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Marco Aurelio Denegri:

La penetración (II)
Redacción:
La República
27 Nov 2004 | 19:00 h
Al setenta por ciento de mujeres no les gusta la penetración, y si la
admiten y consienten es para la complacencia del varón.

PERTUNDEANDO. Pertunda era en la antigua Roma la diosa del


coito. (Mihály Zichy; Hungría; 1827-1906.)

Al setenta por ciento de mujeres no les gusta la penetración, y si la admiten y


consienten es para la complacencia del varón.
Por Marco Aurelio Denegri.
Demostré en el artículo anterior que el coito heterosexual presenta una
notoria asimetría o falta de igualdad y correspondencia en lo tocante a
la penetración. Al setenta por ciento de mujeres no les gusta la
penetración o les gusta poco, y si la admiten y consienten es para la
complacencia del varón, pero no porque a ellas realmente les satisfaga.

¿Cuáles son las causas de este rechazo femenino de la penetración?

A mi modo de ver, la ignorancia, la desconsideración, la chapucería y el


apuro del varón. O para expresarlo de una manera muy coloquial: el
hombre no sabe meterla. Obra torpemente, apuradamente y
desconsideradamente.

La incompetencia sexual masculina se manifiesta ostensiblemente


cuando el varón supone que él debe ser quien introduzca el pene en la
vagina. Suposición que la mujer comparte, y en consecuencia se deja
introducir el miembro, aunque ello la displazca.

Creen ellas que ellos son copulantes diestros, creencia que se desvanece
cuando las mujeres, salvo las muy tontas e ignorantes, comprueban que
en la práctica los hombres son ineptos y chambones.

Las paredes de la vagina, en condiciones normales de inercia funcional,


se relajan y contactan entre sí. El pene, al entrar, las descontacta, y la
vagina asume entonces la forma de un conducto cilíndrico.

Sabido es que nadie se rasca como uno mismo cuando una picazón
molesta, o que nadie se agarra mejor que uno mismo los órganos
genitales. Pues de la misma manera, nadie sabe mejor que la mujer
recipiente si la verga está entrando como debe. Porque no se trata de
meter, simplemente, el miembro sino de saber meterlo, para lo cual es
necesario dirigirlo bien y ejercer con él la presión debida. El pene debe
acomodarse en la vagina, y el acomodamiento debe hacerlo la mujer, no
el hombre.

Nuestra sensibilidad, esto es, la capacidad de nuestro organismo de


percibir en forma de sensaciones los diversos estímulos exteriores e
interiores, se divide, justamente, en sensibilidad exteroceptiva (que
recibe lo de fuera) y sensibilidad propioceptiva (que recibe lo de dentro).

Lo que la mujer recibe de fuera y que en este caso es el órgano sexual


masculino, produce en el interior de su propio cuerpo determinadas
reacciones, ora placenteras, ora displacenteras. Ella lo sabe gracias a su
sensibilidad propioceptiva.

El varón siente que mete el miembro y que lo sigue metiendo, pero


desde luego no puede sentir lo que la mujer siente con la metida; por
ejemplo, que más que metida es arremetida o embestida, vale decir,
ingreso brusco y torpe, asalto, invasión del enemigo; o sin llegar a tanto,
bastará que sea inconveniente la dirección con que ingrese el miembro,
o indebida la presión que con él se ejerza, para que la introducción, que
no debiera incomodar, resulte incomodante y dolorosa para la mujer.

En resumen, la mujer es la que debe, pene en mano, introducírselo. Ella


es la que debe colocárselo y acomodárselo. Ella sabrá darle la dirección
que convenga y regulará la presión creciente con que el miembro,
durante la introducción, vaya descontactando las paredes vaginales. La
cavidad virtual que es la vagina se convertirá entonces en cavidad real.

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