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Prólogo

El aire se colaba por las ventanas que hace un segundo no estaban abiertas,
dejando que las preciosas cortinas de terciopelo se mecieran suavemente. La
chiquilla aún dormía, sin siquiera notar que algo estaba mal en su habitación.
El ministro se acababa de ir, después de acabar de cantarle a la pequeña hasta
dormirla. La niña era la luz de su vida, su único motivo por el cual vivir, por el
cual dirigir una nación como Nueva Escocia.
La niña dormía plácidamente, abrazada a su osito de peluche, sintiendo que
todo estaba perfecto. Su mascota, sin duda, sí que se había dado cuenta de que
algo iba mal.
El Sr. Bigotes se movía con rapidez y curiosidad alrededor de las piernas del
intruso, aunque sin siquiera maullar. Se le restregó contra sus pies,
permitiendo que lo acariciasen prevenidamente.
Pero, de repente, el intruso dio un paso atrás y pisó la cola del gato, lo que
ocasionó un agudo chillido que hizo que la niña despertara.
Todo se fue por la borda.
El atacante se lanzó sobre la cama de la niña, que ni siquiera sabía qué
sucedía. No alcanzó ni gritar cuando ya el intruso le había puesto un pañuelo
con sedante en la nariz, y la inmovilizaba con sus piernas.
La niña se movió e intentó huir, aunque sin éxito alguno, pues el hombre ya
había hecho su parte.
Entró el segundo intruso, el que traía las sogas para atar a la niña. La ataron, y
bajaron silenciosamente por la ventana, pero no antes de haber dejado un reloj
de arena sobre la cama de la niña.

Sr. Bigotes se limitó a maullar y rasgar la ventana, preguntándose a donde se


iba su dueña y por qué no lo había llevado con ella. Ofendido, se devolvió
hasta su cama real, mordiendo uno de sus coloridos ratoncitos.
Capítulo I

Le apunto al hombre que corre en medio de las sombras, me muerdo la lengua


y apretó el gatillo antes de arrepentirme. A los segundos escucho al hombre
desplomarse en el suelo, sobre su perfecto maletín de cuero hecho a la medida.
Camino lentamente hacia él, balanceando mis pies de un lado a otro, luego me
acerco hacia su maletín, me arrodillo, y trato de coger el maletín, aunque está
preso entre el peso muerto y el suelo teñido de sangre.
Agarro al hombre muerto de un brazo y lo giro para que no estorbe, y luego
abro el maletín con controlada paciencia. Lo que encuentro dentro de él hace
que el alma se me caiga a los pies, Y aunque mantengo mi perfecta postura ,
siento como se me desencaja la mandíbula.
En el maletín no hay prácticamente nada que me sirva. Solo una caja de
cerillas vacía, y un paquete de cigarrillos. Y aunque también haya un par de
ropa limpia, no veo eso que utilidad tenga para lo que busco.
Me cubro la cara con las manos para ocultar mi frustración.
-¿por qué no lo podías tener, amigo?- le digo al hombre muerto, a pesar de que
sé que no me escucha - Digo, ¿te maté para nada? Que desperdicio de balas.
Lo lamento por la persona que tenga que recoger tu relleno, O lo que queda de
él.
Me levanto, y apoyo el peso mi cuerpo sobre el tacón derecho. Luego, después
de pensar un buen rato sobre qué hacer ahora, decido llamar a Mr. Hyde, que
fue prácticamente el asesino de este pobre hombre.
-¿lo encontraste?- gruñe, tan pronto marco su numero
-No era él, señor.
- ¡¿NO ERA ÉL?! ¡¿QUE NO ERA ÉL?! ¿Estás segura de que era el hombre
al que tenías que asesinar?
Dios, dame paciencia, por favor, Dios. Impide que yo asesine también a este
viejo.
- No señor, no era él, Y estoy completamente segura de que él era su objetivo,
señor. Completamente segura. Asesiné al que usted pidió, aunque parece que
el contenido del maletín no encaja con la descripción dada.
El viejo Mr. Hyde empieza a lanzar improperios a diestro y siniestro, aunque
no le presto atención.
Piensa, Becca, Piensa. ¿Qué pudo haber fallado?
Vuelvo hacia el maletín, que reposa tranquilamente junto al cuerpo muerto de
Donald Mc Jean, el hombre que hace unos minutos asesiné para nada.
Recojo el maletín y lo vuelvo a abrir, como si volverlo a revisar me diera una
pista de algo que pasé por alto la primera vez.
Lo que encuentro dentro por segunda vez no me sorprende, aunque no sé qué
estaba esperando exactamente. A lo mejor un reloj de arena, como el que
dejaron antes de que ella desapareciera.
- ¿Rebecca? ¿Me estás escuchando? ¡Rebecca!- vuelvo a la realidad cuando
escucho la rasposa voz de Mr. Hyde
-¿Qué decía, señor?
- Que volvieras a la base con el maletín para revisar lo que sea que se nos haya
pasado por alto. Ese hombre era el objetivo, eso sí lo sé, lo que no entiendo es
qué pasó con el maletín.
- Sí, señor.
A veces me siento como una niña chiquita en una base militar.
Señor, sí señor.

Camino por unos cuantos oscuros y húmedos callejones hasta llegar a mi


auto, mientras pienso porqué sacrificaré tantas vidas inocentes por una
chiquilla que se perdió hace años.
Pero justo antes de que me ponga a reflexionar sobre el valor de la hija de un
ministro, me doy cuenta de que junto a la ventanilla de mi auto hay un reloj de
arena dibujado con sangre, que antes no estaba ahí, naturalmente.

Capítulo II

A veces es increíble el poco tiempo en el que dejamos de ser algo y nos


volvemos alguien más, alguien completamente distinto a quien solíamos ser.
La pregunta es ¿Por qué lo haremos? ¿Por quién lo haremos? ¿Lo haremos por
nosotros mismos?

Creo que no.

-Meghan- escucho que me llama mi jefa.

Me doy vuelta lentamente, aun masticando el pedazo de chocolate que me


había embutido hace unos segundos. Qué pena.

Trago rápidamente los restos de chocolate, me limpio la boca con una manga,
y alzo las cejas en cuestión de pregunta, mientras miro a mi jefa, que en
comparación a mí, ha tenido una muy buena noche, por lo que veo.

- Me preguntaba si ya tenías las hojas de vida de los hermanos Houston, las


que te pedí ayer.

Hummmmm.

-Claro –querida, apreciada y hermosa jefa-. Por supuesto, dame un segundo y


te los traigo.

Me dirijo camino a mi oficina, mientras aun saboreo el chocolate que no


alcancé a disfrutar.

Regreso de mi oficina con una enorme carpeta beige, se la entrego a Johanna y


luego me vuelvo a esconder en la cafetería, donde me como la segunda barra
de chocolate que poseo para el día de hoy. Luego, mientras hablo con mi
hermana menor, Bella, me embuto unas cinco chocolatinas.
A lo largo de los años, me he dado cuenta de que para mí el chocolate es como
para la gente normal el café. Me mantiene despierta, y lo mejor, es que ni subo
de peso, ni me hace daño para la salud. Simplemente me hace ver como si
estuviera durmiendo todas las noches, cosa la cual no hago desde hace meses.
Y si supieran que todo es por Rebecca Harris, la chiquilla que me mantiene
preocupada todos los minutos de mi vida. Desde que la conocí supe que había
algo poco común en ella. Miraba el mundo no como era sino como podía ser,
y siempre veía lo bueno de la gente, sin embargo, desde que empezó con la
búsqueda de Christine Collins, la niña perdida de hace años, algo cambió en
ella. Era más distante, más sarcástica, más todo, pero no en el buen sentido.
Noté que había algo con ese tema que la hacía parecer diferente. Siempre que
dormíamos juntas, notaba que ella no podía dormir, siempre lloraba
silenciosamente, o gritaba. Luego llegaron los cortes, las ojeras marcadas, los
ojos vacíos y distantes de todo.

Ella agonizaba y yo no podía hacer nada, salvo mirarla y agonizar también.


Los primeros meses conseguí hacer que ella durmiera, aunque siempre era
abrazada, yo rodeando mis piernas contra su cintura, y su cabeza apoyada en
mi pecho, respirando tranquilamente, mientras pasaba mi mano por su sedoso
cabello. Pero luego, la que no dormía era yo.

Me acabo la barrita y doy un enorme bostezo antes de que la cafetería se


empiece a llenar con todos los gerentes hambrientos que suelen habitarla.
Luego, siento mi móvil vibrar y lo saco rápidamente. El corazón me empieza a
acelerar cuando veo quién está llamando. Hummmm. Hablando del rey de
roma, eh?

Becca.
Tan pronto contesto, ella empieza a soltar energéticamente un montón de
palabras de las cuales no entiendo nada.
- Wow, espera, Princesa.- interrumpo, lentamente- ¿qué dices?
- Encontré una pista sobre Christine, Meg. Otro reloj de arena.
- ¿QUÉ?

Becca
Tan pronto le cuento a Meghan lo que descubrí, ella empieza a bombardearme
con preguntas, las cuales respondo con demasiada energía, o eso supongo,
pues ella se emociona cada vez más cuando le respondo.
- No lo puedo creer- Dice, a los veinte minutos de estar hablando por teléfono.
- Yo tampoco. Es increíble. ¿Sabes cuantos años llevo buscando una pista?
¿Lo que fuera?
- Por supuesto que lo sé, mi princesa. Aún recuerdo todas las noches que no
dormías.

Respiro rápidamente después de que ella menciona lo de las noches que yo no


dormí. Por supuesto que ella lo recuerda, Ella siempre estuvo ahí tratando de
calmarme.
Siempre lo ha hecho.

- Te quiero, Pequeña. Me tengo que ir. Mr. Hyde me está buscando- Digo,
lentamente.

-Claro- dice, con un notable desconcierto en su tono de voz- Yo también me


tengo que ir. Cuídate, princesa.
Y luego cuelga, Así sin más.

Las cosas con ella han estado últimamente fatales, si soy sincera. Siempre hay
cierta tensión cuando hablamos, como si alguien siempre nos estuviera
observando.
Me doy media vuelta al escuchar a alguien llamarme, pero como no reconozco
quién es, me limito a sonreírle a uno de mis compañeros, Jack Mills. Y luego
me vuelven a llamar.
- Rebecca- Me llama Mr. Hyde, caminando elegantemente en sus zapatos de
cuero, pavoneándose con su traje hecho a la medida que probablemente le
habrá costado miles de dólares, si no es que más.
Lo miro a los ojos, mientras me balanceo de adelante hacia atrás, orgullosa de
mí misma.
- Señor – Me limito a responder.
.
- Te tengo que felicitar por tu trabajo, agente Harris.
Sonrío cordialmente, aunque yo misma siento que es una sonrisa plástica.
- Muchas Gracias, Sr. Hyde
-Sin embargo, Ahora solo será necesario nuestro servicio. De ahora en
adelante ya no nos ayudará, agente Harris. Usted ya hizo su parte, y le
agradecemos profundamente por eso. Se puede retirar.

Y sin decir más, se da media vuelta, dejándome plantada ahí donde estaba él
hace un maldito segundo.
Me muerdo las mejillas para no gritar y salir corriendo hacía donde sea.

De ahora en adelante ya no nos ayudará.

Ya no nos ayudará.

No me doy cuenta de que me pongo a correr detrás de Mr. Hyde hasta que lo
agarro del brazo lo suficientemente fuerte como para hacerlo chillar.
- ¡Rebecca!
- Dios mío, lo siento.
El viejo se soba enérgicamente el brazo, mientras me mira furibundo.
- Con todo respeto, señor, He trabajado para usted desde mis quince años, y no
puedo dejar esto así de fácil. Cada vez estamos más cerca de encontrarla. Por
favor, no me haga esto ahora, Mr. Hyde. Necesito encontrar a esa niña, señor.-
Digo atropelladamente.
- Al igual que nosotros, Becca. Sé que has trabajado para esto desde niña, pero
ya tienes veinte años, Rebecca. Ya es hora de que sigas con tu vida.
Consíguete un trabajo que no te quite tanto tiempo, Cásate. No lo sé. Hay
tantas cosas que podrías hacer, en vez de matar gente para encontrar a una
niña desaparecida.
- Pero lo único que quiero es recuperar a esa niña- susurro, desesperada.
Mr. Hyde se encoge de hombros, aunque me mira con cara de pesar, como yo
si fuera un perrito mojado que se acaba de encontrar en la calle.
De repente, posa su callosa mano sobre mi hombro y sonríe, haciendo
incontables sus arrugas junto a sus cansados ojos grises.
- No, Becca. Eso no es lo que quieres. Lo único que deseas es sentirte bien con
todo el mundo, agradarles a todos. No te preocupes, niña. No tiene por qué
importarte lo que te digan, con el tiempo lo aprenderás.
No logro evitar poner los ojos en blanco, y Mr. Hyde desaparece antes de que
yo siquiera me dé cuenta.
Corro inmediatamente a mi carro, me encierro dentro de él y me echo a llorar
como desde hace rato no lo hacía, liberando una parte de mí que moría por
salir así fuera una vez más.

3 Años antes______________________________________________

Corría tan rápido como mis piernas me lo permitían, a pesar de que por cada
paso que daba, menos aire me quedaba.
Un reloj de arena.
Un trébol. Christine.
Christine. Christine. Christine.
La pequeña niña era mi única esperanza. Mi única salvación.
Por eso repetí su nombre las veces que fue necesario para creer que la
encontraría pronto.
Si tan solo lo hubiera hecho.
Me sequé las húmedas mejillas con una manga, y seguí trotando hacía donde
creía que debía ir, agonizando con cada paso que daba.
Escuchaba cada vez más fuerte una vocecita susurrando mi nombre.
Por aquí, Rebecca. Rebecca, ven. Ayúdame, por favor. Quiero salir de aquí,
Becca. Ven.
Luego levanté la vista por instinto, y ahí estaba la chiquilla, con esos mismos
ojos azules somnolientos, pero llenos de alegría y curiosidad. La niña se dio
cuenta de que la encontré, y empezó a correr tan rápido como podía, y aunque
era mucho más pequeña que yo, se me hacía imposible alcanzarla. Imposible
saber dónde estaba, Imposible saber si algún día la volvería a ver. Imposible
saber si aún estaba con vida.
Siempre sería imposible alcanzarla.

Me desperté dando un brinco de la cama, que hizo que Meghan saltara


alarmada hacia atrás antes incluso de que yo cayera al suelo.
Por las gotas que había en mis dedos y pecho, supe que había estado llorando
mientras dormía, pero no sabía que había estado gritando y moviéndome sino
hasta que Meghan me lo contó.
Me levanté del suelo y me volví a echar en la cama, esta vez mirando a Meg,
que ya se había vuelto a acostar y me miraba con ojos llenos de amor y nada
más.
Permití que sus dedos rozaran mi rostro, me consintieran como necesitaba que
alguien lo hiciera. Me acurruqué junto a ella, escondiendo mi rostro entre su
pelo, escuchando su tranquila respiración, sabiendo que nada malo me pasaría.
Pasó una mano sobre mi cabello, mientras susurraba

-Ya estás bien, Princesa. Nada te hará daño mientras yo esté aquí. Nadie te
lastimará.
Levanté mi rostro y escudriñé sus oscuros ojos, de ese tipo de color en los que
no sabes si no hay absolutamente nada o si lo hay todo.
Un segundo después, yo ya estaba encima de ella, besándola con fuerza, con
rudeza, con el tipo de seguridad que necesitaba en esos momentos, rodeando
su cadera con mis piernas, apretándola fuerte contra mí.
Aunque luego todo se fue por la borda, como en mi vida siempre ha pasado.

Capítulo III

Meghan.
Me sirvo un poco de café en un viejo mug que hay en la casa de Becca, donde
he pasado la noche después de enterarme que básicamente la echaron del
trabajo por el que ella daba la vida.
Me muerdo el labio mientras reprocho mi enorme deseo que comerme otra
barrita de chocolate, y luego me dirijo a la nevera, donde habitan unas de las
viejas fotos donde Becca es la protagonista.
Becca de pequeña abrazada a Simon, su mejor amigo. Becca riéndose con su
padre adoptivo. Becca con su primera mascota, el Dr. DoLittle, que era un
gatito persa con un ojo gris y uno verde. Nosotras junto a su mejor amigo
sosteniendo una bandera gay. Becca soplando un diente de león. Becca y yo
mirándonos. Becca en cicla a sus trece años. Yo encima de Becca, con cara de
susto. Becca, Becca, Becca.
Hay una que es mi favorita, que es donde ella aparece de espaldas a la cámara,
frente al océano en el atardecer salvaje de Nueva york, donde actualmente
vivimos.
Le doy un sorbito al mug, mientras miro otra foto, una donde Becca era
mucho más pequeña. Tendría por ahí unos nueve años, si no es que menos.
Sonríe mueca al que le tomó la foto, dejando que su delgado y fino cabello le
caiga por encima de los hombros.
Ahí se le ve el cabello mucho más oscuro de lo que lo tiene hoy día, pues
actualmente es rubio. Cuando la conocí, tenía el cabello más castaño que
rubio, pero con el tiempo le fue cambiando de color, al igual que sus ojos.
Antes eran Azules como el mar, risueños y alegres, pero ahora son verdes con
rayos cafés, dorados y grises, una hermosa variación de color. Esa es una de
las cosas que me encantan tanto de ella. Su capacidad de cambiar con el paso
del tiempo.
Le doy un largo sorbo al café hasta acabármelo, y luego me acerco a la estufa
para cocinar algo de desayuno. Pienso en las opciones que poseo teniendo en
cuenta que la casa de Becca casi siempre está escasa de comida, pero antes de
siquiera poder prender el fogón, siento como unos delgados bracitos me
rodean la cintura, y luego una cabeza se me apoya en el hombro, dándome
pequeños y rápidos besos a lo largo del cuello.
Extrañaba mucho este tipo de cosas.
Me muevo sintiendo ese delicioso cosquilleo en la panza, mientras sonrío
atontada.
-Buenos días, pequeña- Susurra Becca al lado de mi oreja, y luego me la
mordisquea suavemente.- ¿Has podido dormir?
Asiento con la cabeza, con los ojos cerrados y los labios curvados hacia arriba
como si fuera una estúpida. Creo que lo soy.
Maldición.
Becca me tiene tan enamorada.

Es en ese preciso instante en el que estoy a punto de voltearme para besarla


que mi teléfono empieza a sonar, lo que hace que ambas nos sobresaltemos
como si nos hubieran pillado haciendo algo malo.
La miro y ella me dice que sí con la mirada, entonces me alejo de ella y voy
hasta la hermosa mesa de madera que tiene Becca en el comedor donde reposa
mi teléfono.
Contesto y escucho a Johanna hablarme exigentemente.
- ¡¡¡¡MEGHAN!!!! ¿Dónde diablos estás?
Recojo una manzana del frutero y le doy un mordisco.
- En la casa de mi novia, ¿por qué?- digo, entre mordiscos.
- DEBERÍAS ESTAR ACÁ, POR DIOS. ¿NO TE ACUERDAS DE LA
REUNIÓN DE PRESUPUESTOS PARA ESTE MES?
Miro a Becca, que se encoge de hombros, y luego Le doy otro mordisco a la
manzana.
- Si me acuerdo, Johana. No veo cual es el problema.
- PUES QUE TÚ NO ESTÁS ACÁ.
- Le pedí a Harry que me reemplazara, solo por hoy. Resulta y acontece que
está pasando algo muy importante que requiere de mi atención por ahora. No
puedo ir ni hoy ni mañana, lo siento mucho.
-Pero….
.- Lo siento mucho, Johana- repito, y luego cuelgo.
Me volteo hacia Becca, pero ya no la veo. Solo escucho la puerta de la entrada
cerrarse, y echo a correr detrás de ella.
Otra vez no, por favor. Repito muchas veces en mi cabeza, preocupada.
No de nuevo.
Becca.

Corro a pesar de estar descalza y sentir el viento contra mis piernas desnudas.
Todo el mundo me mira como si estuviera loca, pero no me importa, porque
estoy feliz. Siento ese tipo de llenura y felicidad que extrañaba. Nada me
importa en este momento. Solo corro hacia donde mi mente me diga, como si
estuviera jugando a las escondidas con alguien que me hace completa.
Felizmente completa.
Me detengo un segundo a tomar aire, apoyando las manos sobre las piernas,
dejando que el cabello me azote el rostro y el aire se arremoline a mí
alrededor.
- ¿Becca?- escucho que alguien me llama, con cierta incredulidad.
Me volteo hacia donde proviene la voz, que sin duda es un chico, y me
sorprendo al ver a Ryan Mills, el ex novio de mi mejor amigo y uno de los
chicos que me acompañaba en la investigación de Christine, que sonríe al
verme, como si fuera un milagro encontrarme en piyama corriendo por toda la
calle un sábado por la mañana.
Él sí que está bien vestido, como si estuviera listo para una entrevista muy
importante.
A lo mejor a él también lo sacaron de la investigación. Eso sí que me haría
sentir mucho mejor.
Le devuelvo la sonrisa, y me le acerco. Lo saludo, y me sorprendo al ver lo
bien que me trata comparado con la mayoría de gente que me conoce en mis
episodios de felicidad.
Me hace preguntas lo bastante normales, e ignora el hecho de que estoy
descalza, con los pies llenos de mugre, y en piyama un poco prometedora.
Luego de unos minutos, escucho su teléfono vibrar, y veo como sus profundos
ojos grises me interrogan si puede contestar.
Ve quién lo llama, y trata de ocultar su confusión, sorpresa y alegría aunque
no lo logra muy bien, pues yo lo noto.
Debe ser Simon, mi mejor amigo. Debe estar preguntando por mí. Meghan le
habrá pedido que llame a todos nuestros conocidos.
Antes de que siquiera el conteste, empiezo a correr de nuevo, pero esta vez no
como si estuviera jugando, sino como si fuera una fugitiva.
Una criminal que ha sido descubierta.
Corro por las calles de Brooklyn, pensando en Meg, en lo preocupada que
debe estar.
En como sus oscuros ojos deben estar brillando del miedo que suele sentir al
ver que desaparezco. Corro tan rápido como me lo permiten mis piernas,
ignorando los continuos punzones que siento en los pies, y tardo unos
segundos en darme cuenta que debí de haber pisado algún vidrio de la sucia
calle y me corté.
Christine. Trébol. Reloj de arena.

Trébol.
Reloj de arena.
Christine.

De algún modo u otro, acabo acostada en algún parque de la enorme ciudad de


Nueva York, mirando al cielo y repitiendo lentamente esas tres palabras.
Christine
Reloj
Trébol.

Necesito ayuda.

C
Meghan.
Miro mi teléfono para ver la hora, bastante impaciente y luego le ordeno a mis
piernas que dejen de temblar, sin mucho éxito. Lo único que consigo es que
me mueva mucho más, como si tuviera pulgas o algo por el estilo.
Los hospitales psiquiátricos de Nueva York siempre me han puesto la piel de
gallina, aunque he tratado de tener coraje desde que Becca empezó con su
enfermedad.
Vuelvo a mirar mi teléfono, solo para revisar la hora y confirmar que aún
estoy viva.
7, 32 pm.
No me siento viva en absoluto.
Qué horror.

Llevo ocho horas sentada en la misma asquerosa y sucia silla de la clínica, sin
haber comido, dormido, o siquiera bebido un café.
Ni siquiera traje barritas de chocolate, que eran mi última salvación. Me
llamaron al medio día a decirme que habían encontrado a Becca medio
desnuda (o para mí, en piyama) en uno de los parques de Brooklyn acostada e
inconsciente. Naturalmente, fue el padre de Becca el que me llamó, Un policía
que adoptó a Becca cuando ella tenía tan solo siete años, cuando la rescataron
dentro de otras 200 niñas que habían raptado de distintos lugares del mundo
para tráfico sexual.
Él es su padre adoptivo, aunque ya no se hablan tanto. Becca se alejó de todos
(incluso de mí) cuando le dio por última vez su oleada de depresión.
Ni siquiera me doy cuenta cuando me llama una enfermera que tiene el pelo
sujetado en un apretado moño en la nuca. Me levanto rápidamente, y me dirijo
hacia la entrada de las habitaciones. Cuando llego a la de Becca, ella me mira
con ojos brillantes y levanta perezosamente las comisuras de los labios. Como
ya hemos venido aquí miles de veces, ni siquiera tengo que peguntar si me
puedo echar al lado de ella, así que simplemente lo hago. Dejo mi maleta en el
sofá, cierro la puerta, y me echo a su lado, permitiendo que esta vez sea ella la
que me abrace mientras yo dejo salir las lágrimas sin reproche alguno.
- Te quiero- susurra contra mi cabeza.

Yo también te quiero, Rebecca.


Te quiero.
Capítulo IV

La noche que dejaron salir a Becca del hospital, la llevé a mi casa, pues me
daba miedo que le diera miedo ir a la suya y de nuevo escapara o algo peor.
Entramos, y sonreí al ver nuestro reflejo al frente nuestro. Yo, toda bajita
comparada con ella, que mide como dos metros. Ella, toda perfecta, piel
blanca, ojos azules y cabello castaño, y yo, bajita, con los ojos miel, y un
poco pálida. Me encantaba todo lo de ella.
Incluso se veía hermosa envuelta en ese horroroso chal de abuelita, con el
cabello sucio y unas enormes ojeras bajo los hermosos y sonrientes ojos
azules.
Me doy vuelta al recordar cómo se veía el día que volvió y justo ahora, que
está profunda y angelicalmente dormida.
Sé por qué le está pasando todo esto, o al menos lo sospecho. Durante años
pensé que tan solo pensar esa idea era una locura, pero cada vez que estaba
más cerca a encontrar a Christine he pensado que no es tan loco. Al fin y al
cabo, la niña desapareció unas semanas antes de que encontraran a Becca, y
como ella no se acordaba de su nombre ni de nada, el padre adoptivo de ella
decidió llamarla Rebecca. Qué tal si Rebecca realmente se llamara…

- Amor- escucho que mi princesa susurra


Volteo hacia donde está ella, mientras la cama cruje bajo nosotras. Me subo la
sabana hasta la barbilla, aunque no tenga frío.
Paso una mano por un mechón que se salió de la oreja, y ella entreabre los
labios.
Aunque luego vuelve a cerrarlos. Pasa saliva, y mira al techo.
- ¿qué te pasa, princesa?- susurro, un poco inquieta.
Ella niega lentamente con la cabeza.
- Nada- responde también en un susurro, aunque luego añade- . Es solo que
me siento extraña.
- y no es por la Paroxetina, ¿cierto?
Ella vuelve a negar con la cabeza. Y también vuelve a pasar saliva.
Me giro completamente hacia ella, y luego me le acerco lo suficiente como
para tocarla. Busco su mano en el enrollo de las cobijas y sabanas que
tenemos encima, y cuando la encuentro entrelazo sus dedos con los míos.
La miro directamente a la cara, y ella hace lo mismo.
- ¿Qué es lo que sientes?
Mira para otro lado, a la evasiva.
- No lo sé, es como una horrorosa sensación de que me falta algo pero no sé
qué es, y cuando busco y siento que ya sé qué es, todo vuelve y se derrumba
frente a mí.
- ¿Estás hablando de…? - empiezo a decir, aunque ella no me deja acabar.
- Sí, estoy hablando de la niña perdida- dice, aunque con voz temblorosa, y
cuando menos me lo espero, empieza a sollozar hasta que se convierte en
llanto puro y desesperado. La abrazo aún acostadas en la cama, mientras
siento como sus lágrimas me mojan la camisa y el pecho.
Paso mi mano una y otra vez por su cabeza, hasta que ella empieza a
tranquilizarse. Luego me muerdo la lengua y pienso rápidamente si debería
preguntárselo o no.
- princesa- empiezo a decir, titubeante.
Ella se levanta lentamente, hasta quedar sentada, mirándome.
-¿sí?- susurra
Me arrepiento al instante de haber hablado. Sin duda no es el mejor momento
para preguntar esto, no teniendo en cuenta el estado actual de ella.
Cierro los ojos y niego con la cabeza.
-nada. Olvídalo, mi amor. No te preocupes.
Pero una vez que toreado es el toro, no hay marcha atrás.
Mucho menos cuando el toro está de mal humor.
- no- dice, firmemente.-.Dime. Quiero saber.
Niego firmemente con la cabeza de nuevo, y me empieza a entrar el pánico
cuando ella vuelve a insistir.
Duramos más o menos media hora discutiendo hasta que me doy por vencida
y le pregunto.
-¿Alguna vez has pensado que la niña perdida seas tú?
Al instante el universo entero se paraliza y empieza a congelarse.
Me mira como si le hubiera dicho que se va a morir de cáncer, y luego se ríe
sarcásticamente.
-¿es ENSERIO?- grita, y se empieza a levantar de la cama. Me muevo y la
agarro de la muñeca antes de que se pare, la tiro de nuevo a la cama como
antes solíamos hacer cuando yo era más fuerte que ella, aunque las cosas han
cambiado, pues ella ya ve lo que voy a hacer y con una zarandeada se deshace
de mi mano. Camina rápidamente hacia la sala, coge su morral, se pone los
primeros zapatos suyos que encuentra en el armario, mientras que yo protesto
que era una pregunta estúpida y que no pretendía ofenderla, a lo que ella me
responde con ojos en blanco, o con labios fuertemente apretados.
-Rebecca- susurro antes de que coja el pomo de la puerta principal, ella se
voltea de mala gana y me mira con ojos expectantes, cargados de furia.
-¿QUÉ?- vocifera, y luego se echa a llorar- ¿qué quieres, Meghan? ¿En serio
pensaste que eso sería grandiosa publicidad para poder ascender de puesto en
el trabajo? Oigan, miren que mi novia bipolar es la hija perdida del ministro
de nueva Escocia. Sí, yo sé. Es increíble, ¿no? Solo digo, Meghan, que todos
conocemos la pocilga en la que vives, y que estás desesperada por conseguir
algo decente, pero esto, Meghan, esto, es usar a la gente. Me harté de esto.

Abre el pomo de la puerta y desaparece tras ella, dando un buen portazo. Ni


siquiera me tomo la molestia de ir tras ella, solo me limito a ir hacia mi cuarto
y dejar que las lágrimas me salgan fugazmente antes de quedarme dormida.
Ya nada me importa, definitivamente.

Becca

Me seco las lágrimas, aun sabiendo que no servirá de nada, pues las lágrimas
seguirán saliendo. Voy a la casa de mi mejor amigo, porque no encuentro a
donde más ir. Al fin y al cabo, siento que estoy perdiéndolo todo, como
siempre me ha pasado.
Maldita perdición.
Simon.

Aunque me parezca extraño, no me sorprendo en absoluto en encontrarme a


Rebecca parada en la entrada de mi casa.
Sin pensármelo dos veces, abro los brazos y permito que ella se lance a ellos.
Al final, sé que lo necesita. No me ha contado qué ha pasado, pero aun así me
hago una idea.
Mi perro viene corriendo alegremente desde mi cuarto y cuando ve a Becca
empieza a morderse su cola y a dar vueltas, como el perro de mi película
favorita La razón de estar contigo, que también se llamaba Bailey. Mi mejor
amiga se ríe entre lágrimas, y se agacha para acariciarlo.
Seguramente habrá peleado con Meg, como para variar.
Entramos a mi casa, y me preparo mentalmente para entender que ella se va a
quedar a dormir hoy acá. Seguramente no quiere estar sola en su apartamento,
aunque me extraña que no sea en otro lado. Pudo haber sido en el lugar de
Ryan y Jack Mills, los odiosos amigos del trabajo de Becca, por no mencionar
que uno de ellos me rompió el corazón.

Pero bueno; lo esperado no sucede, es lo inesperado lo que acontece.


O al menos eso dijo Confucio, creo.
Volviendo a la realidad, Becca me lanza una débil sonrisa, una de esas que me
dice que aunque está mal, hace lo posible por fingir que está bien.
-¿me vas a decir?- murmuro, un poco tímido.
Ella asiente con la cabeza, y se sienta en el mesón de la cocina, como cuando
éramos pequeños y nos sentábamos mientras mi mamá nos hacía pancakes.

Empieza contándome como volvió con Meghan después de todo el problema


que sucedió a causa de la investigación de Christine, y luego de como acaban
de pelear en la casa de ella, y pues acaba en unos interminables sollozos.

Me limito a escuchar comprensivamente y a sobarle la espalda mientras ella se


suena los mocos y me mira con los ojos hinchados, mientras Bailey se sienta
obedientemente al lado mío.
Al final abraza sus piernas y me dice lo que no me decía hace años, desde que
estábamos en la preparatoria, con ese tono apasionado que me solía poner
nervioso.
- Mmmmmm, oye, Simon- empieza hablando-, Quiero que sepas que quiero y
necesito urgentemente una marmota.
Me hago el que nunca ha escuchado esa frase.
- ¿una marmota?

Ella asiente firmemente con la cabeza, aun con la nariz y los ojos hinchados, y
frunce el ceño tratando de verse lo más seria posible.
- Sip. Opino que sería una buena compañía. ¿Sabes en donde viven las
marmotas? Nunca he entendido en donde viven. Tenemos que ir a encontrar
una rápidamente antes de que se agoten.
Esta última hace que me ría bastante, teniendo en cuenta que a) Aquí en
Nueva York es un poco obvio que hay marmotas en el invierno y b) nadie
(solo Rebecca Harris Hawklaw) se va corriendo a buscar marmotas por miedo
a que se agoten, teniendo en cuenta que nadie tiene de mascota una marmota.

- Okay, una marmota de mascota. Interesante, Becca. Nunca en mi vida había


escuchado decirte eso.

Ella se ríe, y me abraza fuertemente, como si se aferrara a algo que no


desapareciera.
Sabiendo que al final del día todo desaparece.

-¿has hablado con él?- dice, sacándome de mis pensamientos. Aunque finjo
que me mantengo sereno, por adentro me congelo.
-¿Con quién?
- Con él, Simon.

- Oh, con él. No, no he vuelto a hablar con él. Lo llamé el día que saliste
corriendo como una marmota - ella se ríe- pero tan pronto me dijo que ya
habías vuelto a correr, huí de esa cálida voz y colgué.

Ella me miró y volvió a sonreír pero esta vez con un poco de timidez.
-cobarde.
Me río y le doy un golpecito en el brazo, como cuando ella me ganaba
jugando a las escondidas en primaria.
Uffff. Viejos tiempos. Ojalá nunca hubiéramos crecido.
Así nunca hubiéramos sufrido tanto.

Acabo de cocinar la pobreza de comida que me apañé para hacer en quince


minutos, y nos vamos a mi habitación a comer. Ambos nos echamos en la
cama con las piernas flexionadas y buscamos qué ver en Netfilx, mientras
Bailey menea su rabo antes de subirse a la cama y olfatear nuestros platos.

Ambos nos reímos y Bailey se acuesta entre nosotros, esperando nuestra


compasión para darle comida.
Al final me rindo con esos ojitos expectantes llenos de hambre y cariño, y le
doy el plato.
Becca me pasa el suyo inmediatamente, como toda buena persona que ella es
(por dentro queriendo que yo me lo coma porque sabe asqueroso).
Alzo las cejas y empiezo a decir lo mismo que ella está pensando
-¿pedimos algo de comer?- decimos los dos al unísono.
Bailey, nunca perdiéndose nada, ladra llamando nuestra atención.
Me le acerco y lo acaricio
- ¿Si? ¿Quieres comerte la deliciosa comida que preparó papá?
El, entendiendo se sienta y mueve su húmeda nariz como un oso hormiguero,
esperando su delicioso premio. Que asco.
No sé porque le gusta tanto la comida que hago. A nadie más le gusta. Ni
siquiera a mí, en realidad.
Becca ríe y le rasca las orejas a mi perro, y yo me quedo mirándola.
La quiero. Uffff, joder. La adoro. Es mi hermanita menor, mi mejor amiga, mi
confidente. Ella es mi todo, literalmente.
- no sé qué haría sin ti, marmota- le susurro.
Capítulo V

Becca

Me muerdo el labio, Y trato de reprimir las enormes ganas de abalanzarme


sobre Simon y plantarle un beso en los labios. Sé que eso arruinaría nuestra
relación, y nos confundiría a los dos.
En mi defensa, puedo argumentar que el empezó primero, susurrándome del
modo que sabe que me vuelve loca. Antes de hacer algo de lo que me
arrepentiría luego, arrugo la nariz y salgo de la habitación dando traspiés.
Voy a la nevera y busco el número de alguna pizzería cerca. Listo.
Lo sostengo en alto mientras marco el número, y luego pido una lasaña para
mí y una pizza para Simon.
Unos minutos después, yacíamos en la cama de mi mejor amigo devorándonos
la comida y viendo Jessica Jones.
Es una de mis series favoritas, sobretodo porque ella es investigadora privada,
al igual que yo. A Simon le encanta pero porque es de Marvel. A mí me da
igual, en realidad.

Antes de que me pueda acabar mi lasaña, mi móvil, que está escondido en


algún lugar del apartamento, empieza a sonar. Hago una mueca y Simon se
ofrece a ir por él. Le sonrío y me hago la inocente. Hay que aprovechar, ¿no?
A la distancia escucho que se atraganta con un pedazo de pizza.
-¿Quién es?- pregunto, parando la serie.
Entra a la habitación corriendo y luego me lanza el celular como si fuera una
bomba atómica. Algo malo debe de haber pasado para que mi mejor amigo
actúe de esa forma. Lo recojo de inmediato y miro la pantalla.
El mensaje es de Ryan Mills, el chico que me encontré cuando salí corriendo
de mi casa.
El ex de Simon. Eso explica.
- ya- le digo, protestando- no es para tanto, Simon.
Él se pone blanco como el papel.
- léelo- susurra.
Y eso hago
Simon

A lo mejor Becca tenga razón. Estoy dramatizando mucho.


Pero es que ver que el chico que me rompió el corazón le proponga a Becca
que trabajen juntos buscando a Christine Collins, la niña desaparecida de hace
años no ayuda mucho con mi sentimiento de nostalgia.
Y lo que es aún peor, que mi mejor amiga acepte. La entiendo, claro. Lleva
desesperada buscando a esa niña desde sus trece años, cuando encontró un
reloj de arena en su habitación, tal y como encontraron en el cuarto de la niña
al desaparecer.
Pero igual dolió cuando me dijo que si iba a aceptar el trabajo.
- me volveré loca si no empiezo a hacer algo, Simon- explicó, masticando su
lasaña.
- lo sé, pero… arghhhh- respondí, exasperado.

Luego me abrazó y se fue, y Bailey y yo quedamos solos con nuestra pizza.

Becca

Cierro la puerta de Simon con cuidado, y analizo mis opciones.


Puedo irme a mi casa, pero está vacía y sola, y no me apetece mucho estar sola
esta noche. Luego está Meghan. Mmm, nop. Mi orgullo es demasiado y aun
no estoy lista para pedirle perdón. Están los Mills, que me recibirían con los
brazos abiertos, pero no quiero traicionar a Simon tan deprisa. Iré a ver a Ryan
cuando ya me vea obligada a hablar sobre el trabajo. Pienso en papá, y en lo
mucho que le gustaría verme. Camino apresuradamente el callejón hasta la
calle y pido un taxi.
Miro el directorio que reposa en la mesa de la entrada principal del conjunto y
recorro los nombres hasta encontrar el de mi padre, ya que no recuerdo en cual
casa vive.
- Samuel Harris- me digo a mi misma- Samuel Harris.
Me adoptó cuando era una niña, y siempre estaré eternamente agradecida con
él por eso.
Él está casado, y tiene sus propios hijos, y ha disfrutado de una vida muy
buena. Ahora está en los tempranos cincuentas, y se está quedando sin cabello.
Nadie nunca pensaría que soy su hija, no solo porque soy adoptada, sino
porque no nos parecemos en nada. Él es de tez morena, y tiene unos ojos
azules que contrastan con el resto de él. Yo soy tan blanca como la leche, y
mis ojos eran azules aunque ahora son verdes. Aparte, el siempre decidía
blanco, y yo negro. Él prefería la mañana, y yo la noche. Casi nunca
compartíamos la misma opinión. Yo me crié con el resto de sus hijos, que en
total son 6, cuatro de su misma sangre y dos adoptadas. Amanda y yo.
No recuerdo qué fue de mi vida antes de que el me salvara, solo recuerdo que
nos encontró a mí y a Amanda en una escena de crimen donde intercambiaban
muchachas y niñas para el tráfico sexual. Los expertos dicen que fue por un
desacuerdo entre un político y su amigo, o algo así. No importa. Sam nos ha
dicho que desde el momento que nos vio supo que nos iba a cuidar y a
proteger. Y eso ha hecho.

Encuentro el número de la casa y timbro.


Eloise, la esposa de Sam, me responde en el primer timbrazo.
- ¿diga?- dice con voz somnolienta.
- hola, madre. Soy yo, Rebecca.
Una pausa, y luego un suspiro. Suena el corrientazo que indica que la puerta
está abierta y entro sin colgar el teléfono de la portería. Solo lo dejo ahí.
Abro la puerta y me topo con dos niños que corren por el vestíbulo, gritando y
brincando de la alegría. Me ven y dejan de corretearse entre ellos. Parpadean,
curiosos.
Yo tampoco los reconozco, aunque uno de ellos se parece un poco a Eloise.
No puede ser. ¿Tuvieron más niños? Qué horror.
- Adam- escucho la voz de Melanie llamando a uno de los niños que tengo en
frente.
Melanie es la mayor de mis hermanastros. Nunca nos hemos llevado bien,
aunque ella siempre se vio obligada a tolerarme por modales delante de sus
padres. Siempre aproveche aquello y usaba cada oportunidad que tenía para
hacerla enfadar.
- dime, mami.- replica el niño, alzando la voz para que Melanie escuche.
Alzo las cejas, y mi ritmo cardiaco deja de ser tan rápido.
Por suerte, no son hijos de Eloise y Sam. Son sus nietos, aparentemente.

- saluden a la tía Becky- dice Melanie, y pongo todo mi empeño en no correr


hacia donde está ella y ahorcarla con las manos. Ella sabe que desde pequeña
odié que me llamaran Becky, y aún sigue usando el apodo. Maldita.
Los dos niños se miran entre ellos y luego, como si se pusieran de acuerdo, me
miran y sonríen de un modo que me hace desconfiar de ellos.
- hola tía Becky- dice Adam, y se tapa la boca.
-sí, tía Becky.- añade el otro, entre risitas.
Pongo los ojos en blanco. Dios, igual de irritantes que Melanie.
Camino hacia la cocina, y sonrío al recordar que cuando era pequeña me solía
esconder en un hueco que hay entre la nevera y la pared para evitar estar con
el resto de la familia.
-¡Rebecca!
Me volteo y veo a Mike, mi hermanastro menor, con el que mejor me llevaba.
Tiene el pelo hasta el cuello, y las puntas se le enroscan formando rulitos que
le dan un aspecto desenfadado.
Lo abrazo y nos reímos los dos.
Aunque me cueste admitirlo, extrañaba a mi familia.
O al menos, a una parte de ella.

Capítulo VI
Meghan.
Tengo un gato.
Siempre he preferido los perros porque los gatos me parecen antipáticos, pero
me encariñé con este desde que me lo regalaron.
Se llama Orión, y a pesar de que no es de raza, es muy hermoso. Tiene un ojo
verde y otro azul y su pelaje es completamente negro. Es mi gato de la suerte.

O al menos, eso digo yo.


________________________________________

Y lo creo, que es lo peor.


Me rio para mis adentros. Soy un desastre. Eso es lo que solía pensar cuando
estaba deprimida, pero ahora que no tengo depresión, se me hace hasta
ridícula la idea de pensarlo. Sin embargo, hoy es distinto.

Miro a mi gato y le acaricio torpemente las orejas, buscando a tientas su


silueta. La cabeza me da vueltas. ¿Será por el Red turkey que me tomé de
golpe? Niego con la cabeza.
No creo.
Me empiezo a reír de alguna estupidez que pensé. ¿Qué me está pasando?

Me despierto de un golpe, y aun con la cabeza embotada y los ojos


ardiéndome, y me doy cuenta del motivo por el que me desperté.
Miro hacia arriba y busco con la mirada el viejo teléfono fijo que suele habitar
encima de una mesita de mármol. No lo encuentro.
Frunzo el ceño. ¿Si no está en la mesa, dónde está?
Vuelve a sonar en algún lado. Riiiiiiiiiing. Lo busco con las manos, y entonces
me fijo en él. Orión está encima de él, cubriéndolo con su peludo trasero.
Lo espanto con una mano y lo cojo con la otra.
Lo acaricio y luego lo pongo en el suelo. Al estirarme para recoger el teléfono
siento protestar cada uno de los músculos que ni sabía que existían. Con una
mueca de dolor, y mi cabeza dando vueltas aún, me pego el teléfono a la oreja
y hablo.
Silencio. Pongo los ojos en blanco, y luego recuerdo que ni siquiera apreté el
botón de contestar, de lo embotada que estoy. Lo espicho y luego vuelvo a
saludar.
-¿Diga?
- ¿Meghan White?
Doy un gruñido como respuesta

- ¿conoce a Meghan White? ¿Sabe dónde la puedo encontrar?


-soy yo- murmuro, y me toco la frente con los dedos. ¿Por qué me dolerá tanto
la cabeza? ¿Será que pesqué una gripe?

La voz masculina a través del teléfono sigue hablando sobre algo de un reino,
y de repente me fijo en una botella enorme (y vacía) de Red Turkey.

-Nonono - empiezo a decir, desplazándome hacia atrás como un cangrejo


asustado.
-¿Eh? ¿Señora White?- ¿por qué se me hará tan conocida esa voz? ¿lo
conozco?
- señorita- me tomo la molestia de corregirle- Señorita. Aún no estoy casada.
- Oh- escucho el desconcierto en la voz del señor- perdóneme. Estaba
diciéndole…..
-Disculpe- lo vuelvo a interrumpir- tengo que salir,¿ será que me podría llamar
más tarde?
- Eh…. Okay.
Cuelgo, y me levanto como puedo, luego voy al baño dando tumbos y me
lanzo hacia el retrete y empiezo a vomitar todo el alcohol que por algún
motivo me tomé.

-¿Aló?
- Meghan, ¿verdad?
- Ajá. ¿Quién es?
- Oh, cierto. Perdón. Soy Ryan Mills, el amigo de Becca.
Me demoro un segundo en responder.
- Aaaaah, ya sé quién eres. ¿No eres uno de los gemelos? ¡Sí! ¿No eres el que
le rompió el corazón a Simon?- Escucho que toma aire, entonces me apresuro
a añadir- Vaya, perdón, no quería decir eso. ¿Pero si eres ese Ryan?
Luego él se ríe.
-Si- escucho que dice- Soy ese Ryan. No sé si Becca te habrá dicho algo de la
oferta que le ofrecí.
-¿oferta? ¿Pero qué no trabajaban ambos para Hyde?
- ya no, Meg. Él nos desempleó a los cinco que trabajábamos el caso.
-Ah- murmuro, un poco confundida. Eso tiene sentido, en cierto modo.
¿Pero, cuál será la oferta que él le ofrece a Becca?
Él, como si me leyera la mente, me cuenta
- El trabajo o misión que le propuse a Becca fue la siguiente; resulta, Meghan,
que antes de que nos despidieran, mi hermano estaba archivando unos
documentos de todas las personas a las que hemos eliminado buscando a
Christine, y Jack encontró un papel secreto que contenía el nombre y la
dirección de una chica que desde hacía años Hyde había estado espiando. No
sabemos por qué tenía investigadores privados para la chica, pero sabemos
que ella juega un rol importante en la búsqueda de Christine.
Lo único que me limito a decir es <<oh>> y <<vaya>>, pero luego, picada
por la curiosidad le pregunto a Ryan:
- ¿y qué es lo que van a hacer al respecto?
- Bueno, pues primero, vamos a la dirección que estaba anotada y lue…
- espera. ¿Y cómo van a saber cuál dirección es?
- Jack tomó varias fotos de algunos papeles y evidencias que logró ver antes
de que Hyde entrara a la oficina.
- ok. Sigue hablando.
- Luego vamos a intentar acercarnos a ella para poder descifrar qué tan
importante es ella en la búsqueda, pero para eso necesitamos que alguien con
tacto se haga amiga de ella.
- y para eso necesitan a Rebecca.- digo, terminando la idea de Ryan.
- exacto- lo escucho decir, triunfal porque le entendí la idea.- y además ella
como es investigadora privada, pues nos puede ayudar a encontrar más cosas
que nos sirvan para la investigación.
- okey. Lo entiendo todo perfectamente, pero solo tengo una duda. ¿Y para
qué me llamaste a mí?
- Porque tú también nos vas a servir de ayuda. ¿Tú trabajas para Johanna
Pearson, no?

Becca.

Luego de estar un rato bajo el techo donde me crié, saludé a mi familia


adoptiva y hablé bastante con Sam. Luego de eso, solo recibí una llamada de
Jack Mills, y me dirigí a casa de ellos.

Fue un poco incómodo ver a Meg a unos metros de distancia en la acogedora


habitación de los Mills. Era como si la tensión que había entre ella y yo
estuviera consumiendo todo el calor que hacía allá adentro.
Pero ya luego nos relajamos. Dejé de lado mi dignidad y le pedí perdón.
Luego simplemente nos abrazamos y escuchamos atentamente qué era lo que
Ryan nos proponía, mientras entrelazábamos nuestros dedos distraídamente
como tantas veces hemos hecho.
El líder de nuestra misión es irónicamente el Dr. Jekyll, el misterioso hermano
de mr. Hyde. Solo que él sí está de parte nuestra, y al parecer sabe cierta
información que probablemente nos servirá de ayuda.
- Älskar Mason - repito para mí misma. ¿Dónde he escuchado ese nombre?

Luego de que Jack nos da toda su charla motivacional, y Ryan nos divide en
grupos, nos ponemos manos a la obra.
Somos siete en total para esta misión.
Ryan, Jack, Meg, Dr. Jekyll, Hayley Green (una chica que trabajaba también
con Hyde), Mateo Cruz, un chico que también trabajaba con nosotros, y yo.

Ojalá encontremos a la niña.


1 mes después.

Älskar Mason.

Me río a carcajadas mientras veo como se le sale el chocolate a Becca por la


nariz. Las dos nos reímos sin parar.
Hace muchos años que no me reía tanto. Hace bastantes.
De repente llega Will, mi novio, por atrás de mí y me tapa los ojos. Sé que es
él por su colonia, y por la calidez de sus manos.
Alzo una ceja y Becca se ríe, y entonces Will se pone delante de nosotras y
nos sonríe con esos labios que me encantan.
Si yo sé, suena ilógico que sea feliz con Will pero que no me ría. Es que la
vida a veces nos juega una mala pasada al demostrarnos que no podemos ser
los mismos con todos los que nos rodean. Eso me pasó a mí.
Amo a Will con todo mi corazón, pero siento una enorme responsabilidad de
ser una chica seria y serena frente a él. Alguien con quién él pueda contar.
En cambio aquí, con Rebecca, puedo ser la niña de 11 años que nunca quiso
madurar.
- los dejo solos, muchachos- dice Becca con una sonrisa. Diablos, ¿en dónde
he visto esa sonrisa antes?
<<Hace un mes que la ves casi a diario, idiota>> me digo a mí misma. Pero,
¿será así? ¿Y si la he visto antes?

No importa. Sé que nunca antes había visto esa sonrisa.

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