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Al inicio las personas con discapacidad eran consideradas más bien un castigo, una forma que
Dios tenía para ajustar cuenta con sus padres, dándoles el trabajo de atender a estas personas,
eran consideradas además como individuos que no tenían nada que aportar a la sociedad y por
lo tanto su vida no merecía la pena ser vivida, este modelo se ha denominado prescindencia, ya
que la sociedad decide “prescindir” de ellos, viéndolos como personas que necesitan asistencia
permanente y que se tenga con ellos detalles caritativos.
El submodelo de marginación tenía como base fundamental la exclusión, siendo personas que
no se consideran adecuadas para el trabajo, les quedaba solo recibir la asistencia de la sociedad
e inclusive la mendicidad.
Conforme transcurre el tiempo y dados los diferentes cambios sociales, aparece el modelo
rehabilitador, dando un giro en la visión que la sociedad tiene de la discapacidad, la respuesta a
esta discapacidad deja de ser respuesta a algún castigo divino y comienza a partir de la propia
persona y sus diferentes necesidades, se manifiesta en una mirada más terapéutica, en dónde
la persona necesita ser rehabilitada o normalizada dentro de la que cabe, para que pueda de
alguna manera ajustarse a la sociedad y poder sobrevivir en ella.
Sigue siendo una mirada asistencialista, en la cual el estado debe entregar todas las ayudas,
mediante servicios que permitan la rehabilitación de la persona, es la persona la que debe
ajustarse a la sociedad, no esta a la persona.
Las causas de la discapacidad son netamente científicas, se alude a ellos en cuanto a la salud o
la enfermedad, ya no son consideradas inútiles para la sociedad, sino más bien que pueden
aportar en la medida que sean rehabilitadas, normalizadas o sanadas.
Este modelo sigue centrándose en la persona y su “deficiencia”, que se caracteriza por una
diferencia o anomalía patológica que no le permite realizar actividades “normales” y la
necesidad de que sean normalizados para ajustarse adecuadamente a la sociedad y cumplir las
actividades que les toca cumplir.
Esta práctica se basa además en la sobreprotección que puede observarse al momento que se
trata a estas personas, en muchos casos en el tratamiento que se le da a estas personas también
se evidencia una falta de formación adecuada para tratar con las diferentes discapacidades y las
demandas laborales aún no están al mismo nivel que los demás.
En este nuevo paradigma, al considerar que las causas que están en el origen de la discapacidad
son sociales, pierde parte de sentido la intervención puramente médica o clínica. Las soluciones
no deben tener cariz individual respecto de cada persona concreta afectada, sino que más bien
deben dirigirse a la sociedad, este modelo de derechos humanos está centrado en la dignidad
del ser humano y después, pero sólo en caso necesario, en las características médicas de la
persona. Sitúa al individuo en el centro de todas las decisiones que le afectan y, lo que es aún
más importante, sitúa el problema principal fuera de la persona, en la sociedad.
Este modelo caracteriza a la persona con discapacidad a partir de tres instancias, la primera a
partir de su propio cuerpo, no basándose en su anatomía (si algo le falta o no) o de que funcione
de acuerdo a la norma, sino más bien centrándose en descubrir las habilidades y capacidades
que esta persona posee, luego en la familia, en cuanto a que el concepto que tengan de familia
facilitará o entorpecerá el desarrollo de habilidades y capacidades que intervendrán de manera
directa en su mayor o menor integración, primero en la familia y luego en los otros entornos, ya
que la socialización facilitará la integración de estas personas y por último el medio en que se
desenvuelve, en el sentido de que es el medio el que aporta con las oportunidades para eliminar
las barreras, generar equidad e incluso aportar los riesgos que permitan gestionar acciones de
prevención y de adecuación para la adecuada inclusión.