Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
El aire se colaba por las ventanas que hace un segundo no estaban abiertas,
dejando que las preciosas cortinas de terciopelo se mecieran suavemente. La
chiquilla aún dormía, sin siquiera notar que algo estaba mal en su habitación.
El ministro se acababa de ir, después de acabar de cantarle a la pequeña hasta
dormirla. La niña era la luz de su vida, su único motivo por el cual vivir, por el
cual dirigir una nación como Nueva Escocia.
La niña dormía plácidamente, abrazada a su osito de peluche, sintiendo que
todo estaba perfecto. Su mascota, sin duda, sí que se había dado cuenta de que
algo iba mal.
El Sr. Bigotes se movía con rapidez y curiosidad alrededor de las piernas del
intruso, aunque sin siquiera maullar. Se le restregó contra sus pies,
permitiendo que lo acariciasen prevenidamente.
Pero, de repente, el intruso dio un paso atrás y pisó la cola del gato, lo que
ocasionó un agudo chillido que hizo que la niña despertara.
Todo se fue por la borda.
El atacante se lanzó sobre la cama de la niña, que ni siquiera sabía qué
sucedía. No alcanzó ni gritar cuando ya el intruso le había puesto un pañuelo
con sedante en la nariz, y la inmovilizaba con sus piernas.
La niña se movió e intentó huir, aunque sin éxito alguno, pues el hombre ya
había hecho su parte.
Entró el segundo intruso, el que traía las sogas para atar a la niña. La ataron, y
bajaron silenciosamente por la ventana, pero no antes de haber dejado un reloj
de arena sobre la cama de la niña.
Capítulo II
Trago rápidamente los restos de chocolate, me limpio la boca con una manga,
y alzo las cejas en cuestión de pregunta, mientras miro a mi jefa, que en
comparación a mí, ha tenido una muy buena noche, por lo que veo.
Hummmmm.
Becca.
Tan pronto contesto, ella empieza a soltar energéticamente un montón de
palabras de las cuales no entiendo nada.
- Wow, espera, Princesa.- interrumpo, lentamente- ¿qué dices?
- Encontré una pista sobre Christine, Meg. Otro reloj de arena.
- ¿QUÉ?
Becca
Tan pronto le cuento a Meghan lo que descubrí, ella empieza a bombardearme
con preguntas, las cuales respondo con demasiada energía, o eso supongo,
pues ella se emociona cada vez más cuando le respondo.
- No lo puedo creer- Dice, a los veinte minutos de estar hablando por teléfono.
- Yo tampoco. Es increíble. ¿Sabes cuantos años llevo buscando una pista?
¿Lo que fuera?
- Por supuesto que lo sé, mi princesa. Aún recuerdo todas las noches que no
dormías.
- Te quiero, Pequeña. Me tengo que ir. Mr. Hyde me está buscando- Digo,
lentamente.
Las cosas con ella han estado últimamente fatales, si soy sincera. Siempre hay
cierta tensión cuando hablamos, como si alguien siempre nos estuviera
observando.
Me doy media vuelta al escuchar a alguien llamarme, pero como no reconozco
quién es, me limito a sonreírle a uno de mis compañeros, Jack Mills. Y luego
me vuelven a llamar.
- Rebecca- Me llama Mr. Hyde, caminando elegantemente en sus zapatos de
cuero, pavoneándose con su traje hecho a la medida que probablemente le
habrá costado miles de dólares, si no es que más.
Lo miro a los ojos, mientras me balanceo de adelante hacia atrás, orgullosa de
mí misma.
- Señor – Me limito a responder.
.
- Te tengo que felicitar por tu trabajo, agente Harris.
Sonrío cordialmente, aunque yo misma siento que es una sonrisa plástica.
- Muchas Gracias, Sr. Hyde
-Sin embargo, Ahora solo será necesario nuestro servicio. De ahora en
adelante ya no nos ayudará, agente Harris. Usted ya hizo su parte, y le
agradecemos profundamente por eso. Se puede retirar.
Y sin decir más, se da media vuelta, dejándome plantada ahí donde estaba él
hace un maldito segundo.
Me muerdo las mejillas para no gritar y salir corriendo hacía donde sea.
Ya no nos ayudará.
No me doy cuenta de que me pongo a correr detrás de Mr. Hyde hasta que lo
agarro del brazo lo suficientemente fuerte como para hacerlo chillar.
- ¡Rebecca!
- Dios mío, lo siento.
El viejo se soba enérgicamente el brazo, mientras me mira furibundo.
- Con todo respeto, señor, He trabajado para usted desde mis quince años, y no
puedo dejar esto así de fácil. Cada vez estamos más cerca de encontrarla. Por
favor, no me haga esto ahora, Mr. Hyde. Necesito encontrar a esa niña, señor.-
Digo atropelladamente.
- Al igual que nosotros, Becca. Sé que has trabajado para esto desde niña, pero
ya tienes veinte años, Rebecca. Ya es hora de que sigas con tu vida.
Consíguete un trabajo que no te quite tanto tiempo, Cásate. No lo sé. Hay
tantas cosas que podrías hacer, en vez de matar gente para encontrar a una
niña desaparecida.
- Pero lo único que quiero es recuperar a esa niña- susurro, desesperada.
Mr. Hyde se encoge de hombros, aunque me mira con cara de pesar, como yo
si fuera un perrito mojado que se acaba de encontrar en la calle.
De repente, posa su callosa mano sobre mi hombro y sonríe, haciendo
incontables sus arrugas junto a sus cansados ojos grises.
- No, Becca. Eso no es lo que quieres. Lo único que deseas es sentirte bien con
todo el mundo, agradarles a todos. No te preocupes, niña. No tiene por qué
importarte lo que te digan, con el tiempo lo aprenderás.
No logro evitar poner los ojos en blanco, y Mr. Hyde desaparece antes de que
yo siquiera me dé cuenta.
Corro inmediatamente a mi carro, me encierro dentro de él y me echo a llorar
como desde hace rato no lo hacía, liberando una parte de mí que moría por
salir así fuera una vez más.
3 Años antes______________________________________________
Corría tan rápido como mis piernas me lo permitían, a pesar de que por cada
paso que daba, menos aire me quedaba.
Un reloj de arena.
Un trébol. Christine.
Christine. Christine. Christine.
La pequeña niña era mi única esperanza. Mi única salvación.
Por eso repetí su nombre las veces que fue necesario para creer que la
encontraría pronto.
Si tan solo lo hubiera hecho.
Me sequé las húmedas mejillas con una manga, y seguí trotando hacía donde
creía que debía ir, agonizando con cada paso que daba.
Escuchaba cada vez más fuerte una vocecita susurrando mi nombre.
Por aquí, Rebecca. Rebecca, ven. Ayúdame, por favor. Quiero salir de aquí,
Becca. Ven.
Luego levanté la vista por instinto, y ahí estaba la chiquilla, con esos mismos
ojos azules somnolientos, pero llenos de alegría y curiosidad. La niña se dio
cuenta de que la encontré, y empezó a correr tan rápido como podía, y aunque
era mucho más pequeña que yo, se me hacía imposible alcanzarla. Imposible
saber dónde estaba, Imposible saber si algún día la volvería a ver. Imposible
saber si aún estaba con vida.
Siempre sería imposible alcanzarla.
-Ya estás bien, Princesa. Nada te hará daño mientras yo esté aquí. Nadie te
lastimará.
Levanté mi rostro y escudriñé sus oscuros ojos, de ese tipo de color en los que
no sabes si no hay absolutamente nada o si lo hay todo.
Un segundo después, yo ya estaba encima de ella, besándola con fuerza, con
rudeza, con el tipo de seguridad que necesitaba en esos momentos, rodeando
su cadera con mis piernas, apretándola fuerte contra mí.
Aunque luego todo se fue por la borda, como en mi vida siempre ha pasado.
Capítulo III
Meghan.
Me sirvo un poco de café en un viejo mug que hay en la casa de Becca, donde
he pasado la noche después de enterarme que básicamente la echaron del
trabajo por el que ella daba la vida.
Me muerdo el labio mientras reprocho mi enorme deseo que comerme otra
barrita de chocolate, y luego me dirijo a la nevera, donde habitan unas de las
viejas fotos donde Becca es la protagonista.
Becca de pequeña abrazada a Simon, su mejor amigo. Becca riéndose con su
padre adoptivo. Becca con su primera mascota, el Dr. DoLittle, que era un
gatito persa con un ojo gris y uno verde. Nosotras junto a su mejor amigo
sosteniendo una bandera gay. Becca soplando un diente de león. Becca y yo
mirándonos. Becca en cicla a sus trece años. Yo encima de Becca, con cara de
susto. Becca, Becca, Becca.
Hay una que es mi favorita, que es donde ella aparece de espaldas a la cámara,
frente al océano en el atardecer salvaje de Nueva york, donde actualmente
vivimos.
Le doy un sorbito al mug, mientras miro otra foto, una donde Becca era
mucho más pequeña. Tendría por ahí unos nueve años, si no es que menos.
Sonríe mueca al que le tomó la foto, dejando que su delgado y fino cabello le
caiga por encima de los hombros.
Ahí se le ve el cabello mucho más oscuro de lo que lo tiene hoy día, pues
actualmente es rubio. Cuando la conocí, tenía el cabello más castaño que
rubio, pero con el tiempo le fue cambiando de color, al igual que sus ojos.
Antes eran Azules como el mar, risueños y alegres, pero ahora son verdes con
rayos cafés, dorados y grises, una hermosa variación de color. Esa es una de
las cosas que me encantan tanto de ella. Su capacidad de cambiar con el paso
del tiempo.
Le doy un largo sorbo al café hasta acabármelo, y luego me acerco a la estufa
para cocinar algo de desayuno. Pienso en las opciones que poseo teniendo en
cuenta que la casa de Becca casi siempre está escasa de comida, pero antes de
siquiera poder prender el fogón, siento como unos delgados bracitos me
rodean la cintura, y luego una cabeza se me apoya en el hombro, dándome
pequeños y rápidos besos a lo largo del cuello.
Extrañaba mucho este tipo de cosas.
Me muevo sintiendo ese delicioso cosquilleo en la panza, mientras sonrío
atontada.
-Buenos días, pequeña- Susurra Becca al lado de mi oreja, y luego me la
mordisquea suavemente.- ¿Has podido dormir?
Asiento con la cabeza, con los ojos cerrados y los labios curvados hacia arriba
como si fuera una estúpida. Creo que lo soy.
Maldición.
Becca me tiene tan enamorada.
Corro a pesar de estar descalza y sentir el viento contra mis piernas desnudas.
Todo el mundo me mira como si estuviera loca, pero no me importa, porque
estoy feliz. Siento ese tipo de llenura y felicidad que extrañaba. Nada me
importa en este momento. Solo corro hacia donde mi mente me diga, como si
estuviera jugando a las escondidas con alguien que me hace completa.
Felizmente completa.
Me detengo un segundo a tomar aire, apoyando las manos sobre las piernas,
dejando que el cabello me azote el rostro y el aire se arremoline a mí
alrededor.
- ¿Becca?- escucho que alguien me llama, con cierta incredulidad.
Me volteo hacia donde proviene la voz, que sin duda es un chico, y me
sorprendo al ver a Ryan Mills, el ex novio de mi mejor amigo y uno de los
chicos que me acompañaba en la investigación de Christine, que sonríe al
verme, como si fuera un milagro encontrarme en piyama corriendo por toda la
calle un sábado por la mañana.
Él sí que está bien vestido, como si estuviera listo para una entrevista muy
importante.
A lo mejor a él también lo sacaron de la investigación. Eso sí que me haría
sentir mucho mejor.
Le devuelvo la sonrisa, y me le acerco. Lo saludo, y me sorprendo al ver lo
bien que me trata comparado con la mayoría de gente que me conoce en mis
episodios de felicidad.
Me hace preguntas lo bastante normales, e ignora el hecho de que estoy
descalza, con los pies llenos de mugre, y en piyama un poco prometedora.
Luego de unos minutos, escucho su teléfono vibrar, y veo como sus profundos
ojos grises me interrogan si puede contestar.
Ve quién lo llama, y trata de ocultar su confusión, sorpresa y alegría aunque
no lo logra muy bien, pues yo lo noto.
Debe ser Simon, mi mejor amigo. Debe estar preguntando por mí. Meghan le
habrá pedido que llame a todos nuestros conocidos.
Antes de que siquiera el conteste, empiezo a correr de nuevo, pero esta vez no
como si estuviera jugando, sino como si fuera una fugitiva.
Una criminal que ha sido descubierta.
Corro por las calles de Brooklyn, pensando en Meg, en lo preocupada que
debe estar.
En como sus oscuros ojos deben estar brillando del miedo que suele sentir al
ver que desaparezco. Corro tan rápido como me lo permiten mis piernas,
ignorando los continuos punzones que siento en los pies, y tardo unos
segundos en darme cuenta que debí de haber pisado algún vidrio de la sucia
calle y me corté.
Christine. Trébol. Reloj de arena.
Trébol.
Reloj de arena.
Christine.
Necesito ayuda.
C
Meghan.
Miro mi teléfono para ver la hora, bastante impaciente y luego le ordeno a mis
piernas que dejen de temblar, sin mucho éxito. Lo único que consigo es que
me mueva mucho más, como si tuviera pulgas o algo por el estilo.
Los hospitales psiquiátricos de Nueva York siempre me han puesto la piel de
gallina, aunque he tratado de tener coraje desde que Becca empezó con su
enfermedad.
Vuelvo a mirar mi teléfono, solo para revisar la hora y confirmar que aún
estoy viva.
7, 32 pm.
No me siento viva en absoluto.
Qué horror.
Llevo ocho horas sentada en la misma asquerosa y sucia silla de la clínica, sin
haber comido, dormido, o siquiera bebido un café.
Ni siquiera traje barritas de chocolate, que eran mi última salvación. Me
llamaron al medio día a decirme que habían encontrado a Becca medio
desnuda (o para mí, en piyama) en uno de los parques de Brooklyn acostada e
inconsciente. Naturalmente, fue el padre de Becca el que me llamó, Un policía
que adoptó a Becca cuando ella tenía tan solo siete años, cuando la rescataron
dentro de otras 200 niñas que habían raptado de distintos lugares del mundo
para tráfico sexual.
Él es su padre adoptivo, aunque ya no se hablan tanto. Becca se alejó de todos
(incluso de mí) cuando le dio por última vez su oleada de depresión.
Ni siquiera me doy cuenta cuando me llama una enfermera que tiene el pelo
sujetado en un apretado moño en la nuca. Me levanto rápidamente, y me dirijo
hacia la entrada de las habitaciones. Cuando llego a la de Becca, ella me mira
con ojos brillantes y levanta perezosamente las comisuras de los labios. Como
ya hemos venido aquí miles de veces, ni siquiera tengo que peguntar si me
puedo echar al lado de ella, así que simplemente lo hago. Dejo mi maleta en el
sofá, cierro la puerta, y me echo a su lado, permitiendo que esta vez sea ella la
que me abrace mientras yo dejo salir las lágrimas sin reproche alguno.
- Te quiero- susurra contra mi cabeza.
La noche que dejaron salir a Becca del hospital, la llevé a mi casa, pues me
daba miedo que le diera miedo ir a la suya y de nuevo escapara o algo peor.
Entramos, y sonreí al ver nuestro reflejo al frente nuestro. Yo, toda bajita
comparada con ella, que mide como dos metros. Ella, toda perfecta, piel
blanca, ojos azules y cabello castaño, y yo, bajita, con los ojos miel, y un
poco pálida. Me encantaba todo lo de ella.
Incluso se veía hermosa envuelta en ese horroroso chal de abuelita, con el
cabello sucio y unas enormes ojeras bajo los hermosos y sonrientes ojos
azules.
Me doy vuelta al recordar cómo se veía el día que volvió y justo ahora, que
está profunda y angelicalmente dormida.
Sé por qué le está pasando todo esto, o al menos lo sospecho. Durante años
pensé que tan solo pensar esa idea era una locura, pero cada vez que estaba
más cerca a encontrar a Christine he pensado que no es tan loco. Al fin y al
cabo, la niña desapareció unas semanas antes de que encontraran a Becca, y
como ella no se acordaba de su nombre ni de nada, el padre adoptivo de ella
decidió llamarla Rebecca. Qué tal si Rebecca realmente se llamara…
Becca
Me seco las lágrimas, aun sabiendo que no servirá de nada, pues las lágrimas
seguirán saliendo. Voy a la casa de mi mejor amigo, porque no encuentro a
donde más ir. Al fin y al cabo, siento que estoy perdiéndolo todo, como
siempre me ha pasado.
Maldita perdición.
Simon.
Ella asiente firmemente con la cabeza, aun con la nariz y los ojos hinchados, y
frunce el ceño tratando de verse lo más seria posible.
- Sip. Opino que sería una buena compañía. ¿Sabes en donde viven las
marmotas? Nunca he entendido en donde viven. Tenemos que ir a encontrar
una rápidamente antes de que se agoten.
Esta última hace que me ría bastante, teniendo en cuenta que a) Aquí en
Nueva York es un poco obvio que hay marmotas en el invierno y b) nadie
(solo Rebecca Harris Hawklaw) se va corriendo a buscar marmotas por miedo
a que se agoten, teniendo en cuenta que nadie tiene de mascota una marmota.
-¿has hablado con él?- dice, sacándome de mis pensamientos. Aunque finjo
que me mantengo sereno, por adentro me congelo.
-¿Con quién?
- Con él, Simon.
- Oh, con él. No, no he vuelto a hablar con él. Lo llamé el día que saliste
corriendo como una marmota - ella se ríe- pero tan pronto me dijo que ya
habías vuelto a correr, huí de esa cálida voz y colgué.
Ella me miró y volvió a sonreír pero esta vez con un poco de timidez.
-cobarde.
Me río y le doy un golpecito en el brazo, como cuando ella me ganaba
jugando a las escondidas en primaria.
Uffff. Viejos tiempos. Ojalá nunca hubiéramos crecido.
Así nunca hubiéramos sufrido tanto.
Becca
Becca
Capítulo VI
Meghan.
Tengo un gato.
Siempre he preferido los perros porque los gatos me parecen antipáticos, pero
me encariñé con este desde que me lo regalaron.
Se llama Orión, y a pesar de que no es de raza, es muy hermoso. Tiene un ojo
verde y otro azul y su pelaje es completamente negro. Es mi gato de la suerte.
La voz masculina a través del teléfono sigue hablando sobre algo de un reino,
y de repente me fijo en una botella enorme (y vacía) de Red Turkey.
-¿Aló?
- Meghan, ¿verdad?
- Ajá. ¿Quién es?
- Oh, cierto. Perdón. Soy Ryan Mills, el amigo de Becca.
Me demoro un segundo en responder.
- Aaaaah, ya sé quién eres. ¿No eres uno de los gemelos? ¡Sí! ¿No eres el que
le rompió el corazón a Simon?- Escucho que toma aire, entonces me apresuro
a añadir- Vaya, perdón, no quería decir eso. ¿Pero si eres ese Ryan?
Luego él se ríe.
-Si- escucho que dice- Soy ese Ryan. No sé si Becca te habrá dicho algo de la
oferta que le ofrecí.
-¿oferta? ¿Pero qué no trabajaban ambos para Hyde?
- ya no, Meg. Él nos desempleó a los cinco que trabajábamos el caso.
-Ah- murmuro, un poco confundida. Eso tiene sentido, en cierto modo.
¿Pero, cuál será la oferta que él le ofrece a Becca?
Él, como si me leyera la mente, me cuenta
- El trabajo o misión que le propuse a Becca fue la siguiente; resulta, Meghan,
que antes de que nos despidieran, mi hermano estaba archivando unos
documentos de todas las personas a las que hemos eliminado buscando a
Christine, y Jack encontró un papel secreto que contenía el nombre y la
dirección de una chica que desde hacía años Hyde había estado espiando. No
sabemos por qué tenía investigadores privados para la chica, pero sabemos
que ella juega un rol importante en la búsqueda de Christine.
Lo único que me limito a decir es <<oh>> y <<vaya>>, pero luego, picada
por la curiosidad le pregunto a Ryan:
- ¿y qué es lo que van a hacer al respecto?
- Bueno, pues primero, vamos a la dirección que estaba anotada y lue…
- espera. ¿Y cómo van a saber cuál dirección es?
- Jack tomó varias fotos de algunos papeles y evidencias que logró ver antes
de que Hyde entrara a la oficina.
- ok. Sigue hablando.
- Luego vamos a intentar acercarnos a ella para poder descifrar qué tan
importante es ella en la búsqueda, pero para eso necesitamos que alguien con
tacto se haga amiga de ella.
- y para eso necesitan a Rebecca.- digo, terminando la idea de Ryan.
- exacto- lo escucho decir, triunfal porque le entendí la idea.- y además ella
como es investigadora privada, pues nos puede ayudar a encontrar más cosas
que nos sirvan para la investigación.
- okey. Lo entiendo todo perfectamente, pero solo tengo una duda. ¿Y para
qué me llamaste a mí?
- Porque tú también nos vas a servir de ayuda. ¿Tú trabajas para Johanna
Pearson, no?
Becca.
Luego de que Jack nos da toda su charla motivacional, y Ryan nos divide en
grupos, nos ponemos manos a la obra.
Somos siete en total para esta misión.
Ryan, Jack, Meg, Dr. Jekyll, Hayley Green (una chica que trabajaba también
con Hyde), Mateo Cruz, un chico que también trabajaba con nosotros, y yo.
Älskar Mason.