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Foucault, M. (2007). La arqueología del saber.

México:
Siglo XXI

Michel Foucault nació en Poitiers en 1926. Estudió filosofía en la École


Normale Supérieure de París. Sus maestros universitarios que más lo
influyeron fueron Maurice Merleau-ponty, George Dumézil, Louis Althusser,
Jean Hyppolite. Asimismo, autores como Martín Heidegger y Friedrich
Nietzsche construyeron los pilares de su pensamiento.

En 1969, publicó La arqueología del saber con el fin de plantearse de una


manera clara la metodología que consideraba como idónea para las ciencias
sociales, en especial para la historia. Así, Foucault desglosa la metodología
para un análisis de los sistemas de pensamiento a lo largo de la historia. Estos
sistemas de pensamiento para Foucault no son lo mismo que una
epistemología o una historia de las ciencias, son, más bien, formaciones
discursivas que emergen y se legitiman en una época, en un espacio y tiempo
particular, en una población específica; pero, que a su vez, se transforman a lo
largo del tiempo, se constituyen a partir de desfases, de sistemas de
diferenciación respecto a otros discursos, de procesos económicos, de
instituciones y de relaciones sociales. En otras palabras, lo que caracteriza a
estos sistemas de pensamiento son: el discurso, las prácticas discursivas que
se consolidan en la formación de tal discurso y aquellas otras prácticas que se
ven permeadas por la práctica discursiva pero que proceden de naturalezas
distintas a la del discurso.

En primera instancia, lo que el autor critica a la labor historiográfica, de ese


momento, es su empresa de relatar la historia como un todo continuo, como si
de una unidad central emergiese un único macroproceso que se extendiese a
lo largo de toda la historia de la humanidad y la constituyese uniformemente
bajo el principio de causalidad. Cuando en realidad la consolidación de una
historia se caracteriza por sus discontinuidades, sus lagunas, sus vacíos, sus
desfases, sus rupturas, sus transformaciones múltiples. Además, es
imprescindible tener en cuenta que dichas discontinuidades, lagunas,
transformaciones, etc. son posibles gracias a la organización de un
pensamiento o, si se quiere, de varios pensamientos que se consolidan como
tales en formaciones discursivas. Entendiendo por discurso la práctica
regulada que da cuenta de cierto número de enunciados. Y entendiendo por
enunciado el elemento último que no se puede descomponer, es decir, el
átomo del discurso que se caracteriza por la posibilidad de ser enajenado y, al
mismo tiempo, por su capacidad de formar una urdimbre de relaciones
complejas con otros elementos semejantes a él.

En este orden de ideas, las formaciones discursivas –entendidas como un


conjunto de enunciados que dependen de un mismo sistema de formación–, al
igual que el discurso, están conformadas por enunciados. Estos enunciados
para convertirse en formaciones discursivas tienen que aglomerarse en
conjuntos. Sin embargo, la formación de estos conjuntos es harto compleja, de
hecho solo es posible si los enunciados cumplen con los siguientes requisitos:
(1) Se refieren a un mismo objeto. (2) Es posible definir su tipo de
encadenamiento, es decir, el apoyo de los unos sobre los otros (relación
premisa-conclusión), la manera en que se implican, se excluyen, se
reemplazan, se transforman. (3) No conforman un ejército riguroso y
coherente de enunciados que hacen parte del mismo sistema deductivo, sino,
más bien, hacen parte de un sistema de dispersión. (4) Se debe poder
formular un campo de posibilidades estratégicas más allá de toda preferencia
temática.

Los enunciados y la formación enunciativa es, tal vez, el núcleo fundamental


de la formación discursiva. Por esta razón, es imperativo indagar más a fondo
estas cuatro condiciones principales de la formación de conjuntos
enunciativos que desglosan, a su vez, otros criterios y definen términos
importantísimos.
En cuanto a la primera condición, Foucault habla de la formación de los
objetos. Los objetos se construyen a través de la emergencia de enunciados. A
medida que los enunciados dicen algo acerca de un objeto, formulan
conceptos y relaciones de enunciados respecto a la noción que plantean dichos
conceptos y las aserciones que hacen de tal objeto, nace el estatuto de un
objeto nominal. A estas relaciones, Foucault las va a llamar superficies de
emergencia.

No obstante, las superficies de emergencia no son unas reglas de delimitación


universales que atañen a toda época, sino, más bien, están supeditadas a otras
regiones de la actividad humana. Esto quiere decir que la emergencia de un
objeto en el seno de una formación discursiva se ve atropellada por una
urdimbre de relaciones complejas dictadas por unas condiciones históricas,
unas instituciones, unos estatutos legales y jurídicos, unos procesos
económicos y políticos que son los que le dan sentido y existencia.

Ya visto el comportamiento de la formación de los objetos en el discurso,


podemos seguir con la formación de las modalidades enunciativas, de las
cuales habla la segunda condición. Al igual que en la formación de objetos, las
modalidades enunciativas se ven atravesadas por instancias externas a ellas.
Como, por ejemplo, las normas pedagógicas, condiciones legales que dan
derecho a la práctica y a la experimentación del saber, las técnicas
instrumentales. Todas estas son regulaciones de una época particular que
llevan a los sujetos a enunciar y formular conjeturas a través de unas reglas de
formación que, simultáneamente, constituyen unas modalidades de existencia
características del enunciado; esto es lo que lleva a que haya enunciados
legítimamente aceptados y otros excluidos, que unos sean reemplazados y se
transformen en otros nuevos.

En este punto, Foucault hace referencia a los conceptos kantianos de sujeto


psicológico y sujeto trascendental y dice al respecto que la formación de las
modalidades enunciativas trazan una línea intermedia entre ambas nociones y
que no se fundamentan ni en una ni en la otra. Asimismo, el régimen de las
enunciaciones se ve afectado por instancias culturales que no se definen por la
posibilidad de acceder a un sujeto trascendental ni por la capacidad que
otorga la subjetividad psicológica; todo ello está permeado por formas
culturales que hacen parte de ese haz de relaciones que se ve reflejado en lo
que el sujeto enuncia en sus conjeturas.
Para Foucault, no existe tal cosa como la coherencia conceptual absoluta de
una teoría elaborada deductivamente. Existe más bien una organización de los
campos de enunciados en el que aparecen y circulan. Allí, estos últimos
establecen relaciones, es decir, coexisten por medio de oposiciones, de
incoherencias, de ordenes inferenciales, de verificación experimental, de
aceptación verificada por la tradición y la autoridad. A este haz de relaciones
se le llama campo de presencia de los enunciados, porque es donde los
enunciados interactúan, establecen ordenes, diferenciaciones y
distanciamientos entre sí. A diferencia del campo de presencia, el campo de
concomitancia se refiere al tipo de relaciones que establecen los enunciados
con otro tipo de discursos cualitativamente diferentes.

Por último, en cuanto a la cuarta condición, tenemos la noción de estrategia.


La estrategia Foucault la define como el nombre formal de los temas y teorías
de una disciplina. A partir de las estrategias, surgen direcciones posibles o
nortes, si se quiere, que guían la investigación. Entre ellos, Foucault propone
dilucidar los puntos de bifurcación del derrotero de un discurso particular,
esto es, identificar el momento en el que dos objetos, dos conceptos o dos
tipos de enunciación aparecen en la misma formación discursiva sin poder
hacer parte de la misma unidad del discurso, generan incoherencias y vacíos
en el discurso.

Otro norte para la investigación sería enfocarse en encontrar un principio de


determinación que permita o excluya cierto número de enunciados en la
formación de tal o cual discurso. Por último, se podría analizar el papel que
tienen sobre otras prácticas no discursivas la formación y la práctica
discursiva, esto es, la apropiación del discurso en actos concretos.

Ahora, Foucault reflexiona acerca de la condición del enunciado y su función.


En cuanto a la condición del enunciado, llega a la conclusión de que el
enunciado no se puede limitar a la forma lógica de la proposición, ni reducir a
las reglas de formación gramaticales de la frase, ni al análisis de los actos del
lenguaje. El enunciado es esta composición que, de alguna u otra manera,
determina los elementos lógicos de la proposición, los componentes de la frase
y el material y comportamiento característicos de los actos del lenguaje, mas
no se reduce a ellos. El enunciado, en fin, denota un modo de existencia
particular.

No obstante, el enunciado no es y no existe por sí mismo, necesita de la lengua


y de sus signos para formarse, aunque no comparta el mismo modo de
existencia con esta última. Los signos que constituyen una lengua comparecen
como una imposición al enunciado, una condición que debe poseer para poder
existir. En el mismo sentido, es gracias al enunciado que el conjunto de signos
de la lengua existen y es este el que permite que estos últimos se transformen
y modifiquen, es decir, que actualicen sus reglas de formación.

Continuando con esta larga lista de semejanzas y diferencias entre el modo de


existencia del enunciado y el modo de existencia de la lengua, se encuentra,
asimismo, la correspondencia significado-significante y su paralelo entre el
enunciado y lo que enuncia. En primera instancia parece haber una
equivalencia. Sin embargo, la relación que tiene el significado con el
significante no se puede identificar con la relación que tiene el enunciado y lo
que enuncia. Principalmente porque la relación entre el significado y el
significante se establece a partir de unas reglas de utilización, mientras que la
relación entre el enunciado y lo que enuncia no.

La relación entre el enunciado y lo que enuncia corresponde más a un


referencial. Lo que se enuncia es un referencial a medida que liga al enunciado
con leyes de posibilidad para aquellos objetos que en él se enuncian, se
nombran, para las relaciones que se establecen o se niegan dentro del
enunciado. Es gracias a esa relación referencial y a sus leyes de posibilidad
que del enunciado pueden surgir frases con tal o cual sentido, que pueden
construirse proposiciones verdaderas o falsas.

Otra característica propia del nivel enunciativo de formulación que lo


diferencia de un conjunto de elementos lingüísticos es que todo enunciado
mantiene una relación determinada con un sujeto. Este sujeto no es el mismo
del sujeto gramatical. El sujeto del enunciado es, más bien, una función
determinada cuya posición varía de un enunciado a otro, pero, eso sí, siempre
está presente. El sujeto del enunciado es, en fin, aquel que se acerca al
enunciado con una intención de producir una significación y una relación
entre sus constituyentes. En otros términos, el sujeto del enunciado no es el
autor del mismo, sino, más bien, eso que se ve representado en las
condiciones culturales de producción del conocimiento, las contingencias
históricas y espaciotemporales, los sistemas de códigos utilizados, eso que
permite una significación en cada tiempo.

De igual manera, el enunciado, como ya se dijo, siempre debe formar parte de


un conjunto de enunciados. Una última característica propia del enunciado y
su formulación dice que este debe tener un sustrato material. Esto quiere
decir que para que un enunciado exista necesita una sustancia y una forma
que le de vida. Es muy distinto, dice Foucault, la relación de sentido que se
establece con el enunciado cuya forma material se manifiesta en un periódico
a aquella que comparece en un libro o en una conversación, es decir, su
sentido cambia dependiendo del contexto.

Tenemos, entonces, que el enunciado es una modalidad de existencia propia


de un conjunto de signos. Tal modalidad le permite estar en relación con una
clase de objetos, determinar una posición a todo sujeto y estar dotado de una
materialidad repetible. Asimismo, es importante añadir que la formación
enunciativa llega a sitios oscuros y confusos, no se limita a lo visible y lo dicho,
también incluye lo no dicho, lo invisible, lo que se encubre y no es accesible a
la conciencia de manera directa. Claro está, es distinta la noción de lo no dicho
en un enunciado matemático o económico que en un relato biográfico o el
relato de un sueño.

Sin embargo, no se debe malinterpretar el objeto del presente análisis. Este no


intenta descubrir y desmantelar las represiones inconscientes latentes en el
discurso, sino definir la función del enunciado a partir de un sistema de
repartición, de distanciamientos, de vacíos, de ausencias, comprende que no
todo ha sido dicho. En consecuencia, este análisis reúne la historia de lo dicho
que, simultáneamente, encuentra –por debajo de los grandes
acontecimientos, los grandes sucesos políticos y económicos– otra historia, lo
que Foucault llama la historia de la evolución de las mentalidades.

Una vez establecidas las características y las funciones del enunciado,


Foucault elabora otros conceptos que se despliegan del análisis de las
formaciones enunciativas y discursivas. Entre estos términos podríamos
empezar con el de positividad. La positividad es la descripción propiamente
dicha de los sistemas de repartición de los enunciados, la caracterización de
sus lagunas, sus bifurcaciones, sus rupturas, sus reemplazos y
transformaciones, la consolidación de sus fundamentos.

De igual manera, tenemos la noción de archivo, esto es, los sistemas que
instauran los enunciados como acontecimientos y cosas. Este término tiene
una estrecha relación con la condición de la formulación enunciativa de la
materialidad. El archivo es el que adscribe al enunciado en un campo de
utilización, el que dicta lo que se puede decir, actualiza los enunciados y sus
relaciones, es aquello que impone las relaciones de exclusión y de ruptura
entre los enunciados, es, finalmente, lo que nos recuerda que la diferenciación
es la dispersión que constituye toda acción y comportamiento.

La diferenciación, es una noción importante en la obra de Foucault, es lo que


constituye las rupturas, lo que permite la emergencia de las particularidades y
derroca la vaguedad de las generalidades. De hecho, entre los rasgos prácticos
del análisis arqueológico reside la importancia de definir los discursos en su
especificidad, su irreductibilidad a cualquier otro.

Asimismo, vale la pena aclarar, el análisis arqueológico concibe el discurso en


tanto que prácticas que obedecen a unas reglas. La arqueología indaga el
monumento en sí, no se aproxima a la historia como documento, es decir,
como algo que remite a o hace referencia de otra cosa.

En la arqueología del saber no existe tal cosa como la obra que se erige como
vehículo para conocer al genio creador que, a su vez, se constituye como rótulo
ordenador del discurso. El discurso se desprende del sujeto parlante y dibuja
su propio camino, un camino que se ve permeado e influido por instancias
externas a él, por prácticas no discursivas, como ya lo vimos anteriormente.

Volviendo con el tema de la diferencia, para la arqueología, la contradicción


no es un error aparente o un principio oscuro que debe desaparecer. Todo lo
contrario, es la razón de ser del análisis arqueológico, gracias a la
contradicción fluyen los sistemas de dispersión, es esta misma la que se
intenta retratar, son sus contornos los que aparecen a partir de los desfases de
los discursos coexistentes.

Por último, para la arqueología las formaciones discursivas se constituyen


desde un enfoque sincrónico. La única razón por la que la arqueología recurre
a la cronología es para fijar su región de estudio. En otras palabras, para
establecer el punto en que dichas formaciones discursivas nacer y el punto en
el que se desvanecen, se reemplazan o transforman.
Después de establecidas las reglas prácticas y los rasgos constitutivos del
análisis arqueológico, Foucault abarca la definición de los últimos conceptos
que involucran el título de la obra. Ya mencionamos por qué el autor llamó
arqueología a su metodología, pero hasta ahora no hemos hablado del saber ni
de los conceptos que este despliega.

El saber, lo define Foucault, como aquello de lo que se puede hablar en una


práctica discursiva, las posibilidades de utilización y de apropiación ofrecidas
por el discurso. No obstante, el saber no se limita a la formación del discurso
científico o al de una disciplina. Entendiendo por disciplina un conjunto de
enunciados que imitan la organización de modelos científicos que, a su vez,
tienden a la coherencia y a la corroboración empírica. Son, asimismo,
admitidos, legitimados, institucionalizados y transmitidos, algunas veces,
como ciencias.

La arqueología del saber no se limita a analizar disciplinas o ciencias. El


análisis arqueológico busca describir todos los dominios de las prácticas
discursivas y todas las regiones del saber. El saber que se enmarca en un
dominio científico obedece a unas leyes particulares de construcción
diferentes a las de otro tipo de saber.

El objeto del análisis arqueológico es especificar en cada contexto pertinente


las relaciones entabladas entre el saber y la ciencia. Estas relaciones se pueden
definir a partir de los umbrales.

Los umbrales son una especie de etapas no cronológicas a los que se ven
sometidos la ciencia y el saber. En primera instancia, está el umbral de
positividad que se caracteriza por el momento a partir del cual una práctica
discursiva cobra autonomía en relación a otra práctica discursiva. Le sigue el
umbral de epistemologización, este hace referencia al momento del desarrollo
de una formación discursiva en el que un conjunto de enunciados pretende
hacer valer unas normas de verificación y corroboración. Luego, está el
umbral de cientificidad que es cuando los fundamentos epistemológicos
obedecen a un conglomerado de criterios formales. Por último, está el umbral
de la formalización, este ocurre cuando el discurso científico es capaz de
definir los axiomas que le son necesarios, los elementos que utiliza y las
transformaciones que acepta.

Los umbrales que hemos catalogado anteriormente, abren la posibilidad de


recurrir a distintos tipos de análisis históricos. Es importante recordar que la
consolidación de uno u otro umbral no depende de una evolución progresiva,
es decir, ningún umbral antecede o es imprescindible para la formación del
otro. Entre todo esto, la historia arqueológica de las ciencias consiste en
identificar la formación de las prácticas discursivas que dan lugar a un saber
en el momento en el que este último toma el estatuto de ciencia.

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