‐a los acordes de la “libertad”
de la “constitucionalidad” y del “civilismo”‐ para mantenerse en el Poder.
Así se origina, a la caída de Ibáñez, el triunfo de Montero y después el de
Alessandri, en brazos de las fuerzas ultra reaccionarias.
El Partido Comunista, a más de debilitado por las persecuciones, estaba
empeñado en una feroz lucha interna que culmina con su división –
quedando al margen del movimiento‐ lo que contribuye a que los
trabajadores sean fácilmente engañados por la demagogia oportunista de
la oligarquía clerical conservadora y pequeña burguesía. En realidad,
pierden la ocasión de galvanizar un fuerte partido revolucionario a través
del descontento, acrecentando las marejadas “civilistas” que toman el
Poder. Así, pues, el “izquierdismo” de entonces, movido por grupos
socializantes que actuaban sin conexión y por el alessandrismo disperso,
capitalizan el descontento legado por la dictadura.
La sublevación de la Marinería –pese a lo que se ha dicho‐ no fue
preparada por el Partido Comunista. Este, una vez producido el movimiento
se lanza a la palestra agitando sus consignas y tratando de solidarizar
mediante huelgas que les sirvan de apoyo; pero sin resultado a sus
pretensiones. En verdad, los sub‐oficiales que habían tomado el control de
su propio movimiento, rechazan de plano la ingerencia de los Comunistas.
Sin una actividad preparatoria, sin vinculación con la marinería, carente de
unidad interna, ajenos a los problemas específicos de los sublevados, no
pueden conquistar de manera espontánea sus simpatías en pro de las
finalidades políticas que el Partido quiere imponer. El folleto ya
mencionado, pretendiendo aminorar los fracasos reconoce, no obstante, la
56
falta de capacidad y de organización, en las siguientes líneas: “La
importante actuación tenida por el Partido (en verdad nunca la tuvo) en los
últimos acontecimientos ha demostrado claramente su debilidad orgánica y
su insuficiente raigambre entre el proletariado de las grandes industrias… El
Partido carece de toda organización en el cobre y son relativamente escasas
sus organizaciones en el salitre y el carbón, a pesar de la influencia con que
cuenta entre los obreros de esas zonas. Donde la penetración del Partido
tampoco existe, es en el campo, siendo su influencia insignificante sobre el
asalariado agrícola, el inquilino, el mediero, arrendatario y campesinos
pequeños propietarios. Esta falta de penetración en el campo constituye
una de las más grandes debilidades del Partido Chileno… La importancia del
Partido para ligarse con los marinos durante los acontecimientos, muestra
que le falta trabajo entre los soldados y marineros, constituye una gran falla
del trabajo del Partido. Hay que establecer fuertes vinculaciones con los
marineros que son licenciados o quedan en los barcos, formar comisiones
del Partido y la juventud que trabajan entre los marineros, hacer reuniones
y constituir comisiones de marineros mismos, hacerles llegar nuestra
literatura y realizar junto a los marineros asambleas de autocrítica sobre la
sublevación, sin tratar de ocultar nuestros propios errores…”7
En efecto, el Partido Comunista acude a prestas apoyo cuando los hechos
están consumados, carente de ideas y consignas concretas a plantear. Y
como actúan dos corrientes con directivas distintas y que se abrogan la
representación de la Internacional, producen el confucionismo entre sus
propios militantes. Así se ven impelidos a levantar dos candidaturas
presidenciales en 1931, logrando escasos sufragios, lo que facilita la
postulación de Alessandri y el triunfo de Montero. Posteriormente, al
efectuarse la elección de 1932, surgía la candidatura de Grove como la de
mayor incentivo, para crear a través de ella, un poderoso movimiento
revolucionario, la que es desaprovechada por la corriente lafertista, pues
sólo adhiere a dicha candidatura la fracción de Hidalgo y que, por su
debilidad orgánica, fue incapaz de capitalizar la efervescencia de las masas.
La corriente que seguía a Lamerte – reconocida finalmente por la
Internacional‐ y que se empeñaba en aplicar la táctica del “Frente Único”,
tampoco tuvo éxito, pues, su ciego sectarismo los llevaba a combatir a las
fuerzas que vibraban con Grove y de otras tendencias de izquierda. Así lo
afirman ellos mismos en un folleto publicado en enero de 1933 por la
57
“Comisión de Agitación y Propaganda del Comité Central del Partido”,
donde dicen:”La aplicación de la táctica del frente único encuentra aún
innumerables dificultades prácticas y falta argumentación política para
ganar a nuestro lado a los obreros engañados por el grovismo, hidalguismo,
anarcosindicalismo y ni aún sabemos ganar a los obreros envenenados por
el alessandrismo reaccionario.. Pero el Partido estará imposibilitado para
transformarse en un verdadero partido de masas. Para esto tenemos que
arrasar con los obstáculos internos que impiden el crecimiento. Estos
obstáculos se manifiestan por la influencia de tendencias enemigas,
especialmente del sector de “izquierda” de la burguesía y agrupaciones
pequeño burguesas. A tal punto es evidente esto que vacilamos aún para
señalar una política justa frente a Alessandri y al “civilismo”. Incluso la
enormidad de que algunos Comité Regionales y Comité Locales han
participado en Comités Civilistas. Grove y sus lugartenientes tienen todavía
sobre grandes capas de obreros influencias manifiestas…”8.
Así ocurría, pues el propio Partido había colaborado abiertamente con el
movimiento civilista de Antofagasta que era integrado por Carabineros,
Militares, sectores políticos de derecha, gremios y sindicatos. Ese error
resulta aún más grande que el no haber apoyado a Grove, permitiendo
acentuar la división de sus filas, ya que la fracción de Hidalgo ‐no obstante
haber elaborado una plataforma de lucha más realista frente a las
elecciones‐ careció de vitalidad para movilizar sus fuerzas en procura de
sus objetivos. “La compleja situación política exigía una interpretación
exacta. Nuestra consigna central de Grove al Poder era absolutamente
exacta, pero NO IBA LIGADA A LA ACCION DECIDIDA Y SISTEMATICAMENTE
ORGANIZADA DEL PARTIDO COMUNISTA para hacer carne en las masas la
necesidad de usar la consigna GROVE AL PODER como simple recurso
circunstancial para agruparse y luchar directa y decididamente por sus
reivindicaciones políticas y económicas inmediatas”, afirmaron al analizar
posteriormente los resultados de la elección.9
La fracción de Hidalgo, si bien difiere de la corriente lafertista en la
manera de encarar los acontecimientos –en los acaecidos desde la caída de
Ibáñez al triunfo de Alessandri a fines de 1932‐ no por eso dejaba de actuar
conforme a las viejas consignas, amoldándose sólo en algunas
circunstancias a la realidad táctica de los hechos. Ninguna de las dos
fracciones fue capaz de orientar la efervescencia izquierdista, permitiendo
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que se formaran diversos grupos sin una base centralizada que los
aglutinara.
Frente a la candidatura de Grove, debe reconocerse que la fracción de
Hidalgo hizo esfuerzos por unificar las corrientes más avanzadas a través de
la campaña con el propósito de abrirle camino a un poderoso Partido
Comunista; en tanto, la otra corriente debilitaba esa posibilidad al levantar
la candidatura de Lamerte. Decían los primeros, en un libro publicado a
fines de 1932, en un manifiesto titulado “El Partido Comunista ante la lucha
política y el lafertismo”: “Actualmente los hechos se desenvuelven de tal
manera que desperdiciar la popularidad del nombre de Grove es favorecer
por un largo tiempo la derrota de la Revolución Socialista. Y el Partido
Comunista no pretende con esto presentar a Grove como un proletario –
que parece ser para el lafertismo un punto básico en la revolución‐ y
hacerse solidario con el hombre: sería esto tan simple y
contrarrevolucionario como la negación lafertista de la objetividad
revolucionaria creciente. El Partido Comunista interpretando exactamente
la realidad política que se vive penetra con sus fuerzas y realismo
revolucionario proletario el ambiente político del país y lucha por
encausarlo a la revolución social, a la dictadura del proletariado. En esta
forma el Partido Comunista es la vanguardia revolucionaria y no solamente
del proletariado sino de las enormes masas pequeños burguesas del campo
y de la ciudad que ven en el 4 de junio una escapada a sus miserias. El
lafertismo dice que el 4 de junio no es una fecha revolucionaria. No nos
extraña que lo digan, lo raro habría sido que dijeran lo contrario. Pero la
verdad es que el 4 de junio es el primer grito del parto violento de la
revolución proletaria. Es que deben saber además los lafertistas que no hay
necesidad alguna de Lafertte y compañeros de oficina para que la
revolución proletaria sea un hecho en Chile.
“La habilidad táctica de la vanguardia revolucionaria del proletariado
estriba precisamente en las transformaciones de esta efervescencia
sentimental –que bien puede ser una traba en los pies‐ en una
efervescencia revolucionaria clasista encausada a la conquista del Poder
político por el proletariado…
“El Partido Comunista ha dicho muy claramente en su manifiesto del 6 de
octubre que al luchar por la reivindicación política inmediata GROVE AL
59
PODER, lucha por la unificación del proletariado y por la acción
revolucionaria unificada del mismo y en estos momentos GROVE constituye,
mal que les pese a los camaradas enfermos de infantilismo de izquierda, un
FUERTE MOTIVO de unión política posible de transformar en una acción
revolucionaria efectiva por la toma del poder”.10
Cierto es que lo propuesto por los ejecutores del 14 de junio, no era un
programa socialista, ya que ni se menciona el problema de la tierra ni se
habla de la confiscación de las grandes fortunas. Sin embargo, ‐como base
hacia un programa socialista‐ alcanzan a esbozar una serie de
modificaciones que hieren fuertemente los intereses de la oligarquía y el
imperialismo. En el corto lapso de su Gobierno se clausura el odiado
Congreso Termal, amnistían a los procesados políticos, devuelven las
prendas de uso casero empeñadas en la Caja de Crédito Popular, autorizan
créditos por intermedio de la Caja Nacional de Ahorros a los pequeños
comerciantes, defienden a los arrendatarios pobres evitándoles ser
lanzados, reponen en sus cargos a los profesores exonerados y dejan sin
efecto las medidas disciplinarias tomadas por el Consejo Universitario, etc.,
etc. Estas medidas demuestran un nuevo sentido social y político, que
llenan de terror a los sectores reaccionarios y despiertan en las clases
populares positivas esperanzas en su favor.
“La acción mancomunada de la oligarquía y el imperialismo provocó la
caída de los revolucionarios del 4 de junio, quienes no tuvieron un Partido
estructurado en que apoyarse, ni supieron tomar medidas radicales para
desmontar la máquina administrativa reaccionaria ni para crear una fuerza
armada popular. Estas debilidades se explican por la carencia de
homogeneidad en el equipo director del movimiento y por su falta de una
madura concepción teórica y política y su correspondiente programa. Sin
embargo, la revolución mencionada constituye un acontecimiento de
extraordinario interés en la historia de las luchas sociales de nuestro país y
abrió una nueva etapa de vastas proyecciones en el movimiento obrero
nacional”.11 A estas líneas del escritor Julio Cesar Jobet, que compartimos
ampliamente, debe agregarse el sectarismo del Partido Comunista. En vez
de imponer el “Consejo Revolucionario de Obreros, Campesinos, Marineros
y Soldados” que tratan de hacer funcionar en la Universidad de Chile, ‐
agitando sesenta y tantas consignas inapropiadas para agrupar y movilizar a
las masas‐ hubiesen actuado de manera más realista, habrían contribuido a
60
desarticular el golpe reaccionario de Dávila y a conformar un poderoso
movimiento de apoyo al programa de la revolución encabezada por Grove.
Todo el año 1933, ambas fracciones comunistas continúan
combatiéndose. Una, como partido oficial reconocido por Moscú; la otra,
como “Izquierda Comunista”, afiliada a la oposición internacional dirigida
por Trotzky. Esta influye en la formación del “Block de Izquierda”,
organismo político de efectiva labor contra la ofensiva de las fuerzas
reaccionarias y del nazismo que surge con aristas amenazantes, aquella,
endereza proa hacia el cumplimiento de nuevos objetivos, derivados del
“Gran Viraje” impuesto por Moscú. Y tras una intensiva campaña –dirigida
con habilidad por delegados de la Tercera Internacional‐ da cima al “Frente
Popular”, obteniendo el ingreso del Radicalismo y, en seguida, la del Partido
Socialista.
En la actualidad, ‐a 30 años de distancia del Frente Popular‐ se pretende
reactualizar una combinación política semejante enalteciendo aquella etapa
‐iniciadora de los Gobiernos presididos por radicales‐ con resonancias
disparatadas, necias, repletas del más podrido oportunismo. En realidad,
por mucho que se le quiera idealizar, el Frente Popular constituyó una
estafa a las aspiraciones revolucionarias de las masas, frenándolas en sus
impulsos renovadores y desarmándolas ideológicamente; pero sirvió de
muleta al Partido Radical cuando estaba al borde del sepulcro, inyectándole
oxígeno izquierdista para hacerlo revivir. En cuanto a realizaciones, los
organismos creados tendientes a la semi‐industrialización del país no
cubren, siquiera, los desniveles económicos soportados por décadas del
presente siglo, ni guarda paridad con el crecimiento vegetativo de la
población. No se intentaron cambios de estructura en lo social y económico;
el dominio de las riquezas básicas en el poder del imperialismo, siguió igual;
la burguesía y clase media –espina dorsal del Radicalismo‐ en convivencia
con la oligarquía terrateniente, prohibieron la sindicación campesina con el
beneplácito de socialistas y comunistas para “no crearle dificultades al
Gobierno”. Nada, por lo tanto, puede esperarse de alianzas políticas entre
fuerzas de clases antagónicas. Los enfrentamientos revolucionarios
demagógicamente expresados, se diluyen del todo, por efectos de
compromisos con los sectores que succionan nuestra débil economía.
Veamos, ahora, los primeros pasos del Partido Socialista, cuyo origen y
61
crecimiento acelerado, tienen sus raíces en el movimiento del 4 de junio de
1932.
*
* *
A la caída de Ibáñez, el único partido de carácter revolucionario
existente, es el Comunista; pero las divergencias, al hacerse públicas,
provocan sus división. Las dos fracciones al combatirse encarnizadamente,
pierden la oportunidad de consolidar un poderoso Partido Comunista. El
movimiento surgente originado por el descontento popular, es capitalizado
por la derecha plutocrática. Con su tradicional habilidad demagógica, lo
canaliza bajo el sugestivo nombre de “civilismo”. Sólo grupos minoritarios
caratulados de socialistas, se esfuerzan por abrirse camino oponiéndose a la
marejada civilista. De éstos, sin la ejecutoría de lucha del comunismo, pero
con inquietudes de renovación social, figuran la “Nueva Acción Pública”,
“Partido Radical Socialista”, “Acción Revolucionaria Socialista”, “Socialista
Marxista”, “Socialista Unificado” y otros por el mismo estilo. Mientras tanto,
los perseguidos por la dictadura y quienes la habían apoyado –oligarquía y
clericalismo‐ pregonando el retorno a la civilidad constitucional, han
elevado a Juan Esteban Montero a la Presidencia de la República. El
sentimiento revolucionario de las masas, lejos de decrecer, aumenta
vertiginosamente impelidos por el caos económico, la matanza de obreros
de Copiapó y Vallenar y las leyes marciales decretadas después de la
Sublevación de la Marinería: pero sin un nexo unificador capaz de
centralizarlo en un movimiento socialista de envergadura nacional.
El golpe efectuado por Marmaduke Grove y Eugenio Matte Hurtado el 4
de junio de 1932, es el impulso inicial hacia la fundación del Partido
Socialista de Chile, el 19 de abril de 1933. Su nacimiento –al fusionarse en
un solo organismo político los grupos revolucionarios constitutivos‐ se
debe, también, a la crisis de la dirección de la clase trabajadora y a la
necesidad de una herramienta para la lucha política que representara con
criterio positivo y realizador sus aspiraciones revolucionarias.
Eugenio Gonzalez Rojas, uno de los más altos valores del pensamiento
socialista, expresó sobre el particular en el Senado de la República: “Al
fundarse en Chile el Partido Socialista, se daban condiciones objetivas para
que los trabajadores intelectuales y manuales actuaran de consumo en una
colectividad política propia, puesto que ninguno, de los partidos
62
tradicionales representaba cumplidamente sus intereses económicos y sus
aspiraciones sociales, dentro de una doctrina que concordara con el sentido
del movimiento histórico. Tampoco los representaba el Partido Comunista
cuya ideología de contornos demasiado rígidos, cuya estrategia de líneas
mundiales y cuya táctica de esquemáticas consignas no podían servir con
eficacia los impulsos reivindicativos de la clase trabajadora. Sin desconocer
el alcance internacional de la solidaridad del proletariado y la necesidad de
coordinar internacionalmente su acción política, fenómeno derivado de la
universalización de las formas de vida y de trabajo que impone el desarrollo
capitalista, ‐el Partido Socialista emerge como un producto natural de las
circunstancias económico‐sociales. Dentro de la continuidad orgánica de
nuestra evolución democrática”.12
Nace, pues, el Partido Socialista, como la más acabada expresión de lucha
de ese inmenso sector de trabajadores manuales e intelectuales que, en el
período que va de la caída de Ibáñez al primer año de Gobierno civilista de
Alessandri, pugna por adherir a un organismo político que interprete sus
inquietudes y le sirva de guía en su acción revolucionaria. Desde sus
primeros pasos se caracteriza como anti‐oligárquico y anti‐imperialista;
nutre sus filas de obreros, campesinos, profesionales, pequeños
agricultores, mineros e industriales; expone un programa y doctrina
valedera para destruir la anquilosada estructura capitalista reemplazándola
por una nueva base social y económica que libere a las mayorías de la
miseria y explotación. En su declaración de principios establece con
precisión que “acepta como método de interpretación de la realidad el
MARXISMO, enriquecido y por todos los aportes científicos del constante
devenir social”; reconoce la lucha de clases que “en la actual organización
capitalista divide a la sociedad humana en dos clases cada día más
definidas. Una clase que se ha apropiado de los medios de producción y que
los explota en su beneficio y otra clase que trabaja, que produce y que no
tiene otro medio de vida que su salario”; para la transformación del régimen
de producción capitalista basado en la propiedad privada de la tierra, de los
instrumentos de producción, “de cambio, de crédito y de transporte, ‐
expresa‐ debe necesariamente ser reemplazado por un régimen económico
Socialista en que dicha propiedad privada se transforme en colectiva”.
Agrega, además que durante “el proceso de transformación total del
sistema es necesaria una dictadura de trabajadores organizados”. La
transformación evolutiva por medio del sistema democrático –afirma‐ no es
63
posible porque la clase dominante se ha organizado en cuerpos civiles
armados y ha erigido su propia dictadura para mantener a los trabajadores
en la miseria y la ignorancia e impedir su emancipación”. Y, en lo
internacional, en razón a la severa crítica que hacía a las Internacionales –
por sus orientaciones equivocadas‐ declaraba que “la doctrina socialista es
de carácter internacional y exige una acción solidaria y coordinada de los
trabajadores del mundo. Para iniciar la realización de estos postulados el
Partido Socialista propugnará la unidad económica y política de los pueblos
de Latinoamérica, para llegar a la Federación de las Repúblicas Socialistas
del Continente y a la creación de una economía anti‐imperialista”.
Como puede apreciarse, la declaración de principios que entonces
adopta el Partido Socialista –de contenido marxista revolucionario‐ difiere
de las rígidas formulas dogmáticas, mecánicamente agitadas por el
comunismo que les resta todo sentido humanista y lo desliga de una
correcta posición doctrinaria. El socialismo chileno, por el contrario, no
desfigura la esencia de la teoría marxista, sino que la acentúa en la
aplicación real de sus objetivos, sin aferrarse a ninguna consigna oficial de
las Internacionales ajenas, en su mayoría, a la realidad política y social de
cada país. Así crece su influencia, dando vigor a sus cuadros en lo teórico y
organizativo sosteniendo, a la vez, duras batallas contra el marxismo criollo,
la represión del Gobierno y los partidos reaccionarios pro imperialistas. En
esa etapa primera y brillante de su ejecutoría, penetra en la conciencia del
pueblo ansioso de justicia social; canaliza el brote revolucionario de las
multitudes decepcionadas de otras entidades que burlarán sus esperanzas.
Con un lenguaje viril y realista señala un nuevo camino que anímicamente
las masas esperaban, restándoselas al “civilismo” que se alzaba dictatorial al
conjuro de la constitucionalidad. Despierta una nueva fe, con un sentido
dinámico y realizador; crea una mística hacia sus dirigentes y consolida la
disciplina para enfrentar con éxito el porvenir. Jóvenes y viejos, obreros e
intelectuales, adhieren con apasionada vehemencia al Partido Socialista que
interpreta sus inquietudes y diseña positivas esperanzas al destino de todos
los chilenos.
Refiriéndose al período inicial del Partido Socialista, dos de sus más
connotados fundadores –Marmaduke Grove y Oscar Schnake‐ expresan lo
siguiente: “…Mientras los partidos históricos –decía Grove en el Senado de
la República con fecha 23 de mayo de 1934‐ son manejados y dirigidos por
64
pequeños grupos y oligarquías centralizadas, el Partido Socialista es una
colectividad en que las directivas y las bases forman un todo compacto y
orgánico. En otras palabras, dentro del socialismo, el cerebro y el músculo
se unen sin desvincularse de su acción respectiva para un objetivo común. El
Partido Socialista de Chile ha dado recientemente las primeras muestras de
vida y se ha organizado mediante la fusión de cinco núcleos que actuaban
separados en busca del mismo propósito: La Acción revolucionaria
Socialista, el Partido Socialista Marxista, la Nueva Acción Pública, la Orden
Socialista y el Partido Socialista Unificado. A estos núcleos se unieron masas
de simpatizantes venidos de todos los sectores del socialismo que
celebraron la fusión el 19 de abril de 1933. Mediante esta obra se ha podido
fortalecer y llevar al éxito a un partido con ideas nuevas y definidas sobre
nuestros problemas sociales, económicos y políticos… El Socialismo no
constituye una fuerza desorganizada destructora como tantas veces se ha
dicho. Es una fuerza organizada y que aspira a una transformación profunda
y revolucionaria en nuestra vida económica y política… Nuestros enemigos
interesados nos presentan como demoledores; pero nunca se han tomado
la molestia de revisar el programa socialista y las declaraciones de sus más
destacados personeros. El hecho de que un partido sea revolucionario no
significa que este concepto se confunda con la simple y estéril destrucción…
La lucha de clases forma en este país un fenómeno que no lejos de
atenuarse va aumentando por hechos sociales y económicos que todos
conocen. La proletarización de la clase media y de los sectores de la
pequeña burguesía agudiza la crisis y ha hecho perder toda confianza a
millares de ciudadanos en las soluciones políticas de la burguesía, en sus
partidos tradicionales y en los remedios y calmantes que estos ofrecen para
nuestros problemas. El Partido Socialista levanta en presencia de los
partidos burgueses un frente de trabajadores intelectuales y manuales que
ya no es una vana abstracción como creen muchos de sus adversarios. La
conciencia de clase de los obreros no se ha manifestado hasta aquí entre
nosotros con estallidos violentos y demoledores, sino con eficaces y
formidables actos de creación revolucionaria. El Partido Socialista, no
pretende como dicen algunos usar de métodos terroristas y de
procedimientos irracionales. Por el contrario, ha demostrado en la última
elección ser una vigorosa y orgánica colectividad cuyos núcleos intelectuales
y manuales se mueven dentro de la armonía de una inmensa y disciplinada
familia. Los gobiernos se ha cebado en nuestro partido y han aventado
muchas veces a su estado mayor; pero ello lejos de derrumbar su moral ha
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hecho que ésta sea más fuerte cada día. Cientos de obreros y campesinos
han sido apresados, vejados, despedidos de sus ocupaciones y aterrorizados
por el solo delito de creer en la buena nueva del socialismo. Mi partido es
anti‐imperialista y tiende en lo internacional en su primera etapa a
organizar a todos los obreros americanos en su lucha contra los agentes de
la explotación extranjera… El Partido Socialista es un partido de
trabajadores y trata de hacer del país una República de trabajadores en que
todos los grupos sociales se organicen de un modo racional. Por esto es un
partido revolucionario y que se ha creado sobre el cimiento potente de una
enorme masa disciplinada. Pero no se crea, que este Partido vaya a
establecer en Chile una copia servil de métodos y procedimientos que han
realizado otros países. El Partido Socialista es y será revolucionario. No
admite ni admitirá componendas, no tiene apetito de mando o autoridad,
no desea precipitarse…”
Por esa misma época, Oscar Schnake, Secretario General del Partido,
expresaba lo siguiente: “Falta un instrumento político eficaz que resuma las
esperanzas y la fe del pueblo. El pueblo necesita un partido que por su
organización, por los hombres que lo dirijan y su voluntad de acción, sea
garantía de su nuevo destino político. Es el Partido Socialista que nace como
depositario de su unidad de propósitos y llamado a realizar su unidad de
acción. Nace como una necesidad y por eso es recibido como el partido del
pueblo. Nuestra orientación es profundamente realista. Pretendemos
conocer la realidad chilena, interpretarla en su mecanismo económico y
social y hacer del partido un instrumento capaz de cambiar esa realidad.
Pretendemos movilizar el pueblo entero hacia una acción de segunda
independencia nacional, de la independencia económica de Chile.
Queremos poner todo lo bueno de nuestra tradición histórica, política y
social al servicio de esa acción; despertar la sangre, los gustos, los afectos,
despertar lo heroico que ha fecundado estas tierras latinoamericanas, para
darle un valor moral traducido en voluntad, espíritu de sacrificio y
solidaridad a nuestra acción. Vamos impulsando la acción de todo un pueblo
hacia su liberación, por eso queremos darle un contenido nacional que
abarque nuestra manera de trabajar, gozar, sufrir, y sentir, para hacer un
pueblo nuevo en todas sus facetas. Somos los instrumentos de la revolución
que Chile necesita para hacer su historia dentro de Latinoamérica y de la
Humanidad en estos días preñados de un futuro grandioso”.
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Ese era el pensamiento de sus más connotados fundadores y el que más
correspondía al anhelo de las masas. Frescas, todavía, las frustraciones
experimentadas el año veinte y lo ocurrido durante los acontecimientos
derivados de la caída de la dictadura, el Partido Socialista inicia su acción
interpretando con acierto las inquietudes del pueblo que otras entidades y
caudillos fueran incapaces de lograr.
*
* *
El gobierno de Alessandri convertido en una dictadura legal con el apoyo
de Radicales, Conservadores, Liberales y Demacras, y teniendo como fuerza
de choque a un cuerpo civil armado “Las Milicias Republicanas”,
desencadena de inmediato la más tremenda persecución. Relega a Grove a
Melinka, ordena la detención de Schnake que, hábilmente, logra evadirse y
pretende desaforar de su cargo de Senador a Eugenio Matte Hurtado.
Al fallecer Eugenio Matte el 11 de enero de 1934, y encarcelado Grove a
poco de su regreso de Melinka, surge con agresividad la consigna “De la
Cárcel al Senado”, movilizándose todos los sectores de izquierda a favor de
su candidatura. No obstante los esfuerzos y la intervención del Gobierno en
pro de su abanderado Absalón Valencia y el apoyo económico dado ala
candidatura demócrata del Dr. Fajardo a fin de debilitar las fuerzas de
izquierda, triunfa Grove constituyéndose, desde entonces, en el más eficaz
impulsor del crecimiento y organización nacional del Partido Socialista. “La
fascinante personalidad de marmaduke Grove se impuso arrolladora en los
ámbitos del socialismo y llegó a introducirse hondamente en las vastas
muchedumbres no politizadas. Para millares de ciudadanos, el socialismo se
confundió con su persona y con su palabra… Grove en su calidad de líder
del Partido Socialista, representó un papel decisivo en la expansión del
socialismo en Chile y en la democratización nacional de los años 1932‐1942.
Su gravitación personal alcanzó enormes proyecciones por su extraordinaria
simpatía humana, resultante de una digna sencillez y de una natural
cordialidad en el trato. Al mismo tiempo, de su persona emanaba una fuerte
confianza proveniente de su probado valor personal y de su reconfortante
optimismo. Su evidente generosidad y su nobleza espiritual le atrajeron
innumerables adhesiones de los diversos sectores sociales y la más absoluta
lealtad de las masas desheredadas. Por eso la personalidad de Grove se
enraizó profundamente en el afecto del pueblo. Durante aquellos tiempos
difíciles “Don Marma” fue el caudillo indiscutido de las clases trabajadoras
67
chilenas”.13
Compartimos gran parte del juicio del talentoso historiador Julio Cesar
Jobet, sobre la personalidad de Grove y su aporte dado al fortalecimiento
del Partido Socialista. Pero dicha conducta combatiente, valerosa y gallarda,
perdura positivamente hasta 1940, decayendo en forma ostensible a contar
de entonces, época en que se inicia la declinación del que había llegado a
ser el poderoso Partido Socialista.
Marmaduke Grove, desde el golpe militar de 1925, fecha en que
comienzan sus actuaciones políticas, se caracteriza por su valor personal,
espíritu audaz, lealtad con sus camaradas, activa inquietud revolucionaria y
entrañable devoción por los desamparados. La llamada “aventura del avión
rojo” pretendiendo derrocar a la dictadura de Ibáñez, rebela su
temperamento valeroso; de igual manera, cuando encabeza el golpe que
derriba a Altamirano, cuyo Gobierno se había puesto al servicio de la
oligarquía; después, desde la fracasada república Socialista, los destierros y
encarcelamientos, unos tras otros, dan prueba de su entereza y espíritu
batallador sin doblegarse ante la represión y atropellos que se le hace
víctima; su infatigable actitud agitadora y organizativa recorriendo el país
para dar vertebración nacional al Partido Socialista; sus intervenciones en el
Senado, viriles y ardorosas, exponiendo los objetivos del socialismo,
defendiéndose y atacando frente a sus detractores que pretenden
ridiculizarlo y negarle condiciones de caudillo. Su apostura de hombre
fogueado en duros combates conspirativos procurando abrirle camino al
pueblo, hizo de él un verdadero símbolo de las aspiraciones sociales y
económicas de los trabajadores. Pocos hombres, en el carácter de líderes
políticos, despiertan una adhesión tan ardorosa y casi idolátrica de las
multitudes ansiosas de un mejor destino, que el irradiado por Grove en los
primeros seis años del Partido Socialista. Tanto en la Capital como en
provincias, cuando anuncian su presencia en las tribunas públicas, inmensas
muchedumbres acuden a oírlo, aplaudiéndolo con auténtico cariño y
apasionada devoción. El surco de esperanzas que siembra en la conciencia
de los obreros diseñándoles el futuro de un régimen socialista, sientan las
bases del movimiento popular para la victoria de Pedro Aguirre cerda.
Si bien es verdad que el Partido Socialista cuenta en la etapa del 33 al 39
con valores de primera jerarquía intelectual, empero, su crecimiento se
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debe en primer término a Grove, a esa atracción emocional ejercida sobre
el pueblo, a su extraordinaria simpatía humana y a su incansable actividad
de acerado combatiente.
El socialismo, pese a la falta de una línea teórica uniforme, era acogido
por las masas y sectores intelectuales con verdadero entusiasmo. Sus
consignas realistas, auscultaban el sentir de los explotados, al interpretas
acertadamente sus aspiraciones. En su acelerado desarrollo en torno al
nombre de Grove, iba adquiriendo contornos mesiánicos descuidando la
raíz de sus doctrinas. Lo emociona, sin sentirlo casi, taladraba las bases de
sus principios alejándolo del proceso histórico y de sus objetivos
fundamentales que resguardaran su porvenir. A pesar de estas limitaciones
se iba estructurando nacionalmente con sus Núcleos, seccionales y
Regionales, superando a otras colectividades políticas. Poderosos sindicatos
son dirigidos por hombres de sus filas y luchan con tesón por unificar las
diferentes corrientes, con vistas a la creación de una fuerte Central Sindical
sin sectarismo ideológico. Y como una justa respuesta a los ataques del
nazismo criollo, organiza las Milicias Socialistas que enfrentan con éxito las
provocaciones criminales de esos grupos totalitarios. Barreto, Llanos,
Bastías y otros jóvenes, pagan con sus vidas en defensa del socialismo.
Impulsa con singular eficacia dos nuevos organismos con plena autonomía:
La Federación de Juventudes Socialistas y la Acción de Mujeres Socialista;
ambas se estructuran –a lo largo del país‐ con solidez, convirtiéndose en
cuadros de relevos y que posteriormente dirigirán los destinos del Partido.
El Partido Socialista contribuye, también, a dar organicidad al Block de
Izquierda, agrupación de partidos políticos anti‐fascistas y opositores al
régimen reaccionario. A fines de 1935, el Partido Comunista lanza la
consigna del Frente Popular conforme al Gran Viraje de la tercera
Internacional, ‐organizado ya en Francia y España‐ consigna que es acogida
por un considerable sector del Radicalismo. Resulta obvio analizar los
orígenes y finalidades de este engendro táctico del stanilismo‐, ‐al cual el
Partido Socialista hubo de ingresar‐ que frena por muchos años el espíritu
revolucionario de las masas. No obstante los éxitos electorales “frentistas”,
los partidos obreros pasan a ser simples comparsas del Partido Radical y
sectores de la burguesía desvirtuando, por consiguiente, los postulados
socialistas que el pueblo esperaba.
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Esta alianza marxista con fuerzas democrático‐burguesas, intentando
conciliar intereses de clases antagónicas, logra su primera victoria electoral
en abril de 1936 al elegir Senador al latifundista Radical Cristóbal Sáenz, en
reemplazo de Artemio Gutiérrez que había fallecido, y a fines de ese mismo
año, se constituye la Confederación de Trabajadores de Chile, aglutinando
en un solo organismo centralizado la clase obrera. En las elecciones
parlamentarias de marzo de 1937, ‐las fuerzas reaccionarias alcanzan
apenas una leve mayoría‐ el Partido Socialista elige veinte congresales entre
Diputados y Senadores, colocándose a la cabeza de los partidos populares.
En realidad, estas victorias que fortalecen electoralmente al Frente
Popular, otorgan a los Radicales la mejor opción como rectores del
movimiento. Lejos de endurecer el espíritu clasista de los bandos en pugna
y de acentuar el contenido revolucionario de os partidos marxistas, no
hacen otra cosa que “democratizarlos”, debilitando en estos últimos su
combatividad inicial. De manera inexorable van deslizándose por la
gradiente inclinada de la democracia burguesa, vigorizando a la pequeña y
mediana burguesía representada por el Radicalismo. De tal modo, sin
mayores inconvenientes, se impone la candidatura presidencial de Pedro
Aguirre Cerda. El Partido Comunista, viendo en los Socialistas a sus únicos
adversarios en el control de proletariado, facilita el ascenso del Radicalismo
al Poder, negándole el apoyo a la candidatura de Grove.
Paralelo a estos hechos, El Partido Socialista crece con una mística
revolucionaria en sus bases obreras. La candidatura de Grove proclamada
en el IV Congreso General Ordinario, en mayo de 1937, da nuevos bríos al
espíritu batallador de su aguerrida militancia. Pero, era evidente, la falta de
posibilidades dentro de las directivas del Frente Popular, para las
postulación de Grove. Siendo la única, en opinión de los trabajadores que
respondía a sus aspiraciones, estaba condenada a perderse.
Puesta en marcha la candidatura reaccionaria de Gustavo Ross, los
Radicales levantan el nombre de Pedro Aguirre Cerda, en tanto, los
comunistas sin definirse, hacen que cobre aliento la candidatura de Carlos
Ibáñez, impulsada por “La Alianza Popular Libertadora”. Esta agrupación la
forman ex nazistas, ibañistas y un grupo segregado del Socialismo
encabezado por Ricardo Latcham, Amaro Castro y Arturo Natho. Así las
cosas, se realiza la Convención Presidencial de Izquierda, con la
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participación de Radicales, Socialistas, Comunistas, Democráticos y la
Confederación de Trabajadores (CTCH). Es decir, el Frente Popular, donde
los Socialistas sólo cuentan con una parte de la CTCH. Durante los días 15 al
17 de abril de 1938, se efectúan varias votaciones sin que ninguno de los
candidatos –Aguirre, Grove, Lafertte‐ obtenga el quórum reglamentario.
Paralelo a la Convención Presidencial, el Partido Socialista hace funcionar su
Primer Congreso Extraordinario, el que decide retirar a su candidato y volcar
sus fuerzas a favor de Aguirre. Esta actitud – que las directivas planearon de
antemano‐ salva la unidad de la izquierda posibilitando el triunfo del Frente
Popular; pero hipotecando por muchos años el destino del Socialismo y de
los trabajadores. Contribuyen, también, al triunfo definitivo de Aguirre
Cerda como Presidente de la República, las fuerzas ibañistas que, al fracasar
el putsch del 5 de septiembre, donde son salvajemente masacrados gran
número de estudiantes nazistas que se habían rendido en el edificio del
Seguro Obrero, se ven obligados a entregar su apoyo al candidato del Frente
Popular. Esta sangrienta represión del Gobierno de Arturo Alessandri,
desacredita totalmente la postulación de Gustavo Ross.
Un mes después de la victoria de Aguirre Cerda, el Partido Socialista
realiza su V Congreso General Ordinario. Por una mayoría aplastante se
acuerda la participación ministerial, no obstante la tenaz resistencia que a
estos acuerdos oponen un grupo pequeño de delegados. Se iba a dar
comienzo al descenso revolucionario del Partido Socialista que, hasta
entonces, se había convertido en la organización más promisoria del
proletariado chileno.
NOTAS DEL CAPITULO II
(1) “Orígenes Y Fundación del Partido Comunista de Chile”, de Hernán
Ramírez
Págs. 283‐284.
(2) Ídem. Pág. 284.
(3) Ídem. Pág. 285.
(4) “Justicia”, diario del Partido Comunista del 13 de Octubre de 1925,
trascrito por Hernán Ramírez en la obra ya citada en Págs. 287‐288
(5) “Rusia Obrera y Campesina”, de Luis Emilio Recabarren pág.185, Tomo 1°
Obras Completas.
71
(6) Hernán Ramírez, obra citada págs. 272‐273.
(7) “Las Grandes Luchas Revolucionarias del Proletariado Chileno” tesis del
Buró Sudamericano de la Internacional Comunista, publicado en un
folleto de “Ediciones Marx‐Lenin”, Stgo. De Chile, 1932. Págs.31‐32‐ y33.
(8) “Plan de Estudio de un Curso de Capacitación”, folleto elaborado por la
Comisión de Agitación y Propaganda del Comité Central del Partido
Comunista, Sección Chilena de la Int. Comunista. Enero de 1933. Págs.
160‐161.
(9) “En Defensa de la Revolución”, informes tesis y documentos presentados
al Congreso Nacional del Partido Comunista a verificarse el 19 de Marzo
de 1933, Pág. 68. (Fracción de Hidalgo).
(10)Ídem. Págs. 160‐161
(11)“Ensayo Crítico del Desarrollo Económico‐Social de Chile”, Julio Cesar
Jobet, Pág. 188.
(12)Eugenio Gonzalez Rojas. Discurso en el Senado publicado en un folleto
en 1952, titulado “La Crisis Chilena”, págs. 3‐4.
(13)Julio Cesar Jobet. Artículo en Revista “Arauco”, N° 69 del mes de
octubre de 1965.
72
CAPITULO III
El Frente Popular se enarbola como arma de combate para detener el
fascismo entregando a la pequeña y mediana burguesía la dirección del
movimiento, fenómeno que ocurre en Francia y España con las catastróficas
consecuencias que todos conocen. En Chile, el Partido Comunista impulsor
de esta confusa teoría, logra quebrar la línea revolucionaria del socialismo
acentuada hasta entonces, al imponer en la jefatura “frentista” al Partido
radical que representa a la burguesía terrateniente y a la clase media
burocrática y profesional, induciendo al proletariado a solidarizar con la
democracia burguesa, es decir, con sus propios explotadores. El stalinismo
de entonces, fiel reflejo de los virajes que impone la Tercera Internacional,
salta violentamente de un extremismo de izquierda a una posición de abierta
y franca conciliación de clases, esgrimiendo un programa de difusa defensa
democrática. Al triunfar Aguirre Cerda como abanderado del pueblo, nada
fundamental de lo expuesto en el programa de reformas puede cumplirse. La
defensa de las libertades públicas como punto básico del programa, solo
favorece a los sectores reaccionarios que logran reorganizarse con espíritu
beligerante, en tanto, comunistas y socialistas se demuestran incapaces de
fortalecer una sólida conciencia revolucionaria, que forje las herramientas
para la auténtica democracia obrera.
Al sector del campesinado se le desconocen los derechos contemplados
en el propio Código del Trabajo, prohibiéndosele la organización sindical; se
impide sobrepasar la anquilosada legislación vigente en procura de mejores
condiciones económicas y sociales y, cuando una huelga se produce, pasa a
los tribunales del trabajo, donde se le tramita hasta vencerla por el cansancio
y la desesperación. En verdad, todo continúa igual, usando los mismos
descalificados procedimientos emanados de la “democracia burguesa”
mientras, con el correr de los días, el Partido Socialista, cuyo deber es
acelerar el proceso revolucionario, arraiga burocráticamente, amoldándose a
los mismos vicios y rutinas del régimen que había jurado destruir. Y las
escasas iniciativas de sus Ministros, son saboteadas por los demás partidos
integrantes del Gobierno.
Todo el año 39 es nulo; nada positivo obtienen los trabajadores, artífices
del triunfo del Frente Popular. Las disculpas –como ocurre siempre‐ las
73
descargan sobre el Congreso mayoritariamente adverso al nuevo régimen.
Lejos de imponerse conforme a la mayoría electoral expresada en las urnas
el 25 de octubre, continuaron inclinándose reverentes ante la Constitución,
favoreciendo de esa manera a la minoría reaccionaria que opera desafiante
atrincherada en el Parlamento. Mientras esto ocurre, crecen las rivalidades
entre los partidos de Gobierno; y el socialismo enfrenta una violenta lucha
interna, culminando a comienzos de 1940 con una catastrófica división.
“Dentro del frente popular, Partido Socialista no pudo concertar una acción
común con reformas esperadas por las clases medias y proletarias. Y tal
situación se originó de las rivalidades de ambas agrupaciones en su afán de
controlar y dirigir a la clase obrera en el país y, además, por sus posiciones
internacionales antagónicas”.1 En diciembre de 1940 se rompe el Frente
Popular por iniciativa de Oscar Schnake; pero sin que el Socialismo abandone
tareas ministeriales. El Partido Socialista que en esa oportunidad puede
rehabilitarse de los errores cometidos desde el Gobierno, alejándose de él
para acentuar sus postulados revolucionarios y recobrar la confianza de los
trabajadores, se demuestra incapaz de colocarse a la altura de los
acontecimientos que él mismo ha desencadenado.
En lo que respecta al Partido Socialista, su V Congreso General Ordinario
realizado entre el 1° y el 4 de diciembre de 1938, sella de manera definitiva
su estancamiento revolucionario y, un año después, el descenso organizativo
agrieta toda su estructura nuclear. En aquel torneo partidario, no más de
treinta delegados ‐de 450 concurrentes‐ evalúan con vigorosa y exacta
dimensión doctrinaria la línea que debe imponerse, expresada en una tesis
redactada por los representantes de Atacama, denominada “Pro
Abstención”. Este documento, previendo el fracaso si se aceptaba la
colaboración ministerial, con claridad meridiana respecto a los principios del
marxismo revolucionario, decía en una de sus partes: “…El descrédito que el
fracaso arroja sobre la representación del Partido en el Gobierno, la
desmoralización que la derrota siembra en las huestes socialistas, ralea las
filas, socava la disciplina, destruye la organización penosamente lograda a
través de años de lucha…El Poder no se ejerce desde uno o dos bancos
ministeriales. No confundamos la participación de un Gobierno democrático‐
burgués con el ejercicio del Poder. Por el contrario, aquella participación
puede significar la ruina de las esperanzas de capturarlo y ejercerlo con el
propósito definido de implantar una sociedad sin clases privilegiadas, sin
monopolios, sin concesiones al capital extranjero, de efectiva construcción
74
socialista…”
¡Cuán distinta habría sido la marcha del Socialismo, si aquella tesis
hubiese triunfado!
Sin embargo, en honor a la verdad, el camino a la capitulación no tiene su
origen en dicho Congreso. El virus claudicante viene de más atrás. Haber
aceptado, en 1936, la consigna stalinista desprendida del Gran Viaje de su
política internacional, le hace perder su hegemonía sobre las multitudes a
favor del Radicalismo y el stanilismo. Comienza, entonces, su dramático
derrumbe posterior.
El Partido Socialista tenía ambiente y los caminos abiertos para
convertirse en la organización más poderosa e intérprete cabal de las
inquietudes populares. Desde su fundación traduce las aspiraciones del
proletariado en relación a sus necesidades sociales y económicas, rubricando
con agresivo lenguaje un programa de transformaciones revolucionarias que
las masas acogen con viril entusiasmo. El período heroico, ascendente, llega
a su cúspide con la victoria del Frente Popular. Decrece, a contar de 1939,
por efectos de la droga colaboracionista e incapacidad direccional. Las olas
partidarias se encrespan, conturbando su vida interna y haciendo lentas y
hasta imposibles las reivindicaciones proletarias. El velamen del barco
Socialista izado para rumbear hacia la revolución, va a ser plegado,
reteniendo su combatividad y desfigurando sus principios doctrinarios. El
casco que dio vida y reciedumbre a la vertebración organizativa nacional, no
tarda en trizarse. Y antes de tres años –a contar del triunfo del Frente
Popular‐ flota sobre la superficie como un corcho a la deriva. El acero
empuñado por los mineros socialistas atacameños pulverizando la montaña,
ofrecido para levantarlo contra la reacción oligárquica y el imperialismo, es
mellado por los dinamiteros reformistas. La falta de fe en los principios y la
impaciencia por asumir tareas ministeriales, terminan por encharcarlo en el
fango de la colaboración de clases. De esa manera, se autodestruye y frena
la insurgencia popular que anhelaba una salida revolucionaria.
Necesitábase carecer de la más mínima capacidad teórica, para no
comprender el cuadro de descomposición que se veía avanzar. En los meses
últimos de 1939, todo había cambiado. Los arrestos combativos se lanzan
por la borda; en las Seccionales y Regionales, no se escuchan ya informes
75
doctrinarios o de organización sindical o de nuevos núcleos. Sus dirigentes
pasan a la categoría de “Mandatarios”. Ministros, Intendentes,
Gobernadores, Directores de Servicios, Funcionarios Administrativos, etc., y
forman, a la vez, la plana direccional del Partido. La vehemencia puesta al
servicio de una gran causa en los años anteriores al colaboracionismo, es
trocada por el apasionamiento venenoso para disputarse a dentelladas las
migajas burocráticas. Los núcleos van desapareciendo por la incapacidad y la
desidia de sus dirigentes; las reuniones se hacen a base de asambleas, igual a
las entidades reaccionarias. El duro lenguaje de la “lucha de clases” y las
perspectivas revolucionarias del marxismo, dejan de agitarse a fin de “no
crearle dificultades al gobierno”. A su vez, el stanilismo colaborando desde
fuera, fustiga al Partido Socialista culpándolo de cuanto error se comete. El
Radicalismo, en gloria y majestad, absorbe nueva y vigorosa savia
tonificando sus cuadros y afianza el poderío económico de la clase media y
de su sector terrateniente y empresarial. De una organización en decadencia,
pasa a convertirse en sólido conductor de la administración fiscal y entidad
rectora de las masas explotadas.
“El Frente Popular” si bien se debe a la izquierda –dice un folleto
publicado en 1960‐ representaba a poderosos sectores de la burguesía y
tenía como caudillo al Partido Radical formado por la clase media y grupos
terratenientes. Nuestra colaboración directa ‐ sin nada aconsejable‐ fue una
traición al Socialismo. La tesis “Pro Abstención” presentada por los
delegados de Atacama y sólo apoyada por Concepción y la F.J.S., sufrió una
derrota fulminante, imponiéndose el “colaboracionismo” con el respaldo de
la directiva nacional. Estos, con un oportunismo sin tasa ni medida labraron,
entonces, el drama posteriormente vivido por el Socialismo.
“Quienes habían fundado el Partido venían de campos diversos del
pensamiento revolucionario y reformista, sin un nexo sólido que los
aglutinara doctrinariamente. Por otra parte, la preeminencia de los caudillos
subestimaba la voluntad de las bases, prestas a la acción antes que al
acomodo fácil y holgado en las sinecuras ofrecidas por el Gobierno. Esto
contribuye a deformar aún más las inquietudes que ardían con temperatura
volcánica en el corazón de cada militante obrero. Se pierde, pues, la
oportunidad de acentuar las dilatadas perspectivas de la revolución
socialista.
“Hasta 1947 el movimiento popular estuvo bajo el liderato de la
76
burguesía, es decir, el Partido Radical. Es el ciclo de los gobiernos de
coalición, donde socialistas y comunistas, con alternativas diversas,
comparten el Poder con la burguesía radical, culminando este proceso con la
administración González Videla, parcelada por radicales y liberales y, en su
primera etapa, por comunistas. Este período refleja ‐1938 a 1947‐ la
imposición de las tesis de la “unidad nacional” en el desenvolvimiento de las
luchas populares. Es el “Gran Viaje”; abandonan la lucha de clases para
justificar su entendimiento con los enemigos a través de los Frentes
Populares. Francia, España, Chile, consolidan por algún tiempo estos
movimientos tras un proceso dramático, cuyas consecuencias fueron
funestas al espíritu revolucionario de las masas.
“Pese al antagonismo entre nosotros y los comunistas frente a la
conducción del proletariado, fuimos débiles ‐1936 a 1939‐ para oponernos
a la acción envolvente de ellos. Nosotros pretendíamos el fortalecimiento
revolucionario de las masas; ellos, buscaban alianzas con la burguesía,
frenando el impulso combativo de los trabajadores. Les interesaba más el
mantenimiento de la sociedad burguesa, en lugar de laborar por su
aniquilamiento. Las bases socialistas, anhelábamos su derrumbe; pero las
directivas transitaban ya a la capitulación. Combatiéndose sin reservas,
aceptaban, por otro lado, la conservación del orden burgués. Ambos partidos
sirvieron de vulgares sirvientes de la burguesía, afianzándole su desarrollo y
fortalecimiento. Se dejaron de lado los problemas vitales del proletariado; se
paralizó la combatividad, desviándola hacia realizaciones intrascendentes sin
herir la estructura básica de la sociedad capitalista. La desvergüenza llegó a
extremos tales, que se aceptó una tregua, comprometiéndose el Frente
Popular a no organizar Sindicatos Obreros Agrícolas a fin de “no crearle
dificultades al Gobierno”, es decir, a la oligarquía terrateniente. Prefirieron el
camino de la conciliación de clases para mantenerse enquistados en el
aparato burocrático fiscal, a cambio de frenar la incorporación del
campesinado a las luchas revolucionarias. Indigna recordar estas traiciones
que han postergado hasta hoy el avance del Socialismo…”2
*
* *
Uno de los torneos más dramáticos del Partido Socialista, es el realizado al
cumplirse el primer año de Gobierno de Aguirre Cerda. El descontento de las
bases se expresa de manera violenta en aquel VI Congreso Ordinario entre
los días 20 al 23 de diciembre de 1939, celebrado en Santiago. Allí surge “el
77
inconformismo”, corriente opositora a la línea colaboracionista; estuvo a un
paso de triunfar, perdiendo la oportunidad por la violencia de sus
intervenciones en el curso de los debates con el sector “oficialista”.
El “oficialismo” elige Secretario General a Marmaduke Grove y un Comité
Central adicto a continuar en el Gobierno. “El inconformismo”, actuando
como fracción dentro del Partido, precipita el cisma que culmina en los
primeros días de marzo de 1940, debido al asesinato de Pablo López, uno de
los dirigentes obreros más sobresalientes con que entonces contaba el
Socialismo.
En realidad, necesitábase ser ciego o un arribista sin escrúpulos, para
aceptar pasivos el cuadro de descomposición moral que avanzaba
corroyendo la espina dorsal del Partido. El dirigente honesto, el militante
batallador, no pudo continuar por ese camino. La “colaboración”, al
encumbrar cargos políticos y administrativos a los cuadros direccionales, los
induce a hacer tabla rasa de los postulados que tienen el deber de imponer y
defender. La coalición con la burguesía generada por el Frente Popular,
detiene la combatividad de las masas, abona en el campo para que prenda el
descontento y se empantanen en el fracaso y la corrupción los promovidos a
cargos públicos de responsabilidad. Además, las diferencias habidas en el VI
Congreso entre las bases y la burocracia, exigiendo aquellas una rectificación
de rumbos, son demasiado profundas. Facilitan al “oficialismo” detener el
avance de los inconformistas que, no obstante su impetuosidad, se identifica
con los principios fundamentales del marxismo. Al imponerse la burocracia,
crea una nueva clase nacida como cizaña de la propia organización
partidaria. Es el golpe más fuerte propinado al desarrollo ideológico del
Socialismo. El instrumento de lucha forjado por toda una generación en seis
años heroicos, se triza en pleno crecimiento. Y no por persecuciones del
enemigo de clase, sino por la burocracia parasitaria surgida de sus filas; ávida
de mejorarse social y económicamente, deforma ideales y objetivos a los que
debe su existencia. Trabajaron, cierto es, por levantar un partido de
principios revolucionarios, pero a cien kilómetros de distancia de la acción
revolucionaria. La alianza con la burguesía radical, derrumba como un
dinamitazo los ideales impulsados en sus comienzos.
No fue posible detener la avalancha que condujo a la división
desbordando todos los causes y acrecentada por una campaña de odios,
78
insidias, procacidades, sin precedentes hasta entonces. Perdida toda
esperanza de entendimiento rectificador, los “inconformistas” citan a un
Congreso Extraordinario en mayo de 1940, originando el nacimiento del
“Partido Socialista de Trabajadores”.
La sesión inaugural se efectúa en el Teatro Blanco Encalada con un lleno
total y cientos de personas en la calle. Hablan en aquella ocasión Natalio
Berman, Oscar Weiss, Luis Herrera, Teófilo Morales, Oscar Pérez y Cesar
Godoy Urrutia*. Las sesiones plenarias comienzan el día 2 hasta el 5 de
mayo, con asistencia de 247 delegados representando a 240 Seccionales del
país. Están allí los mejores cuadros socialistas formados a través de siete
años de infatigable batallar, muchos con una larga ejecutoría desde los
tiempos de Luis Emilio Recabarren. Se quedan con el oficialismo los atraídos
por las granjerías del Poder, emulando a la Social‐Democracia que tanto
habían fustigado. Quienes vuelven las espaldas a los principios olvidando las
reivindicaciones liberadoras de las masas, se adaptan de prisa a las turbias
modalidades de la política burguesa, copiando sus vicios y errores. En
cambio, en ese Congreso “inconformista”, vibra la fe y la decisión; sus
delegados, encarnan con lealtad las doctrinas esenciales del marxismo y
testimonian una insobornable conducta en defensa de las clases
trabajadoras.
Ese movimiento –días después toma el nombre de Partido Socialista de
Trabajadores‐ nace como una justa reacción contra el oportunismo y
carencia de honestidad doctrinaria de los dirigentes del Viejo Partido. Su
finalidad primordial se encamina a recuperar la militancia para el Socialismo
a fin de darle contenido, forma y expresión revolucionaria. La política
practicada –colaboracionista‐ por el Frente Popular que frena el impulso
combativo de las masas y hace estéril toda iniciativa en su beneficio, recibe
del nuevo partido la más severa crítica, colocándose en una posición de
aislamiento, pues la línea generada en su Congreso lo aparta de la política
conciliadora acordada por socialistas, comunistas y radicales. Los efectos
producidos, no tardan en trizar la voluntad de lucha que animan las tareas
iniciales de sus dirigentes. En 1940, defendiendo la tesis de “Frente de
Trabajadores” –que años más tarde hará suya el Socialismo Unificado‐
César
Godoy fue candidato a Senador a una elección complementaria por
Valparaíso. La derrota es contundente, alcanzando apenas el 2% de la cifra
79
electoral. Si bien no se esperaba la
* He escuchado muchas veces a César Godoy en la tribuna; pero nunca
he olvidado su discurso de esa noche: claro, mordaz, combativo,
profundo en sus alcances. Ha sido, sin lugar a dudas, uno de los más
grandes agitadores políticos –en esos años‐ del proletariado chileno. Hizo
un análisis acabado, brillante en sus ejemplos, de la trayectoria del
Socialismo, pulverizando con demoledora dialéctica la conducta desleal
de los dirigentes “oficialistas”. En varios acápites de su agresiva
improvisación, parecía una verdadera ametralladora vomitando fuego;
accionaba con las manos, como dando golpes de maza al rubricar cada
adjetivo hiriente. Nunca, la vehemencia –como en esa ocasión‐ alcanzó
alturas más sublimes y realmente poéticas, en defensa del Socialismo y de
sus grandiosas finalidades.
victoria, creíase en esa oportunidad que las masas responderían a la posición
clasista del nuevo Partido con un elevado número de sufragios. Ese
descalabro electoral indujo al Comité Central a modificar rumbos, girando
gradualmente hacia un entendimiento con los partidos del Frente Popular,
cuya línea había repudiado. En 1941, en varias provincias integraron las listas
de estos, contabilizando 13.000 votos en todo el país, obteniendo un
diputado con el triunfo de Natalio Berman.
Es necesario anotar que el Partido Socialista de Trabajadores fue
duramente atacado por el sector “oficialista”; además, el Comunismo
calificaba a Godoy y plana mayor del Partido de “Trotzkistas”, “aventureros”
y “renegados”; no escatimaban calumnias persiguiendo, también, a sus
modestos militantes a quienes desalojaban de sus ocupaciones. Etapa
heroica, en la cual el Partido Socialista de Trabajadores se inicia luchando
contra todos; pero no supo resistir, para afianzar una conciencia
revolucionaria diseñada al futuro, por temor de quedar sin representación
parlamentaria. El virus electoralista, lo conduce a desistir de sus propósitos
revolucionarios.
Justificando la conducta que asumiera al encabezar el movimiento
divisionista, decía Cesar Godoy: “…Por un sentido falso de la disciplina,
80
¿debemos seguir fieles a un Partido que claudicó de sus principios matrices,
y leales a los hombres que traicionaron pérfidamente la causa que decían
servir. La cuestión es muy clara y no da lugar a hesitación alguna, cuando se
trata de militantes posesionados de los fundamentos doctrinarios. El caso es
diferente cuando se trata de mediocres a advenedizos arribistas. Este tipo de
andrógino es capaz de traficar hasta con lo más sagrado y hacer del
socialismo una mercancía. Estos sujetos despreciables son, justamente, los
que arruinan el porvenir de empresas renovadas y de las acciones políticas,
por más notables que parezcan… No es lo mismo auto‐proclamarse
socialista, que serlo realmente, en la conciencia, en el sentimiento y en la
conducta. Tampoco es lo mismo decirse socialista, que vivir el socialismo,
cosa muy corriente en los tiempos equívocos por los cuales estamos
atravesando. Estos profitadores del socialismo, que han hecho un mercado
de la doctrina, sin respeto alguno por la tradición ni por su futuro, no se
diferencian en nada de los que aseguran admirar a la mujer, pero viven
explotando sus encantos; ni de los que llamándose patriotas, lo único que
hacen es disfrutar de la patria tangible y mesurable…
“En Chile, por desgracia, después de Recabarren y de Eugenio Matte
hemos sufrido una verdadera crisis de cabezas directivas. Las jefaturas del
movimiento político y sindical, han resultado inferiores en calidad y
envergadura revolucionaria a la capacidad de acción de las masas. Por eso
nos quedamos marcando el paso; por lo mismo se han malogrado las
mejores coyunturas que habrían permitido acelerar el movimiento de
liberación popular; por igual motivo, los dirigentes nos han entregado
desarmados al enemigo de clase…¿Cómo va a ser igual el espectáculo que
ofrecía antes un desfile socialista, colmado de trabajadores auténticos,
donde llamaba la atención una que otra tenida correcta de pequeño
burgués, con las presentaciones de siúticos endomingados e impecables que
hace ahora, cuyas columnas se organizan por Ministerios y cuyas escuadras
se descomponen en las “partidas” e “ítem” del Presupuesto, y donde los
pocos obreros o campesinos que forman las filas, lo hacen extorsionados por
los funcionarios de los cuales dependen?
“Fatalmente, se ha cumplido en Chile la misma experiencia y se ha llegado
al mismo resultado de aquellos países donde el socialismo lo sacrificó todo
para desbarrancarse en la aventura de la colaboración de clases. En otras
palabras, el revolucionario que se convierte en burócrata, prostituye la
81
doctrina y termina sus días como mendigo, viviendo de los mendrugos que
les arrojan desde el Poder…Por haber querido evitar para el socialismo
chileno este triste epílogo, se nos llama “inconformistas” y se nos moteja de
traidores”.3
Sin embargo, aquel esfuerzo heroico desplegado por el Partido Socialista
de Trabajadores ‐acorralado por los enemigos‐ en su primer año carece de
perseverancia y continuidad. Pronto es atrapado por vacilaciones y
compromisos nefastos, impropios de una organización revolucionaria.
Después de tres años de su nacimiento, desvirtúa la línea que dio origen a su
conducta de combativa militancia, cayendo en el fango de las componendas
politiqueras. El destino promisorio que debía cristalizar en un fuerte partido
obrero de aceradas convicciones marxistas, es cancelado por sus propias
desviaciones.
En verdad, el Partido Socialista de Trabajadores, antes de capitular, sufrió
el ataque enconado del stalinismo y de los oficialistas; los primeros, no le
perdonan su posición contraria al pacto nazi‐soviético que desencadena la
guerra mundial, conduciendo a Hitler y Stalin a invadir y repartirse Polonia.
Durante la guerra civil española la actuación del stanilismo, ‐desprestigió a
Largo Caballero, purga a quienes no aceptaban sus consignas‐ trasciende
internacionalmente y ahondan en Chile las diferencias dentro del Frente
Popular. La alianza nazi‐soviética inconcebible en esos años, ‐Hitler había
ordenado liquidar sin piedad a los comunistas dentro de Alemania‐ aumenta
las diferencias hasta trocarse en franca rivalidad. Iniciada la guerra, los
chilenos siguen las alternativas del portentoso avance de los ejércitos
mecanizados hitleristas; el ambiente general, es favorable a los alemanes.
Los propios comunistas, no abren la boca para fustigar al nazismo. Si
entonces se hubiese realizado una encuesta, más del 70% habría favorecido
a Alemania.
El Partido Socialista de Trabajadores, con mayor razón, no puede eludir
los problemas derivados de la posición stalinista en el plano internacional. En
sus publicaciones e intervenciones públicas, califica la guerra como un
choque inevitable entre corrientes imperialistas en pugna provocada por el
Tratado de Versalles, herencia funesta legada por las potencias capitalistas
vencedoras en la primera conflagración. Rearmada Alemania bajo la égira del
nazismo, recurre a la acción bélica a fin de recuperar sus antiguas colonias y
82
expandirse económicamente. Afirma que la guerra., como todas las habidas,
es por la supremacía económica y política de Europa; que Alemania,
conforme a su ideología totalitaria, aspira al dominio del mundo. Las
naciones “democráticas” han sido impotentes para contener las demandas
del nazismo alemán; ceden terreno hasta donde les es posible, pero cuando
los intereses financieros bajo su órbita imperialista se ven amenazados,
recurren también a la guerra. En consecuencia –afirma el Partido Socialista
de Trabajadores‐ el conflicto se produce por las contradicciones propias del
capitalismo y, la Paz esgrimida por uno y por otro bando, resulta una farsa.
Nazismo y Democracia burguesa son una misma cosa: enemigos
irreconciliables de los trabajadores y del socialismo. Es, pues, una traición
ignominiosa la cooperación de la Unión Soviética a la Alemania nazista.
Sin embargo, el acaecer de los acontecimientos conduce al Partido
Socialista de Trabajadores, a un viraje en la política nacional, que desvirtúa
los principios que tuvo al fundarse. No obstante la posición correcta que
asume, al solidarizar la Unión Soviética cuando es atacada por Alemania, esa
actitud le significa el apoyo del Partido Comunista a la candidatura del
Diputado – en una elección complementaria por Santiago‐ a favor de César
Godoy, Secretario General, que resulta elegido. Desde ese día, se reblandece
ideológicamente y pierde sus atributos combativos; termina, por último,
ingresando como organización al Partido Comunista.
Esta actitud final, fue resistida por un grupo minoritario que dos años más
tarde, reingresan al Partido Socialista. Lo hacen cuando la vieja tienda
política inicia la etapa rehabilitadota, depurándose de los oportunistas y
falsos revolucionarios causantes de los descalabros que ha sufrido.
“El “Inconformismo” o P.P.S de T., tuvo comienzos heroicos y correctos en
defensa de sus principios y de las masas trabajadoras defraudadas de otras
colectividades. Su prematuro ingreso al Partido Comunista lo hace perder la
mejor oportunidad de reorganizar un poderoso movimiento socialista
revolucionario. Podría haber unido su esfuerzo a la generación joven que
toma las riendas del viejo Partido animadas de los mismos propósitos que da
origen al “Inconformismo”. De haber ocurrido, sin lugar a dudas, habrían
dado vida a la fuerza más promisoria del marxismo chileno.
*
* *
83
En el intervalo de estos hechos, la guerra mundial ha cambiado el curso,
produciéndose un nuevo viraje Comunista en el plano internacional. De
aliados del nazismo, ‐al ser atacada la Unión Soviética por Alemania‐ pasan a
combatir al lado de las “Democracias Capitalistas”. El Frente Popular chileno
que ha sido roto por los Socialistas, no tiene ya vigencia; pero reaparece, ‐
conforme a la nueva posición Soviética‐ como “Movimiento de Unidad
Nacional”, concretándose en la llamada “Alianza Democrática”. La
participación de los rusos al lado de los anglonorteamericanos, produce el
nuevo viraje; los primeros, transforman el conflicto bélico de una lucha
armada inter‐imperialista en un combate ideológico: Democracia contra
Fascismo. Desde ese momento, Churchill, Roosevelt, Chang Kay Chek y
Stalin, pasan a ser los líderes indiscutidos de la democracia y la Libertad. Así,
entonces, en el ambiente nacional, el Partido Comunista expresa de manera
tajante que la Derecha política y económica es, al igual que ellos,
democrática y “progresista”. La lucha de clases, por consiguiente, pierde su
validez como fenómeno social y método en la lucha por el Socialismo. Y para
conquistar la confianza del mundo llamado “democrático”, a comienzos de
1943 disuelven la Internacional Comunista., ‐decía Contreras Labarca‐ hecho
histórico de incalculables proyecciones, viene a servir precisamente a esta
causa común de los pueblos, arrebatándose así, de las sangrientas manos del
hitlerismo, la tea con que ha incendiado al mundo. Se ha destruido así, ‐
como dice “El Mercurio” de Santiago de 23 de mayo último‐ “uno de los
pretextos más bulliciosamente invocados por las potencias totalitarias en su
guerra de agresión y conquista”. Así pues, la disolución de la Internacional
Comunista es la de la culminación de sus esfuerzos a favor de la unidad
mundial anti.eje y de la creación del bloque de las naciones democráticas, en
el cual ocupa un sitio de honor l a URSS, dirigida por el Partido Bolchevique.
Jamás el mundo había presenciado una conjunción de fuerzas en tan vasta
escala como la que existe hoy bajo el estandarte de las Naciones Unidas, que
dirigen Roosevelt, Churchill, Chiang Kay Shek y Stalin”.4
La nueva posición comunista los lleva a desencadenar una vigorosa
campaña en pro de la “unidad nacional”, constituyendo en Chile la “Alianza
Democrática” que sirve de apoyo a la candidatura presidencial de Juan
Antonio Ríos. Ríos, al asumir el Poder, forma Gobierno con hombres de su
Partido –el radical‐ y con “técnicos y amigos personales” vinculados a los
partidos reaccionarios. A pesar del espíritu anti‐fascista de las fuerzas
políticas que le dieron el triunfo, mantuvo durante mucho tiempo una
84
neutralidad amorfa, sin contenido, perjudicial a los intereses de Chile. Sólo
rompe con el Eje a mediados de 1943, cuando el resto del Continente lo ha
hecho con la debida oportunidad.
En el fragor de estos acontecimientos, el Partido Comunista reedita la
consigna del “partido único” que había agitado en 1935 con vista a la
creación del Frente Popular. En esta ocasión, el Partido Socialista acepta en
principio estudiar esta posibilidad, ordenando, incluso, la formación de
Comités de enlace que vayan planificando por la base la unificación. Si bien
ésta consigna, se estimaba justa y aceptable, sólo sirve para minar la
disciplina socialista produciendo una nueva división instigada por Grove que
tiene su desenlace en el Congreso de Rancagua, en enero de 1943. Sin
embargo, los Comunistas ganan terreno integrando a sus filas al Partido
Socialista de Trabajadores, menos un grupo minoritario que no acepta la
unidad con ellos.
No obstante la nueva escisión sufrida por el socialismo, prosiguieron las
acciones de los comunistas tendientes a la organización del “partido único”.
Pero estas iniciativas son abandonadas al producirse un nuevo viraje en el
plano internacional de las fuerzas comunistas, originado por las diferencias
surgidas entre los Soviéticos y los angloamericanos al término de la guerra
contra el fascismo. La expansión anexionista de la Unión Soviética en la
Europa Oriental resistida por sus aliados occidentales, vuelven a ubicar la
lucha ideológica de los dos bloques en el plano del imperialismo versus el
socialismo.. Estas diferencias, que posteriormente marcan de manera
definitiva la rivalidad entre las dos potencias vencedoras, ‐Rusia y Estados
Unidos‐ repercuten en todos los países del mundo. En Chile, el Partido
Comunista robustecido cuantitativamente, ‐por las influencias que ejerce la
victoria Soviética sobre Alemania‐ comienza a atacar al Partido Socialista
acusándolo de incondicional de la burguesía y, en consecuencia, del
capitalismo norteamericano que cuenta con las simpatías de ésta en su
enfrentamiento a la URSS por el control político de las naciones derrotadas.
Por esa misma época, el Socialismo vuelve a dividirse a causa de ambiciones
caudillescas y electorales. La pugna soviética‐yanqui, enciende una lucha
verdaderamente fratricida entre socialistas y comunistas, produciendo la
división de la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH) y un período de
turbulencias que perdura hasta comienzos de 1949.
*
85
* *
Las dolorosas experiencias vividas por el Partido Socialista hasta 1945,
inducen a sus directivas a celebrar el Quinto Congreso General Ordinario, en
julio de ese año. Tienen como finalidad, orientar la acción partidaria
estrictamente a sus principios, recuperar la confianza de los trabajadores y
reagrupar las dispersas fuerzas socialistas. Ondeaba en el ambiente del
congreso la bandera del anti‐colaboracionismo, planteamiento que se
aprueba en base a constituir un “Frente del Pueblo”, con exclusión de los
comunistas. Los elementos jóvenes impulsan una política de clase, posición
que defienden con virilidad los delegados del Comité Regional de Santiago
dirigidos, en ese entonces, por Raúl Ampuero. Las intervenciones fueron
apasionadas, especialmente la de Humberto Mendoza, revestida de un
exaltado revolucionarismo que, días más tarde, lanzaría por la borda,
entregándose al colaboracionismo más grosero en la Vice‐Presidencia de
Alfredo Duhalde. Ese Congreso, que acepta la incorporación de Rossetti
sirviéndole como aval a Salvador Allende, aprueba absoluta independencia
política frente al Gobierno y al Partido Comunista; denunciar la inoperancia
de la “Alianza Democrática” que sirve de apoyo al régimen; independencia
de la CTCH de toda combinación de partidos y de interferencias
gubernativas; y acentuar la lucha contra las fuerzas reaccionarias.
Se inician estas tareas frente a una crisis social, económica y moral de
contornos dramáticos para el país. Seis meses después, se producen los
trágicos acontecimientos del 28 de enero de 1946. En la Plaza Bulnes son
masacrados varios obreros por las fuerzas policiales. Ocupaba la Vice‐
Presidencia Alfredo Duhalde, por enfermedad de Juan Antonio Ríos; ambos
mandatarios cuentan con el respaldo de la “Alianza Democrática”. En esos
días, el Partido Comunista crea una agitación artificial con el fin de obtener
su ingreso al Gobierno. “La masacre de la Plaza Bulnes y el paro del 30 de
enero, con motivo de los funerales de las víctimas, crearon condiciones
revolucionarias basadas en la unidad férrea de los obreros y de la actitud
combativa del Partido que pudo conducirlo al comando de la lucha
revolucionaria de las masas para derrocar al Gobierno que vacilaba y aplastar
a la burguesía que se replegaba temerosa. Pero esas horas tensas y
decidoras en que el Partido pudo tomar una resolución memorable,, tanto
por su significado como por sus proyecciones, fueron ocupadas en ablandar
al Comité Central con promesas falaces transmitidas desde la Moneda, en
tergiversar con sofismas los escrúpulos de algunos y en sacar, a
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machamartillo, el insólito acuerdo (que impidió un desconocimiento y un
escarnio de la línea del Frente del Pueblo) de colaborar con el Gobierno del
señor Duhalde”.5
El párrafo transcrito que resume con tajante veracidad lo ocurrido en
esos días, significa el rompimiento desleal a los acuerdos del Quinto
Congreso y el más profundo menosprecio a las bases que los habían
impuesto. El Partido Socialista vuelve a desvincularse de las masas, reedita
con verdadero escarnio el oportunismo grosero de sus anteriores
actuaciones, estanca una vez más el espíritu rehabilitador que anima los
acuerdos de su Congreso partidario.
En un ambiente de lucha violenta con los comunistas y de anarquía
sindical que provoca la división de la CTCH., ingresa al Gobierno con tres
carteras ministeriales. La bandera del anti‐colaboracionismo en base a
constituir un “Frente del Pueblo” aprobado en el Quinto Congreso, es
sustituida por el “Tercer Frente”, denominación que se da a la nueva etapa
colaboracionista, etapa intrascendente que se caracteriza por un mayor
crecimiento inflacionario y produce una verdadera erosión en la escuálida
economía de los asalariados.
Meses después, el 27 de junio de 1946, fallece el Presidente Ríos,
llamándose a elecciones las que se realizan en septiembre. Intervienen
cuatro candidatos: Gabriel Gonzalez, apoyado por los radicales y Comunistas;
Fernando Alessandri, por los Liberales; Eduardo Cruz Coke, por los
Conservadores y Alfredo Duhalde, por un sector del Radicalismo y los
Socialistas. Duhalde, para enfrentar sus trabajos electorales, entrega la Vice‐
Presidencia al Almirante Merino Bielich en carácter de subrogante.
Los Socialistas al dar su apoyo a Duhalde, se convierten en los ejes de su
candidatura, en medio de un ambiente enrarecido por la pasión política. Sin
embargo, el sentimiento público a favor del candidato es tan vigoroso y
espontáneo, que los partidarios de Gonzalez Videla se ven en la necesidad de
desencadenar una violenta campaña de injurias y procacidades para
desacreditarla. Pese a todo, el movimiento duhaldista crece
vertiginosamente.
Esta candidatura, que por gravitación propia cobra fervoroso impulso,
87
recibe de pronto el más tremendo impacto por su renuncia. Para los
observadores imparciales, resulta incomprensible la desesperación anímica
de vastos sectores de la ciudadanía, por su retiro. No conocen al candidato,
ignoran su ejecutoría, nada ha hecho por las clases trabajadoras; su paso por
el Gobierno carece de realizaciones espectaculares –como las de Grove en
sus doce días de República Socialista.‐ Más Duhalde se convierte de la noche
a la mañana, en una auténtica bandera de las reivindicaciones populares. Los
que le rodean, ‐y el mismo‐ ¿no se dan cuenta de la extraordinaria e
inexplicable popularidad que ha conquistado?
Como era de esperar, las peores consecuencias que origina aquella
renuncia, repercuten en el Partido Socialista. Una vez más, ondean vientos
divisionistas. De manera apresurada, se cita a un Pleno Nacional que tome
acuerdos en defensa de la unidad interna y con respecto a las candidaturas
en pugna que se disputan el poder. Allí surge la fórmula del candidato
propio, en medio de un irreductible antagonismo que hacen peligrar la
unidad partidaria. Muchos proponen el apoyo al candidato Radical, sin
coludirse con los Comunistas en las tareas electorales; otros, ‐contradiciendo
los principios doctrinarios‐ dan el nombre de Fernando Alessandri. Rossetti e
Ibáñez, encabezan estas iniciativas, secundados por viejos dirigentes que
olvidan su pasado por el más grosero mercantilismo político. Es natural que
tales tendencias se expresen, pues las raíces del oportunismo y de las
desviaciones que por más de siete años se apoderan del Partido, no han
muerto. Resulta desalentador para los que sinceramente esperan la
recuperación revolucionaria del socialismo, escuchar a antiguos dirigentes
defender la candidatura liberal. Que Rossetti la haga, puede pasar. Nunca
fue militante y recién ingresa alas filas. Pero que otros, con años de
actuación, solidaricen con tan descabellada iniciativa, es realmente
intolerable.
Para evitar la vergüenza de una nueva división, no queda otra salida que
proclamar a Bernardo Ibáñez, Secretario General de Partido.Esta medida,
que salva a medias la disciplina, no puede impedir que una gran parte de los
efectivos socialistas le nieguen el apoyo a su propio candidato.
“El paso socialista por el Gobierno de Duhalde dejó la misma huella que el
paso de Para evitar la vergüenza de una nueva división, no queda otra
salida que proclamar a los camellos en la arena del desierto. Ninguna
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realización audaz fue intentada ni medida alguna que sirviera al Partido pudo
adoptarse. Se invoca como justificación el que se impidió la guerra civil. La
verdad es que no habría habido tal guerra. Se dice que el país fue salvado
por el Partido. Si fue así, el país no le mostró su agradecimiento, y en cambio
le dio el menor número de votos que jamás había alcanzado”.6
El descalabro alcanza proporciones inesperadas; apenas se contabilizan
doce mil votos en esa elección presidencial. Más de un 80% sufragaron por
Gonzalez Videla, que obtiene el triunfo con el respaldo fervoroso del Partido
Comunista. Estos, conforme a su línea de “unidad nacional”, integran el
primer Gabinete con tres Ministros, compartiendo el Poder con Radicales y
Liberales. A los pocos meses, son expulsados violentamente del Gobierno; a
la vez Gonzalez Videla desata la más odiosa persecución y termina
declarándolos “fuera de la Ley”.
Uno de los más destacados intelectuales del socialismo, refiriéndose
críticamente a la trayectoria de su Partido desde el Frente Popular a la etapa
del “Tercer Frente”, ha escrito lo siguiente:
“Este Partido, era toda una inmensa esperanza desde que participa en el
Gobierno de Frente Popular, a partir del mes de diciembre de 1938, se
debilita considerablemente. Queda muy por debajo de sus responsabilidades
históricas, sus dirigentes claudican turbiamente. Una colaboración deslucida
y estéril en gobiernos débiles, cómplices de las fuerzas reaccionarias
derrotadas, lo burocratiza y lo desprestigia. Por mantener algunas prebendas
administrativas y cargos parlamentarios se corrompe políticamente y gasta
sus energías en el juego pequeño, sin idealismo, de las componendas y
alianzas de los llamados partidos históricos. Pierde el apoyo generoso de las
masas y se divorcia de los genuinos intereses y anhelos del pueblo. Las
sinecuras del Poder, las ambiciones personalistas y las luchas intestinas
desgastadas por caudillos egoístas, reemplazan las grandes acciones para
conseguir las reformas estructurales que el país y el pueblo reclaman. El
Partido Socialista entra en una completa decadencia y empieza a
desintegrarse en medio de frecuentes divisiones que lo ponen en ridículo,
pierde su línea renovadora hasta caer en el aventurismo político que nada
logra de positivo y que hace aumentar el desconcierto y el escepticismo
político de las multitudes.
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“El Partido Comunista, ante el fracaso del Partido Socialista, se vigoriza
poderosamente y pasa a capitalizar, en gran parte, el apoyo del pueblo.
Ayudan a fortalecer al Partido Comunista los factores internacionales
derivados de la segunda guerra mundial: su posición democrática anti‐
fascista. La alianza de la URSS con las potencias occidentales y el heroísmo
del pueblo ruso en su contienda con las fuerzas hitleristas. Se transforma en
el más fuerte de los partidos populares de Chile y América Latina, e
indudablemente su política y acción son seguidas con fe y entusiasmo por el
pueblo. Sin embargo, su participación en el Gobierno, en alianza con los
liberales, su ineficacia para imponer la resolución de los agudos problemas
nacionales, idéntica a la que mostrara el Partido Socialista, y sus nuevas
consignas internacionales en defensa de la expansión rusa como
consecuencia de la guerra mundial, lo aíslan y desprestigian. Luego, una serie
de medidas represivas que lo colocan fuera de la Ley, ponen término a su
influencia política”.7
En verdad, puede señalarse el año 1946 como el final de la etapa más
dramática vivida por el Socialismo. Durante el periodo colaboracionista del
“Tercer Frente”, ‐pisoteando los acuerdos del Quinto Congreso
Extraordinario‐ marcan la culminación de sus más grandes errores; sus
desviaciones doctrinarias inexcusables, que lo llevan a adoptar medidas del
más nefasto aventurerismo político, dejan como herencia un clima de
indisciplina que costará extirpar.
Sin embargo, 1946 señala, también, la iniciación de un lento proceso
rehabilitador, en que la doctrina, lo organizativo, la disciplina, recobrarán su
cauce bajo los comandos de la generación joven para colocar al Socialismo a
la vanguardia de los partidos revolucionarios.
*
* *
En un ambiente interno estragante, de retroceso e intrigas, comienza a
prepararse el XI Congreso General Ordinario del Partido. De las tendencias
que pugnan en la capital, el Comité Regional Santiago presidido por Raúl
Ampuero –se había opuesto a la colaboración durante el Tercer Frente‐
había elaborado una tesis política de hondo contenido renovador, apoyada
por el sector joven y algunos viejos dirigentes, dispuestos a darle una tónica
revolucionaria al Partido.
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Los responsables del fracasado “Tercer Frente” son vapuleados con
aspereza por la mayoría de los delegados asistentes al Congreso. La cuenta
rendida por el Secretario General Subrogante, Agustín Alvarez –el titular,
Bernardo Ibáñez, se encontraba en el extranjero y sólo llega un día antes de
la clausura‐ fue rechazada de plano e incluso, impugnada por un miembro
del Comité Central, como lo hizo Manuel Contreras Moroso que, junto a
Carlos Videla, se habían incorporado a raíz de los acontecimientos de
febrero, en representación de un grupo del ex Partido Socialista de
Trabajadores, que se niegan a seguir a Godoy Urrutia y su corriente al
ingresar al Partido Comunista.
Los responsables de la estéril etapa colaboracionista, no se atreven a
enfrentar una polémica, limitándose a hacerle ambiente a Salvador Allende
para la Secretaría General, oponiéndolo a Ampuero, abanderado de la
corriente rectificadora y que resulta vencedor, por siete votos sobre su
adversario. Y como integrantes del Comité Central son elegidos Humberto
Soto, Eugenio González, Manuel Mandujano, Héctor Fajardo, Ramón
Sepúlve, Isidoro Godoy, Belarmino Elgueta, Miguel Etchebarne, Oscar Waiss
y Mario Garay.
Ese Congreso, al proyectar la rehabilitación del Socialismo en medio de
una lucha interna que va a producir –un año más tarde‐ una nueva división
impone, no obstante, una vigorosa línea combativa emanada de sus
acuerdos resistiendo con éxito las más violentas embestidas de sus
adversarios. De las líneas generales determinadas en aquel torneo, pueden
resumirse las siguientes: Negarse a toda colaboración con el Gobierno de
González Videla (había enviado un personero invitando al Partido a ingresar
al Gabinete); darle autonomía al movimiento sindical de cualquier
hegemonía partidista; apoyar en el Congreso Pleno la designación de
González Videla, sin compromisos de ninguna índole; buscar
entendimientos políticos sin ligarse a pactos demasiado amplios, sólo tras
objetivos comunes para acciones determinadas; pero en ningún caso con
liberales, conservadores y comunistas; orientar la acción para romper el
aislamiento a que habían sido sometidos por los stalinistas; y, reafirmar la
posición de partido revolucionario y de clase del socialismo chileno. Es decir,
reconociendo las tremendas dificultades a enfrentar, se diseñaba un camino
diferente a los anteriores, impulsado por una directiva joven en su mayoría,
resuelta y doctrinaria, que iba a permitir la reorganización del Partido
91
conforme a sus verdaderos principios revolucionarios.
Como se suponía, muy pronto se desencadena la más despiadada
ofensiva de parte del Gobierno y el Partido Comunista. Al Secretario General
se le desaloja de su cargo en el Ministerio de Obras Públicas, dirigido por un
comunista; en Lota, caen asesinados los militantes Arbulú y Ortiz y en
Santiago, Mario Miño, al igual que otros en diferentes centros industriales.
Se intenta, incluso, eliminar al Partido de toda actividad legal, inventando
un complot para declararlo fuera de la Ley. Sin embargo, el Partido hace
frente con un coraje suicida a esta campaña infame lanzada en su contra,
sin debilitar su oposición al Gobierno y defendiéndose de todos sus
adversarios. La militancia, en la Capital y en provincias, reconfortada por el
ejemplo de sus dirigentes nacionales y algunos de sus parlamentarios más
combativos, actúan con vehemencia en los actos públicos sin temor a las
provocaciones y represalias. Nunca tuvo más acierto aquella frase de que
“los partidos revolucionarios se vigorizan en la acción práctica”. Ya no son
unos pocos. Todo el Socialismo se moviliza desde el más alto de sus
dirigentes hasta el más modesto de sus soldados de base, tras una misma
línea y hacia objetivos comunes por una gran causa.
El nuevo Gobierno, en el que los comunistas desempeñan tres carteras
ministeriales, hace gala de frivolidad e improvisación agudizando, por
consiguiente, la crisis económica y social del país. La alimentación, el
vestuario y la vivienda, encarecen día a día y la especulación azota sin
piedad a obreros y clase media. El aceite, el trigo, la harina, el pan, el arroz,
se tornan inalcanzables para los hogares modestos. Y por encima de este
lima de ineptitudes gubernamentales, el país se ve amenazado por un
Tratado de intercambio Comercial con la Argentina de Perón, planteado con
apresuramiento y hasta con ignorancia de sus verdaderos alcances. Del
análisis realzado por personeros de distintos sectores económicos y
políticos –originando apasionadas controversias‐ dejan al desnudo sus
errores y demuestran que sus estipulaciones lesionan gravemente los
intereses del país. Para corregirlos, el Gobierno envía tres delegaciones
distintas, patentando el espíritu de improvisación e incapacidad que orienta
su conducta.
En los cinco primeros meses –de Gobierno Radical, Liberal, Comunista‐ se
desatan las más violentas provocaciones en contra del socialismo. Entonces,
92
caen asesinados Arbulú y Ortiz, en Lota; Madrid, en Malloco; Mario Miño,
en Santiago. Y en tal clima de agravios que llega hasta la liquidación física
del militante socialista, se efectúan las elecciones municipales en abril de
1947, elecciones que evidencian una notable recuperación del Partido. De
doce mil votos obtenidos ocho meses antes –en la elección presidencial‐
sube a cerca de 50.000, eligiendo 113 Regidores. Este resultado comprueba
de manera objetiva su robustecimiento y la justeza de la línea política
mantenida con inquebrantable rectitud.
Pasadas las elecciones municipales, se produce la expulsión del Gabinete
Ministerial de los Comunistas y de sus cargos en la administración pública,
tras una hábil maniobra de liberales y radicales al inducir a González Videla
virar a la derecha. Es el preludio del ocaso de la tesis stalinista en el
desenvolvimiento de las luchas populares, cuyo liderato es entregado a las
Radicales. El ciclo de los gobiernos de coalición ‐1938 a 1947‐ en donde
Socialistas y Comunistas, con alternativas diversas comparten el Poder con
la burguesía, finaliza con la aprobación de una Ley liberticida denominada
“De Defensa de la Democracia” y los campos de concentración de Pisagua.
El Partido Socialista propone la formación de un bloque político
democrático, como un dique de contención a la dictadura legal que se
siente venir. Tras grandes esfuerzos, con la Falange Nacional, Radical
Democrático, Agrarios Laboristas, constituyen el FRAS; este organismo juega
un papel de importancia al aminorar los peligros de una dictadura
despiadada e impone, a la vez, el mantenimiento de una oposición que se
presenta unida en las elecciones parlamentarias de 1949.
Y en el fragor mismo de la lucha política, realiza en noviembre de 1947
una Conferencia Nacional de Programa, aprobándose la fundamentación
teórica y programática del Partido, redactada bajo la dirección de Eugenio
González Rojas.
Obra maciza –para aquellos tiempos‐ por la claridad expositiva de su
contenido, profundidad en el análisis político, vigorosa contextura en la
fundamentación de principios; en ese entonces, corresponden con exactitud
al examen dialéctico que surge del seno de la sociedad económica y política
vigente.
93
Ese programa, impulsa tareas de educación política; las directivas de
base, militantes y trabajadores en general, asimilan con facilidad los
conceptos más esenciales del Socialismo.
Es, en el curso de su trayectoria, el trabajo teórico más serio y
constructivo realizado por el Partido Socialista.
*
* *
Pocas veces, en la historia política del país se viven –del año 1947 al
1949‐ episodios más tensos y tan llenos de peligros. La sombra amenazante
de la dictadura no se hace esperar. Gonzalez Videla, obtiene del Congreso
Nacional aprobación a la Ley de Defensa de la Democracia, llamada por el
pueblo “Ley Maldita”. Se persigue a los comunistas, en especial; también, al
movimiento sindical y otros partidos populares que, como el socialista, ‐
salvo la fracción disidente‐ opone tenaz resistencia a las drásticas
disposiciones liberticidas, aplicadas con rigor por el Gobierno Radical.
Antes de lo señalado en las líneas precedentes, González Videla reitera
en repetidas ocasiones el ingreso del Partido Socialista a su Gobierno,
creyendo fácil quebrar la línea anti‐colaboracionista trazada en su Congreso.
Frente a la confusión reinante, los sectores reaccionarios afianzan
posiciones preparándose para ser los ejes del Poder; el Socialismo trabaja
con intensidad, reagrupando a sus bases y combatiendo al Gobierno por su
política represiva, de hambre y pro‐imperialista. En tanto, Rossetti e Ibáñez,
‐cabecillas de la fracción opositora al Comité Central‐ se esfuerzan por crear
ambiente favorable al régimen, sin respetar los acuerdos establecidos. El
factor indisciplina, tiene aún sólidas raíces al interior del Partido y
obstaculiza de diversas maneras la labor de la directiva. El grupo rebelde,
convertido en fracción perturbadora, hace pública sus divergencias
propiciando su ingreso al Gobierno. En el campo sindical, la división entre
socialistas y comunistas genera una enconada lucha política en las dos
CTCH, dejando a la deriva a los trabajadores. El grupo fraccional
respaldándose en la autonomía de la CTCH que controlan, la convierten en
una especie de segunda dirección del Partido para disparar contra el Comité
Central al que acusan de pro‐comunista. De manera similar la hacen en el
ACHA, (Acción Chilena Anti‐comunista) organismo formado por elementos
reaccionarios y del ex movimiento nazista. A espaldas del Partido, varios de
los rebeldes ingresan a esa agrupación, presionando que se ordene a la
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Brigada Parlamentaria apoye las leyes represivas reclamadas por el
Gobierno. Actitud perversa, ‐propia de renegados‐ se valen de los medios
más ruines en su enfermizo afán de inclinar al Partido a colaborar con el
Gobierno.
El Partido Socialista se opone con decisión a la “Ley Maldita”, el baldón
más monstruoso de los muchos que pesan sobre el Partido Radical. Dos
diputados socialistas, ‐seguidores de los rebeldes‐ al darle su apoyo, se les
expulsa de inmediato. La división se produce una vez más. Un grupo
minoritario hace causa común con los cabecillas, constituyéndose en
directiva nacional del Socialismo que dicen representar. Días después
forman parte de la llamada “Concentración Nacional”, organismo político
integrado por Radicales, Conservadores y Liberales. Así dan respaldo ala
política anticomunista y antiobrera desencadenada por el Gobierno.
El movimiento divisionista es instigado sin ambages por González Videla,
poniendo a sus alcances toda clase de medios: Radio, Prensa, Movilización,
etc. Sin embargo, de 27 Comités Regionales a través del país, sólo tres
defeccionan como directivas, no así sus Seccionales que se mantienen leales
al Comité Central. Y de ocho parlamentarios –seis Diputados y dos
Senadores‐ sólo tres Diputados siguen a los disidentes. Al presentarse a la
reelección, dos de ellos son derrotados, entre los que figura Rossetti.
Producida la escisión, el director del Registro Electoral –Ramón Zañartu‐
establece un dictamen indigno y artero que frente a la presentación hecha
por el Partido Socialista de Chile que preside don Eugenio González Rojas, y
la hecha por don Albino Barra Villalobos, en representación del que preside
don Bernardo Ibáñez Águila, él ha resuelto reconocer como directiva oficial
y otorgar el nombre de Partido Socialista de Chile, al que preside el señor
Ibáñez”.
Salvador Allende, al denunciar este hecho aberrante en el Senado, decía:
“Señor Presidente, ¡Que tremendo es esto como hecho en la vida de una
Democracia! A nosotros nos duele la privación de algo que es nuestro, que
hemos amasado con nuestros errores, con nuestros triunfos, con nuestros
esfuerzos y derrotas, pero ello no nos va a debilitar, no nos impedirá
levantar la voz a los que nos forjamos en la vieja tienda del Partido
Socialista. Si he querido exponer en este recinto lo ocurrido, es porque este
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atropello inicuo es demostración del clima moral que estamos viviendo; es
tremenda y lapidaria demostración de los que son los funcionarios
incondicionales, los palaciegos dispuestos a servir siempre la voluntad del
señor que se cree todopoderoso, y que sólo transitoriamente está en la
Moneda”.
Y agrega más adelante en su vehemente y justa intervención:”Mal ha
hecho el Presidente de la República al inmiscuirse directamente en la arena
caldeada de las luchas políticas… Los tránsfugas, los equilibristas, los
oportunistas, los que olvidaron lo que ayer juraron respetar, los que tienen
insomnio en su conciencia que los acusa, los palaciegos de todos los colores,
los que siempre están dispuestos a saltar de una tienda a otra, ellos
recibirán, tarde o temprano, el castigo y el desprecio público. A aquellos
hombres que han quebrado todos sus principios morales, y a esos
funcionarios entregados servilmente a sus amos, oponemos nosotros
nuestra autoridad moral y les hacemos la advertencia de que nos haremos
respetar”.
De ese hecho sin precedentes instigado por el Gobierno para anular al
verdadero movimiento socialista que entonces dirigía Eugenio González,
nace el Partido Socialista Popular, apellido necesario para los efectos de
inscribirlo, pues, el Gobierno anhelaba impedir su participación en los
comicios de marzo de ese año.
La fracción disidente rabiosamente anti‐comunista, presta apoyo a la Ley
de Defensa de la Democracia e ingresa al Gobierno el 20 de julio8, ocupando
la cartera de Educación y cargos en la administración pública. La conducta
totalitaria del Presidente de la República respaldada por su gabinete de
“concentración nacional”, crea el campo de concentración de Pisagua,
donde son llevados por fuerzas policiales dirigentes sindicales, comunistas, y
connotados personeros de otras colectividades opositoras a las leyes
represivas; elimina, también, a millares de ciudadanos de los Registros
Electorales, declarándolos fuera de la Ley. La fracción disidente del
socialismo presta apoyo a esas medidas de violento tinte fascista;
persiguen, a la vez, al Partido Socialista Popular, acusándolo de
“comunizante” por oponerse a las leyes represivas, por combatir el hambre
y la miseria, denunciar negociados y de calificar al Gobierno de reaccionario,
tiránico e incapaz.
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Pero, en política, cuando los partidos que se dicen revolucionarios juegan
con sus principios, pisotean sus doctrinas y se prestan a toda clase de
maniobras, suceden los hechos más paradojales. Así ocurre con el Partido
Comunista y la fracción disidente socialista. Al abandonar ésta el Gobierno,
se convierten en aliados políticos, prestándoles los primeros todo su apoyo
electoral, precisamente, a quienes habían apoyado desde el Poder la
legislación represiva en su contra.
A fines de junio de 1948 se realiza el XII Congreso General Ordinario,
mientras el Gobierno desencadena la más odiosa persecución al Partido
Comunista y al movimiento obrero en general; así mismo, en el plano
internacional, el Cominform expulsa de su seno a Yugoeslavia pretendiendo
liquidar el camino socialista seguido por ese país, por diferencias de criterio
con los soviéticos. Este hecho, va a tener profundas repercusiones en la
trayectoria del Partido Socialista Popular, al estrechar sus relaciones con la
Liga Comunista del Pueblo Trabajados de Yugoeslavia.
Habían pasado dos años desde el Congreso de Concepción y ya el Partido
exhibe sólidos perfiles de disciplina y un acendrado espíritu doctrinario. El
alejamiento de sus filas de la fracción “rossettista‐ibañista” –últimos
vestigios de un caudillismo desprestigiado‐ dan al ambiente interno un clima
de fraternal camaradería y de mutua confianza entre dirigentes y dirigidos.
Los acuerdos de ese Congreso, que se destacan por su importancia son los
siguientes: Mantener la plena validez de las directrices fundamentales del
anterior Congreso de Concepción, reafirmando la línea doctrinaria y la
independencia como órgano de la clase trabajadora; emprender una
decidida oposición democrática al Gobierno en defensa de las libertades
públicas y conquistas sociales amenazadas por una legislación represiva;
acelerar el reagrupamiento de los trabajadores en una Central Sindical,
autónoma y democrática; luchar por la Paz y Cooperación entre los pueblos
, reiterando un absoluto repudio a la política de guerra del imperialismo
norteamericano y del expansionismo ruso; ratificar el pacto suscrito con los
Agrarios Laboristas, Radicales Democráticos y Falange Nacional.
Eugenio González elegido Secretario General y los integrantes del Comité
Central, a fin de dar cumplimiento a las resoluciones acordadas, desarrollan
un esfuerzo creador y de total entrega a dichas tareas que, unidas a la
97
campaña parlamentaria próxima, se les hace difícil y agotadora. Las
condiciones organizativas del Partido después del largo período de anarquía
interna resentida, también, por la acción de los disidentes aliados al
Gobierno, no son siquiera regulares. Debe agregarse, los perniciosos efectos
causados por la “Ley Maldita” que limita hasta lo absurdo la actividad e la
oposición. En ese período, en su afán de congraciarse con las autoridades,
brotan los delatores y pusilánimes llevándoles denuncias de cuanto el
Partido realiza y de dirigentes y candidatos como groseros ofensores del
Presidente de la República. En realidad el país vive envuelto en un clima de
opresión; aguzan sus oídos los intrigantes y soplones, tal cual ocurre en el
primer Gobierno del General Carlos Ibáñez. Los amigos y simpatizantes
huyen atemorizados de los socialistas para no ser víctimas de la represión.
Es curioso observar como relucen las insignias radicales en las solapas de los
“correligionarios”. Las “personalidades progresistas” que adhieren al
comunismo en sus días felices de Gobierno, redactan desmentidos negando
lo que han adorado. Muchos, por timidez, buscan asilo en los “partidos de
orden”, manera poco digna de exhibir una prima de seguro contra posibles
relegaciones. Médicos, abogados, empleados, hombres de situación social y
económica, saludan a hurtadillas y muertos de miedo al amigo caído en
desgracia políticamente o señalado por su lealtad a sus principios
socialistas. La famosa Ley represiva, no obstante, tiene la virtud de poner al
desnudo al mercachiflero político elevado a la fama como “personalidad
progresista” por los propios perseguidos, desmintiendo sus conexiones con
los partidos revolucionarios; y, también, la lealtad de sus convicciones de los
que no se arredran ante las amenazas, ni temen asumir responsabilidades
como auténticos hombres de izquierda. El Partido Socialista, no restringe su
conducta a los marcos señalados por la Ley liberticida; por el contrario,
acentúa su oposición al poder dictatorial legalizado, combatiendo con valor
ese engendro jurídico del Gobierno Radical.
*
* *
Por intervención descarada del régimen de Gonzalez Videla al pretender
impedir el desarrollo del Partido Socialista que dirige Eugenio González, se
reconoce oficialmente a la fracción disidente como el verdadero Partido
Socialista de Chile, presentándose bajo ese nombre a las elecciones
parlamentarias de marzo de 1949. A contar de esa fecha, el partido
presidido por Eugenio González, pasa a denominarse “Partido Socialista
Popular”, enfrentando con ese nombre la contienda electoral. Los
98
disidentes, en lista con los radicales, eligen cinco Diputados: Ernesto
Antúnez, por Antofagasta; Vasco Valdebenito, por Valparaíso; Eduardo
Rodríguez, por Chillán; Albino Barra, por Concepción; y Luis González
Olivares, por el Primer Distrito de Santiago. En este distrito se pierde
Rossetti; al poco tiempo de su derrota, es nombrado Ministro de Justicia en
el Gabinete de “Concentración Nacional” de la que su fracción forma parte.
El Partido Socialista Popular integrando la lista FRAS, (Agrarios Laboristas,
Radicales Democráticos, Falange Nacional y P.S.P.) elige un Senador por
Santiago, Eugenio Gonzalez; también, seis Diputados. Alejandro Chelén, por
Coquimbo; Astolfo Tapia, por el Primer Distrito de Santiago; Aniceto
Rodríguez, por el Tercer Distrito; Simón Olavaria, por el Cuarto Distrito;
Baltasar Castro, por O´Higgins; y, Juan Efraín Ojeda, por Magallanes. En el
Senado, además de Eugenio Gonzalez, cuenta con Salvador Allende y Carlos
Alberto Martínez, constituyéndose –como efectivamente lo es‐ en el único
Partido Socialista que representa a las bases mayoristas del país.
Durante ese período, la combinación de Gobierno de “Concentración
Nacional”, compuesta de Radicales, Liberales, Conservadores
Tradicionalistas y el grupito de disidentes socialistas, ejerce una verdadera
dictadura legal sobre las masas populares. La “Ley Maldita”, sirve de eje a la
labor represiva. La estabilización de sueldos y salarios, mientras se da rienda
suelta a la especulación más desenfrenada a través de los precios
remunerativos, siembra la miseria entre los asalariados. Las elecciones
parlamentarias recién efectuadas, significan una vergüenza nacional. En
ningún período de la historia se ha cohechado de manera más insolente. El
Radicalismo supera con creces a los partidos liberal y conservador. Organiza
una caja electoral a base de la presión y la amenaza a industriales y
comerciantes. Hasta el Cuerpo de Carabineros –como ocurre en La Serena‐
recibe instrucciones de favorecer a “los acarreadores” radicales que durante
el acto electoral usan distintivos. La ofensiva reaccionaria no puede ser
detenida. Las masas amedrentadas por las persecuciones de la ley odiosa,
no reaccionan con viril deseo de lucha y de desquite, siendo presa fácil del
cohecho ejercido por los partidos que dirigen el Gobierno.
El Partido Socialista Popular actúa en medio de la más tortuosa represión,
acosado de enemigos por todos sus flancos. No dispone de medios
económicos para movilizar a sus dirigentes; gran parte de la labor en
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provincias y en los conflictos que a diario se desencadenaban, la realiza una
pequeña brigada de Diputados, los únicos que pueden movilizarse. El
Secretario General trabaja diariamente dando respuesta, de su puño y letra,
a las notas y peticiones recibidas de las bases; imparte, a la vez, las
instrucciones de la directiva nacional. Carece hasta de los elementos más
indispensables de oficina y de funcionarios administrativos para tareas
ordinarias. De los Secretarios Generales que ha tenido el Socialismo, muy
pocos le han igualado a Eugenio González en espíritu de sacrificio y de
responsabilidad en sus labores de dirección e incluso, administrativas. Le
corresponde actuar en los años más duros y difíciles de recuperación
partidaria. Y de los seis Diputados, no más de cuatro están prestos para salir
a provincia y actuar en los momentos de turbulencias que se suscitan en la
Capital.
A mediados de agosto, a raíz de las alzas de la locomoción colectiva se
producen en la Capital alborotadas manifestaciones de protesta. Escenas
callejeras de extremada violencia, protagonizan a cada momento
carabineros contra el público; los estudiantes, al oponerse a las alzas,
improvisan desfiles a los que se acoplan inmensas muchedumbres gritando
su descontento contra el Gobierno. Fuerzas policiales detienen por redadas,
con inaudito furor, a estudiantes y obreros. La juventud al reclamar por el
alza de la movilización, refleja más que nada el cansancio de la ciudadanía
por la carestía de los artículos vitales. Ha subido de precio la carne, la leche,
el pan, el arroz, el vestuario, la vivienda, el gas, etc., etc. Lo de la locomoción
colectiva colma el vaso, haciendo estallar la indignación del sector
asalariado y clase media. El Gobierno al ver que el movimiento adquiere
proporciones de una verdadera revuelta popular, culpa de inmediato a los
comunistas de querer realizar un “bogotazo”, y solicita del Congreso
facultades extraordinarias.
En esos días, preñados de turbulencias que origina la incapacidad del
régimen, los Diputados Socialistas Populares se movilizan de un lugar a otro
e intervienen en defensa de estudiantes y obreros detenidos. Los días 15, 16
y 17 de agosto, se impregnan de un clima de verdadera insurrección del
pueblo; pierden la vida dos o tres personas y muchas resultan heridas. La
política de los “precios remunerativos” impuesta por el Gabinete de
“Concentración Nacional”, profundiza de manera alarmante la crisis
económica de la clase media y asalariada, motivándolos a expresar su
100
protesta unido al movimiento iniciado por los estudiantes. No es, pues, una
agitación comunista o provocada por ellos con vistas a un “bogotazo”, como
lo afirmaba el Gobierno. El pueblo se había movilizado a causa de la
desesperación económica siendo, evidentemente, los estudiantes con su
idealismo de siempre los que dinamizan con vibración de lucha esas
jornadas, cuyo único origen se debía a la conducta reaccionaria del
Gobierno.
Las Facultades Extraordinarias pedidas por el Ejecutivo y defendidas en el
Congreso por Rossetti y Jorge Alessandri, Ministros de Justicia y de
Hacienda, respectivamente, son aprobadas por abrumadora mayoría. Así
responden a las angustias del pueblo, los sectores minoritarios del privilegio
representados fraudulentamente en el Congreso como fuerzas mayoritarias
de la opinión pública. Los parlamentarios Socialistas Populares se oponen
con agresivas intervenciones; de igual manera, los partidos que conforman
la FRAS.
El mes de septiembre se inicia turbulento, agitándose las aguas políticas
por la aplicación de las Facultades Extraordinarias. Ni las promesas
demagógicas del Gobierno, ni la aparente buena voluntad que pretende
desplegar para remediar las angustias económicas de las masas, pueden
evitar el alza cada vez más creciente del costo de la vida aumentando, en
consecuencia, la desmoralización de los asalariados y el deseo ferviente de
una nueva dirección en los destinos del país. En realidad, los últimos cinco
meses de 1949 siendo el Partido Radical eje de la coalición gobernante, se
demuestra incapaz de sacar al país del atolladero a que lo ha llevado. La
frivolidad del Presidente de la República, los fraudes administrativos, la falta
de rectitud de muchos de sus más connotados dirigentes, son factores que
conducen a agravar la situación reinante y consolidan, a la vez, la posición
económica de la derecha. Mientras por un lado el Radicalismo insiste en
provocar un reagrupamiento de las fuerzas de izquierda, los dirigentes
máximos concilian sus intereses gubernamentales con los de la reacción,
participando en toda clase de asuntos. De esa manera, no sólo facilita el
retorno de la derecha al Poder, sino que, da al Gobierno una franca y
abierta orientación reaccionaria, rebajando el nivel de vida de la clase
trabajadora y restringe en forma brutal las libertades democráticas. El
Radicalismo, en verdad, se transforma en un gigantesco aparato burocrático
que absorbe todos los órganos políticos y económicos del Estado,
101
desvirtuando sus funciones y utilizándolos, únicamente, para perpetuarse
en el Poder.
En medio de esta atmósfera caldeada e inquietante, el Partido Socialista
Popular con su pequeña brigada parlamentaria y dirigentes nacionales,
realiza tareas de excepcional intensidad, las más dinámicas y positivas de
toda su historia. “En el Congreso, en el campo, en las minas, en las ciudades
donde quiera que existan conglomerados humanos, la voz del Socialismo
Popular es escuchada. La disciplina, el fervor, la abnegación y el coraje; la
solidaria fraternidad entre dirigentes, mandatarios y bases, la lealtad de sus
militantes, hacen que se tripliquen los resultados del pequeño pero
emprendedor equipo de dirigentes. El Comité Central, es obedecido por sus
mandatarios, al dar ejemplos de rectitud y capacidad en sus procederes
partidarios. El Secretario General, ajeno a tareas legislativas, precisa con
claridad meridiana el fenómeno social y psicológico de las multitudes; su
exclusiva dedicación al Partido, le confiere mayor autoridad moral para
imponer la disciplina y el cumplimiento de las tareas ordenadas a los
mandatarios”9. Estos, identificados plenamente, con el pensamiento
directriz del Partido, se esfuerzan por consolidarlo en su organización y en
conciencia socialista inculcándole a la militancia las nociones elementales de
la teoría. Etapa dura, apasionante, depuradora; pero positiva en sus
resultados que el Socialismo Popular realiza bajo sus banderas en sus
batalladores años de 1949 a 1953. Es un verdadero renacimiento de lo que
en sus primeros años fue en cuanto a espíritu de lucha, pero más efectivo,
pues en esta nueva aurora, priman los conceptos básicos de su doctrina y no
el mesianismo emocional hacia determinados líderes, que terminan
destruyendo gran parte de lo realizado en sus comienzos.
El Socialismo sin apartarse de los acuerdos señalados en sus Congresos,
mantiene siempre una línea de oposición al régimen de Gonzalez Videla y
denuncia con entereza su traición al programa que le sirvió de plataforma
para escalar el Poder. No obstante sus diferencias con los stalinistas, jamás
se presta a silenciar la política represiva ejecutada por el Gobierno en su
contra alcanzando, también, a dirigentes sindicales y de sus propias filas.
Por el contrario, la combate con arrojo, hasta convertirse en el más decidido
adversario de los Radicales que propugnan todas las leyes coercitivas. Es
además, el primero en negarle al Radicalismo categoría de partido de
izquierda, catalogándolo como una organización política al servicio de la
102
burguesía y de los intereses del imperialismo extranjero. El desenmascarar
al Partido Radical lo lleva a definir una política que confiere una mayor
claridad ideológica de clase a los trabajadores, señalándoles la necesidad de
luchar por el Poder sin la rectoría de un partido burgués hipócritamente
camuflado de un progresismo social y económico.
Al derrumbarse el Gabinete de “Concentración Nacional” por efectos de
la huelga de los empleados particulares y de otros gremios de utilidad
pública, se organiza el de “Sensibilidad Social”, con la inclusión de Social‐
Cristianos, Falangistas t Democráticos. Ese cambio político operado en
febrero de 1950 convierte, otra vez, al Partido radical en eje de esa
combinación de “centro” –como fue en el anterior que se caracteriza por su
espíritu coercitivo y reaccionario‐. Sus propósitos demagógicos por
diferenciarse de la derecha económica, es un nuevo fraude político
destinado a salvarse de su total hundimiento; también, para hacerse olvidar
la línea represiva que acentuara como eje el Gabinete anterior. Al menos,
en esta nueva postura de “centro”, con un precario restablecimiento de las
libertades públicas y un anunciado de reformas de tipo evolutivo, calman
por algunos meses la efervescencia de las masas; pero resurgen una vez
más, al fracasar los débiles intentos de cumplir lo prometido. En verdad, al
Radicalismo sólo le anima el propósito de evitar un divorcio definitivo con su
base social de sustentación: los empleados, profesionales y pequeña
burguesía, que tampoco logra, pues el ritmo inflacionario sigue su curso
ascendente, la dependencia económica del imperialismo yanqui no cambia,
los grandes monopolios se mantienen y el atraso feudal de la agricultura ni
siquiera es tocado. En suma, el Gabinete de “Sensibilidad Social”, es un
nuevo fracaso y el Radicalismo pierde su última oportunidad de
rehabilitarse.
*
* *
Al efectuarse el XIII Congreso General Ordinario del Partido Socialista
Popular, ‐los primeros días de junio de 1950‐ el Gabinete de “Sensibilidad
Social” ha demostrado ya, su incapacidad para solucionar los problemas
laborales y de carácter económico que continúan agudizándose. El Congreso
Socialista acuerda mantener su independencia política, vigente desde el
anterior torneo nacional; y, referente a coordinar la acción de los partidos
populares para enfrentarlos al Gobierno, agrega lo siguiente: “Dada la
ausencia en estos momentos, de una sincera afinidad programática y
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política entre el Partido Socialista Popular y los otros partidos de avanzada,
el Congreso del Partido estima ineficaz toda política de alianzas formales o
permanentes y propicia, en cambio, una acción común con todas las
agrupaciones políticas de orientación progresista en cada caso y en todo
terreno o esfera de acción en que sus esfuerzos converjan en un propósito
colectivo”. Desahucia, a la vez, cualquier posibilidad de unidad con el
Partido Socialista de Chile.
En el curso del mandato que este Congreso entrega al nuevo Comité
Central presidido por Raúl Ampuero, el Partido continúa vertebrando a lo
largo del país a millares de socialistas, especialmente obreros, que sin
abandonar sus actividades sindicales y políticas permanecen al margen de
los cuadros partidarios. Quienes han seguido a Grove retornan al Partido
Socialista Popular atraídos por la actividad de los dirigentes nacionales, el
pequeño grupo de parlamentarios que recorren las provincias y por la línea
política que interpreta con exactitud sus inquietudes socialistas. Además,
aprueban su acción batalladora contra el Gobierno y partidos reaccionarios,
el respaldo a los movimientos huelguísticos con la activa y personal
intervención de sus Diputados, la tenaz oposición a las leyes represivas, es
decir, toda una conducta que hacen del Partido en ese candente y
turbulento período, la única herramienta de lucha que brinda al
proletariado una línea concreta de conducción revolucionaria.
Sin embargo, el estado anímico de las multitudes ajenas a disciplinas
partidarias, cada día más empobrecidas, golpeadas y explotadas,
traicionadas en sus esperanzas, desengañadas definitivamente de los
gobiernos radicales, van conformando un movimiento de protesta que
encauza su torrente hacia la figura del General Carlos Ibáñez. La frustración
de las masas alcanza el límite de su resistencia bajo el régimen de González
Videla, perdiendo la fe en la democracia, deformada y prostituida por sus
“eternos” defensores y portavoces, inclinándose sin inhibiciones en pro de
un Gobierno capaz de barrer sin pusilanimidad con la politiquería y
causantes de la bancarrota soportada por el país. No resulta extraño
escuchar en el curso de 1951 el más tremendo repudio al radicalismo, en
especial; y, a los partidos de derecha, verdaderos amos del Poder. Así
mismo, escuchar en los Sindicatos, concentraciones públicas, fábricas,
campos y centros industriales, vitorear el nombre de Ibáñez como futuro
Presidente de la República. Y estas manifestaciones a su favor no brotan de
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los sectores burgueses: surgen del pueblo, de los auténticos obreros y
modestos empleados, pequeños empresarios, agricultores y campesinos.
Tal fenómeno político que el Partido Socialista Popular considera
inexplicable, por el pasado de Ibáñez, crece cada día; atrae hacia sus aguas a
los elementos independientes y penetra, incluso, en las filas del
proletariado adscritos a sus partidos de clase. En una gira realizada a
Iquique y Antofagasta a comienzos de 1951 –acompañado de Diputados
agrarios Laboristas‐ es realmente apoteósica. Las multitudes acuden a
vitorearlo; le piden acepte ser candidato a la Presidencia, pues, el país
precisa de un Gobierno fuerte que ponga término a la frivolidad, al engaño y
a la politiquería radical. Los Diputados Agrarios –carentes de definiciones
programáticas y doctrinarias‐ exponen demagógicamente las más absurdas
medidas de corte dictatorial, ‐aplaudidos por el pueblo‐ en un estéril
esfuerzo por interpretar el anhelo de las multitudes. Los ecos del peronismo
argentino, muy en boga entonces, infestan el ambiente de manera
demasiado notoria; los parlamentarios Agrarios, no diferencian la realidad
chilena de los métodos practicados por el peronismo. Ninguno de los
dirigentes de aquella candidatura –no oficializada aún‐ abriga la más mínima
ilusión en un apoyo del Partido Socialista Popular, pese al interés que
demuestran en ello. En verdad, la marea turbulenta del ibañismo va
arrasando con los sectores populares, haciéndose difícil controlarlos e
imponerles disciplina. Las propias bases Socialistas se van polarizando hacia
la dictadura de Ibáñez.
Días muy tensos son aquellos en que el P.S.P. debe de decidir su apoyo a
la candidatura Presidencial de Ibáñez. La resolución acordada en su favor
tras un largo análisis y apasionadas discusiones, se expresan en las
siguientes líneas: “El apoyo a Ibáñez obedeció al hecho indiscutible
protagonizado por la insurgencia popular que desborda todo límite
partidario”. El Partido es impotente para detener la avalancha
multitudinaria volcada como un huracán hacia Ibáñez. Las condiciones de
miseria que vive la clase obrera, los peculados del régimen radical, el
carácter represivo del Gobierno, son factores determinantes e impulsan a
las masas a buscar en Ibáñez una salida a su desesperación. Es un
movimiento emocional, sin un partido guía que, por sus principios, luche por
la transformación revolucionaria del orden existente. No es, pues, un
proceso lógico y reflexivo de ideas dialécticamente expresadas de
inspiración socialista. Pero, junto al pueblo –anheloso de un cambio de ruta
105
con vista a modificar anquilosadas estructuras‐ se han sumado sectores
poderosos de la burguesía en el carácter de fuerzas independientes, además
del único Partido político, ‐el Agrario Laborista‐ cuyas inclinaciones distan
mucho del espíritu renovador de las masas. La avalancha ibañista y sus
dirigentes improvisados, carecen de programa, de ideas directrices frente a
los complejos problemas que convulsionan a Chile. No existe un núcleo
debidamente organizado, claro en sus orientaciones, capaz de dar
consistencia e interpretar con exactitud a los trabajadores; carecen de una
plataforma programática de realizaciones prácticas con sentido doctrinario.
En suma, ese movimiento poderoso, heterogéneo, insurgente, está
desprovisto hasta de las normas más elementales para dar fisonomía y
planificar democráticamente, o de manera revolucionaria –como lo desea el
socialismo‐ a la candente inquietud popular”10.
Al definirse en su favor, el P.S.P., cree poder disciplinar el espíritu
anárquico dominante en esas fuerzas; orientarlas bajo sus banderas
programáticas, despojarlas en el sentido fascistoide de que las han imbuido
sus improvisados dirigentes; piensa obtener ventajas del estado emocional
de las multitudes en pro de un constructivo Gobierno popular. Y es
evidente, pues a la conducta y orientación que impone a la campaña
presidencial, se debe el cambio de trayectoria tan ostensiblemente
dictatorial en sus comienzos. Con su entrada, se proyectan los trabajos
electorales en base al programa aceptado por el candidato al hacerlo suyo.
Los oradores dejan de hablar del “peronismo”, de dictadura, dándole realce
–conforme a las aspiraciones del pueblo‐ a las tareas innovadoras en lo
social, económico y político, las cuales el futuro Gobierno se compromete a
realizar.
A través de movimiento ibañista, anárquico y sin un claro contenido
político, se expresan los trabajadores con un furor revolucionario alentador;
penetrados en un vigoroso espíritu anti‐oligárquico y anti‐imperialista,
creen poder realizar con Ibáñez un régimen verdaderamente popular. La
indisciplina partidaria, la politiquería y el verbalismo demagógico de las
entidades usufructuarias del Poder, los impulsan a trazarse su propio
camino político, como trataron de hacerlo entre el 48 y el 50 –sin
resultados‐ mediante huelgas gremiales de carácter económico. Pero en
esta ocasión tras finalidades de más basto alcance, no cuentan con un líder
auténticamente de izquierda, ni con un partido poderoso y bien organizado
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dispuesto a una franca y leal conducta revolucionaria. Ibáñez, no da
seguridades como líder. El P.S.P., en su carácter de organismo político,
reúne estas condiciones; aunque pequeño, pero emprendedor, en el ánimo
de las masas pesan sus divisiones y se le confunde a menudo con la fracción
disidente. En consecuencia, la clase trabajadora no tiene, por ahora, otra
alternativa que poner su decisión de lucha y esperanzas en Ibáñez.
Iniciada la campaña con apoyo oficial del P.S.P., se centraliza en los
aspectos básicos del programa aceptado por el candidato. Así se agitan, con
el respaldo entusiasta de las multitudes obreras, la derogación de la “Ley
Maldita”, desahucio del Pacto Militar con los EE.UU., plena libertad e
independencia del movimiento sindical, modificación a la Ley Electoral,
creación del Ministerio de Minería y del Banco del Estado, solución al
problema habitacional, Reforma Agraria y Educacional, etc., etc., una
definida y acerada orientación popular a la campaña.
Al decidirse al apoyo a Ibáñez, abandonan las filas del P.S.P., el Senador
Salvador Allende y el Diputado Astolfo Tapia, seguidos de un reducido grupo
de militantes; se fusionan, días más tarde, con el Partido Socialista de Chile,
fracción que respaldó las leyes represivas inspiradas por el Gobierno
Radical. Con la llegada a sus filas del grupo de Allende, organizan junto a los
comunistas el “Frente del Pueblo” y proclaman, a continuación, la
candidatura presidencial de éste.
El triunfo de Ibáñez es abrumador e impresionante. Obtiene 446.000
sufragios, contra 265.000 del liberal Arturo Matte, 190.000 del radical Pedro
Enrique Alfonso y 52.000 de Salvador Allende, abanderado de “Frente del
Pueblo”. Tales resultados rubrican de manera irrefutable el desprestigio y la
incapacidad del Partido Radical, eje de Gobierno en los últimos catorce
años. ¿Va a significar la victoria de Ibáñez, la realización de un Gobierno
revolucionariamente renovador que las masas trabajadoras esperan con
ansiedad?
*
* *
El 4 de noviembre inicia su Gobierno el Presidente electo. El P.S.P.,
soslayando obstáculos no exentos de gravedad, pasa a ocupar el Ministerio
del Trabajo, destacando en dicha Secretaría de Estado a Clodomiro
Almeyda, uno de los valores jóvenes más capacitados de sus filas,
107
secundándolo como Sub Secretario Fernando Morales, de su misma
generación, de gran carácter y despejada inteligencia. En ese entonces, el
Partido enfrenta las primeras dificultades con el Mandatario, pues, alienta
las ambiciones de algunos de sus militantes que deciden saltar las normas
disciplinarias por acceder a ofrecimientos ministeriales. Desatiende además,
las iniciativas de los partidos organizados, inclinándose en favorecer la de
los grupos minúsculos del sector independiente. El hecho reviste gravedad;
las elecciones parlamentarias próximas a realizarse, ‐con el criterio que
demuestra el Presidente‐ pueden significar el robustecimiento de los micro‐
partidos carentes de principios, en desmedro de las fuerzas políticas
organizadas, como el Partido Socialista Popular, cuyas directivas
responsables y su brigada parlamentaria rubrican su larga ejecutoría.
No obstante las diferencias de criterio con el Presidente, en los primeros
meses de Gobierno se lleva a cabo una de las aspiraciones más sentidas por
el Proletariado: La formación de una Comisión Nacional de Unidad Sindical,
integrada por delegados de las agrupaciones de obreros y empleados que
han librado encendidas batallas reivindicativas durante el régimen de
González Videla. Esta iniciativa abre camino a un amplio Congreso de unidad
en febrero de 1953, con la participación de más de 900 organismos de base
representados por un número superior a 2.300 delegados, quienes
constituyen la “Central Única de Trabajadores” pasando a ser presidida por
Clotario Blest, uno de los exponentes más puros del movimiento sindical
chileno. Con el advenimiento de esta organización (CUTCH) desaparecen
definitivamente las dos Confederaciones de Trabajadores de Chile que
mantienen hasta entonces dividido al proletariado. El Partido Socialista
Popular, a través del Ministerio del Trabajo servido por Clodomiro Almeyda,
impulsa con decisión el reagrupamiento de las fuerzas sindicales.
Mientras culmina la unidad sindical con la creación de la CUTCH, los
diferentes partidos políticos se preparan a enfrentar las elecciones
parlamentarias.
En cuanto al movimiento que ha triunfado con Ibáñez, la pugna de los
diferentes grupos independientes con los partidos organizados, es odioso y
conturbador. Resulta casi imposible vencer las desmedidas ambiciones de
los micro‐partidos para la confección de una lista única encaminada a ganar
una amplia mayoría en el Congreso. Cada uno de esos grupitos atomizados
108
exige los primeros lugares e insisten ante el Presidente de la República –que
hace el papel de árbitro‐ coloquen en los últimos a los candidatos del
Partido Socialista Popular. Al cabo de horas y días de enojosas discusiones
se confeccionan dos listas, salvo en contadas provincias donde van unidos,
obteniendo mejores resultados.
María de la Cruz, se destacó en la Campaña presidencial acaudillando al
sector femenino; le profesa al Partido Socialista Popular, un odio enfermizo,
colocándole toda clase tropiezos. Mujer contradictoria, anárquica en sus
actuaciones, sin principios políticos, carente de serenidad y visión para darle
a su movimiento organicidad, contenido y claras directrices, produce con
sus exageradas imposiciones el primer impacto
divisionista en el electorado ibañista. Pretende, además crear la “Unión de
Asalariados” con el tortuoso propósito de debilitar a la “Central Única de
Trabajadores” (CUTCH) fundada en esos días. Ella fracasa en sus intentos; en
cambio, la CUTCH se fortalece y continuaba prosperando.
En realidad, partiditos insignificantes, con dirigentes astutos y con un
“timbre” fabricado de prisa, verdaderas montoneras del tinglado ibañista,
pretenden imponer su voluntad creyéndose depositarios del electorado
independiente. Con un cinismo imperturbable le informan al Presidente de
sus miles y miles de adherentes, a fin de ubicarse en los primeros lugares
como candidatos. Se precisaban nervios de acero para mantener la
serenidad ante el audaz aventurerismo político de esos “señoritos” sin más
“pedigree” que sus desenfrenadas ambiciones. Sólo los Agrarios y no todos,
demuestran más criterio para unirse al Partido Socialista Popular, en la
confección de una lista única.*
Finalmente se enfrentan las elecciones en listas separadas en varias
provincias y en lista única en otras.
Al iniciarse la campaña, el Ejecutivo a proposición del Ministro del
Interior Guillermo del Pedregal, ha decretado el alza de las tarifas de
movilización particular en reemplazo de la bonificación pagada por el Fisco.
Se tiene conocimiento que estos dineros quedan en el bolsillo de los
empresarios, sin poner sus vehículos en movimiento. El ejecutivo estima –
pese a la impopularidad de las alzas‐ contribuir a mejorar esos servicios de
109
utilidad
* Como Secretario General Subrogante del Partido Socialista Popular, me
correspondió intervenir en las discusiones políticas sostenidas a diario ante
el Presidente de la República, sobre confección de una lista única. Como
prueba a lo afirmado en este contexto, anoté en mis apuntes de entonces lo
siguiente: Mientras almorzábamos invitados por el Presidente, el señor José
Musalem –a quien recién conocía‐ expresó con toda soltura:
‐ Excelencia, ocurre que a Ud., le han exagerado los efectivos electorales
de los Socialistas “marxistas” –recalcando lo de “marxista”. Yo puedo
asegurarle, si los deja solos sin darles cabida en la lista‐, no obtendrán ni
cuatro mil sufragios en todo el país. Nosotros –agregó, refiriéndose a su
micro‐partido‐ los hemos superado en organización y los quintuplicaremos
en votos…
Lo interrumpí; hasta esos instantes, ignoraba que yo representaba al
Partido Socialista Popular.
‐Es inaudito en dirigentes políticos, carecer de juicio al dar opiniones, sin
siquiera medir sus palabras. En un afán de mentirle, Presidente, aquí se
formulan afirmaciones antojadizas. ¿Quién mejor que Ud., conoce y sabe –
porque tuvo la oportunidad de apreciar su organización en cada ciudad del
país‐ lo que realmente representa el Partido Socialista Popular? Sepa, señor
Musalem –agregué, dirigiéndome a él‐: Mi Partido cuenta con seis
Diputados, tres Senadores noventa y siete Regidores; dirigentes de prestigio,
profesionales, técnicos y obreros de primer orden. Todos responden a una
organización vertebrada y con disciplina a través de todo el país. No es, por
lo tanto, un partido fantasma que opera sólo con un “timbre” o se hace
notar por el criterio buhonero de sus directivas. Rechazo, pues, sus
presuntuosas palabras sobre mi Partido. A más de mentirle al Presidente, su
declaración es gratuitamente provocativa.
El señor Musalem, aspirante a una diputación, no moduló ni la más leve
respuesta. En cambio, el Presidente dijo en seguida:
_Los Socialistas Populares me ayudaron con abnegación. Tienen disciplina
y son organizados. Déjenme estudias el problema; dentro de dos días
propondré una lista.
110
pública, obligando a los empresarios a movilizar sus máquinas. Esta medida,
además de inoportuna y lesiva a las clases modestas de la población, ‐
rechazada por el Partido Socialista Popular‐ es la primera ventana abierta al
proceso inflacionario y quiebra la política contra las alzas ofrecida por el
Gobierno. En plena campaña, al Partido Socialista Popular, se le hace difícil
explicar este hecho contrario al programa, aprovechando los enemigos
políticos de catalogarlo como el golpe inicial del régimen a los sectores
populares.
El ibañismo, fuerza triunfante en la elección presidencial, no logra una
victoria similar en la parlamentaria. Sin embargo, es sorprendente el
resultado que alcanzan los Agrarios Laboristas y los Socialistas Populares,
superando en gran forma las cifras esperadas; de igual manera, los
democráticos y Radicales Doctrinarios. Los grandes perdedores son los
micro‐partidos, disgregados del conjunto de las fuerzas independientes; y,
el movimiento acaudillado por María de la Cruz. Sus desmedidas ambiciones
frustran no sólo sus expectativas, sino que, el triunfo global del electorado
ibañista si se hubiesen presentado en una lista única.
Los Socialistas Populares obtienen cuatro Senadores y diez y nueve
diputados con una cifra superior a 70.000 sufragios.
*
* *
Desde junio a octubre de 1953 el Partido Socialista Popular, participa en
el Gobierno ocupando tres carteras ministeriales: Hacienda, Minería y
Trabajo. Con los Agrarios Laboristas y Democráticos del Pueblo forman un
equipo dispuesto a llevar adelante el programa del 4 de septiembre; pero
todas las iniciativas, en este sentido, son obstruidas de una u otra manera
por los Ministros que en el carácter de “amigos del Presidente”, mantienen
vinculaciones con fuerzas derrotadas. Cada día la influencia reaccionaria se
torna más avasalladora, sirviéndole de trampolín los Ministros sin partido.
Estos hechos insalvables –originados por la contradictoria conducta del
Mandatario‐ obligan al Comité Central del Partido a analizar con serenidad
la situación, que hace inoperante toda iniciativa en pro del programa.
Resuelve, por lo tanto, retirarse definitivamente del Gobierno.
Sin embargo, pese a los tropiezos por falta de una voluntad rectora,
111
definida en sus líneas económicas, clara en sus orientaciones políticas,
consecuente con lo ofrecido al pueblo, que el Primer Mandatario debió
personificar sin lugar a capitulaciones, ese período de junio a octubre es el
más positivo de sus seis años de Gobierno. En efecto, se promulgaron
entonces los decretos que crean el Banco del Estado, la Corporación de
Inversiones, Corporación de la Vivienda, Empresa Marítima del Estado y los
que establecen el Salario Mínimo Campesino, Indemnización por años de
servicios y la Asignación familiar obrera.
Al abandonar el Gobierno, los militantes que ocupan cargos políticos y
administrativos de la confianza del Presidente de la República, renuncian a
ellos, dando una prueba de unidad interna, de disciplina y de
responsabilidad direccional. Tal conducta –distinta a etapas
colaboracionistas del antiguo Partido‐ es el producto de cinco años de
infatigable labor organizativa y de educación política en que se han
empeñado dirigentes, parlamentarios y militantes del Socialismo Popular.
Resumiendo en un voto político –debate suscitado en el XV Congreso
General Ordinario de octubre de 1953‐ la conducta del Partido dentro del
ibañismo al determinar el retiro del Gobierno, dice lo siguiente: “Durante el
período de su cooperación ministerial el Partido demostró una leal decisión
de cumplir con esta tarea, aún a riesgo de incomprensiones en círculos
oficiales y, más de una vez, se vio obligado a compartir críticas emanadas de
los sectores populares por hechos de que no era responsable, con el fin de
resguardar las posibilidades de seguir adelante por el camino de las
realizaciones programáticas que significaban un serio esfuerzo de mejorar
los niveles de vida del pueblo”.
“Sin embargo, esta actitud no podía justificarse sino en la medida en que
el partido creyera posible impulsar una política dirigida realmente a destruir
los privilegios de la oligarquía y a liberarnos de la presión imperialista.
Hemos reclamado con insistencia del Gobierno una acción de esta
naturaleza, y hemos observado en muchos de los integrantes del Ministerio
no solamente inexcusables vacilaciones sino que incluso abiertas
concomitancias con los grupos tradicionalmente enemigos de los
trabajadores”.
“El Partido Socialista Popular, no ha aceptado ni aceptará jamás
112
transacciones con los enemigos del pueblo de Chile y prefiere recuperar su
independencia antes que aparecer en situación dudosa, eludiendo o
retardando urgentes medidas de beneficio popular.”
“Al retirarse del Gobierno, el Socialismo Popular expresa el anhelo de las
grandes mayorías nacionales por llevar adelante una firme política anti‐
oligárquica y anti‐imperialista y está seguro de que su intención será
comprendida por el resto de los partidos que apoyaros al señor Ibáñez y que
expresaron este mismo deseo durante la campaña electoral. Esta finalidad
esencial no será jamás olvidada por nuestro Partido, y es ella la que explica
nuestra cooperación directa en el Gobierno, a la que ahora hemos puesto
término. Para cumplirla, el Partido Socialista Popular, hace un llamado a las
fuerzas populares y nacionales que levantaron la postulación presidencial
del señor Ibáñez y a todos los partidos y grupos de orientación progresista,
seguro de que el curso natural de los procesos sociales llevará muy pronto a
los trabajadores a expresarse mayoritariamente en una República
Democrática de Trabajadores, que construya las bases de un sistema
socialista en que encuentren satisfacción las más puras aspiraciones de los
obreros, campesinos, empleados y sectores modestos de la población”11.
Con el retiro del Partido, el Gobierno se inclina más hacia la derecha, y el
pueblo pierde la fe en el hombre que simboliza sus esperanzas. El
movimiento ibañista se triza cada vez más, diluyéndose gradualmente. Los
partidos tradicionales recobran poco a poco el caudal electoral que pierden
en la elección presidencial. El proletariado desde la Central Única de
Trabajadores, rubrica su protesta contra el alza del costo de la vida
acelerando huelgas en los tiempos industriales. En mayo de 1954 se realiza
un paro general por 24 horas como protesta por el encarcelamiento de
Clotario Blest, presidente de la CUTCH, y se solicita amnistía a favor de
todos los dirigentes presos, relegados y procesados del campo sindical. En
realidad, el Gobierno reedita los mismos procedimientos del régimen
anterior, mientras el fenómeno inflacionista continúa agudizando la miseria
y el pauperismo de los trabajadores.
La misma combatividad demostrada por el Partido para obtener el
triunfo de Ibáñez, la esgrime ahora en criticar los rumbos de su Gobierno
cada día más reaccionario. De igual manera, lo hacen algunos grupos que le
eran adictos y sinceramente anhelaban el cumplimiento del programa.
113
Entre mayo y julio de 1955, el ambiente político experimenta síntomas de
revuelta proclive a un golpe de Estado; en él, tendrían ingerencia militares
de la Guarnición de Santiago y connotados dirigentes políticos. El
movimiento se gesta con el nombre de “línea Recta” y tiene por finalidad
imprimir al Gobierno rumbos realmente revolucionarios, sin prescindir del
General Ibáñez. El Jefe de Estado, en vez de cortar desde un comienzo tales
iniciativas, toma contacto directo con los militares comprometidos
aparentando interés en sus inquietudes. Pero al salir a la luz estas
actividades sediciosas, ‐por experiencia de algunos‐ se les forma un proceso
militar y se detiene a varios Oficiales alejándoseles, posteriormente, de las
filas del Ejército, no obstante contar con el espaldarazo del propio
Presidente. La Oficialidad joven al persistir por un tiempo en sus propósitos
revolucionarios, termina perdiendo la fe en Ibáñez, estimándolo desleal e
incapaz de encabezar un golpe de Estado. El Partido Socialista Popular,
invitado a participar en dicho movimiento, se niega de manera rotunda,
expresando a los interesados que es una aventura condenada al fracaso.
A fines de diciembre y comienzos de 1956, en un acto propio de un
régimen dictatorial, son detenidos centenar de dirigentes sindicales y
políticos y se les relega a campos de concentración acusados de incitar a la
huelga ilegal. Socialistas y Comunistas, anarco‐sindicalistas y falangistas, son
llevados a Pisagua y otros lugares, ‐de la misma manera que en el pasado
Gobierno‐ procesados conforme a la Ley de Defensa de la Democracia.
Junto a las medidas represivas, se acentúan los desgarradores efectos
inflacionarios; pese a la Ley de Estabilización de salarios y precios, las alzas
continúan autorizadas por el propio Gobierno. Los reajustes constituyen una
verdadera estafa, pues, jamás alcanzan a cubrir las alzas, en tanto los
emolumentos permanecen congelados. Aumenta el descontento y los actos
de protesta provocando huelgas originadas por la desesperación y la
miseria. Hasta marzo de 1957 –fecha de las elecciones generales
parlamentarias‐ se viven meses de incertidumbre a causa de la crisis
económica que hiere a las clases modestas creando el más profundo rencos
contra el Gobierno y el Partido Agrario Laborista, a través del cual,
personifican al ibañismo.
Los resultados electorales de 1957 son lapidarios para el ibañismo e
incluso afecta a los partidos que se pasaron a la oposición, como el Partido
114
Socialista Popular, convertido en su más severo adversario desde fines del
primer año de Gobierno. Los Agrarios Laboristas experimentan la más
tremenda derrota, y los pequeños partidos nacidos al calor del ibañismo
desaparecen del mapa. Democráticos del Pueblo y el Partido Socialista
Popular, disminuyen en un 70% su representación en el Congreso. Tal es el
odio de la ciudadanía contra el Gobierno, categóricamente expresado en
esas elecciones.
Vuelven a vitalizarse los liberales y radicales, tan repudiados en vísperas
del triunfo de Ibáñez. La Falange Nacional sube de cuatro a quince
Diputados; los Socialistas Populares, bajan de diez y nueve (19) a cinco, más
el triunfo de dos Senadores. El fracaso rotundo del Gobierno, lo es también
para los Partidos de las clases trabajadoras. Y como paradoja, aumentan su
electorado las fuerzas reaccionarias. El fortalecimiento, una vez más de los
partidos burgueses, harán variar posiciones más concordantes con sus
intereses de clase.
¿Significará el Gobierno de Ibáñez, ‐para los partidos revolucionarios‐ la
cancelación definitiva de la colaboración de clases?
NOTAS DEL CAPITULO III
(1) J.C. Jobet “El Socialismo a través de sus Congresos”, 1965
(2) A. Chelén Rojas “Flujo y Reflujo del Socialismo Chileno” Folleto. Ed. 1960,
Pág. 10.
(3) Cesar Godoy Urrutia “¿Qué es el Inconformismo”, Folleto, 1940
(4) Carlos Contreras Labarca “Unión Nacional y Partido Único”, Folleto 1943.
(Informe, debate y Resoluciones de la XIII Sesión Plenaria del Comité
Central del
P.C. de Chile, 4 al 27 de junio de 1943.
(5) Boletín Oficial del Partido Socialista. Noviembre 1946 N° 1
(6) Oscar Waiss Band “El Drama Socialista”. 1948 pág. 48
(7) J.C. Jobet “Ensayo Crítico del Desarrollo Económico‐ Social de Chile”, Ed.
Univ.
Stgo. 1955, págs. 201‐ 202
(8) Armando Mallet pasó a ocupar la cartera de educación el 20 de julio de
115
1948.
(9) A. Chelén Rojas “Flujo y Reflujo del Socialismo Chileno” Folleto. Ed. 1960.
(10)A. Chelén Rojas “Flujo y Reflujo del Socialismo Chileno” Folleto. Ed.
1960, Pág.
19.
(11) Documentos del XVB Congreso Gral. Ordinario celebrado en San
Antonio en
Octubre de 1953.
CAPITULO IV
Los dirigentes del Partido Socialista Popular, convencidos de la esterilidad
del Gobierno, ‐concientes, también, de haber fracasado en sus propósitos al
apoyarlo‐ no sólo se limitan a combatirlo desde la oposición, sino que,
analizan dialécticamente las causas que originan el encajonamiento de las
fuerzas populares en los viejos moldes de la política tradicional. El brío
puesto por los partidos marxistas –en las etapas de colaboración con la
burguesía radical y liberales “progresistas”‐ son desalentadores para el
movimiento proletario, además, perjudiciales al contenido ideológico del
Socialismo. En nada habían cambiado las estructuras vigentes: la oligarquía
terrateniente, mantenía poderío económico e influencias sociales; los clanes
financieros apoyados por el Radicalismo, se fortalecían; los monopolios
116
imperialistas, acentuaban su control sobre las materias primas nacionales; el
lento avance industrial no cubría, siquiera las necesidades vegetativas de la
población. Los únicos beneficiados, ‐durante los Gobiernos de coalición de
clases‐ eran los Radicales y la burguesía capitalista. Las conclusiones
extraídas del análisis en referencia, señalaban de manera evidente el fracaso
de las combinaciones políticas heterogéneas y de filosofías económicas
opuestas para gobernar a favor de las masas.
Pocas veces, un partido popular había efectuado un estudio tan profundo
sobre el movimiento político y la ineficacia de sus propias actuaciones.
El balance para las organizaciones de la clase trabajadora, en lo político y
sindical, ‐como aliados pobres del Radicalismo y sectores burgueses
independientes‐ resultaba deplorable. Socialistas y Comunistas, nada habían
adelantado. Los primeros, divididos una y otra vez, iban perdiendo sus
aristas combativas y doctrinarias, vacíos que logran superarse del 46 al 52,
para volver a desmoronarse cuantitativamente; los segundos, recobrada su
legalidad al derogarse la “Ley Maldita”, se reestructuran una vez más
avanzando en su organización. En verdad, no tanto por su línea política,
como por su disciplina y la influencia en el campo internacional irradiado
por los adelantos tecnológicos y científicos de la Unión Soviética. Además la
difusión de sus numerosos órganos de prensa, la tesonera labor de sus
activistas, de sus parlamentarios, dirigentes y militantes de base; pero sin
calar a fondo en el corazón de las multitudes. Por desgracia, ninguno de los
dos partidos crea en la conciencia de las masas una mística revolucionaria;
el balance de los acontecimientos de los últimos quince años, era harto
desfavorable.
Quizás el mayor error del Socialismo –rehabilitado de sus anteriores
fracasos‐ fue su ingreso a funciones ministeriales, comprometiendo con su
actitud un lustro de abnegado y duro batallar. El haber apoyado la
candidatura de Ibáñez debió, en todo caso, ‐por las experiencias en etapas
similares‐ cooperar desde afuera, impulsándolo en
En lo que tenía de contenido anti‐oligárquico y anti‐capitalista, pero
distanciado de la dirección burguesa impresa por el Presidente. Antes de un
año, el Socialismo abandona el Gobierno convencido en definitiva de
combinaciones híbridas –proletariado y burguesía‐ conducían al desastre; el
entendimiento entre fuerzas políticas ideológicamente antagónicas, además
117
de un fraude, era una traición a los explotados.
Las líneas fundamentales derivadas del análisis realizado por el Partido se
concretaron en la tesis política denominada “Frente de Trabajadores”,
aprobada en el XVI Congreso General Ordinario de octubre de 1955.
Concebida como una táctica de lucha de la clase obrera para la conquista
del Poder, se orienta a separar de manera tajante a los dueños de los
instrumentos de producción, de los sectores asalariados y pequeña
burguesía independiente. Es decir, es un rompimiento total con los
lineamientos de la Revolución Democrático‐Burguesa, cuya rectoría queda
en manos de la burguesía Radical y en la cual, los partidos marxistas sirven
de peones a sus enemigos e clase. En la posición adoptada por el Partido
Socialista Popular, se excluye a Radicales y Demócratas Cristianos, que
oscilan siempre entre la derecha e izquierda como la más acabada expresión
“centrista” de la política chilena. En realidad, al desahuciar todo
compromiso con sectores burgueses, se emprendía por primera vez un
camino de claras perspectivas revolucionarias.
Los Comunistas, por su parte, sostenían la conveniencia de constituir un
Frente de Liberación Nacional, con Socialistas, Democráticos, Radicales,
Social Cristianos, Falangistas y sectores “progresistas” del liberalismo.
Estimaban así, la posibilidad de un Gobierno democrático‐burgués, sin aislar
a la clase obrera. A juicio de los Socialistas, tal iniciativa carecía de vigencia,
pues los fracasos experimentados en los últimos 16 años, bastaban para no
caer en los mismos errores. “Tal actitud –decía Salomón Corvalán‐ no
corresponde a los hechos objetivos de nuestra realidad; es reformista,
porque fortalece la actitud de estancamiento y de mantención de las
estructuras actuales; es contrarrevolucionaria, porque plantea una
alternativa que no existe y confunde a las masas de trabajadores y los
neutraliza en su lucha por el Poder Político”1.
Como primer paso de los acuerdos derivados de la línea “Frente de
Trabajadores”, se suscribe un pacto con el Partido Democrático del Pueblo
presidido por Humberto Martones, pacto que da contenido de clase al
movimiento de los trabajadores y sirve de base a la formación del “Frente
de Acción Popular” (FRAP). Se trataba de crear un instrumento político de
vigorosa contextura revolucionaria, capaz de enfrentar la lucha hacia la
conquista del Poder para el pueblo e implantar el Socialismo. Los
118
Comunistas, convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos para imponer sus
puntos de vista, aceptan la tesis de los Socialistas Populares. Esta nueva
conducta en ellos, son los reflejos de los recientes acuerdos del XX Congreso
del Partido Comunista de la Unión Soviética. Allá, se ha puesto término al
“culto a la personalidad”, practicado durante la tortuosa dictadura
stalinista. Este hecho, de enorme repercusión en el plano internacional,
favorece en Chile un mejoramiento en las relaciones entre socialistas y
comunistas, factor positivo en el desarrollo del FRAP.
Después de más de un decenio de encontrada lucha entre ambos
partidos, se sientan las bases para la acción común a favor de un
movimiento político unitario de los trabajadores.
Con fecha 1° de marzo de 1956 se firma el Acta de Constitución del
“Frente de Acción Popular”, el que es integrado por Socialistas Populares,
Comunistas, Democráticos del Pueblo, Socialistas de Chile y otros partidos
pequeños de tendencias izquierdistas.
Refiriéndose al viraje del Partido Comunista de la Unión Soviética que
hace variar el comportamiento dogmático de los comunistas chilenos, decía
Raúl Ampuero, Secretario General del Partido Socialista Popular, en ese
entonces:
“El Partido Comunista Chileno acomodó siempre su itinerario al
meridiano de Moscú. Por una especie de deformación progresiva de su rol
político, común a todos sus congéneres, comenzó venerando la Revolución
de Octubre como un acontecimiento de trascendencia secular –en lo que
estaba en la razón‐ ; continúa asignando a esa experiencia un valor
universal, con toda prescindencia de los factores locales y temporales; y
terminó por someterse al dogma de que ningún impulso revolucionario lo
era genuinamente, sino se hallaba bajo la inspiración soviética o no se
integraba funcionalmente en la estrategia mundial de la URSS. Donde
estaba la Unión Soviética estaba la verdad, la democracia, la paz. Si
mandaba al patíbulo a la vieja guardia bolchevique, era cierto que la
constituía un hato de espías y traidores; si estaba con Hitler la guerra era un
crimen inhumano de los imperialistas; si acorralaba a Tito, era para aplastar
su nido de fascistas. Un Partido de tales condiciones acaba por situar la
consigna por encima del examen objetivo de la realidad, coloca sus
prejuicios en el lugar de sus deberes de clase. Nuestras coincidencias ante la
119
campaña de destrucción del “culto a la personalidad” no deben apartarnos
del núcleo de problema, tal como se plantea aquí. Ya vimos en que medida
el Congreso Comunista de Moscú parece determinado por un urgente
anhelo de buscar la “convivencia pacífica” mediante la relajación de las
actuales tensiones. Ya hemos dicho, también, que ese sólo resultado lo
consideramos grandemente alentador. Secundariamente, ofrece una
coyuntura para la rectificación de la estrategia comunista en todos los
países, aunque ella resultara exclusivamente del ruidoso desplome del mito
de la inhabilidad vaticana de Moscú.
“Si la inercia mental de nuestros comunistas los llevara a juzgar
positivamente su parte en el proceso de apaciguamiento, no cabe duda que
se inclinarán también a extremar la amplitud de su política, a idealizar la
eficacia de las instituciones “democráticas” tradicionales, a descubrir cada
día nuevas virtudes en la burguesía nativa. Se apartarán, por tanto, mucho
más de las concepciones dominantes en el campo socialista”.
“Si, por el contrario, lograran sacudirse valerosamente de los hábitos
cultivados durante tantos años para reexaminar el carácter de las tareas
planteadas por la realidad chilena de ahora, sin prejuicios y sin
servidumbres intelectuales, con seguridad sus conclusiones contribuirán
poderosamente a fortalecer la acción del pueblo y la clase obrera. Nuestro
trabajo común sería algo más que un episodio de limitados alcances, sería el
punto de partida del movimiento más pujante y prometedores de los
protagonizados por los trabajadores en nuestro suelo…”2.
No se equivocó el Secretario General al valorizar de esa manera lo que
pudiera ocurrirle al Partido Comunista Chileno. En efecto, al constituirse el
FRAP –en la primera asamblea realizada en el Salón de Honor del Congreso
Nacional‐ Volodia Teitelboim hizo pública confesión de la “prepotencia en
que anteriormente había incurrido el Partido Comunista”, en especial su
sectarismo, dogmatismo y olvido de la realidad nacional para plantear sus
posiciones. Agregó, además, la firme decisión de su partido de superar esos
errores y contribuir al fortalecimiento y unidad del movimiento popular. Se
abría, por lo tanto, un amplio camino de vigorizamiento ideológico y
unitario de la clase trabajadora.
Los socialistas Populares, paralelamente a la organización del Frente de
Acción Popular iniciaron un trabajo tendiente a unificar ala s dos corrientes
120
en que estaba dividido el socialismo. Ampuero, en relación a estos anhelos,
expresó en ese entonces, lo siguiente:
“Las nuevas condiciones exigen revisar a la vez la antigua cuestión de la
reagrupación socialista. Como alguna vez analizara, la escisión producida el
48, tuvo su origen en una diferencia radical de mentalidad y
procedimientos, incidentalmente expresada, en relación con el Gobierno del
Sr. González Videla y su campaña anticomunista. Mientras el grueso del
Partido buscaba desde el Congreso de Concepción una nueva línea clasista,
autónoma y revolucionaria e iniciaba una activa elaboración de las tesis que
hoy constituyen la esencia de su trabajo político, un grupo de disidentes se
sumó entusiastamente a la tarea de compartir con la reacción los dudosos
honores de una conducta impopular. No cabían transacciones, menos aún
cuando se desahuciaron todas las reglas del juego democrático, y se adoptó
el motín y la polémica pública como método de discusión ideológica”.
“Desde entonces a ahora, el Partido Socialista de Chile cambió
notablemente de rumbos. Trocó su ciego anticomunismo por una
colaboración sin reservas con el Partido Comunista, abandonando, inclusive,
posiciones teóricas básicas, mientras su dirección pasaba de las manos de la
vieja guardia, directiva del cisma del 48, a las de otros hombres, muchos de
los cuales se forman políticamente en el Partido Socialista Popular,
separándose de él únicamente en 1952, con motivo de nuestro apoyo a la
postulación presidencial de Ibáñez”.
“Los obstáculos ideológicos más importantes han desaparecido en el
camino hacia la restauración de la unidad. Así la ha entendido también el
Comité Ejecutivo, en su último debate político. Por otra parte, es
incuestionable que vivimos una coyuntura singularmente propicia para la
rehabilitación de las ideas y el fortalecimiento de la autoridad del Socialismo
en las masas populares. Los planes económicos del Gobierno, de pura
esencia liberal, están a un paso del colapso con lo que irremediablemente
caerán en el desprestigio, los slogans anti socialistas que los inspiraron; el
radicalismo dejó de ser una bandera atractiva para los trabajadores, y se le
clasifica en la izquierda sólo como una tardía concesión a su pasado, y, el
comunismo, por último, convicto y confeso como autor de errores
monstruosos en el último cuarto de siglo, parece perder su influencia sobre
las masas. Todo aconseja, pues, proceder con audacia en la tarea de
reagrupar a los socialistas dispersos, manteniendo –indiscutiblemente‐ la
121
estructura y el pensamiento básico del Partido Socialista Popular…”3.
La formación del FRAP cayó en terreno abonado. Desde sus primeras
actuaciones evidenció espíritu de clase, compatibilidad y verdadero arraigo
en las filas del proletariado. Las elecciones municipales –un mes después de
constituirse el FRAP‐ sirven de incentivo para ir limado asperezas entre los
socialistas y comunistas, tantos años mantenidas; a la vez, para acelerar la
convocatoria a un Congreso de Unificación Socialista.
*
* *
Las elecciones parlamentarias en marzo de 1957, ‐cuatro meses antes del
Congreso de Unidad Socialista‐ constituyen un fracaso de los partidos
populares, especialmente para los Socialistas. El Partido Socialista Popular,
de 19 Diputados baja a 5 y gana dos Senadores; los Socialistas de Chile,
quedan en 4 y un Senador. Estos resultados demuestran un grave retroceso
de los primeros, en su influencia sobre las masas, no obstante su violenta
oposición al Gobierno; su justa tesis política “Frente de Trabajadores”, no
alcanza a ser asimilada por las masas. Todavía quedaba en el ambiente
cierta malevolencia por su corta participación en el Gobierno de Ibáñez. Si
bien se justificaba el apoyo a aquella candidatura, en ningún caso –dada la
experiencia de anteriores etapas colaboracionistas‐ debió formar parte del
Ejecutivo. Las masas, ni antes ni en ese período, se habían beneficiado. Su
actuación, sin una clara concepción política de clase, fue empírica,
fracasando en sus anhelos de convertirse en guía de las muchedumbres
adictas al ibañismo. Sin embargo, antes de perder la autoridad moral
ganada entre sus militantes, se retira del Gobierno; pero demora más de lo
conveniente en clarificar una conducta de clase, revolucionaria. Sólo viene a
cristalizar a comienzos de 1958, con la línea “Frente de Trabajadores”.
En cuanto al Partido Comunista, no había recuperado aún su legalidad.
Sólo es lograda, en los últimos meses de la administración de Ibáñez.
El debilitamiento del Partido Socialista Popular, se origina por su
despreocupación en dar aliento a una conciencia socialista, educar
políticamente a la militancia, crear cuadros direccionales de base. Contaba
con 19 Diputados, 4 Senadores, Dirigentes de prestigio, formando un equipo
disciplinado y capaz a los que debió exigírseles una labor de entrega total a
favor de aquellas tareas. Pero el triunfo obtenido el 53 a impulsos de la
122
marejada ibañista “parlamentarios” hasta la exageración la conducta de sus
mandatarios. La misión de estos llamada a fortalecer cuantitativa y
cualitativamente la organización, agitando y educando a los trabajadores
tras objetivos socialistas, visitando industrias, fábricas, centros mineros,
ciudades, aldeas, caseríos y regiones del campesinado como el más
fundamental de sus deberes partidarios, fue trocada por funciones casi
exclusivamente de corte legislativo. Es indudable de realizarse labores como
las señaladas, con decisión, fe y capacidad de verdaderos socialistas –
inmediatamente después de abandonar el Gobierno‐ habrían capitalizado el
descontento; y, los resultados electorales de 1957, en vez de constituir un
fracaso, habrían sido más favorables. Los partidos populares bajaron
considerablemente en votación vitalizándose, en cambio, Radicales,
falangistas, liberales y conservadores.
Tan pronto termina el proceso eleccionario, el Gobierno decreta el alza de
tarifas de la locomoción colectiva, provocando de parte del estudiantado y
de los sectores populares una violenta oposición. Esta medida, agregaba leña
a la hoguera del descontento general, más la secuela de la cesantía y del
proceso inflacionista agudizando la crisis económica en medio de una
rotativa ministerial que parecía no tener fin. Los incidentes comienzan en
Valparaíso donde el pueblo se apodera de la calle destruyendo bancos,
quebrando vidrios y deteriorando parte del alumbrado público. Carabineros
actuando con extrema violencia, son reemplazados por tropas de la
Marinería cuando ya había varios heridos y algunos muertos. En tanto,
parecía que en la capital la tranquilidad no iba a dar paso a actos
desmedidos; pero, el 29 de marzo los desfiles de los estudiantes por las
partes céntricas van tomando proporciones alarmantes. Mas, como siempre
ocurre, Carabineros sin medir las consecuencias y conforme a instrucciones
del Gobierno dieron comienzo al apaleo más brutal, tratando de disolver las
manifestaciones de protestas. La reacción del pueblo no se hizo esperar,
sumándose con verdadera furia a los manifestantes y enfrentando los actos
de brutalidad de las fuerzas policiales.
El 1 y 2 de abril, las calles de Santiago ofrecían el espectáculo de una
verdadera lucha revolucionaria. Se volcaba y rompía micros, vitrina, casetas
de tránsito; hubo saqueos, destruyendo puertas y ventanas de algunos
establecimientos comerciales. Los disparos retumbaban a cada instante y el
funcionamiento de las ametralladoras para atemorizar a los grupos que
123
destruían cuanto hallaban a su paso. “El Mercurio” pasa serios aprietos;
hubo intentos de apoderarse del Congreso Nacional. En realidad, aquellas
horas febriles preñadas de turbulencias, brotaban repentinamente como el
huracán. Lo que rompe todo dique de contención, es la muerte de dos
estudiantes ocurrida el 1 de abril en calle Miraflores, por obra de una
patrulla de carabineros que fue en auxilio de un policía asediado por los
jóvenes. Al día siguiente una avalancha humana secundaba a los
estudiantes, repletando las calles céntricas y lanzándose enfurecidos contra
Carabineros. La movilización quedó suspendida. Carabineros apabullados
por el odio de la multitud, se les reemplazó por tropas del ejército. Las calles
viéronse invadidas de tanques y pertrechos de guerra; pero con la calma fue
recuperándose, pues el ejército contaba con las simpatías de la población. El
Partido Socialista Popular, a través de sus parlamentarios prestó ayuda –
conforme a sus posibilidades‐ a los detenidos e hizo cuanto pudo por evitar
las violencias; en ningún caso, con el ánimo de agravar los hechos como se
les quiso acusar. Las protestas del estudiantado al adquirir volumen de
verdadero levantamiento, sencillamente eran producto no sólo de las alzas
de la locomoción, sino que, de la carestía de la vida y de la negligencia del
Gobierno al cruzarse de brazos frente a las irritantes injusticias soportadas
por el pueblo.
El 2 de abril habíase reunido el Comité Central del Partido Socialista
Popular con varios de sus parlamentarios, en Londres 33, donde tenía su
local. A las 16 horas, un piquete de carabineros disparó a las ventanas del 2°
y 3° piso, lugar de la reunión. Destruyeron vidrios y deterioraron las
paredes; cortaron también, la línea telefónica, dejándolos sin comunicación
hacia fuera. Permanecieron allí, custodiados desde la calle, hasta las 23
horas. Nadie podía salir, por temor a ser asesinado. Nunca se supo quienes
fueron los responsables de ese hecho cobarde*.
*El que escribe, Diputado y Senador electo en ese entonces, llegó al local
a las 20horas, sin tener conocimiento de lo ocurrido. En tanto Ampuero le
informaba, se oyó un disparo en la calle. Había dejado a un hijo en la
camioneta. Descendió de carrera del tercer piso, creyendo lo peor. La
bala rozó la parte alta de cabina. Regresa donde sus camaradas, llevando
al niño. Dada la situación –contraviniendo al Secretario General que no
permitía la salida de nadie, por no exponerlos‐ resuelve salir en busca de
124
garantía ante el jefe de la Plaza, General Gamboa. Silencio y oscuridad
reinaban en esos momentos. Al poner en marcha el motor y
retrocediendo hacia la calle Paris, irrumpe en rápida carrera un piquete
de carabineros. Le abren con violencia la puerta del vehículo, lo hacen
bajar y le quitan el carné de parlamentario y el revolver. Estaban
cubiertos con mantas de castilla, no usaban placa, se les veía tan solo
partes del rostro y la gorra. Al protestar con energía y reclamar la
devolución del carné y revolver, lo insultan, lo empujan a la cabina, le
ordenan que se vaya; pero sin devolverle los objetos. Hubo de hacer un
rodeo por las calles interiores, ya que por Alameda se prohibía transitar,
para llegar hasta su casa. De allí, telefoneó al General Gamboa al que
explicó en detalle lo ocurrido en Londres 33, más el vejamen de que había
sido víctima, solicitando garantías para los parlamentarios y dirigentes
asediados en su local. El jefe de Plaza accedió de inmediato,
extrañándose que carabineros estuviesen en servicio. Regresa donde sus
camaradas, en los momentos en que un oficial de ejército enviado por
Gamboa, garantizaba la salida de sus compañeros.
Lo curioso, es que ese día no había carabineros en las calles de la Capital.
Resultaba extraño, por lo tanto, la participación de ellos en el asedio al local
disparando con sus carabinas. Posteriormente, ‐recobrada la normalidad‐
ninguna aclaración se obtuvo al pedirse una investigación sobre el
particular.
Siéndole desfavorables los resultados electorales al Partido Socialista
Popular, e igualmente al resto de los partidos populares, no por eso deja de
acelerar el proceso de unificación del Socialismo y acentuar al máximo el
desarrollo del FRAP. Los sucesos de abril, con un alto porcentaje de heridos
y muertos*, sellaban definitivamente el desahucio de combinaciones
políticas con la burguesía disfrazada de “revolucionaria”, representada en
gran parte por el Radicalismo y grupos independientes. Desde esos trágicos
acontecimientos, la unidad del FRAP cobra extraordinaria reciedumbre de
clase y organizativa. De cumplirse las premisas derivadas del “Frente de
Trabajadores”, ‐sin capitulaciones‐ era evidente que por primera vez las
masas, mediante sus propios esfuerzos, podrían alcanzar la victoria. Y al
Partido Socialista ya unificado, se le abrían los caminos para convertirse en
vanguardia del movimiento revolucionario.
125
Una vez constituido el FRAP, el Partido Socialista Popular, y el Partido
Socialista de Chile realizaron el XVII Congreso General Ordinario, en julio de
1957, fusionándose en un sólido Partido Socialista. La orientación básica
para la unificación, fue la tesis aprobada en el Congreso Regional de Unidad
de Santiago efectuado el 30 de junio, cuyos acápites principales son:
“Que la unificación socialista se realiza de acuerdo con una leal adhesión a
los principios, programa y método del socialismo revolucionario, como
expresión teórica y política de nueva etapa en el desarrollo del socialismo
en Chile, tanto por su reconstitución como movimiento revolucionario,
eliminando toda dualidad principista y política, como por su posición de
vanguardia de las clases populares en lucha con las clases poseedoras y
contra el imperialismo, por el derrocamiento del régimen capitalista; que
toda la actividad socialista parte del reconocimiento de que Chile carece
una estructura económica y social homogénea, entrelazándose en ella
formas y relaciones semifeudales de producción con formas y relaciones
capitalistas de producción desarrolladas por la burguesía nativa y el
imperialismo, lo cual asigna el carácter de país semifeudal y semicolonial. La
pobreza y las contradicciones son profundas por el atraso de su estructura
económica y la subyugación de la soberanía nacional por el capitalismo
extranjero, el carácter formal y fraudulento de la democracia y los ínfimos
niveles de vida; que las clases dominantes burguesas y sectores medios se
encuentran históricamente agotadas y son incapaces para promover el
desarrollo económico y social de Chile por su debilidad orgánica, su carencia
de empuje renovados, su alianza con el imperialismo, todo lo cual las
imposibilita para lograr un efectivo desarrollo de la democracia: que el
radicalismo es un partido Centrista, socialmente híbrido. En su masa de
afiliados y en su
* Nunca se ha sabido la verdad sobre los caídos en esos luctuosos
sucesos. El Gobierno afirmó que eran veintidós, y numerosos heridos. Por
las denuncias hechas en esos días y la actuación que me cupo realizar como
parlamentario, siempre he creído que subieron de cuarenta, los muertos. En
una conversación sostenida con Benjamín Videla –Ministro del Interior‐ al
interrogarlo, me expresó no tener antecedentes exactos; pero estimaba que
no menos de treinta personas perdieron la vida.
126
dirección predominan los elementos pequeño‐burgueses, pero, a la vez, en
bases y directivas abundan los elementos acaudalados, terratenientes y
grandes industriales, estrechamente ligado por intereses concretos y por la
posición clasista con los intereses foráneos y con las instituciones más
retrógradas de la sociedad...............Decididos a conquistar el Poder a
cualquier precio galantean simultáneamente a la reacción capitalista y a las
fuerzas progresistas de la clase obrera y de la pequeña burguesía
pauperizada. Su carencia programática seria es mitigada por una trama
híbrida de consignas equívocas en las cuales formulaciones aparentemente
avanzadas, son rodeadas y militadas por cláusulas condicionadas, evasivas y
reaccionarias….. Toda la actitud y actividad de los Radicales es una
combinación demagógica de vagas formulaciones de progreso y de
efectivos compromisos reaccionarios hasta ser el peor freno para una
efectiva democratización del país. Al Socialismo unificado no le merece
confianza las declaraciones democratizantes y populistas de algunos de sus
personeros y, por el contrario, estima que es su deber denunciar ante la
clase trabajadora el contenido deliberadamente confusionista y
reaccionario del radicalismo…”
Además, reafirmó la necesidad que el FRAP definiera concretamente su
posición revolucionaria contenida en el Frente de Trabajadores y, las
elecciones presidenciales, no se prestarán a compromisos con los radicales,
debiendo llevarse un candidato de sus propias filas.
En el plano internacional, el Congreso de Unidad Socialista, acentuó su
firme voluntad de luchar por la Paz Mundial, de “solidaridad activa con
todos los pueblos que trabajan por conseguir su liberación nacional, su
desarrollo económico y su emancipación” Recalcó de manera vigorosa
contribuir a la unidad “ideológica y orgánica del movimiento obrero en todo
el mundo, sobre la base teórica del marxismo, el respeto a la democracia
interna y el reconocimiento de la autonomía de los pueblos para escoger, de
acuerdo a su propia realidad, el camino más adecuado hacia el socialismo”.
La unidad del socialismo y el vigorizamiento del FRAP que las masas
aceptaron con decisión, comprobaron el acierto de la línea política
anteriormente diseñada por el Partido Socialista Popular, siendo ratificada
por el Socialismo Unido. Esta posición, trasunto exacto de una
interpretación marxista de las aspiraciones populares, aplicada con firmeza
127
–en ese período‐ por la directiva y bases del Partido Socialista, rompe la
configuración de fuerzas políticas tradicionales, al oponerle una fórmula
propia que separa de manera definitiva a la clase trabajadora de la
burguesía.
Sin embargo, por darle supremacía a los eventos electorales, surgían en
el FRAP inclinaciones conciliadoras aconsejando pactar con fuerzas sociales
y políticas antagónicas. El Partido Comunista, impulsor de esta tendencia,
no tuvo éxito. En las ocasiones que quiso imponerla, fue rechazada por el
socialismo y el propio FRAP.
El Socialismo ya unificado vio crecer sus cuadros con un vigor combativo
y doctrinario alentador. En el terreno sindical volvió a gravitar con poderío
demostrándolo en el Primer Congreso Nacional Ordinario de la Central
Única de Trabajadores efectuado en agosto de 1957, con una asistencia
sorprendente de delegados. En verdad, esa primera etapa protagonizada
por el FRAP en base a la línea clasista “Frente de Trabajadores”, fue
batalladora y positiva en sus resultados. Este impulso ascendente, culmina
en la campaña presidencial de 1958.
En relación a actividades políticas, en septiembre de 1957 el FRAP realizó
la “Convención Presidencial del Pueblo” con asistencia de delegados de sus
partidos y de otros sectores que se sentían interpretados por la consigna
“UN CAMINO NUEVI, UN CANDIDATO POPULAR Y UN PROGRAMA DE
LUCHA”. Como se esperaba, fue proclamado candidato a la presidencia el
Senador Socialista Salvador Allende.
El FRAP había configurado una estrategia dirigida a la formación de un
poderoso movimiento revolucionario, a fin de prepararlo –a través del
“Frente de Trabajadores”‐ hacia la toma del Poder para organizar un
Gobierno genuinamente del pueblo. Posición justa, de claros relieves
doctrinarios, impulsa con dinamismo y acerada combatividad la campaña
presidencial. En un plazo relativamente corto, estructura en todo el país una
organización sólida, vehemente y de gran vitalidad, atemorizando a los
partidos tradicionales. Socialistas y Comunistas son nervio y motor del
movimiento, dinamizando con su trabajo la decisión solidaria de las
multitudes. La candidatura del pueblo no se forja, pues, como un
movimiento emocional polarizado por la figura mesiánica de un caudillo
128
paternalista. Fue la unidad popular a través de sus partidos de clase, el
agudizamiento de la crisis económica, el fracaso y la traición de los
Gobiernos fraudulentamente llamados de “izquierda”, los planteamientos
programáticos del FRAP; todo esto en conjunto origina una progresiva
maduración de clase en la conciencia de las masas más politizadas,
haciéndolas converger hacia el nuevo camino dialécticamente trazado en
procura de la liberación económica y social del pueblo de Chile.
En aquella etapa, el Partido Socialista había respondido con verdadero
acierto en el plano teórico y práctico a los imperativos exigidos por el
movimiento popular, propinándole un golpe de muerte a la colaboración de
clase que tanto daño causó a los trabajadores. Si con posterioridad hubiese
persistido acentuado la línea “Frente de Trabajadores”, Chile sería hoy la
vanguardia revolucionaria del Continente, junto a la República de Cuba.
*
* *
La campaña presidencial de 1958 ha sido la única donde los partidos
populares, con definiciones propias, enfrentaron a las fuerzas reaccionarias
y centristas, sin ceder ante quienes clamaban por la “unidad de la izquierda”
en base a un abanderado radical. Fue la única, también, que los llevó al
borde de la victoria, pues, Jorge Alessandri, candidato triunfante de la
oligarquía sobrepasó a Allende por escasos 33.000 votos. Bossay y Frei,
radical y demócrata‐cristiano, respectivamente, quedaron muy a la zaga del
abanderado del FRAP, en especial el primero, cuyos electores se volcaron en
gran número a favor de Alessandri. Figuró, además, un quinto candidato –el
pintoresco Cura de Catapilco‐ totalizando 41.000 sufragios de humildes hijos
del pueblo. Así, ese mercenario de la política financiado por la oligarquía,
sirvió de “comodín” para derrotar a Allende.
El primer síntoma de debilidad se produce al finalizarla elección. Allende,
sin previo acuerdo del Comité Central y, no obstante la maniobra
reaccionaria a través del “Cura de Catapilco” dispersando los votos que
influyen en su derrota, se adelanta a reconocer el triunfo de Alessandri. Su
declaración al respecto cae como bomba sobre las multitudes frapistas
enardecidas, sin resignarse a aceptar la derrota en esas condiciones. Faltó,
en aquella ocasión, una actitud más viril y consecuente con el estado
anímico del pueblo. No era necesario –al estilo de los candidatos burgueses,
y no todos‐ adelantarse por su propia cuenta, a sancionar con su
129
declaración, la victoria del representante reaccionario valiéndose del fraude
para obtenerla. No era preciso, tampoco, llamar al pueblo a la acción
violenta –que la reclamaba‐ para crear un sisma revolucionario. Pudo, en
cambio, ‐en lugar de aceptar la derrota viciadamente acaecida‐ denunciar
con energía la estafa electoral consumada contra el pueblo, pidiendo,
conjuntamente con la directiva del Partido y del FRAP a sus partidarios una
acción más vigilante, combativa, tendiente a vigorizar el movimiento y su
espíritu de clase a fin de conducirlo al Poder por otros caminos.
La elección de 1958 fue el primer tropiezo, en el camino ascendente del
FRAP.
El fenómeno paralizante que a contar de entonces se apodera de los
partidos populares y la falta de entereza de sus directivas, no tiene
justificación mirado desde el punto de vista del marxismo. No obedece,
tampoco, a medidas positivas del Gobierno de Alessandri, pues nada realiza
a favor de los trabajadores. La elección, a pesar de la derrota, les dejó como
herencia un movimiento vertebrado en todo el país, una masa asalariada
fervorosa y con animo de luchar, cuadros direccionales en cada localidad,
sentido de clase con aristas profundamente revolucionarias. Es decir, todos
los ingredientes básicos para fortalecer las organizaciones políticas y
sindicales comandadas por el FRAP y solidarias del Frente de Trabajadores.
Sin embargo, nada práctico se emprendió, lanzando por la borda cuanto
habían construido. Dedicados al Congreso legislando con la burguesía y
preparando enjuagues para nuevas elecciones, descuidan con menosprecio
el rico contenido de lucha y esperanzas que las masas pusieran en sus
líderes. No haber valorado el fermento revolucionario dejado por la
campaña, es el error más garrafal cometido por sus directivas. De un pueblo
electrizado, peleador, de pujanza incontenible, a la vuelta de dos años fue
quedando un conglomerado de hombres vacilantes, sin fe en sus destinos,
sin nervio para la acción. Este retroceso enervante que pudo ser detenido,
es de absoluta responsabilidad del FRAP y de manera especial del Partido
Socialista.
Este error tremendo, soslayado por las directivas al desvirtuar con
análisis ajenos a la realidad, le restó –en el curso de los acontecimientos‐
130
gran parte de su contenido clasista. Si hubieran realizado una agitación
permanente, educativa y revolucionaria, la prepotencia del Gobierno de
Alessandri se habría quebrado produciendo una crisis presidencial. En
último caso, si el Comité Central del Partido Socialista Popular, hubiese
ordenado a dirigentes y parlamentarios, con Allende a la cabeza, a recorrer
el país durante los primeros seis meses posteriores a la elección,
organizando el Partido, atrayendo a nuevos militantes y acentuando el
anhelo de lucha de las masas, habrían triplicado la militancia y, las
elecciones municipales que se avecinaban, no habrían constituido un
fracaso para el socialismo. Estas tareas obligatorias para una directiva
responsable y con autoridad de mando, ni siquiera se intentaron.
El descontento por la regresiva política económica del Gobierno de
Alessandri, ofreció mil coyunturas que hacían posible vitalizar un
movimiento insurreccional dirigido por el FRAP, si sus directivas hubiesen
tenido el suficiente coraje, visión y capacidad para irrumpir por el camino
que le trazaban sus principios. Pero su revolucionarismo tantas veces
proclamado por sus más connotados conductores, no pasaban de ser
truculentas expectoraciones demagógicas lanzadas sobre el tinglado
tradicional de la política chilena. El pueblo que esperaba una conducta
combatiente se sintió defraudado; la actitud verbalista y conciliadora puesta
en práctica, decepcionó a las multitudes. Además, la deplorable dirección
impuesta a los conflictos sindicales que se fueron desatando, implicaron
derrotas vergonzosas y el afianzamiento del régimen reaccionario hasta
terminar tranquilamente su período.
Durante esos seis años se dio más importancia a las cuestiones
electorales y no a los anhelos insurreccionales de las masas. Estimaron más
efectiva la acción del Parlamento, aunque nada grande se lograra. Y en un
afán discursivo –que la derecha acogía con beneplácito‐ se sumaban a la
defensa de una legalidad constitucional y de una democracia prostituida
que sólo servía al sector oligárquico y al imperialismo. En tanto los
trabajadores seguían gimiendo en la miseria, los parlamentarios
convertíanse en “repúblicos”, aunque de vez en cuando pronunciaban
discursos inflamados y cuyos conceptos jamás los aplicaban. Eran, en lo
externo, enemigos irreconciliables de la reacción gobernante; pero
sancionaban con su presencia minoritaria todo el cúmulo de atrocidades
legales que la derecha imponía en el Congreso.
131
*
* *
Los Congresos Generales Ordinarios del Partido Socialista celebrados en
octubre de 1959 y en diciembre de 1961 en Valparaíso y Los Andes
respectivamente, nada de fondo agregaron a los lineamientos en lo nacional
e internacional adoptados en anteriores torneos. El Primero tuvo mayor
resonancia exterior por la participación de delegados yugoslavos, socialistas
argentinos, apristas peruanos, acción democrática de Venezuela, socialistas
brasileros. Sólo los de la Liga Comunista de Trabajadores de Yugoslavia
tenían afinidades ideológicas con los Socialistas chilenos, cuyas relaciones
eran cordiales y muy positivas. El resto, estaba muy lejos de compartir la
línea del Frente de Trabajadores que dio origen Alfaro y a la unidad con los
comunistas.
El primero, XVIII Congreso Ordinario, reafirmó la vigencia del Frente de
Trabajadores, fortalecimiento del FRAP acentuando la unidad comunista‐
socialista, alentar la discusión fraternal entre los aliados para esclarecen
puntos de divergencia en lo nacional e internacional, vigorizar la conciencia
revolucionaria de los trabajadores especialmente la del campesinado y,
“rechazar la práctica de alianzas o entendimientos con partidos ajenos al
FRAP a excepción de la acción parlamentaria, a menos que razones de gran
trascendencia para la vida del Partido y del movimiento popular así lo exijan
y sólo en carácter absolutamente transitorio y con objetivos concretos”. En
política internacional se aprobó “rechazar la política de bloques cerrados,
excluyentes y hegemónicos, que han conducido por una parte la actividad
agresiva y, belicista del imperialismo y, por otra, la cerrada política soviética,
que poniendo en peligro la paz mundial, desvía hacia fines de guerra los
recursos productivos de la humanidad sin abril una real perspectiva
revolucionaria al proletariado mundial”.; combatir en pro de la paz mundial
desde el punto de vista de la lucha de clases conducente a derribar el
sistema capitalista que genera las guerras; solidaridad activa con los
empeñados a conseguir su liberación nacional, desarrollo económico y su
emancipación; y reafirmación ideológica y orgánica del movimiento obrero
sobre la base teórica del marxismo, respecto a la democracia interna y el
reconocimiento de la autonomía de los pueblos para escoger, de acuerdo a
su propia realidad, el camino más adecuado al socialismo”. En suma, nada
nuevo en relación a torneos anteriores.
132
En las elecciones de marzo de 1961 el Socialismo obtuvo doce Diputados y
reeligió a los Senadores Raúl Ampuero y Aniceto Rodríguez por el norte y sur,
respectivamente; a su vez Allende reemplazó a Carlos Alberto Martínez, por
expulsión de éste, y Salomón Corvalán a Gerardo Ahumada, por O´Higgins y
Colchagua. Es decir, mantuvo el número de sus Senadores.
En el XIX Congreso, sin mayores variaciones en sus acuerdos, se reafirmó
impulsar la lucha del FRAP, alentar el movimiento de los campesinos y
suscitar una política sindical abiertamente clasista. Un hecho positivo en
este plano fue la realización del Primer Congreso Nacional Campesino al cual
asistieron casi un millar de delegados directos de organismos en marcha,
torneo efectuado en mayo de 1961.
A contar de ese Congreso –Raúl Ampuero fue elegido Secretario General
en reemplazo de Salomón Corvalán que ocupó el cargo dos períodos
seguidos‐ , el Partido se esforzó en fortalecer el movimiento popular a través
del FRAP y de la CUTCH con vista a enfrentar las elecciones presidenciales de
1964. En abril de 1963, las elecciones municipales sirvieron de base para
medir las fuerzas de los partidos políticos, cuyos resultados le dieron al FRAP
seiscientos mil sufragios, o sea, alrededor de un 30% del electorado. Los
comunistas alcanzaron 255.766 votos, los socialistas 229.230 y el Cadena
102.767. El resto de los partidos obtuvieron los siguientes: Radicales,
431.470; Liberales: 260.197; Conservadores: 266.717; y Demócratas
Cristianos 455.522.
Como ya se configuraban tres candidaturas para las elecciones
presidenciales, el FRAP vio una nueva posibilidad en razón a los resultados
obtenidos en las municipales. Además, se robustece en sus aspiraciones,
debido a la aplastante mayoría frapista en el Tercer Congreso de La Central
Única de Trabajadores realizado en agosto de 1963. Socialistas y Comunistas
no tuvieron competidores, pasando a ser sus verdaderos y casi únicos
dirigentes. A estas alturas, habían proclamado una vez más abanderado del
FRAP al Senador Salvador Allende.
Con anterioridad al XX Congreso Ordinario celebrado en Concepción en
febrero del 64, reeligiéndose a Raúl Ampuero Secretario General, se habían
tomado varias medidas de expulsión –algunas injustas‐ causando
resquemores en las bases. Estas medidas repercutieron en dicho Congreso,
133
produciendo, meses después –pasadas las elecciones presidenciales‐,
muchas inquietudes. Por último, culminarían en el XXI Congreso General
Ordinario con el cambio casi total de la directiva presidida por Ampuero. Así,
por ejemplo, en diciembre de 1963 se expulsa a militantes y dirigentes del
Comité Regional de la Juventud Socialista de Concepción. Se intervino,
además, el Comité Regional Central de Santiago, eliminando a los Delegados
elegidos reglamentariamente al Congreso, y nombran a otros y nueva
Directiva sin hacer Congreso ni elecciones. Se les acusaba de trabajo
fraccional que, si algunos lo hacían, la verdad se debía críticas expresadas
por las bases sobre las orientaciones impresas a la candidatura presidencial
por desfigurar la línea Frente de Trabajadores. Tanto el Comité Regional
Central, el Comité Regional Sur, la Brigada de Trabajadores de la Salud y
otros sectores del Partido habían expresado dentro de los cauces
reglamentarios su conformidad y señalaban, a la vez, el camino que a juicio
de ellos debiera tomarse.
En el informe leído por el Secretario General en el XX Congreso, se
denunciaba el trabajo fraccional y el peligro que ello suponía para la unidad
del Partido, solicitando poner fin a esos grupos anti‐partido. Esas tendencias,
según el informe, eran alentadas por las diferencias en el plano internacional
entre chinos y soviéticos y “por el embrujo romántico de las acciones
guerrilleras en otros escenarios o la demagogia de algunos aventureros,
constituyendo los ingredientes básicos de quienes pretendían fundar una
nueva agrupación política, que disputara el campo socialistas y comunistas”.
Pero en vez de expulsar a los oportunistas e irresponsables que acentuaban
posiciones “extremistas” –conocidos de la directiva nacional‐ y que no
abrieron la boca –como Waldo, Grez, asistente al Congreso y que días más
tarde se iría con la candidatura de Frei‐ salvo uno, Clodomiro Almeyda,
defendió a los Delegados anulados del Comité Regional Central, con altura
de miras y valor.
Un mes después del Congreso Socialista falleció el Diputado Oscar
Naranjo Jara, representante de la provincia de Curicó. Abnegado militante
del Partido, fue uno de los servidores más respetados y queridos del
campesinado. En su reemplazo, el Socialismo postuló al doctor Oscar
Naranjo Arias, hijo del parlamentario fallecido y Regidor de la Municipalidad
de Curicó. Hasta ese momento, existían cuatro candidatos presidenciales.
Allende, abanderado del FRAP; Julio Durán, Senador Radical, representaba al
134
“Frente Democrático” integrado por Radicales, Liberales y Conservadores;
Eduardo Frei, de la Democracia Cristiana; y Jorge Prat, levantado por fuerzas
agrarias de las provincias del sur y grupos del ex movimiento nazista. Para la
elección complementaria, estas candidaturas presidenciales se alinearon de
la siguiente manera: El FRAP, con el doctor Oscar Naranjo; la Democracia
Cristiana, con el Regidor Mario Fuenzalida; y el Frente Democrático, con el
dirigente conservador Rodolfo Ramírez. Julio Durán, desde un comienzo le
dio a esta elección carácter plebiscitario creyendo, equivocadamente, en la
victoria de su abanderado. Sin embargo, el triunfo de Naranjo fue
abrumador, seguido de lejos del Demócrata Cristiano y muy a la cola el
abanderado del Frente Democrático.
Estos resultados tan halagadores para el FRAP, significaron la quiebra del
Frente Democrático y, días después, el apoyo de liberales y conservadores a
la postulación presidencial de Eduardo Frei. Julio Durán siguió en la brega en
representación de su partido, como un saludo a la bandera; pero la mayoría
de sus correligionarios más caracterizados y gran parte del arrastre del
radicalismo, sufragaron por el candidato Demócrata Cristiano. Jorge Prat
renunció, sumándose sus fuerzas a Frei.
El fortalecimiento de la candidatura Demócrata Cristiana era fuerte; la
lucha presidencial comienza con vigor, polarizándose entre Allende y Frei sin
romper los cánones tradicionales, demostrando ambos movimientos un
respeto casi místico por la democracia burguesa. Los Socialistas, no
obstante la experiencia anterior, ilusionados en los futuros resultados
electorales por lo ocurrido en Curicó, expresaron en un comunicado final “la
responsabilidad de conducir al pueblo a la victoria…a través del veredicto
democrático de las urnas”, dejando de lado la línea Frente de Trabajadores.
El propio candidato que había recibido la adhesión de algunos “señores”
liberales encabezados por el Senador Gregorio Amunátegui, hizo un llamado
a los Radicales que, por cierto, produjo descontento en vastos sectores del
pueblo. A pocos días de la elección, la campaña del terror psicológico
desatada por el adversario se acentuó sin límite ni medida; sus recursos
económicos fueron aplastantes, se practicó el cohecho por adelantado
mediante el paquete “Cárita”; la iglesia y la propaganda hablada y escrita se
puso a su lado. Con habilidad de tramoyistas subrayaron con rojo su
oposición al Gobierno de Alessandri, dándoles a sus palabras un sentido
populista y demagógicamente revolucionario; su agresividad los
135
diferenciaba del muy medido y democrático comportamiento empleado por
el FRAP recalcando con ademanes tribunicios que harían la “revolución en
libertad”, darían tierras al campesinado y castigarían con severidad a los
explotadores de los humildes. Así, alucinaron a vastos sectores del
proletariado que creyeron en el oropel revolucionario de la Democracia
Cristiana.
El resultado eleccionario dio a Eduardo Frei un margen considerable de
votos que alcanzó a 1.410.00 contra 980.000 de Allende y 125.000 para
Durán.
Veamos, ahora, el análisis hecho por el Comité Central del Partido
Socialista al Pleno Nacional efectuado en diciembre de 1964.
*
* *
En sus partes fundamentales dice:
“Los veredictos del 4 de septiembre en realidad son más que
suficientemente rotundos para que hagamos un descarnado examen
autocrítico de las formas, táctica, médula y filosofía de la tarea que
cumplimos.
“Cerca de 500.000 votos constituyen una cantidad objetivamente
explícita para indicarnos que en esencia, nuestra campaña electoral fue
claramente descaminada y que en su transcurso, en su forma y en su fondo,
contuvo errores que hoy con la tranquilidad que nos otorga el reposo final
de toda batalla, tenemos el deber de puntualizar y en lo pertinente,
enmendar al a brevedad.
“Para entrar al análisis propiamente autocrítico de los resultados,
debemos hacernos el propósito de hablar las cosas con franqueza. Es la
única manera de obtener reales enseñanzas de tan trascendental batalla del
pueblo chileno; es decir, debemos reiterar nuestra tradicional costumbre
socialista de llamar las cosas por su nombre, y no de realizar la política del
avestruz, que es ajena a nuestras prácticas.
“Tenemos que empezar por reconocer que los resultados electorales
significan una negación con respecto a los procedimientos tácticos y el estilo
136
político que se ha estado usando. En buenas cuentas, reconozcamos que
esos resultados han echado por la borda las formas tradicionales y el
espíritu que han presidido las acciones de izquierda. Esos resultados nos
indican que de nada sirven las indefiniciones, las vacilaciones, las
duplicidades, las conciliaciones, que más que un paso atrás y dos adelante,
significan un retroceso en muchos pasos y reiniciar una ruta que deviene en
confusión, desarme ideológico y desaliento para las grandes masas
asalariadas. Lo afirmamos rotundamente, camaradas del Pleno, si algo ha
caducado y ha sido desahuciado a la luz de los resultados de esta elección,
es la política de supuesta unidad nacional, que se traduce en una
beligerancia limitada y condicionada con respecto a los enemigos seculares
de la clase obrera.
“En este sentido, debemos reconocer que quizás nosotros mismos
pavimentamos el camino de nuestra derrota al no realizar una campaña
debidamente revolucionaria bajo la inspiración fiel de nuestra línea de
Frente de Trabajadores. Digamos que el rostro ideológico de la alternativa
popular que empujábamos desde 1957, y que significaba expresar una
ruptura frontal con las fuerzas sostenedoras del status, se desdibujó
notablemente. Hasta 1958 se expresó muy claramente un estilo socialista
que constituía toda una definición política clara y diferente para el pueblo
chileno, que se traducía en un rompimiento cabal y definido con respecto a
las fuerzas sociales y políticas que están comprometidas con el orden actual.
“La política de Frente de Trabajadores significaba y significa reconocer en
la clase obrera y sus aliados los campesinos, el único motor capaz de
producir las grandes transformaciones necesarias desde un punto de vista
clasista y desde un punto de vista nacional. De esta manera, la dirección
política de o en manos de los partidos representativos de los trabajadores, y
edificada sobre una base de conducción revolucionaria, cancelaba las
experiencias que significaron reconocer hegemonía de los partidos de la
burguesía en el movimiento popular. Pero, al mismo tiempo, esa política,
animó –y así se cumplió en la práctica‐ una violenta y permanente
beligerancia con respecto a los partidos tradicionales que, de una u otra
manera, defendían el estado de cosas existente: la institucionalidad, la
legalidad, el juego político, la componenda bastarda, la indefinición, etc.
“Y esa política no constituía una mera formulación teórica, sino que
137
estaba avalada, además por una profunda y real constatación del estado
social y político vigente en las grandes masas.
“Fue así como llegamos a 1958 y a enfrentar la campaña electoral en que
nuestro camarada Allende estuvo a punto de conquistar el Poder o la
victoria, quedando a escasos 30.000 votos de Jorge Alessandri.
“Precisamente, camaradas, esa campaña se realizó bajo la inspiración
cercana y certera de nuestra línea de Frente de Trabajadores: todo el
mundo supo que fundamentalmente se trataba de la campaña presidencial
de socialistas y comunistas, planteamos abiertamente nuestras
“extremistas” banderas programáticas e hicimos la difusión y defensa de
nuestra postulaciones ideológicas básicas.
“Perdimos, es cierto camaradas, pero por un margen estrecho de votos y,
sobre todo, quedo un saldo positivo tan importante, un estado moral tan
elevado, cuadros tan cimentados y firmes ideológica y prácticamente que,
por de pronto, permitieron reiniciar sólo seis años más tarde una nueva
lucha por la conquista del Poder sobre esas bases.
“En suma, se trata que durante la campaña presidencial recién librada, se
perdió la concepción de que el movimiento popular constituía una
alternativa rotunda, diametral y violentamente diferente de las que
propiciaba la burguesía a través de sus fórmulas. Se desarrolló una campaña
en zig‐zag no entendida por la masa y que desconoció los factores básicos
que constituyen la médula de su psicología y de su estado económico, social
y político.
“Las grandes masas, junto con anhelar cambios, buscan alternativas
claras para producirlos; abominan de la componenda y de la conciliación; no
entienden los llamados a las fuerzas que hasta ayer eran rotundamente
adversarias, buscan una voluntad enérgica, avalada por principios sólidas y
permanentes aun cuando ellos no sean lo suficientemente explícitos.
“¿Cómo podrían respaldar una candidatura que se esforzaba por no
aparecer tan marxista‐leninista como los partidos políticos que la
sustentaban? ¿Cómo podrían entender que esa candidatura no era la misma
de 1958? ¿No nos pondríamos de espalda a lo que las masas desean cuando
138
pretendíamos convencer que nuestro movimiento no tenía la dureza ni la
energía que precisan los cambios que ellas anhelan? ¿No buscan los
trabajadores movimientos definidos, ajenos a la componenda, sin figuras
gastadas de gobierno y fórmulas fracasadas?
“Digamos, entonces, para concluir estas consideraciones, que los
resultados electorales requiere una mente más abierta a los
procedimientos, tácticas y estilo político que la izquierda adoptó a partir de
1958”.4
En esta primera parte del informe del Comité Central resalta, por boca de
sus propios dirigentes, los errores cometidos debido a “las indefiniciones,
vacilaciones, duplicidades, conciliaciones…, que significan un retroceso y
deviene en confusión, desarme ideológico y desaliento de las masas
asalariadas”, como lo confiesan en el informe. Afirman, además, ser
responsables de la derrota por haber dejado a la deriva la línea de Frente de
Trabajadores, desdibujada por sus propias actuaciones desde 1959 en
adelante. Es decir, reconocen que en la campaña presidencial del 58 habían
expresado con vigor y claridad la tesis socialista acogida favorablemente por
las masas, no así en la del 64, por la “supuesta política de unidad nacional” y
de “beligerancia limitada y condicionada con respecto a los enemigos
seculares de la clase obrera”. La directiva nacional al constatar los hechos,
les daba la razón a muchos socialistas que habían sido expulsados por
formular esas críticas en el curso de la campaña.
Al referirse al acierto como se llevó la campaña del 58, no obstante la
derrota por escaso margen de votos, reconocían haberles quedado “un
saldo positivo importante, un estado moral tan elevado, cuadros tan
cimentados y firmes ideológica y prácticamente que, por de pronto,
permitieron reiniciar sólo seis años más tarde una nueva lucha por el
Poder”. En efecto, así ocurrió; pero el desastre del 64 no se debe
únicamente a lo ya expresado más arriba, sino que, al hecho imperdonable
de desaprovechar esa herencia realmente valiosa, pues, lejos de proseguir
como partido tareas de organización, captar nuevos militantes, penetrar y
elevar el nivel político del campesinado, divulgar los objetos revolucionarios
de la línea Frente de Trabajadores, se prefirió dar más importancia al
trabajo parlamentario y a las cábalas electoralistas de todo orden que en
nada contribuyeron al fortalecimiento ideológico del Partido, ni mucho
139
menos al del FRAP. Estas tareas que debieron ser impuestas por la directiva
a sus Diputados y Senadores, nunca se intentaron seriamente. La
responsabilidad –aunque no quiera reconocerse‐ de estos errores y de la
zigzagueante orientación impresa a la campaña presidencia del 64, es de
exclusiva incumbencia de los Comités Centrales y, de manera especial, de
los Secretarios Generales durante esos períodos.
Resulta amargo afirmar que el Partido Socialista desde fines de 1958 a
1964, demostró irresponsabilidad para acentuar una clara y firme política de
contenido clasista que, evidentemente, se proyectó también hacia todo el
movimiento obrero contribuyendo a crear una crisis de dirección
revolucionaria. Mientras las bases demostraban espíritu combativo en cada
Congreso partidario aprobando justas resoluciones y en lo externo vibrando
con la lucha revolucionaria de las masas coloniales, resaltando su
solidaridad con la Revolución Cubana, desde arriba, se iban desvirtuando
paso a paso los acuerdos, amoldándolos a las conveniencias de la dirección
que terminaba por convertirse en freno paralizador de todo impulso hacia
adelante. De esa manera se iba diluyendo todo incentivo revolucionario;
jóvenes que se destacaban exigiendo un ritmo más dinámico en
conformidad a los acuerdos aprobados en los Congresos, se les expulsaba
estigmatizándolos de “trotzkistas”, o emigraban a otros grupos marxistas
arrastrando con ellos a los mejores valores de la nueva generación. El
mismo fenómeno ocurría en la actividad sindical, en la cual viejos y gastados
dirigentes del más repelente oportunismo reformista vegetaban como
marmotas mecidos muellemente al calor de la conciliación de clase para
asegurarse cargos burocráticos.
A pesar de los esfuerzos que en cada Congreso las directivas decían
realizar, no se lograba en la práctica superar la debilidad orgánica del
Partido, crear nuevos cuadros direccionales de bases, levantar el nivel
teórico y político de mandatarios y de dirigentes. En elecciones, la
desorientación de muchos candidatos para exponer problemas de interés,
era deplorable. No había en ellos el menor índice de socialismo; toda su
propaganda de clásico corte electoralista, de estéril regionalismo,
prometedora y falaz, carente de orientación ideológica. En nada los
diferenciaba de los candidatos tradicionales. En cuanto a organización,
acostumbrados a asambleas o ampliados, surgía el más demagogo y
arribista. De esa manera, desde 1940 en adelante fue desapareciendo el
140
“núcleo” y, evidentemente, la formación de honestos y capacitados
dirigentes locales y regionales. Esta crisis orgánica, herencia en gran parte
de las etapas colaboracionistas y de un insustancial parlamentarismo que
fue corroyendo la médula del Partido, no ha sido superada. Los mismos
vacíos existen en cuanto a propaganda y órganos de publicidad. Hasta
ahora, no ha sido posible mantener en forma regular un periódico como
expresión política del Partido, lo que revela falta de responsabilidad de la
militancia y de las directivas que no han sabido inculcársela.
El informe autocrítico al Pleno en referencia agregaba aún más lo ya
expresado:
“Nuestro error táctico esencial dice relación con la carencia de una
definición y práctica concretas, con respecto a la fuerza en ascenso que
constituía la Democracia Cristiana en Chile.
“Mientras innumerables factores indicaban que la Democracia Cristiana
como fuerza ideológica y política, en escala mundial se había constituido en
la fuerza de reserva del imperialismo y de los grupos propietarios; mientras
la Democracia Cristiana se transformaba en el muro de contención, en
niveles internacionales y nacionales, del desarrollo de las fuerzas socialistas;
mientras la política imperialista norteamericana se realizaba sobre la base
de trabajar prácticamente con la Democracia Cristiana como alternativa
expresa para los países subdesarrollados: mientras la Alianza para el
progreso llevaba nombre y apellido democratacristiano para América Latina;
mientras en nuestro país, los organismos yanquis, la Iglesia Católica, Cáritas‐
Chile, trabajaban para esa fuerza; mientras en la Universidad germinaba la
juventud democratacristiana que, después, como poderosa fuerza
intelectual y profesional diseminaba nuevas semillas de su credo y de su
mística; mientras todo esto ocurría, camaradas, la Izquierda pregonaba que
“en realidad, la Democracia Cristiana era también una fuerza progresista” y
le reconocía carácter popular. Cercanas están, todavía, las actitudes
conciliadoras frente a la Democracia Cristiana, la esperanza que llegase a
apoyar la propia candidatura del camarada Salvador Allende.
“¿No significaba todo aquello, camaradas, dar no sólo jerarquía a la
Democracia Cristiana sino otorgarle un evidente rol y capacidad popular
para realizar también los cambios que los trabajadores y el país en su
141
conjunto reclaman?
“No sólo no fuimos capaces –imbuidos en ese maldito espíritu
conciliador‐ de denunciar a la Democracia Cristiana como fuerza
retardataria, defensora también del orden existente y aliada del
imperialismo, sino que, lo que es más grave, nos constituimos en alcahuetes
de su ascenso, de penetración en las grandes masas, de su vestimenta con
ropajes populares y, en definitiva, de su éxito y triunfo…”5
Las transgresiones doctrinarias, los errores tácticos en el desarrollo del
proceso electoral, el llamamiento a los Radicales, el apoyo de liberales
“progresistas”, como el Senador Amunátegui sentado ala diestra de Allende
en las grandes concentraciones públicas, al haberle dado jerarquía de fuerza
popular a la Democracia Cristiana, es decir, la más paradojal desfiguración
de la línea política de Frente de Trabajadores en que incurrió el Socialismo y
que el Comité Central veíase en la obligación de reconocer, bastaba y
sobraba para que renunciasen a sus cargos y citaran de inmediato a un
Congreso Extraordinario. No lo hicieron, como lo esperaban las bases, pues
habría sido lo correcto en conformidad a la confesión de su propio fracaso y
al incumplimiento de la línea política trazada en los Congresos. Se
aproximaban las elecciones parlamentarias; una vez más, serían ellos los
“decididos y leales” defensores –en las palabras, pero no en los hechos‐ de
la línea revolucionaria del Partido. Y así, pues, el informe que comentamos,
agregaba:
"El Partido Socialista de acuerdo con su línea de Frente de Trabajadores
que hoy día tiene renovada vigencia y como consecuencia de ella, ha
estimado siempre que el FRAP constituye la herramienta y dirección política
de los trabajadores chilenos. Es decir, la necesidad de una dirección
genuinamente revolucionaria para la conducción de la izquierda al margen
de las influencias de los Partidos de la burguesía, fluye como un a
consecuencia inmediata de nuestra línea política... Este Pleno al ratificar
una vez mas nuestra VICTORIOS línea de Frente de Trabajadores, consolida
nuevamente el vigoroso entendimiento socialista‐comunista..."
¡Que tremenda contradicción! Necesidad de una dirección revolucionaria
sin influencias de los sectores de la burguesía; ratificar una vez mas la
142
VICTORIOSA línea... ¿Es que acaso así lo habían hecho? ¿Olvidaban, a
renglón seguido, las influencias de grupos reaccionarios, las vacilaciones,
desviaciones doctrinarias, que originaron la DERROTA y no la VICTORIOSA
línea que debieron imponer?
Sigamos el informe al Pleno, en otros acápites relacionados con la
campaña parlamentaria que se iba a realizar.
"El Partido tiene que acentuar su personalidad en el seno del FRAP.
Hemos dicho, y lo ratificamos nuevamente, que la suerte de una política
revolucionaria de izquierda está en íntima relación con un fuerte
disciplinado Partido Socialista, sin complejos y actuando a la ofensiva.
"En tal sentido, nuestra consigna en la batalla electoral de marzo próximo
debe ser:
"Frente al nuevo rostro de la Derecha y el Imperialismo, el verdadero
rostro del partido y de la Izquierda chilena". No más tapujos para esconder
nuestras banderas. Defendamos nuestras ideas y nuestro programa...Esta
tiene que ser la médula de nuestras campañas de hoy y de mañana,
desahuciando así, definitivamente, todo intento ya fracasado de
presentarnos como lo que no somos y con lo que no anhelamos...Pero esta
tarea se cumplirá si usamos los vehículos naturales para llegar a la masa y
que no son únicamente los discursos del Congreso. Tampoco las
declaraciones a la prensa o la radio. Hay que ir al terreno donde está la
Democracia Cristiana vestida de mentiras: a la población callampa, a la
Junta de Vecinos, al Sindicato, a los fundos, a las Escuelas. Sólo allí,
enfrentando prácticamente la conducta de los "revolucionarios" en libertad,
desafiándolos en ese terreno, sabremos constituirnos en la vanguardia
auténtica del pueblo... Nuestros parlamentarios, de acuerdo a las ideas
políticas que hemos venido exponiendo, deben ser los verdaderos
vehículos que el Partido disponga para su contacto con la masa. Que no
sean exclusivamente el vehículo hacia el Parlamento.
"El trabajo propiamente legislativo es importante, pero debe realizarse
de tal manera que no todos los camaradas nuestros vivan
fundamentalmente preocupados de él. La gran mayoría de nuestros
próximos parlamentarios, y deben entenderlo ahora que sólo son
143
candidatos, trabajarán básicamente en el centro de los diferentes
problemas que el pueblo vaya afrontando. Para los Socialistas, JAMÁS EL
PARLAMENTO HA SIDO UNA ESPINA DORSAL DE SU POLÍTICA, por lo que
nuestra práctica parlamentaria significa que estos camaradas deben
caminar siempre a la población, al sindicato, o al grupo de trabajadores que
por cualquier razón o motivo luchan por una solución..."
Los acápites transcritos, como puede apreciarse, revelan contradicciones
entre un párrafo y otro de ese Informe al Pleno Nacional. Quizás esto mismo
sirva de prueba al drama vivido por el Socialismo en diferentes etapas de su
existencia, llevándolo a contradecir su línea "marxista‐leninista" en las
palabras, pero absolutamente desfigurada en los hechos. "No más tapujos
para esconder nuestras banderas; defendamos nuestras ideas y nuestro
programa". A confesión de parte relevo de pruebas, podría decirse en
términos procesales. Dichos conceptos llamados a imponerlos en la
campaña electoral de marzo de1965 ¿fueron aplicados, acaso, en la justa
presidencial del 64? Y algo más: El deber ineludible de los parlamentarios ‐
si la directiva nacional no hubiese estado integrada por gran número de
ellos‐ de manera tan imperativa expresada en el Informe ¿lo habían
cumplido alguna vez? "Jamás el Parlamento ha sido espina dorsal de su
política" decían, instándolos a actuar en la población callampa, en los
Sindicatos, en el campo, en las minas, a recorrer el país desenmascarando a
la Democracia Cristiana y elevando el nivel ideológico de las masas. Y
agregaban: Ya que los manifiestos, ni las declaraciones, ni los discursos del
Congreso, producen resultados positivos como el contacto directo con el
pueblo procurando galvanizar una auténtica vanguardia revolucionaria.
Palabras y más palabras –como el eco que se pierde en el espacio‐ que ni
antes ni después fueron capaces de cumplirlas.
Al analizar objetivamente la marcha del Socialismo desde 1959 a 1964, se
recoge la sensación de un envejecimiento prematuro, como si sus directivas
sufrieran de epilepsia. Rugían a menudo, desde los sillones parlamentarios
para certificar su existencia, sin asomarse alas provincias y centros laborales
desde las elecciones presidenciales del 58. En realidad, fue un periodo de
inercia partidaria en que se dilapidó todo el fervor multitudinario
despertado por el “allendismo” en la campaña presidencial del 58. No es
que la desidia direccional fuese aceptada por todos los socialistas,
Miembros de la juventud, algunos dirigentes Regionales y Seccionales,
militantes de base, se esforzaban por hacerse oír a través de sus organismos
144
exigiendo una conducta diferente, combativa y clasista, tal cual fluía de la
tesis Frente e Trabajadores cuya vigencia hacíase imprescindible subrayar.
Estas iniciativas se estrellaban ante el más olímpico desdén del Comité
Ejecutivo anestesiado de parlamentarismo y absortos, entre ellos, de
imponer sus candidaturas y la de sus acólitos –salvo raras excepciones‐ para
las elecciones del 61.
Ocho meses después de iniciado su Gobierno, la Democracia Cristiana y a
cuatro de las elecciones parlamentarias, se realizó en Linares el XXI
Congreso General Ordinario, en junio de 1965. Allí se cambió
fundamentalmente el equipo directivo que había dirigido al Partido desde el
XIX Congreso efectuado en diciembre de 1961, quedando en absoluta
minoría los responsables de esos dos períodos.
NOTAS DEL CAPITULO IV
(1) Informe del Comité Central al XVIII Congreso General Ordinario del P.S.
de 1959
(2) Boletín del Comité Ejecutivo del P.S.P. Nº 9. Agosto de 1956
(3) Ídem.
(4) Informe Político del Comité Central del P.S. al Pleno Nacional de
diciembre de 1964
Págs. 2, 3 y 4
(5) Ídem. Págs. 4 y 5
CAPITULO V
La crisis de la dirección de los últimos seis años del Partido Socialista,
está engendrando un proceso peligroso a su existencia como entidad al
servicio de las clases explotadas. Este riesgo se debe a la falta de juventud
generadora de cuadros direccionales de relevo, teórica, fogueada en la
lucha, de vigorosa moral, incontaminada de reformismo y ajena a
componendas politiqueras e intrigas que perviertan sus anhelos
revolucionarios. Ninguna preocupación encaminada a materializar en tal
aspecto ha surgido –en este lapso‐ en resguardo del porvenir del Partido.
Por el contrario: si los jóvenes han demostrado condiciones de líder, espíritu
de superación, impetuosidad de lucha y constante actividad, en vez de
alentarlos apoyando sus iniciativas y depurando sus extremismos
ideológicos para mejor encauzar sus inquietudes, han tratado de ganarlos a
145
sus posiciones conservadoras disuadiéndolos de sus tareas, so pretexto de
evitar polémicas perjudiciales a la unidad del movimiento popular.
Primaba, pues –inconfesadamente‐ el fortalecimiento electoral del
Partido a fin de ganar un buen número de parlamentarios como tarea básica
encaminada a la revolución. Por último, a los más connotados se les ofrecía
una candidatura, a todas luces inalcanzable; pero favorable al postulante
impuesto por el Comité Central aprovechando el esfuerzo y los pocos
sufragios obtenidos por el joven. De esta manera, se ha ido degradando a
dirigentes de la Juventud. Quienes se prestan a ese juego, concluyen
cayendo en el más aberrante oportunismo convirtiéndose, a la postre, en
burócratas fiscales, municipales o del propio Partido. Así les han cancelado
para siempre sus rectos ideales, envolviéndolos en las telarañas del más
nefasto reformismo. Los que no se doblegaban a tan groseros
ofrecimientos, pronto se les derrumbaba con golpes de mayorías
ocasionales; adultos, envalentonando a los más inexpertos y pusilánimes –
despertándoles apetencias burocráticas‐ para que echaran de su Comité
Central a los insobornables.
Por ese mismo camino, la Juventud Socialista ha ido siendo aplastada sin
contrapeso, forzando a sus mejores dirigentes a emigrar de sus filas. Los que
se quedaban, constituían un remedo de organización sin incentivos para
conquistar adherentes y sin ninguna gravitación entre las juventudes
obreras y estudiantiles. Con esa táctica suicida se daba el triste espectáculo
de un Partido Socialista de larga trayectoria, careciendo de una bullente y
sólida organización de Juventudes en condiciones de preparar cuadros
capaces de sustituir, corriendo el tiempo, al viejo y declinante aparato
direccional.
No se trata de aumentar los hechos con el morboso afán de criticar lo
ocurrido y que todos conocen. Las cosas deben decirse –aunque resulten
exageradas para algunos‐ tal cual han sucedido, única manera de enmendar
rumbos tendientes a robustecer al Partido Socialista, pues, a pesar de sus
errores, sigue siendo el más idóneo al ambiente político de nuestro pueblo y
el llamado a destacarse como auténtica vanguardia de la revolución chilena.
Por esto, si se estudia con serenidad las causas que afectan a la Juventud
Socialista, fluyen de inmediato dos etapas bien definidas. Al compararlas,
146
resaltan con nitidez diferencias de procederes tenida para con ellas por dos
generaciones distintas en la conducción del viejo Partido.
En los tiempos de Grove y Schnake la Juventud era combativa, estudiosa,
idealista, generando una pléyade de valores que en la edad adulta pasaron a
dirigir los destinos del Partido. Muchos problemas le crearon al Comité
Central de la entonces vieja organización, origen de su natural inquietud por
mantener su autonomía y oponerse a los lineamientos reformistas de
colaboración de clase impuestos por las directivas. Su coraje en las luchas
callejeras contra los nazistas, perdiendo valores tan significativos como
Barreto; sus enfrentamientos polémicos con la juventud comunista cuando
éstos llamaban a unírseles a los jóvenes católicos y de la burguesía
“progresista” –tan reaccionarios como sus progenitores‐, le otorgaron
personalidad y solvencia revolucionaria, organizándose desde Arica a
Magallanes. En lo interno, dilucidando posiciones hacían gala de capacidad
teórica; su dedicación al estudio de los problemas socialistas, era realmente
admirable. El Comité Central de adultos no se inquietaba, ni los amenazaba
con expulsarlos cuando esgrimían en su contra su dialéctica revolucionaria.
Sólo al comenzar las escisiones e irrumpía con violencia el oleaje
“inconformista”, eran intervenidos por las directivas del Partido. Pero ya
había germinado la semilla y no era posible detener su ardor y desarrollo
cualitativo, pasando a reemplazar cinco años después –en el período más
desalentados del Socialismo‐ a esos viejos dirigentes causantes de los
descalabros, vicios y rutinas a que habían conducido al Partido.
El mérito de aquella primera generación direccional, efectiva y
combatiente durante los primeros seis años desde su fundación, fue el
haber creado cuadros de relevos impulsando la organización y crecimiento
de la Juventud, como entidad autónoma del Partido. Ello aminora los
errores desviacionistas y el grosero oportunismo de la etapa decadente y
tortuosa que en seguida protagonizaron. Sustituidos, entonces, por los
jóvenes, ‐tras enconada lucha‐ el Partido volvió a recuperarse con el espíritu
doctrinario de sus años iniciales. El crepúsculo legado fue trocándose, paso
a paso, en una nueva aurora con el viril empuje de su juventud ya adulta.
Con justificada razón la juventud de aquel tiempo denominaba “vacas
sagradas” a los que se creyeron dirigentes inamovibles, no obstante ser
incapaces de reaccionar como verdaderos socialistas. Expulsados los más
recalcitrantes y alejados a sus cuarteles de invierno otros, los nuevos
147
conductores dieron comienzo a la épica tarea de rehabilitación del
Socialismo.
Depurado el Partido entre los años 46 al 49 de quienes lo dirigieron al
estilo de una empresa comercial, se le reorganizó imponiendo como norma
la ejecución exacta de lo acordado en sus Congresos, sin ese practicismo
oportunista que tanto lo degradara. Renació la fe en las bases retornando al
combate sin tregua contra la oligarquía y el imperialismo, a una pelea
frontal con la burguesía afianzada económica y socialmente por los
gobiernos colaboracionistas, es decir, a la lucha de clases que los viejos
dirigentes trocaron por la conciliación de clases.
Con auténtico espíritu revolucionario buscaron una interpretación
dialéctica al fenómeno social agudizado con aristas más profundas por la
administración de González Videla. En buenas cuentas, se vitalizó con sangre
joven la organización llamada a un mejor destino denominándose Partido
Socialista Popular, porque hasta el nombre se había perdido durante los
descalabros. La independencia política conducente a clarificar propósitos y
métodos para la acción, la implantación de la democracia y autonomía en el
movimiento sindical, el tesonero trabajo por reunificar grupos socialistas
dispersos, y el Programa con fundamentación teórica, constituyeron los
comienzos básicos impuestos por la generación joven desde los comandos
partidarios.
Doce años se mantuvo ese espíritu cuyas raíces las originó el Congreso de
Concepción, decayendo con notoriedad desde 1958 en adelante. Cierto que
se progresó cuantitativamente, aunque no en proporción a otros partidos;
pero se bajó en calidad. En el Comité Central sucedíanse los mismos
dirigentes, unos después de otros, salvo raras excepciones. En lugar de los
más idóneos, afloraban mediocridades sin aportar nada en lo ideológico y
labor práctica, conformándose una burocracia obediente y sumisa al
Secretario General, excepto casos muy honrosos. Quienes exponían un
pensamiento crítico y se esforzaban en acentuar la línea “Frente de
Trabajadores”, pronto les hacían el vacío cerrándoles todos los caminos.
Repetíase el mismo fenómeno en el plano sindical, favoreciendo al Gobierno
en su política reaccionaria. Cuando en lo interno el espíritu oposicionista al
Comité Central afloraba en los Comités Regionales o Seccionales, se les
intervenía, desalojando a sus directivas y colocando en su lugar a los
148
incondicionales. El Partido sólo adquiría movilidad en períodos eleccionarios;
la divulgación teórica de los principios esenciales del Socialismo, dejó de
hacerse. En este aspecto, el 60 % de los parlamentarios y dirigentes no leían
ni el periódico que esporádicamente solía editarse, menos aún, folletos o
libros doctrinarios. Muchos de ellos estaban por debajo del nivel cultural y
teórico de dirigentes de base. En buenas cuentas, el Partido se anquilosaba,
perdiendo su combatividad y su espíritu de organización revolucionaria.
Los viejos dirigentes sustituidos por sus fracasos y traiciones al
Socialismo, calificados de “vacas sagradas”, al menos, tuvieron el mérito de
apoyar y alentar la formación de una Juventud activa, estudiosa y
emprendedora que salvó después, la sobrevivencia del Partido. Esa misma
Juventud, ahora veterana conductora del Socialismo, ha cometido el delito
de paralizarla en su acción, estrangulando las inquietudes y trabajo de los
más capacitados dirigentes jóvenes que han ido surgiendo los últimos años.
Muchachos de innegables condiciones los dosificaron de reformismo,
reduciéndolos al triste papel de arribistas y de jefes de una organización
fantasma que sólo opera con un timbre. Los que se resistieron a la “droga”
que los haría capitular, fueron expulsados; pero arrastraron tras ellos a la
militancia más batalladora e inteligente. En los planteles universitarios, las
Brigadas de jóvenes socialistas sin fuerza de atracción y carentes de todo
incentivo revolucionario, dejaron de ser una corriente promisoria.
No es aventurado afirmar que dicha conducta para con la Juventud
constituye una verdadera apostasía a los principios socialistas. Las viejas
directivas bautizadas de “vacas sagradas” seguían penando, reencarnadas
con exagerada afinidad en el espíritu de sus sucesores que merecían con más
propiedad aquel calificativo. En muchos aspectos la historia volvía a repetirse
con variantes muy atenuadas, pero abultadas demagógicamente para
mantener las apariencias revolucionarias. El haber detenido el desarrollo
organizativo de la Juventud al liquidar sus cuadros más combativos e
ideológicamente preparados, ‐convirtiéndola en un anémico apéndice del
Partido‐ es el hecho más execrable realizado por los mismos que le debían a
la Juventud de su tiempo el ascenso posterior a los comandos partidarios.
*
* *
En el horizonte de la vida moderna el Socialismo surge como símbolo
renovador de la sociedad humana y como un fenómeno científico que habrá
149
de imponerse. Es claro, deberá hacerlo a través de la revolución –que surge
de la crisis económica y social engendrada por el sistema capitalista‐
destruyendo los engranajes estructurales de la sociedad contemporánea. En
este ambiente caótico de un orden agonizante –en el caso de su ya larga
trayectoria‐ penetra con intensidad en el corazón de las multitudes, aunque
no estén preparadas para analizarlo en sus fundamentos teóricos. Producto
inevitable de un sistema en decadencia, brota como savia renovadora en
reemplazo de una sociedad sin futuro. Su fuerza, en esta época de
definiciones, nace de una exaltación heroica y a la vez humana que da
aliento a las masas hacia perspectivas superiores de vida. Para la obtención
de sus finalidades, el Socialismo deberá utilizar todas las experiencias y
considerar factible todo medio de lucha derivado de sus principios
siguiendo, por cierto, las alternativas creadas por el movimiento en cada
etapa de su desarrollo.
Las dos guerras mundiales acaecidas en este siglo, a causa del capitalismo
en su incesante combate por sobrevivir, han llevado a la humanidad al
terreno de la más criminal de las barbaries. Pero el averno de esos conflictos
surgieron revoluciones que han cambiado las anquilosadas estructuras de
muchos países. La Revolución Rusa, producto de la primera guerra, sirvió de
impulso y guía al nacimiento de regímenes socialistas en diferentes
latitudes, al finalizar la segunda conflagración. Pueden, todavía, las naciones
capitalistas detener por algunos años –en sus propias fronteras y países sub
desarrollados que explotan‐ la victoria del socialismo; paro jamás le
cerrarán el camino para siempre.
Las huelgas cada vez más generalizadas quebrando momentáneamente
la convivencia entre explotados y explotadores, los movimientos
nacionalistas de los pueblos colonizados de la Unión Soviética, Yugoslavia,
China y otras que iniciaron con éxito una nueva sociedad; ahora, en este
Continente, el heroico pueblo cubano, están dando aliento a los
trabajadores del mundo hacia un rompimiento total con el pasado y por la
implantación revolucionaria del sistema socialista.
En Chile, la colaboración de clases practicada en los últimos decenios, ha
debilitado las inquietudes revolucionarias del pueblo. La burguesía, sin
ceder terreno, ha admitido esta maniobra de los partidos marxistas, segura
de mantener su hegemonía de poder gobernante. Esta conducta que frena
150
el conflicto de clase se debe, en gran parte, a las ilusorias perspectivas
creadas por el parlamentarismo en la mentalidad de dirigentes socialistas.
En lugar de aprovechar el Parlamento como herramienta de organización,
propaganda, agitación y educación política de las masas, se convierten en
co‐legisladores de la sociedad burguesa allí representada, so pretexto de
obtener mejoramientos económicos y sociales a favor de las clases
asalariadas, en circunstancias que son minucias intrascendentes sin cambiar
en nada su destino; pero se les anestesia con meras medidas de un
trasnochado reformismo.
El Socialismo chileno –entre las fuerzas marxistas existentes‐ en ciertos
períodos de su existencia estuvo en inmejorables condiciones para
desarrollas una labor conducente a fortalecer y estructurar el más poderoso
movimiento revolucionario de masas. Cuando sus dirigentes pudieron
vanguardizarlo ‐1935 y 1958‐ se dejaron atrapar por el turbio oleaje del
reformismo colaboracionista y, más adelante, les faltó voluntad y decisión
en llevar hasta sus últimas consecuencias las exactas dimensiones de la línea
“Frente de Trabajadores”. En gran medida ha contribuido a esa conducta, la
actitud asumida por los comunistas. Adscritos a la política dictada por la
Unión Soviética, éstos permanecen amarrados a las conveniencias
diplomáticas del Kremlin a través de la “coexistencia pacífica” con el
imperialismo. Y en Chile, se traduce en la línea de “Frente Democrático de
Liberación Nacional”. Ello los impele a reprimir toda acción frontal
transigiendo con el adversario de clase, debilitando hasta hacer inoperante
la tesis “Frente de Trabajadores” –aceptada como línea de combate dentro
del FRAP‐, al acomodarla a las contingencias de sus posiciones. Así se ha
dado el caso paradojal de una política teóricamente revolucionaria y
conformada a una interpretación marxista, se le desfigure de su contenido y
proyecciones en la acción práctica por los encargados de aplicarla, no
obstante simbolizar con ella la unidad de socialistas y comunistas para hacer
la revolución.
No es extraño, entonces, que el movimiento popular chileno a pesar de
su rico arsenal de experiencias, no haya logrado imponerse con el
dinamismo revolucionario exigido por las circunstancias. En el perenne
proceso de estas luchas –lo sabemos bien‐ se enfrentan períodos de
estancamiento y también de retroceso, para avanzar después estimulados
por ideas y tácticas tendientes a romper el dique de contención. Sin
151
embargo, respecto a Chile, planteando una línea teórica justa y que las
masas acogen con fervor porque interpreta sus inquietudes, no bien se ha
recorrido un camino más o menos exitoso, se vuelve a caer en tácticas y
procedimientos ya superados, perdiéndose la pujanza del movimiento en
marcha. Las capas directivas ceden ante el adversario, desfiguran sus
principios, frustran el ímpetu de las bases y devienen, finalmente, en
sostenedores del orden burgués. Desde el Frente Popular hasta ahora –
salvo cortos períodos‐ el fenómeno ha sido similar.
Los socialistas tuvieron comienzos impresionantes hasta 1939; decaen en
seguida, en forma espectacular. Desde el 46 al 52, vuelven a recuperarse
emprendiendo tareas de educación política y organizativas en contacto
directo con las masas. Así, confieren al Partido vigor combativo y una
estructura revolucionaria. Contribuyeron al triunfo de Ibáñez, pero se
demostraron incapaces de evitar la regresión de ese Gobierno a posiciones
reaccionarias. Esa etapa corta y ejemplarizadora constituyó una experiencia
definitiva en cuanto a la colaboración, pues demostró que la llamada
“burguesía progresista” jamás permitirá transformaciones económicas y
sociales profundas. Con su retiro del Gobierno, el movimiento popular
recobra nuevos impulsos, reestructurándose unitariamente en lo político y
sindical bajo líneas y tácticas conforme a una clara y definida posición
clasista.
Diseñada por los Socialistas la tesis Frente de Trabajadores y aceptada por
los comunistas, no obstante éstos defender la formulación de “Frente de
Liberación Nacional”, el pueblo galvanizó sus cuadros a través del Frente de
Acción Popular, excluyendo a los Radicales. El objetivo fundamental era la
toma del Poder a fin de realizar la revolución socialista, dejando al margen a
los partidos “centristas” que, oscilando entre la izquierda y la derecha,
terminaban siempre apoyando a los grupos oligárquicos y pro imperialistas.
La conciliación de clases después de esta amarga experiencia, no volvería a
repetirse. Al menos, hasta septiembre de 1956, fecha en que se redactan
estos apuntes, no existen intenciones de reincidir. Si ocurriere en el futuro,
querría decir que las organizaciones marxistas se habrán convertido en
partidos Social‐Demócratas.
El Frente de Trabajadores, en teoría, responde a los imperativos de la
152
revolución socialista en su avance para triunfar. Pero, orientaciones que
fluyen del propio movimiento en desarrollo, carecen de continuidad y de una
dinámica acentuación hacia el alcance de sus objetivos. Así ocurrió después
de la campaña presidencial del 58, campaña realizada con vigorosos trazos
revolucionarios en un compacto frente de trabajadores. Entonces, incorporó,
a los campesinos a luchar codo a codo con el proletariado, esperanzados en
una Reforma Agraria que pusiera término a una explotación de siglos. Es
decir, consolido un movimiento popular dispuesto a proseguir la lucha hasta
obtener la victoria.
En efecto, el FRAP estaba vertebrado en todo el país; el socialismo ya
unificado, representaba una fuerza poderosa acrecentada por el
“allendismo”; las masas confluían hacia metas revolucionarias por la
conquista del Poder y habían surgido dirigentes de base –en todo Chile‐
premunidos de tales objetivos. La máquina estaba intacta en condiciones de
movilizarla; y, dirigentes y parlamentarios sobre un terreno abonado, podían
continuar acerando el movimiento hasta dejarlo en disposición de enfrentar
la lucha por el Poder. Sin embargo, el ritmo de combatividad –tan pronto
terminó la elección presidencial‐ decreció ostensiblemente. De manera,
insensible, las directivas nacionales se adormecieron, sin preocuparse de
cuanto habían construido. Y para justificar su inercia ante las masas –
anhelosas de la continuación ascendente del movimiento‐ entregaban a la
prensa y radio declaraciones altisonantes de un exagerado revolucionarismo;
pronunciaban encendidos discursos en el Parlamento, a manera de cortina
de humo, ocultando ladinamente su carencia de voluntad para proseguir el
combate. Así se fue produciendo en las bases un retroceso en su fervor
revolucionario, una especie de anestesia colectiva, una paralizante
actividad, perdiéndose otra magnífica coyuntura propicia a un positivo
desarrollo de la revolución chilena.
El objeto fundamental del Socialismo es la revolución social. El
materialismo histórico afirma ser esta tarea una necesidad, debiendo
efectuarse no porque ofrezca una organización más justa y sin privilegios de
la sociedad humana, pues su victoria es consecuencia lógica e inevitable de
un proceso perpetuamente en ascenso y que se desarrolla ante nosotros. La
evolución económica dentro del régimen capitalista va creando las
condiciones económicas que tarde o temprano habrán de suplantarlo, si el
proletariado consciente de su misión histórica y organizado en un partido
153
revolucionario es capaz de hacerlo. El Socialismo, en este sentido, entrega a
cada combatiente una filosofía heroica que acera sus convicciones
extirpándole el pesimismo y la pusilanimidad. Respecto a Chile, en la etapa
de su gestación y en los años rehabilitadotes del Partido Socialista Popular,
se actuó imbuido de esa filosofía, rubricando los únicos periodos con real
dinámica ascensional.
A lo largo de 30 años –debemos señalar‐en que dos generaciones han
comandado los destinos del Socialismo, cuantitativamente el ritmo electoral
sigue siendo el mismo o inferior al aumento vegetativo de la población; y,
desde el punto de vista militante, carece de incentivos prácticos y
organizativos y permisibles de convertir en cuadros fogueados aptos para la
revolución, a los que adhieren a sus filas. La militancia efectiva es muy
inferior a la nominal, pues quienes cooperan en tareas partidarias o
económicas son una minoría, factores que se han coludido cerrándole toda
perspectiva de desarrollo y de centro aglutinador de las masas. Nada tiene
de extraño, por lo tanto, ver a jóvenes ingresados a sus filas emigrar al poco
tiempo (expulsados unos por su crítica a la dirección, voluntariamente los
más) a volcar sus inquietudes combativas a grupos como el Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR) que, en un lapso relativamente corto, ha
logrado penetrar entre el estudiantado universitario y ganado, también, un
buen número de obreros e intelectuales.
En cuanto a trabajos de carácter teórico, análisis político‐social, estudios
económicos interpretados al calor del marxismo, el aporte ha sido también
mínimo. Julio Cesar Jobet, honesto intelectual y prestigioso historiador que
ha entregado lo mejor de su vida al Socialismo; y Oscar Waiss, de combativa
ejecutoria revolucionaria, abogado siempre al servicio de los trabajadores y
que fue expulsado por discrepancias internas, han sido los únicos que se han
preocupado seriamente por estudiar y transmitir en libros de gran interés
sus conocimientos sobre estos temas *.
El deber primordial de los partidos de formación marxista es captar con
máxima exactitud las inquietudes y aspiraciones de la clase trabajadora,
interpretar al calor de sus principios los fenómenos sociales‐económicos,
luchar por la transformación de la sociedad burguesa en socialista. Tener
conocimiento cabal que el marxismo no es sólo conocer las obras de Marx y
Engels, sino que, conjugar sus enseñanzas hasta hacerlas efectivas. No basta
154
con creer en sus principios, vociferar contra el capitalismo, enardecer las
pasiones en períodos electorales. Es necesario tener coraje y la suficiente
lealtad de abrirles camino para su victoria. Gritar todo aquello y transigir
después con los representantes del orden que se pretende destruir –
pretextando, a menudo, que las libertades públicas están amenazadas‐, es
caer en el viejo vicio del desprecio por la teoría entendida como
pensamiento para la acción. Es lo que les ha ocurrido a los partidos
populares chilenos, diferenciándolos muy poco de las fuerzas políticas
tradicionales.
Los cuadros directivos, en estos últimos decenios han actuado con sutileza
y plenos del más disimulado reformismo. Los que han hecho ondear la
bandera de las luchas revolucionarias –salvo raras excepciones‐ se han
mimetizado con la clase adversaria exteriorizando en abstracto ideas de
avanzada. Los más audaces se parapetan tras una lógica de hojarasca como
portavoces del más exagerado revolucionarismo, esforzándose
por sobrevivir políticamente con el apoyo del pueblo al que inducen a
comulgar con ruedas
de carreta. Cuando se carece de un pensamiento doctrinario sólido, se cae
siempre en fórmulas empíricas aparentemente revolucionarias. Esta
conducta que suele ilusionar a las
* Jobet es autor de Ensayo Crítico del Desarrollo Social‐Económico de
Chile, Fundamentos del Marxismo, Santiago Arcos, Recabarren, Precursores
del Pensamiento Social de Chile, Socialismo, Libertad y Comunismo, y varios
folletos de carácter socialista.
Waiss es el autor de Nacionalismo y Socialismo en América Latina, Los
Problemas del Socialismo Contemporáneo, El Drama Socialista, Amanecer en
Belgrado, Ensayo sobre las Multitudes, Esquema Económico Social de Chile, y
folletos de divulgación marxista
Han sido además colaboradores de revistas extranjeras y nacionales de
tendencias revolucionarias.
masas, adoptada por sus dirigentes frente a situaciones políticas concretas,
no es casual. Es
el origen de la dualidad entre el pensamiento y la acción, es decir, entre los
155
acuerdos positivos que las bases aceptan en los Congresos y la desfiguración
que de ellos se hace al llevarlos a la práctica. Aquí está la raíz de los errores
que han obstaculizado la marcha ascendente del Socialismo. La tesis del
Frente de Trabajadores –de honda significación revolucionaria, pero
desfigurada por los encargados de cumplirla‐ es el ejemplo más elocuente de
esta dualidad de pensamiento. Los fracasos que experimentan –para calmar
la animosidad de las masas esperanzadas‐ los transforman en victoria cual
avezados alquimistas. Anestesian el ambiente con manifiestos, discursos,
asambleas; barajando guarismos electorales y haciendo erudición de un
rutinarismo dialéctico barnizado de citas intrascendentes, sin el menor
análisis marxista que los justifique. De esa manera, los “Generales”
derrotados continúan en las directivas partidarias, airosos, decididos,
vinculándose cada vez más a las tortuosas marañas de una política sin
horizonte. Revolucionarios en las palabras, pero no en los hechos, son
hostiles a la teoría que la deforman con maestría de juglar. Por ese camino
no han logrado ni lograrán galvanizar una sólida vanguardia para la conquista
del Poder.
*
* *
¿Cómo se enfrentan las elecciones parlamentarias en Chile? No es un
cargo antojadizo afirmar que para los llamados “partidos históricos”,
constituyen un mercado electoral donde se envilece la conciencia
ciudadana. Y desde 1957 ha alcanzado, en parte, algunos partidos
populares, pues, al transformarse en meros instrumentos de la
“democracia” burguesa, se han contagiado de ese vicio repudiable. Sin el
cohecho degradante de los primeros, jamás obtendrían mayoría en ambas
remas del Congreso; si los segundos no hubiesen devenido en entidades
reformistas, tiempo ha de que las condiciones políticas serían otras. En
consecuencia, ninguna elección de las habidas refleja el verdadero sentir de
las mayorías.
El soborno cívico era tan monstruoso –y lo sigue siendo‐ que derecha e
izquierda renovaron la Ley Electoral con vista a sanearla de ese escándalo.
Los efectos han sido peores; el cohecho tiene ahora aristas de inmunidad.
Candidatos con medios económicos poderosos, pueden ejercerlo sin
tropiezos.
La Reforma, en vez de aminorar gastos y poner atajo a la compra de
156
conciencias, los agudizó en desmedro de los partidos populares. Muchos
creyeron que el voto único propinaría un golpe de muerte al cohecho y, al
limitar la propaganda, se iba a democratizar el proceso eleccionario
significando, también cierta nivelación en los gastos de cada postulante. Los
resultados han sido peores. La cristalización de la Reforma Electoral
involucró un retroceso y perjudicó la unidad popular. El vicio congénito del
soborno ha mutilado la psiquis del hombre explotado, haciendo imposible
higienizar el acto mismo de la votación. El poder económico de la burguesía
se canaliza ahora de manera más efectiva. Valiéndose de mis subterfugios
compra por anticipado la adhesión silenciosa, pero segura, de sectores
empobrecidos; en el interior de los partidos de izquierda ‐burgueses
disfrazados de marxistas‐ prostituyen con prebendas o dinero al dirigente
de base en perjuicio del que mantiene inalterable sus principios. La Reforma
Electoral ha facilitado, en cierta manera, el monopolio de la propaganda
radial y de prensa por la intensidad de avisos, slogan, discursos, cuyas tarifas
sólo los ricos pueden pagar copando, a menudo los horarios disponibles. En
radios, tres o cuatro frases de un candidato socialista se diluyen frente a
cincuenta y más de sus adversarios. De idéntica manera contratan
funcionarios provistos de flota de vehículos que se movilizan día y noche
distribuyendo vestuario, materiales de construcción, artículos alimenticios,
etc., en las poblaciones más necesitadas. En suma, con el beneplácito de la
Ley, se comercial con la miseria practicando el cohecho como jamás antes
ocurriera.
Cada sillón así obtenido cuesta sumas siderales; si los dineros que
invierten correspondieran a empréstitos bancarios, la dieta a ganar no
cubriría ni el pago de los intereses. ¿Quiénes financian, entonces, estos
desembolsos? Es obvio expresar que por la llamada “vía electoral”, las
organizaciones marxistas en lugar de alcanzar el Poder tienden sólo a
vegetar con miríadas representaciones parlamentarias en convivencia con
sus enemigos de clase.
*
* *
Del año 49 al 53 el Socialismo –sin más recursos que la abnegada lealtad
de su militancia y la inquebrantable decisión de sus candidatos‐ enfrentó
todas las elecciones. Ante el cohecho descarado de los partidos
tradicionales, era poco menos que una hazaña la victoria de algunos de los
suyos. De 1954 adelante, la pista electoral se les hizo más difícil, no
157
obstante contar entonces con la mayor representatividad de su historia. Sin
embargo, perdieron influencias por descuido del aspecto organizativo de
sus bases al dedicarle mayor tiempo al Congreso. En los actos electorales, el
espíritu de sacrificio de la militancia comenzó a debilitarse; dirigente
intermedios –sindicales, de Partido, Regidores e incluso parlamentarios‐
empiezan a deslizarse por gradientes vedadas a una sólida moral socialista,
y haciéndose visibles en las elecciones de 1957. Puede afirmarse, que, a
contar de entonces, su declinación ética en materias electorales produce los
primeros síntomas de desquiciamiento interno. El año 61, candidatos de
solvencia económica impuestos por el Comité Central inician su propaganda
sin limitación en los gastos, atrayendo a sus aguas a dirigentes de bases y
camaradas asalariados de influencia local, a quienes nombran Jefes de sus
Comités solventándoles todos sus gastos. Los candidatos pobres –
proletarios e incluso de la clase media‐ con relevantes méritos por sus
capacidades y años de lucha en contacto directo con los trabajadores,
fueron quedando a la deriva. No sólo se quebrantó la ética socialista, pues,
se formaban bandos irreconciliables que destruían la disciplina y la unidad
interna, dando el triste espectáculo de una verdadera lucha de clases entre
candidatos de un mismo partido.
Al candidato proletario, combativo, leal, honesto, se le ha ido
reemplazando por el de solvencia económica o con aptitudes para obtener
ayuda de los amigos personales. Ocurre, también, se prefiere la reelección
de parlamentarios –aunque sean nulidades‐ por su “clientela electoral”
ajena al Partido. En este caso, el elegido es un simple instrumento de sus
“electores personales” y no un mandatario del Socialismo; no realiza, por
consiguiente trabajos de educación política, sindicales, de organización; no
recorre centros mineros, industriales, campesinos, conectando al Partido
con las masas. Así, el dirigente de base subordinado ala doctrina, va
quedando solitario copado por el oportunismo mercantilista de la “clientela
electoral” del Diputado o Senador en ejercicio. De allí, pues, el ambiente de
descomposición interna que relaja la disciplina y le cierra el camino al
militante proletario activo, con lealtad por el socialismo; de allí también, en
gran mayoría –en el Senado es total‐ los parlamentarios sean profesionales,
de clase media enriquecida o vinculados a la alta burguesía, idéntico a
Radicales, Liberales y Conservadores. En verdad, han constituido un grupo
privilegiado negándole posibilidades al dirigente obrero ligado a la base que,
sin poseer aptitudes intelectuales brillantes tienen, en cambio, capacidad
158
organizativa, sindical, espíritu de sacrificio, ingredientes fundamentales para
dar vitalidad al Partido. De ese modo se ha ido perdiendo la mística por el
Socialismo, debilitando su acción, desalentando al que se ha forjado desde
el núcleo, para dar paso a directivas cuya única aspiración es el Parlamento.
Ningún Comité Central Ejecutivo ha sido capaz de contener este
“democrataje” corrosivo, ni mucho menos crear fuentes de financiamiento
que regulen con disciplina las campañas electorales cooperando con los
candidatos de extracción proletaria. Las elecciones –como se realizan en
Chile‐ exigen gastos onerosos, endeudando por años a los que las enfrentan
con sus propios medios económicos; pero otros, vencidos o ganadores, se
dan el lujo de pasear por el extranjero acompañados de algún familiar
significando, en buenas cuantas, un buen negocio ser candidato.
Sólo un Partido con efectiva y acerada organización, consciente y
disciplinado, definido en sus objetivos, enraizado a las masas obreras,
impediría el fraude y la demagogia de sus propios representantes en el
Parlamento, En este caso, el Partido Comunista es el único que ha sabido
mantenerla disciplina y la moral de sus militantes en los diversos rubros de
sus actividades. Vinculados estrechamente a las masas por el trabajo
intensivo de sus “activistas” y congresales, su organización se fortalece para
toda clase de tareas, incluso para aquellas que contradicen sus propios
principios. Así le vemos, de continuo, emprender campañas nacionales de
financiamiento tendientes a sufragar –a través de sus organismos
especializados‐ gastos electorales, trabajos dirigidos en un plano de
igualdad y respeto hacia todos sus candidatos. No se produce, por lo tanto
el bochornoso espectáculo de “guerrillas” entre unos y otros pugnando por
imponerse sobre la militancia; tampoco, actitudes prepotentes de quienes
disponen de mayores medios económicos en desmedro de los más
modestos. Si llegan a aflorar, son liquidadas de manera drástica e
inmediata. Existe, en estos eventos, una dirección centralizada ajena a la
influencia personal de los candidatos, cumpliendo su cometido con absoluta
responsabilidad.
En nuestro país la burguesía empresarial, industriales, comerciantes,
compañías extranjeras, financian a izquierdistas y reaccionarios en una
proporción de uno a diez, respectivamente. Así creen quedar en armonía
con Dios y el Diablo, pero cuidando de encenderle velas al primero. Es decir,
cohechan a los propios candidatos y partidos, pervirtiendo la moral de
159
ciudadanos y organizaciones. Directivas políticas y sindicales, Regidores y
funcionarios, en los planos provinciales, departamentales y locales, con la
maquinaria organizativa de los partidos en sus manos, dejas de actuar por
principios ideológicos para hacerlo en función de quien mejor les pague y
les resuelva, después, sus problemas personales a través de sinecuras o
negocios de alto vuelo. Existen excepciones, pero son minorías doctrinarias,
cuya honesta acción se diluye frente a una enorme mayoría viciada por el
oportunismo y la corrupción.
Las elecciones, pues, no han dejado de ser un fraude practicado con
insólita impudicia por la democracia burguesa contagiando,
lamentablemente, a los partidos populares. Es una Estafa, También, agitar
principios revolucionarios de total rompimiento con el orden burgués, si no
se tiene el valor y la honradez de hacerlo. Sería más correcto para quienes
afirman ser “marxistas”, comportarse conforme a sus acciones y
denominarse Social‐Demócratas, en vez de predicar lo contrario de lo que
realizan. O entreguen a la generación joven –enemiga de duplicidades‐ las
palancas del socialismo a fin de comandar el movimiento revolucionario
dispuesto a liquidar el anquilosado y corrupto orden capitalista.
*
* *
El Socialismo dígase lo que se quiera, es hoy una fuerza determinante en
el proceso histórico mundial. Los países socialistas, constituyen un incentivo
de primer orden para los movimientos revolucionarios de las naciones sub‐
desarrolladas; son una respuesta concreta a los problemas esenciales de la
humanidad. La Unión Soviética y la República China Popular, a pesar de las
diferencias que transitoriamente las separan, no son una propaganda
abstracta a favor del socialismo, sino que, baluartes positivos de la
revolución que enciende de esperanzas el espíritu liberados de los pueblos
oprimidos.
En América Latina la Revolución Cubana demuestra que se puede y se
debe combatir por la implantación del socialismo; ha probado, a la vez, el
fracaso total de la política delineada por la “coexistencia pacífica”. El
imperialismo yanqui, con el apoyo y la alianza de las burguesías
latinoamericanas, no ha sido ni será capaz de derrumbarla. El ejemplo
Cubano es fecundo en enseñanzas y admirable por su valor. La influencia que
ejerce, cada día más grande, ‐favorecida por los efectos incontenibles de
cesantía, inflación, huelgas, de los pueblos explotados‐ acelera el desarrollo
160
de una conciencia revolucionaria. Varias Repúblicas subyugadas por el
imperialismo y sus burguesías nacionales, imitando su ejemplo,
desencadenen guerrillas como una táctica generalizada de lucha que les abra
el camino hacia el Poder. Los partidos marxistas, anestesiados por corrientes
ideológicas pequeño burguesas, ‐extrañas a sus concepciones‐ se han
sentido remecidos por la generación joven anhelosa de cumplir “con el deber
de todo revolucionario” que es “hacer la revolución”. Mirando hacia Cuba,
están creando una mentalidad de lucha para un enfrentamiento decisivo
contra las oligarquías y el imperialismo.
En Chile, lo que ha debilitado el ánimo revolucionario de los trabajadores,
ha sido el influjo de las tendencias reformistas acogidas por sus propias
directivas. Con frecuencia, han caído en renuncios que contradicen lo
fundamental de sus doctrinas, dejando a las masas a merced de sus
explotadores que a su vez, aceptan, los malabarismos “dialécticos” de sus
dirigentes. Esta falta de concordancia entre los principios y sus acciones,
proviene de una política exclusivamente empírica, sin solidez teórica,
claudicante y engañadora. La situación creada en América Latina, ‐
especialmente en Chile‐ por el ejemplo victorioso de la Revolución Cubana,
requiere de los partidos marxistas una posición sin dobleces, combativa,
francamente anti‐imperialista.
Los reformistas distorcionadores del marxismo, argumentan con todo
desparpajo que el socialismo es la prolongación de la “democracia” burguesa
y no la transformación revolucionaria del sistema capitalista. Para ellos, es
apenas una reforma parcial de la sociedad, y no una modificación integral
que cambie la naturaleza misma del régimen, como lo establece el
socialismo científico. Estas argumentaciones, acogidas por los partidos
populares en los últimos treinta años, han producido su estancamiento
cualitativo y el desarme ideológico de sus cuadros direccionales.
En la actualidad, el ambiente de frustración de vastos sectores populares,
que depositaron sus esperanzas de mejoramiento económico y social en la
Democracia Cristiana, ha creado condiciones que favorece la lucha frontal
contra el sistema capitalista. La última alternativa ensayada por la burguesía
disfrazada de revolucionaria, ‐sin desligarse del imperialismo‐ es y seguirá
siendo un rotundo fracaso. Las masas, decepcionadas definitivamente de
quienes esgrimieron posiciones renovadoras, ‐equidistantes de extremismos
161
de izquierda y de derecha‐ han comprobado tras una nueva y dolorosa
experiencia el fraude que han sido víctimas con la “revolución en libertad”.
Existen, pues, las condiciones básicas para acelerar un auténtico
movimiento revolucionario.
El Partido Socialista tiene en sus manos las llaves de la situación; su deber
es actuar, movilizando a los trabajadores hacia la conquista del Poder. El
derrumbe de la “democracia” burguesa servidora de una minoría egoísta y
voraz, es su tarea fundamental. Lo único verdadero es la lucha de clases,
piedra angular del marxismo revolucionario. Nada de compromisos con
partidos que se dicen “progresistas” y de izquierda, cuyas filas se nutren de
banqueros, empresarios, latifundistas, entroncados de una u otra manera al
capitalismo monopolista. Demócratas Cristianos y Radicales conforman estas
fuerzas que, por oportunismo, simulan representar un pensamiento de
avanzada. Darles categoría de “progresistas” aliándose a ellos, es traicionar
los claros conceptos que fluyen del ideario socialista.
Pese a los errores sintetizados en estos apuntes, ‐que alcanzan a todos los
partidos populares‐ el Socialismo Chileno, desde su XXI Congreso General
Ordinario celebrado en junio de 1965, ha emprendido el camino que le
corresponde como entidad al servicio de la Revolución. Por boca de su
Secretario General, Aniceto Rodríguez, se ha ubicado a “la izquierda de la
izquierda”. Su nueva dirección –surgida después de un sereno análisis
autocrítico‐ si no debilita su franca solidaridad con la Revolución Cubana y
rectifica –como lo está haciendo‐ los errores direccionales del pasado, está
destinada a cumplir el papel de vanguardia de la Revolución Chilena.
Para finalizar estas reflexiones, transcribimos las palabras de Fidel Castro:
“El deber de un revolucionario es conquistar; el deber de un
revolucionario es ganar; el deber de un revolucionario persuadir, fortalecer
incesantemente la Revolución y no debilitarla; hay gente que tiene maneras
tan odiosas de actuar que lo que hace es ganarle enemigos a la Revolución y
amigos a los enemigos de la Revolución….Recientemente he tenido que
reconocer nuestras equivocaciones; recientemente hemos tenido que
censurar nuestros propios errores; recientemente hemos tenido que advertir
contra determinadas equivocaciones y contra determinados actos, y
debemos tener ese espíritu crítico; debemos tener espíritu crítico. A
162
nosotros no nos interesa engañar a nadie. Cuando nos equivocamos
debemos saber que nos estamos equivocando porque si queremos engañar a
alguien, a los primeros que vamos a engañar ¡es a nosotros mismos!
“¿Qué nos importa lo que pueda pensar el enemigo? El enemigo no va a
ganar nada con el reconocimiento de nuestros propios errores por nosotros
mismos; en cambio, el enemigo va a ganar mucho con la rectificación de
nuestros errores. Y un pueblo vigilante, un pueblo siempre atento y siempre
preocupado por rectificar los errores que se cometan y por hacer bien las
cosas, será siempre un pueblo invencible llamado a obtener más triunfos…
¿Qué queremos decir con esto? Que se tienen que acabar las tolerancias con
las cosas mal hechas, con las equivocaciones y que tenemos que emprender
con espíritu rectificador el análisis, la tarea revolucionaria; y que quien no
sirva, quien no tenga calidad verdaderamente revolucionaria, no ande
ostentando posiciones ni ande ostentando autoridades” *.
Coincidiendo plenamente con su modo de pensar e imitando sus
palabras, concluimos expresando: Un partido marxista, vigilante, atento a
sus principios, preocupado de hacer bien las cosas, será siempre un partido
invencible, un partido llamado a obtener victorias hasta el triunfo total de
sus postulados revolucionarios.
A.Ch.
R.
Santiago de Chile, Septiembre 1966
163
* “Los Oportunistas”, del libro de Fidel Castro Autocrítica de la Revolución
Cubana, Ed. Rutas, Bs. Aires. 1964. Págs. 121.122
INDICE
Pág.
Alejandro Chelén
Rojas....................................................................................................... 3
Introducción............................................................................................................
.............. 6
CAPITULO I
El Partido Demócrata: La prensa de la época. Primeras
agrupaciones revolucionarias. Trayectoria del Partido Radical.
Masacre en la Escuela Santa María de Iquique; desarrollo gremial y
político; influencias de la Revolución Rusa; socialistas y anarquistas.
El año Veinte. Masacre en San Gregorio; oposición oligárquica; caída
y retorno de Alessandri: Avances organizativos del proletariado;
164
reformas impuestas por los militares; masacre de Coruña y
Pontevedra. Dictadura y caída de Ibáñez. “El Civilismo”; golpe militar
del 4 de junio de 1932. Luis Emilio Recabarren
.............................................................................................................................
................11
CAPITULO II
Causa de la caída de Ibáñez. El Partido Comunista desde 1922 a
1933; apoyo comunista a la candidatura presidencial de José Santos
Salas. División del Partido Comunista.; Grove, bandera popular.
Comienzos del Partido Socialista; personalidad de Marmaduke
Grove; desarrollo del Partido Socialista; Block de Izquierda; Frente
Popular; triunfo de Pedro Aguirre Cerda.
...........................................................................................................................
..................33
CAPITULO III
Colaboración ministerial del Socialismo. División del Partido
Socialista; el “Inconformismo” o Partido Socialista de Trabajadores.
Viaje del Partido Comunista; disolución de la Internacional; consigna
del “partido único; nueva división Socialista. Quinto Congreso
General Ordinario del Partido Socialista; división de la Confederación
de Trabajadores; el “Tercer Frente”; retiro de la candidatura
presidencial de Alfredo Duhalde; descalabro electoral Socialista; XI
Congreso General Ordinario del Partido Socialista; Gobierno de
Gonzáles Videla de la “unidad nacional”; expulsión del Gobierno de
los Comunistas; Ley de Defensa de la Democracia; nueva división
Socialista; elecciones parlamentarias del 1949; Partido Socialista
Popular. Gabinete de “Concentración Nacional” y de “Sensibilidad
Social”. XII Congreso General Ordinario del Partido Socialista
165
Popular; las masas populares y el ibañismo; apoyo del Partido
Socialista Popular a candidatura presidencial de Ibáñez; la Central
Única de Trabajadores; los micro‐partidos; elecciones de 1953.
Retiro del Gobierno del Partido Socialista Popular; síntomas del
Golpe de Estado; persecuciones políticas; elecciones parlamentarias
de 1967
…………………………………………………………………………............................52
CAPITULO IV
Tesis del “Frente de Trabajadores”; formación del Frente de Acción
Popular (FRAP); XVII Congreso General de Unificación Socialista;
Convención Presidencial del Pueblo. Campaña Presidencial de 1958.
Herencia desaprovechada de la elección; XVIII y XIX Congresos
Generales Ordinarios del Partido Socialista; elección complementaria
de Curicó y sus implicancias en las presidenciales de 1964. Cuenta del
Pleno Nacional del Partido Socialista sobre la derrota presidencial de
1964
…………………………………………………................................................................ 82
CAPITULO V
La Juventud Socialista. Reflexiones sobre los errores del Partido
Socialista ¿Cómo se enfrentan las elecciones? El Cohecho y las ayudas
económicas. Palabras finales.
……………………………………………………………………………………..........102
166
SE TERMINÓ
DE IMPRIMIR EN LOS
TALLERES GRAFICOS LUMEN
S.A.C.I.F.
CALLE HERRERA 527
T.E. 21‐4043
BUENOS AIRES
REPUBLICA ARGENTINA
EN EL MES DE
NOVIEMBRE
167
168
169
170