caballero. Por eso le permite y anima a pelear en la guerra entre Asís y Perugia.
Aquí vemos una gran confusión de intereses entre
padre e hijo:
Por parte de Francisco, un intento de huir de un
encuentro serio consigo mismo, con sus talentos y capacidades, sus debilidades, sueños y deseos auténticos.
Además, un intento de complacer a su padre y
ganarse su afecto.
Por parte de su padre, el uso de su hijo como medio
para acercarse más a lo que buscaba: la nobleza.
Bernardone no anhelaba únicamente ser rico, sino
también ser aceptado por los nobles. Tener un hijo caballero le servía como puente para conquistar este sueño.
Ser noble no necesariamente significaba ser rico,
sino ser una persona de privilegio, valorado y respetado por los poderes de este mundo.
Bernardone tenía todo el dinero que quería; lo que
le faltaba era ganarse un lugar entre los nobles.
Muchos hijos tratan de vivir los sueños de sus
padres con el fin de ganarse su afecto y aprobación, en lugar de buscar y descubrir los sueños que Dios Padre ha puesto en ellos mismos.
De modo que Francisco se fue a la guerra movido
por motivaciones muy confusas, sin un adecuado discernimiento, aunque con intenciones aparentemente sinceras.
Al igual que él, podemos buscar caminos muy
equivocados por razones muy sinceras, si procedemos sin un alto grado de autoconocimiento y discernimiento. Aquí apuntamos a lo que los maestros en el campo de discernimiento llaman “un bien aperiente” y no real.
Es decir, un ser humano puede buscar lograr algo
bueno en su vida pero por motivaciones y medios turbios.
Un basta un buen fin sino buenos motivaciones y
medios bien discernidos.
Además, es preciso recordar que tanto ayer como
hoy, un joven sin rumbo, sin sentido de la vida, puede ser brutalmente explotado.
Además, Francisco manejaba un alto nivel de
orgullo, vanagloria y soberbia.
Estos tres anti-valores ciegan a las personas, y
quien no mira el camino que va andando, tarde o temprano se cae.
Francisco no solo estaba pasando por la guerra,
sino que igualmente la guerra estaba pasando por él. Por su sensibilidad, él no fue materia prima para pelear en la guerra y ésta lo dejó hecho pedazos.
El camino de autoconocimiento que tendría que
realizar Francisco de ahí en adelante, sería recoger cada uno de esos pedazos y llevarlos a Dios en una tónica de oración, autoconocimiento y discernimiento, para poder dejar lo superficial y llegar a lo esencial.
Es decir, despojarse de las falsas ilusiones para
poder llegar a la ilusión real.
Eso implica asimismo despojarse de ideales
idealizados, o sea, de falsos ideales.
Curiosamente, numerosas cosas que nos parecen
tan seguras son en realidad ilusiones.
Tal vez la derrota más grande e importante de
Francisco fue su ilusión de ser caballero.
La derrota de esta imagen lo condujo quizá al
primer encuentro con su sombra.
Lo importante en el autoconocimiento es descubrir
la persona o la imagen para que no nos controle. Santa Teresa decía: “Me doy cuenta que los que se llaman señores de este mundo son nada más esclavos de mil cosas”.
La imagen es el ser esencial del ego, una manera
de ser falsa que nos mantiene lejos de nuestro ser esencial: ser imagen de Dios.
Si vivimos desde nuestro ego, necesitamos
defender nuestra imagen.
El ego nos dice que todo es hostil a nuestra
imagen. Por eso necesitamos comparar, jusgar dominar, controlar, manipular personas, incluso eliminarlas si no conseguimos controlarlas.
Las personas que viven para su ego son muy
frágiles.
Sus egos tienen que ser respetados, defendidos y
alabados. Su reputación, sus necesidades, su nación, su seguridad, su religión.
Tienen que preocuparse de todas estas cosas
porque para ellas allí reside su identidad. Cuando vivimos desde nuestro ego, necesitamos imponer nuestras demandas.
Si vivimos en la presencia de Dios, nuestro corazón
está abierto para que Él nos diga qué quiere de nosotros.
El ego de Francisco era muy grande, por tanto
también era muy celoso de su imagen.
La guerra fue la derrota de su ego y por
consiguiente de su imagen.
Si no vivimos libremente por la humildad, muchas
veces Dios nos permita vivir por la escuela de las humillaciones a ver si acaso ellas nos lleva otra vez por el camino de la humildad.
Las heridas a nuestro ego muchas veces son
nuestras mejores maestras especialmente en el camino de la humildad.
Tal vez en eso radica la diferencia entre los santos y
los revolucionarios.
En los revolucionarios la cabeza por lo general tiene
razón, pero la energía del alma y su dinámica no. Sus fines a menudo son nobles, pero sus medios son cuestionables.
No aman la verdad sino su verdad.
No aman la libertad sino la libertad por medio de su
sistema.
En otras palabras, puede ser que tengan la
solución, pero no son la solución.
La solución brota del alma transformada por y en
Dios.
Necesitamos menos reformas y más
transformación.
A veces vivimos constantemente cambiando de
lugar, trabajo, pareja, etc., para evitar ser cambiados y transformados por ellos, o tratando de cambiar cosas y personas en vez de cambiarnos a nosotros mismos.
En el gesto de Francisco de entregar su capa al
pobre caballero vemos un lenguaje corporal, un movimiento en él que reconoce su imagen y decide despojarse de ella.
Francisco no solo se da cuenta de que nunca podrá
ser caballero, sino de que, en el fondo, no quiere serlo.
Se hace consciente de lo que no quiere, sin
embargo todavía queda pendiente lo que sí quiere.
El primer paso en el autoconocimiento es descubrir