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Bound
6º de Guardianes Eternos.

TITUS: Para la mayoría su don parece ser una bendición, pero para él
es una maldición que los demás Guardianes Eternos -esos que protegen el
reino mortal de las amenazas del inframundo- buscan explotar. Uno que con
mucho gusto cambiaría por la oportunidad de ser libre.

Obsesionado. Su toque es como una droga. Desde el momento en que la


conoció. Titus supo que era diferente. Incluso peligrosa. Aunque sus
hermanos guardianes están convencidos de que Natasa trabaja para Hades.
Titus no puede dejar de pensar en ella. No puede dejar de fantasear con ella.
No puede dejar de anhelar lo único que sabe que podría dar lugar a la caída
de su mundo.

Poseído. Frente a detener a Natasa o unirse a lo que busca ella, Titus


cae en la tentación y se ve inmerso en un mundo de lujuria, engaño y
traición mortal diseñado por los dioses. Su toque -únicamente el de ella- lo
libera de sus obligaciones, pero el deseo sólo puede condenarlo. Porque antes
de que termine tendrá que decidir qué es más importante: El deber y el honor
hacia aquellos que él juró defender, o una mujer que muy bien podría ser la
mayor maldición para todos ellos.

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Mirad con que torturas desgarrado,
Por un espacio de años infinito,
aquí he de padecer tormento horrendo.
Tal es el lazo de cadena infame
que contra mí inventó el rey de los dioses.
-Esquilo, Prometeo encadenado

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CAPÍTULO 1

La ansiedad era una zorra con la que no tenía paciencia para tratar.
Los nervios bailoteaban en el estómago de Titus mientras observaba la imagen
vía satélite enfocada en la pantalla virtual que tenía en la sala de su suite en el castillo
de Argolea. El bosque exterior de la Colonia de Misos en Montana estaba tan tranquilo
como siempre. Ningún movimiento. Nada fuera de lo común. Ninguna señal de ella.
Pero sólo el pensar en encontrarla, en tocarla de nuevo, hizo que todo el cuerpo le
vibrara como si estuviera al borde de un precipicio.
Cerró los dedos de una mano, sacudió el brazo hacia atrás y se cubrió el puño
con la mano libre antes de llegar a golpear las pantallas.
Piensa de forma lógica, maldita sea...
El corazón se le aceleró. La adrenalina se le disparó. Si había una habilidad que
había dominado a lo largo de los años, era el control. Control sobre el cuerpo, sobre su
don, incluso sobre aquellos que lo rodeaban. Cuando reaccionaba impulsivamente,
cuando saltaba sin pensar, cuando permitía que las emociones gobernaran los actos…
aquellas eran las veces en que se metía en problemas. Momentos como esos fueron los
que le condujeron a su maldición.
El sentido común le decía que los Argonautas se volvían suspicaces en cuanto al
por qué se había mantenido encerrado en su cuarto durante días. Su excusa de:
“Todavía me siento como una mierda después de que Griphon me pateara el culo”, no iba a
colar mucho más tiempo. Si no se aclaraba pronto, sólo iba a crear más preocupaciones.
Y sin embargo…
Miró de nuevo la imagen, extendió la mano y cambió las pantallas. Para su
decepción, la casa de la playa de Maelea en la Isla Vancouver se veía tan vacía como
cuando él y los demás la habían abandonado hacía días.
—Skata. —Se reclinó en la silla y frunció el ceño. Se llamó a sí mismo cien clases
diferentes de estúpido. Empezaba a pensar que ella era un producto de su imaginación.

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Excepto que siempre que recordaba el calor que había irradiado ella cuando la tuvo
cerca y, la sensación de su piel contra la suya cando se habían tocado, todo el cuerpo se
le endurecía con un profundo e intenso deseo que no podía explicar, ni siquiera a sí
mismo.
Ella era real. Y estaba ahí fuera en algún sitio. La primera persona que había sido
capaz de tocar en más de cien años.
Llamarón a la puerta. Titus se impulsó rápidamente hacia delante, apenas a
tiempo de apagar la pantalla virtual antes de que la pesada puerta de madera del
apartamento fuera abierta.
—¡Ey! T, tío —Phineus, su hermano Argonauta, lo estudió pensativamente—.
Ellos ya están reunidos abajo. ¿Qué te lleva tanto tiempo?
«Theron se pregunta qué coño pasa contigo».
Las palabras no dichas de Phineus golpearon a Titus con fuerza. Incluso aunque
los demás sabían que él podía leer la mente, no siempre filtraban los pensamientos a su
alrededor o los contenían a tiempo.
Maldita sea… los problemas ya empezaban. Theron, el líder de su hermandad, le
había dejado claro a Titus de regreso a la colonia mestiza, que esa “mujer misteriosa”
no era útil para la causa. Si él descubría que había pasado los últimos tres días
buscándola, estaría más que cabreado. Estaría completamente furioso. Y ya que Theron
tenía la fuerza de Heracles de su parte, un Theron furioso nunca era una buena cosa.
Titus agarró los guantes de cuero del escritorio donde había estado trabajando y
redujo la acelerada respiración. Solo el pensar en ella -Natasa-, le enviaba un trazo de
caliente fuego directamente a la ingle.
—Terminaba algo de trabajo. ¿Todos están allí?
Phineus apoyó su amplio hombro contra el marco de la puerta y esperó mientras
Titus se levantaba de la silla y cogía su peto de cuero, uno estampado con el sello de su
antepasado Odiseo, del sofá situado a su lado.
—Sí, el Consejo está reunido y el resto de los Argonautas están allí. Todos
excepto Gryphon. Él está esperando con Maelea. Tengo que decirte que se respira una
jodida tensión en esa sala. Sobro todo con Nick pendiente en las sombras.
Titus odiaba vestirse formalmente, pero esta era una de aquellas raras ocasiones
en las que él y los demás tenían que hacerlo. Esta noche era la celebración oficial que
marcaba la muerte de la diosa Atalanta, la mujer que había convertido en la misión de
su vida la destrucción de Argolea y todo lo que ésta representaba. Habían estado

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cazándola durante años. Sólo que no había sido un Argonauta quien finalmente la
había matado. Había sido la mujer que había rescatado a su hermano Gryphon del
borde de la locura.
—¿Nick, Demetrius y el Consejo en el mismo lugar? —Titus ató las correas y se
colocó el manto azul para que le cubriera el hombro izquierdo—. Seguro que será
divertido.
Nick era el líder de los mestizos, o Misos, y aunque había estado del lado de los
Argonautas en su búsqueda por destruir a Atalanta, tenía un auténtico problema de
actitud con respecto al Consejo de Ancianos, el organismo que aconsejaba a la reina.
Titus sabía que provenía de su infancia, cuando él había sido expulsado de Argolea y
su gemelo, Demetrius, había sido salvado y criado con los Argonautas.
—¿Divertido? —Phineus se echó hacia atrás con el ceño fruncido—. Inténtalo con
al borde de la explosión. Sólo espero que no tengamos que refrenar físicamente a nadie.
Podría prescindir de los fuegos artificiales unos días.
Titus no quería tener que refrenar a nadie tampoco. Sólo la idea de tocar a
alguien más, incluso con las medidas que tomaba para mantenerse protegido, le
revolvía el estómago.
Cogió la tira de cuero del escritorio, se retiró el pelo largo hasta los hombros de la
cara, y se lo recogió en la nuca. Cuando se dio la vuelta, Phineus lo contemplaba con
diversión en sus ojos grises.
—¿Ya has terminado de acicalarte?
—Me llevó diez segundos, niño bonito. Estoy seguro de que tú tardaste por lo
menos treinta minutos en emperifollarte.
Una amplia sonrisa se dibujó en la cara de Phineus. Él se pasó la mano por su
propio peto de cuero -marcado con el símbolo de Belerofonte- y se encogió de
hombros, por lo que su capa naranja se balanceó.
—Tengo muy buen aspecto. Admítelo. Estás celoso.
Titus resopló y avanzó, las botas repiqueteando en el suelo de madera, el formal
pantalón negro más ceñido de lo que prefería y apretándole en lugares que no quería
pensar.
—Me estás dando un jodido dolor de cabeza. Vámonos ya.
Pasó por delante de Phin en la puerta, cuidadoso de no tocar al guardián. A pesar
de que la barrera de la tela prevenía cualquier tipo de transferencia, había aprendido a

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través de los años que sencillamente era más seguro así. El simple lujo de tocar a otros
era algo que había llegado a detestar.
Hasta Natasa.
Su pelo rojo fuego, aquellos labios carnosos, los altos pómulos y los ojos
brillantes como gemas le destellaron en la mente una vez más. Y una fuerte ráfaga de
calor le atravesó la ingle mientras se movía por el pasillo. Tenía que encontrarla. No le
importaba lo que Theron dijera al respecto o quién era ella. Sólo quería tocarla otra vez.
Recordar lo que se sentía al ser tocado. Por unos minutos, quería ser como los demás y
sentir de nuevo.
¡Maldita sea, se lo merecía después de todo este tiempo!
«Definitivamente te pasa algo serio, tío».

El pensamiento de Phineus se estrelló contra él desde atrás, pero Titus lo ignoró.


No le importaba lo que su familia pensara ahora mismo. Estaba demasiado ocupado
planeando como iba a pasar las siguientes horas sin perder la jodida cabeza para luego
volver a pensar por dónde buscarla después.
Llegaron a la gran escalinata. Fuera de los muros del castillo, miles de Argoleans
se habían reunido en las calles de Tiyrns para escuchar el discurso de la reina desde el
balcón real que daba a la ciudad y donde sería presentado su salvador. Pero por
encima, las voces de los miembros del Consejo, de los Argonautas y de la “elite” que
había sido invitada al castillo para la fiesta tras el anuncio, resonaban a través de las
columnas de mármol y llegaban a oídos de Titus. Eso y sus pensamientos. Demasiados
para concentrarse, cada uno tan singular e irritante como uñas arañando una pizarra,
provocando que el cráneo de Titus palpitara.
Supera la siguiente hora; y luego podrás regresar a lo que realmente quieres hacer.
Apretando la mandíbula, bajó por la escalera. Cuando alcanzó el último escalón,
un hormigueo le recorrió la columna vertebral y los pies detuvieron su impetuoso
avance. La conciencia fluyó como agua sobre la piel, una extraña y familiar energía le
erizó todo el vello del cuerpo. Por el rabillo del ojo, vio algo moverse por la derecha.
Phin chocó contra su espalda.
—¡Skata, T! ¿Qué diablos ocurre?
Titus apenas sintió el golpe. Estaba demasiado centrado en la mujer de cabellos
morenos que le había llamado la atención. La que estaba al final del pasillo que
conducía a la cocina, llevando el uniforme de sirvienta y sosteniendo una bandeja vacía

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a su costado. La que tenía un rostro pálido, salpicado de suaves pecas y cuyos
cautivadores ojos color esmeralda estaban firmemente clavados en los suyos.
Ojos exactamente iguales con los que había estado soñando -fantaseando- durante
días.
El pulso se le aceleró. Esperó a que sus pensamientos le perforaran la mente,
demostrando que en verdad no era ella. Pero sólo le llegó una palabra. La misma
maldita palabra que lo había encendido como un árbol de Navidad en la Colonia Misos
la primera vez que la encontró.
La misma palabra que ahora sostenía muchos significados y todo el cuerpo le
vibró con una erótica mezcla de excitación y calor.
Joder.

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El sudor estalló a lo largo de la nuca de Natasa mientras miraba a través del


pasillo hacia el hombre… Argonauta… mierda, héroe… con el que esperaba no
encontrarse.
Maldita su suerte…
Ella ya estaba caliente y la irracional reacción del cuerpo hacia él no ayudaba
precisamente. Apartando la mirada, abrió la puerta de la cocina y entró en la atestada
estancia.
La actividad zumbaba a su alrededor, los preparativos para la fiesta en pleno
apogeo. Se metió entre los camareros y se maldijo por ir a echar un vistazo a la sala de
reuniones para ver si Maelea ya había aparecido. No se había olvidado de la
advertencia que el líder de los Argonautas emitió cuando hacía dos días le sugirió que
abandonara la colonia y jamás regresara. Si se enteraba que estaba en Argolea, estaría
en graves problemas. Y si averiguaba que ella realmente…
La mano le tembló mientras se apartaba los mechones de la peluca negra de la
cara. No entres en pánico. ¡Piensa, joder!

Un camarero la rozó al pasar, haciendo que se tambaleara. Extendió el brazo para


estabilizarse y la mano se hundió en algo espeso, suave y frío. Natasa la retiró y miró la
cremosa y dulce capa blanca que le cubría los dedos. Había destrozado una de las
tartas colocada en la mesa de dulces justo a la derecha.

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La angustia le subió por la garganta. Se limpió el mejunje en el pantalón, apenas
notando el desastre que dejaba atrás. Él la había visto. Incluso con la peluca, no podía
andar por ahí ahora. En cualquier momento él iba a irrumpir por la puerta y vendría
tras ella. Y aunque la idea de él -Titus- acercándose le envió un estremecimiento por las
venas, él no era la razón por la que había venido aquí. No era la llave para solucionar
todos los problemas de su vida.
Se giró antes de que el destino pudiera hacerle cambiar de idea y casi atropelló a
otro camarero. El hombre enderezó su bandeja llena de copas de champán, pero no
antes de que una cayera por el borde y se estrellara contra el suelo. El cristal, al
romperse, resonó por toda la cocina.
Se hizo el silencio. Las cabezas giraron en su dirección. Los ojos del camarero se
agrandaron y luego murmuró una serie de palabras. Natasa no las entendió, pero
sospechó que estaban llenas de palabrotas. Ella alzó las manos, intentó disculparse,
pero su cara se ponía más roja a cada segundo.
Natasa dio un paso atrás.
—Yo… yo…
La puerta se abrió de golpe y la cabeza de Natasa giró bruscamente en esa
dirección. El Argonauta que había intentado sin éxito desterrar de la mente le acaparó
la visión.
Vestía un ajustado pantalón negro que marcaba sus musculosas piernas, unas
botas de cuero hasta las rodillas tan pulidas que brillaban, una túnica blanca ceñida a la
cintura y un peto de cuero con el sello de Odiseo. Sobre su hombro izquierdo, colgaba
una brillante capa azul hasta la cintura, sujeta con un alfiler de oro y tenía su ondulado
pelo castaño recogido con una tira de cuero. Pero eran sus ojos -sagaz mirada, de color
avellana-, en los que se centró. Ojos que se clavaron en los suyo y le dijo que estaba de
mierda hasta el cuello.
El temor le subió por el pecho, atascándose con fuerza en la garganta. Ellos
habían pasado juntos poco tiempo en la colonia mestiza, pero había sido suficiente.
Suficiente para que sintiera el consuelo de su toque y comprendiera que él era una
distracción que muy bien podría poner en peligro el trato que había hecho.
El sudor le recorrió la columna. El corazón se le disparó y, aunque la mente le
gritó: ¡Corre!, el cuerpo no la escuchó. Prestó atención a su boca. Había querido sentirla
contra la suya en la colonia. Quería saborearla ahora. Y podría hacerlo. Podría cerrar la
distancia, deslizar la mano alrededor de su nuca, ponerse de puntillas, y averiguar si
sus labios eran tan estimulantes como sus dedos…

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Un bramido resonó a la izquierda de Natasa. Se giró en esa dirección, saliendo
del trance. El camarero, con la cara roja, gritó palabras que ella aún no podía entender.
Maelea. Mierda Santa… Maelea. Natasa jadeó y se llevó una temblorosa mano al
cuello. Casi se había olvidado de lo que era importante. Tenía que centrarse en
encontrar a la mujer en vez de fantasear con sexo caliente, sudoroso y de primera clase
con el dios griego al otro lado de la habitación. El tipo de sexo que llevaba demasiado
tiempo sin tener.
Tanto como… nunca.
Maldijo su vínculo con los dioses por su debilidad y se volvió hacia la puerta en
el otro extremo de la cocina.
—¡Natasa! —una voz (la voz de Titus), sonó detrás de ella, seguido de pesados
pasos.
El calor se reunió en el estómago y le envió oleadas de ardiente necesidad a lo
largo de las extremidades.
No… La urgencia la abrumó. No podía distraerse. No ahora…
Obligó a las piernas a moverse hacia delante y se lanzó pasillo abajo. Tres arcadas
se abrieron frente a ella. No tenía tiempo para preguntarse a donde conducían cada
una. Precipitándose a la más cercana, corrió por el largo y oscuro pasillo hasta que
chocó con una escalera que subía y bajaba.
Arriba o abajo…
—¡Natasa!
La electricidad se desató en lo alto de la nuca y se disparó por toda la espalda,
como si él estuviera justo detrás de ella. Como si él estuviera a punto de agarrarla. De
detenerla. De atraparla.
No tenía tiempo para pensar. Sólo podía reaccionar. Y rezar para lograr escapar
antes que el deseo la tentara a realizar algo que siempre lamentaría.

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CAPÍTULO 2

—¡Titus!

La voz de Phineus sonó a espaldas de Titus seguido de un pensamiento que le


golpeó con fuerza.
«Mierda. ¿Qué demonios le pasa ahora?»
Titus ignoró a su hermano y corrió por el pasillo hasta que llegó a la escalera que
conducía a los pisos superiores e inferiores del castillo.
La adrenalina se le disparó al mirar hacia abajo por las escaleras metálicas de
caracol. No podía ver otra cosa que el plateado y la oscuridad. Inclinando la cabeza
hacia atrás, levantó la vista, pero no vio a nadie ascender tampoco.
Phin exhaló un profundo suspiro a su lado.
—¿Qué, en el hades, te ha poseído?
La lógica le decía que ella tenía que haber subido. Bajar la llevaría muy cerca de
la calle. Había guardias del castillo por todas partes en las plantas inferiores debido a
las festividades.
«Está seriamente jodido...»

Había más en ella de lo que se veía a simple vista. Ella era…


—Tío.
La mano de Phineus se cerró sobre el hombro de Titus. Él tiró con fuerza,
haciéndole girar. La palma de su mano, agrietada y abierta tocó contra la mejilla de
Titus.

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—¡Espabila!
La cabeza de Titus giró a un lado. La preocupación, la confusión y la sacudida de
miedo le rebotaron en la mejilla, disparándose como un cohete al pecho. El aire explotó
de los pulmones. La garganta se le cerró. A continuación el dolor se extendió en espiral
por cada célula del cuerpo.
La fuerza se le escapó precipitadamente en una onda antes de que pudiera
detenerla. Se dejó caer de rodillas, jadeando. Cayó hacia delante sobre las manos,
esforzándose como un demonio para recuperar el aliento.
La transferencia emocional no siempre se disipaba rápidamente. Él podía
controlar fragmentos si estaba listo, pero había estado tan distraído pensando en
Natasa, que esto le había tomado por sorpresa. Por suerte, si había una cosa con la que
podía contar, era que el dolor perforante y violento que le seguía resonando en las
extremidades eventualmente pasaría. Pero en los segundos que tardaba en
desvanecerse y finalmente salir, él estaba tan débil como un bebé y luchaba contra el
impulso de gritar como uno.
—No me jodas —murmuró Phineus, cogiendo el brazo de Titus para levantarlo—
. ¿Qué diablos pasa contigo ahora? Apenas te toqué.
Titus débilmente logró apartar la mano de Phineus.
—No… me toques
—Skata. Algo está mal. «Necesito localizar a Theron».
—No vas a localizar a nadie. —Titus apoyó ambas manos en el suelo, se inclinó y
aspiró aire de nuevo. Hijodeputamierda, eso duele—. Especialmente a Theron. Estaré
bien... sólo... dame un minuto.
Tomó aire y luego otra vez. Las emociones retrocedieron lentamente, y sinapsis
por sinapsis, la mente se puso en línea de nuevo. Pero ella todavía estaba allí. Natasa.
Invadiéndole la materia gris. Tentándolo. Atrayéndolo hacia ella con un poder
incontrolable.
—Skata, hombre —murmuró Phin, agachándose para que él y Titus tuvieran los
ojos al mismo nivel, cuidando esta vez de no tocarlo—. ¿Qué está pasando? Te fuiste
corriendo de esa cocina como si hubieras visto a una maldito Destino.
No a una Destino. Su destino.
O al menos algo en lo profundo de las entrañas se lo decía.

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Quería encontrarla, pero buena suerte sería hacer eso ahora mismo en este
estado. A donde quiera que Natasa hubiese ido, no podía seguirla. Y aunque pudiera,
tenía la fuerte corazonada de que, si lo intentaba, Phin arrastraría su culo hasta Theron
y le diría al líder de los Argonautas que a Titus finalmente se le había ido la olla.
Lo que probablemente no estaba muy lejos de la realidad.
La fuerza le regresó lentamente, Titus se apoyó sobre los talones y afianzó las
manos sobre los muslos.
Mierda... escuchar voces ya era bastante malo. No quería que los demás
descubrieran el verdadero alcance de su debilidad. El hecho de que ellos supieran que
no le gustaba ser tocado era más de lo que quería compartir. Los Argonautas no podían
ser débiles. Eran fuertes. Eran guerreros. Eran héroes. No jodidos enfermos mentales
que podrían ser derribados con un simple toque.
El sudor le corría por la frente y lo limpio enviándolo lejos. La ansiedad
empujaba en el pecho por segunda vez en el mismo día, pero esta vez no porque faltara
algo que él no debería estar buscando, sino por temor a perder lo único que realmente
le importaba en la vida. Servir con los Argonautas era lo que lo mantenía cuerdo. Y ya
era hora de que recordara eso y dejara de perseguir un sueño húmedo supercaliente
que sólo daría lugar a más problemas de los que necesitaba.
—Estoy bien. —Con cuidado se puso de pie, la mentira acudió fácilmente a los
labios, como siempre. Pero la decepción se quedó. Y permanecería, lo sabía, mucho
después de que regresara a su antigua y aislada vida—. Cogí un pensamiento de
aquella sirvienta que causó el alboroto en la cocina.
—¿Qué tipo de pensamiento? —el entrecejo de Phin se arrugó mientras se
levantaba en toda su estatura.
—Uno depredador.
Cuando Phin siguió mirándolo fijamente, como si sobre él se cerniera un chiflado
mono de mierda, Titus frunció el ceño.
—Theron nos dijo que estuviéramos vigilantes de cualquier cosa fuera de lo
normal, ¿no? Con la visita de la delegación de Misos para la ceremonia y el Consejo en
el castillo durante el día, tenemos que mantenernos alerta. Nick todavía piensa que el
Consejo tiene un espía plantado en la colonia.
La mirada de Phin le rastrilló los rasgos y el pulso de Titus se aceleró de nuevo.
Pero independientemente de lo que el guardián estuviera pensando, esta vez se lo
guardó, cuidadosamente bloqueado. Lo cual no era precisamente una buena señal.

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—¿Por qué te golpeaste en el suelo de esa manera?
—Me he estado sintiendo enfermo, idiota. —Titus se limpió el sudor de la frente
de nuevo—. ¿Por qué crees que he estado encerrado en mi habitación durante días?
—Deberías estar mejor ahora. ¿Has visto a Callia últimamente?
La última cosa que Titus necesitaba era a la sanadora personal de la reina
preocupándose por él. Ella era la única persona que conocía su secreto y no quería darle
ninguna razón para no mantener la boca cerrada.
—Si voy a correr a Callia cada vez que tengo un poco de resfriado, Zander tendrá
la loca idea de que estamos teniendo una aventura. Y no necesito al descendiente de
Aquiles al que no puede matar tras mi culo, muchas gracias.
No dio tiempo a Phin para contestar, simplemente avanzó pasando por delante
del guardián. Y esta vez se aseguró de intencionadamente rozar el hombro contra el de
Phin para matar cualquier duda que le quedara.
Gracias a las Destinos por la ropa y la armadura que previenen la transferencia.
—Tenemos que dejar de dar vueltas y salir de aquí. ¿No eras tú el que decía que
estaban listos para empezar?
Las botas de Phin hacían eco en el pasillo detrás de Titus.
—¿Estás seguro de que tienes ganas?
No, no tenía ganas de pasar horas codeándose con el Consejo y los colonos y
celebrar la muerte de Atalanta con sus hermanos guardianes. Quería encontrar a la
pelirroja. Pero eso era un sueño que iba a tener que dejar morir. Para siempre.
—Vamos a terminar con esto. —Empujó la puerta de la cocina abriéndola una
vez más—. Y deja de mirarme como si fuera un dragón de dos cabezas al que estás
asando a la parrilla, idiota.
Phineus no se rió de la mierda de broma de Titus. En cambio, su pensamiento
tácito llegó a oídos de Titus. Un pensamiento que, al menos, tuvo la mente de Titus
fuera de sus propios problemas.
«No, eso sería al revés, listillo».

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

El sudor resbalaba por la piel de Natasa mientras se dejaba caer con un suave
ruido sordo en el balcón que esperaba fuera de la habitación de Maelea.
Enderezándose, se apartó los rizos rebeldes de la cara. Se había deshecho de la
peluca y el uniforme de sirvienta en el piso superior antes de bajar por la parte exterior
del castillo, agradecida de estar usando un pantalón negro que le facilitaba el
movimiento y la camiseta ajustada de nuevo. El siglo veintiuno podía abrumar los
sentidos con su abundancia de tecnología, pero definitivamente le gustaba la ropa.
Inhaló largo y profundo el aire de finales de mayo y luego lo dejó escapar
lentamente. Sí, está bien, no era exactamente un gran momento para estar haciendo
esto, cuando el castillo era un hervidero de actividad, pero no tenía muchas opciones.
Se estaba quedando sin tiempo y Maelea era casi su última esperanza. Si la mujer no
podía ayudarla...
Levantó la mano para llamar a las puertas francesas y los pensamientos se le
desviaron hacia el Argonauta que casi la había pillado en la cocina. La mano se le
detuvo en el aire. El sudor se deslizó por la columna vertebral. Sintió el pulso palpitar
rápido de nuevo.
¿Qué tenía él que la atraía? Era algo más que su belleza, más que su condición de
guerrero e incluso la fuerza que sentía en su interior. Había algo allí, algo que un lugar
profundamente dentro ella quería explorar. Algo que la atraía hacia él como un
nómada sediento a un oasis.
Un mohín tiro de su boca. ¿Un nómada sediento? La analogía nunca había sido
más apropiada. Y no tenía tiempo que perder pensando en esto.
Dio unos suaves golpecitos en la puerta de cristal y enderezó los hombros. Unos
segundos pasaron en silencio, segundos en los que contuvo la respiración y rezó.
Sonaron unos pasos. Entonces las puertas se abrieron y una atractiva mujer llenó la
línea de visión de Natasa.
La mujer frunció el ceño. Natasa casi podía ver las ruedas girando en su mente,
tratando de hacer la conexión. Lástima que no la encontraría.
Natasa entró en la habitación y cerró la puerta rápidamente a la espalda.

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—¿Quién eres tú? —La mujer se alejó, el vestido amarillo claro con un amplio
escote y una falda acampanada susurró con sus pasos frenéticos—. ¿Cómo has llegado
hasta aquí?
Su cabello era oscuro, cayendo como seda negra sobre su espalda, y sus rasgos
pálidos. Era más o menos de la misma altura que Natasa, pero donde Natasa tenía
curvas y músculos, ella era delgada y frágil. Y el tono de mando que trató de tomar
cayó completamente plano.
Natasa miró más allá de la mujer y recorrió la estancia. Obtuvo una vaga
impresión de muebles tapizados, techos altos y una cama gigante, y por suerte, estaban
solas.
Su atención se fijó en la mujer que había estado buscando durante el último mes.
—Eres Maelea, ¿correcto? ¿Hija de Zeus y Perséfone?
Maelea dio otro paso atrás, con sus oscuros ojos cada vez más abiertos.
—¿Eres una Siren? —Su espalda golpeó un sillón delante de la chimenea de
piedra labrada—. ¿Te envió mi padre?
Las Sirens eran las guerreras femeninas de Zeus, hacían su trabajo sucio y
cubrían las pruebas. Aunque Natasa podía entender que Maelea asumiría lo peor, la
correlación incendió un lugar profundo en su interior.
—No. Y tampoco estoy aquí para hacerte daño. Sólo quiero información.
—Información —repitió Maelea vacilante, sus dedos agarraban el borde del sillón
a su espalda, como si pudiera protegerla de alguna manera—. No tengo ninguna.
—Estoy buscando a Prometeo.
—¿El Titán? ¿Por qué?
—Motivos personales. —Y motivos que Natasa no estaba dispuesta a compartir
con esta mujer—. Eres la hija de Zeus. Incluso si él no te dijo donde lo encadenó —
frunció los labios, obligándose a sí misma a no revelar demasiado—, él podría haberte
dicho algo que sería de gran ayuda para mí.
Maelea lo consideró un momento.
—Mi padre y yo no estamos exactamente en buenos términos. Si eres de otro
mundo y sabes quién soy yo, entonces también debes saber eso.
Natasa lo sabía, pero había tenido esperanzas. El pánico le cubrió con una nueva
capa de sudor toda la piel.

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—Piensa, Maelea. Cualquier mínimo detalle puede serme útil.
—¿Por qué es tan importante que lo encuentres ahora? Zeus encadenó a
Prometeo hace milenios. —Sus ojos se estrecharon—. ¿Por qué ahora?

Porque se estaba quedando sin tiempo. Y porque si fallaba...


No, no pensaría así. Incluso si Prometeo no sabía las consecuencias de lo que
había creado, ella sí lo sabía. Lo vivía cada día.
—¿Quién más podría saberlo? ¿Puedes pensar en alguien en que tu padre pudo
haber confiado?
—Esto es importante para ti.
Las palabras eran una afirmación, no una pregunta, y cuando la mirada de
Natasa se centró en los ojos oscuros como la noche de Maelea, se dio cuenta de que la
mujer ya no parecía asustada, sino… intrigada.
—Más importante de lo que puedas imaginar.
Maelea se apartó del sillón. La electricidad crepitaba en el aire. La leyenda decía
que la hija bastarda de Zeus tenía el poder para sentir los cambios de energía sobre la
tierra. ¿Podría ella hacerlo en Argolea también? ¿Sabía quién era Natasa en realidad?
¿Y si alertaba a los Argonautas -alertaba a Titus- de su presencia?

—Quisiera poder ayudarte —dijo Maelea, deteniéndose a unos treinta


centímetros de distancia— pero no puedo. No sé nada sobre el encarcelamiento de
Prometeo. No he tenido contacto con nadie del Olimpo, excepto con mi padre y eso fue
hace sólo unos días. Y nuestra conversación fue breve, por decir algo. No se hizo
ninguna mención de Prometeo o donde está encadenado.
El aire escapó de los pulmones de Natasa. No se había dado cuenta de lo mucho
que había esperado que Maelea supiera algo -cualquier cosa- que la ayudara, hasta este
mismo momento. Los meses había desperdiciado tratando de encontrar a la mujer,
cuando lo que debería haber hecho era perseguir una pista diferente.
Maldita sea, estaba de vuelta en el punto de partida, sin tener idea de dónde
seguir buscando y sólo este maldito calor para hacerle compañía. Se limpió el sudor de
la frente.

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No, eso no era cierto. Estaba peor que al principio, ya que la fecha final se acerca
más rápido de lo que había esperado.
—Hay Titanes en el reino humano —dijo Maelea suavemente—. Aquellos que no
se pusieron del lado de Kronos en la Titanomaquia1. Seres en la clandestinidad entre
los humanos. ¿Los has intentado? ¿Epimeteo, tal vez? ¿El hermano de Prometeo? Es
posible que él sepa algo.
Natasa resopló.
—Ya hablé con él. Él fue quien me sugirió que te encontrara. Epimeteo es un
tonto. Hablar con él es tan productivo como hablar con una pared.
Los labios de Maelea mostraron rechazo.
—Sí, he oído eso de él. Pero tal vez sabe más de lo que dice. ¿Hay alguna razón
por la que él no quiera que encuentres a Prometeo?
Oh sí, la había. Debido a que Epimeteo sabía exactamente lo que ella era.
La mente le daba vueltas. Y las conexiones que no habían hecho antes encajaron
en su lugar. Natasa levantó la mirada hacia Maelea.
—¿Ha estado Epimeteo alguna vez del lado de Zeus?
La frente de Maelea se arrugó.
—No que yo sepa. Pero cualquier cosa es posible, supongo. ¿Por qué? ¿En qué
piensas?
¿En qué estaba pensando? De repente pensó que Epimeteo la había enviado tras
Maelea, sabiendo que fallaría. La pregunta era... ¿Por qué?
Sólo había un lugar para averiguarlo.
Se volvió hacia la puerta.
—Siento haberte molestado.
—Espera…
Maelea se lanzó hacia ella, pero Natasa corrió a la terraza y cerró las puertas
dobles antes de que la otra mujer pudiera detenerla. Se subió a la barandilla y se dejó

1 Tambien conocida como la “Guerra de los Titanes”. Fue una serie de batallas libradas durante diez años entre los Titanes y los Olímpicos.

18
caer al balcón de abajo, aterrizando con un golpe suave sobre las botas. Luego esperó,
escuchando a ver si alguien se movía en la habitación contigua.
Nada más que el silencio captaron los oídos. Pero desde el balcón superior, sonó
una voz masculina.
—¿Sotiria? Están listos para nosotros.

—Gryphon —suspiró Maelea.


Gryphon... Era un Argonauta. Natasa había oído ese nombre antes en la colonia
mestiza. Sabía que debía entrar antes de que Maelea enviara a alguien a buscarla, pero
la curiosidad pudo más que ella, y esperó, deseando saber si Maelea también sabía más
de lo que le había dicho.
El susurro de la ropa, seguidos de suaves murmullos y el sonido característico de
los besos. Y mientras escuchaba, un dolor bajo se construyó en el pecho de Natasa.
¿Cuándo fue la última vez que alguien la había abrazado? ¿Besado? ¿Cuándo fue la
última vez que ella había querido tocar a alguien así?
El calor se extendió por el tórax mientras pensaba de nuevo en aquellos pocos
momentos con Titus en la colonia. Momentos que ella tontamente había revivido
mentalmente un centenar de veces desde entonces.
—¿Qué está mal? —preguntó Gryphon desde arriba.
—Estoy bien —respondió Maelea—. No hay nada de malo. Es que... tuve una
visita interesante.
—¿Quién? —La preocupación de la voz del Argonauta sacudió a Natasa de la
melancolía y trajo su atención de nuevo a la conversación sobre ella.
—Realmente no lo sé. No es Argolean, pero definitivamente ella es de otro
mundo.
—¿Ella? —La preocupación dio paso a la sospecha—. ¿Qué es lo que quería?
—Saber si tenía información sobre dónde mi padre mantiene a Prometeo.
Silencio.
—¿Prometeo? ¿Por qué?
—No lo dijo.
—¿Estaba buscando el Orbe?

19
—Es una posibilidad, teniendo en cuenta que Prometeo elaboró el Orbe; pero no,
no creo que ese sea su objetivo. Ella no mencionó nada al respecto y tengo la impresión
de que lo que quiere de él es mucho más personal. No sé por qué, pero...
—Pero ¿qué?
Natasa contuvo el aliento.
—Sentí un poder muy fuerte dentro de ella. Uno no arraigado completamente en
la oscuridad, pero tampoco bañado por la luz. No puedo señalar lo que es, pero mis
sentidos me dicen que sea lo que sea, está a punto de ser puesto en libertad.
Mierda.
—Skata —murmuró el Argonauta—. Que ese tipo de poder esté cerca del Orbe no
es una buena cosa.
—Lo sé —susurró Maelea.
Así que el Orbe realmente estaba en Argolea. Eso explicaba el porqué Natasa se
sentía diferente aquí de lo que se sentía en el reino humano. Y el porqué tenía un deseo
incontrolable de quedarse.
—Tenemos que compartir esto con Theron y los otros antes de bajar para la
celebración —dijo Gryphon—. Vamos.
Los otros.
Los Argonautas. Incluido Titus.
El pulso de Natasa latía más rápido. Se apartó de la pared y se volvió hacia la
puerta que esperaba estuviera abierta. Entró en la habitación, otra suite. Exploró el
cuarto vacío, la mente cavilando ya diez pasos por delante. En lo que tenía que hacer a
continuación. En el momento en que estuviera fuera de este castillo y en dirección al
portal que la llevaría de vuelta al reino humano.
A dónde iría después de eso.
Porque, costara lo que costara, no se rendiría.



—¿Estás segura de esto? —preguntó Theron.

20
Isadora estaba de pie junto al escritorio de Theron en lo que solía ser el despacho
de su padre y que ahora era el centro de operaciones de los Argonautas, con los brazos
cruzados sobre su creciente vientre, escuchando lo que Maelea y Gryphon habían
venido a decirles.
El líder de los Argonautas parecía menos que encantado con la noticia, e Isadora
sabía el motivo. Si esa misteriosa invitada que Maelea había encontrado en el castillo
era la misma mujer que había estado en la colonia hace días, quería decir que las cosas
se estaban calentando, no enfriándose como ellos habían esperado.
Por supuesto, la Destino les había advertido que después de la muerte de
Atalanta habían ganado una batalla, no la guerra, e Isadora no dudó ni por un
momento que los dioses estaban buscando la manera de entrar en Argolea para poner
sus manos sobre el Orbe. Simplemente no esperaba que sucediera tan pronto. Y menos
ahora, cuando debería estar en el balcón con vistas a la ciudad de Tiyrns, presentando
a Maelea a la gente de Argolean.
—No estoy segura de nada —respondió Maelea—. Sólo puedo decirte lo que
sentí. Hay más poder en ella del que he sentido en mucho tiempo, en cualquier persona
que no fuera un dios.
Theron miró hacia Isadora.
—¿Qué te parece?
Isadora se mordió el labio. Él le había hablado de sus sospechas y por qué había
aconsejado a esa tal Natasa salir de la colonia y no regresar jamás.
—Esto suena como si fuera la misma chica. Pero ¿cómo llegó ella aquí?
—Una delegación de Misos cruzó con Nick —comentó Demetrius tras el sillón de
Maelea—. ¿Podría haber venido con ellos?
El bebé de Isadora se movió en el vientre ante el sonido de la voz de Demetrius,
como si él también se consolara con la presencia del guardián, e Isadora miró pasando
a Maelea y a Gryphon hacia su compañero. Faltaban dos meses más hasta que su hijo
naciera. Y esperaba que entonces la preocupación permanente que veía en los ojos de
Demetrius desapareciera al darse cuenta de que todo iba a estar bien.
Se pasó una mano por el vientre para consolarse a sí misma y al bebe.
—Supongo que podría haberlo hecho. Ella estuvo en la Colonia Misos tiempo
suficiente sin ser detectada. La pregunta es, ¿por qué arriesgarse a venir hasta Argolea?
¿Y por qué ahora, con Nick escaleras abajo? Creo que deberíamos incluirlo en esta
discusión.

21
Demetrius apartó su enorme cuerpo del sillón.
—Voy a buscarlo.
Tomó la mano de Isadora y le dio un tranquilizador apretón antes de dirigirse a
la puerta. E Isadora soltó un suspiro de alivio mientras él se iba. Las demostraciones
públicas de afecto de Demetrius llegaban con más facilidad estos días, pero el hecho de
que voluntariamente se ofreciera para buscar a su hermano, con quien nunca había
tenido una relación que no fuera de feroz animosidad, era el mejor signo de todos.
—Envía a Titus aquí si lo ves —le dijo Theron a Demetrius.
Demetrius asintió con la cabeza y se marchó. Entonces Isadora prestó atención a
Theron.
—Diles lo que me dijiste.
Con un suspiro, Theron se frotó la frente con los dedos y se echó hacia atrás en su
silla.
—Cuando Titus encontró a la mujer en tu habitación de la colonia, Maelea,
llevaba un pequeño libro. Más bien como un diario. Detallando el linaje de los dioses.
Con una expresión confusa, Maelea miró hacia Gryphon y luego se dirigió de
nuevo a Theron.
—Si ella me buscaba, eso tiene sentido, ya que Zeus y Perséfone son mis padres.
—Cierto —respondió Theron, dejando caer la mano—. Pero las páginas marcadas
en su pequeño libro no eran las tuyas. Y no eran de Prometeo.
—¿Que páginas estaban marcadas? —preguntó Gryphon.
—Las relacionadas con Zagreus. El hijo de Hades.
Gryphon tomó la mano de Maelea y el propio estómago de Isadora se tensó ante
el miedo y el odio que vio brillar en sus ojos. Todos los Argonautas sabían que Zagreus
era un bala perdida. Hades había soltado a su hijo hace años en el reino humano y, por
lo general, a pesar de que tenía la reputación de ser tan vil y retorcido como su padre,
cómo no parecía que atacara a los seres humanos y mantenía su pequeño mundo de
tortura para sí mismo, ellos le dejaron solo. Perseguir a Zagreus significaba iniciar una
guerra con el mismo Hades, pero ahora parecía ser inevitable.
—¿Crees que ella trabaja para Zagreus? —preguntó Gryphon.

22
—Es posible —respondió Theron—. Pero lo más importante, si lo hace, y ella está
aquí por Maelea, significa que Hades no ha renunciado a la búsqueda de la hija de
Perséfone.
El rostro de Maelea palideció y Gryphon puso su brazo alrededor de sus
hombros. La atrajo hacia sí y apretó sus labios contra su sien.
—No va a llegar a ti, sotiria.
—¿Y cómo vas a detenerlo? —preguntó ella en un susurro—. Tú mismo me
dijiste que puesto que no es un Olímpico, él puede cruzar a Argolea, como mi madre.
Theron se levantó de la silla antes de que Gryphon pudiera contestar.
—Nadie va a llegar a ti. Eres una de los nuestros ahora, y nosotros protegemos a
los nuestros.
La firmeza de su voz calentó el corazón de Isadora, y por el tinte rosado en las
mejillas de Maelea, con claridad también calentaba el suyo.
Theron desvió su mirada hacia Gryphon.
—Sé que estás planeando llevarla a su casa en la costa para unas largas
vacaciones después de la ceremonia, y ambos lo merecéis más que nadie, pero por el
momento, estará más segura aquí en el castillo donde podemos protegerla.
—Estoy de acuerdo. —Gryphon miró a Maelea—. ¿Sotiria?
—De acuerdo. —Apretó la mano de Gryphon—. Siempre y cuando estemos
juntos.
Resonaron unos pasos acercándose a la puerta, llamando su atención.
—Demetrius nos dijo que acudiéramos aquí —dijo Phineus, entrando en la sala
con Titus pisándole los talones—. ¿Qué está pasando? Pensé que la fiesta estaba a
punto de comenzar. Hombre, los miembros del Consejo no parecen encantados con
todos esos Misos abajo.
—Sí, dime algo que no sepa ya —murmuró Theron—. Zander y Cerek pueden
hacerse cargo de controlar a la multitud durante unos minutos.
Él volvió su atención hacia Titus cuyos ojos avellana estaban tan concentrados
como Isadora nunca los había visto. Como el guardián podía leer la mente, él
probablemente ya había recogido todo lo que pasaba. Y aunque no podía estar segura,
algo le dijo a Isadora que sabía más de lo que dejaba ver.
—Necesito tus habilidades de súper espía —dijo Theron.

23
La mirada de Titus se estrechó.
—¿Por qué?
—Por la misteriosa mujer de antes. Y esta vez, ella no está jugando.

24
CAPÍTULO 3

Los granos del tiempo se escurrían por el reloj de arena más rápido de lo que le
gustaba. Y cada segundo que debía pasar aquí sentado esperando a que esta fusión de
mentes comenzara, más tenía que luchar contra el impulso de arrancar una por una las
jodidas uñas de los pies a alguien.
Hades tamborileó los dedos sobre el apoyabrazos de la incómoda silla y miró a
través del salón dorado a su hermano Zeus, cuya cabeza estaba actualmente inclinada a
un lado mientras compartía unas quedas palabras con una de las que blandían sus
arcos y flechas, una muñeca Barbie Sirens. En este momento, le gustaría arrancarle las
uñas de los pies a Zeus sólo para escuchar gritar al cabronazo. ¿Sobre qué sangriento
infierno susurraban? ¿Y dónde en todo el fuego del infierno estaba Poseidón?
Conociendo al hijo de puta, probablemente follando con una ninfa del mar. Y lo
más probable es que no fuera su esposa. Una mueca torció los labios de Hades cuando
los pensamientos se desviaron hacia su propia esposa. No podía dejar de preguntarse
dónde estaba ella ahora. Y con quién.
No había visto a Perséfone en semanas. Según el acuerdo con su padre, pasaba la
mitad del año en el Olimpo y la otra mitad con él en el Inframundo. Las pocas veces
que se había escapado para encontrarse con él en el reino humano durante su última
separación no eran suficientes. Necesitaba volver a verla pronto. No sólo porque quería
atarla y hacer estragos en su pecaminoso cuerpo, sino porque tenía que vigilarla de
cerca. Su esposa era tan retorcida y manipuladora como él. Y quería el Orbe de Kronos
tanto como él… quizás más.
La pesada puerta a la derecha se abrió y Poseidón, dios del mar, entró en la
enorme sala como si fuera el dueño del lugar.

25
Un día como todos los demás…

La Siren se enderezó y se alejó, pero ella y Zeus cruzaron una mirada antes de
que la mujer abandonara el cuarto. Una mirada que le dijo que el Rey de los Dioses
tramaba algo. Zeus mostró su sonrisa de mil vatios, una que Hades quiso arrancarle de
la cara.
—Adelfos, estaba a punto de enviar a mis Sirens a buscarte.
Gilipolleces.
—No había razón para preocuparse —contestó Poseidón, cruzando la estancia,
sus largas piernas comiéndose el espacio y su rubio pelo de surfista flotando sobre su
cara mientras se movía—. Me retuvieron unos asuntos. Los humanos siempre causan
problemas, vertiendo basura y productos químicos en mis aguas. Por no mencionar las
criaturas que tienen que ser controladas y las tormentas que deben ser redirigidas.
Supervisar los océanos del mundo no es tan fácil como, por ejemplo… —volvió sus
deslumbrantes ojos azules en dirección a Hades—… la simple clasificación de almas.
El veneno se reunió en las venas de Hades, la misma furia rabiosa que siempre
sentía cuando estaba cara a cara con sus estúpidos hermanos. Sus condescendientes y
“bésame el culo” hermanos, quienes habían cogido las mejores partes de la tierra y le
habían arrojado lo que quedaba: El puto Inframundo.
Aplastó el resentimiento, sabiendo que tenía que mantener la concentración para
pasar por esta recepción de bienvenida y seguir adelante con asuntos más importantes.
—Quizás, hermano —dijo, mirándose los largos dedos sobre el apoyabrazos de
caoba—, los humanos no se cagarían en tu casa si sacaras la polla de dentro de esas
ninfas marinas el tiempo suficiente para prestar atención a lo que ellos hacen.
Los ojos azules de Poseidón se volvieron de hielo, y una vena pulsó en su sien.
—¿Por qué tú, pedazo de…?
—Chicos, chicos, chicos. —Zeus suspiró—. No os convoqué a los dos aquí para
que hicierais un concurso de meadas. Tenemos un asunto serio que discutir.
El Rey de los Dioses esperó hasta que tanto Poseidón como Hades desviaran la
atención en su dirección.
—La reina de Argolea tiene el Orbe de Kronos y dos de los cuatro elementos que
necesita para liberar a nuestro padre del Tártaro. No tengo que deciros lo que esa clase
de poder, en manos de alguien tan vulgar e inexperto, le haría al equilibrio del mundo.
Eso te jodería a base de bien.

26
Hades mantuvo el pensamiento para sí mismo mientras Poseidón se dejaba caer
en la silla de la derecha. Aunque Hades no quería ver el Orbe controlado por un
Argolean, la idea de que la Pequeña Reina se la jugara a sus inútiles hermanos le hizo
querer reír.
—Tenemos que llegar a los otros dos elementos antes que ellos —continuó
Zeus—. Es hora de dejar a un lado el pasado y nuestras pequeñas diferencias y unir
nuestros poderes.
¿Qué coño? Los ojos de Hades se estrecharon sobre Zeus. El Rey de los Dioses
nunca hacía nada que no le beneficiara solo a él. Hades no era estúpido. Había visto la
mirada que intercambiaron aquella Siren y Zeus.
—¿Incluso si encontramos los dos últimos elementos —dijo Poseidón—, cómo
vas a conseguir el Orbe? Acabas de decir que los Argoleans ya lo tienen.
Zeus se levantó de la silla y se acercó a la gran ventana que daba al Olimpo, con
un ceño formándose entre sus cejas. El Orbe de Kronos era la llave que liberaría de su
prisión a su padre. Durante la Titanomaquia, la guerra entre los Olímpicos y los
Titanes, su padre, Kronos, había ordenado a Prometeo que elaborara el Orbe en caso de
ser capturado. Prometeo, un Titán él mismo, había usado el poder de los cuatro
elementos clásicos y había creado un objeto en forma de disco que contenía la fuerza
para liberar a Kronos de su prisión. Pero Prometeo nunca lo había usado. No después
de que los Olímpicos hubieran ganado y hubieran encerrado a su padre en los abismos
del Tártaro. Ni siquiera después de tantos miles de años.
No, Prometeo siempre tuvo debilidad por los humanos y tuvo miedo de lo que
Kronos le haría al mundo en venganza. Así que en vez de entregar el Orbe a los
Olímpicos para que lo custodiaran, el bastardo dispersó los elementos sobre la tierra y
luego escondió el Orbe en Argolea… El único reino al que los Dioses del Olimpo no
podían cruzar.
Hades tenía que admirar la inteligente treta. Aunque Zeus había creado el
mundo de Argolea para su hijo Heracles y sus descendientes, había bloqueado la
entrada a los Olímpicos, sobre todo para mantener a salvo a los Argonautas de la
venganza de Hera. Pero también lo había hecho como un acto de buena fe… para que
su hijo y todos los Argoleans pudieran gobernarse a sí mismos. Pero ahora ese detalle
le había estallado en plena cara al Rey de los Dioses. Hades estaba de acuerdo en que el
poder del Orbe no podía ser confiado en las manos de ningún Olímpico, aún menos de
sus hermanos hambrientos de poder. Pero en otro giro afortunado de los
acontecimientos… Hades no era considerado un Olímpico, y el reino de Argolea no le
estaba vetado.

27
—Existen varias maneras —dijo Zeus, contemplando el paisaje—. Maneras que
podemos discutir más tarde. —Se dio la vuelta para enfrentarlos, y lo que fuera que le
preocupaba antes fue borrado de sus rasgos—. Tenemos que centrarnos en los dos
elementos restantes.
Doble gilipollez.

—¿Qué quieres que hagamos, oh gran Rey de los Dioses?


Zeus giró su oscura mirada hacia Hades y su frialdad transmitió claramente su
descontento por las burlas de Hades.
—Querría que centraras tus sabuesos del infierno y secuaces en la búsqueda del
elemento agua antes de que se pierda para siempre, adelfos.
—¿Y el del fuego?
—Deja eso a Poseidón. Él y yo ya hemos discutido… las opciones.
Una expresión satisfecha cruzó la cara de Poseidón. Los dos estaban juntos en
esto. Darse cuenta de ello sólo enfureció más a Hades. Aunque no le sorprendió.
—¿No es el fuego mi especialidad?
—Esta vez no.
Sí, definitivamente tramaban algo. Hades miró de una cara a otra.
—Suponiendo que realmente encontráramos los dos últimos elementos,
¿entonces para qué, querido hermano, te necesitamos?
—Porque con nuestros recursos unidos podremos hallar los elementos más
rápido de lo que jamás podríamos hacerlo solos.
Sin embargo, había algo más. Hades lo sentía en el fondo de las entrañas. Algún
as que Zeus escondía.
Una arrogante sonrisa atravesó la cara de Zeus, casi como si el bastardo le
hubiera leído la mente.
—Y porque tengo a Prometeo.
—Eso no es exactamente una sorpresa —contestó Hades—. Prometeo ha estado
encadenado, ¿cuánto…? ¿Más de tres mil años? Y después de toda esa tortura, el Titán
todavía tiene que decirte dónde escondió los elementos. ¿Qué te hace pensar que
cooperará ahora?
—No necesito que él coopere —dijo Zeus—. Sólo necesito que su hija lo haga.

28
Su hija…
Un escalofrío bajó por la columna de Hades. Había escuchado rumores de un
niño, pero después de todo este tiempo sin señales o mención de ella, había supuesto
que era un simple mito. La profecía decía que el hijo de Prometeo conduciría a la caída
del rey Olímpico, otra razón por la que Zeus había encadenado a Prometeo, para que él
jamás pudiera procrear. Pero si lo que Zeus decía era verdad, si Prometeo realmente
tenía una hija en algún sitio, y si Hades pudiera encontrarla primero, eso significaría
que todo este juego podría terminar mucho antes de lo que Hades había planeado. Y
significaría que no sólo podría tomar el reino humano como quería, además podría
pulverizar a Zeus en el proceso y reclamar el Olimpo para sí mismo.
La excitación retumbó por las venas. Ahora, más que nunca, era imperativo que
llegara a Perséfone y su hijo, Zagreus, antes que nadie.
Cuidadoso de no mostrar el entusiasmo, Hades inclinó la cabeza y se esforzó por
no mostrar mordacidad en las palabras cuando dijo:
—¿Y dónde, oh gran y glorioso Gran Poobah2, vas a buscar a esa hija misteriosa?
—Ese —dijo Zeus, apoyando la espalda contra el alféizar—, es mi problema, no
el tuyo. Tú sólo preocúpate de encontrar el elemento agua.
Ellos le enviaban a una búsqueda inútil. Hades podía sentirlo. No sabía por qué,
pero estaba seguro que conspiraban para usar a la hija de Prometeo para algo
catastrófico.
Hades no iba a dejarles ganar.
—¿Estás dentro o fuera, adelfos? —Los ojos de Zeus se afilaron—. Piénsalo
detenidamente, porque la elección que elijas ahora podría cambiar tu vida para
siempre.
Hades no tenía que pensárselo dos veces. Él ya sabía exactamente lo que quería.
Y qué espalda iba a apuñalar para conseguirlo.
Una esquina de la boca se curvó en una sonrisa cruel.
—Ya estoy dentro, hermano mío.

2 Es un término derivado del nombre del personaje arrogante Pooh-Bah. Se suele utilizar como título de burla para alguien engreído o de alto rango y
que, o bien presenta una inflada autoestima o tiene una autoridad limitada, teniendo títulos impresionantes.

29


Ella había regresado. Después de todo no se la había imaginado.


—Skata… —Titus imprimió a los músculos más velocidad y subió rápidamente.
No podía perderla ahora. Llegó a la cima del muro y un fuerte crujido resonó por el
patio.
Oh… joder.
Cojonudo. ¿De dónde diablos había venido eso? ¿Es que no tenía suficientes
problemas ya?
Lanzó la mirada en la dirección. Ella -Natasa- estaba atada al otro extremo del
parapeto. Cuando deshizo el nudo, echó un vistazo en su dirección, le guiñó el ojo y
luego salió corriendo.
Infierno sangriento...
Los nervios de Titus zumbaron mientras pasaba puertas y exploraba oficinas de
la segunda planta del castillo. Los guardas habían sido enviados a hacer una búsqueda
exhaustiva pero discreta de los recintos. Con el Consejo pululando por la planta baja y
todo Argolea en las calles, no era momento para tener a una espía enviada por el
Príncipe de la Oscuridad jodiendo por ahí.
Mierda, no lo había visto venir. Abrió una puerta, echó una ojeada a una sala de
reuniones vacía, y siguió adelante. ¿Trabajaba ella para Zagreus? ¿Cómo se le había
escapado eso? Pasó por una sala de estar y una pequeña cocina, también vacías.
Colocando las manos en las caderas, giró en un círculo lento y observó la habitación.
Zagreus… Eso explicaría muchas cosas. Como por qué buscaba a Maelea, por
qué preguntaba sobre Prometeo, por qué era capaz de bloquear su habilidad para leer
la mente, incluso por qué Maelea había sentido un gran poder dentro de ella. Un poder
oscuro, obviamente. Una mueca le frunció los labios mientras miraba la mesa y las
sillas en medio de la cocina. Pero eso no explicaba por qué podía tocarla y no sentir
nada.
Un movimiento fuera de la ventana sobre el fregadero le llamó la atención. Se
lanzó en esa dirección justo cuando algo aterrizó con un ruido sordo en la terraza.

30
Un cuerpo se elevó en toda su altura y la adrenalina se le disparó. El pelo rojo
fuego volaba con la brisa y unos ojos -unos brillantes ojos verde esmeralda- lo miraron
a través del cristal.
Era ella. Natasa. De pie frente a él como si la hubiera convocado.
Titus entró tambaleándose en la sala de estar y corrió hacia las puertas francesas
que daban al balcón. Los cánticos de la impaciente multitud al otro lado de los muros
del castillo llenaban el aire. Los aromas frescos del mar y la sal flotaban alrededor de él.
Se le aceleró el pulso mientras escrudiñaba el balcón vacío.
¿Dónde diablos…?
Captó un ruido sordo. Seguido de una voz que gritó:
—¡Eh!, ¿de dónde viniste tú?
Él se precipitó hacia la barandilla y miró abajo. Un jardinero que sostenía unas
tijeras de podar estaba parado entre una hilera de rosas, mirando fijamente a la
pelirroja situada en el otro lado del patio. Una pelirroja que corría directamente hacia
el enrejado cubierto de enredaderas con flores púrpuras que escalaban los muros del
castillo.
Santo Hades, ¿quién era esta mujer?
—¡Detenla! —gritó, lanzando ya las piernas por encima de la barandilla y
cayendo al suelo. Normalmente, ya que estaban en Argolea, podría destellar a
cualquier jodido lugar al que quisiera ir. Pero todavía no estaba recuperado al cien por
cien de las heridas recientes. Y destellar era una de esas cosas en las que se necesitaba
estar en óptimas condiciones para llevarlo a cabo.
Ella aminoró el paso y echó un vistazo hacia atrás. Y entonces sus miradas se
encontraron. El fuego brillaba en las profundidades de sus ojos. Fuego, determinación
y un desafiante “ven y atrápame” que ningún hombre podría resistir.
—Llama a los guardianes —le gritó al jardinero—. Y alerta a la reina.
No tenía tiempo para ponerse en contacto con Theron y los demás. Si perdía a
esta mujer de vista, tenía el poderoso presentimiento que jamás la volvería a ver de
nuevo.
Y aparte del hecho de que ella trabajaba para el enemigo, se había infiltrado en su
reino y que de alguna manera había logrado burlar la seguridad del castillo, algo en las
entrañas le decía que tenía que verla otra vez. Lo necesitaba para… por razones que ni
siquiera él entendía por completo.

31
Ella estaba ya en lo alto del enrejado -al menos a nueve metros de altura- cuando
él llegó a la base, moviéndose tan fluidamente como un ladrón experimentado. Se
empujó a sí misma sobre el adarve, se volvió y miró abajo. Agarrando el enrejado con
las manos, Titus hizo una pausa en su precipitado ascenso. El viento soplaba los
sedosos rizos fuera de su cara y la luz del sol destacaba sus cremosos rasgos. Pero fue
la victoria que brilló en sus ojos lo que acabó con él. Una victoria que curvó un lado de
sus labios en una sonrisa muy sexy e hizo que el corazón se saltara un latido, tanto de
temor como de excitación.
—Espera…
Un perro ladró. Unas voces resonaron tras su espalda. Ella alzó la cabeza para
mirar hacia el castillo, y su sonrisa se desvaneció. Aquellos ojos se endurecieron y
concentraron. Antes de que pudiera alcanzarla, ella se arrojó por el muro del castillo.
Cada músculo del cuerpo se le congeló.
Otro crujido.
Él golpeó con la palma de la mano izquierda el adarve y logró lanzar el antebrazo
derecho sobre el borde. El enrejado cedió bajo los pies. La madera se astilló y fracturó.
Todo el tramo se despegó de la pared y se estrelló contra el suelo.
El sudor le cubrió la piel. Los músculos de los brazos le ardían mientras sostenían
el peso sobre el borde de la pared. Podía ser parte héroe, pero no tenía la fuerza
sobrehumana de Theron. Y aunque sabía que si se caía, eso no lo mataría,
definitivamente le rompería las piernas, dejándole fuera de combate no sabía cuánto
tiempo. Pasar más tiempo en la cama de un jodido hospital no era su idea de pasárselo
bien.
Un grito resonó. Por el rabillo del ojo, vio un águila zambulléndose directamente
hacia él.
Apretó los dientes, gruñó y se alzó a sí mismo. El águila bajó en picado, chillando
con un sonido que le retumbó en el interior del cráneo, casi clavándole las garras en la
cabeza antes de volar hacia el cielo en el último segundo. Los dedos de Titus
resbalaron. Las piernas se le balancearon lejos de la pared. El peso del cuerpo le tiró de
los brazos.
Algo suave le rozó la mano. Levantó la vista para ver el extremo de una cuerda
descansando cerca de los dedos.

32
La agarró y tiraron de él hacia arriba. Jadeante, lanzó una pierna sobre la repisa y
se puso de rodillas. Arrastró aire a los pulmones y luego maldijo la herida que lo había
dejado tan débil.
Desvió la mirada hacia el adarve por donde Natasa se había precipitado. Ella
estaba de pie en una esquina donde dos paredes se cruzaban, con otra cuerda en la
mano, devolviéndole la mirada como si… comprobara que él lo había conseguido.
Él contuvo el aliento. Poco a poco, un lado de sus besables labios se curvó. Y
mientras centraba la mirada sólo en ella, la sangre le fluyó rápida y caliente. Esta vez
no por miedo de caer hacia la muerte, sino de excitación. Pura y dura excitación sexual.
De ninguna forma había acabado con ella. Ni mucho menos. No importaba lo
que Theron y los demás dijeran. Antes de que esto acabara, iba a ser suya.



Santísimos Dioses…
Natasa se enjugó la frente, apartando la transpiración. Debería haber dejado las
cosas como estaban y permitir que cayera a su muerte. ¿Por qué no lo había hecho? ¿Y
por qué, en nombre de Hades, el hombre -no, borra eso… héroe- dejaba en vergüenza el
término humano “dios griego”?
Indignada, dejó que los pies cayeran al suelo, soltó la cuerda y se dirigió a la
multitud que había en las calles, fuera de las puertas principales. No se molestó en ver
si él la seguía. No confiaba en sí misma. Si no hubiera sido por aquel estúpido pájaro
chillando como una banshee3, no habría mirado hacia atrás para empezar.
Sigue diciéndote eso, señorita.
La mente volvió a la imagen de Titus impulsándose a sí mismo sobre el adarve
del muro. Musculoso, sexy, jadeando por recuperar el aliento. La piel se le calentó, y el
medidor de temperatura interna que ella se esforzaba por controlar, saltó otro grado.
Esperaba que él tuviera el sentido común de comprobar la cuerda antes de bajar

3 Forman parte del folclore irlandés desde el siglo VIII. Son espíritus femeninos que, según la leyenda, al aparecerse ante un irlandés, anunciaba con
sus gemidos la muerte cercana de un pariente. Son consideradas hadas y mensajeras del otro mundo.

33
aquella pared tras ella. De ninguna forma ésta sostendría su peso. Apenas había
sostenido el suyo.
¿Por qué coño me preocupo?
Más frustrada consigo misma que nunca, apretó la mandíbula y se mezcló entre
los Argoleans impacientes por el discurso de la reina. La muchedumbre era más espesa
de lo que había previsto. Se habían reunido en la plaza frente a las puertas principales
del castillo. Empujó y se abrió camino entre sus cuerpos. La bota resbaló sobre la calle
de adoquines y casi se cayó, pero consiguió agarrase al brazo de una mujer en el último
momento.
—¿Qué…?
—Disculpe —dijo Natasa, enderezándose.
La mujer retiró el brazo, frunció el ceño, sacudió la cabeza y devolvió su atención
al castillo.
Que amistosa. Otra maldita razón para salir de aquí.
Natasa se abrió camino a través del gentío de nuevo. Por fin, alcanzó el otro
extremo. Tomando una profunda bocanada de aire fresco, se subió a la acera y exploró
los edificios de mármol de alrededor, echando luego un vistazo atrás hacia la multitud.
Una fuente se elevaba en el centro, una que no había notado antes. Una hecha de
brillante mármol con chorros de agua que salían disparados en una piscina circular. En
el medio, un hombre gigantesco asesinaba a un minotauro, y alrededor de él, más
pequeñas pero no menos espectaculares, otras seis estatuas de hombres, cada uno
portando un arma diferente, lucían impresionantes.
Los Argonautas, comprendió Natasa. Un monumento a los grandes héroes que se
habían instalado en este reino. Mientras contemplaba las seis estatuas debajo de
Heracles, no pudo dejar de preguntarse cuál era la del antepasado de Titus, Odiseo.
—Por allí —resonó una voz aguda, interrumpiendo los pensamientos de
Natasa—. Ella se fue por allí.
La atención de Natasa se apartó de la escultura y volvió a mirar hacia la
multitud. Entonces se congeló cuando vio a la mujer con la que había tropezado
señalándola. Y a su lado, el Argonauta que acaba de estar en los pensamientos de
Natasa.
Mierda. ¡Mierda!
Corrió hacia el Pórtico, el antiguo edificio que almacenaba el portal que había
usado antes para cruzar a Argolea. Pillada por curiosear. Pillada por soñar despierta. Por

34
todos los diablos, lo último que necesitaba era ser atrapada por un hombre que ya era
una distracción mayor de lo que nunca se hubiera esperado.
—¡Natasa, detente!
El pulso se le disparó. La piel de la nuca y la columna vertebral le hormiguearon
de nuevo. Y el calor le inundó las venas. Un calor para el que no tenía tiempo ahora
mismo.
Banderas de brillantes colores enganchadas a los postes de la luz ondeaban en lo
alto. Más voces resonaron a la espalda. Más que la de solo Titus. Las botas golpearon
los escalones del Pórtico, y brincó por la escalera para alcanzar la cima rápidamente.
Una vez dentro, hizo una pausa para orientarse.
Un guardia salió de detrás de un largo mostrador, su armadura destellando ante
la luz del sol poniente.
—¡Eh, usted! ¡Alto ahí!
Posó la mirada en la puerta de enfrente y obligó a los músculos a moverse hacia
delante.
—¡Dije alto!
Él se interpuso en su camino. Era dos veces su tamaño y probablemente estaba
bien entrenado en el combate cuerpo a cuerpo. Pero ella tenía la determinación de su
lado.
—Usted no va a ninguna parte, señorita.
¿Joven? Ella quiso reírse pero no tenía tiempo.
—Sal de mi camino.
—¿O qué? —preguntó el guardia, con aspecto satisfecho y arrogante.
Ella se detuvo en seco, sacó una de las dos dagas de plata que guardaba
enfundadas en la parte baja de la espalda, y afianzó los pies.
—O te cortaré.
Una risita resonó en su pecho. Una que provocó que el temperamento de Natasa
hirviera. Formó un arco hacia fuera con la hoja, no para matarlo, sólo para hacerle el
suficiente daño para apartarlo del maldito camino. El brazo de él osciló antes de que
ella lo viera moverse, y la daga salió volando a través de la estancia para aterrizar con
un sonido seco y metálico contra el negro suelo de mármol.
—Dije alto —murmuró él en voz baja.

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Pasos aporrearon desde atrás. Voces se hicieron eco desde los escalones de
enfrente. El guardia avanzó.
El miedo y la ira de Natasa alcanzaron su punto máximo.
—¡Y yo dije que te movieras! —Empujó con ambas manos su pecho.
El poder le recorrió los brazos. El humo se elevó a su alrededor. El guardia gritó.
Su cabeza golpeó el mármol con un chasquido, y luego su cuerpo cayó al suelo.
Gimoteando, se enroscó sobre sí mismo, pero no antes de que Natasa viera los agujeros
en la parte delantera de su armadura. Agujeros del tamaño de sus palmas. Humeante.
La piel de debajo negra y chamuscada.
Con los ojos bien abiertos, Natasa giró las manos y se observó las palmas, las
cuales también humeaban. ¿Qué diablos…?
—Santo Hades —murmuró alguien.
Ella se dio la vuelta. Había tres hombres parados en la puerta. Tres Argonautas.
Y al frente del trío estaba Titus.
—Natasa —dijo él despacio, dando un paso hacia delante—. Detente.
Ella levantó las manos en advertencia y retrocedió. Un paso. Dos. Tropezó con la
puerta, insegura de lo que acaba de hacer.
—¡Tú! —gritó otra voz desde atrás—. ¡Alto!
Ella se giró para encontrar otros dos guardas más, los dos vestidos con las
mismas armaduras brillantes que el primero, pero portando lanzas y situados a cada
lado del portal.
—Natasa —dijo Titus con calma. Con demasiada calma. Y demasiado cerca—.
Nadie va a hacerte daño.
El pulso le rugía. La adrenalina se le disparó. No sabía qué creer. Nada de esto le
había sucedido antes. Nada…
Lanzó la mirada de un guardia a otro. Ellos no parecían poco amenazantes desde
donde ella estaba parada.
No volvería a ser encerrada. Ahora no. No cuando estaba tan cerca de su
objetivo. Prestó atención al portal, en el arco de piedra que brillaba como un faro, su
faro a la libertad. Dio un paso adelante.
Ambos guardias bajaron las lanzas.
—No lo hagáis… —gritó Titus.

36
Natasa no esperó sus respuestas. Cargó. El guardia de la derecha embistió con la
lanza. Esquivó el ser ensartada por meras milésimas y la agarró con la mano. El calor
irradió de la piel y las llamas estallaron. La lanza se partió en dos y se convirtió en
cenizas en la palma. Jadeando, el guardia apartó el brazo de un tirón.
Pero el otro arremetió con su lanza antes de ella pudiera desviarla. La punta le
rozó el costado y le rasgó la camiseta. Ella contuvo el aliento. Sólo que en vez de
clavarse profundamente en la carne como esperaba, el guardia salió volando hacia
atrás.
—¡Titus!
No estaba segura de quien gritó, pero se dio la vuelta para encontrar a Titus a su
lado. El guardia y su lanza yacían tirados en el suelo.
—Deja de huir —dijo Titus, tendiéndole la mano—. Déjame ayudarte.
El pecho le subía y bajaba mientras contemplaba la mano que le ofrecía. Entonces
los otros dos Argonautas detrás de él se acercaron lentamente. Y a ambos lados, los
guardias observaban expectantes.
Él le había salvado la vida. Sin saber quién o qué era ella. Incluso después de que
hubiera irrumpido en su castillo y hubiera quemado a aquel guardia. Y ahora le ofrecía
su ayuda.
Nadie jamás le había ofrecido ayuda. El pulso le rugió en los oídos. Nadie podía
ayudarla. Al menos, no sin exigir algo a cambio.
—No puedes ayudarme. —Se arrojó hacia el portal.
—¡Natasa! ¡Jodido hijo de perra!
El cuerpo le salió volando. El aire pasó delante de la cara y el mundo se
arremolinó mientras entraba al portal. Pero algo le agarró el tobillo justo antes de
traspasarlo. Algo cálido, sólido y firme.

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CAPÍTULO 4

Titus golpeó duro la tierra, el hombro y la cadera recibiendo lo más fuerte del
impacto. El dolor irradió subiendo por el costado y se disparó a través de las
extremidades.
Rodó, y las agujas de pino volaron elevándose alrededor de él. Natasa sacudió el
tobillo del agarre y se puso de pie. Impulsándose sobre las manos, él tuvo la impresión
de árboles de altura imponente que se elevaban hacia el cielo y de montañas de un azul
verdoso prolongándose en la distancia. Pero la vista se perdió. Y no tuvo tiempo para
preguntarse dónde habían aterrizado. La mujer que ya estaba de pie y alejándose
velozmente era su único objetivo.
—¡Natasa! —Las botas dejaron marcas en la tierra. Encontró el equilibrio. Ella
había rodeado un tocón y se dirigía hacia la ladera que conducía a... no sabía dónde—.
¡Joder!
Phin y Orpheus deberían estar justo detrás de él. Siempre que nadie más pasara a
través del portal y lo programara para una nueva ubicación, lo atravesarían en el
mismo lugar. Siempre que ella no fuera muy lejos, podrían encontrarle.
Observó en qué dirección se dirigía ella, entonces salió corriendo en diagonal.
Los pasos de ella eran casi silenciosos, el tira y afloja del aire en sus pulmones
indetectable a pesar de que tenía que respirar con dificultad. Obviamente estaba
entrenada en cómo desaparecer, pero Titus sabía una cosa o dos acerca de la caza. Y no
iba a ser superado por una pelirroja delgada que de alguna manera había logrado
sortear a los Argonautas y eludir a cualquier otro puto guardia Argolea.

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Ella apareció por detrás de un grupo de abetos. Justo antes de que lo esquivara
de nuevo, él se arrojó hacia adelante.
Sus cuerpos chocaron. Un gruñido hizo eco desde su pecho. Envolvió los brazos
alrededor de ella y se retorció para tomar lo más fuerte del impacto. Más agujas de
pino y tierra se levantaron. Rodó, entonces la fijó al suelo, sujetando sus manos por
encima de su cabeza para que no pudiera moverse.
—¡Alto!
—¡Déjame ir!
—¡Jamás de los jamases!
Se contorsionó debajo de él, pero la sujetó más fuerte con las manos enguantadas.
Ella le miró duramente hacia los ojos. Varios segundos pasaron donde el único sonido
fue el de su aliento entrecortado, el único movimiento la elevación y descenso de su
pecho. Y aunque sus músculos permanecieron tensos debajo de él, y no dudó ni por un
minuto que ella elucubraba una forma de escapar -o una forma de reventarle la cabeza
con una piedra-, el alivio subió en espiral a través de él.
—Eso está mejor.
—¡Aléjate —dijo con los dientes apretados. De. Mí!
No exactamente tranquila. Pero mejor que antes. Aunque sólo ligeramente.
—Cuando me digas lo que estabas haciendo en Argolea, estaré feliz de hacerlo.
Hasta entonces, creo que nos quedaremos justo donde estamos.
Sus ojos relampaguearon.
—Viste lo que le hice a aquel guardia. Si quieres vivir, sugiero que te apartes.
Ahora.
Sí, había visto las quemaduras del guardia, pero le costaba trabajo creer que ella
le hubiera hecho eso al ándras a propósito. Concedido, su piel estaba caliente -más
caliente de lo que él solía estar acostumbrado-, pero no estaba ardiendo. Y
definitivamente no estaba echando humo, de ninguna manera. Tenía que haber una
explicación lógica para lo que había presenciado atrás en el Pórtico.
Su apuesta era la magia. Podría ser una bruja, una hechicera, incluso alguien
incursionando en los hechizos. Los dioses sabían que había visto suficiente mierda
mágica para saber que todo era posible. Y definitivamente había parecido tan
sorprendida como el guardia, así que estaba bastante seguro de que chamuscar a
alguien no era un poder que ella pudiera sólo evocar a voluntad.

39
—Te dije allá en la colonia de mestizos que nuestra conversación no había
terminado. —Agarró sus manos más apretadas y se inclinó para que sus caras
estuvieran a sólo a pulgadas de distancia—. Sugiero que empieces a hablar, ligos
Vesuvius.
Sus ojos chispearon ante el apodo -pequeño volcán-, y sonrió ante su reacción.
Oh sí, eso definitivamente encajaba. Intentó leer su mente. No pudo. Un hecho que sólo
le intrigó más.
—¿Quieres que hable?
—Comienza con lo que estabas haciendo en Argolea. Y por qué has estado
buscando a Maelea.
—¿Qué tal si comienzo con esto? —Estrelló su frente contra la de él. El dolor se
expandió a través del cuero cabelludo, desequilibrándole. En un instante, ella lo lanzó
sobre la espalda, liberó sus manos y sacó una daga que él no se había molestado en
revisar de la parte de atrás de su cintura. Le presionó la hoja contra el cuello con una
precisión mortífera—. Y esto.
Se inmovilizó debajo de ella. Conmocionado, impresionado y vibrante por la
excitación porque cuando ella había golpeado su frente contra la suya la única cosa que
había sentido fue su propio dolor por el impacto, ni una emoción rezumando de ella.
Y, joder, eso fue jodidamente caliente. No sólo el hecho de que ella pudiera seguir
tocándole, sino que pudiera patearle el culo al hacerlo.
—No es exactamente lo que tenía en mente —logró decir—. Especialmente
después de rescatarte allá en la colonia mestiza.
—Tú... —Sus ojos se ampliaron y luego se estrecharon hasta finas rendijas—. Tú
no me rescataste.
Contuvo la diversión. Y el deseo rugiendo a través de las venas con la fuerza de
un tren de carga. Pesaba menos de la mitad que él, e incluso con el cuchillo contra el
cuello y sin recuperarse totalmente de las lesiones, fácilmente podría quitarla. Pero no
quería. Estaba disfrutando de su peso presionando sobre el estómago y el pecho.
Disfrutando de su mano desnuda que le presionaba el hombro, sus dedos apenas
rozándole la clavícula, en el borde de la camiseta. Amaba la ausencia absoluta de
cualquier transferencia de emoción.
Se esforzó por permanecer enfocado y no perderse en ella. Se esforzó en
conservar el cerebro conectado.
—Prácticamente te llevé a la enfermería después de ese ataque de pánico.

40
Sus ojos relampaguearon otra vez. Se inclinó más cerca pero no movió el cuchillo.
Y santa Hera, tan cerca que podía olerla. Rosas y… limones. Debajo de la esencia floral
que recordó de la colonia, olía a cítricos. Y sus ojos no eran sólo verdes. Había motas de
aguamarina flotando en esos fascinantes iris.
—No tengo ataques de pánico.
—Me equivoqué. Debiste haber tenido un sueño, entonces.
Ella se echó para atrás. Una sonrisa lenta se le extendió en la cara, la primera que
pudiera recordar sentir en siglos. Sus ojos se estrecharon aún más.
—¿Crees que esto es gracioso? ¿Qué tan gracioso será cuando te rebane la
garganta?
—No lo harás.
—Confiado, ¿verdad?
—Sí, lo soy. Si me quisieras muerto, me habrías dejado caer desde aquel muro del
castillo. No lo hiciste porque no has terminado conmigo.
El asombró atravesó su cara.
—Yo...
—Y eso está bien para mí, porque yo no he terminado contigo tampoco. Esto, lo
que sea que hay entre nosotros, aún no está cerca de terminar.
Su boca se cerró. Le miró fijamente a los ojos. Y en silencio… no sabía lo que ella
estaba pensando. Lo cual… sólo lo excitó más. Siempre sabía lo que los que estaban
alrededor estaban pensando, sintiendo, conspirando. Buscó en su expresión pistas de
sus pensamientos, pero todo lo que podía ver era sorpresa.
Y excitación. Y el mismo maldito calor que le chamuscaba las venas.
El estómago se le contrajo. Debajo del pantalón, se puso duro. Oh sí. Deseaba a
esta mujer. Sin importar para quién trabajara. La quería toda para sí mismo. Al menos
durante un poco de tiempo.
Ella se incorporó y dio un paso atrás, la hoja extendida como una advertencia.
—Regresa por dónde viniste, Titus. Y olvídate que alguna vez me conociste. No
regresaré a tu reino, jamás.
Él rodó hacia el costado y se puso de pie, moviéndose a cámara lenta para no
asustarla. Una brisa hizo susurrar los árboles a la espalda y sopló un mechón de cabello

41
que se había liberado rozándole la mejilla, la sensación normal. Familiar. Esperada. El
único toque contra la piel con el que podía contar en la actualidad.
Salvo el de ella. Podía tocarlo. Y tenía que saber por qué.
—No iré a ningún lugar sino a donde tú vayas —dijo tranquilamente—. Hasta
que consiga lo que quiero, estarás ineludiblemente pegada a mí.
Su aliento se aceleró. Un rubor se extendió por sus mejillas. Dio un paso atrás
otra vez, agitando la daga enfrente de ella como una espada.
—Tú no iras a ningún lugar conmigo.
—Entonces empieza a hablar.
Las voces hicieron eco desde el fondo de la colina. Varias. Femeninas. La mirada
de Natasa se movió repentinamente hacia ese lado. Con ella tan fácilmente distraída,
Titus sabía que podría dominarla, pero no lo hizo. Se quedó de pie donde estaba y
esperó. Porque aun sin que lo tocara, esto era más diversión de la que había tenido en
meses… no, años.
Lo enfrentó otra vez, pero en lugar de la frustración y sorpresa, el pánico
marcaba sus facciones
—Tienes que irte. Ahora. Ya no estoy bromeando.
Los sentidos se le pusieron en alerta máxima.
—¿Quién está allá abajo?
Enfundó la daga a su espalda y se inclinó para recoger una extensión de soga del
suelo. El mismo tipo de soga que le había arrojado a él desde el adarve cuando había
estado esforzándose por llegar a la parte superior. La soga delgada, fuerte, etérea que
debió haberse caído de su bolsillo cuando habían estado forcejeando en la tierra.
—Nadie que tú quieras conocer. ¡Sólo vete!
La conversación con Theron le surgió en la mente. Seguida por las sospechas del
líder Argonauta. Agarró su brazo por los bíceps.
—Dije que no me iría hasta que habláramos, y lo dije en serio.
—¡Dioses! —Ella se dio la vuelta, apretó ambas manos contra la pechera de
cuero, y empujó con fuerza. Pero medía sólo alrededor de un metro setenta y pesaba tal
vez cincuenta kilos, y su empellón ni siquiera lo movió de lugar. Y no hubo ningún
calor en el movimiento. No como cuando ella había atacado a aquel guardia.
—Ahora estoy tratando de ayudarte. ¿Por qué no escuchas?

42
—¿Natasa?
Natasa se congeló contra él. Titus miró por encima de su cabeza hacia la morena
alta de pie cerca de un viejo pino. El único adorno en el equipo completo de camuflaje,
era el pelo recogido en una coleta apretada, con la mano sosteniendo una espada de la
longitud de su pierna. ¿Y detrás de ella? Cinco más como ella.
—Mierda —masculló Natasa, cerrando los ojos.
¿Sirens? No, estas mujeres guerreras no eran lo suficientemente vistosas. Zeus
sólo reclutaba a las mujeres más sexys y más atrayentes para su ejército personal. Y
aunque estas chicas no tenían feos traseros, definitivamente no eran material de Siren.
Y de ninguna forma podría imaginarse a una Siren siendo atrapada ni muerta con un
gran pañuelo sobre su pelo y pintura facial de camuflaje extendida por sus mejillas y
manos.
Natasa dejó caer los brazos y empezó a afrontar a sus invitadas.
—Ilithyia. —Asintió con la cabeza hacia las demás—. Has aparecido antes de lo
que esperaba.
—Y tú más tarde —dijo la de enfrente, claramente al mando—. ¿Quién es este…
macho?

La palabra fue dicha con desprecio y por la manera en que su mirada repasó el
cuerpo del Titus de pies a cabeza le puso en alerta. Se enfocó en su don, buscando
respuestas a las preguntas no formuladas. «Argonauta, traidor, macho» fueron las
palabras que surgieron del grupo delante de él.
—Nadie por quien necesites preocuparte —contestó Natasa.
Ilithyia se movió fuera de los árboles y extendió la punta de su espada, su mirada
oscura puesta sobre Titus como si fuera una mosca que estuviera a punto de aplastar
bajo su bota.
—Debí haberme perdido el comunicado sobre que Halloween se adelantaría este
año. Pero quizá hoy recibamos un festín después de todo, señoras.
Titus no sabía quién demonios eran estas chicas, pero había tenido suficiente. Dio
un paso adelante, pero antes de que pudiera exponer a su líder algunos puntos muy
importantes, Natasa se colocó completamente delante de él.
—Él es mi prisionero, Ilithyia, no el tuyo.
Ilithyia se frenó, y sus cejas se estrecharon, su mirada saltando de Natasa a Titus
y viceversa.

43
—¿Prisionero?
Sí… toma eso, chica camuflaje.
¿Vaya... un momento... prisionero? La mirada de Titus saltó hacia Natasa, pero
desde atrás, no podía ver sus ojos. Sólo la desafiante elevación de su cabeza le dijo que
hablaba en serio.
Un disparo de calor perverso rodó atravesándole las caderas, junto con las
imágenes mentales de todas las formas diferentes en las que él podría ser su prisionero.
—Sí. Mío.
—Él no está atado.
—Estaba justo a punto de hacerlo cuando nos irrumpieron.
Los ojos de Ilithyia se estrecharon aún más. La tensión crepitó en el frío bosque
de mayo.
—A Aella no le gustará esto.
—Esto no tiene nada que ver con Aella —contestó Natasa en un tono duro—. Ella
sabe que tengo mi propia agenda del día. Y no debe interferir.
«Oh… la reina definitivamente no aprobará esto».
«Natasa está bastante jodida».
«Mis dioses, ¿él es ardiente o qué?»
«Él es exactamente lo que hemos estado esperando».

Los pensamientos produjeron un sonido metálico alrededor del grupo, pero Titus
estaba demasiado distraído para decir qué venía de quién. Había desviado toda la
atención hacia Natasa. Y, afortunado de él, sus pensamientos eran los únicos que no
podía leer.
—Bien —dijo Ilithyia después de un largo interludio—. Átalo y te escoltaremos
de regreso. No querríamos que perdieras a tu prisionero a lo largo del camino.
La orgullosa manera en la que ella dijo prisionero hizo que Titus apartara la
atención de Natasa y la fijara en la Amazona que lo fulminaba con la mirada.
Amazona… mierda. Miró hacia el grupo. Eso eran estas mujeres. Guerreras
Amazonas. Nunca había coincidido con una, pero sabía que vagabundeaban por la
tierra, igual que la multitud de seres de otro mundo que permanecían ocultos de los
humanos. Rápidamente repasó lo que sabía de ellas: No les gustaban los dioses,
odiaban a los hombres aún más, y se marcaban con la luna creciente.

44
Disparó una mirada hacia los brazos de Natasa, pero las mangas los cubrían por
completo hasta las muñecas. Miró más allá de ella hacia las otras mujeres para
confirmar sus sospechas, pero todas también llevaban camisetas de manga larga.
Natasa se dio la vuelta en su dirección y sacó la soga de su bolsillo. Mientras la
desenrollaba, él susurró:
—¿Qué diablos está pasando?
—Shh —murmuró, sujetándole las muñecas juntas y eludiéndole la mirada—.
Haz lo que te diga. Y por el amor a los dioses, no abras la boca. No te puedo proteger si
las cabreas mucho.
¿Protegerlo? ¿Eso quería decir que no era una de ellas? Sí, era bastante dura, pero
algo en las entrañas le dijo que ella no encajaba con este grupo. Volvió la mirada de
nuevo hacia las Amazonas mientras Natasa le envolvía la soga alrededor de las
muñecas.
Se habían desplegado en forma de una U alrededor de él, todas con sus espadas
desenvainadas y en posición de ataque. Pero fue el brillo de victoria en los ojos de la
líder lo que le dijo a Titus que se había encontrado de pronto metido en algo que
debería haber dejado tranquilo.
No tenía un arma con él. Nada más que las desnudas -bueno, enguantadas-
manos. Seguro, podría derrotar a algunas si se llegaba a eso, pero no le gustaba la idea
de lastimar a una mujer si no tenía necesidad. No tenía duda de que era más rápido
que estas chicas, lo cual quería decir que podría escapar si corriera como un descosido.
¿Pero qué le ocurriría a Natasa si hiciera eso? Incluso si ella fuera sólo en parte
Amazona, no tendría que leer las mentes para saber que aquí estaba sucediendo una
lucha de poder. Una grande.
¿Dónde diablos estaba Phineus? ¿Por qué aún no había atravesado el maldito
portal? Titus alzó las manos atadas y trató de alcanzar el medallón de Argos que
llevaba en una cadena alrededor del cuello, el que era un faro de regreso hacia su
Orden. No encontró nada sino piel.
Skata. Lo había perdido. Probablemente cuando había estado rodando por el
suelo con Natasa. Perdiendo el tiempo en lugar de hacer su jodido trabajo.
—Vamos —dijo Ilithyia después que Natasa lo ató con la soga—. La reina Aella
está esperando.

45
La cuerda le cortó la piel, pero Titus apenas la sintió. Porque los ojos de Natasa
finalmente se encontraron con los de él. Y en sus profundidades color esmeralda vio
preocupación, y la súplica tácita de: Haz esto. Por mí.

El corazón se le aceleró, y ese calor que había sentido antes regresó con ímpetu.
Su prisionero. Podría hacerse pasar por su prisionero durante un poco de tiempo, ¿o
no? Theron le había dicho que averiguara quién diantres era ella y detrás de qué iba.
Quedándose con ella, sólo estaría cumpliendo con su deber.
Las imágenes de estar atado debajo de ella, de verse forzado a hacer cualquier
cosa pecaminosa que ella quisiera le pasaron por la mente.
La sangre le pulsó, el corazón se le aceleró, y cualquier duda que quedara
desapareció.
Sí, podría hacer esto. Después de todo, sólo eran chicas. ¿Qué era lo peor que
podría ocurrir?



—¿Theron? Tenemos un problema.

Isadora se apartó de su hermana, Casey, y el discurso preparado que estaba a


punto de dar y miró hacia el líder de los Argonautas.
La sala de espera en su oficina real estaba llena. Además de Theron y su
hermana, varios de los Argonautas habían asistido proporcionando seguridad. Zander
y Demetrius estaban al otro lado de la estancia, hablando en voz baja, mientras que
Gryphon estaba sentado con Maelea en el sofá de terciopelo azul con el brazo
alrededor de su hombro, estaba tan nerviosa como Isadora debido a que ella también
tenía que enfrentar a la multitud. En pocos segundos, Isadora saldría al balcón que
dominaba la ciudad y le dirigiría la palabra a su pueblo para notificarles que la
malvada diosa Atalanta finalmente había muerto.
Para la mayoría, eso sería suficiente para alterarle los nervios a uno, pero Isadora
tenía problemas más grandes que resolver. No sólo estaba el Consejo esperando en el
salón de baile escaleras abajo con la delegación de Misos -una raza que el Consejo
consideraba indigna-, sino que en alguna parte del gentío, Nick, el líder de los Misos
-un hombre más que odiado por el Consejo- vagabundeaba buscando a la hembra que
había estado antes en la habitación de Maelea. Una buena cantidad de fuegos
artificiales podría resultar con la mezcolanza actual de personas en el castillo, y la

46
ansiedad que Isadora escuchó en la voz de Phineus por culpa de algún problema no
ayudaba a los asuntos.
Theron sacó de su bolsillo el dispositivo de comunicación con el que Titus había
estado experimentando recientemente y presionó un botón.
—Qué está pasando, ¿Phin?
—La perdimos.
—Maldita sea —masculló Theron—. ¿Dónde?
—A través del portal.
Isadora le dio los papeles a su hermana y cruzó la habitación para pararse al lado
de Theron. La tensión irradiaba de sus poderosos hombros. Al otro lado de la
recargada estancia, sintió la preocupación de Maelea como si la mujer estuviera pegada
a ella.
—Bien, ve tras de ella —dijo Theron—. Sus coordenadas deberían ser fácilmente
accesibles.
—Titus fue tras ella —dijo Phin a través del comunicador—. Agarrado a su
pierna mientras ella saltaba al otro lado. Pero no podemos seguirla.
Theron se frotó la cabeza con una mano en un gesto de clara frustración. Casey
-su compañera- se movió para pararse frente a él.
—¿Por qué no?
—Porque algo está mal con el portal. No está funcionando. Orpheus y yo
tenemos a los tipos de soporte técnico aquí revisándolo, pero el panel está totalmente
frito. No tenemos ni idea de a dónde fueron o incluso si Titus puede atravesarlo de
regreso aquí.
Theron le disparó una mirada a Demetrius y a Zander, y luego hacia Gryphon y
finalmente hacia Isadora.
—¿Y exactamente cómo en el hades sucedió eso?
—No estamos seguros. Pero, ¿Theron? Tío, deberías ver al guardia aquí abajo.
Esa mujer puso sus manos sobre él cuando se interpuso en su camino e intentó
detenerla. Su armadura estuvo condenadamente cerca de fundirse debajo de sus
palmas. Guy recibió quemaduras de tercer grado por todo el pecho. Callia lo está
examinando ahora, pero nunca he visto nada como eso. Quiero decir, skata, ni siquiera
yo puedo hacer eso.

47
Callia era la compañera de Zander y la otra hermana de Isadora. Ella también era
una sanadora entrenada. Gryphon se levantó del sofá y se aproximó. Demetrius y
Zander hicieron lo mismo.
La ansiedad revoloteó a través de las venas de Isadora. Podría decir que todos los
guardianes pensaban lo mismo que ella. El don de Phineus era el aliento del fuego,
otorgado a los de su línea por las Destinos en honor de su antepasado, Belerofonte, el
gran héroe que había matado a la Quimera, una bestia gigante que exhalaba fuego.
Pero Phineus raras veces usaba su don, por razones que Isadora realmente no entendía.
Y el hecho de que le hubiera dicho a Theron que esta mujer -esta Natasa- había hecho
algo que incluso él no podía hacer, significaba que las cosas estaban mucho peor de lo
que todos habían asumido.
—Skata —masculló Theron. Dirigió la mirada hacia Zander.
—Phin, voy a enviarte a Z. La reina está a punto de dirigirse a los asistentes y
Demetrius, Gryphon, y yo aún no podemos salir. Descubre una manera de conseguir
que funcione el portal otra vez y averigua dónde diablos está Titus. La mierda del
fuego y azufre va con nuestras sospechas de que ella trabaja con Hades y Zagreus.
Mientras ella esté fuera de Argolea, eso es todo por lo que puedo preocuparme. Pero
quiero a Titus de regreso tan pronto como sea posible. ¿Me entiendes?
—Entendido.
Theron apagó la unidad de comunicación y la deslizó en la parte de atrás de su
bolsillo. Junto a él, apretó la mano de Casey y susurró:
—No te preocupes. —Entonces fijó su atención en Zander—. Encuéntrale. Lo
último que necesito es a otro Argonauta perdido. Skata, seguís desapareciendo ante mí
como luciérnagas.
Gryphon se rió ahogadamente, y un lado de los labios de Demetrius se curvó...
una sonrisa que Isadora disfrutó ver. Pero su alegría fue de breve duración.
Mientras Zander se apresuraba hacia la puerta, ella miró hacia Theron.
—¿La armadura se quemó? ¿Quién es esta mujer?
—No lo sé —murmuró Theron—. Pero lo descubriremos. Ahora mismo, sólo
vamos a hacer llegar este discurso y terminemos. Esta celebración rápidamente se está
convirtiendo en una maldita pesadilla.
De mala gana, Isadora se dio la vuelta hacia las puertas dobles que conducían al
balcón. No había previsto que nada de esto pasara, pero claro, su don de la
premonición no era exactamente previsible, especialmente no ahora cuando estaba

48
embarazada. Esperó mientras Gryphon y Demetrius abrían las puertas, luego respiró
profundamente y oró por que Theron estuviese equivocado.
No podían permitirse el lujo de perder a ninguno de los Argonautas,
especialmente a Titus. Su don de leer las mentes era de inestimable valor para su causa.

49
CAPÍTULO 5

Titus no trató de hablar con Natasa mientras caminaban por el bosque. Las
miradas que ella le lanzaba y la manera en que tiraba de la maldita cuerda que le ataba
las muñecas cada vez que iba más despacio para mirar alrededor, le dijo que ni
siquiera lo intentara. Si fueran sólo ellos dos, habría tirado hacia atrás hasta que ella
cayera sobre él y su piel le rozara otra vez, pero las seis Amazonas con sus espadas
desenvainadas -tres delante y tres atrás-, le vetaba esa pequeña fantasía.
Aun así, la vista no estaba del todo del mal. Natasa tenía un buen culo con ese
pantalón negro ajustado y la forma en que sus caderas se balanceaban al caminar le
traía todo tipo de imágenes a la mente. Como imaginar qué parecería si se vistiera con
un traje de cuero negro, empuñando la cuerda como un látigo y ordenando alrededor
de él con una voz sexy de dominatrix.
Pasó por encima de un tronco caído cubierto de musgo y flanqueado por
helechos espada. En lo alto secuoyas gigantes susurraban en el viento. El clima era frio
pero no helado, y la tentadora calidez de principio de verano se podía sentir en la brisa
húmeda. Su mirada siguió la fina capa de niebla que se desplazaba a través de los arces
y los alisos rojos. Tenían que estar en algún lugar cerca de la costa. En un lugar con
gigantescos árboles de hoja perenne. ¿En Redwood, tal vez?
No estaba seguro. Todo lo que sabía era que habían estado caminando alrededor
de tres horas y la cuerda estaba empezando a molestarlo seriamente. Al igual que el
hecho de que nadie -ni siquiera las Amazonas-, parecía disfrutar de la conversación.
Podía oír sus pensamientos, pero había dejado de centrarse en ellos aproximadamente
treinta minutos después de iniciar la marcha, porque no le decían nada que lo pudiera
ayudar en su situación. Eran sobre todo divagaciones sobre la caza, el desuello de

50
ciervos, las preocupaciones sobre el suministro de alimentos y las especulaciones sobre
el tamaño de su pene.
Podría ser que no estuvieran interesadas en los hombres, pero evidentemente
todavía pensaban en ellos.
Sus propios pensamientos giraban sobre qué tipo de “agenda” tenía Natasa y a
donde infiernos se dirigían en realidad.
Por delante, Ilithyia paró y levantó el antebrazo. Como una unidad, las otras se
detuvieron y alzaron sus armas. Titus estaba tan absorto en sus reflexiones que no se
dio cuenta de que se habían detenido hasta que se estrelló contra la espalda de Natasa
y casi los derriba a ambos al suelo.
Ella gruñó, empujando contra él hasta que se tambaleó hacia atrás un paso y
luego le fulminó con la mirada por encima del hombro.
Una sonrisa se dibujó en la boca de Titus. Era hermosa cuando estaba cabreaba.
Esa llama de pelo rojo desplegado alrededor de ella, la llamarada ardiente en sus ojos.
Apostaría que ahora su piel estaba caliente. Caliente, suave y tan condenadamente
atractiva que quería sentirla contra él. Por todas partes.
—Una guarnición —susurró Ilithyia en un tono grave—. Desplegaros.
Las Amazonas se movieron a la velocidad del rayo, desapareciendo en el bosque
como si nunca hubiesen estado allí. Natasa tiró de la cuerda atada a las muñecas de
Titus y rápidamente lo acercó hacia una densa arboleda.
La oscuridad lo rodeó. Tropezó con una rama caída, chocando de nuevo con
Natasa, sólo que esta vez a ella no pareció molestarle. Lo agarró por los hombros, lo
giró y lo empujó contra el tronco de un árbol del tamaño de una casa. Luego pegó su
cuerpo al suyo y le susurró:
—Shh…

La adrenalina de Titus se disparó. De cerca pudo oler el aroma a limón de su piel.


Podía sentir el calor irradiando desde debajo de su ropa. La sangre se le precipitó a la
ingle, trastornándole el cerebro. Céntrate. Contrólate. Intentó mantener la mente en
blanco para no revelar la ubicación de ellos, miró por encima de la cabeza de ella hacia
los árboles que los rodeaban.
La pequeña zona era más una cueva que un bosque. Los abetos tan densamente
agrupados, con las ramas sin agujas. La compacta cubierta vegetal le dijo que alguna
clase de animal se había acostado recientemente aquí y el follaje en la parte del exterior

51
del círculo arbolado era lo suficientemente grueso para bloquear cualquier cosa que
hubiera más allá.
Pisadas sonaron por el bosque. Captó voces apagadas. Titus intentó concentrarse
en las palabras y pensamientos de aquellos que los rodeaban, pero la respiración
acelerada de Natasa le llamó la atención. Y la forma en que le agarraba las mangas
apretándolas entre sus dedos, la manera en que su corazón se aceleraba a su lado
ahogó cualquier otro sonido.
El instinto superó la razón. Levantó las muñecas atadas por encima de su cabeza,
deslizándolas sobre su espalda para que los brazos quedaran apretados alrededor de
ella. Natasa no protestó. En todo caso, se acercó más a la fuerza de su cuerpo. Y sí,
estaba caliente –tal y como esperaba-, pero el temblor que la recorría le dijo que no
estaba tan segura como había parecido antes.
Él acercó la boca a su oreja, apenas a punto de rozarle el lóbulo con la punta de la
nariz.
—Sea lo que sea que haya ahí fuera… Te protegeré.
Se quedó inmóvil contra él, y luego inclinó lentamente la cabeza hacia atrás para
mirar hacia arriba. El calor se propagaba desde las manos de ella que le presionaban en
los costados y desde sus senos apoyados contra el cuero que le cubría el pecho.
Lamentaba no haberse quitado antes la armadura ceremonial en el bosque. Deseaba
haber estado ahora desnudos, piel con piel, así podría comprobar si ella se sentía tan
bien contra él en otros lugares. Esperaba, más que nada, que ella se pusiera de puntillas
y presionara esos labios gruesos y tiernos contra los suyos para poder saber lo que era
ser besado otra vez.
No podía recordar la última vez que había sido besado. No podía recordar lo que
se sentía al presionar la boca sobre la de otra persona, saborear su esencia sobre la
lengua. No podía recordar lo bien que se debía sentir perderse en nada más que la
humedad, cálida y gozosa.
Ella sería todo eso, apostaba. No sólo en su boca, sino también entre las piernas,
donde se moría por tocarla, piel a piel.
—No puedes protegerme —susurró—. Nadie puede.
La firmeza de sus palabras hizo que el corazón acelerado se le paralizara y atrajo
su atención hacia sus ojos. Eran tan verdes, tan insondables, que se preguntó si podría
ver su alma a través de ellos. Pero, también estaban torturados. Por un miedo que él
sentía ser la raíz de quién era realmente ella.

52
El ataque de pánico de Natasa en la colonia se le reprodujo rápidamente en la
mente. Seguido por la forma en que había huido de él en Argolea. No tenía la menor
duda que quienquiera o lo que fuera que estaba ahí fuera estaba aquí por ella.

—¿Quién te está cazando?


La mirada de ella se deslizó desde los ojos hasta los labios, donde se posó,
aumentándole la temperatura del cuerpo sobrecalentado otros cinco grados. Por
primera vez en la vida él quiso conocer los pensamientos de otro. Luego ella se lamió
los labios, como si quisiera tener su propia degustación pecaminosa y todo el supremo
control que había mantenido durante toda la vida alzó directamente el vuelo entre los
árboles. La polla se le hinchó bajo la bragueta hasta que la necesidad lo consumió.
Bésame. Dioses sólo bésame.
—¿Natasa? —llamó Ilithyia.
—Mierda.
Natasa se tambaleó hacia atrás, un pensamiento de pánico cortó a través de la
neblina sexual. Pero los brazos de Titus estaban todavía atados alrededor de ella y no
llegó muy lejos.
Luchó por liberarse, y la diversión se deslizó por él. Puede que no fuera capaz de
leer sus pensamientos claramente, podía pelearse con sus expresiones, pero
identificaba el lenguaje corporal. Ella lo deseaba. Tal vez no tanto como él la anhelaba,
pero lo suficiente.
Ella se salió por debajo de los brazos y se alisó el cabello. Luego levantó un dedo
y le lanzó una mirada.
—Ni una palabra.
Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Titus. Sí, descubriría quién era ella
para los Argonautas. Descubriría de quién estaba huyendo y encontraría una forma de
protegerla. Pero la iba a tener para sí mismo. Asumiría las consecuencias y lo que fuera
que le impidiera sentir sus emociones. Por primera vez en más de cien años, quería
algo sólo para él. Y no iba a marcharse hasta saciarse. Sin importar lo que pasara
después.
—Se han ido —avisó Ilithyia—. Continuemos.
El pecho de Natasa subió y bajó con una respiración profunda. El color tiñó sus
mejillas. Prácticamente el calor salía de ella en oleadas.
—Vamos —espetó—. Y no digas nada. No me obligues a hacerte daño.

53
—Hazme daño, ligos Vesuvius. Quiero que lo hagas.

Ella entrecerró los ojos.


—Estás jugando con fuego, Argonauta.
El calor le inundó cada vena del cuerpo. Esto estaba a punto de ponerse mucho
más interesante.
—No puedo esperar para quemarme.



La ansiedad de Natasa aumentó bruscamente al acercarse al complejo. Estaba


caminando por una delgada línea ahora. No quería hacer nada que cabreara a Ilithyia
más de lo que ya estaba. La Amazona ya no le gustaba. Y haber sido atrapada con un
Argonauta no estaba mejorando la situación.
Mantente centrada. Recuerda por qué estás aquí. Recuerda lo que está en juego.
Detrás, Titus se resbaló sobre una roca y su hombro chocó contra el de ella. La
conciencia la recorrió, recordándole ese momento con él en los árboles; cuando la miró
como si hubiese querido besarla; cuando ella había considerado -por un momento
estúpido de locura-, alzarse de puntillas y besarlo de vuelta.
¿Besarlo? ¿Besarlo? Estaba seriamente perdida si estaba considerando
involucrarse más con el héroe.
Maldito fuera por seguirla. Maldita fuera por dejarse seducir. Si no hubiera
coqueteado con él sobre aquel estúpido muro del castillo -si no hubiera salvado la vida
de él entonces-, no estarían en este lío ahora. Avanzando hacia algo que podía terminar
muy mal para ambos si ella no conservaba la sensatez.
¡Joder! Debería estar yendo tras Epimeteo, no haciendo el gilipollas con un
Argonauta.
—Estás misteriosamente callada, ligos Vesuvius.
Ligos Vesuvius… ¿Parecía un pequeño volcán? Su enfado aumentó otro grado.
—Y tú serías sabio si siguieras mi consejo de silencio.
Esa irritante sonrisa seductora se extendió por sus labios de nuevo.
—Me deseas. Sé que lo haces.

54
Hizo todo lo que pudo para no detenerse, azotarlo y decirle en qué clase de
problemas sin querer la había conseguido meter. En lo que la estaba metiendo. Pero
muchos ojos los estaban mirando, y si ella tenía alguna posibilidad de salir de este lío,
era no atrayendo más la atención. Se conformó con tirar con fuerza de la cuerda y
sonreír ante el sonido de él gruñendo a la espalda.
Un silbido resonó a través de los árboles. A la cabeza de la marcha, Ilithyia
levantó el brazo de nuevo, con lo que el grupo se detuvo. Las Amazonas levantaron las
armas, sus miradas exploraban el bosque. La mirada de Titus se movió rápidamente y
las siguió. Nada más que troncos de árboles y dosel frondoso tan lejos como el ojo
podía ver.
Ella odiaba este maldito bosque. Siempre conseguía perderse por aquí. Si no
fuera por las centinelas que custodiaban el perímetro y enviaban exploradoras a los
árboles más antiguos, nunca encontraría el camino de regreso.
Ilithyia silbó una melodía de respuesta. El silencio descendió y luego una canción
resonó proveniente de las ramas al frente.
—Vamos —comunicó Ilithyia.
—Déjame adivinar —murmuró Titus—. Es Un Mundo Pequeño4.
Natasa no tenía ni idea sobre lo que él estaba divagando, pero provocó de nuevo
su irritación. Tiró de la cuerda y susurró:
—¿Intentas hacer que te maten?
—Eso depende —le dijo cerca de la oreja. Más cerca de lo que le gustaba. Su
aliento, como una brisa de aire fresco le rozó la nuca, por debajo del cuello de la
camiseta, enviándole un escalofrío que le bajó por la espalda—. ¿Qué harás para
salvarme la próxima vez?
Tragó en seco, reprimiendo la excitación que se le disparaba por dentro sólo
estando cerca de él.
—No estés tan seguro de que pueda. Conociendo mi suerte, probablemente
estaré encadenada contigo.
El humor huyó de su rostro al instante. Lanzó una mirada a las Amazonas de
delante y luego una mirada casual a las de atrás.

4 Un mundo pequeño. Es la definición a un estudio sobre la velocidad y la extensión de las comunicaciones en el mundo. (N.T.)

55
—¿A dónde nos llevan?
—A algún lugar hostil. Hagas lo que hagas, intenta mantenerte cerca de mí.
Estate de acuerdo con todo lo que diga. Y por amor a los dioses, no te hagas el
gracioso. Ellas no son de reírse. Especialmente no con los hombres.
—¿Crees que soy gracioso?
Bueno, dioses, él era… frustrante, excitante y sexy como el infierno, todo al
mismo tiempo.
Estaba en un gran problema.
Dos cuerdas cayeron desde el dosel con un ruido sordo que resonó a través del
bosque. El grupo se detuvo. Ilithyia agarró las cuerdas y se giró, ofreciéndoselas a
Natasa con una expresión de suficiencia.
—Los invitados primero.
El tablón atado al final de las cuerdas formaban una plataforma lo
suficientemente ancha para que ambos, Titus y ella estuvieran de pie juntos, uno al
lado del otro. Pero no era la madera lo que le preocupaba. Era lo que les esperaba
arriba.
Tiró de Titus a su lado.
—Aquí. Agárrate.
Los dedos enguantados de él se cerraron alrededor de la cuerda de la izquierda.
Natasa hizo lo mismo con la de la derecha. Las cuerdas se tensaron contra la palma y
luego él tablón se levantó atrayéndolos hacia el dosel como pájaros al vuelo.
El estómago se le sacudió. Apretó los dientes e intentó no mirar al suelo que
desapareció inmediatamente, con el follaje a su alrededor corriendo demasiado rápido.
Odiaba las alturas. Odiaba que su vida se viera reducida a esto. Confiar en los demás.
Hacer tratos con gente a la que debería dejar en paz. Ponerse del lado de las Amazonas,
de entre todas las personas.
El follaje se separó y la ciudad de Antíope oculta por la arboleda quedó a la vista.
A su lado, Titus murmuró:
—Santo Hades.
—No exactamente —dijo en voz baja—. Y no lo menciones aquí tampoco. Su hijo
es un tema delicado. De hecho, no menciones nada. Será mejor para ambos si
simplemente mantienes la boca cerrada.

56
—¿Qué demonios estás haciendo con un grupo de Amazonas?
Natasa se había preguntado eso mismo muchas veces. Por suerte, no tuvo la
oportunidad de responder. Dos centinelas esperaban de pie en la plataforma para
sujetar el balancín y tirar hacia adelante.
Natasa saltó del tablón. Titus hizo lo mismo. Sus manos aún estaban atadas por
delante, pero no había ninguna razón para seguir guiándolo con la cuerda. Ella la dejó
caer a sus pies. Cuando él se giró en un círculo lento y estudió por primera vez la vista
de la ciudad, Natasa intentó verla desde su punto de vista.
Las Amazonas eran impresionantes con la manos. Tenía que concederles eso. Las
plataformas rodeaban los troncos de los árboles. Las tiendas de lona formaban casas.
Escaleras de cuerda conectaban unas estructuras a otras y adonde quiera que miraras,
se podía ver el funcionamiento de una raza bien disciplinada, mientras se dedicaban a
sus deberes cotidianos que atendían las jóvenes y viejas, cocinando, afilando armas y
viviendo muy por encima de aquellos que no tenían ni idea de que estaban allí.
—Ninfas. —El asombro resonó en la voz de Titus. Varias mujeres cercanas se
giraron y miraron en su dirección—. Sólo hay Amazonas. ¿Dónde están los hombres?
—No necesitamos a los hombres —dijo la guardiana de su izquierda,
empujándolo hacia adelante. Él se tambaleó pero recuperó rápidamente el equilibrio.
Era de la altura de Titus, vestida con la misma ropa de camuflaje que el escuadrón de
Ilithyia, pero Natasa sabía por experiencia personal que Smyrna podía ser maliciosa.
Dirigiéndose a la otra guardiana, Smyrna ladró:
—Llévalo a la jaula.
Oh, creo que no. Natasa se interpuso en su camino.
—Es mi prisionero. No el vuestro. Y tampoco el de Aella.
Smyrna giró su maligna mirada en dirección a Natasa, pero ésta se mantuvo
firme. Aella y ella habían llegado a un acuerdo. Y no se iba a dejar intimidar por esta
bruta. Levantó la barbilla y miró hacia la otra guardiana.
—Llévalo a mi tienda.
La segunda guardiana miró de Smyrna a Natasa y viceversa, como si no supiera
que hacer. Varios segundos pasaron en silencio. Por suerte, esta vez, Titus mantuvo la
boca cerrada.
Al final Smyrna, dio una breve inclinación de cabeza a la otra guardiana.

57
Ésta agarró a Titus del brazo y tiró de él. Él miró atrás hacia Natasa con una
expresión de ¿qué demonios? La adrenalina de Natasa alcanzó el nivel máximo mientras
él era llevado lejos. Sólo pedía a los dioses que no dijera nada que pudiera empeorar la
situación.
Cuando él se hubo marchado, Smyrna utilizó la ventaja de su altura y se inclinó
sobre Natasa, un movimiento diseñado claramente para intimidarla.
—Aella se enterará de esto.
La espalda de Natasa se tensó. No tenía ninguna duda de que la reina de las
Amazonas se enteraría de ello a través de Smyrna, de Ilithyia y de cada una de las
Amazonas con las que ellos se habían cruzado. La cuestión era ¿qué infiernos era lo
que Natasa le iba a decir?
“Soy el único que puede concederte tiempo extra”.
Esas palabras -el trato con el que estuvo de acuerdo-, hicieron eco en la mente de
Natasa mientras se dirigía hacia su tienda en la zona más apartada de la ciudad. El
sudor se le formó en la frente y lo limpió con la mano. Incluso con la cooperación de las
Amazonas, se estaba quedando sin ese tiempo extra.
Retiró la solapa de la tienda y entró. Un gran tronco de secuoya ocupaba el centro
de la estancia. Un entarimado recorría todo el espacio. El jergón de mantas y
almohadas yacía en el suelo a la izquierda. A la derecha había libros y mapas que había
adquirido durante los meses de búsqueda. Dos guardianas estaban en el medio del
espacio atando las muñecas de Titus a los anillos en D atornillados al tronco del árbol
sobre su cabeza. Natasa intentó no mirar -intentó no centrarse demasiado en por qué
esos anillos estaban allí… en cada una de las tiendas-, y en su lugar encendió una
linterna sobre una caja junto a su cama.
La luz iluminó el espacio oscuro. Las guardianas retrocedieron. Natasa miró
hacia Titus. Pero a diferencia de la expresión arrogante, casi burlona, que él había
lucido durante todo el viaje, ahora sus rasgos estaban tensos, sus labios apretados y él
parecía estar conteniendo la respiración, como si… como si estuviera sufriendo.
Miró hacia los brazos de él cubiertos por la camisa, pero no vio señales de daño o
desgarros en la ropa. Las guardianas le habían quitado los guantes, pero nada más. La
frente de ella se frunció.
—Dejadnos.
—Eso no es aconsejable —respondió la guardiana de la derecha.

58
Natasa había llegado al límite de la paciencia hacía cuatro horas. No podía
recordar el nombre de la guardiana y seriamente tampoco le importaba.
—Tu consejo no me importa. Y esto no concierne a las Amazonas.
—Todo en nuestra ciudad nos concierne.
—Él, no, y yo tampoco. Ahora iros.
La guardiana le echó una mirada mordaz a Titus. Una que gritaba malicia,
desconfianza y... -Natasa entrecerró los ojos-, ¿ardor?
Oh… mierda. No necesitaba esto ahora.
A regañadientes, la guardiana apartó su atención de Titus y fulminó con la
mirada a Natasa. Luego se giró hacia la puerta.
—Vamos a estar justo afuera.
Sí, Natasa sabía que lo harían. Esto estaba mejorando por momentos. Y haría que
sacar a Titus de aquí fuera un tanto "más fácil".
La solapa de la tienda se cerró tras las guardianas. Natasa resopló de alivio y
frustración a partes iguales.
—¿Todos los hombres son tratados así en tu pueblo?
La profunda voz de Titus puso de punta los finos pelos en la nuca de Natasa.
Además de un cuerpo cincelado y un rostro hermoso, tenía una voz estupenda,
profunda con un toque áspero. Y en ese momento era incluso más ronca de lo normal.
Se giró para no ser tentada por él. Sí, de acuerdo. Estaba siempre tentada por él.
—No es mi pueblo. Y sí, así es como se tratan aquí a todos los hombres. A las
Amazonas no les gustan los machos. Esa es la razón por la que tu presencia aquí es una
idea muy mala. Te dije que no te involucraras conmigo.
—Tú no eres una Amazona.
No era una pregunta, sino una afirmación y no tenía ganas de ser vaga en ese
momento. Desabrochó el pequeño paquete de la cintura y lo dejó caer al suelo.
Después sacó la daga restante de la funda a la espalda y la puso sobre la pequeña
mesa.
—No.
Por el rabillo del ojo, vio que él se miraba los brazos, atados al árbol sobre su
cabeza. A continuación la miró a ella. Pero cuando Natasa captó el brillo de sus ojos, ya

59
no vio dolor. Vio ardor. Una pasión tan caliente como la que había visto en sus ojos
cuando la miró bajo la seguridad de aquellos árboles.
—Puedo romper estas cuerdas en cualquier momento. Dejé que me trajeras aquí,
ligos Vesuvius. Admítelo, querías tenerme a solas para poder aprovecharte y acostarte
conmigo.
Si…
¡No!
La frustración surgió, y se enfrentó a él. Una frustración que crecía hasta rebosar
con cada curva minúscula de los labios de él.
—No creo que entiendas lo que está pasando aquí. Esas son Amazonas, no niñas.
—Siguen siendo chicas. —Señaló con la cabeza hacia la puerta—. Esas dos no son
ninguna amenaza.
—Esas dos son el menor de tus problemas. ¿Cuántas Amazonas crees que viven
en esta ciudad? ¿Ni idea? Te lo diré. Por lo menos ochenta. Y eso sin contar a las ninfas
a las que protegen que a su vez te entregarían a las guardianas más rápido de lo que
podrías quejarte si tan siquiera las miraras mal. ¿Dos Amazonas armadas no son nada?
Prueba con toda la ciudad abalanzándose sobre ti, ya que no sólo odian a los hombres,
te ven como una amenaza. En este momento sólo estas vivo porque las convencí de que
eras mi prisionero. Tan pronto como cambie eso, estarás muerto. Soy la única que se
interpone entre tú y la otra vida, amigo.
Se giró hacia la puerta. Tenía que alejarse de él. Había algo en él que la irritaba.
La distraía. La hacía querer. Y no tenía la paciencia para eso en este momento. No
cuando se estaba quedando sin tiempo.
—¿Por qué lo haces?
Se detuvo a un pie de la puerta. ¿Por qué lo hacía? Buena pregunta.
Un recuerdo la alcanzó antes de que pudiera responder. La manera suave en que
él la había cuidado en la colonia mestiza después del ataque de pánico. Cómo había
parecido tan asombrado por el hecho de que fuera como era. Cuán peligroso lo había
sentido al ser consolada por él. Cuán correcto.

Puede que no hubiera tiempo para querer. Podría estar tan peligrosamente cerca
del final que ni siquiera podía pensar en ello. Pero era consciente de la diferencia entre
el bien y el mal y aunque sabía que probablemente no podía salvar el mundo, tampoco
le iba dar la espalda. No de la forma en que su padre lo hizo.

60
—Porque un vez me ayudaste.
No lo miró. No podía. Porque estaba peligrosamente cerca de necesitar que la
consolaran de nuevo. Y, ella mejor que nadie, sabía que no había consuelo para ella.
—Quédate aquí y no hagas nada para contrariar a las guardianas —le dijo antes
de que él pudiera responder. Alcanzando la solapa de la tienda, agregó—: No tengo
que decirte cual es el único valor que las Amazonas ven en los hombres. Su última
reina ordenó que todos los hombres prisioneros fueran atados e incapacitados. Voy a
dejar que reflexiones sobre el porqué mientras voy a reunirme con Aella e intentar
salvar tu vida. Una vez más.

61
CAPÍTULO 6

A Nick le hormigueaba la piel hasta el punto de no poder estar apenas quieto.

Turnaba las botas contra el reluciente suelo y escudriñaba el salón de baile del
castillo Argolean desde las sombras, mientras deseaba como el infierno estar en
cualquier parte menos ahí. Las batallas con los daemons eran más agradables que esta
forma de tortura personal. Incluso ser cortado en daditos por los hijos de puta era
preferible a fingir que estaba pasando un buen rato.
Una sombra se movió a la izquierda, y las cicatrices de la espalda le
hormiguearon. Sin siquiera mirar, supo que Demetrius se estaba colocando a su lado.
—Pensé que te habías marchado ya.
La columna vertebral de Nick se puso rígida. Rara vez hablaban. Durante años ni
siquiera habían reconocido la existencia del otro. Mientras que Demetrius había sido
elegido para servir con los Argonautas, Nick había sido desterrado al reino humano.
Aquellos que lo habían desterrado de niño habían esperado que muriera, pero había
sobrevivido. De hecho, prosperó. Y ahora, no sólo era el líder de los Misos, sino que
también era el mayor temor del Consejo porque era algo que ni siquiera los Argonautas
podrían reclamar. Él era un verdadero semidiós.
—Estaba a punto de hacerlo. —Nick se apartó de la pared, decidido a alejarse de
esta farsa de celebración y de su hermano perdido hace mucho tiempo con el que no
tenía nada en común, cuando un movimiento rosado por la derecha le llamó la
atención.
Contuvo el aliento, los pies se le detuvieron y, por un instante, fue como si el
tiempo, el lugar y el destino no le afectaran. Isadora descendía por la escalera

62
ornamental al fondo del salón con todo el esplendor y la majestuosidad con la que
había nacido. Su vestido de color claro estaba abierto en los hombros, bajaba en el
escote y caía hasta sus pies. El pelo corto y rubio había sido recogido, y la corona de
oro sobre la coronilla brillaba bajo las luces de la lámpara atrayendo las miradas hacia
las pequeñas gotas de oro en sus orejas.
Pero era la sonrisa en su cara lo que le aumentó los latidos del corazón. La forma
en que saludaba a cada uno de sus súbditos, les presentaba a Maelea y acaparaba el
salón repleto de Argoleans, Misos y miembros del Consejo, vestidos elegantemente. Y
la forma en que miró en su dirección y su sonrisa creció en una gesto sincero.
Su alma gemela.
—Ella no lo demuestra —dijo Demetrius al lado de Nick—, pero está
jodidamente nerviosa por esta celebración.
La esposa de su hermano.
El aire escapó de los pulmones de Nick como el de un globo pinchado con una
aguja, dejando tras de sí un vacío que lo consumía desde dentro. La realidad se instaló
con fuerza, y volvieron los sonidos; los acordes instrumentales del cuarteto en la
esquina, las voces charlando alrededor de ellos, el tintineo de los vasos y el arrastre de
los zapatos por el suelo de mármol. Al igual que la tensión en la piel que le recordaba
que éste no era su lugar. Éste era el último sitio en el que jamás hubiera querido estar.
Posó la mirada en la redondez de su vientre. El vientre que debería sostener a su
bebé, pero no era suyo. El sobrecogimiento se convirtió en rabia. Y por la amarga
frustración que había estado sintiendo durante meses, todo por el Argonauta a su lado.
—Debe estar nerviosa. No es una líder. Es un objetivo.
Demetrius le lanzó una mirada.
—¿Qué significa eso?
La oscuridad burbujeó en el interior de Nick. Una oscuridad contra la que
luchaba a cada momento de cada día. Una oscuridad que lo obsesionaba con la
realidad de que si su hermano estuviera muerto, él podría tener lo que más deseaba.
Apretó los dientes y trató de contener las palabras que persistían en la lengua,
pero hoy la oscuridad era demasiado fuerte. Y parte de él estaba enfermo y cansado de
contenerse.
—Significa que eres un gilipollas más grande de lo que pensé si crees que ella
está a salvo ahora que nuestra madre está muerta.

63
Demetrius se volvió completamente en su dirección.
—¿Tienes algún problema conmigo?
Nick se enfrentó a la mirada de su hermano. Sin importarle un carajo que los
escucharan por casualidad. Estaba harto de esta celebración y del recordatorio ante sus
narices de lo que debería ser suyo, pero que jamás lo sería.
—Siempre he tenido un problema contigo. Pero hoy es algo más que el hecho de
que los de tu clase me abandonaron para morir en el reino humano. Mira a tu
alrededor, hermano. Observa las caras de tu Consejo.
Esperó a que Demetrius examinara la multitud, y supo el momento en que la
mirada de Demetrius se fijó y oscureció sobre Lucian, el líder del Consejo, que había
estado mirando a Isadora con malicia y disgusto durante toda la tarde. Se dio cuenta
del segundo exacto en el que Demetrius finalmente contempló la amarga verdad que
Nick había descubierto hace horas.
—Date unas palmaditas en la espalda, hermano. Tú y tus Argonautas
consiguieron su deseo. Por fin te deshiciste de nuestra madre. Y en el proceso,
probablemente matarás a nuestra alma gemela también.
Él esperó a que la oscuridad de Demetrius rugiera a la superficie, la misma
oscuridad que habitaba en Nick, gracias a su retorcida madre. Esperó a que el
Argonauta se girara y le golpeara con el puño la mandíbula, algo que, por razones que
no podía explicar y no quería analizar demasiado, anhelaba. Pero Demetrius no se
movió. Simplemente se quedó mirando a Isadora como si ella fuera el antídoto para su
ira. Y cuando ella se volvió para mirar a Demetrius y su sonrisa se volvió preocupada,
Nick no pudo soportarlo más.
Dejó a Demetrius de pie en el extremo del salón y se dirigió a las puertas. Los
delegados Misos que habían acudido con él encontrarían su camino de regreso. Si tenía
que pasar un minuto más mirando algo que se veía impotente evitar, enloquecería. Al
igual que su jodida madre.
Cruzó el vestíbulo, dio un paso a la luz del sol de principios del verano y a un
patio lleno de florecientes enredaderas y oscilantes árboles, cerró los ojos y soltó un
profundo suspiro que hizo una mierda para aliviar la oscuridad interior.
—Nick.
La suave voz de Isadora le hizo abrir los ojos. Se dijo a sí mismo que no se girara,
se dijo que debía alejarse, pero la atracción del alma gemela era tan fuerte, que no pudo
detenerse.

64
Era una niña abandonada a la feminidad. Demasiado pequeña, demasiado suave,
demasiado... todo hacia lo que nunca lo había atraído, pero en lo que ahora no podía
dejar de pensar.
—No te marchas tan pronto, ¿verdad? —preguntó—. Quiero que te quedes.
—¿Lo quieres? ¿De verdad?
Sus ojos se abrieron con sorpresa. Él sabía que la voz le había salido demasiado
dura, pero no podía evitar el mordisco de las palabras.
—Por supuesto que sí. Tú eres una parte tan importante de esta celebración como
cualquiera. Sin ti... —Levantó sus delgados hombros y los dejó caer—. Sin ti, nunca
habríamos ganado.
La frustración, la ira, el anhelo, todo se fundió dentro de él y anuló la única cosa
en que podía confiar: El control.
—No has ganado. Estabas más segura antes de la muerte de Atalanta.
—¿Qué quieres decir?
No lo digas. Éste no era su lugar. Ésta no era su lucha. Ni siquiera debería
importarle lo que sucedía en Argolea. Pero, maldita sea, ella era suya.
—Tu Consejo te derrocará tan pronto como se olvide esta celebración. Lo veo en
el rostro de Lucian. Lo leo en sus ojos cada vez que te mira.
La conmoción ante la brusquedad asomó en sus facciones, pero no discutió, y
Nick se dio cuenta por su reacción que ya había considerado el asunto.
—Los Argonautas no dejarán que eso suceda.
—¿Crees que los Argonautas van a salvarte? —Un resoplido petulante se le
escapó por los labios—. ¿Cuánto tiempo crees que pueden durar contra el ejército del
Consejo? Porque, confía en mí, princesa, el Consejo está formando ese ejército mientras
hablamos. Y cuando tengan suficiente fuerza respaldándoles, van a convencer a tu
pueblo para que se deshagan de los Argonautas. Atalanta fue lo único que los mantuvo
vivos, que te mantuvo viva. No hay ninguna razón para los Guardianes Eternos sin ella
como amenaza. A tu Consejo le trae sin cuidado los dioses, los elementos, orbes o lo
que sucederá si Kronos es liberado del Tártaro. Ellos sólo se preocupan por sí mismos.
Y el instinto de conservación implica la eliminación de todo lo que representa una
amenaza para su control. La monarquía, los Argonautas, en especial ese niño dentro de
ti.

65
El rostro de Isadora palideció y puso una mano protectora contra su vientre
hinchado.
—¿Qué sugieres que haga?
No lo digas. Ni siquiera pienses en ello.
—Ven conmigo.
Una ligera arruga se le formó entre las cejas. Una que él ardía por besar.
—¿Contigo?
Él dio un paso, acercándose mucho. Su dulce olor se alzó envolviéndole.
Poseyéndole.
—Puedo protegerte. En el reino de los humanos, el Consejo no te puede tocar.
—Pero los dioses…
—Ellos no saben dónde está ubicada la colonia. Y tengo maneras de mantenerte a
salvo. Maneras que los guardianes, ni siquiera mi hermano, pueden.
Su mirada buscó la suya. Y él pudo ver en sus ojos castaños que reflexionaba;
algo por dentro le advirtió que ella estaba a punto de rechazarlo.
—No puedo abandonar a Demetrius. Él...
Esa oscuridad surgió antes de que pudiera detenerla.
—Nunca has tenido una elección. No sabías que eras mi alma gemela cuando
estuviste en aquella isla. Si hubieras...
La compasión inundó sus ojos.
—Nick, yo...
Una sombra se movió detrás de ella y las cicatrices en la espalda de Nick
vibraron con vida. No quería su compasión, maldita sea. La quería a ella.
—Tú también eres mía. —Él cerró una mano alrededor de su nuca. Utilizando la
otra para inclinar su cara. Luego él bajó la boca a la de ella y la besó de una manera que
nunca debería. Besándola de una manera que provocó que la oscuridad interior
pulsara de excitación.
Ella gimió contra sus labios. La besó con fuerza, hundiendo los dedos en su cuero
cabelludo. Sus manos apoyadas en el pecho, sus dedos cerrándose en la camisa.
Tiraba de él, acercándolo más. La victoria le estalló caliente en las venas.

66
Isadora le empujó con fuerza, rompiendo el beso, obligándolo a tropezar dando
un paso atrás.
Su pecho subía y bajaba con respiraciones profundas. Sus mejillas estaban rojas,
el pelo cayendo libre de los alfileres decorativos. Estaba preciosa y cabreada y era suya.
La oscuridad le palpitaba en las venas, exigiendo la liberación, y una sonrisa triunfante
se le propagó por los labios. Él se inclinó para besarla otra vez.
Su palma conectó con la mejilla y el sonido hizo eco a través del patio. El aguijón
del golpe se propagó por la piel.
—Esa fue una advertencia, Nick. No me toques así de nuevo. Nunca.
La oscuridad dentro rugió. Le gritaba que se la echara al hombro, la arrastrara a
una habitación vacía y la violara. Que finalmente tomara lo que era suyo. Arruinarla
para todos los demás, incluso para su reino. Y lo deseaba. Lo ansiaba. Pero entonces vio
la cara en las sombras a su espalda.
Demetrius.
La oscuridad se rompió y rugió dentro de él, preparándose para una lucha que
necesitaba de una manera que no podía explicar. Nick se pasó una mano por la
mandíbula sin apartar la mirada de su hermano.
—Me quieres, princesa, admítelo. Siempre lo has hecho. Apuesto a que estás
húmeda ahora mismo solo con ese beso.
Isadora jadeó. Demetrius salió de entre las sombras, la sorpresa en sus ojos se
había reemplazado por la furia, la ira y toda la oscuridad con la que Nick luchaba por
dentro.
Finalmente...
—Aléjate de ella, Niko.
Niko. Oh, sí, Demetrius estaba preparado y cabreado ahora. Él nunca usó el
nombre de Nick. Nadie lo hizo.
—¿Miedo a que por fin ella haya captado sus sentimientos? —preguntó Nick—.
¿A que esté lista para un verdadero héroe? Confía en mí, princesa, no necesitaré magia
como mi hermano para excitarte.
—Es suficiente. —Las manos de Demetrius se cerraron en un puño.
No era suficiente. Nunca sería suficiente, no para Nick.
Sí, hijo de puta, golpéame. Ármate de valor y dame una buena paliza. Acabemos con esto
de una vez por todas.

67
Isadora se interpuso entre ellos.
—Los dos, parad. —Miró a Nick con frustración y dolor en sus familiares ojos—.
¿Qué demonios te pasa? No necesito esto ahora mismo. Se supone que eres mi amigo.
¿Por qué haces esto?
Nick cometió el error de dejar de mirar a su hermano y volverse hacia ella. Y a
pesar de la oscuridad que todavía zumbaba, una mirada fue suficiente para que la
vinculación del alma gemela apareciera gritando otra vez.
Se estrelló contra él. Le robó el aliento. Un agudo dolor le atravesó el pecho, uno
tan intenso que se hizo eco a través de todo el cuerpo.
No... Intencionadamente atacaba verbalmente contra ella, deseando que le doliera
porque a él le dolía. Debido a que no podía hacerle frente. Porque él todavía la quería
cuando estaba más que claro que ella no lo quería a cambio.
El arrepentimiento y la ira hicieron que le zumbara la cabeza y se tambaleó hacia
atrás, dándole la espalda. Las manos le temblaban cuando las unió y abrió el portal de
vuelta a la colonia.
—Nick, espera...
No podía. Ni siquiera por ella. Y sin embargo...
Una vocecita al fondo de la cabeza -una voz oscura a la que quería hacer caso,
pero no debía-, le dijo que él acababa de plantar una semilla. El miedo es el mayor
motivador de todos. Isadora era inteligente. Para salvar a su hijo, ella acudiría a él.
Sólo tenía que ser paciente.



El pulso de Natasa corrió mientras esperaba en el cuarto exterior de la tienda de


Aella. Se limpió la frente y miró el sudor de los dedos.
Solamente nervios. Eso era todo. Nada más.
Se frotó la mano contra el muslo y trató de convencerse a sí misma de ese hecho,
pero la tienda de Aella resultó ser demasiada distracción. Era más larga y grande que
todas las demás, montada en la cubierta de tres árboles juntos y una lona extendida
creando múltiples y amplias habitaciones. La mujer no vivía como una campesina,
como el resto de las Amazonas y aquellos que protegían. Alfombras gruesas cubrían el
suelo bajo los pies de Natasa. Cojines de colores en todas las formas y tamaños estaban

68
esparcidos por el suelo cerca de la pared del fondo para formar una cómoda zona de
descanso. Un sofá de terciopelo púrpura y sillas a juego ocupaban el otro lado de la
estancia. Mesas de madera tallada, candelabros de oro con velas encendidas, y espejos
dorados que colgaban de las paredes de la tienda completaban el resto del lugar.
Por un momento, fue transportada de vuelta al palacio de su madre en Egipto.
Por el oro, las joyas, las telas de vivos colores y la ostentación, cuando había tantos
fuera de los muros del palacio cuidadosamente construido que sufrían bajo el calor
abrasador y el polvo.
Ese sufrimiento -y la actitud negligente del palacio hacia él- había sido un punto
de discusión entre su madre y ella. Y entre ella y el marido de su madre, el rey. Había
sido la razón por la que había escapado a una edad tan joven.
Qué tonta había sido. Tan llena de ideales y la creencia de que ella, de entre todas
las personas, podría marcar la diferencia. No había marcado la diferencia. Ni siquiera
había sido capaz de cuidar de sí misma. En lugar de eso, había estado encerrada. Y
ahora, el mundo tal y como una vez conoció, ya había dejado de existir.
La enormidad de la situación la abrumó, abriéndole un agujero del tamaño del
Monte Olimpo en el pecho. Debería haber sido paciente. Debería haber escuchado.
Debería haber esperado a que su madre le dijera quién y qué era ella. Tal vez si lo
hubiera hecho, sabría qué hacer ahora.
La lona se movió al otro lado de la estancia, sacudiendo a Natasa de sus
pensamientos. Dos guardianas pasaron bajo la arcada colocándose delante, y
manteniendo los alerones de la puerta de la tienda abierta para que la reina de las
Amazonas pudiera deslizarse bajo ellos.
—Gracias, Smyrna, Clymene. —La reina asintió–. Podéis esperar fuera.
Las guardianas asintieron y regresaron por donde habían venido, dejando a
Natasa para afrontar a Aella sola.
Natasa se inclinó, preguntándose qué demonios le habría contado Smyrna. Deseó
tener su otra daga, pero la había dejado en su tienda. A nadie armado se le permitía
acercarse a la reina.
—Su Ilustrísima.
—Levántate, Natasa. Y háblame de tus viajes. —Aella se sentó en el sofá
adornado. Aunque era alta como todas las Amazonas -sobrepasando ampliamente a
Natasa-, no era tan fuerte. Había una suavidad en los rasgos de Aella, una belleza de la
que las demás carecían. Su piel era pálida, con el pelo oscuro y peinado en rizos que

69
caían por su espalda. Llevaba pantalón caqui, botas negras hasta la rodilla y una larga
túnica azul ceñida a la cintura con un elegante cinturón de oro. Y en los dedos y las
muñecas, llevaba joyas antiguas que la marcaban como la reina de su raza.
Natasa se dirigió a sentarse en una de las sillas. Le gustaba Aella. Se había
tranquilizado cuando la Amazona había estado de acuerdo en protegerla. Pero era lo
suficientemente inteligente como para saber que todos en este mundo tenían una
prioridad: El instinto de auto conservación. Esto no hacía a Aella su aliada en todo el
sentido de la palabra.
—Sé que ha sido informada de que traje un prisionero conmigo.
—Lo fui —respondió Aella, enlazando las manos alrededor de una rodilla—. Un
hombre, a mí entender. Esto me asombra, debo decir.
—No lo hice para molestaros. Es sólo que... —Dioses, ¿cómo lo hacía para
arreglar esto?— Él es importante para mi búsqueda.
Los ojos de Aella se estrecharon. Natasa le había contado a Aella que iba en busca
de Prometeo, pero no el porqué. Y sabía que la reina había accedido a protegerla con la
esperanza de que cuando Natasa encontrara al Titán, él pudiera ser capaz de ayudar a
las Amazonas con su pequeño problema con Zagreus. Pero eso era algo muy incierto y
ambas lo sabían.
—¿Cómo es eso?
Mierda. El sudor se deslizó por la espalda de Natasa. Las mentiras partían de la
mente y se agrupaban sobre la lengua.
—Él sabe cosas. Acerca de los dioses. Estoy dispuesta a salir de aquí con él ahora.
Sólo vine de nuevo a… —Vamos, miente mejor que esto. ¡Tu vida pende de un hilo aquí!—…
recoger mis cosas. Y para agradeceros, todo lo que habéis hecho por mí.
Mierda. ¿Acababa de decir eso? ¿Había dejado a Antiope con el Argonauta
ahora? Magnífico. Un punto por no pensar más rápido. Pero ahora que estaba allí, no
podía echar marcha atrás. Su futuro iba de mal en peor, más rápido que un parpadeo.
Todo gracias a su incapacidad para dejar las cosas como estaban... o dejar a un
Argonauta que no necesitaba sólo.
—Creo —dijo Aella lentamente—, que me gustaría conocer a ese hombre por mí
misma. Antes de que te vayas.
La adrenalina de Natasa saltó. Oh, no, no, no. Esto no podía ser bueno. Sin contar
con el hecho de que Titus era un Argonauta -un hecho que Natasa no estaba dispuesta
a compartir con nadie en esta ciudad-, era el espécimen exacto que las Amazonas

70
buscaban cuando necesitaban a un hombre. Fuerte, sexualmente atractivo, poderoso y
bien parecido. Sin mencionar un poco peligroso. Las Amazonas amaban el peligro. De
hecho, se crecían ante él.
Tú también.
Natasa se sacudió el pensamiento y trató de encontrar la manera de disuadir a la
Reina. Piensa, maldita sea.
Aella se levantó de su asiento y le hizo un gesto hacia la puerta de la tienda.
—Muéstrame el camino, querida.
El pánico se puso en marcha.
—Pero...
Una sonrisa maliciosa se extendió a través de los labios de la reina.
—Pero nada. Estoy ansiosa por ver por mí misma lo que te tiene tan… nerviosa.



Atado e incapacitado...
La parte atada, a Titus no le importaba. Especialmente si Natasa era la única que
tenía el control de las ligaduras. Demonios, si ella quisiera, la dejaría hacer casi
cualquier cosa con él. Lo cual iba totalmente en contra de todo a lo que estaba
acostumbrado gracias a la maldición. Pero aquellos pocos segundos que habían pasado
presionados uno contra el otro en los árboles no habían sido suficientes. Y si la única
forma en que podía obtener más roce, más emoción y endiabladamente más de
contacto piel con piel con ella era someterse, lo haría.
¿La cosa de la incapacidad, sin embargo? Sí, eso no iba a suceder.
La puerta de la tienda se abrió antes de que pudiera perderse en la fantasía de
ella con traje de dominatrix de cuero negro, blandiendo una fusta mientras permanecía
atado a este árbol, desnudo y listo. La excitación le latió en el pecho, pero rápidamente
se transformó en molestia cuando las mismas dos guardianas que lo habían colgado
volvieron a entrar en la estancia.
—Señoras... Estaba justamente pensando en ustedes. ¿Qué tal un poco de agua?
Estoy sediento.
«Nadie sabrá...»

71
«Quiero...»

Los pensamientos de las Amazonas y la forma en que avanzaban poco a poco


puso a Titus en alerta instantánea. La espalda se le tensó. Se movió contra las cuerdas
que le envolvían las muñecas.
—Deténganse ya, chicas.
Ni una ni la otra se detuvieron. Ambas parecían dispuestas a devorarlo entero.
Mierda. Se retorció en las ataduras.
—La pelirroja dijo que debía quedarme sólo. —Cuando ni una ni otra se echaron
atrás, lanzó una mirada a la de la izquierda, la que lo miraba como carne fresca—. Hey.
Te conozco. Eres la hermana de Medusa, ¿verdad? El parecido es asombroso.
—¿Alguna vez has visto una armadura de pecho como ésta?
La rubia posó su mano sobre el sello de Odiseo. Titus se estremeció. A pesar de
que no le tocaba la piel, estaba demasiado condenadamente cerca.
—Señoras...
—Quítasela —dijo la morena. «No me importa la maldita armadura del pecho»—.
Quiero ver los músculos que hay debajo.
Oh, santos cojones, no.
Titus tiró con fuerza de la cuerda. Ésta raspó contra el árbol y se aflojó. Pero antes
de que pudiera liberarse, la rubia le envolvió el cuello con la mano.
Las emociones se precipitaron desde su mano entrando por la piel y
atravesándole el cuerpo, condensándose con la fuerza de una bala disparada
directamente en el pecho, impidiéndole tirar libremente.
La excitación, el deseo y la lujuria le bombardeaban desde cada lado, quitándole
todo pensamiento, toda capacidad de moverse. Los músculos se le contraían y se
relajaban. El dolor se precipitó a través del cuello y rebotó atravesándole el cerebro. Su
capacidad de leer los pensamientos huyó. Trató de luchar contra la presión, apretó los
dientes para mantener el control, pero la segunda Amazona le quitó la coraza, la capa y
la túnica y lo desnudó hasta la cintura antes de que pudiera encontrar la fuerza para
detenerla.
—Como el mármol —dijo la morena con reverencia y los ojos muy abiertos—.
Nunca he visto nada igual.

72
—Tócale —respondió la rubia, todavía inmovilizándolo contra el árbol con la
mano—. ¿Es tan bueno como parece?
Hablaban de él como si no estuviera presente. Como si fuera una escultura, no un
hombre. Luchaba bajo el agarre de la rubia, pero la transferencia emocional seguía
irradiando a través de él, como el parpadeo de la electricidad, despojándole de cada
onza de fuerza. Y se fortalecían la lujuria y la excitación, fluyendo más rápido con cada
segundo que pasaba.
La morena levantó la mano. Un estrangulado ¡no! resonó por toda la estancia, y
tardíamente, Titus se percató que había provenido de él. Pero no podía hacer nada para
detenerla. Su mano aterrizó sobre la piel desnuda del pecho y otra explosión de
emociones le azotó el cuerpo.
Los brazos se le aflojaron contra las cuerdas. El dolor le rebotó hasta los hombros.
Las voces hicieron eco a través de la tienda, pero perdía la visión y ya no podía
distinguir las formas que le rodeaban. De lo que parecía muy lejos, la lona crujió y
pasos resonaron. Seguidos de otra voz. Esta más clara. Más suave. ¡Oh tan familiar!
Una que él luchaba por ponerle nombre.
—Soltadlo.
La presión se alivió. Las manos se apartaron de la piel. Las piernas de Titus se
doblaron y cayó al suelo, aterrizando con un golpe seco contra el piso. Las cuerdas se
habían soltado del árbol y cayeron junto a los brazos.
—¿Qué diablos le habéis hecho?
Alguien se arrodilló a su lado. Una mujer, pero no podía ver quién. No le pudo
leer sus pensamientos. Ella levantó un brazo borroso, y Titus se tensó, preparándose
mentalmente para otro ataque que lo dejaría aún más jodido. Pero cuando la mano
aterrizó suavemente en el hombro, no hubo dolor. Sólo calor. Un calor que calmaba las
cargas eléctricas que le recorrían tenuemente y alivió la agonía que se retorcía por las
venas.
—Nosotras no...
—¡Retroceder! Déjenlo respirar.
Natasa. Esa era la voz de Natasa discutiendo con la guardiana. Y, oh sí, esa era su
mano sedosa deslizándose por el hombro desnudo hacia el cuello, inclinándole la
cabeza para poder mirarle a los ojos, provocándole no sólo calor, sino excitación por la
piel; su propia excitación, la de nadie más.

73
Ella le recorrió los rasgos con la mirada. La electricidad se arqueó entre ellos; una
buena. Y lentamente su cara quedó a la vista. Ojos como gemas verdes, piel pálida
impecable. Labios rojos rubíes y la pulverización más linda de pecas, justo sobre el
puente de su nariz.
—Tasa...
Algo oscuro -algo caliente- brilló en sus ojos, pero antes de que pudiera descifrar
su significado, su mandíbula se endureció y le soltó.
Ella se puso de pie.
—Él no está para ser tocado. ¿Entendéis? Él es mi prisionero, no el vuestro. A
tomar por culo de mi tienda.
—Pero él...
—Mío. Ahora marcharos.
Un escalofrío atravesó a Titus ante sus palabras, pero cuando él vio los músculos
de las Amazonas contraerse, rápidamente se preocupó.
Ambas se enderezaron como si les hubieran dado una bofetada. Alcanzaron sus
espadas atadas a sus caderas. La de la derecha murmuró:
—Ya lo veremos. Cuando la reina...
—La reina ya lo se sabe —dijo Natasa con voz de mando—. Date la vuelta y le
preguntas tú misma.
Las guardianas se retiraron hacia la entrada de la tienda. Titus luchó para ver
más allá de ellas. Otra mujer estaba en la puerta. Pero en lugar de ser dura y masculina
como las demás, era alta, femenina y hermosa. Y ella también lo miraba como si fuera
una comida servida en bandeja de oro, sólo para ella.
«... Argonauta. El espécimen perfecto. Mío, no tuyo, niña estúpida».
Todavía tenía la cabeza en una nebulosa. No estaba seguro quién había pensado
esas palabras, pero estaba seguro de que habían venido de la mujer en la puerta. La
única cuyos ojos estaban prácticamente brillando de excitación. La que, comprendió
con retraso, tenía que ser la Reina de las Amazonas.
Skata. Su situación no había mejorado exactamente.

—Astiria, Lysa —dijo la reina, con los ojos aún fijos en Titus— atrás.
Las dos guardianas obedecieron la orden, moviéndose hacia la reina y las otras
guardas tras ella, pero no se veían emocionadas. Y si bien Natasa inspiró

74
profundamente como si la tragedia se hubiera evitado, Titus pudo ver que tampoco
estaba muy convencida.
La reina dio indicaciones en silencio a sus guardianas mientras su atención
seguía fija en Titus.
Las dos que lo habían despojado de la dignidad salieron de la tienda, seguidas de
las dos que habían permanecido estoicas detrás de la reina. Después de varios
momentos de tensión, la reina finalmente retiró la mirada de Titus y se centró en
Natasa.
—Nadie te molestará por el momento. Alértanos si necesitas cualquier… ayuda.
Su mirada se desvió de nuevo a Titus, y no, no le gustó el destello de lujuria que
percibió en sus ojos azules o la palabra que vino claramente de sus pensamientos:
«Por fin…»
La solapa de la tienda se cerró detrás de ellas. Natasa se arrodilló a su lado,
deslizó sus fuertes brazos bajo él, y le ayudó a ponerse de pie.
Esta vez no se tensó con su toque. Todo el cuerpo se le relajó y luego cobró vida
como si ella tuviera alguna habilidad mágica para aliviar las secuelas de la
transferencia emocional que -sólo unos segundos atrás- lo tumbaron de culo.
—No creo que yo... les guste mucho.
—Creo que les gustas mucho —dijo Natasa gruñendo, levantándolo—. ¿Estás
bien?
Él apoyó la espalda contra el tronco del árbol.
—Estaré bien... en un minuto.
—Aquí. Siéntate. —Suavemente, ella le tiró del brazo, alejándole del árbol y
llevándole hacia una pila de mantas y cojines contra la pared de la tienda. El calor
fluyó desde la mano de Natasa a la suya, entonces la suavidad le envolvió el cuerpo, y
notó el algodón sedoso sobre la piel desnuda de la espalda.
Ella se arrodilló a su lado y apoyó las manos en sus muslos.
—¿Qué te hicieron?
Él se recostó en los cojines, cerró los ojos y se relajó lentamente mientras las
últimas emociones se rezumaban del cuerpo.

75
—Nada. Solamente... —Aspiró otra bocanada de aire y lentamente la expulsó. No
estaba dispuesto a admitir su debilidad más grande a la chica que quería coladita por
sus huesos.
—Te dolió, ¿no? Vi la forma en que reaccionaste cuando te amarraban al árbol,
como si tuvieras mucho dolor. ¿Por qué no reaccionas de esa manera cuando te toco?
Abrió de golpe los ojos. ¿Ella sabía? Para ser un tipo listo, estaba lento en
reaccionar cuando se trataba de ella. Las implicaciones le rebotaban por la mente. Pero
la única cosa en la que podía centrarse era en la fantasía con la que había estado
jugando antes, la de ella con el traje de cuero negro, tocándolo, azotándolo,
ordenándole hacer cualquiera y todas las cosas calificadas como no aptas para
menores, que ella quisiera.
—Porque tu toque se siente bien.
Inclinó la cabeza.
—No lo entiendo. Es decir, teniendo en cuenta lo que le hice a aquel guardia en
Argolea, mi tacto debería ser peor, no mejor. ¿Por qué soy diferente?
—No lo sé, sólo…
Maldita sea, no quería pensar. Sólo quería que ella le tocara otra vez, para
ahuyentar el dolor persistente, para hacerle sentirse vivo. Lo necesitaba más de lo que
necesitaba saber quién era ella o qué era realmente lo que buscaba.
—Pon tus manos sobre mí otra vez, Tasa. Tú eres la única que puede.

76
CAPÍTULO 7

Natasa miró fijamente los hipnotizantes ojos color avellana de Titus y tragó con
fuerza. Intentó resistirse, pero había algo en él. Una atracción con la que no era capaz
de luchar. Una necesidad que crecía por dentro a cada segundo que pasaba.
Se lamió los labios. Desplazó las rodillas hacia delante a pesar de que sabía que
no debería hacerlo. Desvió la mirada hacia su pecho desnudo. A sus brazos que
descansaban a los costados sobre las mantas, las rasgadas cuerdas todavía envueltas
alrededor de sus muñecas. A sus cincelados abdominales, los cuales subían y bajaban
por la superficial respiración.
Quería tocarlo. Quería saber si era tan duro y suave como imaginaba. Tal y como
lo había sentido presionado contra ella en aquellos árboles. Alzó una mano y la
extendió, vacilando sobre su piel desnuda, con la mente combatiendo contra el sentido
común.
—Yo…
Su mano capturó la suya y una fría sensación se deslizó de sus dedos a los suyos.
Él tiró del brazo hasta que la palma descansó sobre la superficie de su sólido pecho.
Un lento y suave suspiro se escapó de los labios de él.
El aire se agitó a su alrededor. Una fresca ráfaga que le llenó los pulmones, alivió
la fiebre con la que vivía cada hora, y le lanzó un soplo calmante por toda la piel.
Ella inspiró. Su picante olor masculino le inundó la nariz. Un cosquilleo le
recorrió la carne, calmándole los irritables nervios. Y oh, él estaba duro bajo la mano.
Piel sedosa sobre músculo y hueso tallado. Instintivamente, deslizó los dedos contra

77
sus músculos, saboreando la textura, las pendientes y los ángulos de su caja torácica, el
modo en que él gemía con cada pequeño movimiento.
Como si ella fuera quien podía calmarlo. Como si sólo la necesitara a ella.
Las ásperas yemas de sus dedos le acariciaron el dorso de la mano y le enviaron
estimulantes sensaciones por todo el cuerpo. Ella miró hacia abajo, su bronceada piel
en contraste con la suya mucho más pálida, y luego le observó la cara. Sus ojos estaban
de nuevo cerrados, pero a diferencia de cuando aquellas guardias lo habían tocado,
esta vez el placer se reflejaba en sus rasgos. Y una perversa y seductora sonrisa curvaba
sus tentadores labios.
Aquella atracción se volvió más fuerte. La irritabilidad a la que estaba tan
acostumbrada se suavizó. Normalmente, cuando estaba alrededor de otros, se sentía
encajonada, atrapada, y cada aliento era más sofocante que el anterior. Pero al lado de
él… tocándolo… lo único en lo que podía pensar era en cómo sería rozar con los dedos
otras partes de su cuerpo. Cómo se sentiría su desnuda piel al deslizarse sobre la suya.
Cómo de grueso y excitante estaría empujando profundamente dentro de su cuerpo.
—Dioses —susurró él—. Se siente condenadamente bien.
Ella también se sentía bien. Se acercó más y se lamió los labios de nuevo.
—¿No te duele?
—¿Estás de broma? —Él se rió entre dientes y las vibraciones le cosquillearon en
los dedos, disparándose directamente hasta las entrañas—. Te sientes como el cielo.
El calor creció en el vientre. Un dolor se condensó entre las piernas, enviando
abrasadores hilos de deseo a lo largo de todo su núcleo. Del tipo que abrumaba los
sentidos. Del tipo que rogaba ser saciado.
La mano libre de él se cerró sobre el muslo y la raída cuerda le hizo cosquillas en
la pierna. Él tiró de nuevo, no suavemente esta vez, si no con rapidez, hasta que la
desequilibró y ella cayó sobre cada duro y musculoso centímetro de él.
Ella jadeó, pero las sensaciones que corrieron de su piel a la suya eran tan
estimulantes, tan reconstituyentes, que no pudo detener el suspiro que se le escapó de
los labios. Y luego no quiso hacerlo porque -¡oh, dioses!- él se sentía bien. La longitud
de su cuerpo estaba alineado contra el suyo, aliviando el ardor, calmándole las
exhaustas terminaciones nerviosas, haciéndola desear de una manera que nunca lo
había hecho antes.
—Estás tan caliente, ligos Vesuvius.

Su sensual voz atravesó la neblina y la presión creció bajo las costillas.

78
—¿Demasiado caliente? —Intentó incorporarse—. Yo…
Sus brazos la rodearon y la abrazó con fuerza, como si jamás quisiera dejarla ir.
—No demasiado caliente. Nunca demasiado caliente.
Ella alzó las pestañas. Poco a poco, encontró su mirada y se quedó sin aliento. La
energía crujió entre ellos. Un chisporroteo y un arco que ella sintió por todas partes.
Sus ojos parecieron taladrar por dentro en busca de una parte de ella que nadie más
había visto. Pequeñas alarmas de advertencia se le dispararon en la mente.
—Tú… no deberías estar cerca de mí. No soy lo que crees que soy.
—¿Qué creo que eres?
Ella no tenía ni idea. Sólo sabía que no quería hacerle daño. Que no quería estar
con ese guardián. Y cuanto más tiempo se quedara con ella, mayores eran las
posibilidades de que hiciera precisamente eso.
—Creo… que estás ciego a mi verdadero yo.
Una risita retumbó en su pecho, penetrando en el suyo propio, y trayendo otra
oleada de refrescante hormigueo por la piel. Su mano se movió de la parte baja de la
espalda al pelo y sus gruesos dedos pasaron a través de los rizados mechones.
—¿Sabes? Los antiguos griegos pensaban que tener el pelo rojo era un signo de
ser un vampiro.
Ella levantó la cabeza para verle mejor la cara.
—¿Crees que soy una chupa sangre?
Todo su cuerpo se tensó bajo ella y una sonrisa jugueteó en la comisura de sus
labios.
—En estos momentos, espero que chupes otra cosa.
Él bromeaba. Ella no pudo evitarlo. Se rió. ¡Y oh, se sentía tan bien reírse! Sonreír.
No podía recordar la última vez que la presión en el pecho hubiera desaparecido y una
ligereza como la que experimentaba ahora le flotara a través de las extremidades.
—Titus, yo…
Él levantó la cabeza, y antes de que ella pudiera decir el resto de palabras, sus
labios se apretaron contra los suyos.
Suave. Fresco. Eléctrico. Un hormigueo le recorrió todo el cuerpo. Sabía que no
debería dejar que la besara, que debería apartarlo justo en este momento, pero no
podía. Y cuando él le mordisqueó el labio inferior, cuando sintió la punta de su lengua

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deslizarse a través de la costura de la boca, dejó de luchar. Se abrió a él, metiendo su
caliente y resbaladiza lengua dentro y saboreándolo por primera vez.
El pensamiento escapó. La razón desapareció. Todas las protestas que había
estado a punto de expresar volaron fuera de alcance.
Él era como una cascada. Como un torrente fresco de alivio, vertiéndose sobre la
piel, calmando la quemazón de fuera hacia dentro. Revitalizándola de formas que ni se
había podido imaginar.
Ella gimió. O quizás lo hizo él. No estaba segura. Todo en lo que podía centrarse
era en la forma en que él le ahuecó la cara entre las manos. En la forma en que ladeó su
cabeza y la beso más profundamente. La forma en que su lujuriosa y tentadora lengua
sabía a pecado y salvación contra la suya propia.
La habían besado antes, pero había sido hacía tanto tiempo, que apenas
recordaba cómo era. Y sabía que nunca había sido tan refrescante y apabullante como
esto. Los músculos se le tensaron contra los suyos. Clavó los dedos en su pecho. Abrió
las piernas hasta que sus muslos presionaron contra el interior de los suyos.
El deseo crecía, despertando dentro de ella. La mano de él se deslizó desde el
pelo a la espalda para presionarla el cuerpo más fuerte contra él. Y oh, estaba duro,
grueso y claramente tan excitado como ella. Aquella excitación creció. Abrumadora.
Poseyéndola desde todos los ángulos.
Su lengua le sondeó profundamente la boca, saboreándola por todas partes, y ella
le devolvió el beso con el mismo entusiasmo, la misma ansia. El tiempo pareció
detenerse mientras su boca saqueaba la de ella. Mientras él tomaba lo que quería.
Mientras ella se lo permitía.
La cabeza se volvió ligera. Necesitaba aire. No quería romper el beso. No quería
dejarlo ir. Él le mordisqueó el labio superior, calmó el lugar con la lengua y finalmente
se apartó para que ella pudiera tomar aliento.
—Dioses, sabes mejor de lo que esperaba.
Tragó aire e intentó decirle que él también sabía bien. Pero antes de que las
cuerdas vocales pudieran funcionar, él la besó de nuevo. Duro. Voraz. Profundo. Como
un hombre hambriento. Como si ella fuera su última comida.
El cerebro se le derritió. El cuerpo era un pozo de necesidad. Todo en lo que
podía centrarse era en más. Pero algo por dentro le advirtió que estaba perdiendo el
control. Que esto no era buena idea. Tanto como ansiaba su toque, este no era el

80
momento ni el lugar adecuados. Y si las Amazonas de fuera escuchaban lo que ocurría
dentro de la tienda, ambos pronto lo lamentarían.
Empujó contra su pecho. No quería soltarse, pero de algún modo encontró la
fuerza para mover las rodillas de forma que hubiera espacio entre ellos.
—Titus. Espera. Sólo… dame un segundo.
—No más esperas. Te deseo.
Sus dedos se clavaron en el algodón de las caderas y tiró. Abrió la boca para
decirle que también lo deseaba, que no intentaba detenerlo, sino que ambos debían
tener cuidado. Pero entonces registró la temperatura a su alrededor. No fría y
refrescante como él había estado. Si no húmeda. Espesa. Sofocante.
Las advertencias se le dispararon en el cerebro. La neblina sexual se despejó lo
suficiente para poder escucharlas. Algo no estaba bien. Él no podía ser solo un
Argonauta. Había algo más en él que la atraía. Algo que le dijo… que no era la única en
esconder secretos.
—¿Tasa?
Ella se apartó antes de que el cuerpo de él presionara contra el suyo de nuevo, y
de algún modo logró ponerse en pie. La estancia giró y se agarró al tronco detrás de
ella. Titus se sentó pero alzó una mano para impedir que se extendiera hacia ella una
vez más.
—No, no lo hagas. Yo… tengo que pensar.
—No pienses. Vuelve. Sé que me deseas. No tienes ni idea de lo mucho que yo te
deseo. Tócame otra vez.
Hacía unos minutos, él quería respuestas al por qué ella vivía entre las
Amazonas, lo que había estado haciendo en Argolea, el por qué había estado siguiendo
a Maelea. ¿Y ahora nada de eso importaba?
El aire se volvió opresivo y claustrofóbico. La mente le chisporroteó, tratando de
dar sentido a lo que había sucedido. Había sido engañada una vez antes, y mira donde
había acabado. Cuando él se puso de rodillas, retrocedió de nuevo, cuidadosa de que
no pudiera tocarla.
—Natasa.
Su voz cambió. Se tensó. Llena de una desesperación que sólo le lanzó los nervios
a toda marcha.
—¿Q-qué me estás haciendo?

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—No hago nada —dijo con calma. Con demasiada calma. Le tendió la mano—.
Natasa. Vuelve conmigo.
Ella no sabía que creer, no sabía en quien confiar. Él de pronto parecía como una
brillante y reluciente salvación, y ella, más que nadie, sabía que las cosas que parecían
demasiado buenas para ser ciertas, normalmente no lo eran.
—¿Quién eres?
La inquietud se reflejó en sus ojos.
—Sabes quién soy.
—No, no lo sé —El temor se reflejó en la voz, y luchó contra él, pero no pudo
mantenerlo alejado. Él usaba la magia, la seducción o algo antinatural para enmarañarle
el cerebro—. ¿Qué diablos quieres de mí?
Él se puso de pie, alzándose en toda su estatura. Estaba magnífico a la débil luz,
medio desnudo, con el ondulado pelo suelto alrededor de la cara y aquellas cuerdas
que colgaban de sus muñecas. Pero también era una amenaza. Había muchas personas
que la buscaban. Numerosos seres que la querían. Y porque una vez él había sido
amable con ella, había bajado la guardia. Asumiendo que podía confiar en él.
Asumiendo –tontamente- que él no iba detrás de lo mismo.
El temor se transformó en pánico. Miró la daga en la caja junto a Titus. Sabía que
jamás la alcanzaría antes que él.
—Mantente alejado.
—Natasa, no voy a hacerte daño. Estoy aquí para ayudarte.
Ahí estaba otra vez esa palabra, ayuda. La misma palabra que había usado en
Argolea justo antes de que ella hubiera saltado por el portal. Pero en verdad no quería
ayudarla. Sólo quería lo que ella tenía.
—No quiero tu ayuda. Ya te he dicho que no necesito tu ayuda. Yo…
La solapa de la tienda se abrió de golpe, y ambos miraron hacia la explosión de
luz que se derramó en el cuarto. Dos guardias entraron y se los quedaron mirando, las
mismas que habían atado a Titus al árbol.
El alivio se precipitó inmediatamente por Natasa -alivio de que ella y Titus
hubieran sido interrumpidos- pero entonces captó el destello en los ojos de las
guardias.
—¿Qué ocurre? —preguntó Natasa—. Os dije…

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—Señoras —Titus se giró hacia las guardias y levantó ambas manos en un
movimiento defensivo—. No actuemos precipitadamente…
Las guardias avanzaron hasta colocarse a ambos lados de él. Maldad, calor y
triunfo se reflejaron en sus ojos. La más alta de la dos dijo:
—La reina está lista para ti.
Titus se puso rígido e intentó moverse fuera de su alcance, pero las manos de
ellas se cerraron sobre sus brazos antes de que pudiera dar un paso atrás. Y en el
momento que entraron en contacto con su piel, los ojos se le pusieron en blanco, sus
rasgos se retorcieron y sus rodillas cedieron.
Natasa se tensó. Sí, había querido que él se alejara para así poder pensar, pero no
de esta forma. Ellas le hacían daño. Si alguien iba a hacerle daño, esa iba a ser ella.
—Parad —ordenó—. ¿Qué hacéis? Es mi prisionero, no el vuestro.
—Ya no —dijo la otra guardia. Una malévola sonrisa se extendió por sus
delgados labios—. Ahora es de la reina. Y el altar está preparado.
Oh mierda.
Ellas arrastraron a Titus hacia la puerta. Natasa apresó el hombro de la guardia
más cercana.
—Dije que para…
La guardia se movió tan rápido que Natasa apenas la siguió. Un segundo ella
sostenía a Titus del brazo, y al siguiente tenía a Natasa fijada a la base del árbol, con la
espada en el cuello.
—Aella dijo que podrías ser un problema —se burló la guardia—. Por lo tanto,
debes quedarte aquí, donde no podrás interponerte.
Natasa se quedó sin aliento ante el desprecio en los ojos de la mujer. La guardia
le juntó las manos, le ciñó una cuerda alrededor de las muñecas y se las empujó por
encima de la cabeza. Natasa jadeó. La guardia enrolló la cuerda a través de la anilla
atornillada en la madera y tiró con fuerza.
El dolor le cortó la piel. Hizo una mueca. La guardia se rió y dio un paso atrás.
Lysa -Natasa recordó su nombre ahora- ladeó la cabeza y sonrió ampliamente.
—Por si no lo has entendido, zorra, no has sido invitada a esta ceremonia. —Se
inclinó cerca, tan cerca que Natasa pudo oler los olores terrosos de polvo y musgo en
su sucia piel—. La reina te agradece tu más que generosa… donación.

83
Natasa tiró de las cuerdas de nuevo.
—¡Titus!
Lysa rió entre dientes, un sonido amenazador, y salió de la tienda. La solapa se
agitó y cerró a su paso.
A solas, Natasa luchó contra las cuerdas, pero todo ese meneo solo hizo que se le
clavaran más profundamente en la piel. El dolor se movió en espiral por los brazos,
reduciendo la lucha.
El pecho le subía y bajaba. El sudor se le deslizaba por la columna vertebral.
Tragó con fuerza e intentó pensar con claridad. Jamás había visto una de las supuestas
"ceremonias" de Aella pero había escuchado suficiente de ellas -y de los machos que
eran los sacrificios- para saber lo que estaba a punto de pasar
Las nauseas le retorcieron el estómago, seguidas por el recuerdo de la forma que
Titus había reaccionado cuando aquellas guardianas lo habían tocado. Y como de
diferente fue la forma en que reaccionó cuando ella lo tocó.
Todavía podía estar agitada por aquel beso, podía estar asustada de la reacción
hacia él y por lo que él realmente buscaba, pero a pesar de todo lo que Titus había o no
había hecho, no se merecía lo que estaba a punto de suceder. Ella lo había traído aquí.
Lo había conducido a esto. Si no hacía algo para detenerlo, no sería mejor que los
dioses que la habían maldecido.
Alzó la vista hacia la cuerda y tiró con fuerza. El fuego ardió recorriéndola la
carne. Pero los nudos no cedieron. Apretó los dientes y tiró de nuevo.
—¡Vamos!
Aún así, no se aflojaron.
Frustrada, soltó un profundo suspiro y entonces recordó lo que le había hecho a
aquel guardia en Argolea. La forma en que la armadura se había derretido bajo las
palmas. Jamás antes había sido capaz de dirigir lo que tenía dentro, pero la fiebre no
había sido tan fuerte como ahora. Quizás existía un modo… si se concentraba lo
suficiente.
Cerró los ojos, respiró hondo y dejó escapar el aire. Luchó por concentrarse. Y
luego rezó para que esto funcionara.

84


—¿Escuchaste lo que dije, hijo?

Hijo. Zagreus apretó los dientes y se esforzó por no perder los estribos. La
palabra implicaba algún tipo de cariñosa relación familiar, lo cual definitivamente no
existía. Pero no todos los días el Rey del Inframundo le hacía una vista. Y Zagreus
sabía muy bien que era mejor no cabrear a su viejo y querido padre a primera hora.
—Realmente no veo en qué me concierne eso.
También tenía cosas mejores que hacer que perseguir a la última conquista de su
padre. Traspasó la arcada de piedra y entró en su despacho, lanzando el último
informe que había obtenido de aquellas malditas ninfas sobre el escritorio. Un pez
nadó más allá de los ventanales que daban a las vistas submarinas.
Hades se acercó al escritorio.
—Si Zeus y Poseidón la encuentran antes que nosotros, te concernirá, y mucho.
—Zagreus se encontró con los ojos negros como la noche de su padre.
—Mira a tu alrededor, Papi. Me importa una mierda lo que los Olímpicos hacen.
Estoy completamente feliz aquí, donde siempre he estado.
Los ojos de Hades destellaron, y un músculo latió en su sien. Desde lo profundo
de las cuevas, un patético gemido se hizo eco por las paredes de roca.
—¿Cuánto tiempo crees que tus pequeños túneles de tortura submarinos pasarán
inadvertidos? Si alguien libera a Kronos antes de que podamos detenerlos, el enfermo
hijo de puta confiscará todo lo que has construido y probablemente establecerá su
residencia en tu humilde morada. Y si mis hermanos encuentran los elementos
restantes antes que tu madre y yo lo hagamos, serán los señores de todos nosotros y
posiblemente todavía irán detrás de ti. ¿Crees que estás a salvo simplemente porque
vives en el reino humano? No estás a salvo, hijo. Vives un tiempo prestado.

Zagreus se enderezó y apretó la mandíbula. Lo que su padre decía tenía


asqueroso sentido, pero no quería involucrarse. Había sobrevivido mucho tiempo
agradablemente y por su propia cuenta ignorando a los dioses Olímpicos y sus
pequeñas batallas.
—¿Qué pasa con los daemons de Atalanta? ¿Tomaste el control de su ejército
después de su muerte, no? ¿Por qué no los usas para encontrar lo que estás buscando?

85
—Porque necesito al mejor rastreador del planeta. Y ese eres tú.
Un engreído triunfo se extendió por Zagreus. Él era el mejor rastreador. Podía
encontrar cualquier cosa. Si contaba con el suficiente tiempo. El problema era que no
podía marcharse a su antojo como solía poder hacer. Tenía ciertos… prisioneros que no
confiaría al cuidado de sus guardias. Al menos no durante mucho tiempo.
—¿Qué es lo que quieres de mí?
—Quiero que encuentres a la hija de Prometeo.
—¿Y qué gano yo?
—¿Además de la posibilidad de seguir actuando bajo el radar, haciendo lo que te
dé la real gana?
Una de las comisuras de los labios de Zagreus se curvó.
—Sí, además de eso.
Hades lo estudió y luego dijo:
—Te diré donde están las ninfas que escaparon.
El estómago de Zagreus dio un vuelco con excitación. Eso podría ahorrarle unas
semanas.
—¿Sabes exactamente dónde fueron?
—Todas y cada una de las traidoras.
La sangre de Zagreus corrió caliente. Y las imágenes de cómo iba a colgar a
aquellas ninfas, como iba a torturarlas y hacérselo pagar se le precipitaron por la
mente. Nadie lo abandonaba. Nadie se atrevía a hacerlo y se libraba de ello.
—¿Cómo? —preguntó con escepticismo.
—Mis daemons interceptaron a algunas de las criaturas que las protegen de ti.
Zagreus ladeó la cabeza y consideró lo que su padre le ofrecía. Esa era la
especialidad de Hades. Ofrecer tratos, manipulando el resultado. Pero Zagreus sabía
que su padre jamás ofrecía un acuerdo a no ser que incluyera algo que quería
desesperadamente. La única razón por la que estaba aquí ahora, era porque necesitaba
a alguien que residiera en el reino humano a jornada completa para hacer su voluntad.
Los Olímpicos -y los padres de Zagreus, ya que ellos gobernaban el Inframundo-
operaban bajo restricciones en el reino humano, sólo siendo capaces de permanecer
doce horas aproximadamente en un momento dado.
—¿Qué pasa con Mamá Querida?

86
—Tu madre y yo hemos llegado a un… entendimiento. Ella quiere encontrar a la
hija de Prometeo tanto como yo.
Zagreus resopló. Perséfone nunca hacía nada a no ser que fuera justo lo que ella
también quería hacer.
—¿Y está en contra de los Olímpicos? ¿Incluso de su padre?
—Por mí, lo hará.
Zagreus no estaba tan seguro. Pero claro, la enfermiza y retorcida relación de sus
padres estaba fuera de su comprensión, así que, ¿qué sabía él?
—¿Y todo lo que tengo que hacer es encontrar a esa mujer, y mi parte del trato
estará cumplida?
—Sí —contestó Hades.
Zagreus apretó los labios. Estaba cuestionando mucho, considerando que tendría
que dejar sus túneles. Pero la recompensa…
Se endureció con sólo pensar en aquellas ninfas.
—Muy bien. Lo hare´. Pero quiero la ubicación de mis ninfas primero. En cuanto
estén de vuelta en mi guarida, donde pertenecen, encontraré a la mujer sin la que al
parecer no puedes vivir.
Los ojos de Hades brillaron. No le gustó la condición. Pero Zagreus no iba a dar
marcha atrás. Porque si su padre había acudido a él, eso significaba que él era la última
oportunidad de Hades para encontrar a la chica. El Dios-Rey del Inframundo no se
molestaría en mirar de reojo a su único hijo si no se viera obligado a hacerlo.
—De acuerdo —dijo Hades—. Pero si me traicionas, esto —él señaló el agujero
que componía la guarida de Zagreus— será lo más insignificante que se derrumbe a tu
alrededor. Tus ninfas están en la ciudad de la arboleda de Antíope con las Amazonas,
en las secoyas de la costa norte de California.
Una sonrisa maliciosa atravesó rápidamente la cara de Zagreus.
—¿Amazonas, dices? No he tenido Amazonas en mucho tiempo.
—Intenta no emocionarte demasiado. —Hades se volvió hacia la puerta—. Y no
olvides traerme a la hija de Prometeo, o lo lamentarás.

87


A Titus le daba vueltas la cabeza.


Era consciente de alguien arrastrándolo, de manos cerradas herméticamente
sobre los brazos arrastrándole con fuerza. Pero no podía pensar con claridad. No podía
enfocar siquiera ni un borroso objeto que pasaba rápidamente. Las emociones que lo
bombardeaban desde todos los lados eran demasiado fuertes -avaricia, ira, lujuria. Un
enorme montón de lujuria que no lo excitaba en lo más mínimo.
Lo subieron a rastras por una especie de escalera; y luego las guardias le dieron
la vuelta y lo presionaron contra una fría superficie de piedra. Antes de que pudiera
darle sentido a su entorno, le tiraron de los brazos apartándoselos del cuerpo. Los
grilletes se cerraron sobre las muñecas. Le separaron las piernas y las ataron a algo
sólido.
Las guardias se distanciaron. La transferencia emocional se desvaneció poco a
poco y, debilitado por los efectos, Titus inhaló un tembloroso aliento para luego
ponerse rígido cuando la visión se le aclaró y vio las caras que lo rodeaban.
Docenas de Amazonas y ninfas, todas contemplándolo con entusiasmo y
curiosidad. Él estaba sobre una especie de escenario. En la oscuridad, las antorchas
encendidas con sus parpadeantes llamas iluminaban el espacio. Y en algún lugar
cercano, los tambores golpeaban a un ritmo constante mientras las voces repetían un
cántico que no podía entender.
Bueno, esto no pintaba bien. Tiró contras las ataduras, pero estaba demasiado
débil para moverlas. Mierda. Esta no era la fantasía con la que había estado soñando
despierto. ¿Había hecho un comentario burlón sobre que estas guerreras eran chicas?
De repente deseó no haber sido tan arrogante cuando Natasa intentó advertirle.
Natasa...
Skata, ¿dónde estaba ella? No podía recordar lo que había sucedido después de
que aquellas guardias entraran en la tienda. La preocupación se reunió bajo las
costillas. Recorrió con la mirada a la multitud, buscándola entre el mar de caras.
El canto se volvió más fuerte. La multitud se separó, y entonces la vio. No a
Natasa, si no a una mujer alta, delgada y que vestía una ligera túnica verde con un
tocado de oro adornado con plumas multicolores. Las joyas colgaban de sus orejas,
garganta, muñecas y dedos, y el deseo le ardía en los ojos mientras se acercaba.

88
Titus tragó con fuerza. Él reconoció aquellos ojos.
La Reina de las Amazonas.
Luchó más fuerte contra las ataduras. Pero la ardiente mirada de ella no vaciló.
Estaba fija sólo en él.
Que me jodan. Eso no era bueno. Ni mucho menos.

La reina subió la escalera. Los tambores golpearon más rápido. El aire se volvió
espeso y opresivo. Se paró delante de él, cerró las manos sobre las solapas de su túnica
y dio un tirón. La prenda cayó en un montón a sus pies, dejándola vestida con nada
más que las joyas.
Santo Hades. Titus no pudo evitar mirarla. Estaba completamente desnuda. Y sí,
a diferencia de sus guerreras, estaba magnífica y perfectamente formada, con la marca
de las Amazonas, una luna creciente, tatuada en el pecho derecho. Pero no era la mujer
que deseaba. Y, en serio, no estaba interesado.
—Umm, verás —Tiró de las restricciones—. Me siento halagado, de verdad, pero
creo que tienes un concepto equivocado aquí.
La reina se volvió como si ni siquiera hubiera hablado y levantó las manos. El
silencio cayó sobre la multitud.
—Los dioses han tenido a bien enviarnos un premio. Esta noche les
agradeceremos su generosidad.
¿Los dioses? Ni de cerca. A los dioses les importaba un bledo todos salvo ellos
mismos. Antes de que Titus pudiera señalarlo, la piedra tras la espalda se movió, y un
raspado sonido resonó a través de la noche. Toda la losa se desplazó. Los pies
abandonaron el suelo. Se le agrandaron los ojos. El movimiento se detuvo
bruscamente, dejándolo yaciendo de espaldas, mirando hacia el cielo estrellado.
Skata. Su situación no había mejorado. Esto no era simplemente un escenario. Era
un altar. Y, santa mierda, él era el sacrificio.
Tiró con fuerza de las ataduras.
—Espera…
La reina se subió a la losa de piedra y puso los pies desnudos a cada lado de los
muslos. Él se tensó, pero por suerte, la tela del pantalón impidió cualquier tipo de
transferencia emocional. Entones ella bajó la mirada, y sus ojos se clavaron en los
suyos. Duros ojos color ámbar. Ojos que brillaban como si estuviera poseída.

89
La adrenalina de Titus se disparó. Luchó más fuerte contra los grilletes,
retorciendo las muñecas, y entonces vislumbró la daga enjoyada que ella sostenía con
ambas manos por encima de su cabeza.
Cada músculo se le congeló.
—Por todas aquellas que vinieron antes —anunció la reina en voz alta y
confiada—, y por todas las que vendrán después tras este sacrificio, damos las gracias.
Ella se puso de rodillas, se sentó en su regazo y sonrió. Pero sus ojos estaban
nublados, distantes y poseídos. Y Titus tuvo el siniestro presentimiento de que ella no
lo miraba a él, si no a través de él. A cualquier cosa… que él no quería ver.
—Y cuando su semilla finalmente esté agotada —terminó, con los brillantes ojos
cada vez más dilatados—, tendremos un banquete.

90
CAPÍTULO 8

Los dedos de Natasa seguían humeando cuando salió de la tienda. Apenas


podía creerse que hubiera funcionado, pero las cuerdas chamuscadas demostraban que
no había sido un golpe de suerte. El poder la recorría, infundiéndole confianza. Si era
capaz de dirigirlo, tal vez -sólo tal vez- podría vencer a esta cosa antes de que la
matara.
Los cánticos se alzaban en el aire, seguidos por una voz, entonando una especie
de caótica canción al ritmo de múltiples tambores. Los sonidos provenían del
anfiteatro.
Se mantuvo en las sombras, corriendo entre las tiendas y troncos mientras
cruzaba la ciudad. Cuando llegó a la multitud, no podía ver nada aparte del brillo
dorado de las antorchas y las espaldas de los espectadores congregados para el
espectáculo.
Vio un árbol con ramas suficientemente bajas como para trepar, cerró la mano
alrededor de la primera rama y se aupó. En cuestión de segundos, estaba por encima
de la multitud, con una visión clara del escenario.
Se quedó sin aliento y el estómago le dio un vuelco. Titus estaba esposado al
altar. Todavía llevaba el pantalón, pero Aella estaba colocada a horcajadas sobre su
regazo, con una daga en alto y el cuerpo desnudo cimbreándose contra él, moviéndose
al compás de los tambores y como preparándose para follarle hasta la locura. Pero los
ojos abiertos de la hostia que observaba en la cara de él no eran de excitación. Y la
forma en que estaba tirando de las cuerdas le indicaba a Natasa que no estaba
disfrutando ni un solo segundo de esto.

91
Mío. Una posesividad profundamente arraigada burbujeó hacia la superficie,
invadiendo cada parte de ella, e impulsándola a la acción.
Frenética, echó un vistazo alrededor de la multitud. Estaba seriamente superada
en número y la miserable daga que le quedaba no iba a salvar a Titus. Las guardianas
de Aella bloqueaban el escenario, armadas hasta los cojones, impidiendo que nadie
interfiriera en la ceremonia. Miró hacia abajo y los alrededor, pero no veía nada que
pudiera ayudar. Entonces se percató del arco infantil y el conjunto de flechas apoyados
en el lateral de una tienda. Del tipo que las Amazonas utilizaban para entrenar a sus
mujeres.
Una idea la golpeó. Se miró los dedos. No sabía si funcionaria. Pero si no lo
intentaba, él iba a morir.
Por razones que no entendía, no estaba lista para perderlo. Al menos de esta
manera.



Titus nunca había agradecido su maldición hasta este momento.


No sólo era el brillo intenso en los ojos de la reina Amazona; estaba temblando y
frotándose contra él como si algo estuviera tratando de liberarse de su cuerpo.
Jamás había visto balancearse unos senos de esta manera. No era excitante. Era
una gran asquerosidad matapasiones. Y joder, no quería que esas cosas le tocaran.

Tragó saliva y se sacudió contra las ataduras. No las pudo mover ni un


centímetro. El único consuelo era que tan pronto como ella le tocara, tendría tantísimo
dolor que no prestaría atención a lo que ella le estuviera haciendo en el cuerpo.
Y skata, ni siquiera pienses en lo que ella va hacerte.

Cerró los ojos y se imaginó el cabello rojo fuego de Natasa y esos fascinantes ojos
verdes para distraerse de ese primer contacto de piel contra piel. Preguntándose -otra
vez- por qué se había apartado de él en la tienda. Ella lo había deseado. Lo hubiera
sabido incluso si no hubiera podido sentir sus emociones.
Un zumbido resonó en el aire. La reina se sacudió sobre sus piernas y un grito se
elevó en la noche.
Abrió los ojos de golpe. La reina se tambaleaba sobre la losa de piedra, de pie
encima de él y se palmeaba la cabeza. Las plumas de su tocado humeaban y ardían.

92
Golpeó el pesado adorno metálico de su cuero cabelludo. Este se rajó contra la losa y
luego cayó al suelo de madera con un ruido sordo.
Las exclamaciones se elevaron de la audiencia. Furiosa, la reina batió con la
mirada la multitud para ver de dónde había venido la flecha.
Otro zumbido cortó el silencio. La reina se estremeció. Esta vez la bandera justo a
la derecha de su cabeza se prendió fuego.
—¡Guardianas!
Los gritos se hicieron eco.
Titus levantó la cabeza para ver qué demonios estaba pasando. Las ninfas y
Amazonas se abalanzaban en todas direcciones. Las guardianas corrían, las armaduras
tintineaban. Otro zumbido resonó en el aire, luego la túnica de la reina, tirada donde la
había dejado caer sobre el escenario, se incendió.
—Natasa —gruñó la reina. Señaló hacia los árboles en el lado más alejado de la
multitud—. ¡Encontradla!
La emoción inundó a Titus. Había venido a por él, incluso después de haber
estado tan alterada en la tienda. Tiró contra las restricciones y la buscó en el mar de
caras.
La reina saltó del altar y dio tumbos entre la multitud.
Otro zumbido. Otra bandera se prendió fuego. Titus tiró y luchó con las cadenas.
Si simplemente pudiera liberarse… Si pudiera llegar hasta ella…
—¡Allí! —se oyó claramente una voz.
Antes de que Titus pudiera buscar donde señalaba la guardiana, un árbol entero
explotó.
Un ruido sordo resonó a la derecha. Se esforzó por mirar tras él. Natasa se
impulsaba sobre sus pies a unos metros de distancia, sus ojos tan intensos como nunca
los había visto, con el rostro iluminado por las llamas que la rodeaban, lo que hacía que
pareciese una diosa del fuego.
Alivio, esperanza y entusiasmo se le dispararon a través de todo el cuerpo. Luego
pasó rápidamente al miedo escalofriante. A su espalda, acercándose rápidamente, una
Amazona se abalanzaba hacia ella con la espada en alto.
—¡Detrás de ti!

93
Natasa dejó caer el arco y echó mano a la espalda a por la daga. El pánico lo
abrumaba, Titus tensó los grilletes con todas sus fuerzas. Ella no tenía tiempo de
reacción. Ella…
La cadena anclada a una muñeca dio un chasquido. La otra explosionó libre. Se
sentó de golpe y se abalanzó sobre los grilletes en los tobillos. No podía apartar los ojos
de Natasa.
Ella se dio la vuelta. La Amazona golpeó la daga de su mano, y ésta salió
volando. Natasa tropezó y cayó al final de la losa de piedra con un gruñido. A Titus le
dio un vuelco el corazón en la garganta y se extendió hacia ella, pero estaba demasiado
lejos.
—¡Natasa!
La Amazona lanzó el arma hacia atrás, pero antes de que pudiera cortar
profundamente la carne de Natasa, la guerrera se sacudió. La hoja impactó contra la
losa de piedra, golpeó la cubierta de madera, y se deslizó por las escaleras del
escenario. A continuación, su cuerpo cayó al suelo con un ruido sordo. Una flecha
negra sobresalía de su costado. La sangre se acumulaba bajo su cuerpo.
Los ojos de Natasa giraron hacia los lados. Se arrastró hacia atrás. Más gritos
resonaban desde lo profundo de la ciudad, y su cabeza giró en esa dirección tal como
lo hizo la de Titus. Espeluznantes gritos le llegaron hasta los oídos, seguidos por cascos
golpeando la tierra y voces masculinas que se elevaban en el cielo nocturno.
Natasa se tambaleó hacia la barandilla y miró hacia abajo. La conmoción recorrió
sus rasgos. Se tambaleó hacia atrás, giró, agarró la daga del suelo y corrió hacia Titus.
—¿Qué diablos está pasando? —Hurgó en la ligadura del tobillo derecho. Esa
flecha no había llegado de ella. Y estaba bastante seguro de que no era un arma de las
Amazonas. Lo que significaba que tenía que haber venido de alguien o algo más.

Natasa envainó su daga y luego le liberó la otra pierna.


—El ejército de Zagreus nos encontró.
—Zagreus... ¿Cómo, en el hades, ha podido el hijo de puta?
Ella le agarró del brazo y lo sacó del altar.
—No sé cómo, pero puedes estar agradecido. Yo no iba a ser capaz de distraer a
las guardianas de Aella durante mucho tiempo con mis flechas incendiarias.
El calor le inundó las venas y se dirigió directamente al vientre.

94
Tiró de él sacándole de la luz de las antorchas y lo dirigió a las sombras de una
tienda. En cuanto estuvieron cubiertos por la oscuridad, él cerró la mano sobre su
muñeca, le dio un tirón hacía sí y capturó su boca con la suya.
Ella ahogó un grito de sorpresa, pero no permitió que lo frenara. Se inclinó sobre
su boca, deslizó la lengua por sus labios, y se deleitó con el húmedo y cálido sabor de
ella. De eso y del hecho de no sentir nada más que el calor de su cuerpo, la suavidad de
su piel y el pulso en sus venas que le indicaban que estaba viva.
Él se retiró y pasó un dedo por la mejilla suave.
—Lo hiciste de nuevo. Me has salvado. Te importo.
—Yo... —Frunció los labios. Pero vio el deseo en sus ojos. Y el calor—. No te he
salvado todavía. Guarda tu agradecimiento para alguien que se lo merezca.
La besó de nuevo. Rápido. Seguro. Casto. No era en absoluto como quería
besarla.
—Lo haré. Cuando salgamos de aquí y por fin estemos solos, te daré las gracias
correctamente. Es una promesa.
Algo en su mirada advirtió que no era una buena idea, pero no hizo caso. Ella
había venido a buscarle. Eso significaba algo.
La cogió de la mano y la condujo hacia el otro lado de la tienda. Un sonido que
era extrañamente similar al relincho de un caballo o al balido de una cabra se alzó
desde abajo. El ruido metálico de acero contra el acero hizo eco a través de los árboles.
Se asomó por la barandilla y vio a una Amazona arremetiendo contra un hombre
vestido todo de negro con una gruesa barba, la cabeza afeitada y pintada de blanco con
una raya negra en el centro.
—¿Dijiste, Zagreus? —preguntó Titus en un susurro.
—Sus sátiros —respondió Natasa, su voz fuerte—. Sátiros malvados que
prosperan en su palacio del dolor. Es por eso que las ninfas están aquí. Las Amazonas
protegen a las hembras de otros mundos que están siendo cazadas.
Titus miró más detenidamente y se dio cuenta de que el hombre -no, sátiro- no
estaba calzado. Donde debían estar los pies, cascos asomaban por debajo de su
pantalón.
Se giró para mirar a Natasa. Observaba fijamente la batalla de abajo, pero cuando
sus tormentosos ojos se alzaron hacia los de él, pudo ver el miedo.
Le apretó la mano caliente.

95
—Zagreus no va a atraparte.
—Él no es el único que me da miedo.
Sus emociones se mostraban en sus ojos. Emociones que no podía sentir en la piel
o leer con la mente. Quería preguntarle qué la asustaba. Quería saber de quién y de qué
se escondía. Pero éste no era el momento ni el lugar. Y cuando ella apartó la mirada y
parpadeó varias veces como si estuviera conteniendo las lágrimas, se dijo que pasara lo
que pasara, tenía que mantenerla a salvo.
—Vamos.
Tiró de ella. Se agachó para que no pudieran ser detectados y avanzó hacia la
parte de atrás de otra tienda. La batalla resonaba por la terraza hasta ellos. El ejército
de Zagreus había llegado a la ciudad.
Skata, necesitaba un arma. Exploró la zona mientras iban de una sombra a otra.
Cualquier tipo de espada le parecería perfecta en estos momentos.
—Tenemos que llegar a la tierra —le dijo.
Natasa le tiró del brazo cuando iba a dar la vuelta a otro árbol.
—Por aquí.
La siguió, agradeciendo que no le hubiera soltado. Le arrastró detrás de otra
tienda, luego se detuvo en seco y se quedó sin aliento.
Titus chocó contra su espalda, levantó la vista y se dio cuenta de por qué se había
detenido.
Un sátiro olfateaba el aire, y murmuró:
—No es una ninfa —luego levantó el brazo con la espada y se giró.
—¡Atrás! —Titus apartó a Natasa del camino y se abalanzó sobre la bestia.
Natasa gritó. Titus golpeó al hombre cabra en la cintura y los dos cayeron sobre
la tarima.
A Titus le daba vueltas la cabeza. Las emociones del sátiro le golpeaban, pero
luchó contra la transferencia emocional. El dolor le rebotaba por todo el cuerpo, y
rápidamente se dio cuenta que en su gran mayoría lo que estaba conjurando la bestia
era odio. Podía canalizar eso. Como con los daemons de Atalanta. Permitió que el odio
lo alimentara.
Sentía el brazo como un peso muerto, pero Titus lo arrastró hacia atrás para dar
un puñetazo en la mandíbula del sátiro. La cabeza de la bestia impactó contra el suelo.

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Titus lo hizo una y otra vez, hasta que la sangre se acumuló en su boca y sus brazos
peludos se relajaron contra la madera.
—¡Titus!
La mano de Natasa le tiró del hombro. El calor se difundió por la piel desnuda, se
extendió por debajo de las costillas y se condensó. Se incorporó soltando a la bestia y se
tambaleó. Natasa lo giró, envolvió sus brazos alrededor de la cintura y atrajo su peso
contra ella, evitando que aterrizara de culo.
—Respira. Dioses, simplemente respira.
Las emociones retrocedieron y lentamente la neblina se fue despejando.
Probablemente no tan rápido como lo habrían hecho si hubiera estado solo, pero tío, le
gustaba la preocupación en sus ojos. Le gustaba el pánico en su voz. Le gustaba la
manera en que lo sostenía apretadamente.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí, yo… —Sacudió la cabeza. Tenía que apartarla. No tenían tiempo para un
revolcón.
Sin embargo, no quería soltarla. Hombre, cuando ella estaba cerca, podía jurar
que perdía células cerebrales.
Bajó la vista hacia el sátiro a los pies y vio la daga. A regañadientes, se apartó de
sus brazos y se arrodilló para recogerla.
—Vamos a salir de este infierno.
—Yo estaba pensando lo mismo. —Ella se dio la vuelta, dio un paso, hizo una
mueca, y extendió la mano hacia el tronco de un árbol.
Él dirigió la mirada hacia su pierna, el tejido negro estaba rasgado a la altura del
muslo.
—Skata, estás herida.

—Estoy bien. —Frunció los labios y se estabilizó contra el árbol—. No... es


profunda.
La sangre manchaba su pantalón. Titus presionó una mano contra el corte,
comprendiendo que la hoja del sátiro debía haberla alcanzado antes de que derribara a
la bestia. Ella siseó dolorosamente. Retiró la mano. La sangre fresca le manchaba la
palma.

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La herida era superficial, pero larga. Ella iba a estar bien, pero la vista de su
sangre le provocó náuseas de impotencia.
—No te muevas.
La batalla resonaba abajo mientras ella se recostaba contra el árbol oculto por la
sombras y apoyaba el peso sobre la pierna buena. Titus se replegó ante el hedor, pero
abrió de un tirón el abrigo del sátiro y arrancó la camiseta del pecho velludo de la
bestia. Cuando regresó, se puso de rodillas delante de Natasa y ató fuertemente la tela
alrededor de su muslo.
—Esto va a apestar. Te pondría mi camisa si tuviera una. —Alzó la mirada. Trató
de sonreír—. He perdido la mía.
—Me alegro de que no perdieras el pantalón también.
Los dedos se le paralizaron sobre su cálido muslo.
—¿Lo haces?
Ella asintió con la cabeza. La luz de una antorcha cercana se reflejó sobre su cara,
haciendo que su piel tuviera un aspecto más oscuro, su pelo más rojo y sus ojos
refulgieran con las llamas danzarinas. Y a pesar de que había una encarnizada batalla a
su alrededor, sintió que el tiempo se congelaba. Parecía que ella era la única persona en
kilómetros.
—Sobre lo que pasó antes —dijo—, en mi tienda. Yo... no soy exactamente
estable. En muchos sentidos. Debes saberlo antes de que pase algo.
Con el corazón acelerado, contestó:
—Yo tampoco. En muchos sentidos.
Con la mirada fija en él. Despacio, Titus se incorporó. Mirándola con la misma
intensidad. La misma necesidad.
—Deberías irte sin mí —susurró—. Reduciré tu marcha. No quiero que te pase
nada… por mi culpa.
Estaba tratando de salvarlo de nuevo. Ser la heroína cuando ese era su trabajo. Su
calor le rodeó. Lo calentó. Le proporcionó una fortaleza de la que había carecido, no
sólo hoy sino todos los días. Le dio un propósito... algo que había perdido en el curso
de su larga vida.
—No voy a dejarte, ligos Vesuvius. Te dije en el bosque que estabas pegada a mí.
Lo dije en serio.

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Una trémula sonrisa tiró de la comisura de sus labios, pero no alcanzó a sus ojos.
Oscurecidos de secretos y… dolor. Un dolor que estaba desesperado por aliviar.
—No puedes salvarme, Titus.
Ella había dicho algo similar antes. En el portal, cuando él le había ofrecido
ayuda. Sin importar lo que dijeran Theron y los demás, estaban equivocados. Sabía en
lo profundo del alma que ella no era mala.
Ahora, más que nunca, estaba decidido a demostrarles a ellos, y a ella, el error.
—Pero lo haré. Es una promesa.



—¿Alguna noticia?

Cerek se apartó del ordenador virtual en el apartamento de Titus y frunció el


ceño mientras Demetrius irrumpía en la sala.
—Nada. No se ha quitado el medallón de Argos, pero por alguna razón no lo
puedo localizar. Él más que nadie sabe mantener la maldita cosa encima.
Más buenas noticias. Justo lo que Demetrius necesitaba.
El crepúsculo se hundía en los arcos que daban a las brillantes luces de la ciudad.
El grupo estaba a punto de marcharse, e Isadora y los demás estaban abajo
despidiéndose. Demetrius era consciente de que debería estar junto a Isadora, pero no
podía ir con ella. Todavía no.
Miró a Orpheus.
—¿Qué piensas?
Orpheus cruzó los brazos sobre su amplio pecho y frunció el ceño.
—Creo que los pequeños artilugios de los Argonautas son una mierda si una
miserable mujer puede joderlos con tanta facilidad no sólo por el portal, sino por los
estúpidos dispositivos de rastreo.
—¡Hey! —dijo Skyla, lanzando a su compañero una mirada desde la silla junto a
la de Cerek donde había estado ayudando al guardián a introducirse en el ordenador
de Titus—. Esos también son ahora tus estúpidos dispositivos de rastreo.
—No me lo recuerdes.

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—Y ella no es simplemente una miserable mujer —agregó Skyla—. Es algo más.
Orpheus frunció el ceño, pero se adelantó y apretó el hombro de Skyla.
—Si es una Siren, entonces tal vez podría contratar sus servicios de
superguerrera. Pero sabemos que no lo es.
Skyla miró el ordenador, su largo pelo rubio cayéndole sobre el hombro mientras
se giraba y se inclinaba sobre las pantallas.
—Por lo que sucedió en el portal, no, definitivamente no es una Siren. Es fuerte.
¿Alguna idea?
—No es una ninfa —dijo Cerek—. Demasiado dura.
—¿Una furia? —preguntó Orpheus.
Cerek le cortó con una mirada.
—Imposible. Demasiada pasión.
Orpheus exhaló un sonido que era en parte sorpresa y en parte diversión.
—¿Desde cuándo reconoces si hay pasión o no?
Cerek se giró hacia el ordenador, fingiendo disgusto.
—Puede que no me deje influenciar por mis deseos como tú, daemon. Pero no
significa que no los reconozca.
Orpheus miró a Skyla y alzó la ceja. Skyla sacudió la cabeza en un gesto de
“Bueno, ¿qué te parece?” y sonrió, luego se reorientó hacia la pantalla del ordenador. Se
mordió el labio.
—Un gran poder... Supongo, que podría ser una musa.
—Nah. No es suficientemente sumisa.
Los ojos verdes de Skyla chisporroteaban cuando miró a su compañero.
—¿Qué? —preguntó él.
—Llegaste a conocer a unas cuantas musas en tus días, ¿verdad, chicarrón?
La sonrisa de Orpheus se amplió. Se inclinó y la besó en la sien.
—No tan bien como a ti, Siren. Y nunca quisieron jugar. No como tú.
Demetrius luchó por no poner los ojos en blanco ante el rumbo que tomaba la
conversación. Honestamente, a él realmente le importaba un huevo quién o qué era la

100
mujer. Estaba demasiado alterado. E infernalmente deseoso de no haber presenciado lo
que acababa de ver.
El dolor le estrujó el pecho, lo que le dificultaba el respirar. El recuerdo de Nick
besando a Isadora le enviaba un escalofrió por la piel con una mezcla de rabia e
impotencia. Debería haber dado un puñetazo a la mandíbula de Nick. Debería haberse
quedado y hablado con Isadora en vez de dar media vuelta y alejarse. Pero tampoco
había sido capaz de hacerlo. El verlos juntos así… era como ver una escena del futuro.
Lo que podría ocurrir si hiciera lo correcto. Si simplemente claudicaba y finalmente la
dejaba marchar.
Su hermano tenía razón. No podía protegerla aquí. Ni a ella ni al bebé. El Consejo
podría lanzarse sobre ella en cualquier momento. Si no antes de que ella diera a luz,
sería nada más hacerlo, cuando estuviera más debilitada.
No podía tenerla aquí, no si eso significaba arriesgar su vida. Pero la idea de
entregarla a Nick...
—¿Demetrius? ¿Me estás escuchando o qué?
Desvió la mirada hacia Orpheus. Los ojos grises del guardián estaban fijos en él
como si le hubiera crecido un tercer ojo. Que sentía que tenía. Las palabras le
resonaban en la cabeza, pero no podía darles sentido. Isadora... Ella era lo único que
tenía sentido. Ella era la única que siempre lo tendría.
—¿Qué?
—Te pregunté —continuó Orpheus, la exasperación en sus rasgos—, si piensas
que pueda ser una bruja.
Volvió lentamente a centrarse. La frente de Demetrius se frunció. Él y Orpheus
-aunque no eran parientes consanguíneos- eran en parte brujos, y si esta mujer hubiera
achicharrado el portal de la manera en que Phin y O dijeron que lo hizo, había muchas
posibilidades de que fuera también en parte bruja. Pero algo en una explicación tan
simple no cuadraba.
La cuestión, sin embargo, daba a Demetrius algo en lo que obsesionarse además
de en su compañera. Y en qué diablos le iba a decir cuando el último invitado de abajo
finalmente se fuera.
Cruzó los brazos sobre el pecho.
—Creo que ha llegado el momento de que hablemos con Delia.

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—¿La líder del aquelarre? —Cerek dio la espalda a la pantalla, pero había una
mirada en sus ojos castaños. Una mirada que Demetrius no pudo interpretar—. Si no
os importa, os dejaré a los dos manejaros sin mí.
Interesante. ¿Cerek, temeroso de una bruja? Él nunca había mostrado ningún
temor en torno a Demetrius o de Orpheus. Y, ahora que lo pensaba, la última vez que
los Argonautas habían visitado el aquelarre -cuando habían estado buscando
información sobre el hechicero que había secuestrado a Isadora- Cerek no parecía
temer nada. Desde luego, en aquel momento Demetrius no se habría percatado de lo
que motivaba a Cerek. No había prestado atención a nada salvo a lo que le estaba
sucediendo a Isadora y lo que iba a hacer al respecto.
Algo parecido a lo que le pasaba ahora.
—Maravilloso. —Orpheus besó la sien de Skyla una vez más y se apartó de la
mesa—. Vamos a hacer esto. Cuanto antes averigüemos a dónde diablos se fue Titus,
antes podremos volver a cosas más importantes. Como el juego.
Skyla sonrió mientras se dirigían a la puerta y gritó:
—En ese caso voy a desenterrar mi látigo.
—Oh, Siren. —Una amplia sonrisa apareció en el rostro de Orpheus. Y el peligro
y la excitación se reflejaron en sus ojos—. No puedo esperar.
En el pasillo, le guiñó un ojo a Demetrius.
—Admítelo. Estás tan maldito celoso que apenas puedes ver por dónde vas.
La mandíbula de Demetrius se apretó, pero mantuvo la mirada dirigida hacia
delante. Sí, estaba celoso. Pero no de Skyla. Estaba celoso de la cómoda relación que la
Siren tenía con el Argonauta. El tipo de relación que deseaba tener con Isadora.
El dolor volvió a atravesarle. Porque se temía, que cómoda o no, pronto no
tendrían ninguna relación.



Encontraron chaquetones en una tienda vacía; Una linterna y una cantimplora,


la correa de la cual colgaba sobre el hombro de Titus. Cuando trató de agarrar una
manta, Natasa se la quitó de las manos y la tiró al suelo. No tenían tiempo para hacer
las maletas, por amor a los dioses.

102
—¿Por dónde? —indagó Titus mientras estaban agachados en la oscuridad,
explorando los árboles y la tarima. Espadas impactando contra espadas resonaban
abajo. Los gritos de las ninfas eran aterradoramente enloquecedores. Los gruñidos y
jadeos mientras los guerreros de Aella combatían con los sicarios de Zagreus—.
¿Natasa? —preguntó, apretándole la mano—. ¿Hacia dónde?
Giró la cabeza hacia él. Ella parpadeó dos veces. No se había dado cuenta de que
había estado en los laureles. Los sonidos de la batalla se incrementaban, como si
estuvieran invadiendo la ciudad. ¿Y -mierda- eso que se elevaba detrás de él eran
llamas? Ella no las había iniciado, ¿no?
Tragó saliva y se puso de pie, el dolor le serpenteó hacia arriba por la pierna.
—Hacia el extremo oeste de la ciudad. Hay una salida. Y creo que tenemos que
apresurarnos y largarnos de aquí antes de que eso nos alcance.
Él giró la cabeza para mirar por encima de su hombro, y murmuró:
—No me jodas —luego se puso de pie—. Vamos.
Zigzaguearon alrededor de las tiendas y los troncos de los árboles,
manteniéndose lo más lejos posible de la batalla. El calor se extendía por la pierna de
Natasa. Sabía sin mirar que el corte sangraba más de lo que había pensado.
Llegaron al extremo de la ciudad, desierta y silenciosa. Natasa apoyó el peso
sobre la pierna buena y se agarró a la barandilla mientras Titus buscaba las escaleras de
cuerda que ella le había dicho que estaban enrolladas y guardadas contra los árboles.
Esta era la salida que utilizaba para entrar y salir de la ciudad y que habitualmente
estaba custodiada por lo menos por una Amazona. Pero no esta noche. Y eso no calmó
para nada los nervios de Natasa.
La ansiedad se extendió por debajo de las costillas. En su intento de hacer lo
correcto, había causado más daño que si hubiera dejado las cosas como estaban. El
patrón cíclico de su vida seguía repitiéndose y al perecer era incapaz de detenerlo.
—La encontré —proclamó. Él enganchó los extremos de la escalera a los ganchos
que perforaban la tarima y la arrojó por el lateral. Entonces se detuvo para mirarla. La
preocupación marcaba sus rasgos—. ¿Estás bien?
—Estoy bien. —Apartó su mano del brazo, lo que se sentía condenadamente
bien, y se descolgó por el lateral. La oscuridad le hizo señas desde abajo—. Vamos a
salir de aquí.

103
El dolor le irradiaba por la pierna, debilitándola. Agarró los peldaños de la
escalera de cuerda y se movió más lento de lo normal, tratando de contrarrestar la
lesión.
Llegó a la parte inferior con la respiración pesada y las piernas cansadas.
Agarrándose al tronco de un árbol cercano, se inclinó y se limpió el sudor de la frente.
Titus se apartó de la escalera colocándose a su lado y miró a través de los árboles
hacia la batalla. Estaban al menos a ciento cuarenta metros de la acción, pero los gritos
todavía resonaban a través de la noche y el resplandor rojo de las llamas que se alzaban
se volvía más intenso.
—Hombre, ese tal Zagreus tiene un interés especial por tu reina, o él está
empalmado por esas ninfas.
—Son las ninfas. —El estómago le dio un vuelco. No podía pensar en lo que
estaba ocurriendo allí atrás—. Y ella no es mi reina.
La miró. Parecía a punto de preguntar algo. Ella contuvo la respiración y esperó.
Sabía que tenía miles de preguntas, y él merecía respuestas a todas ellas, pero no
disponían de tiempo para eso. No sabía lo que iba a decirle cuando finalmente
comenzara a indagar.
—¿Qué camino nos sacará de aquí más rápido?
El alivio le latió en las venas. El alivio porque no hubiera planteado las preguntas
difíciles. El alivio de que no la culpara por lo que había pasado allí atrás. Ya acarreaba
con bastante culpa por ello.
—Por allí.
—Vamos.
Él le agarró la mano y tiró de ella hacia la oscuridad del bosque. Sombras y niebla
los rodearon. El aire era frío, abofeteándole la cara, pero no detuvo el sudor que le
escurriera por la piel o el calor que parecía consumirla de dentro a fuera.
No permitas que ocurra ahora. Respiró hondo y apretó los dientes en el silencio.
Necesitaba más tiempo. Necesitaba encontrar la manera de conseguir información de
Epimeteo.
Un hormigueo irradiaba de la palma de Titus hacia la de ella, y luego ascendía
por el brazo, refrescándola al menos en parte mientras cojeaba a su lado. Ese momento
en las sombras, cuando le había estado atendiendo la herida, volvió con fuerza a ella.
La preocupación en sus ojos. La necesidad embriagadora en su voz. La atracción por él
que al parecer la dejaba sin sentido.

104
Un nudo se le formó en la garganta. No quería verlo muerto. No quería que
sufriera por su culpa. Pero cuanto más tiempo estuvieran juntos, más volátil se hacía
ella. En cuanto estuvieran a salvo, tenía que encontrar una manera de despistarlo de
una vez por todas.
Tenía tal caos mental, que no oyó el estruendo hasta que Titus le tiró del brazo,
haciéndola detenerse. Su pierna mala cedió, y el dolor la apuñaló de nuevo. Él le pasó
un brazo por la cintura y la atrajo hacia sí, evitando que cayera.
Dioses, que bien se sentía. Tan frío donde ella estaba caliente. Incluso a través de
la gruesa tela de estilo militar que habían conseguido para cubrirse, era como un
aliento de aire fresco, aliviando la fiebre que le aumentaba por dentro.
—Eso no suena como un río —murmuró él.
Se esforzó por escuchar. Y captó el débil rugido que reverberaba entre la bruma
de los árboles.
—No lo es. —El pánico la golpeó. Habían estado dirigiéndose hacia la costa, no
hacia las colinas alejándose del peligro, como había pensado. Siempre se desorientaba
entre estos malditos árboles—. Yo…
Cascos golpeaban la tierra. Gritos resonaban a sus espaldas. Natasa se giró. Seis,
siete… no, más bien diez sátiros se dirigían hacia ellos.
—Skata. —Titus se colocó delante de ella y alzó la espada—. ¡Vete!
Alcanzó la daga de la espalda.
—Puedo pelear.
—Estás jodidamente pálida y apenas puedes aguantar de pie. ¡Lárgate de aquí
antes de que sea demasiado tarde!
Estaba protegiéndola de nuevo. Incluso después de todo en lo que le había
metido. Algo en el pecho se le contrajo. Algo que no entendía y para lo que no estaba
preparada. Algo que le dijo que perderlo ya no era una opción.
—¡Vete!
El temperamento le llameó. El calor interior se incrementó.
—No sin ti. —Le agarró de la manga de su chaquetón abierto y tiró con fuerza—.
No acabo de traicionar a la gente que me estaba protegiendo por ti para que consigas
que te maten unos malditos sátiros.
—Natasa…

105
Un estruendo resonó a través de la maleza. Natasa giró en esa dirección. El
instinto se hizo con el control antes de pensarlo. Levantó la mano hacia el sátiro, ahora
tan sólo a unos metros de distancia. El calor y la energía estallaron desde la palma. Una
bola de fuego atravesó el aire, golpeó a la bestia en el pecho, prendiendo su abrigo en
llamas.
Un grito rasgó a través de los árboles. Cascos resbalaron contra la tierra. Los
alaridos reverberaban. Los ojos de Natasa se ensancharon ante lo que acababa de hacer.
—Santo Hades —jadeó Titus—. ¿Cómo hiciste eso?
—Yo no... —Se miró la mano, y luego volvió a mirar a la bestia en llamas
rodando por el suelo. Sacudidas y nauseas se le agruparon en el estómago—. No lo sé.
—Hazlo de nuevo.
Boquiabierta, miró más allá del sátiro al que había golpeado, hacia lo que Titus
estaba observando. Más bestias. Docenas de ellas, corriendo en su dirección. Y a través
de la bruma, los árboles y el resplandor rojo de las llamas, un hombre montado en un
gigantesco caballo negro. Sólo que no era simplemente un hombre. Incluso desde esta
distancia, Natasa podía sentir el poder y la oscuridad que irradiaba de su cuerpo.
—Vuelve a hacerlo, ya —dijo Titus con más urgencia—. Ese es Zagreus.
El miedo se disparó a través de cada centímetro de Natasa. Hades la estaba
cazando, todos los dioses lo hacían. Si él hubiera tenido alguna sospecha de que había
estado escondiéndose con las Amazonas, por supuesto que enviaría a su hijo, el más
grandioso rastreador sobre el planeta, para localizarla. Había sido estúpida al pensar
que estaba a salvo aquí. Sobre todo después de la llegada de las ninfas.
No sería capturada. Ni por cualquier dios, ni por el Príncipe de las Tinieblas. El
cuerpo se hizo cargo. El raciocinio desapareció. Se dio la vuelta y corrió.
—¡Natasa!
No se detuvo. Ni pensó en la herida. Corrió a través de los árboles. Luego se
detuvo en seco al llegar al borde de un acantilado con vistas al océano Pacifico.
Titus se detuvo abruptamente a su lado, con duras respiraciones. Las olas
chocaban contra las rocas a unos quince metros más abajo, y el sonido de los cascos que
se acercaban por detrás cada vez más fuerte.
—Joder —murmuró Titus—. Si tienes alguna idea de cómo arrojaste esa bola de
fuego, es mejor que la pongas en práctica. Inmediatamente.

106
Natasa se giró bruscamente, dándose cuenta demasiado tarde de que en lugar de
huir, se había dirigido directamente a una trampa. Dominada por el pánico, los había
conducido a una especie de conclusión. No había más árboles, sólo rocas bajo los pies y
una caída hacia la oscuridad y al peligro que se arremolinaba por todas las direcciones.
Levantó la mano y trató de evocar la misma energía que había creado antes. No
ocurrió nada.
—No funciona. —El miedo le cerraba la garganta y provocó que elevara la voz—.
¡No está funcionando! ¿Qué hacemos?
—Skata. —Titus le agarró fuertemente del brazo y tiró de ella hacia la cornisa—.
Saltamos.

107
CAPÍTULO 9

El agua helada arrancó el aire de los pulmones de Titus. El cuerpo le dio vueltas
a través de las agitadas olas y se estrelló contra una roca. El dolor, como un millar de
diminutos cuchillos, le apuñaló cada centímetro de piel, pero apoyó los pies en las
rocas, se impulsó, y pateó con fuerza, nadando hacia lo que esperaba fuera la
superficie.
En algún momento de la caída, Natasa se le escapó de la mano. El pánico se
propagó bajo las costillas mientras jadeaba por el fresco aire nocturno. Subía y bajaba
por las olas, las cuales se estrellaban contra el acantilado creando una espuma blanca.
La oscuridad que lo rodeaba y el agua que le corría en riachuelos por el rostro, le
enturbiaban la visión.
Pataleando en el agua, giró en un círculo y la buscó en la oscuridad, porque no
quería llamarla y alertar a los animales por encima de donde él -ellos- habían
aterrizado. Pero no podía encontrarla. El terror casi le derretía los huesos. Si hubiera
sido arrastrada por el mar o lanzada contra esas rocas...
El agua salpicó, seguido por su cabeza emergiendo a la superficie a menos de tres
metros de él.
Gracias, Demiurgo.

Luchaba en busca de aire cuando la alcanzó. La apretó contra él y le susurró:


—No hagas ningún ruido.
Sus manos se posaron sobre el pecho desnudo. Su cuerpo presionado con fuerza
contra él. Su chaquetón abierto flotaba alrededor de ellos.
—¿Dónde están?

108
Él levantó la vista hacia el risco. Estaba tan oscuro -no había luna- que no podía
ver más allá de unos pocos metros. El sonido de las olas golpeando a dieciocho metros
de distancia era su única fuente de información sobre la distancia de los acantilados.
—No lo sé. —Envolvió los brazos alrededor de su delgado cuerpo, abrazándola.
No quería acercarse a tierra hasta saber que ellos estaban a salvo—. Si tenemos suerte,
pensarán que estamos muertos o que es demasiado problemático venir a por nosotros.
—Si tenemos suerte —susurró—. Hasta ahora no la hemos tenido.
No podía ver mucho más que la parte blanca de sus ojos. Se estremeció otra vez,
pero maldita sea, su calor se sentía tan bien contra él, que no le importaba.
En cuanto a eso de la suerte, no estaba muy seguro. Sí, estaba apartado de los
Argonautas, seguía sin estar más cerca de averiguar quién era ella, y por ella, casi había
sido sacrificado en una bonita ceremonia sexual de las Amazonas bastante retorcida,
pero ésta no era la peor cita que había tenido. De hecho, no estaba para nada molesto
por los acontecimientos de la noche. Porque, después de todo, todavía estaban juntos.
Estás tan jodidamente jodido. Un toque y estás obsesionado.
Obsesionado era bastante exacto. Había estado obsesionado con ella desde el
momento en que había tocado su espalda en la colonia. Obviamente, no había utilizado
mucho su legendario cerebro. No estaba seguro de por qué Phin y Orpheus no le
habían seguido a través del portal, pero sabía que los Argonautas le estarían buscando.
Y retorcido como era, aunque pudiera alertar a Theron y los demás de su ubicación, no
estaba preparado. Todavía no. Quería más tiempo a solas con la hermosa criatura que
se aferraba a él como si fuera su última tabla de salvación.
—Estás temblando —dijo ella en voz baja—. Tienes que salir del agua. No
podemos esperar mucho más. Quédate cerca de mí mientras tratamos de llegar a la
costa. Te mantendré caliente.
Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba temblando hasta que se lo señaló.
Estaba como ido cuando la tenía cerca. Pero sabía que tenía razón. Incluso con el
antinatural calor de ella pegado al frente, no tardaría mucho en perder la temperatura
corporal y caer en la hipotermia.
—¿P-por qué no estás temblando de frío? ¿Y p-por qué estás siempre tan
caliente?
Maldita sea, realmente parecía muy fuerte en este momento, ¿no?
Apartó la mirada de él y le agarró la mano.
—Vamos a bordear el acantilado. Intentaremos localizar alguna cornisa.

109
—Va-vale. —Una corriente de agua fría le dio en el abdomen, provocándole otra
serie de temblores por todo el cuerpo. Tenía demasiado frío para discutir ahora mismo.
El agua le salpicó en la cara. Nadó con un brazo, tratando de mantener la cabeza
por encima de la superficie, tratando de mantener la concentración en el líquido
helado. El poder de la marea le agarraba y le vapuleaba. Golpeó las rocas con un
gruñido, se giró y cogió a Natasa. Otra ola los arrastró al fondo, y pateó con fuerza,
impulsándolos otra vez a la superficie.
Joder... Se apartó el pelo mojado de los ojos… No podía ver una mierda.
Simplemente un poco de luz para poder comprobar dónde infiernos estaban… ¿Era
mucho pedir?
Y entonces, como si una Destino realmente le hubiera escuchado -lo cual sabía
que no era el caso, porque las Destinos le habían abandonado hacía mucho tiempo- las
oscuras nubes se abrieron. La luz de la luna brilló, iluminando las rocas, la espuma
blanca de las olas, y cerca, una cornisa rocosa y lo que parecía ser una cueva más allá.
—Tasa —logró decir, los dientes le castañeaban—. Allí. Nada fuerte.
No podía sentir los dedos o los pies. El agua se hizo más densa. Más como jarabe
en lugar de oleaje.
—Sólo un poco más lejos, Titus. Vamos.
La visión se le nubló de nuevo. Las rocas iban y venían. Una mano le tiró del
brazo. Una mano cálida. Una que se sentía condenadamente bien. Los temblores le
sacudían el cuerpo. La mano tiró con fuerza, luego rompió la superficie y la fría piedra
le golpeó el torso.
La otra mano de Natasa le envolvió el hombro, tirando de él fuera del agua. Rodó
colocando la espalda sobre la repisa rocosa, introduciendo bocanadas de aire frío en los
pulmones. Cerró los ojos y se concentró en la respiración. Dioses, estaba cansado. Esto
le había costado más energía de lo que pensaba.
—No te desmayes. Vamos.
Tiró más de él. Le obligó a sentarse. El viento le enfrió las mejillas y los labios,
pero le daba igual. Le gustaba esa voz. Realmente le gustaba. No podía recordar por
qué, pero él sólo quería escucharla más.
—Ponte de pie. No falta mucho.
La habitación se balanceaba -¿era una habitación?-, no lo sabía. El agua -sí, eso
era agua- le empapaba los pies. El aroma de la sal y las algas le inundaba la nariz. Algo
caliente le rozó el pecho.

110
Unas manos le agarraron del chaquetón, dándole un tirón de los hombros. La
ropa cayó a los pies.
—Siéntate.
Se movía como si estuviera en piloto automático. Este temblor incontrolable era
realmente irritante. Envolviendo los brazos alrededor de la cintura desnuda, se dejó
caer al suelo. Las rocas se le incrustaron en el culo y la espalda.
Los pensamientos iban y venían. Agua. Frío. Noche.
—Nosotros… necesitamos... hacer... un... fuego.
—No hay tiempo para eso. Ya tienes hipotermia.
¿Hipotermia? Vale, sí. Eso no era bueno. Ropa deslizándose. El sonido de un
golpe seco. Manos empujándole hacia delante, apartándole la espalda de las rocas, y
luego calidez envolviéndole por todos lados.
Tembló de nuevo, luego suspiró mientras el calor se le filtraba por la piel, lo
rodeaba, lo consumía. Cerró los ojos. La respiración se le desaceleró y se niveló.
Aturdido, comprendió que tenía a Natasa a la espalda, apoyada contra las rocas,
tirando de él contra el calor que irradiaba su cuerpo. Su cuerpo casi totalmente desnudo.
Sus brazos se envolvieron alrededor del torso, sus piernas alrededor de la
cintura. Y ¡guau!, su piel desnuda se sentía bien. Tan caliente. Tan maravillosa.
Sus manos le frotaban arriba y abajo por los brazos fríos, por el pecho,
estimulando el flujo sanguíneo. Su cálido aliento le rozaba el cuello, provocándole otro
terremoto en cada centímetro del cuerpo. Ella apretó los brazos y las piernas para
sujetarlo con más fuerza. Y aunque todavía temblaba por el frío, echó la cabeza atrás
apoyándola entre su hombro y su cuello y sonrió. ¿Todo lo que tenía que hacer era
sacudirse un poco y ella pegaría ese pequeño cuerpo caliente contra el suyo? Podía
trabajar con eso.
—Estás sonriendo —susurró—. Tomaré eso como una buena señal.
—Me siento a gusto contigo. Ha pasado mucho tiempo.
Ella se quedó en silencio por un momento y luego dijo:
—¿Cuánto?
Amplió la sonrisa. Una pícara oleada de calor le rodó por la ingle.
—Veintidós centímetros. Por lo menos. Quizás más. Sin duda más.

111
Ella se echó a reír, y aunque sabía que no podía ser, incluso más calor se le
infiltró en el cuerpo con el movimiento.
—No es a eso a lo que me refería. Aunque ahora de repente me alegro de que
Aella no consiguiera comprobarlo. Lo que quería decir era, ¿cuánto tiempo ha pasado
desde que alguien fue capaz de tocarte?
La sonrisa se le desvaneció y la mente le retrocedió a través de los años.
Recordándole cosas que había hecho, cosas que no debería haber hecho, las cosas que
le gustaría poder cambiar.
—Cien años.
—Sé que los Argonautas tienen largas vidas, pero... ¿En serio? ¿Nunca has sido
capaz de tocar?
—No. Tengo ciento sesenta y siete años. El asunto de no tocar es una maldición.
—¿De quién?
Él suspiró, acurrucándose más contra su cuerpo. Ella respondió sosteniéndole
más apretado, lo cual le encantó.
—Una bruja.
—¿Por qué?
—Porque la utilicé.
—¿Sus poderes?
Negó con la cabeza.
—Cuando era más joven, después de unirme a los Argonautas y aprender a usar
mi don, no solía pensar sobre quién lo usaba.
—¿Qué tipo de don? ¿Te refieres a tus habilidades de combate?
No estaba seguro de por qué le contaba esto. Nunca se lo había dicho a nadie.
Pero al parecer no podía evitar soltar la lengua. Y en parte no quería detenerse. Tal vez
era la hipotermia lo que le ablandaba el cerebro.
—No. Puedo leer los pensamientos de los demás.
—¿Qué?
Su torso se puso más caliente contra la espina dorsal y los hombros, pero no a
mitad de la espalda. ¿Llevaba un sujetador? Maldita sea, realmente lamentaba que ella
no se lo hubiera quitado también. Quería sentir sus pezones presionándole la piel.

112
—¿Puedes leer la mía?
Su voz lo sacó del recuerdo de su lengua deslizándose contra la suya, del modo
en que ella se había sentado a horcajadas sobre las caderas, lo que había querido
hacerle antes de que fueran interrumpidos.
—No. No siempre. De vez en cuando capto alguna palabra, pero no es suficiente
para saber lo que estás pensando. Parece que me afectas de muchas maneras diferentes,
inusuales, ligos Vesuvius.

Se quedó callada durante un minuto. Luego se relajó contra él.


—¿Entonces qué pasó? ¿Con la bruja?
Tal vez a ella le gustaba eso. No parecía molesta o nerviosa como él se había
esperado. Dejó que le acunara su calor y que le aliviara el cansancio del cuerpo.
—Tuvimos una aventura. Por mi parte no era serio. Pero cuando ella descubrió
que había leído su mente y que lo utilicé para llevarla a la cama, no le hizo mucha
gracia.
—Apuesto que no.
Sus manos aún le frotaban arriba y abajo los brazos, y lo tomó como una buena
señal. Si la había sorprendido con esa revelación, no lo demostraba.
—Me sentí mal, pero, sinceramente, yo era joven. No me preocupaba por nadie
más, salvo por mí mismo.
—¿Así que te maldijo?
El arrepentimiento ardía como un afilado cuchillo al rojo vivo.
—Con tocar a otros y sentir todo lo que ellos sentían. Cada emoción que había
ignorado. Y luego se suicidó.
—Oh.
El remordimiento creció y se condensó por debajo del esternón, tal y como
siempre sucedía cuando se dejaba arrastrar al pasado. Había sido joven y estúpido, y se
merecía lo que la bruja le había hecho, pero estaba cansado de vivir en el pasado. Había
aprendido la lección. Ahora sólo quería seguir disfrutando del alivio que Natasa le
proporcionaba, por todo el tiempo que esto durase.
—Al morir, prácticamente garantizó que la maldición jamás fuera rota. Hasta que
apareciste.

113
Su pecho subía y bajaba con su respiración lenta. Y ante su silencio, se preguntó
lo que estaba pensando. Le gustaba no poder leerla. Le gustaba que fuera un misterio,
porque desentrañarlo se estaba convirtiendo en un reto en el que no podía dejar de
pensar. Pero en este momento, quería saber si lo que le había contado había cambiado
las cosas entre ellos.
El agotamiento le estaba venciendo. Luchó contra él, esperando que ella dijera
algo -cualquier cosa- pero permaneció en silencio. El agua se estrellaba contra las rocas,
un silbido rítmico y un golpeteo que lo arrulló, le relajó y le hizo hundirse más
profundamente en su calor. Vagamente, recordó que había algo de lo que estaban
huyendo. Algo por lo que debería estar preocupado, pero no podía completar el
recuerdo. Y, honestamente, ahora no le importaba. Todo lo que quería era seguir
disfrutando de este momento, en caso de que no durara mucho.
Aspiró otra bocanada de aire. Sintió los adherentes dedos del sueño y finalmente
se entregó a la oscuridad. Pero mientras iba a la deriva, escuchó su voz. Suave. Sexy.
Tan endemoniadamente seductora, que evocó fantasías que se le arremolinaban detrás
de los párpados y le caldeaba sitios que ella ni siquiera estaba tocando. Sitios que
quería que le tocara. Por lo menos una vez.
—Sé todo acerca de ser maldecido. Pero no soy tu salvadora, Titus. Y cuando
averigües que es lo que te afecta de mí, tengo la sensación de que no estarás muy
ansioso de seguir ayudándome.



—Déjame hablar a mí —dijo Orpheus.

Demetrius miró el campamento en las montañas a las afueras de Tiyrns donde él


y Orpheus habían destellado después de salir del castillo. Las luces iluminan las
paredes de lona y las banderas multicolores ondean en lo alto de los postes de las
tiendas. Las hojas que yacían esparcidas por el suelo del bosque, crujían bajo las botas a
cada paso bajo la luz de la luna, y el aire era fresco -un frío de principios del verano-,
que se extendía por la piel como un virus.
Lo cual era un pensamiento encantador. Como lo era comprender que un virus
-incluso uno realmente repugnante que lo dejara tembloroso en el lecho de muerte- era
preferible a la miseria que actualmente se le extendía por el corazón siempre que
pensaba en Isadora.

114
Los sentidos de brujo de Demetrius picaban y hormigueaban a medida que se
acercaban al aquelarre. Durante cientos de años, había negado su linaje, pero en los
últimos meses, como los había entrenado con ayuda de Orpheus, la magia surgía con
más facilidad. Y estaba más acostumbrado a interpretar las reacciones de su cuerpo
ante el mundo natural que lo rodeaba.
Otra de las cosas que tenía que agradecer a Isadora. Sin ella, nunca habría
experimentado con sus habilidades. No habría encontrado una parte de sí mismo que
no sabía que le faltaba. No estaría vivo.
Un dolor agudo se le condensó bajo el esternón, y se pasó la mano enguantada
sobre el pecho, con la esperanza de aliviar el dolor.
No sirvió de nada.
—¿Estás bien? —le preguntó Orpheus.
—Estoy bien. —Demetrius dejó caer la mano—. ¿Qué tienda es la suya?
Orpheus hizo un gesto para que lo siguiera, y Demetrius se puso a caminar a su
espalda.
A esta hora de la noche, la mayoría de los habitantes del campamento estaban
dormidos. Sin embargo, algunos rostros se asomaban a su paso. Delia -líder del enclave
de brujas- controlaba varios de los portales ilegales, y los Argoleans a menudo se
aventuraban en el campamento para cruzar al reino humano sin el conocimiento del
Consejo. Pero todo se hacía en la clandestinidad, y por lo general se arreglaba de
antemano. Demetrius sabía que era sólo cuestión de tiempo antes de que fueran
recibidos por los centinelas de Delia.
Llegaron al extremo del campamento. Delante, una gigantesca tienda, del tamaño
de un pabellón, se alzaba contra el cielo nocturno, bloqueando la luz de la luna y las
montañas del fondo. Una bruja con mechas moradas en el pelo abrió la solapa de la
tienda y los enfrentó.
—Delia os ha estado esperando.
Por supuesto que los esperaba. Si Demetrius había sentido la magia reunida en
este lugar antes incluso de alcanzar el campamento, Delia había sentido que ellos
estaban de camino.
Orpheus se agachó para pasar bajo la solapa. Demetrius le siguió,
inmediatamente miró hacia la derecha al círculo de brujas arrodilladas sobre
almohadones en el suelo, con sus manos unidas y los ojos cerrados, balanceándose en

115
lo que parecía ser una especie de ceremonia para conjurar algún hechizo; el grupo de la
izquierda, hablaba en susurros.
Se fue haciendo el silencio, y la mirada del grupo se dirigió a ellos. La tienda era
más pequeña de lo que había pensado, este espacio era más una pequeña área de
reuniones que un pabellón. Eso o las paredes bloqueaban espacios que no podía ver y
no estaba muy convencido de querer hacerlo. Una astilla de inquietud le atravesó. A
pesar de estar aprendiendo sobre sus habilidades, no estaba seguro de estar totalmente
listo para abrazar su herencia. Especialmente el woo-woo5, “somos uno” jodidamente
característico de las brujas en ese círculo haciendo conjuros.
El grupo se separó, y Delia se acercó, sus ojos brillaban, su largo cabello blanco
iluminado por las velas diseminadas alrededor del perímetro de la tienda.
—Ha pasado mucho tiempo, Orpheus.
—Delia. —Orpheus inclinó la cabeza, un movimiento que pilló a Demetrius
totalmente por sorpresa, porque Orpheus nunca se inclinaba ante nadie—.
Necesitamos tu ayuda.
Los agudos ojos de Delia, se desviaron hacia Demetrius. Y lo recorrió con su
mirada, Demetrius se tensó, sabiendo que le estaba examinando, evaluando y
juzgando.
Ella dio un paso atrás e hizo un gesto para que la siguieran.
—Venid. Fuera del círculo.
El alivio revoloteó atravesando a Demetrius, pero se volvió inquietud mientras
pasaba por debajo de un arco hacia otra estancia, ésta más pequeña y acogedora que la
anterior. En vez de amplia y vacía, estaba decorada con sillones tapizados, suaves
cojines, alfombras, y superficies reflectantes brillaban en todas las paredes.
Las brujas utilizan los espejos para la videncia. Demetrius aun no dominaba esa
habilidad y en este momento realmente no quería saber lo que Delia podría ver.
Ella se volvió hacia ellos.
—Estás aquí para hablar de la chica.

5 Woo-woo se refiere a unas ideas consideradas irracionales o basadas en evidencias muy endebles o que recurren a las fuerzas ocult as o poderes
misteriosos.

116
Orpheus echó un vistazo a Demetrius. Incluso sin preguntar, Demetrius sabía lo
que estaba pensando. Bingo, acertamos.
—¿Así que Natasa es de este aquelarre?
Delia le miró.
—No. Y no es una bruja.
—Entonces, ¿qué es?
—Algo de gran valor.
—¿Para quién? —preguntó Demetrius.
—Para todos.
Vale, esto se estaba volviendo irritante.
—Achicharró el portal del Pórtico —dijo Orpheus a la bruja—. Es por eso que
estamos aquí. Uno de nuestros Argonautas atravesó con ella, y no podemos localizarlo.
Si no es una bruja, te agradeceríamos todo lo que puedas decirnos sobre ella.
Delia apretó los labios y luego dijo:
—Percibí cuando ella cruzó a este reino.
—Entonces puede conjurar magia —dijo Demetrius—, pero no es una bruja. Eso
nos dice mucho.
La líder del aquelarre no respondió. Simplemente lo miró con una expresión en
blanco. Y la frustración de Demetrius con ella saltó otra muesca.
Esto era una pérdida de tiempo. Debería estar tratando de averiguar lo que iba a
hacer con Isadora y el Consejo, y no malgastar el tiempo aquí buscando en callejones
sin salida.
Estaba a punto de irse cuando Delia se giró para mirar los espejos a su alrededor.
—¿Qué buscaba en este reino? ¿Lo averiguaste antes de que ella cruzara?
El pelo castaño color arena cayó sobre la frente de Orpheus cuando inclinó la
cabeza.
—Le dijo a Maelea que buscaba información sobre Prometeo.
—¿Y qué Argonauta se fue con ella?
—Titus —respondió Orpheus.

117
—No es el ideal —murmuró Delia—. ¿Y el antepasado de Titus? ¿De quién
desciende?
—Odiseo.
Delia se giró y miró fijamente a los ojos de Orpheus.
—¿Estás seguro?
Orpheus miró con inquietud a Demetrius, luego se giró otra vez.
—Bastante. ¿Por qué es importante?
Delia cambió su peso.
—Es importante porque si ella es lo que pensamos que es, él es probablemente el
único que puede detenerla. Y sin embargo, a causa de su maldición, es el único de
vuestra Orden que se verá más distraído por ella.
—¿Y que en el hades significa eso? —preguntó Demetrius. O le envió una mirada
de: calma el infernal lenguaje, pero Demetrius había llegado al límite—. ¿Maldición?
¿Detenerla? Mira, sea lo que sea en lo que estás dando rodeos, simplemente ve al
grano. Si Titus está en algún tipo de peligro, necesitamos saberlo.
Delia le sostuvo la mirada. Parecía debatir algo. Finalmente dijo:
—Titus fue maldecido por una de mi aquelarre hace muchos años. Esa mujer que
mencionaste... por el poder dentro de ella... tiene la capacidad para distraerlo de esa
maldición. Y esa distracción lo ciega a quién y qué es realmente ella.
Los ojos de Orpheus se estrecharon.
—¿Y qué es?
—¿Nuestra mejor conjetura?
Dioses, las Destinos hablaban con más claridad que esta mamona. Demetrius
frunció el ceño.
—Sí, si eso es todo lo que tienes.
Delia apretó los labios.
—Fuego inextinguible.
El silencio se apoderó de la estancia como si hubiera caído un peso de mil
toneladas. Y como consecuencia, el estómago de Demetrius se contrajo tanto por el
miedo como por el desasosiego. Dirigió la mirada hacia Orpheus, que tenía una
expresión de: mierda santa.

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Si lo que Delia sospechaba era cierto, significaba que Isadora no iba a estar segura
en ninguna parte. Y si realmente Natasa era el fuego inextinguible...
Frenéticamente, se giró hacia la bruja.
—¿Por qué es importante que el antepasado de Titus sea Odiseo?
—Hay los que creen —dijo Delia—, que a través de su linaje, Odiseo pasó el don
del conocimiento oculto.
—¿Cómo el de Natasa?
Ella negó con la cabeza.
—Durante sus viajes, Odiseo fue encarcelado por una ninfa llamada Calipso.
Calipso era la hija del Titán Atlas. Atlas es el hermano de Prometeo. Lo que significa
que Calipso es la sobrina de Prometeo.
Cuando simplemente se quedaron mirándola, ella dejó escapar un suspiro como
si ya debieran saberlo.
—Algunos piensan que antes de que Calipso dejara que Odiseo regresara a Ítaca,
le dio el don del conocimiento oculto. Zeus amenazó a Atlas y cualquier otro titán que
no estuviera ya encarcelado con Kronos en el inframundo con la muerte en caso de que
compartieran lo que sabían sobre el encarcelamiento de Prometeo. Pero él no prohibió
el paso del don.
La comprensión finalmente despuntó. Junto con la conmoción.
—¿Estás diciendo que Odiseo pasó este conocimiento a sus descendientes —
preguntó Demetrius— y Titus sabe dónde está Prometeo encadenado, pero
simplemente no es consciente de ello?
—No —contestó Delia—. Estoy diciendo... que es una posibilidad. Sin embargo,
también es una posibilidad que este conocimiento oculto sólo se refiera a la ubicación
de la isla de Calipso. Su nombre según la traducción literal es “la que oculta”.
Es cierto, pero de cualquier manera, si pudieran encontrar a Calipso, Titus podría
leer la mente de la diosa. Podían ser capaces de encontrar a Prometeo antes que Zeus y
los demás dioses. Podrían evitar que Natasa hiciera lo que estaba a punto de hacer.
—¿Quién lo sabría a ciencia cierta? —preguntó Demetrius.
Delia se encogió de hombros de una manera evasiva.
—Epimeteo —dijo Orpheus entrecerrando los ojos sobre la bruja—. Él vive en el
reino humano. Se mantiene a sí mismo. Lo he visto un par de veces. Un completo

119
idiota, pero —miró a Demetrius—, nuestra mejor oportunidad para averiguar si esta
teoría es cierta o no.
El hermano de Prometeo. También un Titán, y el padre del pensamiento tardío.
Demetrius había oído historias sobre el anciano dios; simplemente jamás había tenido
el deseo de buscarlo. Pero ahora...
Se dirigió a Delia.
—¿Con qué maldijo la bruja a Titus? Comentaste que pertenecía a este aquelarre.
Delia volvió a suspirar.
—No debería…
—Joder con el no debería —dijo Demetrius—. Pasamos del “no debería” hace
mucho tiempo. Señalaste que la maldición de Titus interfiere con su capacidad para
leer a Natasa. ¿Cómo?
Delia frunció el ceño. Debatiendo. Entonces, finalmente, dijo:
—Lo maldijo a sentir las emociones de todos a los que toca.
—Es por eso que lleva los guantes —murmuró Orpheus.
De repente muchas cosas sobre Titus tenían sentido.
—Suponiendo que Calipso pasara este conocimiento oculto a Odiseo, ¿cómo
puede Titus desbloquearlo?
—En eso —dijo Delia—. No soy de ninguna ayuda.
Orpheus miró hacia Demetrius.
—¿Qué piensas?
¿Qué pensaba? Demetrius no podía dejar de pensar en Isadora. Y su bebé. Y lo
que podría ser su última oportunidad de salvarlos a los dos.
—Creo que es la única pista que tenemos.
Orpheus se volvió hacia Delia.
—Gracias. —Después hacia Demetrius—. Vamos.
Avanzaron hacia la salida, pero la mano de la bruja en el antebrazo detuvo a
Demetrius.
—Ten cuidado, Guardián. Algunas decisiones tienen consecuencias irrevocables.

120
Ella lo sabía. No sabía cómo, pero estaba hablando de Isadora y de Nick y lo que
Demetrius estaba considerando hacer. Ese corazón que su compañera había despertado
se expandió bajo las costillas.
—Y algunas personas lo valen. No me preocupa lo que me pase. Mientras que
ella esté a salvo, eso es todo lo que importa.
Él se alejó en dirección a la puerta por la que Orpheus ya había salido. Pero, a su
espalda, estaba seguro de Delia murmuró:
—¿Y en cuanto a su pueblo?



Estaba en un horno. Estaba siendo asado como un pavo para la cena.


Imágenes de llamas parpadeantes y un portazo arrastraron a Titus de un sueño
profundo. Abrió los ojos y parpadeó varias veces. La oscuridad y una pálida luna
colgaban en lo alto. Olas rompiendo contra las rocas resonaban a la derecha y el olor de
la sal impregnaba el aire.
El sudor le escurría por la espalda. Se alzó empujándose sobre las manos. El frío
aire se arrastró por la piel recalentada, enfriándole al instante. Inspeccionó el entorno, y
comprendió que estaba sobre una especie de cornisa rocosa. En realidad no era una
cueva, pero era un buen refugio del viento y de ojos curiosos para mantenerlos secos y
seguros.
Un gemido resonó detrás. Miró por encima del hombro y escudriñó la penumbra.
Natasa estaba sentada apoyada contra la pared directamente detrás de él, con la cabeza
inclinada hacia un lado, con el pelo rizado de color rojo enmarañado y húmedo sobre
un hombro delgado. Tenía los ojos cerrados en el sueño, y sus brazos colgaban a sus
costados, pero sin ni siquiera tocarla, sabía que ella era la razón de sus sueños
ardientes.
Dioses, era hermosa. Hermosa, misteriosa y todo lo que pudiera pensar. El calor
se abalanzó al vientre, se deslizó por la ingle. Los recuerdos de la forma en que había
envuelto su cuerpo alrededor del suyo para mantenerlo caliente le parpadearon en la
mente. La polla se le hinchó y endureció, y otras formas más agradables de calentarse
le inundaron los pensamientos.
Pasó una mano por su brazo, esperando despertarla, tentarla, besarla. Se alarmó
ante el primer contacto. Su piel estaba más caliente de lo que había sentido.

121
—¿Tasa? —Le puso la palma sobre la frente. Ella gimió, moviendo la cabeza
hacia la mano, pero no se despertó.
Él no había estado soñando. Su piel estaba ardiendo. La sacudió.
—Natasa.
Ella gruñó, pero seguía sin despertar. Le recorrió el torso con la mirada, sus senos
sólo cubiertos por el sujetador blanco y fino, con el pantalón negro pegado a las
caderas y las piernas. Finalmente aterrizó en el improvisado vendaje alrededor de su
muslo.
Tiró de la venda, soltándola, después agarró el desgarro del pantalón y lo amplió
para poder examinarla mejor.
La herida estaba roja e inflamada, ya no sangraba pero estaba hinchada y los
bordes supuraban. La infección ya había brotado. Más rápido de lo que debería para
un corte superficial. Volvió a tocarle la frente. Ella gimió una vez más y se inclinó hacia
la mano.
Skata, estaba ardiendo. Tenía que hacer algo para bajar la fiebre o podría
colapsar. En este punto, el riesgo de una infección secundaria de la herida era una
preocupación menor que verla morir.
Se puso de pie, se inclinó y puso los brazos alrededor de ella. Ella gruñó,
descansando sus manos sobre los bíceps. Su cabeza ardiente cayó sobre el pecho. El
miedo y el pánico se mezclaban por dentro.
—Vamos, Tasa. Necesito que despiertes.
Ella era como un peso muerto en los brazos. La llevó hacia el agua y escudriñó la
zona. Cuando encontró un lugar donde las olas no estaban rompiendo con demasiada
fuerza contra las rocas, se dirigió en esa dirección. Colocándola de pie, envolvió el
brazo en su cintura y despacio se metió con ella en el agua.
Se quedó sin aliento ante la mordedura helada, pero estaba tan caliente pegado a
su piel que rápidamente su calor le alivió el frío. Apoyando una mano en el borde de la
roca para evitar que las olas los golpearan contra la roca, la abrazó con fuerza.
—Despierta por mí, cielo —susurró, pasando los dedos de arriba abajo por su
espina dorsal—. Abre esos bonitos ojos.
Ella gimoteó y apoyó la cabeza contra el pecho como si aún durmiera, pero sus
piernas le rozaron y sus brazos se apretaron alrededor de la cintura.

122
Tío, podría acostumbrarse a esto. Envolviéndole, inclinada sobre él,
necesitándole. Y a medida que sintió que poco a poco bajaba su temperatura corporal,
no podía dejar de ver cómo la situación se había invertido. Horas atrás, ella había sido
la que lo salvó. Parecían estar en un continuo toma y daca. Donde ella no podía alejarse
de él, él no podía alejarse de ella. Ahora más que nunca, estaba decidido a entender
quién era y cómo podría ayudarla.
Le apartó el pelo a un lado, y notó el tatuaje triangular en la parte posterior de su
cuello.
La movió en los brazos para tener una mejor visión. El triángulo no era
sofisticado, sólo líneas rectas y ángulos iguales. Nada que alguien deliberadamente se
tatuaría sobre la piel a no ser que significara algo personal. Pero esto no le parecía
hecho con tinta. Parecía -movió el antebrazo cubierto con el texto en griego antiguo
para comparar las líneas y marcas- como una marca de nacimiento.
Todo dentro de él se quedó inmóvil.
Su errática temperatura corporal, el hecho de que Maelea hubiera dicho que ella
estaba buscando a Prometeo, la admisión de Natasa de que había gente persiguiéndola,
sus reacciones contradictorias, casi volátiles, su extraña capacidad que le permitía
tocarla...
Un hormigueo se le expandió por el pecho, y lentamente un zumbido se desplazó
por la mente. Bajó la vista hacia su rostro, descansando suavemente sobre el hombro,
con los ojos cerrados, sus largas y oscuras pestañas formando medias lunas contra su
pálida piel. Y comprendió lo que habría entendido con el cerebro a plena potencia si no
hubiera estado tan obsesionado por su tacto.
Ella era el fuego. No sabía por qué o cómo era posible, pero estaba seguro de que
era el elemento que los Argonautas y los dioses estaban buscando tan
desesperadamente.
El corazón le latía con fuerza. Opciones y escenarios le zumbaban en la mente.
Theron y los otros ya pensaban que ella tenía intenciones ocultas. Si se enterasen de
que ella era el fuego, la usarían como un arma. De la misma manera que lo habían
utilizado a él durante todos estos años para obtener ventaja en las batallas.
—No te quedes... en el agua... demasiado tiempo —murmuró contra el pecho—.
Él vendrá a venir a por mí... va a pensar que... fracase.
Frunció el ceño. Trató de leer su expresión. No pudo.
—¿Quién, cielo?

123
¿Zeus? ¿Hades? Ambos estaban desesperados por encontrar los elementos
restantes. El oleaje los mecía en el agua, pero ella no respondió. Su respiración se
ralentizó, y mientras se quedaba dormida, la temperatura parecía normalizarse. Pero a
él el corazón se le aceleró. Y estaba comenzando a temblar otra vez.
Comprendió que no iba a ser de ninguna ayuda para ninguno de los dos si la
hipotermia resurgía, tiró de ella y la arrastró con él. El agua se deslizaba en riachuelos
por su piel. Ella estaba todavía aturdida y grogui, pero esta vez cuando la levantó, se
acurrucó entre los brazos y el impulso de protegerla, de cuidarla, lo abrumó.
La llevó de vuelta al refugio de la cornisa y cogió su chaquetón, ahora seco. Le
limpió con él la herida en la pierna. Su rostro se tensó, como si le doliera, pero cuando
puso la mano desnuda sobre el corte, ella inclinó la cabeza y suspiró. Su respiración se
desaceleró una vez más y se niveló. Le tocó la frente de nuevo, contando los minutos
mientras transcurrían en silencio.
Despacio su temperatura iba aumentando.
—Skata.
Necesitaba medicamentos. Un sanador. Algo para cuidar la fiebre antes de que se
quemara viva. Podía abrir un nuevo portal a Argolea, pero de ninguna manera iba a
permitir que Theron se acercase a ella.
Miró hacia arriba y alrededor. Zagreus y sus secuaces hace tiempo que tenían
que haberse ido. A juzgar por la posición de la luna y la cubierta de nubes, habían
pasado horas desde su encontronazo. No disponía de tiempo para esperar a estar
seguro. Por la mañana, la fiebre de Natasa sería peor, y aunque el agua la hubiera
refrescado un poco, algo sobre la advertencia que ella había murmurado le ponía los
nervios de punta.
—Aquí, cielo, bebe esto. —Agarró la cantimplora que habían conseguido en la
ciudad de las Amazonas, la levantó y la llevó a sus labios. Ella gruñó y trató de
empujarlo, pero la obligó a beber. Lamiendo sus labios, ella se recostó contra las rocas y
suspiró de nuevo, ni una sola vez abrió los ojos—. Voy a buscar ayuda, ligos Vesuvius.
No te preocupes.
Ella no respondió. Tampoco lo esperaba. Dejó la cantimplora junto a su mano,
luego suavemente le apartó el pelo de la cara, haciendo una mueca ante lo caliente que
ya estaba. Cogió el chaquetón del suelo, se dirigió de nuevo al agua, y luego lo
sumergió en el océano helado. La gélida prenda lo haría temblar, pero sabía que para
ella sería un dulce alivio.
Ella suspiró cuando se lo colocó encima, parecía derretirse sobre las rocas.

124
Se inclinó y le dio un beso en la frente. Y sintió que el corazón se lanzaba en
picado a un océano del que comenzaba a pensar que jamás podría ser capaz de salir
nadando.
—Regresaré. Sueña conmigo.

125
CAPÍTULO 10

—Los ataques de daemon se han reducido en la zona desde la muerte de


Atalanta —dijo Helene mientras se sentaba frente al escritorio de Nick en su despacho
de la colonia e hizo anotaciones en su fiel portapapeles—. Pero Kellen informó esta
mañana que una nueva jauría fue vista fuera de Whitefish. Y escuchamos de pequeños
ataques en los puestos de avanzada en lo más profundo de las Montañas Rocosas.
Nick nunca había esperado que las bestias de su madre detuvieran su caza de
sangre simplemente porque ella hubiese muerto. Pero había tenido esperanzas, aunque
nunca lo hubiera dicho en voz alta. Estudió el informe que Kellen, uno de sus mejores
exploradores, había elaborado.
—Envía una unidad a la zona de Whitefish para comprobar si hay señales. Y otra
para que registren las hectáreas al sur del lago.
Helene asintió, su largo pelo castaño claro hasta los hombros, le cayó sobre la
cara mientras miraba los apuntes y hacía otra anotación. El movimiento arrastró su
atención lejos de sus propios documentos, y observó con interés cómo ella lo deslizó
hacia atrás y se lo metía detrás de la oreja.
La mandíbula era fuerte, la piel cremosa, sus rasgos femeninos y atractivos.
Había sido su ayudante personal en los últimos dos años, fue fundamental cuando
habían trasladado la colonia aquí desde Oregon, y era probablemente lo más parecido
que tenía a un amigo. Y sin embargo, no sabía prácticamente nada personal acerca de
ella. Nada sobre lo que hacía después de que terminaba el día o con quién se juntaba o
incluso la manera en que había perdido la pierna cuando era niña.
—Hay una cosa más —dijo ella.

126
Levantó su cabeza, y sus ojos se abrieron cuando se dio cuenta de que la estaba
mirando. Un rubor se extendió por sus mejillas. Un rubor que le dijo que ella era
consciente de su presencia a un nivel que él debería ser consciente de ella. Y sin
embargo, incluso con ese conocimiento, no sentía nada por dentro. Nada más que
indignación por el hecho de que los dioses lo habían maldecido más que a cualquier
otro. Desde que se había enterado que Isadora se había enamorado de su hermano, no
había podido conseguir que se le levantara por cualquier hembra. Ni siquiera una tan
sexy, disponible e interesada como la que está sentada justo en frente de él.
Ella rápidamente miró hacia abajo de nuevo e hizo una marca en el papel. Sus
mejillas se tornaron más rosadas.
—Um... el suministro de Therillium tendrá que ser repuesto pronto. Has estado
muy ocupado con los exploradores y la celebración en Argolea, estaba pensando que
podría ser el momento de pasar ese trabajo a otra persona.
La mandíbula de Nick se encogió ante el recuerdo de esa celebración, y sintió un
hormigueo en la espalda al pensar en lo vivido por debajo de la colonia.
—Nadie más entrará en las minas. Tema zanjado. Y no quiero que lo tratemos de
nuevo.
La mirada de Helene se fijo de golpe en la suya. Había preguntas fraguándose en
sus oscuros ojos, pero no las hizo.
Después de una larga pausa, suspiró y miró hacia abajo a sus notas.
—Supongo que eso es todo.
Ella se puso de pie, y la culpa se deslizó a través de Nick por la decepción que
mostraba su rostro. La culpa por no ser lo que ella quería que fuera. Por no poder ser
más. Seguida de otro disparo de cólera que azotó y quemó atravesando cada
centímetro de las venas.
Estaba harto de hacer, ser y tener a otros dependiendo de él. Agotado por los
deberes y las responsabilidades de controlar la colonia y ser la persona a la que todo el
mundo se volvía en una crisis. Estaba en una trayectoria circular que parecía no tener
fin. Y ahora, gracias a la incapacidad de contener el temperamento, había hecho algo
que no debía. Lo cual significaba que el único pequeño pedazo de la alegría que tenía
en la vida -ver a su alma gemela de vez en cuando, aunque nunca fuera a ser suya-, se
había ido.
El estado de ánimo se le ensombreció. Como en piloto automático, se levantó del
asiento y siguió a Helene hacia la puerta. Su cojera era menos visible en estos días, la

127
nueva prótesis obviamente funcionaba mejor que la anterior. Quería preguntarle sobre
ello. Sabía que debería decir algo para aligerar el ambiente, pero no podía encontrar las
palabras. Ni siquiera sabía si quería.
Ella abrió la puerta, luego se detuvo en seco.
El rostro bronceado de Kellen llenó el umbral.
—Helene. —Miró más allá de ella y se centró en Nick—. Tenemos un problema.
Siempre hay un problema. Siempre otro jodido problema.
Nick apisonó el resentimiento.
—¿Qué ha pasado?
—Recibimos una llamada vía satélite. Uno de los Argonautas está varado y
solicita ayuda.
La mandíbula de Nick se apretó. Que sea Demetrius. Estaba de humor para un
buen baño de sangre. En este momento, era la única cosa que pensó podría mejorarle el
estado de humor.
—¿Cuál?
—Titus. Y no está solo. ¿La pelirroja? ¿La que estuvo aquí la semana pasada, en
busca de Maelea? Está con él.



Estaba corriendo. Estaba descalza. El suelo seco y cubierto de una fina capa de
polvo. Le dolían los músculos, pero siguió adelante, la tela del vestido ondeaba por el
viento alrededor de los tobillos.
“Respira. Céntrate. Utiliza la fuerza dentro de ti”.
Su madre le había dicho esas palabras. Hace años. Tantos, Natasa apenas podía
recordar el momento exacto. Pero la voz de su madre le sonaba en la cabeza. Más
fuerte ahora. También muy clara. Como si la tuviera justo detrás, animándola.
El camino de tierra estaba borroso. Y una oleada de calor cayó sobre Natasa,
arrastrando el aire de los pulmones, lanzándola hacia adelante con una fuerza que la
levantó en vilo. Cayó al suelo con un gruñido, aterrizando sobre las manos y rodillas.
El polvo voló a su alrededor, haciéndola toser. Parpadeó para librar los ojos de arena,

128
miró por encima del hombro para ver qué la había golpeado. Luego contempló atónita
cómo el paisaje empezó a cambiar.
Su patria se arremolinaba como si estuviera hecha de una niebla mágica. No más
chozas de barro o pirámides, incluso el palacio en la colina donde vivía con su madre
había desaparecido.
Rodando sobre las montañas, un fuego sin humo, tan grande como una tormenta
de arena vino directamente hacia ella. Tan caliente que podía sentirlo abrasándole la
piel, incluso a kilómetros de distancia.
“Respira, Natasa. Céntrate. Utiliza la fuerza que está dentro de ti. Buena o mala, la
elección es tuya”.
El temor la consumió. No quería centrarse. No quería preocuparse por ser buena
o mala. Tenía que correr.
Se obligó a ponerse de pie. Empujando los músculos hacia adelante con toda la
fuerza que tenía dentro. El fuego rugió más cerca. El miedo se extendió por el pecho. El
ardiente calor le lamía la espalda, las llamas prendieron en la falda del vestido
subiendo por las piernas.
—¡No! —Dio un manotazo a las llamas, tratando de apagarlas. No podía dejar de
correr—. ¡Ayúdenme! ¡Alguien!
Golpeó con furia, no podía apagarlas. El miedo se transformó en pánico porque
los huesos se le fundieran. Trató de arrancarse el vestido. Los dedos quedaron
atrapados en los pliegues de la tela. Sollozó y tiró con más fuerza. El fuego en las
colinas tronó cerca. Levantó la vista justo cuando devoró el árbol bajo el que ella había
estado leyendo. Y los ojos se le abrieron como platos cuando se dio cuenta que no era
sólo un incendio. Había una cara dentro de las llamas. Una cara que soplaba el fuego a
través de la tierra, encendiendo un fuego inextinguible. Un rostro que había visto en
los dibujos de su madre.
La cara de su padre.
Los ojos se le abrieron aún más. El horror azotándola como un viento soplando
directamente desde los fuegos del Inframundo.
Alzó la vista hacia el cielo y gritó hacia el ardiente viento:
—¿Por qué haces esto?
Un águila chilló por encima, bajando desde lo alto en picado. Su mirada la siguió.
El águila voló por encima de un hombre, de pie a menos de cien metros de distancia.

129
Las llamas lamían sus pies, pero él no se quemaba. Por lo menos no todavía. Contuvo
el aliento. El reconocimiento estalló.
Titus...
Los latidos del corazón se le aceleraron. Empujó los pies hacia él, agarrando la
falda ardiendo. Tenía que salvarlo. Tenía que ayudarlo...
Justo cuando lo alcanzó, la cara cambió, la nariz cada vez más larga, la barbilla
más aguda, el pelo ya no era oscuro y hasta sus hombros, sino corto, rubio, y besado
por el sol. Y a su alrededor, un aura fresca y azul estalló.
«Te puedo ayudar. Ven a mí y vive».
Oyó la voz en la cabeza, pero los labios no se movieron. La confusión la inundó.
Éste no era su Titus. Este hacía que quisiera salir corriendo. Sabía que tenía que irse,
huir, pero las piernas no se movían. Extendió una mano. Una mano bañada en la
misma aura azul. Ni ardiente, ni caliente sino fría y refrescante, ofreciéndole... alivio.
El corazón le gritaba que no, pero la mente le dijo que era el único camino.
Alargó la mano. La energía fluyó de sus dedos a los de ella. Un crujido de poder
atravesó el espacio vacío que le dijo que la cara en el resplandor azul -quienquiera que
fuese-, era más que un alivio. Era un dios. Y más fuerte que cualquiera que ella hubiera
conocido antes.
«Sí, niña. Soy el único que puede detener las llamas. Voy a refrescarte para que tengas
más tiempo. No tienes más que prometer darme una pequeña cosa...»



Titus se paseaba por la sala exterior de la clínica médica en la colonia, con la


mandíbula crispada mientras esperaba noticias.
Los músculos del pecho se le tensaron, y se pasó una mano por el esternón para
aliviar el dolor. Afortunadamente, Nick había enviado un helicóptero para recogerlos,
pero cuando había alcanzado a Natasa otra vez, yacía tan inmóvil contra las rocas, que
por un momento había pensado que estaba muerta.
El recuerdo de aquello, el miedo desgarrador que había sentido y la forma en que
ella había murmurado: “No, no, no... no me llevarás de vuelta al agua”, una y otra vez,
todavía era suficiente para hacerle tomar una profunda respiración, para luego dejarla
escapar lentamente en un intento de regular el pulso.

130
No estaba muerta. Había estado más caliente que el infierno, pero viva. La había
sostenido cerca durante todo el vuelo de regreso a la colonia, y por algún motivo, se
había enfriado ligeramente con el toque, pero no lo suficiente. Ahora, mientras se
paseaba por la sala de espera, todo en lo que podía pensar era en si realmente había
sido demasiado tarde. Si realmente la infección se había extendido. Si realmente iba a
perderla tan pronto después de encontrarla.
Un nudo se le formó en la garganta. Uno que no podía tragar. La puerta se abrió
detrás de él, pero no se dio la vuelta para mirar. No podría. Cerró los ojos.
No dejes que esté muerta. Por favor, no dejes que esté muerta.
—Te he traído ropa.
Nick. Era Nick.
Fijando una apariencia impasible sobre la cara, Titus se giró. La ropa limpia
estaba en la silla, y Nick estaba de pie en la puerta, con sus enormes brazos cruzados
sobre el pecho, las mangas largas y guantes sin dedos que cubrían el antiguo texto en
griego de sus antebrazos y el dorso de las manos, igual que el de Titus.
Desvió la mirada al rostro líder de los Misos. La mandíbula dura, ojos de color
ámbar entrecerrados con especulación, las luces ultravioleta del techo de la clínica se
reflejaban en su cabeza rapada, destacando la larga y dentada cicatriz en el lado
izquierdo de su cara.
No parecía muy emocionado de ver a Titus, pero Nick nunca parecía muy
emocionado de ver a alguien.
—Gracias.
—Mis hombres dijeron que tuviste algunos problemas con una tribu de
Amazonas. Y Zagreus.
Titus se quitó el chaquetón con el olor del agua de mar que todavía llevaba
puesto y cogió la camiseta acanalada con botones al cuello de manga larga, agradecido
por algo limpio. Realmente quería tomar una ducha, pero no podía dejar a Natasa.
—Se podría decir que sí.
—Zagreus no es alguien con quien nosotros queremos joder.
Zagreus no era alguien con el que cualquiera de los Argonautas quería joder
tampoco. Titus se pasó de un tirón la camiseta por la cabeza.
—Él no nos siguió.

131
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—He explorado la zona antes de llamarte. Zagreus y sus secuaces se habían ido.
—¿Qué diablos estabas haciendo con una tribu de Amazonas?
Eso era una historia en la que Titus no estaba preparado para entrar todavía.
Miró hacia la puerta.
—¿Qué está tomando tanto tiempo? Tengo que verla.
Nick se giró para mirar la entrada vacía.
—Lena nos dirá cuando haya noticias.
Titus flexionó los dedos y volvió a pasearse. Los peores escenarios le pasaron por
la mente, y ese miedo con el que había estado luchando llegó furioso de nuevo.
—Te ves como la mierda, lo sabes —dijo Nick.
Titus resopló y se pasó una mano por la cabeza. El pelo le olía como el océano y
le colgaba hasta los hombros en ondas anudadas. Una goma para atar el lío y retirarlo
de la cara estaría bien, pero ni siquiera tenía ganas de ir a buscar una.
—Estoy bien.
«No te ves bien, te ves jodido».
Titus vaciló a mitad de un paso, y se dio cuenta que el pensamiento venía de
Nick. Había estado a solas con Natasa tanto tiempo, que no había oído otro
pensamiento desde hacía horas. Y la sorpresa de esto era suficiente para recordarle lo
mucho que necesitaba estar cerca de ella otra vez.
—Mira —dijo Nick—, por mucho que no me llene de alegría el hacerlo, tengo que
advertir a Theron que los dos estáis aquí.
Titus giró bruscamente.
—No hagas eso.
—¿Por qué no?
—Porque… —¿Qué diablos iba a decir?—… Theron está distraído con todo lo
que ocurre en Argolea.
«Sí, claro».
Mierda, incluso Titus sabía que era una excusa estúpida. Se pasó la mano por la
cara. Nick era un tipo inteligente, y si Titus le mentía, simplemente iría corriendo a

132
Theron de todos modos para corroborar la historia. Su mejor oportunidad en este
punto era la honestidad. O la honestidad parcial.
—Theron piensa que Natasa trabaja para Zagreus. Que estaba en Argolea para
encontrar a Maelea por esa razón. Por eso te he llamado para ayudarla en lugar de
llevarla allí.
Los ojos de Nick se estrecharon.
—¿Lo está ella?
—No. Definitivamente no.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
Porque lo sintió. En el fondo. En un lugar que nunca había sentido nada antes.
Pero sabía que no sería suficiente para convencer a Nick, así que en su lugar, dijo:
—Porque Zagreus vino tras ella también. No lo habría hecho si estuviera
trabajando para él.
—A menos que ella cambiara de idea y huyera de él.
“Él vendrá a venir a por mí... va a pensar que... fracase”.

No, no creía eso. Se sacudió el pensamiento. Ella había estado febril y


murmurando esas palabras. Que no querían decir nada. Además, que trabajara para
Zagreus no tenía una explicación lógica, no con todo lo que él sabía de ella.
—Ella no lo estaba —dijo con firmeza.
Nick inclinó la cabeza y estudió a Titus especulativamente.
—¿Qué tiene ella que te tiene tan enlazado? Es algo más que el hecho de que es
atractiva. Te he visto apenas echar un vistazo dos veces a una mujer atractiva. ¿Por qué
es tan especial?
Porque es la mía.
Otra ráfaga de comprensión rebotó a través de Titus. Santa mierda... ella era su
alma gemela. No era el elemento atrayéndolo hacia ella, era una conexión más
profunda, una que nunca había esperado –que nunca quiso-, encontrar. Hasta ahora.

—Yo... yo no lo sé —mintió. Sentía de repente la mente clara. La piel fría y


pegajosa. Tragó saliva y trató de disimular la reacción, pero sabía que falló...
miserablemente.
Nick le miró fijamente durante tanto tiempo, que el sudor estalló por toda la piel
de Titus.

133
—Parece que no has dormido en tres días —dijo Nick finalmente.
—Estoy bien.
—Bien o no, te ves como si estuvieras sobrepasado.
La declaración más verdadera que nunca había sido pronunciada. Titus se
sacudió.
—Dormiré en una silla en su habitación. No voy a perderla de vista. Sólo hazme
este favor, no digas a Theron y a los demás que estamos aquí. Te prometo que nada
malo pasará en la colonia. Tan pronto como esté mejor, nos iremos.
—¿Y a dónde?
Titus no lo sabía. Sólo sabía que no la perdería. Ni por los dioses, ni por los
Argonautas, y tampoco por alguna infección casual. No cuando por fin la había
encontrado.
Después de varios segundos largos de tensión, Nick se volvió hacia la puerta.
—Puedes quedarte. Por ahora. Sobre todo porque no tengo ganas de tratar con
ninguna persona de Argolea. Pero si sucede alguna mierda extraña, tú y tu chica estáis
fuera de aquí. ¿Lo entiendes?
—Lo entiendo. —Agradecido, Titus cabeceó—. Gracias.
Nick se detuvo en la entrada.
—No me lo agradezcas todavía. Tengo un don para joder las cosas yo mismo.
Una hora más tarde podrías desear haber encontrado refugio en cualquier parte en vez
de aquí.
Sus botas resonaron por el largo pasillo, y Titus tomó aire, y luego lo dejó escapar
lentamente.
Su alma gemela... Skata, debería haberse dado cuenta de eso antes.
Se dejó caer en una silla y se frotó las sienes palpitantes. El chasquido de unos
zapatos en el pasillo le hizo levantar la cabeza.
Lena, la sanadora de la colonia, entró en la sala, su coleta castaña cayéndole por
la espalda.
—¿Titus?
El miedo le apuñaló el corazón. Se puso de pie.
—Sí.

134
No digas que está muerta... Por favor, no digas que está muerta...
Lena cruzó los brazos sobre el portapapeles en su mano y se lo puso contra el
pecho.
—Hemos sido capaces de cerrar la herida y tratar la infección. Su temperatura ha
bajado.
Un alivio tan dulce como el vino azotó a Titus y le arrastró la fuerza de las
piernas. Se dejó caer de nuevo en la silla y cerró los ojos. Gracias, Demiurgo.
«Hay más».
La aprehensión le contrajo el pecho. Miró hacia arriba.
—¿Qué más?
—¿Cómo lo hiciste...?
Se puso en pie.
—Sólo tienes que responder a la pregunta.
Lena frunció los labios.
—Ella todavía tiene una fiebre por encima de los treinta y ocho. No es tan malo
como antes, pero parece que no podemos bajarla. Y tampoco podemos encontrar
ninguna razón para ello. No hay otra infección, ningún problema de salud subyacente.
Es como...
—Como si fuera parte de ella —concluyó, leyendo su mente confusa.
Ella asintió con la cabeza.
—En este momento está estable, pero no se sabe si reaparecerá lentamente de
nuevo. La infección no era tan mala como la fiebre.
Lo que significaba que su aumento de la temperatura no era por la infección
después de todo. Era por el elemento fuego.
“No soy exactamente estable. En muchos sentidos...”

Él tragó con fuerza.


—¿Puedo verla?
—Teníamos la esperanza de que lo hicieras. Marc y los demás que os trajeron
aquí me dijeron que su temperatura pareció disminuir cuando la estabas tocando. Tal
vez seas capaz de tener en ella un efecto que mis habilidades de curación no pueden.

135
Eso no tenía ningún sentido lógico para Titus, pero asintió y siguió a Lena al
pasillo.
Los candelabros iluminaban el pasillo. La clínica se encontraba en los niveles
inferiores de la Colonia Misos, que era en realidad sólo un viejo castillo construido
sobre una isla en el medio de un lago glacial.
Lena se detuvo frente a una robusta puerta de madera.
—La examinaremos dentro de un momento. Si necesitas cualquier cosa, háznoslo
saber.
Él murmuró un agradecimiento. Tomando una profunda respiración, abrió la
puerta, y luego entró en la habitación débilmente alumbrado y miró hacia la cama.
El olor de limpiadores institucionales le inundó la nariz. El equipo médico
llenaba el perímetro del espacio blanco, y una pequeña ventana en lo alto de la pared
del fondo daba al lago. Pero fue Natasa, acostada con la cabeza sobre la almohada y su
cuerpo cubierto por una fina manta azul, lo que llamó la atención de Titus.
El corazón le dio un salto. Alguien le había cepillado el pelo. Brillantes rizos rojos
cobrizos le enmarcaban la cara, con el aspecto de las turbulentas lenguas de las llamas
contra la almohada blanca, parecía tan apropiado ahora. Dejó que la puerta se cerrara
detrás de él y se movió silenciosamente hacia la cama. Una intravenosa estaba
enganchada a su mano, pero no había otras máquinas conectadas a su cuerpo. La piel
todavía estaba pálida, pero por suerte tenía más color que cuando había estado
sosteniéndola en aquel helicóptero.
Algo en el pecho se le contrajo con fuerza mientras la miraba. Una sensación para
la que no estaba preparado. Sí, era su alma gemela -ahora lo sabía-, pero había otra
conexión entre ellos. Algo más. Algo que sintió en el borde de la mente a la que no
podía acceder.
Lentamente, caminó alrededor de la cama y le tocó la frente con el dorso de la
mano. El calor de inmediato fluyó de ella hacía él, y ella suspiró, se inclinó hacia él,
como si necesitara el toque tanto como él necesitaba el suyo.
El pecho le vibró con mil emociones. Agarró la camiseta que acababa de ponerse,
tiró de ella por encima de la cabeza, y la dejó caer sobre una silla. La cama era la
habitual de una tarifa estándar de hospital -sencilla y apenas lo suficientemente ancha
para uno, mucho menos para dos-, pero su temperatura se había enfriado cuando él la
había abrazado antes. Esperaba que ahora que la infección había desaparecido,
cualquier conexión entre ellos la enfriara aún más.

136
Se subió a la cama, se puso a su lado y tiró la manta sobre los dos.
No abrió los ojos, pero cambió su posición y se acurrucó contra él. Y cuando
envolvió los brazos alrededor de ella, el suspiro que escapó de sus labios fue como la
música más dulce, más suave y más bella, que nunca había oído.
En ese momento, todo tuvo sentido. Ella no era solamente la segunda mitad de
su alma. Era mucho más. Sus destinos se enredan entre sí, y sabía muy dentro que
estaba destinada para algo más que ser utilizada como un peón por los dioses. Ella
estaba destinada a la grandeza.
Un cosquilleo extraño le comenzó en el pecho. Su vida entera se centrada en
torno al deber, en torno al servicio a los Argonautas, pero ella estaba cambiando sus
prioridades. Y tenía una sensación ominosa de que si ella se lo pidiera, iría hasta los
confines de la tierra por ella.
Incluso si eso significaba abandonar a sus hermanos Argonautas para hacerlo.

137
CAPÍTULO 11

Zagreus paseaba por la sala de estar de la casa de Epimeteo, en el agreste


Arizona y miró el cielo rosa anaranjado de la madrugada que se arremolinaba detrás
del intenso rojo de las montañas.
Este lugar estaba en medio de la maldita nada. No tenía ni idea de cómo el
anciano dios se apartó para vivir aquí metido, sin un alma en kilómetros a la redonda y
no perdió su puta cabeza.
—Aquí, aquí. —Epimeteo entró precipitadamente en el salón, sosteniendo una
bandeja de plata con una delicada tetera de porcelana china, dos tazas y sus platillos.
La colocó sobre la mesa de centro—. Está recién hecho.
El crespo pelo cano se liberó del lazo en la nuca de Epimeteo, cayendo hacia
adelante sobre su rostro arrugado. Llevaba una especie de muumuu6 color canela sobre
un pantalón negro. Los pies descalzos, con las uñas quebradizas de color amarillento y
demasiado largas asomando por las perneras. Empujó las gafas de montura metálica
por la nariz, echó el humeante líquido en una delicada taza y se la entregó a Zagreus.
Zagreus levantó una ceja mientras miraba el líquido verde pálido.
Epimeteo se sirvió en su taza, sonrió y tomó un sorbo. Cuando Zagreus se limitó
a mirarle, le hizo un gesto con la mano.
—Bebe, bebe. Dulce néctar de los dioses —bajó la voz—: y la cabra local.

6 Un muumuu es un vestido que suelen usar las mujeres de Hawái. Con la llegada de los colonizadores europeos y norteamericanos hasta el año 1800,
éstos pensaban que las mujeres estaban muy poco vestidas así que inventaron el muumuu para cubrirlas

138
Desterró lo que había pensado. Epimeteo ya había perdido la puta cabeza.

Zagreus dejó la taza intacta y esperó hasta que el dios situó su frágil cuerpo sobre
el sofá cubierto por un plástico.
—Quiero saber acerca de una pelirroja. De otra dimensión. De gran poder. Con
una marca en forma de triángulo en la parte de atrás de su cuello.
Epimeteo removió el líquido de la taza.
—¿Una mujer, has dicho? ¿No tienes suficientes mujeres?
—Cuántas tengo y lo que hago con ellas es asunto mío, no tuyo.
—Lo es, lo es. —Epimeteo se echó hacia atrás en su asiento—. No quise faltarte el
respeto.
Zagreus apretó los dientes. Epimeteo podría ser un dios anciano, pero él era tan
dócil como una flor, e igual de tonto. Era, sin embargo, uno de los seres más antiguos
del planeta, lo cual era la única razón por la que Zagreus estaba aquí ahora.
—¿Un triángulo, dices? ¿Lo has visto de cerca?
—No. De lejos. Cuando se dio la vuelta, con el pelo volando por encima del
hombro. ¿Alguno de los dioses lleva ese símbolo?
Epimeteo se mordió el labio. De pronto, colocó la taza de té sobre la mesa y se
puso de pie. Luego salió de la habitación sin decir palabra.
Como un gato.
Zagreus se echó el guardapolvo hacia atrás y se llevó las manos a las caderas. Los
sonidos de papeles arrugados y libros sacudiéndose resonaron desde la habitación
contigua.
No tenía tiempo para esto. Debería estar de vuelta en su campamento, mostrando
a las ninfas exactamente lo que les pasaba a los que trataban de abandonarlo. Así las
cosas, había dejado a Lykon a cargo. Y a pesar de que le había dicho al sátiro que las
ninfas no debían ser tocadas en su ausencia, sabía que el control de Lykon se rompería
en poco tiempo.
Sin embargo, esa chica -la marca- era demasiado atrayente para ignorarlo. Y el
poder que había sentido en ella...
Había hecho un trato con su padre, pero esto podría llegar a ser mucho más
lucrativo.

139
Se dio un golpecito en el muslo con la mano. Pasó los dedos por el trocito de
barba bajo el labio inferior. Desde la otra sala, Epimeteo preguntó:
—¿El triángulo estaba sesgado? ¿Al revés? ¿Tenía alguna otra marca dentro o
alrededor?
¿Dónde diablos estaba el viejo pedorro?
—No —dijo en voz alta—. Apunta hacia arriba. No hay otras marcas, líneas o
formas.
Pasaron varios minutos en silencio. Zagreus dio un paso hacia la puerta,
preguntándose si el viejo dios le había dado un ramalazo y desintegrado.
Epimeteo apareció como de la nada y metió un libro en la cara de Zagreus.
—¡Lo encontré!
—Santa Hera, viejo. —Zagreus se tambaleó hacia atrás—. No hagas eso.
—Lo siento. Lo siento. —Epimeteo pasó rozándole y dejó el libro abierto sobre la
mesa de café, luego señaló la página—. ¿Cómo eso?
Zagreus cruzó la sala y miró hacia abajo. El triángulo simple estaba en el centro
de una página llena de otras formas geométricas ordinarias.
—Sí.
—El triángulo tiene muchas connotaciones. En la sociedad Occidental, representa
la Trinidad: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. A menudo se dibuja para mostrar el
número tres. Puede vincularse al tiempo: pasado, presente y futuro. Para el mundo
metafísico: la mente y el cuerpo. Los ocultistas usan el triángulo como símbolo de
invocación. En estos casos a menudo se encuentra dentro de un círculo. Apuntando
hacia arriba puede indicar fuerza y estabilidad. O la presencia de energía masculina.
Apuntando hacia abajo…
Zagreus apretó la mandíbula.
—¿Qué pasa en nuestro mundo?
—Oh, bueno. En nuestro mundo, el triángulo tiene muchas indicaciones. Pero
apuntado hacia arriba… —Pasó la página. Cuatro triángulos ocuparon el espacio vacío.
Dos arriba y dos abajo. Un triángulo apuntando hacia arriba estaba vacío. El otro tenía
una línea perpendicular a la base que lo cortaba—… indican el aire o el fuego.
Zagreus se acercó al libro. Todos los triángulos estaban marcados. Uno para cada
símbolo de los cuatro elementos principales: tierra, aire, agua y fuego.

140
Un hormigueo le comenzó en el vientre, se expandió con fuerza y le provocó
entusiasmo.
—¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?
Epimeteo le miró por encima de sus gafas con una expresión en blanco.
—¿Decir qué? ¿Estoy diciendo algo?
Mierda santa. El anciano dios ni siquiera se dio cuenta de lo que habían
encontrado. La mujer era…
Un golpe sonó. Epimeteo se giró en esa dirección, sus ojos pequeños y brillantes
muy amplios. Una sonrisa le bifurcó la cara.
—¡Más visitantes! ¡No sé qué hacer conmigo mismo!
Zagreus podría pensar en un par de cosas, pero contuvo la lengua. Recogiendo el
libro, estudió los símbolos y el antiguo texto griego en la columna lateral.
—Deshazte de ellos.
Epimeteo agitó los brazos y se arrastró hacia el pasillo.
—Tendré que hacer más té. ¡Oh, pero esto está arreglando la mañana!
Zagreus traspasó la arcada y entró en el salón donde no sería visto. Las voces
hicieron eco en la parte delantera de la casa rústica. Varias. Masculinas. El entusiasmo
de Epimeteo reverberó por las paredes.
Estúpido de mierda. No podía seguir una simple orden. Aunque, por suerte, era
inofensivo. Lo cual era la única razón por la que Zeus le dejó venir aquí a instalarse y
no se molestó mucho con él.
Apretando los dientes, Zagreus miró el libro. “El fuego es el elemento más fuerte y
más poderoso, pero también es el que tiene menor resistencia. Uno de los cuatro elementos
clásicos, puede separarse en dos tipos: Aidêlon (fuego destructivo) y Aidês (fuego benevolente).
Es el más fundamental de todos los elementos, el fuego puede dar lugar a los otros elementos si
se manipula correctamente”.

Las últimas palabras resonaron en la cabeza de Zagreus, seguido por el recuerdo


de la reciente visita de su padre y la revelación de que el equilibrio de poder en el
mundo probablemente cambiaría pronto. ¿Era posible que esta chica fuera tanto la hija
de Prometeo y fuego?

Una ambición que jamás había tenido prendió profundamente dentro de él. Que
se jodan sus padres y lo que ellos querían. Las cosas podrían cambiar de tornas si
jugaba bien sus cartas.

141
Se oyeron pasos desde la otra sala. Zagreus se deslizó hacia las sombras, cerró el
libro y escuchó.
—Sí, sí —decía Epimeteo, arrastrando los pies por el pasillo—. Venid por aquí.
He preparado té.
Las voces murmuraban palabras que Zagreus no lograba entender. Se acercó más
a la puerta abierta.
—No, gracias —dijo una voz profunda—. No nos quedaremos mucho tiempo.
Sólo tenemos un par de preguntas.
—Argonautas —la voz de Epimeteo se alzó con entusiasmo—. Esto es una
sorpresa. Ha sido toda una mañana hasta ahora. Toda una mañana.
Zagreus se movió para poder ver desde la esquina. Dos hombres estaban en la
sala, sobrepasaban en altura a Epimeteo, uno más grande y más alto que el otro, con las
piernas como troncos de árboles y una mirada intimidante. El segundo... el pelo
castaño claro, cuerpo musculoso... Había algo vagamente familiar en su pose.
—¿Qué sabes de Odiseo? —preguntó el Argonauta que le resultaba familiar—.
Específicamente sobre su tiempo con Calipso.
—¿La ninfa?
—Sí.
—Ummm. —Epimeteo se mordió el labio y se sentó en la silla de la cocina—.
Calipso es una Nereida. La hija de Atlas. Capturó a Odiseo durante su viaje, y lo
encarceló en su isla durante siete años. Quería que fuera su marido para la eternidad.
Él estaba hechizado por su canto. Oh, ella tiene una voz preciosa. Se convirtieron en
amantes. —Su mano aterrizó sobre la mesa, y miró hacia arriba—. Penélope entró en
cólera cuando se enteró. Era toda rabia en el cielo. Odiseo, era todo un sinvergüenza,
ya sabéis, incluso antes de ser soldado de Ithaca.
Los Argonautas intercambiaron miradas de frustración. Y Zagreus rodó los ojos.
No sabes cuánto siento tu jodido incordio.
—¿Qué sabes acerca de su relación? —preguntó el Argonauta más grande—. ¿Dio
Calipso algo a Odiseo?
La forma en que dijo la palabra "dio" incitó los oídos de Zagreus.
Epimeteo se mordió el interior de la mejilla y frunció el ceño.
—Un barco. Vino. Pan. —Alzó la vista de nuevo—. Algunos dicen que un telar.

142
—¿Nada más? —preguntó el Argonauta familiar—. ¿Nada... oculto?
Epimeteo se mordió el pulgar, y luego bajó la mirada hacia la superficie de la
mesa.
—Bueno, una vez escuché a alguien decir que ella le dio el conocimiento. Pero no
era más que un mito, por lo que no le presté mucha atención.
Los Argonautas se miraron de nuevo, sólo que esta vez, la esperanza dio vida a
sus ojos. Zagreus estrechó la mirada. ¿En qué demonios estaban metidos?
El gran Argonauta apoyó la mano en la cadera.
—¿Esa persona, fuera quien fuera, dijo como desbloquear ese conocimiento?
Epimeteo parpadeó ante ellos.
—Con una llave.
Los Argonautas se agitaron. Uno se pasó una mano por el pelo. El otro dejó
escapar un suspiro. La frustración flotaba como un espeso humo en el aire a su
alrededor.
—¿Alguna idea de qué tipo de llave? —preguntó el Argonauta familiar.
—Por supuesto que sé qué tipo de llave —respondió Epimeteo, con la frente
fruncida por la irritación—. ¿Qué te crees que soy, tonto?
No, sabemos que eres un idiota redomado. Zagreus estaba listo para lanzar al viejo
dios por la ventana. Conseguir algo útil de él era más doloroso que un tirón de los
pelos púbicos.
—La llave es el Orbe de Kronos.
Ambos Argonautas se irguieron bruscamente.
—¿Cómo? —preguntó el grande.
—Calipso es mi sobrina —dijo Epimeteo con total naturalidad—. Y Prometeo es
mi hermano. Vínculos, Argonautas. Todo en nuestro mundo está vinculado a todo lo
demás. Para que el conocimiento de Calipso se desbloquee en la mente de Odiseo, tiene
que estar cerca del Orbe, que a su vez deberá contener o estar cerca de los cuatro
elementos. A menos, por supuesto, que uno crea en las vicisitudes del fuego.
—Las vicisitudes del... —El Argonauta familiar negó con la cabeza—. ¿Puedes
explicármelo una vez más?

143
—Las vicisitudes del fuego —repitió Epimeteo—. Primeramente, la mar; de la
mar, la mitad tierra, la mitad borrasca. Las conversiones o transmutaciones de los
cuatro elementos entre sí.
—Espera. —El gran Argonauta levantó la mano—. ¿Estás diciendo que un
elemento puede mutar a otro?
—¿Por el bien del conocimiento oculto? Sí. Siempre y cuando tengas el fuego. El
fuego es todo, Guardián. Por supuesto, también necesitas a Odiseo, y me temo que el
héroe murió hace mucho tiempo.
Los Argonautas se miraron entre sí. No parecían desconcertados ante esa última
revelación.
—Gracias —dijo el Argonauta familiar, girándose hacia Epimeteo de nuevo—.
Gracias por tu tiempo.
—Esperad. —Epimeteo se levantó de su asiento—. No hay razón para
apresurarse. ¿No queréis un poco de té? Lo preparé de forma tradicional.
El Argonauta familiar le dio unas palmaditas en el hombro a Epimeteo, como si
fuera un niño, lo cual no estaba lejos de la realidad, ya que el capullo daba la
información como uno.
—No. Pero gracias. Tenemos prisa. La próxima vez.
Epimeteo acompañó a los dos a la salida. Cuando Zagreus salió de las sombras y
atisbó a través de la esquina, apretó los dientes. El hijo de puta se despedía de ellos
como si fueran amigos largamente perdidos.
—Volved pronto —dijo el anciano dios. Cerró la puerta, suspiró y caminó hacia
la cocina con una sonrisa de comemierda en su avejentada cara arrugada.
Los Argonautas habían actuado como si supieran lo que podía ser la hija de
Prometeo. De lo contrario no habrían estado tan emocionados y tan impacientes por
irse. Ella había estado con un Argonauta en el acantilado más allá de la ciudad de las
Amazonas. ¿Con quién, en el reino de los humanos, los argonautas se reunían?
Y entonces lo supo.
—¿Dónde está la Colonia Misos?
Epimeteo jadeó y retrocedió de un salto como si no supiera que Zagreus todavía
estaba allí.
Zagreus apretó la mandíbula. Se había cansado de sus juegos.

144
—No me vengas con mierdas sobre que lo desconoces. Sé que lo sabes.
—¿Co-como?
La oscuridad dentro de él -su vínculo con el Inframundo- se arremolinaba como
un huracán.
—No estás tan aislado como piensas, anciano. Sé muchas cosas. —Miró hacia la
repisa de la chimenea en el salón y la pequeña caja de madera, colocada inocentemente
en la superficie, luego de vuelta al anciano dios—. Incluso sobre tu caja.
Epimeteo se quedó boquiabierto, y el miedo palideció su rostro. Bordeando la
mesa, caminó por la sala y cogió la caja, luego se la llevó contra el pecho de una
manera protectora.
—No puedes llevártela. Por favor, no la cojas. Es todo lo que queda de ella. Todo
lo que importa en el mundo. Por favor, por favor.
Las lágrimas humedecían los ojos del patético dios, y la victoria surgió a
borbotones en el interior de Zagreus. Eso no era todo lo que quedaba de Pandora la
mujer de Epimeteo, pero se guardaría esa pepita de información para un mejor
momento.
Se inclinó hacia delante, disfrutando el pánico en los rasgos de Epimeteo.
—Entonces dime exactamente donde se encuentra la colonia mestiza. Y ni
siquiera se te ocurra mentir. Los dos sabemos que eres demasiado tonto como para
hacerlo bien.



Natasa estaba flotando. Sentía el cuerpo ligero, fresco y renovado.


Gimió, estiró los brazos por encima de la cabeza, y suspiró. Algo fresco le
presionaba la columna vertebral. Algo muscular y suave al mismo tiempo. Algo que se
sentía tan increíblemente bueno, instintivamente se movió contra ello.
Abrió los ojos, parpadeando ante la tenue luz, luego miró lentamente alrededor.
Esta no era su tienda en la ciudad de las Amazonas en la arboleda. Estaba en una
especie de sala de lujo. Molduras intrincadas enmarcan una ventana oscura frente a
ella. Pesadas cortinas de terciopelo colgaban a cada lado. Estaba en una cama, un
colchón blando debajo del cuerpo, una fina tela le cubría la piel. Y atravesándole la

145
cintura, yacía un peso sólido y fresco que le enviaba un hormigueo arriba y abajo por el
torso.
Un brazo. Miró hacia abajo. Un brazo marcado en el antiguo texto griego.
Se giró lentamente y vio el rostro dormido de Titus. Sus ojos estaban cerrados, su
cabello ondulado y oscuro cayendo sobre su musculoso hombro desnudo. Su cabeza
apoyada en la misma mullida almohada sobre la que ella había estado durmiendo.
No sabía dónde estaban, no sabía cómo habían llegado hasta aquí después de
huir del ejército de Zagreus y saltar en ese océano. Pero, de repente, no le importaba.
Estaba viva. Estaba vivo. La fiebre no le asaba el cerebro, y los motivos con los que ella
misma se había convencido de que no podía tenerlo parecían desvanecerse.
El pulso le latía con fuerza mientras rodaba hacia él. Su brazo se deslizó del
vientre a la cadera. Un cosquilleo de excitación le atravesó la pelvis.
El calor se reunió en el vientre y se deslizó entre las piernas. Pero éste no era el
mismo tipo de calor que ardía y amenazaba. Este era del tipo que la hacía desear. La
hacía anhelar. La hacía pensar en nada más que en él.
Se inclinó hacia delante, presionando los labios contra los suyos. Respiró su olor
almizclado y se estremeció. Dioses, como le gustaba. Suave. Ardiendo de vida sin
embargo fresco y estimulante al mismo tiempo.
Él hizo un pequeño sonido, ni un gruñido o un gemido, pero fue suficiente para
animarla. Lo besó otra vez, acercándose más para colocar el cuerpo en contacto con el
suyo. Rozó su boca con los labios, y suavemente deslizó la lengua a lo largo de la curva
rolliza de su labio inferior.
El brazo en la cadera se flexionó, y su mano se aplanó sobre la espalda. Un
gruñido bajo se erigió en su garganta, y luego se abrió a ella, le metió la lengua en la
boca y la besó como si no pudiera tener suficiente.
El calor latía en la pelvis. Rodó sobre su espalda, arrastrándola sobre él. Una de
sus manos se deslizó por el pelo, la cogió por la nuca y le inclinó la cabeza para poder
profundizar el beso. La otra la presionaba por la parte superior del culo, pegándole las
caderas a las suyas, obligándola a abrir las piernas, para colocarse a horcajadas sobre
sus caderas. Le rozó la creciente erección.
Un escalofrío la atravesó. Gimió ante el sabor de él, en la cálida humedad de su
boca. Flexionó las caderas y sonrió cuando él alzó las suyas y presionó justo donde más
lo deseaba ella.

146
Se quedó sin aliento cuando él se retiró, cuando abrió sus hermosos ojos color
avellana, cuando levantó la vista con excitación y lujuria, y sintió cada onza de anhelo
precipitarse a través de ella.
—Estás despierto.
Su sonrisa volvió. Se frotó contra él. Le encantó la manera que esto le hizo aspirar
una bocanada de aire.
—Te has dado cuenta.
Su mirada afilada, la examinó.
—¿Cómo te sientes?
—Caliente.
Una lenta sonrisa se extendió por sus gruesos labios, y se echó a reír, un sonido
que era más dulce que cualquier otra cosa que jamás hubiera escuchado. Profundo.
Rico. Sexy. Uno que se sentía mucho mejor retumbar en su pecho.
—Puedo percibir eso.
Ella bajó la cabeza y mordisqueó la sólida y cincelada mandíbula. Luego deslizó
los labios por la oscura barba que cubría su piel, recorrió un camino hacia su oreja.
—Me refiero —pudo decir, tragando saliva—, a ¿cómo te sientes? ¿Mareada?
¿Tienes náuseas? ¿Fiebre?
Ella le lamió el lóbulo de la oreja, lo succionó y chupó. Él se estremeció y echó la
cabeza hacia un lado, ofreciéndole un mayor acceso.
—Muy caliente. Pero esta vez sólo por ti.
Besó la suave piel debajo de su oreja, recorrió a besos su cuello, disfrutaba la
sedosidad de su pelo contra la mejilla. Sin embargo, antes de que pudiera alcanzar el
hueco en la base de su garganta, le enroscó la otra mano en el pelo y con cuidado la
apartó.
—Espera.
Se echó hacia atrás y miró hacia abajo. La preocupación oscurecía sus ojos. Una
preocupación que provocó que el corazón se le sacudiera.
—Has estado un poco desorientada, Tasa. Tengo que asegurarme de que estás
bien antes de que nosotros...
La habitación estaba a oscuras, sólo una pequeña porción de luz pasaba por los
bordes de las cortinas, pero incluso en la penumbra podía ver el tinte rosado en sus

147
mejillas. Y le gustó que él estuviera nervioso. Que estuviera preocupado. Que pensara
en ella cuando él podría tomar tan fácilmente todo lo que le ofrecía sin siquiera
preguntar.
Suavemente, bajó los brazos hasta su cintura, moviéndose hasta sentarse sobre su
regazo. Su erección le presionó el sexo, y le costó mucho no restregarse contra él.
—Estoy bien, Titus. Mucho mejor que antes. Y estoy pensando con claridad. Con
mucha claridad.
La incredulidad se arremolinaba en sus ojos. Movió su mano de la pierna -la que
ahora se daba cuenta tenía desnuda excepto por la venda en el muslo izquierdo- a la
frente. Para sentir, lo sabía, si tenía fiebre.
—Estabas tan caliente.
—¿No crees que todavía estoy caliente?
Él sonrió de nuevo.
—Ardiente. Pero me gusta este calor mucho más que el anterior.
A ella también. Se inclinó hacia adelante y volvió a tocarle los labios con los
suyos.
—Tú me refrescas.
—Lo sé. Simplemente no entiendo por qué.
Oh, tenía los labios tan suaves.
—Umm...
—No quiero hacer nada que te haga daño, Tasa —murmuró contra la boca.
—No puedes. —Entonces se dio cuenta que no se preocupaba sólo por ella.
Se echó hacia atrás, apoyando las manos contra su pecho musculoso. Una
dispersión de finos pelos oscuros cubría sus pectorales.
—Lo que tengo no es contagioso, como un virus o algo. Es sólo... parte de mí.
—Lo sé.
Se quedó inmóvil. Recordó cómo él le había dicho -en la cornisa rocosa- que
podía leer la mente.
—¿Tú… sabes?
Él asintió con la cabeza.

148
—Sé lo del elemento fuego. Y no me importa. No voy a dejar que nadie te
moleste.
La piel se le calentó. El pulso se le aceleró. ¿Si sabía lo del elemento, también
sabía de los efectos secundarios y qué pasaría si no encontraba a Prometeo antes de que
fuera demasiado tarde?
Él se sentó, la envolvió con los brazos y la besó otra vez. Y ella comprendió que
tenía que apartarlo, para hablar con él sobre esto, pero sus labios eran tan suaves, su
boca tan húmeda y acogedora, no podía dejar de disfrutar de otro sabor pecaminoso.
Apoyó las manos en sus hombros. Se abrió a su beso, deslizó la lengua contra la
suya, una y otra vez. Entre las piernas, él creció grueso y duro. Su necesidad de él se
elevó a niveles exponenciales.
—Dioses. —Él le mordisqueó los labios—. Estaba muy preocupado. Me asustaste
de cojones, cielo. No hagas eso otra vez.
Tragó saliva. Sabía que era inevitable. El sueño -verlo de pie entre las llamas- se
precipitó a través de la mente, con lo que la urgencia de nuevo estuvo a la vanguardia.
Esta conversación se estaba poniendo demasiado profunda. Si le hablaba de los efectos
secundarios, tendría que contarle el resto. Y no quería profundizar... No en este
momento. No a menos que implicara tenerlo profundamente dentro.
Ella lo besó de nuevo. Le encantaba la forma en que temblaba cada vez que lo
tocaba. Apartándose, agarró el dobladillo del camisón, lo arrastró por encima de la
cabeza, y luego lo dejó caer al suelo junto a la cama.
—No quiero hablar, Titus. Sólo quiero sentir. Hazme sentir.
Sus ojos se oscurecieron. La lujuria y la necesidad se arremolinaban en las
profundidades avellana. Sus dedos se enredaron en el pelo y la arrastró de nuevo a su
boca. Y entonces la besó como nunca nadie la había besado antes.
Sí, sí. Justo así...
La energía se arremolinaba bajo la piel. La excitación le contraía las entrañas. Ella
se quedó sin aliento cuando le introdujo la lengua en la boca, y luego suspiró ante el
exquisito y exclusivo sabor de él. Su otro brazo se apretó alrededor de la cintura y la
levantó, luego le movió el cuerpo y le empujó la espalda contra el colchón.
Cosquilleos le recorrieron toda la piel cuando el colocó su peso contra ella. Ella
envolvió los brazos alrededor de sus hombros, abrió las piernas para el empuje y
retirada de sus caderas, abrió el corazón a un hombre al que no debería involucrar,
pero al que de repente no podía abandonar.

149
Mañana le contaría todo. Mañana ella averiguaría que hacer a continuación.

150
CAPÍTULO 12

Titus se retiró de la boca de Natasa y bajó la mirada hacia ella.


El pulso era un rugido en los oídos, tenía la polla tan dura que temió que si se
movía esto terminara mucho antes de empezar. Creyó estar soñando, pero ahora,
mientras le recorría la cara con la mirada, mientras asimilaba cada peca, cada pulgada
de piel cremosa, cada diminuta imperfección que la hacía real, se dio cuenta de que no
estaba fantaseando. Esto estaba ocurriendo. Ella lo había iniciado. Y él era el más
afortunado hijo de puta del planeta.
—Eres tan bella.
Un sonrojo surgió en sus mejillas. Los dedos cálidos y sedosos le tocaron
suavemente la espalda hasta que descansaron sobre la cinturilla en las caderas. Ella
agarró la tela.
—No hables. Bésame.
Subió la boca a la de él. Le permitió atraerlo en el beso, dejándola tomar la
delantera y deslizar su lengua a lo largo de la de él. Quería que ella disfrutara, que
sintiera todo. Se ordenó a si mismo ser cortés. Incluso si ella pensara que estaba bien, él
no quería precipitar las cosas.
El recuerdo de lo ardiente que había estado, lo cerca que había estado de
perderla, le estrujo el corazón.
Alzó las caderas y se rozó contra él. Murmurando:
—Más.

151
Deslizó la mano a través del hombro desnudo, bajando hacia el pecho hasta que
finalmente encontró su seno. La piel suave le llenó la palma. Rodó el pezón entre el
pulgar y el índice, tragando el gemido de su boca. Saboreó la forma en que hizo eco en
las profundidades del pecho.
Ella le deslizó la mano por el pelo, enredándose en las largas hebras. Los dedos
de la otra se abrieron camino bajando por la cintura y rozando los hoyuelos en la zona
baja de la espalda mientras él le besaba la oreja, el pulso en su cuello y mordisqueaba
un camino hacia su hombro.
—Titus… eso se siente tan bien.
Ella no tenía ni idea. Ninguna emoción fluyó de ella en él. Ningún dolor. Ningún
recuerdo. Nada excepto dulce calor, una bendita calidez que lo elevó aún más alto.
Él besó un camino hacia el seno y finalmente se lo llevó a la boca. Con la lengua
le toco el sensitivo pezón. Ella gimió, se arqueó, le tiró del pelo hasta que un lametazo
de dolor le atravesó velozmente el cráneo.
Dios, ella era tan sexy. Fuego -en el buen sentido- y suya.
Jamás había querido que nadie fuera suyo, nunca había querido la carga o la
responsabilidad de un alma gemela pero ahora no podía imaginarse estar sin ella. Besó
su otro seno, pasó la lengua sobre el pezón, y chupó. Ella le arañó el cuero cabelludo. Él
se abrió camino hacia su estómago, pasando la lengua alrededor del suave hueco del
ombligo y presionando besos suaves en su pálida y perfecta piel.
Su perfume lo excitó, lo despertó. La polla le latía mientras separaba sus piernas
más ampliamente, mientras se deslizaba más abajo. Se echó hacia atrás para mirarla a
la luz tenue.
—Oh, ligos Vesuvius.
Estaba mojada, hinchada y ardiente. La separó con los dedos y sopló contra su
montículo. Ella plantó los pies contra el colchón, agarró la sábana con ambas manos en
sus caderas, arrojó hacia atrás la cabeza, y gimió.
Mía, mía, mía… La palabra le resonó en la cabeza. Era un hombre poseído, y ni
siquiera le importaba. Agachando la cabeza, lamió su centro. Entonces tragó el sabor
dulce, ácido, erótico de ella en la lengua.
—Oh, dioses, Titus... —Alzó las caderas, apretó la sábana, y presionó contra él—.
Más.

152
La lamió otra vez, amando cada gemido y maullido que ella hacía. Deslizó la
mirada por su cuerpo, vio sus ojos fuertemente cerrados, percibió el placer deslizarse
sobre sus facciones.
Toda mía.
La quería jadeante. La quería tan desesperada por él como él estaba por ella.
Golpeó suavemente la lengua contra su clítoris una y otra vez, pasó el dedo por su
sexo, encontró su abertura, y presionó en el interior. Cada músculo de su cuerpo se
tensó. Acarició profundo. Se movió más rápido. Chupó.
El fuego le llenó la boca, el corazón, el alma. Ella gritó su liberación y se
estremeció debajo de él. Finalmente colapsó contra el colchón en un bulto empapado
de sudor y sexy.
La victoria le pulsó por las venas. La recostó suavemente, besando el interior de
su muslo, la cadera, rozando los labios contra su bajo vientre. Estaba empapada de su
boca, de su clímax. La polla deseó estar dentro de ella, pero no quería lastimarla.
Presionó la boca contra la curva de su seno y descansó la frente contra su pecho.
Apoyando las manos en el colchón, respiró profundamente para calmar el rabioso
deseo.
Los dedos de ella se deslizaron en el pelo. Con calma.
—¿Qué pasa?
¿Qué pasa? Se rió, entonces gimió porque la fricción hizo que el pene se pusiera
mucho más duro.
—Nada. Finalmente todo está bien.
—No está bien —susurró—. Todavía no de todos modos.
Ella lo lanzó sobre la espalda. Los ojos se le ampliaron, no sólo ante su fuerza
sino ante su determinación. Lo despojó del pantalón, se colocó encima de las caderas, le
agarró la polla en el férreo control de su mano, entonces se alineó a sí misma y se
movió hacia abajo, tomándolo profundamente con el primer contacto.
Santos… dioses.
Las sensaciones lo bombardearon por todas partes. Su canal resbaladizo,
apretado alrededor de él. Su piel suave, sedosa, acunándole las caderas y los muslos.
La presión de sus palmas contra el pecho y el peso de su cuerpo, subiendo y bajando,
tomándolo profundamente una y otra vez.

153
Le agarró las caderas, ascendiendo para encontrarse con su movimiento
descendente. Buscando en sus ojos cualquier señal de incomodidad. Pero él sólo vio
poder, necesidad y fuego. Un infierno resplandeciente que lo consumía y llenó ese
lugar interior que había estado vacío durante tanto tiempo.
Se enderezó, envolvió los brazos alrededor de ella, la atrajo con fuerza, y capturó
su boca mientras ella cabalgaba. Ella gimió. Se abrió. Lo besó profundamente.
Esto era mejor que cualquier cosa que él alguna vez hubiera sentido. Mejor que
todos esos años solo. Mejor que preocuparse por un mundo que no podía cambiar y
hacer siempre lo que alguien más quería que hiciese.
—Vente conmigo, Tasa.
—Sí. —Ella cabalgó más rápido. Sus dedos se deslizaron hacia el pelo, sus palmas
irradiaban calor contra el cuero cabelludo. Su cuerpo reclamaba el de él—. Sí…
El clímax irrumpió a través de él como un volcán en erupción de calor, luz y
energía. La sintió apretarse alrededor de él, la oyó gritar su liberación. Sabía en esos
momentos que algo dentro de él también había volado totalmente en libertad.
Y de alguna forma también supo, que la conexión que compartía con ella, que lo
alejaba de los Argonautas, eligiéndola a ella sobre todo lo demás, muy bien podría
conducirlo a un lugar del que no podría regresar.



Isadora bebió de la taza de té que no estaba haciendo mucho por calmarle los
nervios y se asomó a la ventana ante la deslumbrante vista de Tiyrns.
La hora era temprana -el amanecer brillaba sobre los edificios y los capiteles de la
ciudad-, y aunque estaba cansada, no había dormido más que una hora o algo así la
noche anterior. Se recostó contra la pared en el asiento junto a la ventana, levantó las
rodillas hasta donde pudo, y respingó cuando el bebé en su interior pateó duro,
diciéndole que no apreciaba ser aplastado.
—Bueno, bueno —masculló, estirando las piernas otra vez en el cojín suave del
asiento—. Entiendo. Ya eres como tu padre. Exigiendo e irritantemente terco.
Una puerta se abrió en algún lugar cercano. Levantó la mirada, entonces sonrió
cuando su hermana, Casey, se asomó por la esquina de la suite.

154
—Estás levantada más temprano de lo que esperaba. ¿No hubo suerte
durmiendo?
Isadora frunció el ceño y se pasó una mano hacia abajo por la camiseta estirada
firmemente sobre el vientre.
—Ninguna. Este niño no me quiere. Pensaba que no debería ocurrir hasta dentro
de varios años.
Una comisura de los labios de Casey se curvó. El sedoso pijama púrpura con
anchos puños en las muñecas y tobillos cubría su cuerpo delgado.
—No sabría. Pero si la memoria no miente, mi abuela decía que yo era difícil en
la época en que usaba pañales. Tal vez es típico de familia.
—Ahí está un pensamiento reconfortante. ¿Dónde está Theron? ¿No va a
extrañarte a esta hora?
—Se movía y daba vueltas anoche. Lo eché de la cama porque me estaba
manteniendo despierta. —Casey se metió un mechón de pelo castaño oscuro detrás de
la oreja—. Creo que está todavía en la oficina con Zander, discutiendo "estrategia".
La así llamada "estrategia" sería encontrar a Titus. Isadora sabía que Theron no
dormiría hasta que cada uno de sus guardianes fuera tomado en cuenta. Él se
preocupaba por ellos como si fueran sus hijos, lo que era un pensamiento irónico
viniendo de ella. Hubo un tiempo en el que había temido más a Theron de lo que había
temido a su padre.
Casi se rió de esa comprensión. La vida había sido tan fácil en aquel entonces.
Ahora tenía un reino entero por el que preocuparse. Y un marido del que no había
vuelto a saber desde la escena en el patio con Nick.
Casey se sentó en el extremo del asiento junto a la ventana, metió las piernas
debajo de ella, y extendió las manos.
—Déjame sentir.
Suspirando, Isadora apartó la mano, y Casey le apoyó ambas palmas sobre el
vientre. El bebé pateó otra vez, justo debajo de los dedos, luego logró lo qué se sintió
como un salto mortal doble.
Isadora respingó y se movió. El niño le iba a romper una costilla si no tenía
cuidado. Oh, definitivamente tenía genes Argonauta.
Una amplia sonrisa se dibujó en los labios de Casey.

155
—Eso es genial. —Movió las manos ligeramente y hacia abajo unos centímetros,
buscando al pequeño polluelo. Pero antes de que Isadora pudiera decirle que no se
sentía genial, sus ojos se abrieron, y su mirada se disparó hacia Isadora—. Oh, Dios
mío.
El impacto en la cara de Casey puso a Isadora a la defensiva en un instante. Se
colocó una mano protectora sobre el vientre.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
Casey retiró las manos de nuevo, pero la maravilla y la alegría se habían ido. La
preocupación persistía en sus ojos color violeta.
—¿Por qué no dijiste nada? Han pasado horas.
Casey tenía el don de la retrospección. Lo que quería decir que tocando a Isadora,
acababa de ver lo que había sucedido en el patio.
El estado de ánimo de Isadora fue de regreso a las profundidades deprimentes en
las que había estado antes.
—¿Qué hay que decir? Ocurrió. No fue mi culpa. No va a ocurrir otra vez.
—Pero Demetrius...
—Demetrius es un idiota si cree que está pasando algo entre Nick y yo. —Pero
aún mientras decía las palabras, la preocupación ondeó por debajo de las costillas—. Y
antes de que lo preguntes, no, no sé dónde está él. Entre la celebración y encargarme
del Consejo, no logré hablar con él después. Y cuando fui a buscarle, Phineus me dijo
que había salido con Orpheus para rastrear una pista sobre Titus.
—Hombres —masculló Casey.
Isadora se levantó del asiento porque no podía permanecer quieta más tiempo,
luchando sólo ligeramente ante el desplazamiento de su centro de gravedad. Casey
llegó hasta ella, pero se apartó del agarre de su hermana y se sujetó el pantalón del
pijama. Dos meses más...
—¿Quieres llamar a Theron? Demetrius lleva su medallón de Argos.
La cólera hizo a un lado la preocupación. Isadora paseó por la pequeña salita la
suite, los dedos de los pies descalzos -los cuales ni siquiera podía ver por el bulto del
vientre- hundiéndose en la lujosa alfombra blanca.
—No, no quiero eso. Si Demetrius no puede meter en su dura cabeza que estoy
con él porque quiero estarlo, entonces puede simplemente cocerse en su estupidez.

156
La pena se arrastró sobre las facciones de Casey.
—Tal vez es algo bueno que él no esté aquí en este momento.
Isadora miró ceñuda en dirección a su hermana, entonces inmediatamente
lamentó el enfado. Estaba perdiendo la calma por algo que ni siquiera era real, pero
sabía cómo lo consideraba Demetrius. Supo, aún después de su ceremonia de unión y
todo lo que habían pasado, que él todavía no creía que la mereciese. No creía que era
digno. No creía que pudiera amarlo. ¿Cuándo iba a entender eso?
—Ilithios —masculló.
El bebé en el vientre pateó varias veces, como si estuviera de acuerdo, e Isadora
frotó una mano sobre el bulto creciente para apaciguar al niño. Incluso el bebé lo
entendía, maldita sea.
Un golpe sonó en la puerta exterior. Isadora dijo:
—Adelante —sin molestarse en preguntar quién estaba allí.
Su otra hermana, Callia, entró en la habitación. El desordenado pelo castaño
rojizo le llegaba hasta los hombros, y su pijama azul claro de algodón estaba enrollado
en una pierna como si se hubieran retorcido en el sueño. Pero fue la mirada de
desasosiego que mostró claramente en sus ojos lo que obligó a Isadora a tomar aire y
calmar el temperamento.
—Sentí algo. ¿Están todos bien?
Como las tres estaban conectadas a través del vínculo con las antiguas diosas, las
Horae, cada una podía percibir cuándo otra estaba en problemas. O frustrada, como
era el caso ahora. Casey cruzó una pierna sobre la otra, miró hacia Isadora, y se encogió
de hombros.
—Estar bien es un término relativo en este momento.
La mirada preocupada de Callia se disparó hacia Isadora.
—¿Qué quiere decir eso?
Isadora suspiró otra vez.
—Quiere decir que algunos hombres en esta familia no tienen cerebro. O se
reúsan a usar el diminuto con el que nacieron.
El alivio se extendió por la bonita cara de Callia.
—Oh, ¿sólo eso? Sus cerebros tienden a correr hacia el sur la mayoría de las
veces.

157
Casey se rió.
Isadora puso los ojos en blanco. Deseaba que ese fura el caso. El hecho de que
Demetrius no la hubiera tocado así en semanas era otra razón por la que se estaba
acercando al borde de la cordura. Cada vez que daba un paso, él se retorcía fuera de
alcance, mascullando algo sobre no querer lastimar al bebé.
Al menos ahora él lo llamaba bebé y no cosa. Esa era una mejora, ¿verdad?
Callia apoyó las manos sobre el vientre de Isadora del mismo modo que Casey lo
hizo, pero porque el don de Callia era uno curativo, no centrado en la visión, ella sólo
sonrió.
—El bebé parece estar bien. El pulso es un poco alto, pero nada de qué
preocuparse. —Su mirada se elevó hacia la de Isadora—. ¿Qué hizo Demetrius esta
vez?
—La pregunta sería: ¿qué no hizo? —dijo Casey.
Cuando Callia miró en su dirección inquisitivamente, Casey le transmitió lo que
había visto en la visión. Y cuando lo hizo, la mirada de Callia regresó rápidamente
hacia Isadora.
—¿Qué vas a hacer?
—¿Qué puedo hacer? —Esa furia y frustración que se había esforzado por
aplastar regresó a toda máquina—. Si él quiere inquietarse, no puedo detenerlo. Y
tengo otras cosas por las que preocuparme ahora mismo, como dónde diablos está
Titus y lo que esa persona Natasa estaba haciendo en nuestro reino.
—Cerek y Phineus pudieron poner el portal en funcionamiento otra vez. —Casey
balanceó el pie y frunció la boca—. Pero no había ningún lugar registrado en la base de
datos. Y Theron me dijo antes que Skyla no estaba teniendo mucha suerte con el
ordenador de Titus. Aunque esto es de interés… Ella fue capaz de averiguar que él ha
estado buscando imágenes de satélite de la casa de Maelea en Vancouver Island y los
bosques fuera de la colonia desde que trajeron a casa a Gryphon.
—¿Investigando qué? —preguntó Callia.
—No qué —respondió Casey—. Quién. Skyla cree que ha estado buscando a
Natasa. Se conocieron en la colonia.
—Lo sé. —Callia descendió hacia el asiento de la ventana junto a Casey—. Yo
estaba allí.

158
Su hermana se perdió en sus pensamientos. Sobre qué, Isadora no lo supo. Había
estado en el cuarto cuando Titus había traído a Natasa para ver a Nick, pero no
recordaba que pasara nada extraño entonces. O la reacción de Titus hacia la pelirroja,
para el caso. No obstante, había estado distraída en aquel momento.
Suspiró y reanudó el paseo.
—Así que no estamos más cerca de descubrir nada.
—Quizás no, pero... —Casey se mordió el labio inferior.
—¿Pero qué?
Casey levantó la mirada.
—No iba a sacar esto, pero oí sin querer una conversación que Theron estaba
teniendo con uno de los chicos a través del comunicador.
—¿Acerca de qué? —preguntó Callia, de regreso a la conversación.
—Creo que cuándo Orpheus y Demetrius salieron de aquí, fueron a ver a Delia.
—¿La bruja? —preguntó Isadora sorprendida—. ¿Demetrius fue al aquelarre?
Había ido sin ella. Eso dolió casi tanto como el hecho de que no había intentado
hablar con ella después de la fiesta. Lo había apoyado a través de muchas cosas, era la
que lo había alentado a abrazar su herencia. El hecho de que pudiera hacerla a un lado
tan fácilmente le elevó el temperamento hasta el techo.
Casey asintió con la cabeza.
—No pude enterarme de mucho, sólo el lado de Theron de la conversación, pero
él mencionó algo acerca de un fuego inextinguible.
Todo dentro de Isadora se inmovilizó. Hasta el bebé desaceleró su frenético baile.
Un frío helado se le bajó por la columna vertebral.
—Dilo otra vez. ¿Estás segura de que él dijo fuego inextinguible? ¿Esas palabras
exactas?
—Sí. —La frente de Casey se arrugó—. ¿Por qué?
Isadora alcanzó una silla cercana y se sentó.
—Oh dioses.
Callia se puso de pie.
—¿Isadora? ¿Estás bien?
Isadora alzó una mano para mantenerla atrás.

159
—Estoy bien. No soy yo o el bebé. Es… —Dejó caer la mano y miró a sus
hermanas—. El fuego inextinguible. Algunos lo llaman Armagedón, otros el
Apocalipsis. Cualquier término aplicable, hace referencia al final de los días. Un
infierno de fuego que supuestamente se extiende a través de todo el reino humano y
destruye a cada criatura en su camino.
Casey y Callia intercambiaron miradas de “santa skata”. Quedamente, Callia dijo:
—¿Cómo sabes de esto?
—Cuando estaba en la escuela, estudiando para gobernar por si nuestro padre no
pudiera producir nunca un heredero varón, estaba cubierta de textos antiguos.
Prometeo, como tú sabes, es el que les dio el fuego a los humanos. Pero estaba
preocupado porque Zeus y los otros dioses un día proclamaran que no les pertenecía a
ellos. Está escrito que si ese día alguna vez llegase, él preferiría ver el fin de todas las
cosas antes que el reino humano en las manos de los dioses.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Callia—. ¿Ese Prometeo está planeando
destruir la tierra? ¿Cómo podría hacer eso? Él todavía está encadenado por Zeus.
—Podría si planeó esto hace mucho tiempo —dijo Casey quedamente—. Él es el
padre de la previsión. Quién dice que no puso una fecha límite en las cosas. Si el Orbe
no fuera encontrado en una cierta fecha, si sus piezas no fueran descubiertas en un
tiempo específico... él incluso pudo haber condicionado los desplazamientos de poder
dentro de los cielos. Es de los dioses de quienes estamos hablando, no de humanos,
Misos o Argoleans que viven en un universo finito.
Mierda. Eso le daba bastante sentido. El pulso de Isadora se aceleró.
El silencio se estableció sobre la sala. Entonces Callia dijo:
—Si eso es lo que es esto... Si los chicos han encontrado evidencia de que está
llegando...
—Entonces Titus no es el único en peligro. —Los pensamientos de Isadora
saltaron hacia los cientos de colonos en la Colonia Misos. Y hacia Nick. Aunque
todavía estuviera furiosa con él por lo que había hecho, no lo quería dañado. Y nunca
se perdonaría a sí misma si no hacía algo -cualquier cosa- para salvar a las personas
que su padre había abandonado.
Se puso de pie.
—¿A dónde vas? —Casey se levantó también.
—A vestirme. Alguien tiene que encontrar a Titus antes de que sea demasiado
tarde. Nuestros héroes no están logrando terminar el trabajo.

160
—No. —Los ojos de Callia se ampliaron con comprensión—. Es demasiado
arriesgado al final del embarazo.
A través del vínculo con las Horae, y con la ayuda del Orbe, las hermanas podían
ver el presente. Habían usado ese don una vez, y había funcionado, pero hubo
repercusiones.
—¿Qué otra elección tenemos? —preguntó Isadora—. Maelea dijo que sintió un
gran poder dentro de Natasa. Más fuerte que el de cualquier dios. No voy a descansar
y no hacer nada cuando podemos enlazar nuestros dones y encontrar a Titus. Los
Argonautas no hacen ningún progreso. Sólo están perdiendo el tiempo. Y
contrariamente a lo que ambas piensen, no soy un trozo de cristal. Soy más fuerte de lo
que parezco.
Casey frunció la boca, entonces miró hacia Callia.
—Ella tiene un buen punto.
Callia frunció el ceño.
—No hagas eso. Se supone que tienes que apoyarme. —Entonces hacia Isadora—:
Mira, aun si no estuviera preocupada por los efectos en el bebé, lo cual estoy, estoy más
inquieta por ti. Sé que eres fuerte y ruda, pero tú has pasado por mucho. Y eres la única
heredera del trono que tenemos. Casey y yo no podemos gobernar. El Consejo nunca
reconocerá a Max. Si te perdemos, el Consejo ganará. Y Zander, Theron... todos los
chicos, especialmente Demetrius, estarán cabreados si corremos el riesgo.
—Déjame a los Argonautas a mí. —La confianza creció dentro de Isadora. Una
confianza a la que se estaba acostumbrando más con cada día que pasaba. Por lo
menos, su padre le había enseñado cómo no gobernar—. Esto es cuestión de vida y
muerte. Algunas cosas son más grandes que una persona.
Cuando Callia frunció el ceño, Isadora suavizó la expresión y agregó:
—Si siento una punzada de lo que sea, me apartaré. Lo prometo.
Casey se puso de pie.
—Prometer y hacer son dos cosas muy diferentes.
Isadora sabía eso mejor que nadie. Estaba viviendo con eso cada día.
Ella empujó a un lado los pensamientos de su compañero, enderezó los hombros,
y miró a sus hermanas.
—Como reina, prometí proteger a mi gente. Y esas personas incluyen a los Misos.
Sin importar nada, no voy a fallarles. Ahora extender las manos. Es hora de dejar de

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permitir que los hombres lo arruinen todo y encontrar a ese Argonauta de una vez por
todas.



El pulso de Natasa corría mientras descansaba la cabeza contra el hombro de


Titus y luchaba por desacelerar las respiraciones.
El sudor le bañaba la piel, y los brazos de él la sujetaban fuertemente, pero por
una vez no sintió claustrofobia. No había calor. Cierto frescor, hormigueantes
sensaciones que le reverberaban atravesándole las venas, en las extremidades, incluso
en la yema de los dedos.
—Yo... —Su voz le hizo eco contra el oído—. Guau.
Una sonrisa se le extendió por los labios. Guau para ella también. Todavía podía
sentirlo dentro, reblandecido ligeramente, pero aún allí. Todavía largo, grueso y
gloriosamente desnudo.
—Me tomaré eso como un cumplido.
Él se rió ahogadamente, y el sonido rebotó de su pecho al de ella. Se sentía tan
condenadamente bien con él.
—La próxima vez prometo hacer todo el trabajo.
—¿Qué tan pronto habrá una próxima vez?
Se inmovilizó debajo de ella, y ella sintió algo, un cierto alejamiento. Confundida,
se empujó en una mano y miró hacia abajo.
Su pelo estaba alborotado, sus facciones relajadas, pero había algo en sus ojos.
Una duda. Una preocupación. Un miedo que no había estado allí antes.
Rodó apartándose de él, tirando de la sábana para cubrirse el cuerpo. Los nervios
comenzaron a arder en el estómago, recordándole que podrían tener esta química
increíble, pero había un océano de cosas entre ellos que necesitaban discutir.
—¿Cómo llegué aquí? —preguntó, calculando que empezar con lo fácil era la
mejor opción posible—. ¿Y dónde es aquí? Tengo una vaga noción de una habitación
de hospital, pero éste no parece el mismo sitio.
—Estamos en la Colonia Misos. Llamé a Nick, su líder, y le pedí que nos
recogiera.

162
—¿La colonia? —Se tensó—. ¿Alguien más...?
—No. —Él le pasó la mano por el brazo—. Nadie más sabe que estamos aquí y
Nick prometió mantener la boca cerrada.
—Oh. —Se relajó de regreso a él y se quedó mirando arriba en las vigas
intrincadamente talladas del techo—. ¿Y esta habitación?
—Te trasladamos aquí después de que te bajó la fiebre. Pensé que estarías más
cómoda. Bueno... —una sonrisa surgió con sus palabras—… creo que Lena y la
ayudante clínica pensaron que ambos nos encontraríamos más cómodos. No cabíamos
bien juntos en aquella cama individual.
Se encontraba cómoda con él. Mucho. El recuerdo de él presionado
profundamente en el interior la hizo calentarse una vez más. Se mordió los labios.
Él rodó hacia su costado, frente a ella, y se rió ahogadamente.
—Podré no sentir tus emociones pero definitivamente puedo sentir tu
temperatura corporal elevándose. Dame un minuto para recuperarme, ¿vale? Puede
que sea un héroe, pero tú tienes una tendencia a sobrepasarme.
Ella sonrió, la tensión interna se aligeró. Cerró las manos sobre su antebrazo
descansado contra el vientre.
—Supongo que ya que no has tenido sexo en cien años, podría interrumpir tu
inactividad.
—Oh, tengo sexo.
Los dedos se le inmovilizaron sobre las marcas de los Argonautas en sus brazos.
—¿Lo tienes?
—Sí. ¿Por qué? ¿Te asombra eso?
—No. Sólo pensaba… Bueno, dijiste que no podías tocar a nadie “Excepto a mí”.
Que habían pasado cien años.
—No lo he hecho. Pero no soy célibe. Un hombre tiene necesidades.
Se congeló debajo de él. No supo qué decir.
—Pregúntame, ligos Vesuvius.
Lo miró y entrecerró los ojos.
—¿Estás leyendo mi mente?

163
—No. —Sonrió—. Pero estás calentándote otra vez, y puedo decir que esta vez no
es de excitación.
Tenía razón. Se estaba calentando. Odiaba tener las emociones tan estrechamente
ligadas a ese maldito elemento que tenía dentro.
—Sólo… vi la manera en la que reaccionaste cuando las Amazonas te tocaron.
Estabas dolorido. ¿Cómo logras… tú sabes... mantenerte… lo suficientemente… duro…
para hacer el amor con otras... —mierda—… personas?

Sus mejillas se volvieron de un ligero tono más rosado.


—Es un enrevesado proceso de taparse, condones y asegurarse de que
físicamente no me toquen.
—¿Quiénes?
Él apartó la mirada, y sus mejillas se volvieron más rosadas. Estaba avergonzado.
Darse cuenta le provocó una extraña emoción.
—Hay un par de mujeres habituales allá en Argolea que saben lo que me gusta.
Esa emoción se convirtió rápidamente en una ráfaga de disgusto. ¿Había hecho
ella lo que a él le gustaba? No lo sabía. Repentinamente, quiso saber mucho más. Y
quiénes eran esas hembras que se arrojaban sobre él.
—¿Y qué es eso que a ti te gusta?
Su brazo se apretó alrededor de la cintura, y le acarició con la nariz la oreja.
—Me gusta estar dentro de ti. Desnudo. Sintiendo cada parte de ti. Dioses, tu
cuerpo entero se derritió como fuego líquido cuando culminaste.
Él estaba siendo tierno. Y sexy. Y era condenadamente bueno en ambos. Pero
repentinamente no podía dejar de pensar en él con esas mujeres “habituales”.
Literalmente sintió como se le elevaba la temperatura. Era estúpido perder tanto
la calma. No lo conocía desde hacía muchos días, y al fin y al cabo cuando él había
follado con esas otras mujeres, ella había estado congelada.
—Tasa. —Él levantó la mano del vientre, usó el dedo índice para ladearle la cara
en su dirección, y la obligó a mirarlo—. No pueden tocar. Esa es la regla. Y usualmente
están atadas porque no confío en ellas. Acceden a eso no por mi causa, sino por la
ostentación de los derechos de acostarse con un Argonauta. Lo odio. Es clínico en el
mejor de los casos. Pero es la única cosa que he descubierto que funciona. No fui hecho
para ser célibe.

164
Ella podía sentir eso. Todavía estaba semiduro contra el muslo, hasta en medio
de esta jodida conversación. Obviamente estaba hecho para el placer y la liberación. Y
aunque la cólera se había apaciguado, el pensamiento de él dándole ese placer a
alguien más quemó una ruta de fuego directamente hacia las entrañas.
—Lo siento. —Ella bajó la mirada hacia sus labios. No podía encontrarse con sus
ojos—. Te lo dije antes soy… —Emotivamente volátil. Una loca perdida. Patéticamente
celosa—… Inestable.

Sus deliciosos labios se curvaron.


—Y yo te contesté que yo también lo soy. —Le besó la comisura de la boca—.
Estar contigo… no hay ni siquiera una comparación. Sólo pensar en los sonidos que
hiciste, la manera en la que culminaste... La manera en la que te sentí alrededor de
mí… Skata, me pone aún más duro, ahora mismo. ¿No puedes sentirlo?
Sonrió porque podía sentirlo. Y porque esta conversación estaba fuera de las
gráficas de lo demente. Ardiendo de vergüenza, envolvió los brazos alrededor de su
cuello y lo atrajo cerca.
Él le besó la garganta y el frescor de su respiración le dio en la piel.
—Me has arruinado para cualquier otra, lo sabes. No hay forma de que pueda
regresar a eso después de esto.
El pensamiento alivió el malestar. Hizo que se le tensara el sexo. Pero entonces se
dio cuenta de lo que quería decir. Y la culpabilidad se deslizó profundamente. La
culpabilidad por hacer un gran problema de algo que -en algunas semanas- ni siquiera
importaría ya.
Si ella fuera normal, si tuviera alguna clase de futuro, él sería el tipo de chico con
el que ella querría pasarlo.
No podía decirle lo que sus palabras significaban para ella. Pero podía darle algo
que él había estado esperando.
—Titus, el elemento dentro de mí… se está calentando. Fui a Argolea con la
esperanza de que tal vez Maelea pudiera decirme dónde encadenó Zeus a Prometeo. Es
el único que sabe cómo detenerlo. Él me lo dio. Es… mi padre.
Él se empujó sobre su brazo y se quedó mirándola.
—¿Tu padre? ¿Pero cómo? —Su mirada le recorrió las facciones—. Eso te hace
como de… cuatro mil años de edad.

165
—Técnicamente, sí. —Descansó las manos contra sus hombros, amando la
manera en la que los músculos se flexionaron debajo de los dedos—. Pero
cronológicamente tengo sólo veintinueve años de edad. Estuve atrapada en un estado
criogénico durante más de tres mil años.
Su frente se arrugó. Podía ver que él se esforzaba en repasar todas las
posibilidades de eso.
—Explícamelo otra vez.
Empujó contra sus hombros y apoyó la espalda contra las almohadas. Explicar
todo esto cuando su toque era una fría tentación que le gustaba demasiado, le hacía
difícil concentrarse.
—Mi madre era una ninfa que fue seducida por Zeus. Tuvieron una aventura,
pero cuando Hera se enteró, ella enloqueció. Para proteger a mi madre, Zeus la
convirtió en una… bueno, una vaca. La gente dice que una hermosa ternera blanca,
pero realmente, era una vaca. Creo que lo hizo porque él es un asno. Quiero decir, él
pudo haber escogido cualquier cosa, ¿pero una vaca? —Sacudió la cabeza, levantó las
rodillas, y envolvió los brazos alrededor de ellas—. Hera estaba tan cabreada de que él
hubiera intentado protegerla, que ella desterró a mi madre de Grecia y la maldijo a
vagar por la selva como una bestia.
Él no dijo nada, sólo se apoyó sobre un codo y la miró, perplejo. Bueno, jugarse la
carta de Prometeo con él probablemente no había sido la cosa más inteligente que
podía hacer, pero ahora que estaba ahí, no la podía retirar. Y parte de ella no quería
hacerlo.
—Zeus no hizo nada para detener a Hera, y mi madre no tuvo ninguna elección
sino dejar el único hogar que había conocido. Estuvo vagando durante años. Sin
embargo, lo que Zeus no había previsto fue que durante ese vagabundeo,
accidentalmente encontrara a Prometeo, quién ya había sido encarcelado. Supongo que
a ella le dio pena el dios, estaban básicamente en la misma clase de prisión pero con
muros diferentes, ambos deportados y solos. Lo que fuera que ella le dijo debió haber
hecho mella en Prometeo, porque aunque él todavía estaba encadenado, conservaba el
poder para aliviar al menos en parte su sufrimiento. La convirtió de nuevo en mujer.
Titus se enderezó lentamente.
—Conozco esta historia. Io. La ninfa que fue convertida en una vaca fue Io. ¿Tú
eres la hija de Io?

166
Natasa tragó saliva. La sábana cayó contra su cintura. La luz del borde de las
cortinas hizo brillar su pecho fuerte, sólido. Débilmente se preguntó qué hora era -qué
día-, pero la conmoción y el temor vivo en sus facciones le impidió preguntar.
—Siendo el padre de la prospección, Prometeo tiene el don de ver el futuro.
También le dijo a mi madre que un día ella llegaría a Egipto, y allí, lejos de la vista de
Hera, Zeus eventualmente rompería la maldición errante. Como agradecimiento por la
esperanza que le había dado, mi madre, uh, alivió su… hmm, sufrimiento.

—Espera. —Titus levanto una mano—. Mientras Prometeo estaba encadenado a


una roca, tu madre…
¿Folló con él atado?
Las mejillas de Natasa ardían.
—Ah… sí. Ella, hmm, le alivió… tanto como pudo mientras él estaba atado. Yo fui
el resultado.
Titus se rió ahogadamente.
—Le da un nuevo significado al título de esa antigua obra griega, Prometeo
Encadenado.
Él estaba haciendo chistes. Un poco de la vergüenza cedió.
—Supongo que se podría decir así. —Tragó—. Mi madre finalmente llegó a
Egipto, y Zeus la liberó de la maldición de Hera. Y allí se casó con un rey egipcio,
Telégono- mi padrastro. Pero cuando Zeus descubrió lo que había pasado entre
Prometeo y mi madre, vino a buscarme.
—Un momento. Sé esto también. Prometeo pronosticó que un descendiente de Io
conduciría a la caída de Zeus.
Ella asintió otra vez. Él ya no se veía horrorizado. Sólo… interesado. Y eso calmó
la ansiedad.
—Estaba al final de mis veinte por entonces. Sólo recientemente se me había
hablado sobre Prometeo. Cuando Zeus apareció en la forma de una paloma, no tuve
miedo. Digo, las palomas no dan miedo, ¿verdad? Fue sólo después de... después de
que él me llevó lejos de mi casa, que comprendí el porqué.
—¿Entonces te congeló en una especie de estado perfecto durante más de tres mil
años? ¿Por qué simplemente no te mató?
—Porque matándome, él también acabaría con el elemento fuego. Y sabía que un
día lo necesitaría.

167
—¿Cómo escapaste?
—No tengo recuerdos de entonces. Fue como estar en coma. Un día caes
dormido, al siguiente te despiertas y los años han pasado. Sólo que en mi caso, fueron
miles de años. No sé qué cambió, pero por alguna razón, me desperté. Estaba en una
caverna a gran altura en las montañas de Grecia. No esperé por ahí para ver quién, si
es que fue alguien, me había salvado. Me fui tan lejos de allí como pude. Entonces,
después de ajustarme a los cambios en el mundo, a los cuales todavía no estoy
acostumbrada por completo, fui a buscar a mi padre.
—Para cumplir con tu destino —dijo quedamente.
Sus ojos eran tan intensos, su mirada tan fijamente en la cara, el corazón le brincó
otra vez.
—No —susurró—. No soy ninguna heroína, Titus. No estoy buscando a
Prometeo por otra razón que no sea la de descubrir cómo impedir que el fuego en mi
interior me consuma.
—El destino es algo caprichoso para jugar con él.
—No podría saberlo. De momento, sólo estoy tratando de marchar día a día.
—Por eso es que estabas con las Amazonas, ¿verdad? Porque estabas escondida
de Zeus.
Ella inhaló de un tirón, entonces lentamente exhaló.
—Sí. Las Amazonas no tienen ningún amor particular por los dioses. Aunque
Aella y sus guerreras tienen sus propios problemas, estuvieron más que felices de
ayudarme siempre que yo las ayudara.
—¿Qué ibas a hacer para ellas?
—Encontrar la manera de impedirle a Zagreus fastidiar a su tribu.
—Eso no resultó muy bien.
No, no lo hizo. Y una astilla de culpabilidad le azotó atravesándola cuando pensó
en lo que sucedió en la ciudad de las Amazonas. Aunque estaba bastante segura de que
Zagreus no estaba allí por su culpa.
—No estaba tratando de herir a nadie. Aquel guardia en tu reino… ni siquiera
sabía que podía hacer eso.
—Lo sé.

168
Su fe absoluta en ella la sacudió hasta la medula. Nadie más había creído en ella
jamás. ¿Por qué él? ¿Y por qué ahora? Miró fijamente hacia sus ojos color avellana. Y
vio ese destello de preocupación otra vez.
Él estaba reteniendo algo. El pulso se le aceleró. La piel se le calentó por todas
partes. Buscó en sus ojos las respuestas.
Él era un tipo listo, descendiente de Odiseo. Aunque no estuviera dispuesto a
admitirlo, ya sabía lo qué pasaría si el fuego la consumía primero.
El corazón se le contrajo.
—Deberías alejarte de mí tanto como puedas —susurró—. No quiero lastimarte.
Él se estiró a través de su cuerpo, enganchó una mano sobre la cadera, y la tiró
debajo de él, hasta que su cuerpo estuvo perfectamente sonrojado contra el suyo.
—Dijiste eso antes y no escuché. No estoy escuchando ahora.
Ella presionó las manos contra su pecho e intentó empujarlo.
—Titus...
—Alto.
Se paralizó debajo de él.
Sus ojos eran intensos como siempre. Su mirada, inquebrantable. Y mirándole
encima, el corazón le dio un duro y doloroso vuelco.
—Te dije que no te desharías de mí, y lo dije en serio. —Él retiró un rizo de su
sien. Su voz gentil—. Aclaremos esto. Todavía tenemos tiempo. No te dejaré ir, Natasa.
¿Comprendes? Eres mía ahora.
Suya...
Él inclinó la cabeza, rozó su boca sobre la de ella, y la besó suavemente.
Profundamente. Y el cuerpo entero respondió. No sólo por el beso, sino por él. Por lo
que estaba dispuesto a hacer por ella. Por el firme voto de protegerla.
Sabía que estaba mal. Sabía que era egoísta. Pero tampoco quería renunciar a él.
Envolviendo el brazo alrededor de su cuello, lo atrajo cerca y se arqueó contra su
cuerpo fuerte y musculoso.
Nadie había querido ayudarla antes. Ni siquiera había considerado que alguien
como Titus pudiera existir por ahí afuera. No había pensado esperar por él. Pero tal
vez realmente había una oportunidad de que pudieran hacer esto. Tal vez él podría
ayudarla a encontrar a su padre y deshacerse de este maldito elemento.

169
Y tal vez… sólo tal vez… no tendría que llevar a cabo el trato que había hecho
con Poseidón después de todo.

170
CAPÍTULO 13

Demetrius destelló en el patio del castillo Argolean. Los recuerdos de ver a Nick
e Isadora aquí el día anterior le bombardearon, pero los apartó. Ahora mismo tenía que
reunirse con Theron.
—Espera, D —refunfuñó Orpheus desde atrás.
Hizo caso omiso de Orpheus y se dirigió hacia el castillo. A esta hora -casi las seis
de la mañana- la fortaleza estaba en silencio. Los guardias observaron su avance por el
el vestíbulo principal, pero apenas les prestó atención. Se dirigió al despacho de
Theron.
La luz se filtraba por la puerta hacia el oscuro pasillo. Las voces se hicieron eco
desde el interior. Theron y Zander.
Abrió la puerta. Z y Theron estaban estudiando lo que parecía un mapa en una
pantalla virtual cerca del escritorio de Theron. Ambos le miraron cuando el sonido de
pasos de botas se detuvo.
—Bueno —preguntó Theron. Su mirada se desvió de Demetrius a Orpheus
detrás—. ¿Qué hay?
—Más de lo que puedas querer saber —refunfuñó Orpheus, esquivando a
Demetrius para avanzar—. Acabamos de tener una pequeña charla agradable con
Epimeteo.
—¿El Titán? —preguntó Zander—. ¿Cómo, en el hades, acabaste allí? Pensé que
ibas a visitar a una bruja.

171
Demetrius entró en la estancia y les informó de su visita a Delia y cómo los había
conducido al anciano dios. Cuando terminó, la expresión de sorpresa de Zander lo
decía todo.
—Skata —murmuró—. Y pensé que era a Kronos al que debíamos vigilar.
—También nosotros. “¿Las cosas van bien para ti?” —se mofó Orpheus en su
mejor imitación de Zeus—. “Aquí, inclínate y te daré por culo unas cuantas veces para
animar las cosas”.
Theron ignoró su sarcasmo.
—Tenemos que encontrar a Titus y detener a Natasa antes de que sea demasiado
tarde. —La urgencia formaba profundas arrugas en su frente. Volvió a mirar el mapa—
. En base a lo poco que pudimos obtener de los registros del portal, lo hemos reducido
a la mitad occidental de los Estados Unidos. Cerek y Phin están buscando en este área
de aquí...
—¿Papá?
La voz de once años de edad llamó la atención de Zander. Su frente se frunció
por la preocupación.
—¿Qué haces levantado tan pronto, hijo?
Max se frotó el ojo izquierdo. Tenía el pelo rubio de punta y su pijama colgaba de
su cuerpo delgado como si fuera dos tallas más grande. Pero las marcas de los
Argonautas visibles en sus manos demostraban que pronto crecería como correspondía
a su linaje. Y ya que era el hijo de Zander, y un descendiente de Aquiles, lo haría a base
de bien.
—No podía dormir. Fui a ver a Mamá, pero no está en la cama. Pensé que tal vez
estaba con la tía Isadora, ya sabes, por el bebé y todo eso, pero ella tampoco está en su
habitación.
Un disparo de inquietud atravesó a Demetrius. Theron se volvió hacia Zander.
—Averigua si todo está bien. ¿D?
Demetrius lo miró.
—¿Sí?
—Ve con él.
El corazón le aporreaba con fuerza en el pecho. Debería. Pero muchas cosas
dependían de la búsqueda de Titus. Sabía que Isadora no estaba en peligro; debido a la

172
conexión entre almas gemelas lo sentiría si así fuera. Ahora mismo, la ayudaría mucho
más buscando a Titus que tratando con lo que había pasado entre ellos antes.
—No. Estoy seguro de que todo está bien.
Mentiroso.
Aplastó el pensamiento antes de que pudiera escapársele. Zander y Max se
fueron y Orpheus se colocó junto a la mesa. Demetrius trató de mantenerse
concentrado mientras Theron les informaba de lo que él y Zander habían descubierto
mientras habían estado fuera. Contactos en la costa oeste habían informado de un
fuego en los bosques de secuoyas y de una tribu de Amazonas completamente
diezmada. Aunque no hubo confirmación oficial, Theron obviamente pensaba que
Titus y Natasa estaban de alguna manera involucrados.
Pasos resonaban por el pasillo. Demetrius se giró cuando Zander volvía a meter
la cabeza por la puerta. Y la ira que brillaba en sus ardientes ojos plateados puso en
estado de alerta inmediata a Demetrius.
—¿Qué ocurre? —indagó Theron.
—Pregúntale a ella. —Zander tiraba de Casey detrás de él mientras entraba en la
sala. Max se arrastraba tras ellos con los ojos muy abiertos y, esta vez, muy despierto.
—Vale, vale —dijo Casey, tirando del brazo por el que la sujetaba Zander—. No
tienes porque alterarte tanto.
—¿Acacia? —Los ojos de Theron se endurecieron. Se apartó del escritorio y fijo la
mirada en Zander—. ¿Qué demonios te pasa?
Casey se colocó entre su compañero y Zander y puso una mano sobre el pecho de
Theron.
—No pasa nada. Estoy bien. No te cabrees con Zander. Esperaba que lo
descubrieras todo tarde o temprano.
Theron la miró el rostro confundido.
—¿Averiguar qué? ¿Qué está pasando?
Ella apretó los labios y miró al suelo.
—¿Meli? —incitó Theron.

—Está bien. Prométeme que no vas a enojarte.


Todo dentro de Demetrius se congeló.

173
—Dinos lo que ha pasado —dijo Theron, tratando de tener paciencia con su alma
gemela, pero sin llegar a conseguirlo del todo.
—Bueno... —Casey se retorció las manos—. No podía dormir. Y tuve la sensación
de que Isadora no podía tampoco. Así que... me fui a verla.
Cundió el pánico en Demetrius.
—¿Dónde está Isadora?
La mirada preocupada de Casey saltaba de un rostro a otro, y finalmente se
detuvo en Demetrius.
—En la colonia. Con Callia. Reunimos nuestros dones para encontrar a Titus. Él
está allí. Con Natasa. Isadora fue a hablar con ellos y averiguar lo que está pasando. Y...
El corazón casi se le detuvo. Ella había ido al reino humano. Sin él. Sin ningún
tipo de seguridad. Para hacer frente a alguien que muy posiblemente podía estar
trabajando con Hades. El dios que todavía tenía un contrato por su alma.
La oscuridad interior contra la que Demetrius luchaba para contener, burbujeó
hacia la superficie. La voz se le convirtió en hielo en la garganta:
—Y, ¿qué?
Casey suspiró.
—Y para ver a Nick.



Nick se pasó una mano por el pelo puntiagudo de la parte superior de la


cabeza. Necesitaba afeitarse de nuevo el maldito cuero cabelludo. El puñetero crecía
como la mala hierba.
—Bueno, vamos a sellar el túnel. No quiero que nadie más se lastime.
Kellen enrolló el mapa que detallaba los túneles que había bajo la colonia.
—Lo haré.
Se dio la vuelta y se alejó de Nick; hizo un gesto a los otros hombres que había
traído con él y se dirigió al fondo de la caverna. La luz de la linterna iluminaba las
paredes de roca y las estalactitas que colgaban del techo. El agua goteaba en algún
lugar cercano, y un escalofrío se extendió por la espalda de Nick mientras los

174
observaba avanzar. Desde la entrada del castillo, numerosos túneles se desplegaban
bajo el lago de montaña. Estaban destinados a desorientar a cualquiera que se
aventurara demasiado cerca de la colonia. Pero no todos eran estables, y éste fue el
segundo derrumbamiento del túnel que habían tenido en el último mes. Por suerte,
esta vez, sólo una patrulla de guardias había sido sorprendida por los escombros que
cayeron, y sus heridas fueron leves. La próxima vez, podrían no tener tanta suerte.
—Esperaba que te escondieras de mí. Pero no esperaba que fuera aquí abajo.
El estómago de Nick le dio un vuelco hasta la garganta cuando reconoció la voz.
Poco a poco, se volvió y miró hacia la silueta detrás de él. A la mujer con la que había
estado soñando y maldiciendo durante todo este último día.
Isadora colocó los puños en las caderas. Llevaba un pantalón suelto en gris y una
ajustada camiseta negra que acentuaba sus pechos y la curva de su vientre. Pero
incluso en la penumbra pudo ver el brillo de su pelo rubio, la inclinación de la
mandíbula y el fuego en sus ojos que él tanto odiaba y admiraba.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Uno de mis Argonautas está aquí. Quiero verlo.
Había venido por Titus. No por él. Debería habérselo esperado y sin embargo…
la decepción le cayó como una piedra en el estómago. Movió los pies sobre el suelo de
piedra irregular y enganchó el pulgar en el cinturón.
—No puedes controlar a tus héroes, ¿eh? Si no recuerdo mal, también perdiste al
último. Un eficaz liderazgo, princesa.
—Veo que la gilipollez corre por la familia. ¿Dónde está Titus?
Debía haber tenido una discusión con su hermano. Demetrius no la habría dejado
venir aquí sola. Un pequeño temblor le recorrió.
—Pídemelo educadamente y tal vez te lo diga.
Sus ojos llamearon y dio un paso adelante.
—He terminado de jugar a la cortesía contigo, Nick. Algunas cosas son más
importantes que tus problemitas.
Él se inclinó. Tan cerca que podía oler su dulce aroma.
—Tú eres mi problema, princesa. Siempre lo has sido.
Sus ojos se suavizaron, apenas. Sólo lo suficiente para decirle que lo compadecía.

175
—Lo sé. Y lo siento. Pero vas a tener que aguantar y tratar con ello, al igual que
yo. Tu gente tiene problemas, Nick. Problemas muy gordos.
Su gente. Estaba harto y cansado de su gente. De servirlos. De dirigirlos. De
tomar todas las decisiones difíciles, como qué demonios hacer con el jodido túnel que
se había desplomado. Lo que quería era dejar que otra persona se ocupara de la
mierda. Y tomar lo que estaba de pie justo frente a él.
—A pesar de lo cabreada que estoy por lo que hiciste —continuó—, no quiero
que nada te pase. Me preocupo por ti. Eres de la familia.
Familia. En la lista negra, como el “cuñado zoquete”. No el hombre que ella
amaba.
Y sin embargo... ella estaba aquí. Por propia voluntad. En su territorio. Tal vez
todavía podría convencerla de que aquí era donde debía estar.
Alargó la mano hacia su codo, cerró los dedos sobre los delicados huesos y tiró.
La ira y la excitación se le arremolinaban en el estómago y se dispararon a través de
cada una de las venas. Una vocecita en la cabeza le gritó: no vuelvas a hacerlo, pero la
ignoró. Tal y como lo había hecho la última vez.
—¿Por qué no me demuestras lo mucho que te importo, princesa?
Un pequeño gemido escapó de sus labios. Su cuerpo rozó el suyo, la curva de su
vientre le impidió sentirla por completo como quería. Agachó la cabeza y se inclinó
para besarla.
Le dio un puñetazo en el estómago. Y la fuerza del golpe lo dobló con un
gruñido.
—Te dije que no volvieras a tocarme de esta manera. —La voz enojada de
Isadora le penetró en los oídos—. No estaba bromeando.
Nick se pasó una mano por la cintura, frotando el punto dolorido. Estaba más
sorprendido que herido. Para ser una chica –una muchacha embarazada- golpeaba con
mucha fuerza. Demetrius, obviamente, le había enseñado algo.
—Tú acudiste a mí, princesa. No te olvides de eso.
—Confía en mí. No lo haré. Y no me apresuraré a repetirlo.
—Lo harás. Tú y el drama parecéis ir de la mano. Creo que te gusta agitar la
mierda. De hecho, estoy bastante seguro de que es la única razón por la que estás aquí
ahora. No para advertirme sobre cualquier supuesto problema, sino porque
simplemente no puedes aguantar sin ser el centro de atención.

176
Su rostro palideció.
—Eso que has dicho es algo horrible.
Él resopló y apartó la culpa que intentó infiltrarse.
—No, horrible es que te lances sobre mí y después te hagas de rogar. Dime, ¿sabe
tu jodido marido que eres una calienta pollas?
Pasos aporrearon el suelo de roca y antes de que Nick pudiera desviar la mirada
de Isadora para ver de dónde venían, un puño le golpeó la mandíbula,
desestabilizándole.
Isadora chilló. Nick se tambaleó hacia atrás y chocó contra una estalagmita.
Piedras y escombros se desprendieron de la punta, cayendo al suelo de la cueva. Unas
manos le agarraron por la pechera de la camiseta y lo arrastraron, estampándole contra
la pared de la caverna.
—¡Demetrius! ¡Para!
—Eres un hijo de puta —gruñó Demetrius, haciendo caso omiso de Isadora—.
Iba a cedértela, gilipollas. Pero ya no.
Un jadeo retumbó por la gruta, pero en todo en lo que Nick podía centrarse era
en los ojos enfurecidos de su hermano. Eran más o menos del mismo peso, pero
Demetrius le sacaba por lo menos un centímetro, aunque en este momento a Nick le
importaba un carajo. El sabor cobrizo de la sangre se le deslizó por la lengua. Y con esa
oscuridad rugiéndole en las venas, animándolo, una esquina de la boca se le retorció en
una mueca de desprecio.
Esto era mejor que besar a Isadora. O atormentarla. Éste era el derramamiento de
sangre que había estado esperando durante meses.
—¿A pesar de que no la quieres? —gruñó Nick—. Sí, ella ha resultado ser un
buen partido, ¿verdad?
El agarre de Demetrius sobre la camiseta de Nick se apretó. Y se inclinó tan cerca,
que Nick podía sentir la oscuridad que también irradiaba de él.
—Dame una razón para no quitarte la vida a golpes.
Se escuchó el sonido de pasos acercándose, y las voces hicieron eco a través de
los túneles. Kellen y los demás que habían estado comprobando el derrumbe,
irrumpieron en la cámara. Nick les detuvo con la mano.
—No lo toquéis. Es mío. —Después se dirigió a Demetrius—. ¿Crees que puedes
vencerme? Pruébalo.

177
—Oh, por el amor a los dioses. —La voz de Isadora rebotó en la roca e hizo eco
en la caverna—. Los dos sois unos completos idiotas si creéis que esto ayuda. Mataros
el uno al otro, no me importa. He tenido bastante. Tú —apuntó a Nick con la barbilla—
con esa jodida actitud de no me importa una mierda, y tú —desvió la mirada hacia
Demetrius— ¿crees que me posees? Nadie me cede. —Alzó las manos—. He terminado.
Ya he terminado con vosotros dos.
Se volvió hacia el túnel que conducía al nivel más bajo del castillo. Por primera
vez, Nick se dio cuenta de la presencia de la hermana de Isadora. Callia, estaba de pie
junto a la puerta de entrada a la colonia.
—Vamos. Vamos a buscar a Titus antes de que sea demasiado tarde.
—Está arriba, en una de las suites.
—Gracias a las Destinos que no tenemos que ir a buscarle —murmuró Isadora—.
Cuanto antes hagamos lo que tenemos que hacer, más pronto podremos largarnos de
aquí. De repente estoy harta de esta vista.
Sus pasos resonaron y poco a poco se desvanecieron. El silencio descendió y se
estableció en el tenso ambiente. El único sonido era el latido del corazón de Nick
rugiéndole en los oídos. Esperó, aguardando a que Demetrius se armase de valor y le
diera otro puñetazo en la mandíbula, pero el golpe nunca llegó. En cambio, Demetrius
le soltó y dio un paso atrás. Entonces su rostro palideció y la preocupación se deslizó
en sus ojos oscuros, por lo general cautelosos.
—Skata. —Demetrius se pasó una mano por el pelo.

Y allí de pie, mirando, Nick tuvo el ramalazo de un recuerdo. Del aspecto de su


hermano colgado en la cámara del Consejo después de que Demetrius e Isadora
hubieran regresado de la isla. Lo perdido que había parecido entonces. Cómo Isadora
había sido la única en creer en él. Cómo había convencido a su padre para que abdicara
del trono a favor de ella, su intervención, diciendo al Consejo que se fuera al infierno y
deteniendo su ejecución.
Lo que tenían era más fuerte que la vinculación de las almas gemelas. Era el tipo
de conexión que te define, que te hacía ser quién eras. La única cosa en el mundo por la
que te sacrificarías, porque sabes que jamás estarás completo de nuevo, todo para
mantener al otro a salvo.
—La amas.
Demetrius tomó aliento.
—No. —Nick aclaró—: Quiero decir, que realmente la amas.

178
—No te atrevas a burlarte.
Nick no lo hacía. Al menos, no era su intención. El sudor le brotó en la frente. No
le importaba que sus hombres pudieran estar todavía escuchando. Que la vida privada
por la que luchó tan duramente en mantener privada ante aquellos a los que protegía,
poco a poco se distanciaba. Sabía que Isadora sentía algo por su hermano, pero todo
este tiempo había asumido que era la vinculación de las almas gemelas lo que les
mantenía juntos. Había pensado que su propia vinculación a ella era más fuerte.
Ahora…
Ahora sabía que ni siquiera se acercaba. Puede que quisiera a Isadora. Nunca
podría dejar de ser el alma gemela de ella. Pero ella no lo amaba. Y jamás lo haría.
—Ve con ella.
Demetrius cerró los ojos.
—Ella no me quiere, idiota. ¿No la oíste?
—Sí, lo hice. —Nick se tragó el nudo en la garganta—. Simplemente está
cabreada, y con razón. Fuiste un gilipollas.
—¿Me estás diciendo que me quede con ella? Skata, tú fuiste el que dijo que
estaría más segura aquí contigo.
—Soy un imbécil. ¿Qué diablos sé yo? —Cuando Demetrius se pasó una mano
por los ojos, Nick se encontró con una opción. Perseguir lo que quería, o hacer lo
correcto. Y mierda, aunque no quería nada más que ser un capullo egoísta, algo por
dentro no se lo permitía—. Ella te ama, idiota. Incluso yo lo veo. ¿Eres realmente tan
tonto como para mantenerla lejos?
Demetrius se quedó mirando la pared de la cueva. La derrota atravesaba su
expresión.
—Tienes razón con respecto al Consejo. Se abalanzaran sobre ella tan pronto
como piensen que pueden hacerlo.
—Entonces no se lo permitas. Tienes a los Argonautas de tu lado. Utilízalos. Si tú
y esos afeminados con los que pierdes el tiempo podéis proteger un reino entero,
podrás idear un modo de protegerla.
Demetrius se volvió para mirarlo.
—¿Por qué el cambio de actitud? Los dos sabemos que también la amas.
A Nick se le erizó la piel. Podría mentir, o... podría ser honesto con... él mismo.

179
—Pensé que había una posibilidad de que algún día... quisiera... estar conmigo.
Pero ahora puedo ver que jamás ocurrirá, gracias a ti.
La oscuridad inundó los ojos de Demetrius.
—Ella se merece algo mejor.
—¿Qué nosotros dos? —Nick resopló—. No voy a discutir eso contigo. Pero por
alguna razón, ella te ama. Y no importa lo que haga, nunca voy a ser tú. Jamás nadie va
a ser tú.
Se sostuvieron la mirada. Y en el silencio entre ellos, el pecho de Nick se contrajo.
La estaba perdiendo de nuevo. Lo cual era una idea absurda, teniendo en cuenta que
realmente jamás había sido suya. Pero no hacía que doliera menos. De hecho, de ser
posible, estaba bastante seguro de que lo hacía mil veces más difícil de asumir. Ver el
futuro delante de ti y no ser capaz de alcanzarlo… Eso era la definición de la verdadera
miseria.
—Ve con ella —dijo Nick antes de que pudiera cambiar de opinión.
La indecisión bailaba en los ojos de Demetrius, y luego lentamente fue
reemplazada por la esperanza. Dio un paso hacia el túnel que corría de regreso a la
colonia, pero se detuvo y se giró.
—¿Qué hay de ti?
Nick metió una mano en el bolsillo. Intentando la actitud de “me importa un
carajo”. Sabía que le salió poco convincente y bastante patético.
—No soy material para alma gemela.
Demetrius le miró fijamente. Abrió la boca para decir algo. La cerró.
Con un último movimiento de cabeza, se adentró en el túnel oscuro.
Solo, Nick se giró para examinar la desértica cámara. Kellen y los demás la
habían abandonado en algún momento de la conversación, lo cual era lo único positivo
que podía ver. Todo lo demás -su futuro, su propósito, su razón para levantarse por la
jodida mañana- era desolador. ¿Qué diablos tenía que esperar ahora que sabía a ciencia
cierta que nunca tendría a su alma gemela?
No tenía ni idea. Sólo sabía que no podía quedarse aquí. Necesitaba salir.

180


Titus rodó hacia Natasa bajo la luz de la mañana. Dormía plácidamente sobre el
estómago, su espalda subía y bajaba con la suave respiración, su pelo rojo estaba
desplegado en torno a ella sobre la almohada.
El corazón se le contrajo. Deslizó una pierna sobre las de ella y tiró de ella para
acurrucarla contra el cuerpo, porque no quería dejarla ir. Hizo un gemido suave pero
no se despertó.
La excitación le atravesó la ingle. Aunque no quería más que separarle las
piernas, alzar sus caderas y deslizarse en su interior desde atrás, decidió que dejarla
dormir era lo más heroico que podía hacer, sobre todo desde que hacía tan solo unas
horas, había estado preocupado de que la fiebre fuera a quemarla viva.
Deslizó la mano por su tersa nalga, disfrutando de la textura de su piel bajo la
palma. La sábana se deslizó hasta sus caderas. A la luz del amanecer, su piel era
luminosa y ya no estaba caliente al tacto, sólo ligeramente más caliente que la suya.
La anterior conversación le pasó por la mente. Le apartó a un lado el pelo y
estudió el triángulo sobre su cuello. La hija de Prometeo. ¿Qué clase de hijo de puta
enfermo confería este tipo de maldición a su hija? Las ramificaciones de lo que había
descubierto le recorrían. Esto iba a consumirla si no encontrara al dios antes de que
fuera demasiado tarde. Y lo que desencadenaría...
Cerró los ojos con fuerza. El deber y el deseo luchaban por dentro. No podía
abandonarla, pero cada instinto que tenía como Argonauta luchaba contra sus propios
deseos personales.
Sonó un golpe en la puerta. Levantó la cabeza y miró en esa dirección. En un
susurró, una voz –la de Callia- lo llamó.
—¿Titus? ¿Estás ahí? Tengo que hablar contigo.
Mierda. ¿Qué demonios estaba haciendo Callia aquí? ¿Y cómo sabía ella que él
estaba aquí?
Jodido Nick...
Volvió a mirar a Natasa. Ni siquiera se había movido por la llamada. Era
evidente que los últimos días la habían cansado más de lo que había dejado entrever.

181
La preocupación le atravesó, pero tiró de la sábana y le colocó el pelo hacia atrás
por encima de su cuello, cubriendo la marca. En silencio, se levantó de la cama, se puso
el pantalón, cruzó la habitación y con cuidado abrió una rendija la puerta.
El alivio cubrió los rasgos de Callia.
—Aquí estás. Todo el mundo ha estado buscándote.
Se movió, asegurándose de que no pudiera ver el interior del cuarto. Un vistazo
al pasillo le dijo que estaba sola.
—¿Qué estás haciendo aquí?
«Ayudándote».

—Vine con Isadora. Ella tiene que hablar contigo.


Instantáneamente Titus se puso en alerta.
—No te preocupes. Los Argonautas no están con nosotras.
Buscó en su mente y descubrió que no estaba mintiendo. No podía ocultarle sus
pensamientos de la manera que Zander hubiera podido.
Asintió con la cabeza, Titus salió por la puerta y la cerró firmemente detrás de él.
Los instintos le gritaban que resguardara a Natasa de lo que sea que la reina se trajera
entre manos hasta que hiciera su jugada.
—Muéstrame el camino.
A mitad del pasillo, se dio cuenta de que iba descalzo, con el pelo suelto, sin
afeitar, y que ni siquiera llevaba una camiseta. No era precisamente una forma
aceptable de encontrarse con la reina, pero no le importó en absoluto. Tenía la mente
diez pasos por delante, planificando la manera de cómo salir de la colonia y adónde
irían después.
El pasillo desembocaba en una gran sala, flanqueada por una enorme chimenea y
unos grandes ventanales en arco que daban a un lago azul verdoso. El sol de la mañana
se reflejaba sobre su superficie como miles de diamantes brillantes, pero no fue eso lo
que detuvo en seco a Titus. Fue la reina.
Y Theron, Zander, Phin y Cerek. Todos mirándole como si le hubieran brotado
cuernos.
«Mierda», pensó Callia. «¿Cuándo llegaron?»
«Lo siento». La reina estaba avergonzada. «Acaban de llegar».

182
—Skata —murmuró Phineus, avanzando—. ¿Dónde diablos has estado, maldito
loco? Te hemos estado buscando por todas partes. ¿Has oído hablar de los medallones
de Argos? Es por eso que los usamos, idiota.
Titus levantó las manos para impedir que Phin lo tocara y se hizo a un lado.
Phineus se detuvo en seco, mirándole interrogativamente.
El sudor estalló en la frente de Titus. Se había acostumbrado al toque de Natasa.
Eso enturbiaba su tiempo de reacción.
—¿Qué estáis haciendo todos aquí? Iba a contactar con vosotros más tarde.
Sí, claro. Sonaba bien, por lo menos.
La frente de Theron se frunció.
—¿Dónde está la chica?
No había amabilidad en ese tono. Era firme, del frío líder de los Argonautas.
Titus tensó la espalda.
—Durmiendo.
—¿Dónde?
—En la cama. —Theron y Zander intercambiaron miradas, pero lo que estaban
pensando, lo mantuvieron celosamente guardado. La ansiedad de Titus subió a una
frecuencia más alta—. Ella no trabaja para Zagreus y Hades como tú pensabas. No es
una amenaza.
«Oh, sí, lo es».
El pensamiento consiguió filtrarse, pero Titus no pudo averiguar de quien había
venido.
Theron se apartó el brazo del sofá en el que había estado apoyado y descruzó sus
brazos.
—T, ella no es lo que piensas.
Al diablo con eso. No sabían nada de ella.
—Ella es…
—Ella es la liberación de Prometeo. —La reina dio un paso adelante, con los
brazos cruzados sobre el vientre abultado y la expresión dura y seria.
Unos pasos resonaron por el pasillo. Demetrius entró en la sala y su mirada se
bloqueó en Isadora.

183
Isadora miró en su dirección, pero su expresión se endureció, y luego se reorientó
hacia Titus.
—Estamos bastante seguros de que ella es el fuego inextinguible sobre el que se
escribió en los textos antiguos hace eones. El fin de todas las cosas, Prometeo jamás
deberá ser puesto en libertad. Lena le contó a Callia lo de la temperatura errática de
Natasa. Sabemos lo del fuego en los bosques de secuoyas y la ciudad quemada de las
Amazonas. Si ella es este fuego inextinguible, entonces tiene que ser detenida antes de
que sea lo que sea ese fuego interior se libere.
La mandíbula de Titus exhibió su fuerza.
—No es mala.
Él no se la entregaría para que ellos pudieran encerrarla en otra maldita jaula. No
entendían que ella…
Miró sus caras, una a una. Todos estaban bloqueándole las mentes. Lo que
significaba una sola cosa.
No solo estaban hablando de encerrarla lejos. Estaban hablando de matarla.
—No. —Negó con la cabeza—. Ni por asomo. Ni siquiera penséis en ello.
—Titus —dijo Isadora cuidadosamente—. No se han tomado decisiones aún.
Pero tenemos que considerar todas las posibilidades. Esto es más grande que todos
nosotros. Es el destino del mundo. No puedes dar la espalda a esto.
Sí, podía. Pensó en decirles el resto –que era el elemento del fuego- pero sabía
que eso no salvaría su vida, al menos no la vida que ella quería vivir. Estar enjaulada
no era ningún tipo de vida, y él no la condenaría a eso otra vez.
La tensión aumentó en la sala.
—Se prudente, hombre —murmuró Phineus—. Es sólo una muchacha.
Una muchacha que significaba para Titus más de lo que alguna vez lo hizo el
salvar su Orden. Envió una mirada cáustica a Phineus, luego volvió a mirarles a todos
cara a cara. Suplicando con los ojos, al final dijo lo único que podía:
—No es mala.
La mirada de Theron se ensombreció.
—Estás a punto de tomar una decisión que no se puede cambiar, Guardián.
Asegúrate de que es la más adecuada.

184
CAPÍTULO 14

El silencio se hizo eco a través de la sala. El pulso de Titus golpeaba con fuerza.
Miró fijamente hacia Theron.
—No hay otra opción.
La mandíbula de Theron se apretó. Miró hacia la reina. Palabras no dichas
pasaron entre ellos. A Zander, le dijo:
—Ve por ella.
Zander se apartó de la pared. Titus se apresuró a bloquearle el camino.
—No lo hagas, Z.
La expresión de Zander se suavizó.
—Vamos, T. Sabes que no voy a lastimarla.
Titus creía eso, pero era en Theron en quien no confiaba. El líder de los
Argonautas era muy de mantener las obligaciones a menos que se tratara de su alma
gemela. Si los papeles fueran invertidos, si se tratara de Casey de quien ellos estaban
hablando, esto ni siquiera se cuestionaría.
—No vas a tocarla.
Isadora se volvió hacia su hermana.
—Dame el Orbe.
Callia sacó el Orbe de Kronos de una bolsa que le colgaba del hombro y se
apoyaba en su cadera. El disco en forma circular reflejó el brillo de la luz que
proyectaba hacia abajo la ornamentada lámpara de araña. Estaba dividido en cuatro

185
cámaras, dos de las cuales estaban ocupadas con los elementos que ya habían
encontrado: Aire y tierra. Las otras dos -justo las de enfrente- estaban vacías. El sello de
Kronos, el rey ancestral de los dioses y el dios hijo puta que los Argonautas intentaban
mantener encerrado en el Inframundo, brillaba en el centro.
¿Ellos se habían arriesgado a traer el Orbe al reino humano? Algo más estaba
pasando aquí. Titus deslizó una penetrante mirada de Zander hacia la reina, luego a
Theron.
—¿Qué demonios es esto?
Isadora le tendió el Orbe a él.
—Solo sostenlo. A ver si algo viene a ti.
¿Venir a él? ¿Qué demonios habían fumando?
—Cógelo, Titus —dijo Theron—. Sabemos sobre la maldición de la bruja. Puedes
cooperar o podemos darte una patada en el culo y hacer que lo sostengas.
El sudor se le extendió por la espalda y el pulso le rugió. Ellos sabían de la
maldición. Miró con cautela el Orbe. Estaban jugando algún tipo de juego. Tratando de
distraerlo para así poder ir tras Natasa. Entonces podrían…
—Estúpido hijo de puta. —Zander le agarró la muñeca con una mano, aferró el
Orbe de la reina con la otra, y lo estrelló en la palma de Titus.
Las emociones fluyeron de Zander a Titus, la anticipación, el miedo, la ansiedad,
seguido de una inyección de dolor desgarrador que le robó el aliento y lo hizo
doblarse. Pero había algo más. Un murmullo le reverberó en los oídos -el mismo que
siempre escuchaba cuando estaba cerca del Orbe-, y aumentaba de intensidad. Palabras
ahogadas, voces antiguas, sonidos que él no podía ubicar le bombardearon.
Una voz atravesó al resto.
—Titus. Oh, dioses... ¿Qué le hiciste?
La voz de Natasa.
El calor se extendió por el cuerpo de Titus. Tenía que ver su cara, trató de darse
la vuelta y mirar, pero el dolor se intensificó, seguido de una sensación de hormigueo
en los dedos que se hizo más fuerte, luego se impulsó por el brazo, el hombro, y
finalmente se disparó directamente al cerebro.
Se quedó sin aliento. Las terminaciones nerviosas chisporrotearon. Las imágenes
le brillaban detrás de los ojos. Una corriente eléctrica se formó a través de cada célula y
estalló en una explosión de fuego al rojo vivo.

186
—¡Se apodera de él!
—¡Titus!
El sonido se disipó. Sentía el cerebro como si estuviera sobrecargado, como si
fuera a explotar. La avalancha de información no paraba.
Entonces todo se detuvo en seco. El sonido volvió lentamente. Introducía y
expulsaba el aire en los pulmones. El pulso acelerado. Parpadeó varias veces. Y alzó la
mirada hacia la cara preocupada de Natasa. Sus labios se movían, pero él no podía oír
su voz. El calor se le filtró por la piel -el calor de ella- calentándolo de afuera hacia
adentro y aquellos dedos suyos en los brazos y en la cara, lo giraron para que la mirara.
Estaba tumbado en el duro suelo de madera. Detrás de la cabeza de ella, el
contorno borroso de una lámpara de araña colgada en el techo quedo a la vista.
¿Cuándo se había caído? No recordaba golpear el suelo. No recordaba nada, pero
sostenía el Orbe y…
Santa skata.
Abrió los ojos como platos. Las palabras ahogadas que le resonaban en los oídos,
se hicieron más claras. Voces familiares, no de los héroes antiguos, sino de sus
familiares.
—¿Titus? —Natasa le acunó el rostro entre las manos—. Háblame.
—No, no lo toquéis —dijo Callia en algún lugar cercano—. Dejarla a ella.
—Jodidos dioses. —Demetrius. Esa era la voz de Demetrius, pero Titus no podía
ver al guardián. Todo lo que podía ver era a Natasa. Sus ojos verde esmeralda, su
cabello rojo como un halo de fuego alrededor del rostro, los dulces y tentadores labios
que él sabía que eran tan perversamente suaves.
—¿Crees que funcionó? —dijo alguien.
—Ya veremos —contestó alguien más.
—No puede leerla, ¿verdad? —Theron. Ese era Theron hablando de él como si no
estuviera en la maldita sala. Hablando del alma gemela de Titus como si fuera una
cosa, no un ser vivo, una persona que respira.
El cólera le rugió en la sangre. Se esforzó por incorporarse. No iba a perderla. No
por los dioses y tampoco por los Argonautas. Ahora sabía cómo encontrar a su padre.
La claridad y el conocimiento se habían extendido del Orbe a él como habían esperado,
pero no iba a compartir ni la más leve migaja de información con ellos.

187
—Con cuidado —dijo Natasa, sujetándole los hombros y ayudándole a estar
vertical—. Respira profundamente.
Dioses, amaba que ella se preocupara. Amaba que ella estuviera aquí. Sus dedos
eran cálidos, su aroma se arremolinaba en el aire para hacerle marearse. Amaba... a
ella.
Él le agarró la mano para estabilizarse y para mantenerla cerca. Lena le había
dejado ropa limpia, la cual ella se había puesto antes de salir a buscarlo. En lugar del
camisón que había usado cuando la habían tenido en la enfermería, ahora lleva puesto
un vaquero ligero y una ceñida camiseta blanca. Y estaba agradecido. Agradecido de
que los Argonautas no pudieran verla al completo porque era sólo para él.
Se recostó en el sofá y extendió las piernas. Luego volvió la mirada hacia los
demás en la sala.
—¿Qué demonios fue eso?
—Dínoslo tú —respondió Theron a la expectativa.
Titus miró de Theron a la reina, y viceversa. Iba a tener que jugar bien para
obtener alguna esperanza de conseguir que ellos se echaran para atrás.
—No lo sé. Pero no fue tan diferente a lo que me pasa cuando alguien me toca.
Gracias, Z, por cierto.
Zander se metió las manos en los bolsillos. Moviéndose de un pie al otro.
El silencio se apoderó de la estancia.
—Epimeteo podría haber estado equivocado —dijo Demetrius en voz baja desde
el otro lado de la sala.
Natasa lanzó una mirada de preocupación hacia Titus.
Apretó su mano para tratar de tranquilizarla. Y para advertir que no dijera una
palabra. Fulminó con la mirada a Theron.
—¿Estás basando tu información en el padre del pensamiento tardío? ¿Desde
cuándo el tonto de los dioses se considera fiable?
La mandíbula de Theron se apretó. Él miró fijamente a Natasa. Debajo de la
mano de Titus su temperatura subió.
—Creo que es el momento de que la pelirroja y yo tengamos una agradable y
larga charla sobre Prometeo. Solos.

188
—De ninguna jodida manera. —El pánico resurgió. Titus afianzó los pies y
utilizó la pared para impulsarse hacia arriba.
Natasa se colocó rápidamente delante de él y le apoyó una cálida mano sobre el
pecho.
—No pasa nada. Estaré bien.
La miró a los ojos. Ella no sabía lo que estaba haciendo.
—No, ligos Vesuvius.
Ella le soltó, alejándose antes de que pudiera detenerla. Alargó la mano hacia
ella, pero todavía tenía las extremidades demasiado débiles para seguirla, y se dejó
caer contra la pared.
Cuadrando sus fuertes hombros, ella se volvió y enfrentó al líder de los
Argonautas.
—Quieres hablar. Bien. Hablaremos. Prometeo es mi padre. Y en este momento,
soy todo lo que se interpone entre su vida y la muerte.



Hades se sentó en el sillón de cuero y dio unos golpecitos con los largos dedos
sobre la losa de piedra de la cual estaba hecho su escritorio. En los amplios ventanales
se veía el turbulento cielo rojo y negro, y las montañas escarpadas lejos en la distancia.
Los gritos de agonía y desesperación flotaban en el viento caliente, sus dueños
pagando por cualquier fechoría que hubieran cometido en vida.
Hubo un tiempo en el que había disfrutado del sufrimiento. Cuando había
recogido la fuerza de la miseria. Pero ahora sólo le recorría el desprecio cuando los
sonidos le llegaban a los oídos. Estaba harto de los muertos. Harto de ser el
responsable del juicio, la sentencia y el castigo. Estaba listo para un importante cambio
de vida, y contaba con su hijo para que eso sucediera.
La puerta de su estudio personal se abrió de un empujón, y la furia rabió
atravesándole por la omisión de petición de permiso. Pero cuando su esposa,
Perséfone, entró en la sala con su vestido púrpura intenso y con el pelo negro como el
pecado cayendo en una cascada por su espalda, aquella furia se transformó en una
lujuria incontrolada.

189
—Kore... —Apartó la silla, moviéndose a trompicones dio tres pasos y la atrapó
en un abrazo feroz. Había estado con su madre en el Olimpo, y estaba hambriento de
ella.
—Mi rey.
Tiró de ella hacia sí y tomó su boca para un duro y despiadado beso. Uno que fue
castigo y erótico al mismo tiempo. La lujuria se arremolinó en el aire, dominando todos
sus sentidos. Ella respondió marcándole la espalda con las uñas y mordiéndole el labio
con la fuerza suficiente para extraer sangre. El sabor cobrizo se le deslizó por la lengua,
entremezclado con la esencia de ella y el vino que debió haber bebido antes durante el
día. Él gruño en lo más profundo de la garganta, le dio un beso duro y la había fijado
contra la pared antes de darse cuenta que no era el momento para que ella regresara al
Inframundo. Todavía no, por lo menos.
Se apartó de su boca, miró sus ojos oscuros y pecaminosos, y apisonó la lujuria,
durante un momento.
—¿Tu padre te dejó ir?
Una sonrisa maliciosa curvó un lado de sus labios.
—Lo convencí de que yo estaba demasiado compungida para permanecer en el
Olimpo sin verte por lo menos un par de semanas.
Conocía esa mirada pícara. Y él conocía a su hermano.
—¿Quieres decir que te quejaste tanto que estaba más que feliz de deshacerse de
ti por unos días?
—Algo por el estilo. —Sus ojos se oscurecieron—. Tus hembras no pueden
satisfacerte de la manera en que yo puedo. Dime, esposo. ¿Me has echado de menos?
—Más que a la vida misma. —Se inclinó para besarla otra vez. Acarició su lengua
contra la suya hasta que ella gimió. Tenía su selección de hembras para cuando ella se
iba, pero la prefería a cualquier otra. Y no era tan divertido jugar con sus esclavos
cuando ella no estaba allí para ver... o interactuar.
Ella le incrustó los dedos en el hombro y levantó una pierna, envolviéndosela
alrededor de la cadera, devolviéndole el beso con cada onza de pasión que él le ofrecía
a ella. El calor de su pubis le presionó la polla hinchada y empujó sus caderas hacia
delante y hacia atrás, frotándose contra él. Su vestido resbaló por su pierna. Le pasó la
mano por la dulce y sensible carne hasta que encontró su culo, y luego lo apretó.
—Pequeña descarada. Vas a hacer que culmine en el pantalón.

190
—Todavía no, marido. —Inclinó la cabeza para que pudiera morderle el cuello,
luego suspiró a pesar de que sabía que tenía que doler.
—Tengo algo que decirte. No volví sólo por esto, aunque esto es más que
suficiente para traerme a casa una y otra vez.
—¿No? —él cerró los labios sobre su oreja y tiró.
—No. He venido a decirte que nuestro hijo trabaja contra nosotros. Se mueve
para atrapar a la hija de Prometeo y el elemento del fuego para él. Ambos son uno y lo
mismo.
Los labios de Hades se detuvieron contra su cuello. Se apartó para mirarla a los
oscuros ojos.
—¿Cómo sabes eso?
—Oí por casualidad a Zeus y Atenea discutiendo la estrategia. Zagreus visitó
recientemente a Epimeteo. Las sospechas se levantaron porque el anciano dios le dijo a
nuestro hijo donde se está ocultando la chica-fuego.
Hades bajó lentamente la pierna de su esposa al suelo.
—¿Cómo sabría el zoquete eso?
—Porque ella viaja con un Argonauta. Y los Argonautas también visitaron
recientemente a Epimeteo.
Los Argonautas. La furia estalló en las venas de Hades. Soltó a Perséfone y
retrocedió. Los héroes se entrometían siempre jodiéndole los planes. Y porque ellos
ahora estaban ocultando a Maelea -la Mancha- de él, no tenía más uso para ellos.
Tendría que haberlos convertido a todos en polvo cuando tuvo la oportunidad.
—¿Dónde? —dijo con los dientes apretados—. ¿Dónde se oculta ella?
—No lo sé exactamente. Pero las Sirens de Zeus siguieron a Zagreus y sus sátiros
hacia el norte. Sabemos que los Argonautas han unido sus fuerzas con los mestizos.
Atenea sospecha que avanzan hacia la colonia mestiza.
Por supuesto que era allí donde los Argonautas estarían ocultando a la chica. No
estaba seguro de por qué no la estaban protegiendo en Argolea donde los dioses del
Olimpo no podían cruzar, pero estaba agradecido por el hecho de que todavía
estuviera en el reino humano. Era más fácil tomarla allí que tener que merodear
furtivamente por Argolea. A pesar de que él y Perséfone -técnicamente no eran
Olímpicos- podían cruzar al bendito reino de los héroes, había lugares no accesibles
para ellos. Como el maldito castillo de la reina.

191
Nadie sabía dónde estaba ubicada la colonia mestiza, pero si Atenea estaba
rastreando a Zagreus al norte...
Otro disparo de furia hirviendo azotó por las venas de Hades cuando se dio
cuenta de quién más lo había traicionado. Sus hermanos -Poseidón y Zeus- se movían
por su cuenta, sin contar con él. En contra del pacto que habían acordado.
Jodido puto montón de mierda. No es que le sorprendiera, pero realmente le
molestaba.
Volcó la ira hacia su reina.
—Nuestro hijo va a ser castigado por esto.
—Por supuesto. ¿Y el elemento? ¿Qué vas a hacer con ella cuando la tengas?
Era la hija de Prometeo. Según lo que opinaba Hades, el anciano dios había
conseguido un castigo suave de Zeus en el reino humano en lugar de ser encerrado en
el Tártaro con Kronos y los otros titanes como se merecía. Su hija no tendría tanta
suerte.
—Ella es mía.
Los ojos de Perséfone brillaron.
—Solo si consigo mirar.
La lujuria le reavivó la ingle, un deseo que tendría que posponer, al menos por
ahora.
—No lo haría de ninguna otra manera. Ven, Kore. Tenemos una batalla por
comenzar.

192
CAPÍTULO 15

Natasa giró en un círculo lento y estudió la gran sala con ventanales en arco
desde el suelo hasta el techo que daban a un lago negro y al sol que se movía en lo alto
del cielo. Una larga mesa rodeada de sillas llenaba el espacio. Contra la pared del
fondo se asentaba una barra lateral. Éste era algún tipo de comedor formal construido
para acomodar al menos a treinta personas. O una sala de interrogatorios para
intimidar.
La puerta se cerró con un chasquido, y se dio la vuelta para enfrentarse al líder
de los Argonautas. El mismo hombre –héroe- que la había echado a patadas de la
colonia hacia unas semanas, cuando había ido en busca de Maelea. La temperatura
corporal se le elevaba con cada segundo que pasaba, pero a diferencia de la última vez
que se habían enfrentado, ahora el fuego interior era más fuerte, y un sentimiento de
propósito pulsaba a través de ella.
Su rostro estaba serio, con la mandíbula apretada. Era tan grande y musculoso
como Titus, pero su pelo no era tan largo y no había humor o amabilidad
arremolinándose en sus ojos.
No dio un paso más en la habitación, simplemente cruzó los brazos sobre el
amplio pecho y amplió la postura mientras la miraba fijamente.
—¿Tú eres el fuego inextinguible del que hablan todos los antiguos textos,
verdad?
Ella alzó la barbilla, negándose a echarse atrás. Había sido apresada, torturada y
quemada. No tenía miedo de un miserable héroe.
—El perdurable regalo de mi padre.

193
—¿Para qué fuiste a Argolea?
Sin compasión por parte del héroe. Bien, eso lo haría más fácil, supuso.
—Por la misma razón que vine aquí en primer lugar. Para encontrar a Maelea.
—¿Para matarla con tu fuego?
—¿Por qué querría hacer eso?
Él se encogió de hombros.
—Los dioses no se preocupan por ella.
—No tengo nada en contra de Maelea. Vine buscándola para ver si sabía algo
sobre dónde está retenido mi padre.
La duda oscureció sus ojos.
—¿Por qué?
—Así podría encontrarlo. Contrariamente a lo que puedas creer, ser la destinada
a destruir el mundo no es condenadamente divertido.
—¿Estás diciendo que no trabajas para Hades y Zagreus?
—Tendría que estar loca para trabajar para el Rey-Dios del Inframundo o su hijo.
—Eso está por verse. Responde a la pregunta.
Ni humor, tampoco. Este tío tenía que ser la alegría de la huerta en las fiestas.
—No, no trabajo para Hades o Zagreus.
—¿Para quién trabajas?
—Para mí misma.
El silencio se extendió por la sala como un inmenso océano. Él consideraba si
realmente decía la verdad. A ella no le importó. Sólo le importaba mantener a Titus a
salvo.
Sus ojos por fin se entrecerraron.
—¿Cómo se puede detener el fuego en tu interior?
No se puede. Pero Titus puede frenarlo.
El pensamiento se manifestó inmediatamente, seguido de una inyección de
miedo que se le clavó directamente en el corazón. No quería que este Argonauta
supiera nada de su relación con Titus. Por motivos que no podía explicar, tenía el
presentimiento que los usaría en contra de ella. O de Titus.

194
Fijó una máscara impasible en el rostro y se cruzó de brazos, imitando su
postura. Si él quería representar el papel de matón, ella también podía hacerlo. Era,
después de todo, la llama y la destrucción.
—Supongo que podrías desear detenerlo. Aunque eso a mí no me ha funcionado
muy bien, tal vez tú tengas más suerte.
Su tensa mandíbula le dijo que él no apreció el sarcasmo. Mala suerte. Ella no
apreciaba ser tratada como un objeto.
Las palmas de él se apoyaron en la superficie de la elegante mesa con un golpe, y
se inclinó hacia delante, lo ojos llenos de desconfianza.
—No sé a qué juegas, pero no lo harás con uno de mis Argonautas.
El calor interior creció.
—No juego a nada. Y tu Argonauta es mil veces más héroe que tú. Dejémonos de
rodeos. Los dos sabemos lo que planeas hacer conmigo. Y no voy a permitir que
suceda.
Theron retrocedió. Siguió observándola fijamente, pero esta vez con sorpresa en
los ojos.
—Titus es descendiente de Odiseo. Es el más lógico de los Guardianes. Jamás
salta sin pensar en todas las consecuencias posibles, y es el último de nosotros que
actúa gobernado por las emociones. Pero ese fuego dentro de ti le jode la mente. Y cada
hora que pasa contigo, no sólo se convierte en algo que no es, si no que pone en peligro
su futuro.
Por primera vez desde que esta conversación empezó, Natasa no tenía ningún
comentario inteligente con el que replicar.
La idea de que el elemento fuego de algún modo afectara el proceso mental de
Titus la golpeó con fuerza. Su incapacidad de alejarse de ella, su necesidad de
ayudarla, encendieron gradualmente un nuevo conjunto de preocupaciones.
—Tú puedes ponerte en peligro todo lo que quieras —continuó Theron—, pero
debes saber esto. Si Titus intenta ayudarte a escapar, entonces será él quien sufra. Hay
consecuencias en traicionar a nuestra Orden. Si él te importa algo, pensarás largo y
tendido en lo que sucederá después.
La piel de Natasa se calentó. El corazón se le aceleró. El sudor se le formó en la
frente.

195
Theron caminó hacia la puerta y la abrió. El rubio guardián que había tocado a
Titus antes dio un paso hacia él desde el pasillo.
—La quiero encerrada en una celda —le dijo Theron—. Hasta que podamos
trasladarla a una posición segura lejos de la colonia, no quiero que nadie se acerque a
ella. Especialmente Titus.
Unos pasos resonaron en el pasillo, interrumpiendo los frenéticos pensamientos
de Natasa.
Una docena de hombres armados venían corriendo. Theron paró a uno de los
guerreros.
—¿Qué ha pasado?
La cara del hombre estaba tensa, sus rasgos sombríos. Era un mestizo. No tan
grande como los Argonautas, pero fuerte. Natasa recordó sus ojos verde claro, y
comprendió que debía ser uno de los hombres que la habían traído a Titus y a ella a la
colonia.
—Estamos bajo ataque. Los sátiros han sido vistos ascendiendo por el sur. Y
dicen que hay una horda de daemons no muy lejos por detrás de ellos.
Oh, mierda…
—Skata —murmuró Theron—. ¿Dónde está Nick?
Los rasgos del mestizo se fruncieron en un ceño.
—Nadie lo sabe. No podemos encontrarlo.
—Genial —Theron miró al rubio—. Zander, enciérrala, y después encuentra a
Demetrius e inicia el proceso de evacuación. Tenemos que conseguir trasladar a los
colonos a Argolea por si esto sale mal. Luego busca a tu compañera y a la reina, y
asegúrate de sacarlas de aquí. Los dioses saben que esas mujeres hacen lo que diablos
quieren, cuando quieren. —Al mestizo, dijo—: Yo reuniré a los Argonautas.
El mestizo asintió con la cabeza. Los pasos resonaron de nuevo por el pasillo
mientras él y Theron se marchaban, y entonces Natasa se quedó sola, mirando la cara
del rubio e increíblemente apuesto Argonauta que había puesto de rodillas a su
hombre hacía sólo unos minutos.
¿Su hombre?
La piel se le calentó aún más. Sí, Titus era su hombre, y el corazón y la cabeza
entablaron de repente una feroz batalla sobre qué hacer. Algo que sólo espoleó el
miedo y la agitación todavía más.

196
Ella entrecerró los ojos.
—No me gusta ser zarandeada.
—Eso me han dicho. —Los plateados ojos del rubio chispearon—. Sin embargo,
ahora mismo, nena, tú no eres quien me preocupa. Vamos.



¿Sátiros? ¿Y daemons? Joder…

Titus se colocó la camiseta de un tirón y metió los pies en las botas que se había
quitado hacía apenas unas horas. La fuerza le había regresado y ahora mismo sólo
pensaba en una cosa: Llegar a Natasa antes de que sus peores temores se hicieran
realidad.
La cama en la habitación que habían compartido era un lío de mantas y sábanas,
y él todavía podía oler aquella fragancia única a limón que ahora asociaba con ella.
Como si ella aún estuviera aquí.
Se dejó caer en un lado de la cama, se inclinó y se ató las botas, ignorando a
Callia que estaba de pie en la puerta, con los brazos cruzados y una mirada compasiva
en sus ojos violetas.
No necesitaba compasión ahora mismo; necesitaba acción.
Unos pasos resonaron en el pasillo y alzó la cabeza.
Zander entró en la habitación tirando de -oh, mierda- Natasa tras él.
—Cierra la puerta, thea.
Callia cerró rápidamente la puerta con llave. Confuso, Titus se levantó y miró de
cara en cara.
—¿Qué ocurre?
Natasa giró hacia Zander.
—Creía que tú, supuestamente, tenías que encerrarme.
—Y probablemente debería hacerlo. Pero algo me dice que él —señaló con la
cabeza hacia Titus—, averiguará la forma de liberarte sin importar donde te ponga. Los
dos podéis agradecerme que os ahorre el trabajo.

197
La conmoción recorrió a Titus, seguido de un alivio que le derretía los huesos.
Alargó la mano hacia la cintura de Natasa, envolvió la otra en su pelo y la estrechó
entre los brazos. Un susurrado “Gracias” se deslizó de su boca antes de besar sus
dulces y tentadores labios.
«Yo tenía razón». El pensamiento vino de Callia, seguido de un murmurado:

—¿Ves? —Pero a Titus apenas le importó. Todo en lo que podía centrarse era en
la piel suave como la seda bajo las manos y los cálidos labios que se apretaban contra
los suyos.
El alivio dio paso a la preocupación. Su piel estaba caliente. Demasiado caliente.
Pero él podía enfriarla. Estaba seguro que ahora era el único que podía.
—Titus espera —Él retrocedió ante la preocupada voz de Natasa—. No quiero
ser la razón…
Él miró por encima de su cabeza a Zander.
—¿Por qué?
El Argonauta le dirigió una sonrisa ladeada y lanzó el brazo sobre el hombro de
Callia. Inclinó la cabeza hacia su compañera.
—Un presentimiento —dijo Callia—. Uno no tiene que leer la mente para ver lo
obvio.
—Titus —dijo Natasa otra vez—. No voy a interponerme entre tú y tu Ord…
Titus se agachó y la besó de nuevo, cortando sus palabras. En los pocos segundos
que había sostenido el Orbe, todo se había vuelto claro, incluyendo lo que ellos tenían
que hacer después.
—Theron es un idiota. Olvídate de él.
Ella resopló.
—No voy a discutirte eso, pero…
—Sé cómo llegar a tu padre.
Ella se quedó inmóvil.
—¿Lo sabes?
Él asintió. Dioses, le gustaba cuando ella lo miraba así, como si él fuera lo único
que necesitaba.

198
—Llámalo antigua intervención. Te lo explicaré todo más tarde. Tenemos que
seguir las pistas antes de que Hades y Zagreus escuchen rumores de que estuviste
aquí.
El miedo se apoderó de sus rasgos. Un miedo que calentó su piel otro grado y a
él le aumentó la urgencia. Él le soltó la cintura, le cogió la mano y miró a Zander.
—¿Qué les dirás a los demás?
Zander se encogió de hombros.
—Ya pensaré en algo.
Él apretó los dedos alrededor de los de Natasa.
—Theron se cabreará.
Los ojos de Zander se afilaron.
—Theron se equivoca en este asunto. El alma gemela de un guardián —miró
hacia Callia—, no es algo en lo que entrometerse.
La afinidad reverberó en Titus.
—¿Alma gemela? —preguntó Natasa, frunciendo las cejas.
—Theron está distraído ahora mismo —dijo Callia—. Si vas a irte, tienes que
hacerlo pronto.
—Espera. —Natasa retiró la mano de la de Titus y presionó los dedos contra sus
sienes—. Todo está sucediendo tan rápido. Necesito…
De su bolsillo, Callia sacó el Orbe. El disco circular se asentaba en la palma de su
mano, la cadena colgando entre los dedos. Natasa giró en esa dirección y se quedó
congelada. El mismo zumbido que Titus sintió antes en presencia del Orbe se encendió
en su cabeza, pero ahora sabía por qué.
—¿Nos lo estás dando?
—No. —Callia sonrió ampliamente—. Isadora me mataría si perdiera el Orbe.
¿Pero no hay ninguna razón para que no puedas usarlo mientras estáis aquí, verdad?
Bastó sólo una fracción de segundo para que lo que ella pensaba -y el significado-
alcanzara a Titus. Y de repente no sólo estaba agradecido con Zander, sino con Callia
también. Les debía una, y una grande. Expectante, miró a Natasa.
—Entre tu poder y el del Orbe —le dijo Callia a ella—, deberías ser capaz de abrir
un portal. Eso os ahorrará horas de viaje.

199
Natasa miró con recelo de Callia a Titus, entonces de nuevo al Orbe.
Cautelosamente, dio un paso adelante, y luego, con cuidado, pasó un dedo por el
borde circular de metal.
—Yo… no sé cómo.
—De la misma forma que freíste la armadura de aquel guardia y lanzaste aquella
bola de fuego al ejército de Zagreus —le dijo Titus—. Céntrate en ti misma.
—¿Tú carbonizaste a los sátiros de Zagreus? —Una amplia sonrisa cruzó la cara
de Zander—. Que adorable.
Callia le dio un codazo al guardián en las costillas. Zander se retorció fuera de su
alcance y murmuró:
—¿Qué? Eso es más de lo que ninguno de nosotros puede hacer, thea. Incluso
Phin.
—Tú… —Lentamente, Natasa se volvió para afrontar a Titus—… confías en mí.
La sorpresa se reflejó en su voz, pero había algo en sus ojos… un sentimiento,
una emoción que él no podía leer. Algo que le hizo preguntarse lo que Theron le había
dicho.
—Ya conoces la respuesta a esa pregunta.
—Sé que lo haces, yo sólo…
Las lágrimas le inundaron los ojos. Ella le envolvió una mano alrededor del
cuello y le hizo inclinarse para un duro y rápido beso.
Una felicidad que Titus jamás había conocido lo recorrió. Y sus rodillas casi
cedieron por la fuerza de la emoción.
Al otro lado de la habitación, Zander se echó a reír. «La revancha es una auténtica
perra. Y esto va a ser jodidamente divertido de observar».
Sentía la cabeza ligera como una pluma en el momento que Natasa lo dejó ir. Ella
parpadeó varias veces y lo abrazó con fuerza. Aturdido, Titus no pudo detener la
sonrisa que se le arrastró por la cara.
Natasa lo soltó.
—Bien. —Ella se enfrentó de nuevo al Orbe en las manos de Callia—. Hagamos
esto. ¿A dónde vamos?
—Ogygia.
Ella le lanzó un vistazo sobre el hombro con los ojos agrandados.

200
—¿La isla de Calipso?
Él asintió con la cabeza.
—Guau. Muy bien. ¿Sabes dónde está? Porque no es como si lo tuviera
exactamente en mi mapa de viajes frecuentes.
Él se tocó la sien con el dedo índice.
—Gracias al Orbe, cielo, sé un montón de mierda que antes no sabía. Tú abre el
portal y yo haré que nos traslademos allí.
Natasa tomó aire y colocó la mano en el disco de metal en la palma de Callia.
—Vamos allá.



—Permaneced juntos. En fila de a uno. No empujéis. Todo el mundo lo


conseguirá.
Isadora se presionó una mano contra la parte baja de la espalda e inspiró
profundamente mientras los colonos desfilaban ante ella hacia el portal que Zander
había abierto. Habían reunido a la mayoría de la gente que pudieron encontrar y los
habían juntado en el salón de baile, la sala más grande del castillo. La lámpara de araña
centelleaba en el techo. La luz que se vertía desde el portal abierto rebotaba en las vigas
de madera oscura intrincadamente talladas en lo alto, en las ventanas arqueadas que
daban al lago de abajo, y en las largas mesas y sillas de lujo. Pero todo en lo que
Isadora podía centrarse era en lo que pasaba fuera del castillo, más allá de la seguridad
del lago, donde Hades y su hijo Zagreus o estaban al acecho o ya luchaban contra los
guerreros de la colonia y los Argonautas.
Miró alrededor de la atestada habitación, buscando a Demetrius. Él y Callia
habían ido a comprobar los otros pisos en busca de colonos rezagados. ¡Y maldita sea,
¿Dónde estaba Nick?! Aquel dolor bajo con el que había estado lidiando las últimas
horas llameó de nuevo, y apretó más fuerte contra el punto, deseando haberse mordido
la lengua y no haberle dicho aquellas cosas a Nick abajo en los túneles.
¡De todos los momentos, tenía que ser este en el que se cabreara con él! Aunque
no es que ella supiera que Hades y Zagreus estaban a punto de atacar, ¿verdad? Tomó
otro aliento que no le llenó por completo los pulmones, ya que el niño ocupaba mucho
espacio, lo expulsó, y giró a derecha e izquierda, esperando aliviar el dolor. De

201
Demetrius se ocuparía más tarde. Pero Nick tenía una responsabilidad con su gente. Él
debería estar aquí ahora mismo. ¿Dónde diablos estaba?
—Mi señora.
La infantil voz llamó la atención de Isadora. Bajó la mirada hacia un rostro de
querubín. Una niña, de unos cinco años, con el pelo oscuro, rizado y corto, le sonrió. El
lado derecho de su cara -del pómulo a la frente- estaba arrugado y cicatrizado con lo
que parecía una especie de quemadura reciente.
Estos colonos ya habían pasado por muchas cosas. La frustración de Isadora con
Nick y Demetrius quedó olvidada. Se arrodilló frente a la niña lo mejor que pudo con
la gran barriga, colocándose al mismo nivel.
—Hola.
La niña levantó una muñeca. Su brazo y mano derecha también estaban
arrugados y con cicatrices.
—Minnie dijo que le dijera que vendrá pronto.
Una mujer colocó una mano sobre el hombro de la niña.
—Marissa, ahora no es el momento. —Luego le dijo a Isadora con las mejillas
teñidas de rojo—: Lo siento, Su Alteza. Intenté impedírselo. Ella todavía no entiende el
protocolo real.
—Está bien. —Isadora miró a la madre de la niña—. Éste tampoco es exactamente
el momento para el protocolo —Volvió a mirar a la niña, y el nombre, la descripción (y
sobre todo la muñeca) encajaron al fin—. Marissa… creo que es posible que conozcas a
mi hermana Casey.
Los ojos de Marissa se iluminaron.
—¿Está aquí? No la he visto desde hace mucho tiempo.
Casey había salvado a la niña del ataque de un daemon hacia meses, cuando la
colonia se alojaba en Oregón.
—No, está más allá del portal, en Argolea, donde vas con tu madre. La verás
pronto.
La muchacha agarró su muñeca y dio saltos de alegría.
—Minnie se pondrá tan contenta.

202
Isadora sonrió, y entonces recordó lo que Casey le había dicho sobre la niña. Era
una adivina, como ella misma, y usaba la muñeca como médium. Pero mientras que
Isadora no podía ver su propio futuro, esta niña podía ser capaz de hacerlo.
De repente, las palabras de la niña cobraron un nuevo significado.
—Marissa —dijo Isadora con calma, tratando de conseguir la atención de la niña
una vez más mientras la gente pasaba—. Dijiste que Minnie quería decirme que viene.
¿Qué es lo que viene, cariño?
Podría ser cualquier cosa. Guerra, muerte, el mismo Hades. Los nervios de
Isadora cosquillearon mientras un centenar de opciones diferentes se le agolpaban en
la mente.
—Eso —dijo Marissa, como si eso fuera de dominio público—. Eso que cambiará
tu vida para siempre. —Indicó el vientre de Isadora—. El futuro.
¿El bebé? ¡Oh, por Dios! Por supuesto que eso vendría pronto. Cualquiera con
ojos podría ver que Isadora estaba tan grande como una casa y daría a luz más bien
pronto que tarde.
Sintiéndose tonta por alterarse tanto, Isadora se levantó con un gruñido. Al fin de
no hacer que la niña se sintiera poco apreciada, se colocó una mano sobre el vientre y le
sonrió a la pequeña.
—Tienes razón. Pronto. Pero por suerte, no será hoy.
Marissa sonrió.
—Pronto. No tengas miedo. Todo ocurre por una razón. Incluso el dolor y la
muerte.
El corazón de Isadora tartamudeó. Horrorizada, la madre calló a la niña y se la
llevó lejos.
¿Dolor y muerte? ¿Qué significaba eso? Aquellos nervios que había calmado hacía
unos minutos volvieron a rabiar de nuevo.
Ruidosas pisadas resonaron por el pasillo, pero Isadora estaba demasiado
envuelta en su neurosis para darse la vuelta y mirar.
Una mano en el hombro la hizo girar.
—¿Isa? ¿Estás bien?
Isadora se obligó a desterrar el presentimiento que amenazaba con abrumarla.
—Bien. Estoy bien. ¿Encontraste a alguien más?

203
Callia se echó a un lado para que la multitud pudiera pasar.
—A nadie. Parece que los tenemos a todos. —Sus cejas se unieron—. ¿Seguro que
te encuentras bien? Estás pálida.
No, no estaba bien. Estaba jodidamente aterrada. Dolor y muerte no eran cosas
que quisiera considerar ahora mismo, sobre todo en lo referente a su bebé. Miró más
allá de su hermana y vio a Demetrius encabezándose en su dirección.
El corazón le dio un duro y lento tumbo. Tenía el pelo desordenado, los rasgos
decididos y tensos, pero sus ojos se calentaron un grado justo cuando se encontraron
con los suyos a través de la sala. Y aunque no quería nada más que permanecer
enfadada con él, no podía estarlo. Lo necesitaba. Ahora más que nunca. Y, maldita sea,
entendía lo que había estado intentando hacer incluso aunque no estuviera de acuerdo
con él.
Sin embargo, eso no significaba que fuera a permitir que se librara por completo.
Se detuvo frente a ella, buscando en el rostro, lo sabía, una pista de cuál era su
estado de ánimo. Y tan cerca, que podía sentir su calor y oler esa fragancia almizclada
que siempre asociaba con él. El bebé en el vientre dio una patada, y se estremeció.
La preocupación tensó los rasgos de Demetrius.
—¿Kardia?
Isadora frotó el punto sensible donde había sido pateada y luego movió la mano
para presionarse con fuerza la parte baja de la espalda.
—¿Idiota?
Callia soltó una risita y se cubrió la boca con la mano.
Demetrius frunció el ceño.
—Veo que todavía estás cabreada.
—Tu capacidad de deducción es impresionante.
Él apoyó las manos en sus caderas y la fulminó con la mirada. Era dos veces de
su tamaño, pero ella sabía que jamás le haría daño. Por lo menos no
intencionadamente.
—Deberías regresar a Argolea.
—¿Diciéndome de nuevo lo que tengo que hacer? Eso no funcionó la última vez.
—Eso nunca funciona contigo, kardia.

204
—Y aún así sigues insistiendo.
—Sigo esperando que entres en razón y escuches.
Entrecerró los ojos y lo miró con dureza. A su lado, Callia murmuró:
—Um, voy a ver si Zander necesita ayuda.
Los pasos de Callia se desvanecieron en la distancia. El gentío ya estaba
disminuyendo, apenas una docena de colonos esperaba para cruzar a Argolea, pero en
lo único que ella podía centrarse era en su compañero, el ándras que amaba por encima
de todo y quien más quería en el mundo que fuera feliz.
—¿Estás listo para admitir que no estaré más segura aquí? —preguntó ella.
—En un buen día, lo estaría. Sucede que este no va a ser un buen día.
Dioses, era terco. Y aunque odiaba eso de él, también le encantaba.
—No le tengo miedo al Consejo.
—Pues deberías tenerlo. Ellos no quieren que gobiernes.
—Durante bastante tiempo, tú tampoco querías.
Él suspiró.
—Isadora…
—Mira. El Consejo va a tener que acostumbrarse al hecho que no pienso
retroceder, y seguro como el infierno que no voy a ir a ninguna parte. Igual que tú
tendrás que acostumbrarte al hecho de que no amo a Nick. No amo a nadie más que a
ti. Y si sigues intentando alejarme como has estado haciendo, todo lo que vas a
conseguir es que clave más profundo los talones. Eres mío, y fin de la historia. Te amo,
y no voy a renunciar a ti, no importa lo mucho que me cabrees. ¿Entiendes?
Muy lentamente, los ojos de él se suavizaron, lo suficiente para que ella dejara a
un lado el resto de la cólera.
—No sé qué diablos ves en mí.
—A veces me pregunto lo mismo, y entonces todo lo que tengo que hacer es
mirarte y sé la respuesta. Eres mi héroe, Demetrius. Todo mío. Sin ti, no tengo ninguna
razón para vivir.
—Kardia… —Él le envolvió un brazo alrededor de la cintura y la atrajo hacia él,
luego se inclinó y le alzó la cabeza para besarla. El tirón fue suave por el bebé, pero su
beso estuvo lleno de necesidad y desesperación.

205
Hogar.
Ese era el único pensamiento que ella tenía. El único que importaba. Sus labios
eran suaves, su cuerpo cálido y muy musculoso. Y apretada con fuerza entre sus
brazos, ni siquiera le importaba que la gente mirara o que el peligro acechara fuera.
Cuando estaban juntos de esta forma, cualquier cosa… todo era posible.

Él se echó hacia atrás, la miró fijamente a los ojos, y rozó una mano contra la
parte baja de la espalda, como si ella fuera lo más preciado en el mundo para él. Lo
cual, ella sabía, lo era.
—Por favor, ¿volverás a Argolea ahora?
—No hasta que la batalla haya terminado y sepa que estás a salvo.
Él exhaló un suspiro de frustración.
—Isadora…
—Hablando de eso. —Sonrió ampliamente porque sabía que había ganado, y
salió de sus brazos—. Theron y los demás probablemente necesiten tu ayuda.
La intensa luz del portal se oscureció, e Isadora se dio la vuelta hacia Zander y
Callia, quienes se dirigían en su dirección.
—¿Todos están al otro lado? —preguntó.
—Sanos y salvos —contestó Zander, frotándose las manos.
—Kardia, no luches conmigo sobre esto.

Ella no pensaba hacerlo. De ninguna manera iba a abandonarlo aquí con Hades
ahí afuera.
—Callia y yo nos quedaremos a menos que sea necesario que nos marchemos. En
ese caso, nos pondremos en contacto con Casey, quien abrirá un portal para nosotras.
Esta decisión no es negociable.
Tras la espalda, Demetrius soltó un fuerte jadeo.
Los rasgos de Callia se trasformaron de divertidos a preocupados.
—¿Isa?
—¿Qué?
Disparó la mirada hacia el suelo, donde Callia miraba, y al charco de sangre que
se formaba entre los pies.

206
CAPÍTULO 16

Ogygia no era lo que Natasa se había esperado.


El sudor le escurría por la piel mientras se detenía a la sombra de una palmera y
se separaba la camiseta de los senos abanicando sobre la carne recalentada. La luz del
sol azotaba desde arriba. El calor de la tierra irradiaba desde abajo.
Con toda su suerte, había aterrizado en un sitio bochornoso cuando ya combatía
ésta condenada fiebre.
—¿Estás bien?
Natasa soltó la camiseta, haciendo todo lo posible para mostrar indiferencia,
mientras se enfrentaba a Titus. No quería preocuparle, no cuando acababa de
arriesgarlo todo por ella. Y seguía dándole vueltas a ese hecho. ¿No pensaba
claramente estando ella a su alrededor? ¿Cómo reaccionaría si no tuviera este maldito
elemento dentro?
—Estoy bien. ¿Y tú?
El sudor le impregnaba también la piel, pero a diferencia de ella, el calor lo hacía
parecer atractivo y deseable. No débil y patético. Se había quitado la camiseta y la
llevaba metida en el bolsillo trasero del pantalón. Un brillo tenue le cubría el pecho
sólido como una roca. Su cabello ondulado estaba recogido, la barba de dos días
sombreaba su recia mandíbula. El calor se reavivó en el vientre cuando recordó trazar
la línea de esa mandíbula con los labios… con la lengua...
Se colocó delante de ella y le puso la mano contra la frente. Arrugas profundas se
formaron alrededor de sus ojos y boca. Antes de que pudiera empujarle la mano y
asegurarle que estaba bien, cogió el dobladillo de su camiseta y lo arrastró hacia arriba.

207
—Estás demasiado caliente. Es necesario que te quites esto.
Le dio un manotazo en la mano.
—Titus. No. Alguien me podría ver.
Él se rió y fácilmente le sacó la prenda por la cabeza.
—¿Quién va a verte que no sea yo? Además, me gusta mirar tus pechos, ligos
Vesuvius.
Frunció el ceño, sintiéndose totalmente vulnerable con nada más que el sujetador
y el pantalón vaquero, pero tenía razón. El aire que le recorría la piel desnuda la hizo
sentir mil veces mejor que bajo la camiseta.
Se arrodilló frente a ella y sacó una daga de la funda en su cadera.
—No te muevas. No quiero cortarte.
—Guau. Espera. ¿Qué…?
Cogió el algodón a la altura del muslo y separó la tela de la pierna. Con la punta
de la daga, atravesó el tejido para crear un agujero, a continuación, dejó el arma en el
suelo, agarró la pernera del pantalón y la desgarró.
Bien, eso fue como la cosa más sexy que jamás había hecho. Espera, no... lo que la
había hecho en aquella habitación en la colonia con la boca... con su cuerpo... eso fue la
más erótica, pero esto estaba condenadamente cerca. No quería admitir que el peligro
la excitaba, pero ¿arrodillado frente a ella, rajándole el pantalón con una daga…?
Completamente estimulante.
La fiebre le estaba horneando seriamente el cerebro.
Apoyó las manos en sus hombros y trató de permanecer quieta mientras repetía
el proceso con la otra pernera del pantalón. Cuando terminó, sólo llevaba las botas, el
pantalón cortado y el sostén; y prácticamente jadeaba.
—Esto se ve mejor. —Le dio un suave beso en la costra de la pierna, y luego se
puso de pie—. ¿Fresca?
Diablos, sí. Pero ella frunció el ceño a propósito.

—Es un poco corto, ¿no te parece?


Le deslizó la mirada por el cuerpo y sonrió con lo que sólo se podía definir como
apreciación. Luego se inclinó hacia un lado, le recorrió la parte posterior del muslo
desnudo con la mano hasta que se apoderó de una nalga, y apretó.
—No demasiado corto para mí.

208
Un sensacional hormigueó se le extendió a lo largo del culo hacia la columna. El
deseo se agrupó en el vientre, contrayéndole el sexo. No pudo evitarlo. Se alzó de
puntillas y presionó las manos contra su duro y resbaladizo pecho para no caerse. Un
toque y era masilla en sus manos.
Simplemente follame. Aquí mismo. Eso la enfriaría seguro. Todavía no entendía
cómo, pero simplemente su toque la aliviaba más de lo que estando completamente
desnuda lo había hecho nunca.
Él sonrió diabólicamente, una sonrisa “atractiva como el pecado” y le cogió la
mano, tirando de ella a sus espaldas.
—Vamos. Queda más terreno que explorar antes del ocaso.
La decepción la recorrió, pero la apisonó y se dijo que no importaba cuánto lo
deseara ahora mismo, no iba a usarle así. Los Argonautas le utilizaban para que leyera
la mente, para que les informara de lo que otros pensaban o sentían. No quería que él
pensara alguna vez que sólo le quería por lo que pudiera hacer por ella. Porque no era
cierto.
—¿Qué pasa en el ocaso? —Pasó por encima de un tronco caído, deseando estar
de vuelta en la playa para poder sumergirse una vez más en el océano. O diez.
—Nos encontraremos en un lugar tranquilo y resguardado para pasar la noche y
donde podré revolcarme contigo.
Todo el cuerpo se le tensó. No se había dado cuenta de que los pies se le habían
detenido hasta que él se echó a reír y se puso delante de ella otra vez.
—¿Te gusta esa idea?
—Sí —suspiró ella.
Él le ahuecó la mandíbula, se inclinó y posó los labios sobre los de ella. Y ese
hormigueo, esa sensación fresca y refrescante se disparó por todo el cuerpo desde ese
punto, lo que alivió la fiebre bastante, devolviéndole el enfoque a lo que era
importante.
Él. Mantenerlo a salvo. Encontrar a la ninfa para poder localizar a su padre. Y
deshacerse de este fuego dentro de ella.
Cuando él se echó hacia atrás, sus ojos eran tan insondables que estaba segura de
que podría ver la eternidad si miraba lo suficiente. Éste tenía que ser su verdadero yo.
No el reservado, el guardián calculador que Theron había descrito.
—Titus...

209
Le pasó el pulgar por la mandíbula.
—¿Sí?
—Debería habértelo dicho.
—¿Lo del elemento?
Ella negó con la cabeza.
—Lo del fuego.
—Está bien —dijo en voz baja—. No es culpa tuya.
—No, pero…
Él le tomó la cara entre las manos.
—¿Sabes por qué me necesitas, Tasa?
Porque eres infernalmente atractivo. Porque me proteges. Porque eres el único al que le
preocupo.
—Yo…
—Porque puedo enfriar ese fuego dentro de ti. —Él sonrió y le apartó un mechón
de pelo de la frente—. Me encanta cuando estás confundida. Se te pone esta pequeña y
hermosa línea, aquí.
Le pasó el dedo por el entrecejo y ella frunció el ceño.
—No…
—¿Lo entiendes? Yo tampoco. No hasta que sostuve el Orbe. ¿Te acuerdas lo que
dijiste sobre que no sabías por qué habías sido liberada de la prisión de Zeus? Es
porque Zeus consiguió el elemento aire. Pensó que estarías a salvo ya que él lo poseía.
Lo que él no se imaginaba es que Orpheus lo robaría y lo ocultaría durante unos miles
de años.
—¿Orpheus?
—Uno de los Argonautas. Es realmente el hijo de Perseo reencarnado, pero eso es
otra historia. Lo importante es que cuando O recordó dónde había escondido el
elemento aire en su vida anterior, lo buscó y lo colocó en el Orbe, lo que te liberó de tu
prisión. Encontró el elemento aire, hace seis meses.
Hace seis meses... Ese fue el momento en que despertó. Natasa se concentró en
una rama detrás de él. Aturdida y... bueno, informada.
—Eso es por lo que pasó tanto tiempo.

210
—Y por lo que no te acuerdas de nada. Gracias a Orpheus, afortunadamente
estás libre. Zeus te habría utilizado hace mucho tiempo si no te hubieras escondido.
Y jamás habría conocido a Titus.
Sus miradas se encontraron.
—Es un montón de información la que has conseguido.
Sonrió.
—Hay más.
—¿Más? —No estaba segura de querer saber más.
Él deslizó sus brazos alrededor de la cintura y la atrajo hacia sí. La temperatura
descendió al estar pegada a él de esta manera, sentía cada vez más débiles las rodillas,
tal y como le pasaba siempre que la tocaba.
—Te refresco no porque seas mi alma gemela, sino debido a Calipso.
Ella apoyó las manos en sus antebrazos, amando la sensación de tenerlo pegado,
pero abrumada al mismo tiempo.
—Me estás acribillando de datos demasiado rápido. ¿Alma gemela?
Él se rió, se inclinó y le besó la oreja. Su dulce aliento refrescante le recorría el
cuello, y lo sintió tan condenadamente bueno.
—Llegaremos a eso más adelante. Cuando mi antepasado, Odiseo, se quedó
varado en esta isla de Calipso, se bañaba en una poza especial. Una de dónde se tomó
el elemento agua. Los vestigios pasaron a sus descendientes. Hasta mí. Yo soy el agua
para tu fuego, ligos Vesuvius.
Frunció el ceño aún más. Se veía tan engreído y orgulloso de sí mismo. Lo que
estaba diciendo era una locura, y sin embargo, hasta cierto punto una locura con
sentido.
—¿Estás diciendo que el elemento agua está aquí en esta isla?
Él se encogió de hombros.
—Sí, supongo.
—¿Entonces por qué no lo buscas? Tus Argonautas…
—Porque no me importan los elementos. Sólo me importas tú.
La boca se le secó, y el amor -un amor que nunca había esperado encontrar-
inundó el vacío dentro del pecho. Éste tenía que ser su verdadero yo.

211
—Oh, Titus.
La besó de nuevo. Sus labios eran frescos y suaves, su lengua húmeda y tan
maldita tentadora deslizándose contra la suya. Induciendo un gemido en el pecho.
Creando un anhelo. Erigiendo una imperiosa necesidad.
Él sonrió maliciosamente.
—Voy a montármelo contigo más tarde. Pero primero te quiero sudando. Y
jadeando. Y tan condenadamente caliente que me pidas que te enfríe de dentro a fuera.
Ella ya lo estaba.
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Uno nacido de la anticipación y la
excitación. Las fantasías sobre lo que iba a hacer con ella le rebotaban por la mente
cuando la soltó, mientras le tiraba de la mano y la arrastraba tras él. Pero pronto se
convirtieron en dudas y preocupación cuando se dio cuenta de que tenía que decirle el
resto. Necesitaba contarle sobre el trato que había hecho para poder buscar a su padre
durante los últimos meses. Pero tenía miedo. Miedo de lo que él diría cuando supiera
toda la verdad. Miedo de perderlo a causa de un error estúpido que ahora no podía
subsanar.
Se le aceleró el corazón. Ella esquivó un árbol y trató de estabilizar la voz
temblorosa:
—Entonces, ¿qué es eso del alma gemela que Zander y tú habéis mencionado?
—Es una maldición. De Hera. Ella tenía un resentimiento importante contra
Heracles, y cuando Zeus creó a los Argonautas y el reino de los héroes, su cabreo se
duplicó. Así que ella lo maldijo, y a todos los descendientes de los Argonautas con
tener una sola alma gemela. La única persona que él más querrá en el mundo, pero que
es la peor pareja posible para él.
Él volvió a sonreír, una sonrisa deslumbrante, que le sobrealimentó la sangre.
—Pero en nuestro caso, la jodió bien, porque soy agua para tu fuego, cielo.
Su perfecta otra mitad... Todo el cuerpo se le iluminó con la comprensión. No era
extraño que se sintiera atraído por ella. No sólo por los elementos, sino por una razón
más profunda, más siniestra.
Sí, el agua podría extinguir un fuego, pero si el fuego era demasiado fuerte, si no
había suficiente agua para sofocarlo, esa agua se convertiría en vapor y continuaría
expoliando la tierra.

212
Sabía demasiado sobre el destino. No era algo que se pudiera cambiar. Estaba
destinada a liberar a su padre... y con la ayuda de Titus, ahora tenía una oportunidad.
Pero la maldición de Hera... este horrible destino que la diosa había otorgado a cada
uno de los Argonautas... garantizaba que no terminarían juntos.
La esperanza y la excitación que había sostenido unos momentos antes se
marchitaron y murieron. Lo único que podía hacer era rezar para encontrar a su padre
antes de que fuera demasiado tarde.
Y que el fuego que tenía dentro no destruyera a Titus antes de que ocurriera.



Nick rotó los hombros y pasó por encima de un tronco caído.


El terreno era escarpado y jadeaba. El sudor le recorría la piel, pero no le
importaba. Cada paso que le alejaba de la colonia era un paso más hacia la libertad.
Estaba agotado de dedicarse a los demás. Estaba agotado de que todo el mundo
recurriera a él. Agotado…
El dolor le atravesó el pecho. Se quedó sin aliento, extendió la mano hacia el
tronco de un árbol cercano, y se detuvo, tratando de averiguar qué demonios le había
sucedido.
Se le revolvió el estómago, y otro estallido de un dolor agudo se le disparó por
debajo de las costillas.
Isadora.
Se le aceleró el pulso y la adrenalina le inundó el sistema. Algo estaba mal con
ella. La vinculación de las almas gemelas le gritaba que estaba en problemas.
El cuerpo se le puso en movimiento antes de que la mente hiciera la conexión. Se
giró y empujó los pies hacia delante, abriéndose paso por la colina, saltando sobre
troncos caídos, esquivando árboles jóvenes y arbustos. Tenía que llegar a ella. Tenía
que ayudarla. Tenía que…
Las cicatrices de la espalda le hormiguearon. Y el aire que le rodeaba pasó del
frescor matutino del verano a una gelidez que congelaba los huesos. Se detuvo con un
patinazo de botas.
Daemons. Restos del precario ejército de su madre.

213
La adrenalina aumentó. Las armas que llevaba atadas a las caderas eran inútiles
contra su dura piel. Desenvainó la hoja que mantenía sujeta con una correa a la espalda
al mismo tiempo que la primera bestia surgía entre los árboles.
Por lo menos dos metros trece de altura, con la cara de un gato, las orejas de un
perro, y los cuernos como algo salido directamente del infierno, la bestia era una
mezcla horripilantemente fea. El único signo de que una vez había sido humano era su
cuerpo. Alto, delgado, musculoso, ataviado con la armadura de batalla y un abrigo
largo que ocultaba una gran cantidad de armas. Pero este monstruo no era humano. Ya
no. Y estaba aquí en busca de sangre.
El daemon olfateó el aire. Ojos de un rojo intenso se fijaron en Nick y se
encendieron a la vida.
—Mestizo.
Otros tres daemons salieron de los árboles a la espalda del monstruo. El primero
les hizo señas para que avanzaran con un gruñido de sus horribles labios.
—Hemos encontrado el almuerzo, muchachos.
Dos dieron un paso hacia delante. El tercero se quedó inmóvil, entrecerrando sus
ojos ardientes.
—Tenemos órdenes de Hades.
Nick agarró la espada con ambas manos. ¿Ahora trabajaban para el rey del
Inframundo? Jodidamente fantástico.
—A la mierda Hades —dijo el de delante—. Tengo hambre.
—Fue muy claro —respondió el otro—. Sólo la colonia.
Todo dentro de Nick se quedó inmóvil. Hades conocía la ubicación de la colonia.
La protección se había ido al garete. Su pueblo...
Isadora...

La oscuridad que mantenía encerrada dentro se alzó y explotó. Una rabia le tiñó
de rojo la visión. Rugió y cargó, blandiendo la espada. Rebanando la carne con el
metal, cercenando el hueso. Aullidos resonaban entre los árboles. Nick se agachó, giró,
esquivó garras y dientes afilados. El primer daemon cayó al suelo con un gruñido. En
una furia de movimiento, Nick insertó la espada en el corazón del daemon de la
derecha, tiró de ella liberándola y con un giró, decapitó al otro en un movimiento
limpio.

214
De un vistazo se dio cuenta que el cuarto –el que había vacilado en la parte de
atrás- se había ido. Todo lo que quedaba era un caos sangriento de tela y hueso.
Los daemons no morían realmente hasta que sus cabezas eran separadas de sus
cuerpos. Con el pecho agitado, Nick levantó la espada y decapitó a los otros dos, y
luego impulsó a las piernas a una veloz carrera hacia la línea montañosa.
Llegó a la cima y miró hacia abajo al valle. El corazón se le cayó a los pies.
Una batalla se desarrollaba en las orillas del lago glacial. Daemons y sátiros
contra Argonautas y guerreros mestizos en un duelo mortal. En el momento de más
necesidad de su pueblo, él los había abandonado.
Recorrió con la mirada el agua brillante, hacia la isla que sostenía el castillo,
invisible a simple vista. El mineral therillium seguía ocultando su ubicación. Hades aún
no lo había descubierto. Aún había tiempo.
Se agarró a una roca, dio un paso con la intención de bajar para unirse a la
batalla. Otro dolor abrasador le desgarró el pecho, paralizándole todas las células del
cuerpo.
Volvió a mirar la isla rocosa en medio del lago.
La batalla tendría que esperar.



—Respira, Isadora. Estable. Eso es todo. Bien. Mantente enfocada.

Demetrius intentaba escuchar lo que Callia le estaba diciendo a Isadora, pero no


podía coger su propio maldito aliento. El pánico le estrujaba el pecho y era un esfuerzo
que los pulmones consiguieran cada pedacito de aire.
Tumbada en una cama de la clínica médica, Isadora le apretó la mano. Ella dejó
escapar un breve suspiro, y luego esbozó una sonrisa débil.
—Todo va a salir bien.
Allí estaba ella. Su roca. Reconfortándole cuando era ella la única que estaba en
peligro.
Miró a Callia, en el otro lado de la cama.
—Tenemos que llevarla a casa.

215
—No —dijo Callia tranquilamente, alentando a Isadora a través de otra
contracción. Echó un vistazo a la lectura en el monitor del ritmo cardíaco que estaba
sujeto con una correa al vientre de Isadora—. Es demasiado tarde para eso. Va a tener
este bebé aquí.
Demetrius apretó los dientes, y guardó lo que pensaba para sí mismo. No quería
a Isadora estresada, pero no le gustaba que estuviera aquí. No cuando los daemons,
sátiros y, joder, Hades estaban al otro lado del lago. Ahora mismo, él debería estar allí
con los otros Argonautas y Skyla, combatiendo de nuevo contra las bestias,
asegurándose de que no podían llegar hasta ella, pero no podía abandonarla. El
vínculo entre almas gemelas ni siquiera le permitía dejar la habitación.
Isadora dejó escapar otro suspiro.
—No... habléis de mí... como si no estuviera aquí.
—Ni se nos ocurriría soñar con ello. —Callia se rió entre dientes—. Vamos, ésta
ha terminado. No ha sido tan malo, ¿verdad?
Isadora se limpió el sudor de la frente. Sus hombros se encogieron, y ahora que la
contracción había pasado, se veía pálida y agotada. Y diez veces demasiado pequeña
para la cama en la que yacía.
—El que dijo que esto era una hermosa experiencia, obviamente jamás pasó por
un parto.
Callia sonrió, pero fue una sonrisa forzada. Resonaron pasos, y ella miró hacia la
puerta, pero Demetrius estaba demasiado centrado en su compañera como para
preocuparse en quién llegaba. Isadora había cerrado los ojos y tenía la cabeza
descansando sobre la almohada. Entre contracciones, era como si todo su cuerpo se
relajara, reuniendo fuerzas para el próximo ataque. El estómago se le retorcía de miedo
y angustia. Él jamás se había sentido tan impotente. No había nada que pudiera hacer
para aliviar su dolor, nada que pudiera hacer para acelerar las cosas. Y al recordar toda
esa sangre...
Tragó saliva y le apretó la mano con más fuerza. No iba a perderla. ¿Cómo pudo
haber pensado que podría alejarse de ella?
—Escuché que había una fiesta por aquí.
Isadora alzó las pestañas y cuando vio a su otra hermana, Casey, sonrió.
—No sabía si vendrías.
Casey entró en la habitación. Demetrius empujó la silla hasta los pies de la cama
para hacerla sitio, pero no soltó la mano de Isadora. Casey se detuvo cerca de la

216
cabecera de la cama de Isadora y apartó un mechón de pelo húmedo de la frente de
Isadora.
—Nada me podía mantener alejada.
—¿Sabe Theron que estás aquí?
Ella arrugó la nariz.
—Probablemente es mejor no decírselo.
—¿Los colonos?
—Todos en Argolea. Max y Maelea están ayudando al personal del castillo a
ubicarlos hasta que sepamos lo que está pasando. Max... Tiene cierto talento en el
departamento de delegación.
Isadora esbozó una sonrisa débil.
—Genes reales.
—Debe ser. No te preocupes, Isa. Todo el mundo está a salvo.
Isadora dejó escapar un suspiro de alivio. Sus ojos se cerraron.
—Gracias a los dioses.
Un temor reverencial recorrió a Demetrius. Incluso ahora, estaba preocupada por
los demás. A su padre no le hubiera importado lo que les ocurriera a los mestizos. La
compañera de Demetrius -su reina- era la persona más compasiva que él jamás hubiera
conocido.
—¿Zander? —Llamó Callia—. ¿Puedes hacer compañía a Isadora durante un
minuto? Necesito a Casey y a Demetrius para que me ayuden a recopilar suministros.
—Claro, Thea. —Zander se alejó de la ventana por la que había estado
observando el exterior y se acercó a la cama. Como a Demetrius, el vínculo entre almas
gemelas tampoco permitía a Zander alejarse de Callia.
Los ojos de Isadora se abrieron de golpe, y la preocupación onduló por su rostro.
—¿Qué pasa?
Callia posó una mano sobre la frente de Isadora.
—Nada. Todo está bien. Descansa un minuto. Volveremos enseguida.
De mala gana, Demetrius soltó la mano de Isadora, besó su frente, y le susurró:
—Estoy justo al otro lado si me necesitas. —Pero no le pasó desapercibida la
mirada que Callia lanzó a Zander. La que le dijo que ella estaba mintiendo.

217
En el pasillo, los rasgos de Callia se pusieron serios.
—Bien, aquí está la situación. La placenta cubre parcialmente el cuello uterino,
por lo que está sangrando. Ya está demasiado inestable como para cruzar el portal, por
lo que no vamos a ninguna parte hasta que el bebé esté fuera. Lena ya está preparando
el quirófano.
Lena, la sanadora mestiza, se había quedado para ayudar. Pero eso no alivió el
temor de Demetrius. Cirugía. Dioses, por favor...
—¿Para cuándo? —preguntó Casey.
—Quince minutos, máximo. Creo que cuanto antes lo hagamos, mejor. Isadora es
fuerte, pero la pérdida de sangre la está debilitando más rápido de lo que me gustaría.
Y debilitándolas a ellas. Demetrius miró de una hermana a otra. No se había
dado cuenta hasta ahora, pero las dos hermanas estaban demasiado pálidas. Las tres
estaban conectadas físicamente. Lo que una experimentaba, las otras lo sentían.
—Tú no puedes operarla.
—No lo haré —respondió Callia—. Lena estará al mando. Yo sólo ayudaré. Ella
ha hecho esto cientos de veces, Demetrius, así que no te preocupes. Tengo fe en que
todo irá como la seda, pero tienes que saber que las cosas sucederán con rapidez. —
Miró de uno al otro—. Esto no es lo que Isadora tenía planeado para el nacimiento, así
que necesito que ambos le deis apoyo moral.
Apoyo moral. Podía hacerlo. Por ella, él haría cualquier cosa. Simplemente no
puedo perderla...

—¿Y Zander? —preguntó Casey.


Callia miró a su hermana, y en sus ojos Demetrius vio el primer atisbo de miedo.
—Le dije que tenía que unirse a los otros Argonautas fuera, pero no irá.
Porque también tenía miedo, se dio cuenta Demetrius. Él no iba a dejar a su
compañera con el peligro tan cerca. La única razón por la que Theron no estaba aquí
vigilando a Casey era porque no sabía que había cruzado al reino humano.
Callia hizo un gesto para que volvieran a la habitación. En el interior, Demetrius
de inmediato se colocó junto a la cama. Isadora estaba jadeando a través de otra
contracción, agarrando la mano de Zander, hasta que se volvió blanca. Zander miraba
fijamente la pantalla al lado de ella, emitiendo pitidos y números parpadeantes.
—Um... Thea...

218
Demetrius le cogió la otra mano. Ella envolvió los dedos y la oprimió tan fuerte
que el dolor se le disparó hacia arriba por el brazo.
Callia cruzó la habitación rápidamente, miró de la máquina a Isadora, a
continuación, dio un codazo a su compañero para apartarle. Sosteniendo sus manos
sobre el vientre de Isadora, cerró los ojos, usando sus sentidos de sanadora para
comprobar al bebé.
Sus ojos se abrieron de golpe. Se volvió hacia Zander.
—Tenemos que ir al quirófano ahora. Busca a Lena.
Zander salió corriendo de la habitación. Los ojos de Isadora se abrieron como
platos.
—¿Q-qué?

—Cariño —dijo con calma Callia, desenganchando los cables—, la frecuencia


cardíaca del bebé está bajando. Tenemos que sacarlo ya.
—Oh, dioses...
—¿Casey? —Llamó Callia—. ¿Una ayudita aquí?
El miedo golpeaba a Demetrius por todas partes. Pero tenía que ser fuerte por
ella. Giró el rostro de Isadora hacia él.
—Mírame. No me marcharé. Estoy aquí contigo.
Ella jadeó por la contracción, pero su mirada no abandonó la suya. Y aunque
sabía que estaba asustada, la fuerza -una fuerza que siempre tuvo muy dentro de ella-,
brillaba en sus ojos. Una fuerza que él sintió llegarle hasta el alma.
—Te amo —susurró él—. Eres lo mejor que me ha pasado.
Ella le apretó la mano, se la colocó sobre el vientre hinchado, y la cubrió con la
suya. A través de la dificultosa respiración, dijo:
—Prométeme… si algo sale mal... querrás a este bebé... de la misma manera.
El corazón se le contrajo. Cerró los ojos y apoyó la frente contra la de ella. No
puedo perderla…
—Todo saldrá bien, Kardia.
—Prométemelo...
Por favor, Demiurgo...
—Te lo prometo.

219
Su respiración se ralentizó. La contracción se alivió. Inspirando firmemente, le
miró profundamente a los ojos y le rozó los dedos por la mandíbula.
—Yo también te amo. Sólo a ti. No importa lo que pase, Demetrius, tú eres mi
corazón.
Sintió como si el pecho se le expandiera diez veces su tamaño normal. Pero antes
de que pudiera darle un beso, antes de que pudiera decirle lo mismo, Callia anunció:
—Vale, vosotros dos. Odio interrumpir esto, pero tenemos que asistir a un parto.
Con los ojos húmedos, se apartó de la cama. A regañadientes, soltó la mano de
Isadora. Con un gruñido, Callia empujó la cama hacia adelante. Casey ayudó a guiarla
hacia la puerta.
Donde Nick estaba de pie, cubierto de suciedad y sangre de la batalla,
bloqueando el camino.

220
CAPÍTULO 17

Titus miraba fijamente el fuego que había preparado, observaba como las llamas
lamían una rama hasta devorarla por completo.
El vínculo con los Agonautas le gritaba que no estaba donde debería estar, donde
le necesitaban. La incertidumbre le tanteaba la mente, pero la rechazó.
Lo que estaba sucediendo en la colonia de los mestizos ya no era de su
incumbencia. Había hecho la elección. Natasa y él habían pasado todo el día haciendo
senderismo por la isla y no habían encontrado ninguna señal de Calipso. Sabía que
Natasa ya estaba desalentada -su estado de ánimo se había oscurecido con cada grado
que el sol había caído en el cielo-, pero todavía tenían por lo menos la mitad de la isla
para buscar. Mañana la encontrarían. Estaba seguro de ello. Y los Argonautas...
Ese grito se hizo más fuerte. Los Argonautas estaban altamente entrenados. Ellos
no lo necesitan. En realidad no. No como Natasa.
—Parece que estás en otro sitio.
Su voz le hizo volver al fuego. A ella. Las llamas vacilantes iluminaban su pelo, le
confería a su piel un aspecto más cálido, sus ojos parecían gemas brillantes.
—Sólo pensaba.
—Umm. —Enlazó sus manos, las enganchó sobre una rodilla desnuda, y miró el
fuego. Se había puesto su camiseta blanca polvorienta de nuevo y estaba sentada en un
tronco cercano. Cerca, pero no lo suficientemente como para tocarla. Y a pesar de que
él necesitaba el calor del fuego para aliviar el frío de la noche, ella se había colocado a
unos metros de distancia, donde no podía alcanzarla.

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Se levantó y caminó hasta sentarse a su lado sobre el tronco. Ella se apartó unos
centímetros. La siguió.
Frunció el ceño y lo miró a los ojos.
—Tienes espacio más que suficiente.
—No quiero espacio. Te quiero a ti.
Algo oscuro brilló en sus ojos, pero no pudo descifrarlo. Apartó rápidamente la
mirada y se puso de pie.
—Estoy cansada.
—¿Quieres que te ayude a relajarte?
—No. Quiero dormir. Sola.
Un rechazo en toda regla. Y un cambio de ciento ochenta grados con respecto a lo
anterior.
Vio como ella avanzaba a un área musgosa bajo un gigantesco árbol y se acostaba
sobre el costado. Metió las manos debajo de la cabeza, cerró los ojos, suspiró y lo dejó
al margen.
Había desestimado el suave abrigo que había dispuesto para ella. Optando, en
cambio, por alejarse de él. Algo le estaba pasando. No había comido mucho. Por
supuesto, el pescado que había capturado y cocinado no había sido muy bueno, pero
era comida, y los dos necesitaban mantener las fuerzas. Meditó sobre sus
conversaciones anteriores, pero no podía entender qué había provocado este cambio.
Miró de nuevo al fuego crepitante y observó una llama brincar, arremolinarse y
chisporrotear.
Volátil...
No la había tocado en varias horas. Su temperatura había sido alta durante el día
-no tan caliente como lo había sido en la colonia-, pero más caliente que cuando se
habían enredado en la cama. Más caliente de lo que había estado en la ciudad de las
Amazonas. Cuando él tenía que llevar toda la sofocante y ceremonial armadura de los
Argonautas y se sobrecalentaba, era como tratar con un oso. Ella vivía con esa
sensación diariamente. No era de extrañar que no estuviera en el mejor de los humores.
En silencio, se levantó y se acercó a donde estaba. Su respiración ya era lenta y
constante. No había mentido sobre lo de estar cansada. Tumbándose junto a ella,
envolvió suavemente un brazo alrededor de su cintura y se acurrucó contra su espalda.

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El calor se precipitó de ella a él.
Definitivamente estaba más caliente. El elemento en su interior se volvía cada vez
más inestable según transcurrían las horas. Y, comprendió… que no había recogido un
solo pensamiento de ella desde que estuvieron en la colonia. En poco tiempo, los
vestigios de agua que quedaban en él, no serían suficientes para refrescarla.
El deber batallaba con el deseo, pero se negó a cambiar de idea. Era su alma
gemela. Él era el agua para su fuego. Encontrarían a su padre antes de que fuera
demasiado tarde.
Por ella –por el mundo- tenían que lograrlo.



Natasa jadeaba, el calor era tan intenso que le extraía el aire de los pulmones.
Se agitaba de izquierda a derecha. Retorciéndose, curvándose, las furiosas llamas
se arrastraban hacia el cielo en todas direcciones, bloqueándola. Se cubrió la boca con
la mano, tosiendo por el humo que le llenaba los pulmones, y luchando por controlar el
pánico. En algún lugar por encima, un águila se abalanzó sobre las llamas y gritó. Un
águila que debería volar alto y alejarse, muy lejos.
Pájaro estúpido. Estúpida ella por seguirlo. Estaba atrapada. No había salida. El
calor aumentaba por segundos. Abrasando desde dentro… Prendiendo en llamas...
«Puedo ayudarte. Ven a mí y vivirás. No tienes más que darme una cosita…»

Un rugido hizo eco. Miró por encima de los bordes de las llamas que se elevaban
hacia el cielo. La tierra tembló. Los cielos se abrieron. El agua se precipitó en una ola,
llenándole la boca, los pulmones, arrastrándola hacia abajo. Gritó, pero el sonido fue
amortiguado, la fuerza tan inmensa que la tiró.
El líquido le cubrió la cabeza. Luchó contra la fuerza, pataleó y alcanzó la
superficie. El ligero diluvio se resistía a desaparecer. La oscuridad creció.
«Oh, sí. Cuando el fuego te consuma, nuestro trato se completará. Y el elemento me
pertenecerá…»

—Tasa, abre los ojos.


Natasa retrocedió. Perdió el equilibrio y cayó al suelo. El agua volvió a llenarle
los pulmones. Entró en pánico. Farfulló. Pataleó y extendió los brazos. Manos fuertes le

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rodearon los bíceps. Arrastrándola hacia arriba. El dulce y bendito aire le entró
precipitadamente en la boca.
—Te tengo —dijo Titus—. Agárrate a mí.
Jadeó y se aferró a él en busca de ayuda. Hizo respiraciones profundas, dando
bocanadas, se dio cuenta que tenía el pelo mojado y apartado de la cara. El agua fría y
clara los rodeaba, la luz de la luna se reflejaba sobre la oscura superficie, iluminando
los árboles y arbustos alrededor del pequeño lago.
El lago. Donde se habían detenido para pasar la noche después de haber estado
explorando Ogygia durante la mayor parte del día. Donde Titus había preparado un
fuego para asar el pescado que había capturado para la cena. Donde se había quedado
dormida pensando en su padre y el trato que había hecho para seguir con vida y cómo
podía arreglar el desastre en el que se había metido.
—Eso es —dijo en voz baja, pasándose la mano por la espalda—. Te tengo. Sólo
respira.
Ella se aferró más fuerte. Poseidón no había dicho nada acerca de tomar el
elemento cuando la consumía. Ella había accedido a dárselo sólo si encontraba a su
padre. Pero dar y tomar eran dos cosas muy diferentes, y por ser un dios,
probablemente había asumido que era igual lo que ella hiciera. Si ella le encontrara,
Prometeo sabría un modo de liberarla del acuerdo.
Una horrible comprensión hizo que el aire se le congelara en la garganta.
Epimeteo no la había traicionado. Poseidón lo hizo. Él deliberadamente la había
conducido por un rumbo, la había enviado a Epimeteo, a buscar a Maelea, sabiendo
que obligaría a Natasa a perder un tiempo valioso. Él le había otorgado el "tiempo"
suficiente para que el elemento se volviera inestable, lo que garantizaba que no llegaría
a su padre antes de que el elemento tomara el control. Y ahora estaba esperando que
ardiera en ella para poder bajar en picado y reclamar su premio.
—Skata. —Los brazos de Titus la envolvieron—. Me acojonaste. Estabas gritando
en sueños. Ha debido ser una pesadilla.
No fue un simple sueño. Era la realidad de lo que la estaba esperando. Cuando
llegara al final de este camino. Mucho antes de que alguna vez cumpliera con algún
destino sin sentido.
Un águila voló a baja altura sobre el agua, luego se alzó hacia el cielo. Un águila
idéntica a la del sueño. Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo.
—Hey. —Su voz se suavizó—. Estás temblando. ¿Tienes frío?

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—Yo... —No podía acercarse lo suficiente—. No me sueltes todavía.
Su respiración relajante se le extendió por el cuello y los hombros. La abrazó con
fuerza, tal como ella quería. Pasaron largos segundos. Al final, le susurró:
—¿Quieres hablar de ello?
Negó con la cabeza. No podía encontrar las palabras para contestar. ¿Qué
demonios iba a hacer ahora? Cada día que pasaban juntos ponía su vida en peligro. No
se sabía cuándo entraría en combustión espontánea y vomitaría fuego sobre toda la
tierra. Theron tenía razón. Titus era ciego a ella. No estaba pensando lógicamente. Si
fuera…
Sentía el corazón como si se le pudiera romper con el mínimo golpeteo. Si
estuviera pensando lógicamente, no estaría allí con ella. Habría permitido que sus
Argonautas la encerraran. Estaría con sus compañeros ahora. Luchando por salvar al
mundo como había estado haciendo desde mucho antes de que ella hubiera irrumpido
en su vida.
Todas las veces que le había ofrecido su ayuda, las numerosas formas en que le
había salvado la vida, la compasión que había derramado sobre ella una y otra vez le
pesaban en el alma. Ella no iba a ser la razón de su muerte. Ella no iba a ser la razón de
que millones de inocentes murieran. Ella no era como los dioses, egoísta y sólo
preocupada por sí misma. Mientras mil pensamientos frenéticos se le agolpaban en la
mente, una solución se solidificó. Una que nunca habría considerado hasta ahora.
Un renovado sentido de propósito se deslizó atravesándola, aliviando el temor.
Respiró profundamente, soltó el aire, y se obligó a ser fuerte, se obligó a no mostrar
nada. Porque sabía en el corazón, que si Titus se enteraba de lo que pensaba hacer,
nunca le permitiría que lo hiciera.
—¿Có-cómo hemos llegado al agua?
—Estabas ardiendo. Tenía que hacer algo para refrescarte. Sin embargo, tan
pronto te sumergí, comenzaste a sacudirte. Me asusté —añadió en un susurro.
Eso explicaba el sueño. Pero eso no cambiaba lo que sabía se avecinaba.
Apretó la cara contra su cuello y aspiró el dulce aroma de su piel, amando al roce
de la mejilla sin afeitar contra la carne.
—¿Por qué tengo la sensación de que estás ocultando algo? —le preguntó en voz
baja.

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Porque era inteligente. Y debido a que incluso en el poco tiempo que habían
estado juntos, había llegado a conocerla más que cualquier otra persona en toda la
vida.
—Creo en las señales. Nunca lo hice antes, pero... soñé contigo.
—¿En serio?
Asintió con la cabeza.
—Creo que lo hice durante un tiempo, es que... No sabía que eras tú. Pero ahora...
—Tragó saliva—. Debería haberte esperado. Es algo que me produce un gran pesar.
Siento no haberte esperado.
Él se echó hacia atrás y le miró fijamente la cara. Vio las preguntas en sus ojos,
vio que no tenía ni idea de lo que estaba hablando, pero a ella no le importaba. Ahora
las palabras se derramaban de la boca. Las palabras que necesitaba que salieran.
—El elemento fuego dentro de mí interfiere en tu don, o maldición, o como
quieras llamarlo. Es por eso que me puedes tocar cuando no puedes rozar a los demás.
—Tal vez —dijo lentamente—. Y quizás puedo tocarte porque eres mi alma
gemela.
No... era el elemento fuego. Y tal vez también fuera los residuos del elemento
agua en el interior de él. No estaba segura. Sólo sabía que él estaba tratando de ignorar
lo obvio... como ella había estado haciendo desde el día en que se habían conocido.
Apretó los brazos alrededor de él. No quería dejarle jamás. Sabía que tendría que
hacerlo pronto.
—Esto no va a terminar bien, ya lo sabes. Las Destino tienen otros planes para
mí.
Él se echó hacia atrás de nuevo y la miró. La luz de la luna acentuaba su fuerte
mandíbula, la barba en sus mejillas, sus robustos y atractivos rasgos. Pero esta vez la
curiosidad había desaparecido. La helada resolución cubría sus ojos.
—Las Destino simplemente tendrán que cambiar sus planes.
Abrió la boca para discutir, deseando que estuviera al menos un poco preparado
para lo que se avecinaba, pero él le soltó la cintura, levantó las manos para enmarcarle
el rostro, deteniendo las palabras en la lengua. El agua goteaba de sus dedos,
salpicándole los hombros, un refrescante frío que se extendía sobre la piel antes de que
se calentara de nuevo. Pero fue la expresión de sus ojos, la mirada decidida de “nadie
juega conmigo y vence” lo que la consumió.

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—No voy a perderte, Natasa. Pasé mucho tiempo pensando que no necesitaba un
alma gemela para encontrarla y que luego me la arrebataran. Mañana vamos a buscar a
Calipso, y nos dirá dónde está tu padre. Y luego él te quitará ese maldito elemento para
que podamos estar juntos. Algo más que el Orbe nos unió. Algo más profundo está
funcionando aquí.
No podía soportarlo más. Ella envolvió los brazos alrededor de su cuello otra vez
y hundió la cara en su pelo. El silencio se asentó entre ellos, el único sonido era el
murmullo del agua del arroyo que se vertía en el lago. El corazón le bailoteaba de
alegría por las cosas que le había dicho, y sin embargo, al mismo tiempo se le estaba
rompiendo. Las Destino estaban jugando un juego cruel, tejiendo una red interminable
de imposibilidades. Una de la que ahora sabía no podía escapar. No importa lo mucho
que lo intentara.
—Tengo una vivienda —susurró—. En las montañas a las afueras de Tiyrns. No
es lujosa, y rara vez voy por allí, pero está construida junto a un río, y es el único sitio
en el que siempre me he sentido como en mi casa. Hay un estanque, muy parecido a
éste, perfecto para nadar en los meses de verano. Nunca he llevado a nadie allí. Quiero
llevarte.
El espacio debajo de las costillas se le contrajo. Por supuesto al él le atraería el
agua. Cerró los ojos con fuerza y se imaginó una casa de madera y cristal junto a la
orilla, los torrentes de agua, los árboles altos, y el estanque para nadar. Lo imaginó
zambulléndose en esa refrescante agua, polvoriento y sudoroso después de un duro
día de trabajo, y luego emergiendo goteante y malditamente delicioso, dejándola sin
aliento.
—Dudo que a los Argonautas aprobaran eso —consiguió decir—. Y mucho
menos si es en tu reino.
—Solamente tienen que acostumbrarse a ello. Algunas cosas en la vida son más
importantes que el deber y el honor.
Dioses, cómo deseaba que fuera cierto.
—Nada en la vida es más importante que el deber y el honor, Titus.
Él le acunó el rostro entre sus manos.
—Tú lo eres.
Eso fue todo. Todo lo que podía asumir. Una desesperada necesidad de estar
cerca de él por última vez le abrumó cada pensamiento y acción. Ella presionó la boca a
la suya y le besó con fuerza. Sus brazos se cerraron alrededor de la cintura con la

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fuerza de un tornillo, y la dejó sin aliento, luego se perdió en el dulce sabor de su
lengua acariciándola con urgencia.
—Te quiero —susurró contra sus labios. La desesperación se le clavaba en el
alma.
Ella le presionó los labios otra vez, él los abrió, y se introdujo en su boca. El calor,
la humedad y el deseo le acariciaban la lengua en una danza erótica. Ella arrastró una
mano por su pecho desnudo, por la cinturilla de su pantalón y apretó su polla a través
de la tela que se interponía entre ellos.
Ya estaba semidura. No tardaría mucho en estarlo del todo. El fuego le ardía
entre los muslos, el deseo se los humedeció. Ella volvió a pasar los dedos por su pene,
gimiendo cuando su lengua se introdujo profundamente en la boca de la manera que
ansiaba que la larga y rígida polla que tenía en la mano hiciera en su cuerpo.
Los músculos de los brazos y estómago de él se flexionaron.
—Estás jugando con fuego, ligos Vesuvius.
—No, soy el fuego. —Lo acarició de nuevo. Buscó el botón de su cinturilla y lo
desabrochó—. Y quiero entrar en erupción. Contigo.
—Skata, Tasa. Cuando hablas así... —Él se apartó de su boca. Tenía los labios
hinchados, sus ojos estaban cargados de deseo. Pero había preocupación ahí. Él se
estaba conteniendo—. No quiero que te sobrecalientes.
No lo quería suave. Lo quería duro, profundo y desesperado.
Deslizó los dedos por la cinturilla de su pantalón, bajó por su vientre y
finalmente los envolvió alrededor de la longitud del pene. Él contuvo el aliento. Lo
acarició desde la base a la punta y hacia abajo de nuevo.
—Tómame aquí. En el agua. Te necesito, Titus. Necesito sentirte dentro de mí.
Él se estremeció cuando apretó los dedos sobre su erección. Indecisión recorrió su
rostro, pero ella no iba a ser disuadida. Lo besó otra vez, deslizando la lengua en su
boca. Entonces apretó el glorioso y duro pene en la mano y deslizó el pulgar por la
parte anterior de la acampanada cabeza.
Apartó la boca de la de ella.
—Ven aquí.
Él le envolvió el brazo por la cintura y se movió hacia atrás, arrastrándola por el
agua con una urgencia que le despertó a la vida cada centímetro del cuerpo.

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Ella envolvió los brazos alrededor de sus hombros otra vez y deslizó las piernas
alrededor de su cintura. Entonces gimió largo y profundo cuando el bulto de su
erección se presionó contra el monte de Venus.
El agua salpicó en algún lugar cercano, pero no le importó dónde. Su boca
encontró la suya, y ella lo besó de nuevo. No podía saciarse. Le posó la mano en el
culo, apretó y la atrajo hacia él.
—Voy a hacerte gritar. Dentro de un minuto, no podrás pensar más que en mí.
Ella temblaba. Ya estaba pensando sólo en él. Deslizó los dedos en su pelo, y le
lamió la boca. Se apartó antes de que ella lo hubiera saboreado por completo y la giró
para enfrentarla a un conjunto de rocas. El agua le salpicó en la cara, y escupió, luego
se dio cuenta de que la había colocado bajo a una pequeña cascada. El agua caía sobre
las piedras del tamaño de un puño, se precipitaba sobre la camiseta y sobre los senos,
haciéndole cosquillas en los pezones y arrancándola otro suspiro de los labios.
—Aguanta aquí.
Titus le pasó las manos por el vientre y se deslizaron por debajo de la camiseta.
Ella se equilibró en la suave arena bajo los pies, mientras él arrastraba la tela para
sacársela por la cabeza. Aterrizó en algún lugar sobre la orilla, seguida por el sujetador.
Sus manos se movieron de nuevo por la piel, moldeándole los senos, retorciéndole los
pezones con los dedos, enviándole vibraciones eléctricas a lo largo de la pelvis.
Provocándole un frenesí de más.
—Me excitas tanto, Tasa. —Su respiración caliente le rozó la oreja, volviéndose
loca con sus manos, con el agua contra los pezones—. Hay tantas cosas que quiero
hacer a este cuerpo.
Ella apoyó las manos en las rocas de enfrente y echó la cabeza hacia un lado. Su
resbaladiza lengua le trazó la curva de la oreja. Cerró los ojos y gimió. Oh, lo quería. Lo
quería ahora...
—Entonces hazlas.
Sus labios se curvaron contra el cuello. Una mano se deslizó de su seno a la
cinturilla del pantalón corto, luego por dentro.
—Me encantaría, pero no estás lista para eso.
—Sí, lo estoy.
—No. —Sus dedos le rozaron por debajo del vientre, se deslizaron por la parte
superior del monte de Venus. Todo el cuerpo le temblaba—. Prefiero no asustarte de
momento.

229
—No voy a ir a ninguna parte. —Mentira. Empujó las caderas contra él, frotó el
culo contra su polla, quería que sus dedos bajaran, entraran, profundamente—.
Muéstramelo.
Él le mordisqueó el lóbulo de la oreja, y luego lo amamantó.
—Te dije que había ciertas cosas que me gustaban.
Sus dedos se deslizaron por la humedad, y ella gimió al primer toque. Le pellizcó
el clítoris. Arqueó la espalda y se apretó contra él.
—Sí, eso es. Monta mi mano. Dioses, eres tan sexy.
Su suave aliento, sus dedos rotando sobre el clítoris, su voz ronca... Se sentía tan
bien. Tan pecaminoso. Tan correcto. Inclinó la cabeza hacia atrás, apoyándola contra su
hombro. Montaba sus dedos como él quería, como ella quería. Pero no era suficiente.
Quería más. Y sus palabras... las cosas que le gustaban... eran un torbellino en la mente,
lo que lo hacía aún más excitante.
—Muéstramelo. Dime lo que quieres hacerme.
Él le presionó la polla contra el culo y le mordisqueó un lado del cuello.
—Quiero atarte.
—S-sí. —Dioses, sí.
—Como los otros —Él tanteó más abajo. Sus talentosos dedos se deslizaron a los
largo de los pliegues resbaladizos. Le introdujo un grueso dedo. Ella gimió. Se
estremeció. Se contrajo firmemente a su alrededor—. Pero a diferencia de ellos, yo te
quiero desnuda. Y luego quiero tocarte, besarte y lamer cada centímetro de ti.
Cuando se lo imaginó, una emoción oscura se precipitó atravesándola. Se
imaginó siendo atada, por él, a su merced, permitiéndole hacer todo y cualquier cosa
pecaminosa que quisiera.
Se empujó contra él y gimió ante la exquisita sensación. Sacó su dedo y volvió a
entrar con dos dedos. Le frotó el clítoris con el pulgar.
—Córrete para mí, cielo. Quiero sentirte culminar con los dedos antes de follarte
con fuerza.
Las sensaciones le sacudían el cuerpo, el agua fría contra los senos, el fuerte
hombre que se rozaba contra la espalda, sus dedos conduciéndose profundamente
donde quería su pene, su pulgar frotándole el clítoris una y otra vez y sus palabras.
Oh... sus eróticas y sugestivas palabras...

230
El calor y la tensión se agruparon en el vientre, y luego se dispararon hacia el
sexo. Las estrellas explotaron detrás de los ojos. El orgasmo se condensó y detonó,
extrayéndole el aire de los pulmones y un profundo gemido de la garganta.
Le cedieron los brazos, y cayó hacia adelante contra las rocas. Giró la cabeza para
apoyarla sobre la mano. El agua fluía sobre los dedos y la mejilla. Intentó recuperar el
aliento.
Dedos frenéticos le desabrocharon el pantalón corto, lo empujaron por las
piernas, lo arrastraron sobre los pies y lo arrojaron por el aire. La prenda mojada cayó
en la orilla. El fuerte y muy desnudo cuerpo de Titus se apretó contra la espalda.
La excitación remontó. Crepitó a través de las entrañas como una cerilla siendo
encendida. Abrió las piernas y se apretó contra él. Apoyó las manos contra las piedras
y se incorporó para mirar por encima del hombro.
El deseo enrojecía su rostro. Jamás había visto tal intensidad en sus ojos. Con la
mirada hacia el agua donde ellos estaban en contacto, curvó sus piernas. La cabeza
roma de su gruesa circunferencia se deslizó por el sexo, encontrando la abertura. Ella
gimió mientras el cuerpo se extendía a su alrededor. Inclinó la cabeza contra su hombre
y se giró hacia su boca.
Así. Sí. Justo así...
Sus labios se cerraron sobre los de ella. Su cálida lengua le lamió la boca. Su polla
se conducía con fuerza en el cuerpo. Las llamas prendieron en cada terminación
nerviosa mientras se deslizaba hacia fuera, mientras se conducía aún más profundo.
Convirtiéndole las células en fuego líquido. Haciendo que la mente sólo se centrara en
él.
—Titus...
Sus manos se movieron hacia las caderas. Se desplomó de bruces contra las rocas.
La corriente de agua atormentándole los doloridos pezones. Sus dedos se le clavaron
en la piel, y sabía que tendría moretones por la mañana, pero no le importó. Él
empujaba una y otra vez, acariciando ese lugar especial localizado tan dentro, hasta
que los ojos se le pusieron en blanco.
—Sí, cielo. Siénteme dentro. Siénteme muy profundo. Nadie puede hacerte sentir
lo mismo que yo.
Él le deslizó una mano entre las pierna y le acarició el clítoris. Se sacudió con la
sensación de mil vatios. Él lo acompasó a sus embestidas. El orgasmo giró y rugió con
la fuerza de una tormenta de fuego. Su otra mano se deslizó por el vientre hasta

231
aplanarla sobre el pecho, la arrastró hasta apretarle la espalda contra su cuerpo y cerró
su boca sobre la suya, reclamándola por completo. Ella gimió, le devolvió el beso,
alargó el brazo para capturar su cadera y acercarlo más.
—No te dejaré marchar. —La mano en el pecho se cerró alrededor de la
mandíbula, sosteniéndola la parte posterior de la cabeza contra su hombro. Sus
embestidas aumentaron en intensidad. Sus dedos más rápidos. El agua le golpeaba el
cuerpo, las rocas frente a ella—. Di que me perteneces.
El corazón se le aceleró. Sentía el cuerpo como si pudiera estallarle en llamas en
cualquier momento. Ella lo besó una y otra vez, arqueándose para que pudiera
empujar más profundo, para poderlo sentir por todas partes.
—Dilo —gruñó.
—Soy tuya.
Todo dentro de ella explotó. La luz blanca explosionó detrás de los ojos. Las
vibraciones la sacudían hasta el alma. Contra ella, él gimió y tembló a través de su
propia liberación.
Las piernas le cedieron, y cayó contra él. Pero a diferencia de ella, él no estaba
flojo y deshuesado. La sujetó, la hizo girar con cuidado, la acunó en sus brazos, y luego
la sumergió en el agua para que se enfriara, el líquido claro le rozó los hombros.
Sus labios dulces se apretaron contra la oreja. Su seductor aliento le recorrió el
cuello, enviándole escalofríos a lo largo de la columna vertebral. Su corazón latía con
fuerza al compás que el suyo, pero fueron sus fuertes y musculosos brazos
sosteniéndola, acariciándola, lo que más recordaría de esta noche.
Dioses, lo que la provocaban... Las cosas que la hacían sentir...
Él le besó el punto sensible detrás de la oreja.
—Me sorprendes constantemente.
Ella volvió a temblar y luego suspiró.
—Eso es lo que hago mejor. Conmocionar y aterrar.
—Dije sorprender. Hay una gran diferencia.
No para ella. No más.
Contempló la superficie lisa del agua mientras el pulso se le ralentizaba. Ahora
que la voraz necesidad había sido saciada, no quería dejar que la realidad volviera

232
sigilosamente a introducirse en su acogedor capullo, pero sabía que no podría
mantenerla a raya durante mucho tiempo.
—Hay cosas que no sabes de mí, Titus.
—Estoy aprendiendo. Poco a poco. —Él le apartó un rizo de la frente—. Y me
gusta cada cosa que descubro.
No tenía fuerzas para advertirle que se alejara. Y tampoco quería. No esta noche.
—No lo harás. Cuando lo sepas todo.
—Dispongo de todo el tiempo del mundo para conocer cada uno de tus
caprichos, ligos Vesuvius. Y confía en mí, tengo la intención de explorar cada uno de
ellos en profundidad. Nada de lo que descubra va a cambiar lo que siento por ti.
El corazón le martilleó, aunque sabía que estaba equivocado. En ambos aspectos.
Pero no iba a decírselo. Durante el resto de esta noche, del poco tiempo que les
quedaba, quería fingir que el mañana no existía.
Ella le enmarcó la cara con las manos y rozó su boca contra la suya, el susurro de
una caricia suave que le envió escalofríos a lo largo de la columna vertebral y el deseo
retomar por dentro. Sus brazos se cerraron alrededor, abrazándola con fuerza. Los
labios y la lengua se movieron contra ella como si estuvieran hechos el uno para otro. Y
cuando ambos estuvieron sin aliento, ella se echó hacia atrás, enredó los dedos en su
cabello, y supo -sin lugar a dudas-, que lo que pensaba hacer al día siguiente era la
única opción que tenía.
—¿Qué dirías acerca de hacer un poco más de esto... explorar... en este momento?
—preguntó.
Sus labios se curvaron en una sonrisa preciosa, que le iluminaron todo el rostro y
arrugó la piel alrededor de sus ojos. Una sonrisa en toda regla que no había visto antes.
Una que lo hizo no sólo atractivo como el infierno, sino devastadoramente guapo.
—Diría que... sácame del agua, y exploraré hasta que grites.
Podía pensar en una mejor manera de pasar su última noche.
—De acuerdo.

233
CAPÍTULO 18

Un escalofrío bajó por la espalda de Demetrius, uno nacido no sólo del aire frio
del cuarto, sino del miedo.
Detrás de la sábana, Callia hablaba quedamente con la sanadora Misos, Lena, y
una enfermera que se había quedado para ayudar en el parto. Se oían sonidos
metálicos mientras recogían o dejaban los instrumentos. El olor de antiséptico llenaba
la sala de operaciones.
Miró a Isadora y le apartó un mechón que se había escapado del gorro en su
cabeza.
—Lo hiciste genial en la ceremonia el otro día. No tuve oportunidad de decírtelo.
Tenías al Consejo temblando con tu discurso.
Ella ladeó la cabeza hacia él. Una débil sonrisa asomó en sus labios, pero sus ojos
permanecieron cerrados.
—Gracias. Pero los dos sabemos que exageras. El Consejo jamás se ha sentido
intimidado por mí.
—Sí, lo están. Eres más fuerte que tu padre y lo saben. Tienen miedo al cambio y
tú lo induces. Nunca olvidaré la expresión de sus caras cuando entraste arremetiendo
en aquella sala y detuviste mi ejecución.
Sus ojos se abrieron lentamente. Insondables ojos color chocolate en los que
podía perderse para siempre.
—Tampoco olvidaré nunca ese momento. Verte colgado así… Fue el peor
momento de mi vida.

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El corazón le dio un largo y duro vuelco.
—Y verte a ti fue mi mejor momento.
—Oh, Demetrius...
Él quiso cogerle la mano, pero sus brazos estaban sujetos para la operación, así
que a cambio rozó con los dedos el gorro sobre su cabeza y bajó la frente hasta la
suya... Por favor, no os la llevéis de mi lado…
—Tienes mucho más por hacer. Todavía hay muchas cosas en Argolea que sólo
tú puedes cambiar.
Una débil sonrisa estiró su boca.
—Te preocupas demasiado por mí.
—Siempre lo he hecho. No es nada nuevo.
—Voy a estar bien, Demetrius. Es nuestro bebé quien me preocupa aho…
El cuerpo de Isadora se sacudió por lo que fuera que ellas hacían detrás de la
sábana, y tomó un repentino aliento, como si le doliera. Él se tensó y luego, más allá de
la sábana, resonó una tos diminuta, seguido de un agudo grito infantil.
Los ojos de Isadora se abrieron como platos. Levantó la cabeza, pero no pudo
mover ninguna otra parte del cuerpo.
—¿Eso es…?
—Una niña —anunció Callia, con alegría en la voz—. Danos un minuto para
limpiarla.
—¿Una niña? —Isadora miró a Demetrius con los ojos muy abiertos—. ¿Estás
segura? Mira de nuevo. Tiene que ser un niño. Soñé con él.
Un centenar de emociones aporrearon el pecho de Demetrius, pero estaba
demasiado asustado de que las Destinos estuvieran a punto de desgarrar su mundo si
se atrevía a sonreír.
—El don de la providencia no es fiable cuando te concierne a ti, kardia. —Alzó la
cabeza y preguntó —. ¿Ella está bien?
—Es perfecta —contestó Callia—. Diez dedos en las manos, diez dedos en los
pies. Un poco pequeña, pero su madre también lo es.
El bebé gritó más fuerte, y Callia se rió.

235
—¿Puedes oír eso? Diría que definitivamente hay algunos genes Argonautas en
ella.
Vestida con una bata, Callia salió de detrás de la pantalla, con una brillante
sonrisa en la cara. En sus brazos sostenía un diminuto bulto envuelto en una manta de
color azul pálido.
—Aquí tienes, papá.
Demetrius se puso en pie. La silla con ruedas en la que había estado sentado
patinó hacia atrás. Callia le pasó el pequeño paquete. Los nervios le agitaban el
estómago y los brazos le temblaron mientras sostenía el bultito contra el pecho.
Había dos momentos en su vida que jamás olvidaría. El día que Isadora le había
salvado la vida y éste. El bebé dejó de llorar, mirándolo con sus grandes ojos grises. Y
parpadeó varias veces.
Todos estos meses había estado asustado, no sólo por la salud de Isadora, sino
por lo que vería en los ojos de su hija. ¿Sería ella malvada, como su madre Atalanta?
¿Lucharía contra una oscuridad interior, como él y Nick hacían todos los días? ¿O la
luz de Isadora y su vínculo con las Horae serían suficientes para dominar todo lo
demás?
Pero cuando observó los ojos de su hija por primera vez, no vio oscuridad. No
vio el odio, la venganza o el millón de cosas que su madre había esperado en un
heredero. Vio el futuro. Y vio el amor.
Las lágrimas le escocían en los ojos. Sonrió, parpadeando varias veces para
aclarar la vista y susurró:
—Cielo.
—¿Demetrius?
Él se secó los ojos con el hombro, se dio la vuelta y bajó al bebé para que Isadora
pudiera verla.
—Dile hola a tu matéras, dulce niña.

Isadora levantó la cabeza. El bebé la miró fijamente, luego abrió su pequeña boca
y bostezó.
—Oh, mis dioses —susurró Isadora—. Es preciosa.
Demetrius sonrió ante las lágrimas de su compañera.
—No es un niño.

236
—¿Estás de broma? Los niños son inútiles. Ella es… perfecta.
Al lado de Demetrius, Callia se echó a reír. Acarició el hombro de Demetrius y
bajó la mirada a su hermana.
—Casi hemos acabado, Isa. Una vez que terminemos de coserte, dejaremos que
sostengas a tu bebé.
Regresó detrás de la sábana y Demetrius sorbió por la nariz y empujó la manta
hacia abajo para que Isadora pudiera ver las diminutas manos de su hija.
—Oh… ¿ves? —Isadora parpadeó para contener las lágrimas—. Te dije que todo
iba a ir bien. ¿No te lo dije?
—Lo hiciste. Jamás dudaré de ti de nuevo. ¡Dioses, te amo tanto! —Presionó los
labios contra los de Isadora y luego se rió cuando el bebé gruñó por haber sido
apretujado entre ellos.
Él se echó hacia atrás y limpió las lágrimas que se deslizaban por las sienes de
Isadora. El amor le inundó el corazón… por su esposa, por su hija, por todo lo que
jamás había esperado y sin lo que ahora no podría vivir.
—Necesita un nombre, kardia.
Isadora ladeó la cabeza y estudió a su hija.
—Dijiste cielo la primera vez que la viste. ¿Qué te parece… Elysia?
Por Elysium, las Islas de los Bienaventurados, el más allá donde se decía que
moraban los héroes. Bajó la vista a la cara perfecta de su hija y sonrió.
—Elysia. Me gusta. Encaja. Es como me siento cuando estoy contigo.
La mirada de Isadora se desvió hacia arriba, sostuvo la suya y se suavizó.
—Yo también te quiero. Gracias. Gracias por ella.
Bajó los labios a los de ella una vez más y la besó suavemente, dulcemente. El
bebé bostezó otra vez, contenta ahora de estar entre ellos.
—Um, Callia… —de la sábana, surgió la voz de Lena—. Te necesito. La tensión
arterial ha caído.
Demetrius se apartó de Isadora. El rostro de ella palideció. Sus ojos se volvieron
distantes. Desde detrás de la sábana, la voz tensa de Callia dijo:
—Espera. Déjame sólo…
Los ojos de Isadora se cerraron. Un estruendo resonó y Lena gritó:

237
—¡Callia!
Todo el alivio que Demetrius había sentido se convirtió en un pánico que helaba
los huesos.
—¿Kardia?
Oh dioses…

La puerta de la sala de operaciones se abrió. Voces inundaron el espacio. De


Zander. Lena discutía con él para que se marchase. Casey entró corriendo para ayudar.
Pero todo lo que Demetrius podía ver era a su compañera. Yaciendo en una
quietud mortal. Palideciendo por segundos. Le dio el bebé a Casey y le quitó el gorro a
Isadora.
—Kardia, quédate conmigo. ¡Quédate conmigo!

—Mierda —refunfuñó Lena. Metal sonó contra metal—. Vamos, Isadora…



Nick giró por las grandes escaleras, el corazón era un nudo bajo las costillas. Si
había tenido alguna esperanza de que Isadora pudiera necesitarlo, de que pudiera
ayudarla si algo iba mal, había comprendido su estupidez al segundo de haberlos visto
a ella y a Demetrius juntos.
Tenía que dejarlo estar. No había nada que pudiera hacer por ella. No era su
compañero. Ese no era su bebé. Ella…
Una cuchillada de dolor le atravesó el pecho. Contuvo el aliento y se agarró a la
barandilla. La oscuridad rodó por el castillo como una negra y escurridiza niebla.
Él estaba aquí. Hades había encontrado la forma de entrar. Sólo que no estaba
aquí para conquistar como los daemons y los sátiros del exterior. Estaba aquí para
tomar.
Nick se dio la vuelta, subió corriendo los escalones y se apresuró por el pasillo.
Atravesó la puerta de la sala de espera de la clínica médica. Estaba vacía. Sus
botas resonaron por el pasillo mientras corría hacia la sala de operaciones. Empujó la
puerta y se congeló.
Isadora yacía inmóvil sobre la camilla. Una máquina emitía un lento pitido detrás
de su cabeza, tan lento que incluso él sabía que marcaba los segundos de su vida. A su

238
lado estaba Demetrius, con una expresión afligida en el rostro. Junto a él, Casey se veía
casi tan pálida como Isadora, sosteniendo un bulto de ropa. Zander se arrodillaba en el
suelo junto a Callia, quien -también pálida- estaba sentada apoyada contra la pared,
con una mano sobre el estómago. Y Lena, vestida con una bata y cubierta de sangre,
permanecía inmóvil cerca de los pies de Isadora.
Nadie se fijó en él. Nadie se movió. Nadie hablaba. Todo el mundo estaba
demasiado ocupado mirando al dios de dos metro de alto, vestido todo de negro en el
centro de la sala.
La penetrante mirada de Hades repasó al grupo y luego se deslizó a Isadora.
—Oh, este es un buen día. La colonia mestiza y la pequeña reina. No esperaba
que ella fuera mía tan pronto, pero no me quejo.
La furia estalló sobre el rostro de Demetrius. Salió de detrás de la camilla y se
lanzó contra Hades.
—¡No la tocarás!
Hades levantó una mano. Un arco de electricidad saltó de su palma,
disparándose a través de Demetrius. Su cuerpo voló hacia atrás, se estrelló contra el
equipo médico, y chocó con la pared, cayendo al suelo en un lío de maquinaria.
—Ninguno puede detener esto —anunció Hades, mirando de cara en cara—. Un
pacto con el Rey del Inframundo no puede ser revocado. En unos segundos, ese pactó
se cumplirá y su alma me pertenecerá.
Junto a Isadora, la cara de Casey palideció aún más y sujetó al bebé más cerca. La
mirada de Nick viajó de ella a Callia y de regreso a Isadora.
Isadora había hecho un trato con Hades para salvar la vida de Casey. Un alma
por otra. Pero si Isadora moría, no sería solo su vida la que se perdería. Las tres
hermanas morirían.
La máquina cerca de la cabeza de Isadora redujo la velocidad del pitido todavía
más.
—Eso es, pequeña reina —la animó Hades—. Ven a mí. Nos vamos a divertir
mucho juntos.
—Kardia…
Demetrius intentó levantarse, pero Hades lo impidió con otra sacudida eléctrica.
La mirada de Nick se disparó a su hermano, y luego de vuelta a su alma gemela. Y

239
todo dentro de él -toda la esperanza, la decepción y la angustia- se unieron en el lugar
donde debería tener el corazón.
—Si la liberas, te diré donde se esconden las reservas de therillium.

Hades se dio la vuelta y la sorpresa, seguido de la confusión, destelló en el rostro


del dios.
—Tú… tú eres el líder de los mestizos.
Él estaba negociando con el dios de la oscuridad. Esto podría salir mal con
rapidez. Nick afianzó su postura. No iba a dar marcha atrás.
—Libérala y el therillium es tuyo.

—Nick —susurró Zander en advertencia.


Nick lo ignoró. A Hades, le dijo:
—Sé que quieres el mineral de la invisibilidad. Y sé que es más importante para ti
que ella.
Los ojos de Hades se entrecerraron. Y en sus ojos desalmados, Nick pudo ver que
el dios lo consideraba.
Sí… acepta el trato…
—Tengo ciertos planes para ella. —Hades estudió a Isadora una vez más. Su
mirada se demoró. La lujuria y la indecisión se arremolinaron en sus ojos. Con
brusquedad, se dio la vuelta y se enfrentó completamente a Nick—. Aunque siempre
estoy dispuesto a un intercambio.
El dios iba a por el mineral.
—El therillium está…
—No sólo el mineral —la negra mirada de Hades se posó en Nick—. Tú. Te
quiero a ti. No cuando mueras, sino ahora. En esta ocasión no negociaremos con almas.
Vendrás a mí libremente, aquí y ahora, y a cambio salvaré la vida de la pequeña reina y
renunciaré a la reclamación de su alma. Ese es el trato. Lo tomas o lo dejas.
Nick era un semidiós de sangre pura, el hijo de Atalanta, una diosa, y un padre
humano que jamás conoció. Como un héroe puro, tenía sentido que su alma fuera más
valiosa para Hades que la de una Argolean, de la realeza o no, pero Nick no podía
entender por qué Hades lo quería ahora. Las opciones, los supuestos y las
posibilidades se le agolparon en la mente.

240
Miró de nuevo el pálido rostro de Isadora. Recordó lo feliz que ella había estado
en la fiesta de Argolea, cómo había sonreído y brillado bajo aquellas lámparas de
araña. Cuánto amor había en sus ojos cuando miraba a su hermano.
El espacio vacío en torno al corazón se retorció con fuerza. Ella jamás sería suya.
No de la forma que él quería. Pero podría hacer algo por ella que su hermano no podía.
—Muy bien. —Su mirada se dirigió de vuelta a Hades—. Mi vida por la suya.
Estoy de acuerdo.
—Niko —llamó Demetrius con voz débil, intentando levantarse.
Una amplia sonrisa se extendió por la cara de Hades. Grilletes metálicos unidos
por una pesada cadena aparecieron de ninguna parte y se cerraron sobre las muñecas
de Nick. Una oscura tristeza le presionó con fuerza el pecho, succionándole el aire de
los pulmones.
Un puf de humo negro estalló en la habitación y otro dios apareció. A éste Nick lo
conocía bien.
—Estábamos ganando ahí fuera —espetó Zagreus—. Me obligas a una puta pelea
y luego me sacas de la batalla para…
—Te convoqué —dijo Hades—, para que saludes a tu nuevo prisionero.
Zagreus giró para mirar a Nick. El disgusto se reflejó en sus ojos.
—¿Un semidiós? No estoy impresionado.
Hades colocó una mano sobre el hombro de Zagreus.
—No es sólo un semidiós, hijo. Olvida a la hija de Prometeo. Deja a Zeus y
Poseidón que luchen por ella. Vas a compensarme tu traición uniéndote a mi ejército.
Ahora tenemos todo lo que necesitamos para utilizar los poderes de Kronos. El hijo
bastardo de mi padre ganará esta guerra por nosotros.



Titus se despertó con un escalofrío. Su manta viviente no estaba acurrucada


contra él como lo había estado cuando se habían dejado vencer por el sueño.
Rodó de espaldas y se incorporó sobre el suave musgo bajo el árbol donde se
habían quedado dormidos después de hacer el amor.
—¿Tasa?

241
El agua gorgoteaba desde un arroyo cercano. Los primeros rayos del alba
propagaban su tenue luz por el bosque. En algún lugar próximo, un pájaro graznó.
Se sentó y miró alrededor, entre los dispersos árboles. No veía nada más que
tocones, ramas y troncos. La ropa de Natasa se había esfumado.
Un murmullo de inquietud se precipitó por él. Se colocó la camiseta y se levantó
para ponerse el pantalón.
—¿Tasa?
Nada.
Skata. ¿Dónde demonios se había metido? Esperaba que simplemente tuviera
hambre y hubiera ido a buscar algo de comer. O quizás estaba de vuelta en el lago,
dándose un chapuzón para refrescarse. Se dirigió en esa dirección, buscando en los
alrededores del lago, el arroyo y el pequeño claro de más allá.
Ninguna señal de ella.
—¿Tasa? —llamó de nuevo.
Se quedó de pie en el borde de un prado, las altas hierbas cosquilleándole las
manos donde se alzaban hasta las caderas. Girando, escudriñó la zona. Hacía calor bajo
la luz del sol… más calor del que esperaba. El sudor se le deslizaba por la espalda,
reuniéndose en la base de la columna por debajo de la delgada camiseta. El pánico
aumentó. Si él sudaba, Natasa tenía que estar en llamas.
—Vamos, ligos Vesubio —murmuró—. ¿Dónde en el hades te has ido?
Empezó a cruzar el prado. A mitad de camino, un águila se cruzó con él. Detuvo
los pasos. Observó cómo el águila se elevaba por el cielo, luego se lanzaba hacia el
suelo y se posaba en una gran rama de roble a la izquierda.
El águila era el emblema de Zeus. Y Zeus había encarcelado al padre de Natasa.
El corazón le latió más rápido.
Se dio la vuelta. Una mano invisible lo atraía hacia el roble en vez de hacia los
bosques del otro extremo del prado donde pensaba buscar. Cuando estaba a un metro
y medio de distancia, el águila chilló, batió sus grandes alas y voló hacia el cielo.
Titus no estaba seguro de qué hacer. Estaba perdiendo la cabeza, pensando que
veía señales en un pájaro. Sólo cuando estaba a punto de volverse y regresar por donde
había venido, divisó lo que parecía un pie desnudo, tumbando inerte en el suelo a
través de la alta hierba.

242
Un presentimiento le recorrió la columna vertebral. Separó la hierba con las
manos, y soltó un conmocionado y horrorizado jadeo.
—¿Tasa…? —Oh, mierda.

Ella yacía inmóvil en el suelo, su rojo pelo rizado en abanico bajo ella, la piel
pálida y seca. Tocó su brazo que descansaba sobre su estómago y colocó el dorso de la
otra mano sobre la frente. Su piel estaba fría, no caliente, y el pulso en su muñeca era
anormalmente lento.
—¿Tasa? Cielo, abre los ojos y mírame. —No respondió. Le abrió los párpados.
Las pupilas estaban dilatadas.
Esto no era el elemento quemándola. Era algo más. Miró alrededor, intentando
comprender qué había pasado. Un manojo de flores de tallo largo, amarillas y blancas,
descansaban en su mano.
Temblando, cogió las flores. Las raíces faltaban y los tallos estaban rotos y
rasgados. Pasó la vista de las flores a su cara y al rastro de saliva que bajaba por un
lado de su boca.
No. No, no, no...
Dejó caer las flores al suelo y la agarró por los hombros.
—¡Maldita sea, Tasa!
Su pierna se movió. Sus ojos revolotearon hasta abrirse.
—Tasa… cielo… —Le acarició la cara y luego le apartó el pelo de los ojos—.
Skata, ¿qué hiciste? —la voz se le quebró—. Dime lo que hiciste.
—Por ti —dijo ella con voz áspera—. Así él no podrá… tener el elemento.
—¿Quién?
Sus ojos se cerraron de nuevo. Su cabeza cayó a un lado. Pánico, miedo e
impotencia se fundieron en el interior de Titus. La arrastró a su regazo.
—No me importa el jodido elemento. ¿No lo sabes? Me importas tú. Abre los
ojos, Tasa. Vamos cielo…
Su cuerpo se derrumbó inerte contra él.
—¿Tasa? —La sacudió otra vez, pero ella no respondió. Las lágrimas le nublaron
la vista. Nunca antes pensó que echaría de menos su calor, pero esta helada frialdad
era peor que cualquier cosa que pudiera imaginar. El dolor le atravesó el pecho, el

243
corazón y el alma. La única cosa en el mundo que jamás había querido era ahora la
única cosa sin la que no podía vivir.
Un chillido resonó en el cielo. A través de la visión nublada miró hacia arriba y
vio al águila de nuevo. Ésta se zambulló directamente hacia ellos, bajando en picado…
tan cerca que él podría haber extendido la mano y tocarla. El gran pájaro planeó a
través de la pradera y se posó en un árbol en el lado opuesto. Entonces lo miró
fijamente, como diciendo: Sígueme.
“Creo en la señales…”
Ella se lo había dicho la noche anterior, en el agua. Cuando había estado
divagando sobre los elementos, sus sueños sobre él y lo que no esperaba. Rememoró el
día que la había perseguido en Argolea, cuando él había subido por el enrejado de la
pared del castillo. Un águila había bajado en picado también. Un águila que no había
recordado hasta ahora.
No estaba seguro de creer en las señales, pero si hacía unos minutos no hubiera
seguido al águila, jamás la habría encontrado. Si ella no la hubiera visto zambullirse
hacia él en aquella muralla, era posible que no hubiera regresado y lo hubiera salvado.
Ahora mismo no tenía tiempo para las hipótesis. Moviéndose con el piloto
automático, se puso en pie, la cogió en brazos y se volvió hacia el águila. Esta se lanzó
fuera de la rama, batiendo las alas y chillando otra vez. Pero no alzó el vuelo. Se cernió
sobre el suelo, como si estuviera esperando a que él la alcanzara.
Calipso estaba en algún lugar de la isla. Ella era una ninfa inmortal, y conocía el
uso de la magia y los hechizos. Si alguien podía salvar a Natasa, era ella. Sólo esperaba
como el infierno que esta águila supiera donde se escondía la ninfa y los llevara hasta
ella, en vez de conducirlos a ambos a la muerte.

244
CAPÍTULO 19

—Aguanta, Tasa.

Titus movió a Natasa en los brazos. Los músculos le dolían, y el sudor le escurría
por la piel. Estaba fría contra él, pero sabía que no la había perdido aún. Su contracción
ocasional y el gemido suave cuando la sacudió lo alentaron y lo hacían seguir adelante.
Alcanzó el pico de la cordillera que habían estado escalando. El águila gritó, agitó
sus alas y luego se lanzó en picado hacia el pequeño valle. Allí, situada entre dos
montañas y construida al lado de un lago, había una cabañita, bien cuidada.
Las notas suaves de una canción tierna fueron a la deriva hacia los oídos. Calipso.
Tenía que ser. Los músculos doloridos empujaron hacia adelante por su cuenta.
Natasa gemía entre los brazos con cada atropellado paso al bajar por la ladera.
—No falta mucho, cielo. Voy a conseguirte ayuda.
Roca y polvo dieron paso a un compacto suelo plano. Las botas chapotearon por
el arroyuelo que manaba del lago mientras lo cruzaba hacia la casa. Justo al doblar la
esquina, una mujer con un cubo dio un paso frente a él, se paró en seco, y jadeó.
Calipso no se parecía a una deidad inmortal. No era alta como Perséfone, ni se
vestía con trajes caros. Llevaba puesto un vestido sencillo de algodón. Su pelo oscuro
rizado estaba sujeto en lo alto de su cabeza, y sus mejillas estaban rosadas y besadas
por el sol. El único indicio que tenía de que era ella era la canción que había estado
cantando antes de que la hubiera sorprendido. El cántico que lo había atraído hacia ella
como un marinero hacia una sirena.
Sus ojos se ampliaron, entonces se estrecharon. Y ella pronunció una palabra:

245
—Odiseo.
—No —dijo rápidamente—. Titus. Ella está herida. —Indicó con la cabeza hacia
Natasa desmayada en los brazos—. Necesita ayuda.
No esperó la respuesta de la ninfa. Entró por la puerta abierta de la cabaña, miró
alrededor, y finalmente decidió que el mejor lugar para que la ninfa trabajara su magia
era sobre la mesa.
Colocó a Natasa sobre la vieja superficie marcada y trasladó las pocas tazas que
había al aparador detrás de él. Calipso entró en la cabaña detrás de él, miró a Natasa
precavidamente, entonces colocó su cubo en la encimera de la cocina contigua.
—¿Tú no eres… Odiseo? Lo siento en ti.
—Soy su descendiente. Y te hemos estado buscando.
Su expresión estaba llena de especulación, pero lentamente se relajó.
—¿Que le sucedió?
—No estoy seguro. —La ninfa estaba bloqueándole de leer su mente.
Eso o estaba demasiado cansado para hacer funcionar su don. Se pasó una mano
por el pelo. Tenía que ayudarlo. Tenía que...
Aspiró profundamente para calmar el rabioso pánico.
—Creo que comió algo que no debía. Estaba sujetando un ramo de flores en su
mano cuando la encontré desmayada en el suelo.
Calipso se inclinó sobre Natasa, levantó sus párpados y vio sus pupilas. Deslizó
sus dedos sobre el cuello de Natasa y buscó el pulso. Retirándose, recorrió con la
mirada el cuerpo de Natasa y de regreso hasta su cara.
—¿Qué aspecto tenían las flores?
—Umm... —Titus trató de recordar—. Tallos largos, flores amarillas y blancas en
forma de paraguas.
—Las raíces. ¿Eran tuberosas?
—No tenían raíces. Fueron cortadas. Arrancadas.
Calipso estaba tranquila mientras sostenía sus manos, dejándolas suspendidas
sobre el vientre de Natasa.
—Ella arde caliente por dentro, pero su piel está fría, húmeda y pegajosa.

246
Titus no respondió. No sabía qué decir. Ella tenía que ayudar. Tenía que hacer
algo...
La ninfa lentamente bajó sus manos.
—Dime, ¿sabe que lleva el elemento fuego dentro de ella?
Él tragó saliva. No tenía sentido mentir. No ahora.
—Sí.
Su mirada se movió rápidamente hacia la de él. Los ojos suaves, azul claro,
compasivos que su antepasado una vez había contemplado.
—Comió cicuta. El hecho de que faltaran las raíces me dice que sabía que esa era
la parte más venenosa de la planta.
—¿La puedes sanar?
La mirada de la ninfa cayó hacia la cara de Natasa.
—No. El daño ya está hecho. Su pulso es lento, pero la parálisis aún no se ha
establecido. Le quedan, tal vez, veinticuatro horas. Probablemente menos.
Los ojos de Titus se cerraron, y apoyó las manos contra la mesa, dejando caer la
cabeza entre los brazos. Había fallado. Habían estado tan cerca de encontrar a Calipso
y localizar a su padre y ella se había ido y había hecho algo tan estúpido, tan egoísta...
—A ti te importa ella.
No fue una pregunta sino una declaración. Y el porqué le desató una ráfaga de
furia por dentro, nunca lo sabría. Se alejó de la mesa y extendió el brazo. Sintió ganas
de estampar el puño a través de una pared.
—No sólo me importa. La amo, maldita sea. Y ella fue y lo desechó como si ni
siquiera importara.
Calipso volvió la mirada de nuevo hacia Natasa, quedándose inmóvil contra la
mesa.
—A veces tenemos que dejar ir a los que amamos para salvarlos. Hice eso por
Odiseo. Él habría muerto aquí, atrapado para siempre. Estaba destinado a ser libre. Ella
hizo esto por ti, para que tú pudieras vivir.
“Por ti… Así él no podrá… tener el elemento”.

No quería entenderlo, pero lo hizo. Había hecho esto para matar el elemento
fuego dentro de ella. Además de evitar que la furia de Prometeo contra los Olímpicos
se desatara. Para salvarlo a él. Otra vez.

247
Titus cerró los ojos y se dejó caer contra el respaldo de una silla, casi barrido bajo
una ola de miseria tan alta que era todo lo que podía ver.
—Llegaste tan lejos, Guardián —dijo Calipso suavemente—. Usa tu don.
«La única manera para que el elemento se libere está en su renacimiento».
El pensamiento de Calipso penetró en la desesperación. Y en una avalancha, todo
el conocimiento que había recibido del Orbe resurgió. Calipso era la hija de Atlas, y
Prometeo era su tío. Zeus prohibió a los dioses pronunciar noticias sobre el Titán, pero
no prohibió pensar.
Muerte. Renacimiento. El nombre Natasa era griego antiguo, y significaba,
literalmente, resurrección.
Se apartó de la silla, una sensación de renovada urgencia le recorrió.
—¿Puede salvarla él? ¿Prometeo?
«La puede liberar», pensó Calipso. «Pero tiene que hacerlo antes de que el veneno la
reclame y destruya el elemento».
A Titus ya no le importaba el maldito elemento. Todo lo que le importaba era la
mujer que yacía inmóvil sobre la mesa.
Extendió la mano hacia la ninfa.
—Tócame.
La frente de Calipso se arrugó, pero levantó su mano y lentamente bajó su palma
contra la de él.
La electricidad fluyó en él, un millón de pensamientos, recuerdos y emociones.
Una oleada de náusea atravesó a toda velocidad el cuerpo de Titus, y las rodillas se le
doblaron, pero agarró la mesa con la mano libre, apretó los dientes contra el dolor, y
luchó para mantener el control.
Cuando la transferencia terminó, la soltó y se dobló sobre las rodillas.
Calipso se estiró para ayudarlo a levantarse.
La bloqueó con el brazo. Una vez era todo lo que necesitaba.
—Estoy... —siseó un aliento— ...bien.
La fuerza le volvió más rápido que en el pasado. ¿Una señal de que era dueño del
control? No lo sabía, no era que le importara. Se empujó sobre los pies y se extendió
para recoger a Natasa.

248
—Gracias.
La ninfa cerró una mano sobre el brazo de Natasa.
—Déjala. Dónde vas no es seguro que ella viaje. Encuéntralo, tráelo aquí. Velaré
por ella. Tienes mi juramento.
Titus no quería dejar a Natasa, pero la ninfa tenía razón. Gracias a la
transferencia de memoria, sabía exactamente dónde estaba encadenado Prometeo, y
sabía que no había forma de que pudiera mantener a salvo a Natasa donde iba.
Tragándose el nudo en la garganta, asintió con la cabeza, se inclinó hacia Natasa,
y le apartó el pelo de la frente.
—Regresaré pronto, ligos Vesuvius. Lo prometo.
Gimió e inclinó su cabeza hacia él como si hubiera oído las palabras. Las lágrimas
hicieron que le ardiera los ojos, y sintió como si el corazón se le quebrara en el pecho.
Presionó los labios suavemente contra su mejilla y después le susurró al oído:
—Te amo, chica-fuego. No te dejaré ir. No te atrevas a apartarte de mi lado.



—Los ejércitos de Hades y Zagreus se han retirado. Phin está con Cerek,
Orpheus y Skyla, quemando los cuerpos y limpiando el desorden.
Isadora estaba sentada contra una pila de almohadas en una cama en una de las
suites de la colonia, abrazando con suavidad a Elysia entre los brazos, escuchando las
nuevas noticias de Theron. Sentado en la cama junto a ella, Demetrius se inclinó y rozó
sus dedos sobre la mano de su hija. Elysia bostezó, entonces se agarró a él, su pequeña
mano diminuta apenas doblándose alrededor de su dedo índice masculino.
Demetrius no había dejado el lado de Isadora, no desde que había comenzado el
alumbramiento, y después de que todo lo que había ocurrido en la sala de partos, y
todo lo que él, Callia y Casey le había dicho que había ocurrido con Hades y Nick, ella
podía ver la culpabilidad y el miedo que lo carcomía. Sabía que estaba desesperado por
ir tras el hermano con quien nunca había estado completamente de acuerdo pero ahora
sentía que se lo debía. Pero también sabía que estaba destrozado. Él estaba ya
locamente enamorado de su hija -un hecho que reconfortó a Isadora de adentro hacia
afuera- y no podía soportar dejar a ninguna de ellas por el momento.

249
Lo entendía. Se sentía igual. No lo quería en ninguna parte sino junto a ella. Pero
Nick...
Miró a Theron, quien no había estado demasiado complacido cuándo descubrió
que Casey había cruzado al reino humano para ayudar, y lo cerca que había estado de
la muerte cuando la situación de Isadora se había agravado. La culpabilidad la inundó,
había causado tantos problemas a todos durante un tiempo ya de por sí tumultuoso,
pero así sería las cosas siempre. En el momento en que cualquiera de las tres hermanas
estuviera en peligro, las demás serían afectadas. Y Zander también, debido a que Callia
era su vulnerabilidad.
Con la mirada interceptó a Callia y Zander de pie al otro lado de la cama, él
detrás de ella frotando sus hombros, ella bajando la mirada hacia Elysia con una
sonrisa amplia. Ésta vez, afortunadamente, la tragedia había sido evitada.
No siempre lo sería.
Deslizó la mirada de regreso a Theron. Empujó los pensamientos de lo que pudo
haber ocurrido fuera de la mente y se enfocó en lo que necesitaban hacer a continuación.
—Los Misos no pueden regresar aquí. Ahora que Hades sabe dónde están
ubicados, no estarán seguros. Y con Nick ausente… —El corazón se le contrajo y
abrazó con suavidad a Elysia más cerca, muy agradecida por lo que Nick había hecho
por ella pero temiendo por él al mismo tiempo—. Necesitarán permanecer en Argolea.
—El Consejo tendrá un berrinche al respecto —dijo Demetrius junto a ella.
A Isadora no le importaba. Tenía problemas más grandes que atender. Como los
que iban a afrontar para encontrar a Nick y salvarlo de un infierno al que él se había
sacrificado, todo por ella. No importaba si era el hijo de Kronos... aunque el estómago
le dio un vuelco sólo por el pensamiento. Todo lo que importaba era que la había
salvado. Los había salvado.

—El Consejo puede besarme el culo.


—¿Cuándo puede regresar ella? —le preguntó Theron a Callia—. No creo que sea
seguro que ella esté aquí donde Hades sabe que la puede alcanzar. Aún con Nick como
premio, va a estar cabreado porque perdió su alma. Especialmente desde que nosotros
ahora tenemos a Maelea.
Gracias a los dioses Maelea y Gryphon habían regresado a Argolea con Max,
logrando que los colonos se establecieran. Las cosas podían haber ido de mal en peor si
la hija de Perséfone hubiera estado en la habitación cuando Hades apareció.

250
—Mañana, probablemente —respondió Callia—. Debería estar bastante fuerte
para entonces.
—Todavía tenemos que ocuparnos del asunto del elemento fuego —dijo Casey al
lado de Theron—. Incluso si Zagreus puede utilizar a Nick para emplear los poderes de
Kronos… mierda… No sé, entiendo que algo como liberar al Titán, seguimos
necesitando ese elemento. Y tener a Prometeo a nuestro favor sería un enorme
estímulo.
Theron cruzó los brazos sobre su pecho y miró ceñudo hacia Zander. Isadora
sabía tras hablar con Callia que Zander había dejado que Titus y Natasa fueran a
buscar a su padre. Se apoyó en Demetrius, comprendiendo por completo el
razonamiento, pero cada segundo que pasaba sin noticias de ellos amplificaba la
preocupación otro grado.
—¿Qué hay de su “fuego inextinguible”? —preguntó, contemplando al resto de
ellos.
—Titus no va a dejar que eso ocurra —dijo Zander. Cuando todos los ojos dieron
vuelta en su dirección, agregó—: Confiad en mí. Vi al chico. Está loco por ella. No hay
manera de que la deje perderse de su vista.
Theron se frotó la frente.
—De acuerdo con Phin, estaba loco por ella antes de que nada de esto hubiera
pasado.
—Estás diciendo eso como si fuera algo malo. —Los labios de Casey se curvaron
en una sonrisa—. Recuerdo un tiempo cuando tú “estabas loco por alguien”.
El brazo de Theron se envolvió alrededor de Casey y él la atrajo a su costado.
—Todavía estoy loco, meli. Especialmente cuando te arrojas a escenas peligrosas
como esa última. Pero eso no cambia el hecho de que el objeto de su obsesión es más
un tiro al aire de lo que Zagreus alguna vez fue.
Pasos resonaron por el pasillo. Isadora miró más allá de Theron y los demás se
giraron para ver lo que significaba el ruido. La sorpresa se registró cuándo Titus
apareció en la entrada. A diferencia de la última vez que Isadora le había visto, había
una mirada salvaje en sus ojos color avellana. Sus ropas estaban arrugadas y cubiertas
de polvo, su pelo libre de la acostumbrada cinta de cuero, colgaba en ondas
desordenadas alrededor de su cara. Y la barba le había crecido lo suficiente en la
mandíbula para informarle que él no había pensado en el afeitado durante días.
Theron dejó caer su brazo de la cintura de Casey.

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—Titus...
—Tú. —Titus miró más allá del líder de los Argonauta y apuntó hacia
Demetrius—. Te necesito ahora mismo.
—¿Qué ha ocurrido? —Demetrius soltó a Isadora y al bebé y se puso de pie.
Titus dio un paso dentro de la habitación.
—Tengo que llegar a Prometeo antes de que sea muy tarde. Es el único que lo
puede detener. Sé dónde está… Sólo que no sé cómo llegar allí.
—¿Detener qué? —preguntó Theron.
—¿Dónde? —dijo Demetrius.
—Pandora. —Titus ni siquiera desvió la mirada hacia Theron—. Está prisionero
en una caverna a gran altura en las montañas.
Pandora. El pulso de Isadora se aceleró. Contempló a su compañero, quien
repentinamente bajó la mirada hacia ella. Prometeo estaba en la isla donde ella y
Demetrius habían sido atrapados juntos por Atalanta. Donde Zeus había abandonado a
lo peor de todos los monstruos y bestias desde los días antiguos. Habían estado dentro
de una distancia que se podía recorrer a pie del Titán y ni siquiera lo habían sabido.
—Oh mis dioses —murmuró ella.
No tuvo que preguntarle a Titus qué estaba tratando de detener. Todos lo sabían.
—¿Cuánto tiempo? —Demetrius volvió la mirada de regreso hacia Titus.
Titus se pasó una mano por la desordenada melena. El pánico inundaba sus ojos.
—No sé. Dieciocho horas, tal vez menos.
—Santa skata —masculló Theron—. ¿Y nos lo dices ahora? —Miró hacia Zander
con una mirada de la clase: tú causaste éste desastre—. Tenemos que asegurarnos de que
sea contenida antes...
La furia relampagueó en los ojos de Titus, y se arrojó hacia Theron, golpeando la
espalda del líder de los Argonautas contra la pared junto a Isadora con un chasquido.
—¡Tú no la tocas!
Isadora jadeó y pegó al bebé al cuerpo en un acto protector. Casey y Callia se
volvieron hacia la cama para protegerla.
—Hijo de puta. —Demetrius se tambaleó alrededor de la cama. Las botas de
Zander rayaron el piso. La cabeza de Theron golpeó la pared con un crujido, pero el

252
líder de los Argonautas tenía la fuerza de Heracles a su favor. Isadora sabía que no
estaba realmente lastimado, sólo sorprendido… igual que estaban todos ellos.
—Maldita sea, Titus. —Zander lo agarró de un brazo. Demetrius agarró el otro.
Juntos zarandearon a Titus hacia atrás apartando el agarre mortal que tenía en la cuello
de Theron.
—¿Qué coño te ha poseído? —rugió Theron.
El rostro de Titus parecía afligido, pero se sacudió de la sujeción en la que Zander
y Demetrius lo tenían.
—Tú no la pondrás en una jaula. ¡No es un jodido animal!
—Santo Hades. —Exasperado, Theron se pasó una mano hacia abajo por la cara
en ademán de calmarse a sí mismo, entonces fijó en Titus una dura mirada—. Estás
perdido, hombre. Junta tu mierda y recuerda lo que está en peligro aquí. ¿Tienes
alguna idea de lo que ella es realmente?
—Es una persona. No un objeto y no un peón que tú... —dio un tiró a los brazos
que le sujetaban los guardianes—... puedas manipular en tu vendetta contra los dioses.
Los ojos de Theron se oscurecieron. Isadora se tensó, comprendiendo lo cerca de
perder el control que estaba el líder de los Argonautas. Avanzó a grandes pasos,
colocándose directamente en el espacio de Titus.
—No doy un centavo por los dioses en éste momento. Estoy enfocado sólo en lo
que nosotros, como guardianes, juramos defender. Comienza a pensar con tu cerebro,
Titus, en lugar de con tu polla. Ella es el fin del condenado mundo humano.
—¿Desde cuándo te importa lo que le ocurra al reino humano? —El desprecio
llenó los ojos de Titus—. A ti nunca te importó antes de que Casey entrara en tu vida.
Olvidas la mierda tan rápidamente. Una vez que comprendiste que era tu compañera,
estabas dispuesto a sacrificar todo por ella, a todos en éste cuarto y a toda Argolea. No
te pido que hagas eso. Ni siquiera pido tu maldita ayuda. Todo lo que necesito es que
Demetrius me diga dónde está ubicada la isla antes de que Natasa muera.
—Lena dijo que su temperatura podría seguir aumentando —dijo Callia
cautelosamente—. ¿Se está sobrecalentando?
—No —contestó Titus, clavando los ojos en Theron, la desconfianza y la cólera
remolineando en sus ojos—. Comió cicuta. Se envenenó en medio de la noche para que
la matara antes de que el elemento pudiera comenzar a arder dentro de ella. Y lo hizo
para salvar al reino humano, no destruirlo como todos pensáis que ansía hacer.

Los ojos de Theron se ampliaron.

253
—Mierda —masculló alguien.
—Que me jodan —susurró alguien más.
Con la conmoción reverberando a través del cuarto, la mirada de Isadora
encontró la de Demetrius. Ella asintió con la cabeza.
Demetrius miró a Titus.
—Te llevaré a Pandora.
El alivio recorrió las facciones de Titus. Él se movió rápidamente hacia el pasillo.
—No tenemos mucho tiempo.
—Titus... —lo llamó Theron.
Titus salió por la puerta sin responder, desapareciendo a la vuelta de la esquina
sin decir nada más.
Viéndose tan conmocionado como se sentía Isadora, Theron se dio la vuelta hacia
Demetrius.
—Necesitaremos armas hechizadas si queremos tener alguna esperanza de pasar
por delante de esas bestias de Pandora.
—Es bastante seguro que lo que necesitaremos podemos encontrarlo en el Salón
de los héroes —respondió Demetrius.
Theron se iba con Demetrius y Titus. Aunque el miedo se disparó por el vientre
de Isadora al pensar en Demetrius regresando a esa pesadilla de isla, un poco de la
ansiedad se alivió. Sabía que Theron sólo había estado cumpliendo con su deber,
protegiendo el mundo humano lo mejor que podía, pero Titus tuvo un buen punto.
Theron había estado dispuesto a abandonar todo por Casey. Y Titus tenía todo el
derecho de estar furioso con todos ellos por no otorgarle a Natasa el mismo beneficio
de la duda, quienquiera que ella fuera.
—¿Deberíamos reunir al resto de los guardianes? —preguntó Zander.
—No —contestó Theron—. No queremos hacer nada para atraer la atención no
deseada de los dioses. Cerek y Phin pueden seguir haciendo la limpieza. Alertaré a
Orpheus y Skyla para que velen por las Horae hasta que la reina esté bien para viajar
de regreso a Argolea. —Se volvió hacia Casey—. ¿Puedes contactar con Gryphon y
decirle que mantenga todo en secreto? Lo último que necesitamos es al Consejo
averiguando qué mierda está pasando.

254
Casey asintió, dio un paso adelante, y envolvió los brazos alrededor de la cintura
de Theron.
—Lo haré. No te preocupes, todo aquí estará bien. Sólo ayuda a Titus a encontrar
a Prometeo antes de que sea muy tarde para Natasa.
Theron frunció el ceño hacia su compañera.
—Mi ayuda es lo último que él quiere en éste momento. Pero tenía razón. Habría
renunciado a todo por ti, meli.

Casey aflojó un poco sus dedos y lo besó.


—Eso es lo que te hace humano. Es lo que te hace diferente de los dioses. Es lo
que amo de ti.
Él frunció el ceño.
—¿Mi obstinación?
—Tus defectos. Y tu capacidad de admitir cuándo estás equivocado.
Isadora observó el intercambio, el pesar extendiéndose a través de ella. Ella era
tan culpable como Theron. A veces estaba tan obsesionada por el bien común, que se
olvidaba que eran las relaciones individuales lo que hacían la vida tan preciosa.
Demetrius se inclinó cerca de Elysia y la besó en la frente. Cuando alzó los ojos
oscuros hacia Isadora, ella puso los dedos sobre su robusta mandíbula, consciente de
que la vida de Natasa no era lo único en peligro aquí.
—Ten cuidado. Por favor no hagas nada estúpido. Te necesitamos.
Demetrius presionó sus labios contra los de ella.
—Nada me retendrá lejos de ti jamás, kardia. Cuida de nuestra princesa.
El corazón le dio un vuelco mientras él se alejaba, mientras se unía a los demás y
se apresuraba hacia la puerta. Sus hermanas -Callia y Casey-, se sentaron en lados
opuestos de la cama, y a través del vínculo con las dos, podía sentir su preocupación y
temor por sus propios compañeros.
—Regresaran —anunció Casey, pasando sus dedos sobre la pequeña cabeza de
Elysia—. Encontrarán a Prometeo a tiempo.
Isadora esperaba que así fuera. No sólo porque sabía que perder a su compañera
sólo quebrantaría a Titus, sino porque, a pesar de todo lo que cualquiera de ellos
hubiera o no dicho, no podían permitirse que el fuego de Natasa ardiera libre.

255
CAPÍTULO 20

El Salón de los Héroes no era más que ruinas en lo alto de una colina en la isla
de Pandora. El mar Mediterráneo se estrellaba contra las rocas muy por debajo del
puesto de avanzada destruido, y más allá de los árboles sobre la ladera detrás de ellos,
a las ramificaciones que golpeaban la tierra les seguía un chillido ocasional o un
bramido resonante.
Titus no sabía qué diablos provocaba ese ruido o lo que había en esos árboles,
pero tenía un mal presentimiento de que pronto lo averiguaría. Demetrius les había
contado sobre el tiempo que pasó en Pandora, sobre la Hidra, la Quimera y las Keres
con las que se había topado cuando él estuvo aquí. Una oleada de preocupación se
deslizó atravesándole, pero la hizo retroceder. Todo lo que quería hacer era encontrar a
Prometeo y largarse.
El corazón se le contrajo con fuerza. Él no iba a perderla. No podía. Mantuvo la
boca cerrada mientras seguía a Demetrius al interior de las ruinas. Detrás de él, Theron
y Zander hablaron muy bajito. No sabía por qué coño el líder de los Argonautas se
había unido a ellos, pero él no iba a ser estúpido. Sabía que Theron estaba muy
preocupado por el elemento, no es que le importara lo que le pasara a Natasa. Titus ya
había tomado una decisión importante antes de venir aquí: Cuando consiguiera sacar a
Natasa de este lío, abandonaría a los Argonautas. Había tenido que hacer lo que todos
querían. Cuando a la hora de la verdad a su familia de guardianes les traía sin cuidado
su felicidad o sus necesidades, sólo les preocupaba lo que él podía hacer por ellos. Por
el hecho de que podrían utilizar su habilidad para leer la mente para conseguir ventaja
en cualquier batalla o misión en la que estuvieran involucrados. Y estaba harto de todo.

256
Demetrius se detuvo frente a un muro de piedra y murmuró las palabras en
griego antiguo. El aire rechinó, y luego toda la puerta se abrió para revelar un pasadizo
secreto y una escalera de caracol a oscuras.
—Limpio —murmuró Zander detrás de Titus.
Demetrius tomó una antorcha de un soporte en la pared, hizo un gesto con la
mano, y utilizando la magia encendió una pequeña llama. Luego los guió al interior.
Las botas aporrearon la piedra. La llama iluminó la oscura escalera. Apartándose
del último escalón, Demetrius hizo un gesto con la mano hacia la antorcha y la llama se
hizo más brillante, iluminando un pasillo con columnas que se alzaban hasta un alto
techo y siete arcones, cada uno marcado con un sello diferente de los grandes héroes.
Colocados en forma de U con el arcón de Heracles en el centro.
—Santa madre de todos los dioses —dijo Zander, con sobrecogimiento y
asombro en el tono de voz—. Sinceramente, no creía que este lugar fuera real. Quiero
decir... Sé que nos lo dijiste, pero...
—Estuve aquí —dijo Demetrius, colocando la antorcha en el soporte de una de
las columnas—. Y la mayoría de los días me cuesta creer que sea real. —Hizo un gesto
con la mano y otras antorchas alrededor de la sala cobraron vida—. Abriros en abanico
y buscad lo que pudiera ser de ayuda.
Se dispersaron. Titus se dirigió hacia el arcón marcado con el sello de Odiseo. El
metal chirrió cuando abrió la tapa y la bajó por detrás. A la espalda, los guardianes
hablaban en voz baja mientras examinaban los otros baúles.
Una espada, un escudo, una estatua de madera de Atenea -que Titus reconoció
de inmediato como el Paladio de Troya que Odiseo había robado durante la guerra de
Troya-, una caña de forma cilíndrica cerrada en ambos extremos que chapoteaba como
si contuviera agua en su interior, y una pequeña rama con una mata de bayas de un
brillante naranja que se conservaban perfectamente todavía adheridas a la vid.
Destapó un extremo de la caña y olió. Cal, salitre, resina y algunos otros
componentes que no podía descifrar. Miró la vid. A la espalda, oyó a los otros
guardianes alardeando de lanzas y flechas envenenadas.
Debería estar impresionado por la historia de esta estancia, pero no lo estaba.
Estaba demasiado ansioso por obtener la ayuda para Natasa. Tapando el pequeño
tuvo, meditó. Odiseo había sido un gran guerrero y un buen pensador. Las armas
mágicas podían ayudar, pero no salvarían la vida de Natasa. Él lo haría.

257
Se metió la caña en un bolsillo, las bayas en otro, entonces reunido la espada y el
escudo y cerró la tapa del arcón.
—Vamos. Nos estamos quedando sin tiempo.
Los arcones se cerraron. Demetrius y Zander se dirigieron a la salida. Titus se
volvió para seguir a Z, sólo para ser detenido por la mano de Theron apoyada contra la
manga de la camiseta.
—T, espera.
Afortunadamente, Theron no le tocó la piel, pero Titus podía leer la mente del
líder de los Argonautas. Y ya sabía que el guardián buscaba algo que decir después del
encontronazo.
—No lo hagas. No quiero oír excusas. Sólo quiero acabar con esto.
Tiró del brazo y se giró hacia las escaleras.
«No sabía que era tu alma gemela».
Titus carraspeó.
—No te hubiera impedido el tratar aprovecharte de ella. Lo sé mejor que nadie.



—Ahí.
Titus se limpió el sudor de la frente. Habían luchado con tres arpías –criaturas
aladas y chillonas que eran un cruce grotesco entre mujer y pájaro-; una hidra –una
bestia con forma de dragón con nueve cabezas- empeñada en evitar que llegaran al
otro lado del gigantesco lago; y un Ortro -un perro con cola de serpiente y dos cabezas-
que por suerte cayó con la ayuda de la magia de Demetrius y la fuerza remanente en la
lanza de Aquiles. Horas habían pasado desde que había dejado a Natasa, y cada
segundo que transcurría el miedo crecía en Titus. El tiempo se agotaba. Si no liberaban
a Prometeo y lo llevaban a su hija...
El corazón se le retorció. Zander, Theron, y Demetrius -cada uno tan cansado y
sudoroso por la batalla como él- se erguían a su lado. Los cuatro miraban la oscura
cueva justo delante.
—No escucho nada —dijo Theron en voz baja.

258
No, Titus tampoco oía nada. Un extraño silencio se hacía eco a través de las
escarpadas montañas. Sabía que Prometeo estaba allí. Podría ser mentira pero no lo
creía. Calipso no podría haberlo engañado.
Demetrius examinó la formación de roca por encima de la entrada a la cueva.
—¿Crees que la gigantesca águila estará dentro con él o estará al acecho por aquí
fuera?
La mirada de Titus saltó de piedra en piedra. Se entregó a su talento y trató de
captar los pensamientos del águila. No pudo.
—Podríamos buscar otro camino —dijo Zander.
—Eso podría llevarnos horas. —Demetrius entrecerró la mirada en la entrada de
la cueva—. Natasa no dispone de ese tiempo.
Theron desenvainó su espada.
—Entonces hagámoslo sin prisa pero sin pausa y largarnos de este infierno.
Zander, Theron, y Demetrius avanzaron. Titus vaciló, cientos de miles de años de
estrategia bélica rodando como una ola a través de la mente. Si fuese Zeus, encerraría a
Prometeo en algún sitio donde nadie pudiera alcanzarlo. En un lugar con sólo una
entrada que, a simple vista, pudiera parecer inofensivo, pero que en realidad fuera
impenetrable.
La roca era impenetrable. Pero una cosa podría destruirla.
Se volvió hacia Theron.
—Dame el arco y las flechas que cogiste del arcón de Heracles.
Theron deslizó el carcaj a su espalda y se lo entregó junto al arco a Titus.
—¿Qué vas a hacer?
—Usar mi cerebro.
Se dirigió a los cantos rodados y la vertiente rocosa y buscó un asidero para
escalar.
Los otros se movían en silencio hacia la entrada de la cueva. Cuando Titus llegó a
la cima de los acantilados minutos más tarde, sudoroso y respirando con dificultad, se
dio cuenta de que esta parte de la montaña no alcanzaba su pico más alto como los que
lo rodeaban. Una estructura rocosa en forma de cúpula se extendía delante de él.
Apostaría la vida a que Prometeo estaba encerrado en su interior. Una prisión
perfectamente diseñada. Desde abajo, el chillido de un águila similar a la que lo había

259
conducido a Natasa se hizo eco, seguidos por el griterío y las voces estruendosas de los
guardianes eternos.
El apremio le atravesó. Caminó hacia el otro lado de la cúpula, metió la mano en
el bolsillo y sacó la caña. El líquido chapoteó dentro del cilindro. Lo puso de pie en el
suelo, y luego se trasladó al otro lado. Se colocó detrás de una roca, agarró el arco de
Heracles y cogió una flecha del carcaj a la espalda.
Vamos, Odiseo..., no me falles ahora. Si Prometeo estaba allí, esperaba como el
infernal Hades que no estuviera al fondo de la cueva.
Cerró un ojo, apuntó a su objetivo y soltó.
La flecha zumbó por el aire y golpeó la caña que se erguía al final.
Resonó un estruendo, una columna de humo negro se disparó al cielo, y una bola
de fuego entró en erupción, incinerando la roca y todo a su alrededor. La cúpula se
derrumbó con un rugido. Cubriéndose el rostro de los humos tóxicos, Titus corrió
hasta el borde de la destrucción y miró en el interior del hueco dejado atrás.
Los escombros cubrían el suelo de lo que solía ser una enorme cueva. Frenético,
escudriñó entre el humo y finalmente encontró lo que buscaba. Cadenas. Apenas
visibles, asomando por debajo de un montón de piedras.
Tiró de la cuerda del bolsillo de atrás, ató el estreno alrededor de una roca y
descendió a la cueva. El grito del águila reverberó por un túnel de la izquierda. Desde
las piedras, una tos resonó, seguida por una débil voz:
—¿Quién está ahí?
La energía recorrió las venas de Titus. Levantó los pedruscos y los apartó del
camino. Surgió una mano ensangrentada de las piedras. La adrenalina se le disparó.
Trabajó rápido, finalmente despejó los suficientes escombros para ver una cara.
Unos profundos ojos verdes le miraron a los ojos. La cara era vieja y arrugada, el
pelo canoso, ralo y cubierto de polvo. Pero el poder resonaba desde el frágil cuerpo
encadenado a las rocas. Poder y propósito.
—¿Quién eres tú?
Una docena de emociones estallaron dentro de Titus. La ira por una situación en
que los guardianes y él no deberían estar, frustración de que esto les estuviera costando
demasiado tiempo, el odio a un padre que había condenado a su hija a una tortura...
pero sobre todo la fe de que él iba a ser el que la liberara de sus ataduras.
—El que está salvando tu lamentable culo.

260
Agarró la cadena que aprisionaba a Prometeo a la roca. El águila lanzó un grito
que traspasó y desgarró los tímpanos de Titus y lo tiró al suelo.
Se empujó sobre las manos y miró fijamente los ojos muy abiertos de la
gigantesca bestia. Ésta no era la misma águila a la que había seguido antes. Ni mucho
menos la que se había abalanzado en picado sobre él en el muro del castillo de Argolea.
Ésta era tan grande como una casa, con los ojos color rojo sangre y un pico afilado
como un machete.
A la espalda, Prometeo le susurró:
—No te muevas.
Al diablo con eso. Natasa se estaba muriendo.
Titus sacó del bolsillo las bayas que había tomado del arcón de Odiseo y se las
lanzó al águila.
Golpearon la cara del águila. Ésta parpadeó, retrocedió y abrió el pico de nuevo
para gritar. Pero en lugar de atacar como Titus esperaba, bajó el pico y picoteó las
bayas en el suelo hasta que habían desaparecido todas.
Pasos aporreaban en el suelo. Zander, Demetrius y Theron entraron
precipitadamente en la cueva, las armas desenfundadas. Los tres estaban
ensangrentados y magullados, como si hubieran tenido un duro encontronazo con el
águila en los túneles. Los tres lucían una expresión de “¡Santa mierda!” en sus rostros.
El águila tragó, luego abrió su pico para volver a chillar. Los grandes ojos rojos se
giraron hacia atrás y cayó al suelo como un tablero.
La sorpresa fue rápida y fútil. Titus se puso de pie y cogió las cadenas de
Prometeo. Dio un tirón y se dio cuenta que no podía romperlas.
—¡D! ¡Necesito tu magia!
Los guardianes se apresuraron.
—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Zander.
—Frutas del loto.
Demetrius recorrió las cadenas, sostuvo sus manos sobre ellas y murmuró
antiguas palabras, mágicas.
—¿Cómo en el hades causaste la explosión? —preguntó Theron.
Vamos, vamos...

Titus se limpió la frente.

261
—Fuego griego. Encendido por las flechas envenenadas de Heracles. —Cuando
todos se le quedaron mirando, él negó con la cabeza—. No estaban realmente
envenenadas. Las puntas se sumergieron en nitrato de potasio, y el tubo que encontré
en el arcón de Odiseo estaba llenó con la mezcla antigua. Simplemente tenía que ser
encendida.
Theron miró a Zander.
—Recuérdame que no lo subestime.
—No te preocupes. —Zander levantó una ceja—. En un buen día apenas puedo
seguir su ritmo.
Vamos, ya. Tenemos que ir...
—¿Cómo me has encontrado?
Titus se giró hacia Prometeo, empujándole hasta sentarle sobre las rocas. La
sangre manaba de una herida en el costado del Titán, parecía frágil e indispuesto, pero
aun así era inmortal. No importa lo mucho que sufriera -y Titus esperaba que sufriera
infernalmente más antes del final de sus días-, el dios no moriría.
—Calipso.
—¿La ninfa?
—Sí. Y ella está esperando a que regresemos. Levántate, viejo. He salvado tu
culo. Ahora vas a salvar la vida de mi alma gemela.
—Pero no puedo —protestó Prometeo, despacio se puso de pie mientras Zander
le ayudaba— ¿No sabes...? Ningún dios salvo Hades puede engañar a la muerte.



“R espira. Céntrate. Utiliza la fuerza dentro de ti”.

Natasa luchó por abrir los ojos. En lugar del voraz incendio para el que se había
preparado toda la vida para ser incinerada, rodaba en un mar impetuoso. Las
gigantescas olas se estrellaban a su alrededor. El agua le salpicaba la cara. Abrió la boca
para respirar, trató de abrir los ojos en medio del asalto del mar, pero no pudo.
“Céntrate...”
La voz de su madre le sonó clara en los oídos. Animándola. Dirigiéndola.

262
“La fuerza está dentro de ti... Concéntrate, Natasa”.

—Pensaste que podrías eludir nuestro trato. —La voz de su madre cambió, se
transformó, se hizo más profunda, más oscura—. Tú no traicionas a un dios, hija. Sobre
todo no al Dios del Mar.
—Poseidón, no…
Resonó un grito.
—¡Silencio, ninfa! No te interpongas entre mi… presa y yo.
Calipso. Ése había sido el grito de dolor de Calipso. La isla, la cicuta, Titus
llevándola a la deidad en busca de ayuda... Todo se precipitó en la mente de Natasa.
El miedo se condensó bajo las costillas. El trato que había hecho con Poseidón le
pasó por delante, como si fuera la escena de una película.
—¿Cumplí mi parte del trato y tú me pagas así? —gruñó Poseidón. Su voz le
resonó en el oído, y su aliento caliente le sopló contra la mejilla. Él estaba cerca.
Todavía no podía abrir los ojos, pero se lo imaginó inclinado sobre ella, todo un
surfista y bronceado Dios de los Mares Tempestuosos—. Habrá consecuencias por tu
traición. Atraparé al Argonauta responsable y veré sus miembros arrancados de su
cuerpo. Entonces observaré como él se ahoga en su propia sangre y vómito y le
recordaré a quién tiene que agradecer cada segundo de su miseria.
No. ¡No! Un gemido escapó de la garganta de Natasa, pero el veneno era
demasiado fuerte para que el sonido le alcanzara los oídos. Las extremidades no le
funcionaban. No podía mover el cuerpo. La parálisis la alcanzó. ¿Por qué había
pensado que esto salvaría a Titus? El pulso se le redujo hasta que sólo le quedó un
atisbo de vida.
El olor del mar le inundó la nariz. Natasa intentó inspirar profundamente.
Poseidón se rió, un siniestro sonido amenazante.
—Saluda de mi parte a mi hermano en el infierno, traidora.

263
CAPÍTULO 21

—Ya te lo dije —insistió Prometeo otra vez mientras destellaban en la orilla del
río fuera de la casa de Calipso—. La muerte está en manos de las Destinos. No de los
dioses.
A la mierda las Destinos. ¿Dónde estaban cuando Titus las había necesitado? En
ninguna parte. Ellas se habían aparecido a los otros guardianes cuando sus vidas
habían sido confusas, pero no a él. Probablemente porque eran las que lo habían
jodido, para empezar.
Apisonó el resentimiento y se centró en lo único que importaba: Natasa.
Apretando los dientes, cabeceó hacia la pequeña casa.
—Vamos.
Desde algún lugar en el interior, resonó un grito. Los ojos de Prometeo se
agrandaron.
Titus corrió hacia la puerta.
Natasa estaba como la había dejado, quieta como una piedra sobre la mesa de la
cocina, con la cabeza inclinada hacia un lado, los sedosos rizos rojos cayendo sobre la
superficie de madera maciza. El corazón le dio un vuelco. Lentamente se acercó a su
lado y puso la mano sobre la de ella contra su estómago.
Fría.
—Vamos, cielo... —Le agarró la mano y le buscó el pulso en el cuello.
Nada.

264
Otro grito resonó en algún sitio de la casa, pero Titus tenía demasiado pánico
para preguntarse de dónde venía.
Vamos, vamos, vamos...
Zander y Demetrius corrieron hacia la habitación trasera. Theron se irguió
lentamente al lado de Titus. Los dedos de Titus temblaban mientras continuaba
esperando sentir algún signo de vida.
—Vamos, ligos Vesuvius...

Resonaron pasos por detrás de Titus. Sintió, más que vio a Prometeo en la
habitación. En la parte trasera de la casa, sonó un crujido, seguido de un grito femenino
y el choque de muebles astillándose.
Un golpe nítido y corto. Justo ahí contra su cuello. La esperanza surgió. Titus
agarró los hombros de Natasa. La sacudió.
—Despierta, cielo...
—Fotia —susurró Prometeo.
—Zeus sentirá no estar aquí para ver esto.
Un escalofrío se extendió por la espalda de Titus, y se quedó paralizado. Con
mucho cuidado, levantó la cabeza y miró en dirección al sonido de la voz. En una
puerta en el lado opuesto de la estancia, un deslumbrante y hermoso dios rubio estaba
mirando fijamente en su dirección. Sólo que no estaba mirando a Titus, estaba mirando
más allá de él, hacia Prometeo.
La sangre goteaba por el costado de Prometeo. El pelo era una salvaje maraña
gris alrededor de su cabeza. Salió de detrás de Titus. Al lado, Theron se acercó a la
puerta y murmuró:
—T, recóbrate.
«Vaya, vaya. ¿Mira quién está libre?»
«Poseidón. Sigue siendo un gran coñazo como sus hermanos».
Los pensamientos rebotaban en el entorno. Titus miró de una cara amenazante a
la siguiente. Prometeo ya no parecía frágil. Permanecía erguido, como si hubiera
crecido sesenta centímetros, y la tensión fluyó en el aire, tan espesa como la sangre.
Detrás de Poseidón, Demetrius llevaba a una desaliñada Calipso en los brazos.
Tenía el pelo revuelto, los ojos muy abiertos y asustados, el vestido rasgado en el
hombro y en el dobladillo.

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Poseidón separó los pies y señaló con la cabeza hacia la sangre que corría por el
costado de Prometeo.
—Todavía asistente de viejas heridas, ya veo, tío.
—Y tú sigues forzando a ninfas que no están dispuestas. —Prometeo se echó
hacia atrás—. ¿Por qué no vuelves al mar donde perteneces, antes de que te hagan
daño?
Los ojos de Poseidón se estrecharon.
—Ella es mía, no tuya, ladrón.
Los ojos de Prometeo brillaron.
—Sólo robé lo que ya pertenecía a los seres humanos. Nada más. Tu rey es más
ladrón de lo que yo jamás podría ser.
Estaban hablando del fuego. El fuego que Prometeo había robado a Zeus, y que
había dado lugar a su encarcelamiento.
—Y lo estoy robando de nuevo —respondió Poseidón—. Ella hizo un trato
conmigo, y no voy a dejarla ir. Viva o muerta, me pertenece.
La mirada de Titus saltó a Natasa, inmóvil, inmóvil bajo las manos. Un trato.
Había hecho un trato con Poseidón.
“Por ti. Así él no podrá… tener el elemento”.
Había hecho un trato con el dios de los océanos para mantener la fiebre bajo
control. Su divagación confusa la anoche que había soñado con él, que sentía no
haberle esperado, por fin tenía sentido.
—Estúpida, ligos Vesuvius —susurro, acercándose y pasando el dedo por la suave
mejilla—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—El acuerdo fracasó. —Prometeo estiró el brazo hacia Natasa—. Y el fuego es
más fuerte que el agua, Olímpico. Recuérdalo.
El calor hizo erupción debajo de los dedos de Titus. La mesa estalló en llamas.
Hizo un gesto con las manos hacia atrás por reflejo, encogiéndose ante la quemadura.
Los ojos verde esmeralda de Natasa se abrieron de par en par. Sus labios se separaron,
y un grito espeluznante salió de su garganta.
—¡No! —gritó Poseidón.
La casa tembló, y un diluvio de lluvia cayó desde el techo. Pero las llamas debajo
y alrededor de Natasa crecieron más altas. El fuego se extendió por las patas de la

266
mesa, por el suelo y las paredes, escalando en remolinos, remolinos furiosos, hasta que
toda la casa estuvo envuelta en llamas.
—Titus —gritó Theron.
Titus se agachó cuando el fuego se extendió a través del techo. Levantó una
mano para impedir que el calor le chamuscara la piel. Desde el otro lado de la sala, los
ojos de Poseidón destellaban en un azul brillante. Lanzó una mirada cáustica hacia
Prometeo, gruñó, y luego desapareció en un trueno.
Zander y Demetrius salieron corriendo de la casa con Calipso. Prometeo miró a
Natasa sobre la mesa. Con una expresión de tristeza retorció los labios, luego bajó la
cabeza y siguió a toda prisa a los Argonautas.
Natasa continuó gritando mientras su cuerpo se quemaba vivo. Horrorizado,
Titus trató de alcanzarla, pero las llamas estallaron alrededor, como si la protegieran
del toque. Se dejó caer sobre el trasero.
—Titus —gritó Theron de nuevo.
El humo le llenó los pulmones. El calor le chamuscó el pelo. Una mano le agarró
la manga, tiró de él hacia arriba. Arrastrándole con fuerza hacia la salida.
—¡No! ¡Suéltame! —Titus luchó contra el agarre de Theron—. ¡No puedo dejarla!
No puedo…
Un crujido hizo un eco ensordecedor. Titus levantó la vista justo cuando las vigas
de encima cedieron.
—¡Sal, ahora!

Theron lanzó a Titus fuera de la casa y sobre el césped antes de ser atrapados en
el infierno. La lluvia caía alrededor de ellos, empapándole la ropa, la piel, corriendo en
riachuelos por el rostro de Titus. La pequeña estructura estalló en llamas. Cada gota de
agua parecía estimular más el incendio en lugar de amortiguar el fuego.
Titus cayó de rodillas en el barro y apoyó las manos sobre los muslos. No podía
respirar. No podía pensar. El pelo mojado le colgaba en mechones frente a los ojos.
Natasa...
Su mundo entero se había incendiado en esa casa. Todo lo que él no supo que
había necesitado. No sólo la oportunidad de ser finalmente libre de la maldición, sino
el corazón. Un corazón que siempre le pertenecería a ella.

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

Natasa parpadeó varias veces.


La fiebre había desaparecido. El calor dentro de ella todavía ardía, pero se
contenía en alguna parte... seguro. El poder se agrupaba en el interior, pero no con la
misma intensidad incontrolable que había experimentado antes. Éste era fuerte.
Directo. Suyo.
Desenroscó el brazo de las rodillas y extendió la mano. Imaginando las llamas. El
fuego se incendió en la palma de la mano. Se le agrandaron los ojos de asombro. Cerró
la mano en un puño, y la llama se apagó. Ningún dolor. Ninguna lucha. Sólo la fuerza.
Abriendo la mano una vez más, vio la piel más que perfecta.
—Santa Hera.
Las palabras susurradas trajeron a Natasa de vuelta. Miró por encima de las
cenizas humeantes y la hierba empapadas por la lluvia hacia un grupo de hombres y
una mujer. Tres hombres la miraban fijamente en estado conmocionado. La mujer
sentada en el suelo acomodándose el vestido en el lugar. Otro hombre estaba
sonriendo -éste le era familiar- y el último estaba de rodillas, con las manos sobre los
muslos, la cabeza inclinada hacia adelante, el oscuro y fibroso pelo mojado cubriéndole
la cara.
—Fotia—dijo el hombre sonriente en voz baja y orgullosa—. Mi renacido Fénix.

No, no era un hombre. Era un dios. Un Titán.


Su padre, Prometeo.
Lentamente, el hombre arrodillado levantó la cabeza. Los ojos color avellana se
encontraron con los suyos. Y el calor le estalló en el fondo del pecho.
Titus.
—¡Oh dioses —susurró él.
Se puso de pie y echó a correr a través del barro y las cenizas hacia ella.
Natasa se levantó, tan ansiosa por llegar a él, como lo estaba él. Sus brazos la
envolvieron. Pero antes de que pudiera agarrarle, él dio un tirón hacia atrás y cayó de
rodillas otra vez, respirando con dificultad.

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—¿Titus? —Extendió la mano para ayudarlo a levantarse, con el miedo de que se
hubiera resbalado en el barro y caído o…
Él levantó una mano para bloquearla de tocarlo de nuevo. Se golpeó el pecho con
la otra mano y con voz áspera farfulló:
—No lo hagas. Sólo... espera.
La comprensión se iluminó ante el dolor que vio retorcer sus rasgos. El elemento
fuego estaba contenido. Ya no la consumía. Y él podía sentirla.
No, no, no...
—¿El renacido Fénix? Bien pensado, anciano.
Natasa apartó la atención de Titus hacia el dios de cabellos oscuros que había
aparecido de la nada, moviéndose hacia ella desde la izquierda, una sonrisa licenciosa
rizaba sus labios.
Zeus. Ella sintió el poder irradiando de él, sabía que era el Rey de los Dioses,
sabía que estaba allí por ella.
—Te dije que daría resultado, hermano.
Ella giró hacia la derecha, donde Poseidón también avanzaba rápido, una
cegadora luz siniestra moraba en sus ojos azules.
—A partir de la transmutación del fuego —continuó Poseidón—, podemos crear
los otros elementos. Hades nunca será el más sabio.
—Tienes razón —dijo Zeus, con los ojos fijos en Natasa. Chasqueó la lengua—.
Te extrañé, llama. Fue travieso por tu parte huir.
Los tres Argonautas sacaron las armas, luego se pusieron entre ella y los dioses.
Titus trató de sacar los pies del barro, pero se dejó caer hacia abajo cuando sus piernas
cedieron. Su padre se acercó a ella, tratando de protegerla.
El instinto la dominó. Una necesidad de proteger. Una que no tenía nada que ver
con el instinto de autoconservación y todo que ver con la protección de las personas
que amaba.
Levantó las manos sobre la cabeza, girándolas en lo alto. Las llamas estallaron en
un círculo alrededor de ella, los Argonautas, la ninfa, y su padre, impidiendo que los
dioses Olímpicos los alcanzaran.
Poseidón saltó hacia atrás maldiciendo. Zeus empujó las manos hacia adelante,
lanzando un relámpago hacia las llamas, tratando de romperlas y separarlas. El rayo

269
golpeó las llamas y rebotó hacia atrás. Zeus se puso de lado y eludió por los pelos el ser
frito. Furioso, Poseidón barrió sus brazos hacia el lago y volvieron en un movimiento
feroz. El agua se lanzó hacia delante, inundó la tierra y se estrelló contra las llamas. La
pared de fuego creció más alta, protegiéndolos.
Al lado de Natasa, su padre se rió y murmuró:
—Tomad esto, intrigantes Olímpicos.
Con los ojos muy abiertos, los Argonautas miraban del rostro enfurecido de un
dios al otro, luego los unos a los otros. Pero fue en Titus en quien Natasa se centró.
Aún de rodillas en el barro, mirándola con sus ojos hermosos, dolidos y afligidos.
Ella se dejó caer de rodillas entre el barro y las cenizas y apoyó las manos en los
muslos. Había conseguido exactamente lo que quería, pero algo en el fondo del alma,
le dijo que lo había conseguido a un precio.
—Me has salvado de nuevo —dijo él en voz baja.
—Nos salvamos el uno al otro. Esa es la forma en que se supone debe ser.
Una débil sonrisa tiró de su boca.
Quería llegar a él, abrazarlo. Besarlo para alejar el dolor que destilaban sus ojos.
Pero ella era la causa del mismo. Todo el dolor que había experimentado, todo el
pánico... todo era por su culpa. Y ahora... ahora incluso su tacto le causaría dolor.
—Lo siento —susurró ella—. No creo que hubiera otra manera. No quería que
Poseidón tuviera el elemento, e hice el trato con él antes de saber de ti. Yo... yo estaba
intentado protegerte de salir lastimado.
—Está bien.
Las lágrimas le llenaron los ojos.
—No, no lo está. Debería haber creído que todo lo que necesitaba me encontraría
si yo era paciente. No sé cómo podré alguna vez compensarte.
El parpadeo de las llamas se reflejó profundamente en sus ojos. Sus llamas.
—Lo acabas de hacer.
«Dioses, Titus... Te amo».
Una triste sonrisa curvó sus labios. No estuvo ni cerca de llegar a sus hermosos
ojos.
—Lo sé.

270
Las lágrimas le corrían por las mejillas al mezclarse con la lluvia. Vagamente se
dio cuenta de que alguien le envolvía el cuerpo desnudo con una camisa mojada, pero
apenas le importaba. Todo lo que podía ver y sentir y concentrarse era en el hombre –
héroe- que la trajo de vuelta a la vida. Por quién habría dado la vida.
—He pasado mi vida entera pensando que no necesitaba un alma gemela —
susurró—. Me equivoqué. Yo también te amo, Natasa. Más de lo que nunca sabrás.
Eran las palabras que ella anhelaba oír, y sin embargo el corazón se le estaba
destrozado bajo la lluvia entre ellos. Durante meses, todo lo que había esperado, orado
y suplicado era que la fiebre la dejara. Ahora sólo quería que volviera.

271
CAPÍTULO 22

“El hijo de Kronos... el hijo de Kronos...”

No. Joder. Imposible.


Nick se tragó la repulsión mientras seguía a Zagreus por un largo pasillo. Las
paredes eran de piedra, bajo los pies el suelo de tierra y barro. El agua goteaba de las
grietas en el techo, se deslizaba por las paredes y se acumulaba en el suelo. Estaban en
una especie de cueva. Subterránea. La cadena que le esposaba las muñecas se sacudía
con cada paso.
Habían destellado aquí desde la colonia. Zagreus le había arrastrado por los
túneles. Hades... No sabía donde infiernos había ido Hades. Las dudas le rondaban por
la mente -si Isadora estaba bien, lo que estaba sucediendo en la colonia, dónde estarían
sus habitantes, y lo que pasaría con ellos. Pero la cuestión más importante de todas que
con más ímpetu le rondaba, eran las palabras que Hades había soltado como una
bomba.
El hijo de Kronos...
No. No es posible. Su padre había sido humano. Su madre -cuya misma sangre
compartía con Demetrius-, una diosa, aunque retorcida. Tenía las marcas en los
antebrazos y las muñecas, que demostraba que era un semidiós. La prueba de que lo
que le había dicho Hades no podía ser cierto.
El chasquido de un látigo resonó por el pasillo, seguido de un grito ahogado, y
luego un gemido.
La adrenalina de Nick subió, seguida por una emoción que no podía detener y
que se disparó a través de las venas.

272
—Te estás cuestionando si mi padre estaba mintiendo —dijo Zagreus, sin
molestarse en mirarlo—. Te aseguro que no lo hacía. Mi padre no miente. Engaña, sí.
Pero nunca miente.
Otro grito resonó por las paredes de piedra. La oscuridad interior de Nick se alzó
hacia la superficie, excitada, anticipándose a lo que había al otro lado de estas rocas.
—Van a morir. Lo sabes, ¿verdad? Tus amigos los Argonautas puede que hayan
sobrevivido a la batalla, pero no van a ganar esta guerra. Ellos van a perder todo su
tiempo buscando los elementos restantes sólo para destruir el Orbe de Kronos, cuando
ahora eso es probablemente lo único que puede salvarlos. —Lanzó una mirada
divertida sobre su hombro—. No pensaste que Kronos no tendría un plan de reserva,
¿verdad?
Zagreus se detuvo y se volvió completamente hacia Nick. Nick se paró en seco y
contuvo el aliento. El dios era alto, cerca de los dos metros trece de Hades, y tan oscuro
-por dentro y por fuera- como su padre. Si había una cosa que Nick había aprendido en
su trato con los sátiros de Zagreus a largo de los años, era que el dios era impredecible.
Además brutalmente.
Zagreus inclinó la cabeza.
—¿No te has preguntado alguna vez cómo Atalanta pudo salir del Inframundo
para follar con tu padre? No podía salir de allí. Ese era su trato con Hades. El máximo
poder combinado con la emoción de la inmortalidad, pero confinada a su propio
infierno. Muy dulce, si me preguntas.
Nick apretó los dientes y no respondió. No estaba dispuesto a enemistarse con el
dios. No cuando estaba encadenado y claramente superado. Más gritos resonaron por
las paredes de roca, amplificando las vibraciones en el pecho.
—Prepárate para lo inesperado. Ese es mi lema. —Zagreus sonrió—. Antes de
que entremos allí —hizo un gesto con la cabeza hacia una puerta al final del túnel—, y
comiences con tu entrenamiento, voy a satisfacer la curiosidad que sé que no admites.
Tu madre, Atalanta, buscó a Kronos en el Tártaro. Y allí hizo un trato con él. Para
liberarse del Inframundo y del contrato con Hades.
Nick ya lo sabía. La profecía que Hades había erigido decía que dos hermanos
serían las mitades perfectas de un todo -un Argolean, un humano- y que cuando se
unieran, sólo entonces Atalanta sería liberada de su prisión en el Inframundo. Su
madre había tratado de crear su propia profecía quedándose embarazada de Demetrius
y él, pero le salió el tiro por la culata a gran escala.

273
—Kronos estuvo de acuerdo —continuó Zagreus—, algunos dirían que con las
esperanza de que ella se escapara y volviera para liberarlo. Pero nosotros disentimos.
Él estuvo de acuerdo con concebirte. Su plan de reserva, el cual era una buena idea, ya
que Prometeo le jodió con el Orbe. Hizo mortal a tu madre durante unas horas, la
fecundó, luego le devolvió la inmortalidad y la envió a Argolea para que encontrara al
padre de tu hermano Argonauta. Ella creyó que había ganado, pero Kronos fue el
verdadero ganador. Ya ves, no eres simplemente cualquier semidiós. Tienes el poder y
la oscuridad de Kronos en tu interior. Y mi padre quiere que te entrene para acceder a
ese poder y así poder adueñarse de él y encumbrarse sobre sus hermanos y todo el
Olimpo. Pero tengo otros planes para ti.
El hijo de Kronos... Era cierto. La bilis le subió por la garganta mientras la voz de
Zagreus se desvanecía a un segundo plano. Había pensado que la oscuridad que
albergaba dentro provenía de su madre, pero se había equivocado. Era el hijo del dios
más malicioso y retorcido que ha caminado sobre los cielos.
Zagreus llegó al final del túnel e introdujo un código en un teclado numérico a la
derecha. La pesada puerta de metal se abrió, y los sonidos de la tortura, del sufrimiento
se escaparon en un soplo de denso aire. Esa oscuridad era atraída hacia el interior,
empujando a Nick hacia adelante como un imán.
Zagreus agachó la cabeza y se adentró en un enorme espacio. Latigazos
resonaban en el aire, las cadenas repiqueteaban. Los gritos y gemidos se
entremezclaban hasta el punto de que Nick no podía distinguirlos.
El corazón le latía con fuerza. El sudor le impregnaba la piel. El cuerpo le vibraba
como si un cable de alta tensión formara arcos bajo la carne.
Avanzaba por la estancia y de repente se detuvo.
Oh, santo... Joder.

Seis mujeres -no, no mujeres, ninfas, se dio cuenta- estaban encadenadas


desnudas en la pared del fondo, algunas de cara a la roca, otras con la espalda pegada
a la fría piedra. Delante de cada una, un sátiro en posesión, bien de un látigo, un
flagelador o un bastón. Los hematomas cubrían los cuerpos de las mujeres, y debajo de
sus pies, las gotas de sangre salpicada teñían el suelo de tierra.
A Nick se le revolvió el estómago. Pero cada grieta sobre la piel le aceleraba la
sangre. Cada gemido provocaba que la oscuridad ansiara más.
—Bienvenido a mi propia versión del infierno —anunció Zagreus, con una
sonrisa acompañando su presuntuosa voz—. Cynna, ven a conocer a nuestro nuevo
aprendiz.

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Resonaron pasos. El dulce aroma del jazmín inundó la nariz de Nick. Con gran
esfuerzo apartó la atención de la tortura y miró hacia la mujer que tenía delante.
El pelo largo teñido de rubio con mechas de color azul no coincidía con el tono
acaramelado de su piel. El maquillaje recargado y oscuro acentuaba sus ojos grandes y
exóticos. Los senos alzados y casi desbordándose por el ajuste del corsé de cuero. Las
piernas kilométricas y tonificadas por debajo de la falda corta de cuero, desaparecían
dentro de unas botas hasta la rodilla con diez centímetros de tacón de aguja. Y en la
mano... un flagelador, con una pequeña púa anclada a cada tira de cuero.
Alzó la mirada de nuevo a su cara. A unos iris color chocolate. A unos rasgos
vagamente familiares. La había conocido antes, o a alguien como ella. O tal vez había
sólo fantaseado con ella. La sangre le zumbaba con la oscuridad y una excitación contra
la que no podía luchar. Esperó a que ella dijera algo, pero sus labios permanecieron
cerrados. Ninguna chispa de reconocimiento brilló en sus ojos. Estaban vacíos. Sin
alma. Muertos. Al igual que él.
Zagreus envolvió el brazo alrededor de su cintura y la atrajo a su lado. Su piel era
más oscura que la de Zagreus. Ella colocó la mano sobre su hombro, de una manera
que hablaba de familiaridad, pero Nick captó la tensión en su mandíbula y el destello
de irritación en sus ojos que gritaron que no quería las manos del dios sobre ella.
—¿Qué opinas, mi dulce Cynna?
Ella ladeó la cabeza, evaluando a Nick con disgusto.
—Él no es tu juguete de costumbre.
Zagreus la acercó más y le mordisqueó la oreja.
—No, agapi. No lo es. Es muy especial. Y como un regalo para ti, encomiendo su
preparación a tus manos.
Las vibraciones se convirtieron en un rugido en toda regla en la sangre de Nick.
La sorpresa iluminó los familiares ojos de Cynna.
—¿A las mías?
Zagreus sonrió.
—Es hora de que des el siguiente paso. —Su expresión se volvió dura y fría—.
Quiébralo, Cynna. O yo te quebraré a ti de una vez por todas.

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

El golpe en la puerta hizo que Natasa levantara la cabeza.


Casey, la hermana de la reina, le había estado trayendo todo un armario de ropa,
la cual Natasa miraba ahora en el vestidor de su habitación en el castillo Argolean.
Pantalones, camisas, vestidos -no se había puesto un vestido en más de tres mil años, y
el último que recordaba ciertamente no tenía nada que ver con estos intrincados
modelitos. ¿Cuándo infiernos iba alguna vez a ponerse todo esto?
Un renovado sentido de claustrofobia la golpeó. Se había estado sintiendo
agobiada toda la tarde, necesitaba espacio, necesitaba pensar. Lamentaba que Titus no
estuviera aquí, así por lo menos tendría una cara amistosa a la que mirar. Estas
personas estaban bien, pero... Estaba abrumada.
Casey sonrió y enganchó la percha en la barra.
—Éste debería ser el último.
¿Había más? ¿Qué más podría ponerse una persona?
Mareada, Natasa siguió a Casey fuera del vestidor y se quedó inmóvil.
Titus estaba en el medio de la habitación, con ese aspecto grandioso, magnifico, y
el héroe al completo que había estado deseando.
—Casey. —Saludó con la cabeza. Sus ojos color avellana se reunieron con los de
Natasa—. ¡Hola!
—¡Hola!
El corazón le latía con fuerza. Las últimas veinticuatro horas habían sido un
torbellino de actividad. Los Argonautas trayendo a Prometeo, Calipso y a ella a
Argolea, donde los dioses no podían tocarlos. La reunión con la reina. Para darles la
bienvenida en lugar de expulsarlos. La conversación con su padre y enterarse… de que
él le había pasado el elemento fuego a su madre y luego a ella, para mantenerlo a salvo.
Y que él siempre había sido consciente de que tarde o temprano las llamas la
consumirían, pero que ella renacería de las cenizas. Él lo había planificado así.
No se había emocionado precisamente con la información, le había dolido como
el infierno. Incluso ahora temblaba ante el más leve recuerdo de haberse quemado
viva, aunque él había tenido la intención de que le ocurriera hace mucho tiempo, no

276
cuatro mil años después. Su encarcelamiento por Zeus dentro del elemento aire lo
había trastocado todo.
Pero nada de eso importaba ahora. Lo único que importaba era que Titus estaba
de pie en su habitación, mirándola con esos hipnotizantes ojos. Más cerca de lo que
había estado en horas.
Casey miró a Natasa.
—Bueno, ah, probablemente eso es suficiente por ahora. Mañana podremos
hablar más. Es un cambio muy grande estar aquí, confía en mí, lo sé, pero te
acostumbras. Y creo que te va a gustar.
Los miró a los dos. Obviamente notando que ninguno la miraba.
—Debo ir a ver Isadora y el bebé. Natasa, si necesitas algo más, búscame.
La elemental cortesía se activó y Natasa murmuró un gracias, pero sin apartar la
mirada de los ojos de Titus.
La puerta se cerró detrás de Casey. La luz del atardecer entraba en la estancia a
través de las ventanas de arco detrás de él, mostrando nítidamente las ondas en su
cabello recogido hacia atrás, la camisa blanca y el pantalón negro que llevaba. Se había
duchado, y aunque estaba tan guapo como siempre, había algo diferente. Lo miró
fijamente, tratando de averiguar lo que era, entonces se dio cuenta de que era la
primera vez que lo había visto recién afeitado.
—¿Qué te parece la habitación? —preguntó.
Le tomó un segundo registrar la pregunta, pero cuando lo hizo, apartó los ojos de
la suave línea de su mandíbula y echó un vistazo a la habitación. Una pequeña charla.
Podía parlotear. Con tal de que él se quedara.
—Umm... —La suite era grande, una gran sala de estar con chimenea, un
escritorio y una silla cerca de la puerta del balcón, y al otro lado la habitación una cama
gigantesca que estaba segura la engulliría cuando se tumbara encima. En combinación
con el enorme vestidor y el cuarto de baño todo de mármol, era el sitio más elegante en
el que había vivido antes, pero no se sentía como en casa—. Está… muy bien.
Sus labios se curvaron, y como un imán, esa sonrisa le atrajo la mirada de vuelta
a ese rostro conocido y hermoso. Le gustaban los mechones de pelo que flotaban libres,
pero quería tirar de esa cinta de cuero en su nuca. Le gustaba su melena revuelta, le
gustaba deslizar los dedos por las hebras sedosas, le gusta tirar de la cabellera cuando
acercaba su boca a la suya.

277
Él aspiró una bocanada de aire y se movió de un pie al otro. Mirando hacia las
ventanas, se rascó la frente como si no supiera qué decir.
Posó la mirada en sus manos. Sus manos fuertes y talentosas cubiertas por
guantes de cuero. Él había estado usando guantes similares cuando se conocieron. La
visión de ellos le recordaba a las Amazonas tocándole. De su torturada reacción. De él
cayendo en el suelo embarrado en Ogygia cuando había intentado abrazarla después
de que había resucitado de entre las llamas.
—Umm. Se está haciendo tarde —dijo—. ¿Tienes hambre? Puedo llamar y
conseguir que los cocineros suban algo para nosotros.
Había demasiadas emociones torturadas recorriéndola como para pensar en la
comida, pero él se estaba esforzando por la normalidad y ella estaba decidida a darle
eso. No habían tenido nada normal en su relación todavía.
—Sí, está bien. Eso sería... agradable.
Se acercó a la mesa y levantó el teléfono. Hablando por el receptor, pidió… no
supo el qué. Los nervios le retorcían el estómago mientras ella giraba lentamente en la
suite y trataba de encontrar el control.
Colgó, y luego se acercó a la puerta del balcón.
—¿Has contemplado las vistas? Disfrutas una de las mejores desde el castillo.
La única vista que deseaba era de él, pero no lo dijo. Cuando abrió la puerta y
salió, lo siguió; no porque lo quisiera, sino porque no sabía qué hacer.
Mantuvo la puerta acristalada abierta para ella. Al pasar, captó una bocanada de
su perfume. Picante. Almizcleño. Tan familiar que le provocó una avalancha de
recuerdos y una serie de estremecimientos por el vientre. Su calor se deslizó por el
espacio entre ellos para cosquillearle los finos cabellos a lo largo del cuello,
recordándole que él no era sólo el que le aportaba frescor. Él era más. Y lo quería tan
desesperadamente que apenas podía recomponerse.
Inspiró su aroma. Reteniéndolo. Tenía tanto miedo de que esto fuera todo lo que
alguna vez iba a conseguir.
Él se aclaró la garganta y posó sus manos enguantadas sobre la balaustrada.
Luego señaló en dirección al océano espumoso y acantilados más allá de los muros del
castillo.
—Ese es el Océano Olímpico. Aquel edificio grande de allí es el Argolian, que
alberga los despachos del Consejo. La mayoría de los edificios en Tiyrns están hechos
de mármol blanco, de ahí el término “Ciudad Blanca”. Tenemos un puerto bastante

278
grande. Las montañas de Aegis nos circundan por el norte y el este, y las tierras de
cultivo se extienden hacia el sur.
Recorrió la majestuosa ciudad según él iba señalando. Estaba en lo cierto. Le
habían dado una habitación en uno de los pisos superiores, y realmente era una vista
preciosa, especialmente con la puesta de sol sobre el océano con remolinos rosados y
morados. Pero le traía sin cuidado la vista. Lo único que le importaba era el hombre
que estaba junto a ella, lo que estaba pasando entre ellos, y cómo iban a arreglarlo.
Volviendo al contexto de la conversación, se dio cuenta que él había hecho una
pausa. Sintiéndose tonta, se aclaró la garganta:
—¿Dónde está tu casa?
Señaló hacia el norte y a las montañas de color púrpura y azul al fondo.
—A las afueras de la ciudad. El río Thasian pasa por delante de mi casa y
desemboca en el océano aproximadamente a seis u ocho kilómetros río abajo.
—Oh. —Trató de sonar interesada, pero sabía que no lo había logrado. Una
pequeña parte de ella estaba decepcionada de que no la hubiera llevado allí, que
hubiera permitido que la reina le ofreciera un lugar para que se quedara en el castillo.
Sabía por qué, y tenía sentido -su padre estaba aquí, y ella no podía tocarle a él, así que,
¿cómo diablos esperaba lograr algún tipo de futuro juntos?-, pero aún así escocía.
—¡Hey! —su tono suave le llamó la atención. Le miró. Entonces se quedó sin
aliento cuando se dio cuenta que la estaba mirando con ojos tiernos y cautivadores—.
Todavía quiero llevarte allí. Te llevaré allí, pero el reino de Argolea no es la Utopía que
puedas pensar que es. Hay luchas políticas en nuestro país gracias al Consejo, y no
estoy dispuesto a arriesgar tu seguridad hasta que me asegure de que las cosas se han
calmado. También debes saber esto... mi hogar no es una casa. Es cualquier sitio donde
tú estés.
La calidez le floreció en el pecho. Él todavía la deseaba. Incluso con lo que
parecía un gigantesco océano interponiéndose entre ellos. Ella alargó poco a poco la
mano hacia la suya apoyada en la balaustrada. Quería tocarlo desesperadamente. Las
emociones se arremolinaban en sus ojos -las mismas que ella sentía-, él alzó la mano
enguantada, la cerró sobre la de ella y apretó.
Calor. La dicha…
Él echó la mano hacia atrás y se dobló.
Ella le miró la mano y luego su expresión confusa.
—¿Qué?

279
—Yo... no lo sé. Esto nunca ha pasado antes. Los guantes siempre evitan...
Él extendió la mano y la tocó de nuevo. Retrocedió bruscamente. Y cuando le
miró a los ojos, una expresión de dolor cruzó su hermoso rostro.
No. Las lágrimas le ardían en el fondo de los ojos. Ella apartó la mano de la
balaustrada, sosteniéndola contra el estómago. El corazón se le hundió en lo que
parecía un pozo de la desesperación.
¿Ahora ni siquiera podía tocarla con la barrera de la tela o el cuero? ¿Cómo
podían las Destinos ser tan crueles?
Llamaron a la puerta, y Titus se volvió. Parecía aliviado por la interrupción
cuando entró de nuevo en la suite.
—Esa es la cena.
Sola, cerró los ojos e inspiró para tranquilizarse. Se dijo que debía ser fuerte. Por
lo menos hasta que él se fuera.
La oscuridad entraba por la ventana a medida que el sol se hundía en el agua. La
luz de una vela iluminaba la pequeña mesa cerca de la ventana donde estaban sentados
y comían, pero no era el ambiente romántico que Natasa había esperado.
Ella removía el alimento en el plato, fingiendo comer. Mantenían una pequeña
charla. Él le habló sobre que Calipso ya estaba haciendo planes para dejar Argolea
contra la petición de la reina y la discusión con su padre. Ella fue concisa y le preguntó
acerca de los Argonautas. Era reacio a hablar de lo que había sucedido en Pandora
cuando habían rescatado a Prometeo, pero ella sintió que algo se había interpuesto
entre él y los demás. Quería saber más, pero no tenía ánimos para preguntar. Cuando
la conversación se calmó y finalmente él le preguntó si ya había acabado, asintió con la
cabeza, aliviada de que la comida hubiera terminado.
Se levantó del asiento. Apagó la vela, recogió los platos, los colocó en el carro y lo
llevó hacia el pasillo. Cuando regresó, se quedó de pie en medio de la habitación,
perdida y sin saber qué hacer a continuación.
Él debió haber sentido su preocupación, o tal vez le había leído el pensamiento.
Se dio cuenta que durante la cena él había contestado a sus preguntas sin formular
varias veces. Desapareció en el gigantesco vestidor y regresó con un pijama de seda de
color amarillo y se lo ofreció.
—Vamos. Te ves agotada.
Los nervios le repercutieron en el vientre. Se colocó a los pies de la cama y
acarició la tela sedosa, con cuidado de no tocarlo. Podía defenderse de las Amazonas,

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los sátiros, incluso de un par de atletas olímpicos, y sin embargo, en estos momentos se
sentía como la persona más indefensa en el mundo.
—¿Te vas?
—¿Quieres que lo haga?
Lo miró a los ojos. Sintió que él tiraba de su alma, lo que había sentido antes. En
los bosques de secuoyas. En la colonia. En Ogygia. Pero esta vez fue más básico. Más
eléctrico. Más crudo. Y esto anuló todo lo demás.
—No —susurró ella.
—Entonces no voy a ninguna parte.
El alivio fue instantáneo y tan dulce. Esbozó lo que sabía era una débil sonrisa,
entró en el baño y se cambió. Cuando volvió, él había atenuado la luz y había retirado
la colcha de un lado de la cama.
El corazón se le aceleró. Los recuerdos de la noche que habían pasado juntos
enredados en la colonia mestiza la atravesaron. Con el estómago contraído por la
anticipación, se metió en la cama y tiró de las mantas. Él se sentó en el lado opuesto, se
quitó las botas y las dejó caer en el suelo, pero no se quitó la ropa. Y no se metió bajo
las mantas con ella. En su lugar, se quedó encima de la colcha, manteniendo tantas
capas de tela entre ellos como pudo.
El silencio cayó sobre la estancia. Se quedó mirando el techo en la oscuridad,
parpadeando para contener las lágrimas de rabia y frustración. Esto era mucho más
difícil de lo que esperaba. ¿Cómo iban alguna vez hacer que esto funcionara? ¿Cuánto
tiempo hasta que se cansara de ella y volviera a sus mujeres "habituales", esas de las
que él había hablado? Era un guerrero viril y atractivo, y aunque creía que la amaba, le
había dicho que no estaba hecho para ser célibe. Con ella -ahora-, eso era todo lo que
podía ser.
Se dio la vuelta hacia ella y se metió las manos bajo la cara.
—No pienses eso —dijo en voz baja—. Tú eres a la única que quiero. Vamos a
superar esto.
Genial. Estaba leyéndole la mente otra vez. Esto iba a volverla loca.
Giró la cabeza en la almohada. La luz de la luna bailaba sobre sus mejillas,
haciendo que su pelo pareciera casi blanco, con la piel luminiscente.
—¿Cómo? —susurró.

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—Les preguntaré a las brujas sobre los hechizos o probaré drogas o... no sé. Ya se
me ocurrirá algo.
—Titus…
—Éste es mi problema, Natasa, no el tuyo. No quiero que te preocupes. Todo se
solucionará.
—Es nuestro problema. Ni siquiera puedes tocarme con los guantes. ¿Cómo
puede alguna vez solucionarse?
—Porque... No puedo pensar en la alternativa.
Ella cerró los ojos contra una oleada de dolor.
—Dale un poco de tiempo, cielo. Tal vez mi reacción a ti disminuirá a medida
que el elemento fuego se asiente. —Su voz se tensó—: Esto no será lo habitual entre
nosotros, ¿de acuerdo? No lo permitiré.
Parecía que el corazón se le volvía a romper. El elemento fuego ya estaba
asentado. Eso no iba a cambiar. Él se estaba aferrando a un hilito de esperanza de que
no fuera así. Pero débilmente -por él- asintió.
—Duerme —dijo suavemente—. Lo resolveremos.
Estaba decidido a mantenerlos juntos, pero la maldición del alma gemela de Hera
clamaba en el fondo de la mente. La única persona que más quería en el mundo, pero
que era el peor partido posible para él.
Sí, eso lo resumía perfectamente, ¿no?

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CAPÍTULO 23

Titus se encontraba en una de las muchas azoteas del castillo de Argolea,


apoyado contra la balaustrada y observando el patio de abajo.
Junio había saltado a la tierra, el calor del verano abriendo flores en los árboles y
vides, substituyendo los brotes de primavera y la lluvia ocasional. Pero el cálido viento
de verano que le soplaba en las mejillas y le bajaba por el cuello de la camiseta no
aliviaba el frío interior. Éste sólo le recordaba que estaba tan frío y solitario como
siempre había estado.
—Ella parece que se está adaptando bastante bien.
Theron.

Titus no se volvió. Se quedó mirando a Natasa y a Prometeo en el patio inferior.


El sol de mediodía se reflejaba en su encendido pelo rojo. Ella llevaba un vaquero
ceñido que moldeaba sus curvilíneas caderas y una ajustada camiseta verde que hacia
juego con sus ojos. Alzando la mano, ella convocó una bola de fuego gigantesca. Vio
con asombro como manipulaba las llamas en un tallo, una fuente y finalmente una bola
de nuevo, la cual arrojó fuera de su mano. El rodante nudo de fuego flotó en el aire,
cada vez más pequeño cuanto más alto se elevaba, hasta que finalmente se consumió y
desapareció en el cielo.
Theron tenía razón. Durante las dos últimas semanas, se había adaptado a la vida
en Argolea. Muy bien. Aunque el Consejo seguía quejándose de todos los Misos que
habían sido evacuados a su tierra, ni siquiera habían protestado por el hecho que
Natasa y su padre estuvieran aquí. Por supuesto, que Prometeo fuera un Titán y
pudiera aniquilarlos en un suspiro probablemente tenía algo que ver.

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Prometeo, por su parte, estaba ayudando a los Argonautas a buscar el último
elemento -agua- pero hasta ahora no habían tenido suerte. Incluso él no sabía
exactamente donde había aterrizado después de que hubiera dispersado los elementos
por el reino humano. Después de tantos miles de años, la morfología del planeta había
cambiado, y el agua era el más variable de todos.
En sus ratos libres, Prometeo educaba a la reina sobre los dioses y Kronos, y
enseñaba a Natasa a usar sus nuevos dones. Titus a veces todavía tenía problemas para
aceptar que ella era el auténtico… fuego inextinguible. Pero a diferencia del
Armagedón que los textos antiguos decían que era, ella era mucho más. Tenía la fuerza
para liberarlo o controlarlo dentro de sí misma. Y aunque eventualmente sería capaz de
trasmutar el fuego en los otros elementos, aún no podía. Titus todavía abrigaba un
montón de ira hacia el dios que había pasado el elemento fuego a su hija, sabiendo que
le causaría un intenso sufrimiento hasta que la consumiera y renaciera, pero hasta él
podía ver que Prometeo se preocupaba por ella.
Un águila en el cielo sobrepasó los muros del castillo y chilló mientras volaba por
encima de Natasa y su padre. Aterrizó a unos metros de Natasa sobre la verde hierba,
extendió las alas y chilló de nuevo como diciendo: Ven aquí y préstame atención. Natasa
sonrió, tendió la mano y dio un paso hacia el ave. Justo antes de que la alcanzara, el
pájaro revoloteó las alas y surcó el cielo de nuevo. Ella se protegió los ojos contra el sol
y la observó volar. Pero había una expresión en sus ojos… una tristeza… un aheleo…
Dolor.
El corazón se le retorció en un apretado nudo bajo las costillas. Le mataba verla
tan infeliz. Las últimas dos semanas habían caminado de puntillas uno alrededor del
otro. Todavía pasaba las noches con ella en su habitación, pero ambos se sentían cada
vez más frustrados con la situación. Y yacer junto a ella mientras dormía era pura
agonía. Estar tan cerca de ella y no poder tocarla…
Dioses, odiaba esto. Odiaba incluso más que Theron estuviera detrás de él,
viéndolo sufrir. Había decidido quedarse con los Argonautas -sobre todo ante la
insistencia de Natasa- pero solo estaba medio comprometido. Y Theron lo sabía.
—¿Cómo me encontraste? —preguntó finalmente Titus, incapaz de soportar el
silencio… y su mirada inquisidora.
—Seguí el sonido de la miseria total.
Cabrón. Titus resopló.
—Ahora eres un chistoso. Genial.

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Theron sonrió ampliamente. Entonces sus rasgos se pusieron serios y se metió las
manos en los bolsillos delanteros.
—He estado en tu situación, T. Más veces de las que me gustaría contar. Y cada
vez que creía que había perdido a Acacia… —la voz de Theron se espesó—. Sé que es
una tortura.
No era sólo una tortura. Era un verdadero infierno ver a tu alma gemela sufrir y
casi morir. Excepto que en el caso de Theron, él podía envolver los brazos alrededor de
Casey y abrazarla. Tranquilizarse a sí mismo. Y a ella. Convencerse los dos que la vida
continuaba. Que todo iría bien. Titus no podía hacerlo.
Theron sacó las manos de los bolsillos y apoyó los antebrazos sobre la
balaustrada junto a Titus.
—Probablemente no hará que te sientas mejor saber que jamás se volverá más
fácil, pero puedo decirte que tampoco hay nada mejor. Encontrar a tu alma gemela…
prefiero atesorar un día con Acacia que vivir toda una vida en soledad. No conocerla…
esa sería la auténtica definición de tortura.
Debajo, Natasa se giró para mirar en su dirección y él intentó sonreír, asegurarle
que todo estaba bien, pero por la preocupación que vio en sus ojos, supo que había
fallado.
Aquel nudo se apretó más fuerte.
—De todos modos —continuó Theron—, quiero que sepas que ahora ella es una
de nosotros. No por lo que hay en su interior o lo que es capaz de hacer, ni siquiera
porque Prometeo es su padre, sino porque ella es tu alma gemela. Nosotros cuidamos
de los nuestros.
La hermandad reverberó a través del pecho de Titus, un sentimiento que no
había sentido con su familia en… no sabía cuánto tiempo.
—Siempre tendrá un lugar entre nosotros —dijo Theron—. Sin importar lo que
pase con el Orbe. Sin importar lo que pase entre vosotros dos.
Un nudo se formó en la garganta de Titus. Intentó tragárselo. No pudo. Nadie
sabía lo que pasaría con el Orbe. Si realmente Natasa sería capaz de evocar un fuego
tangible en forma de elemento para colocarlo dentro del Orbe. Si finalmente
encontrarían el elemento agua. Ni siquiera si el Orbe podía ser realmente destruido
una vez que lo hicieran. Pero lo más importante, ninguno de ellos sabía qué le estaba
pasando a Nick. Y sin embargo… una cosa le quedó muy clara a Titus en este
momento.

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Jamás se libraría de su deber. Y… en el fondo, no quería ser libre. Era un
Argonauta, no por ningún juramento que hubiera hecho o ningún don que le hubieran
otorgado, sino porque hacer lo correcto y proteger a quienes lo rodeaban era tan parte
de él como el corazón. Rehuir de ese lado de sí mismo sería como rehuir lo que le había
atraído de Natasa en un principio.
—Gracias —logró decir, sin saber qué más añadir.
Theron se alejó un paso de la balaustrada y miró fijamente a Titus. Pero fuera lo
que fuera que estuviera pensando, lo bloqueó de la capacidad de Titus para leer la
mente. Lo que estaba bien. Porque Titus no estaba seguro de poder manejar más ahora
mismo.
—Creo que deberías tomarte un descanso de los Argonautas —dijo Theron—.
Tanto como necesites. Las cosas están tranquilas ahora mismo, y con O y Skyla aquí,
podemos cubrirte por un tiempo. Cuando estés listo para volver, aquí estaremos.
Aquel nudo se hizo más grande. Simplemente genial. Todos los Argonautas sabían
que estaba jodido. Este era el motivo por el que jamás había querido encontrar a su
alma gemela. Porque sabía que una vez lo hiciera, jamás sería el mismo. Pero ni
siquiera dándose cuenta de ello, sabía que no volvería a la forma en que había sido
antes, incluso si pudiera.
Se obligó a asentir con la cabeza y volvió a bajar la vista hacia Natasa. Ella
manipulaba de nuevo el fuego con Prometeo, pero esta vez sonreía y reía. Una intensa
y brillante luz que se arremolinaba en el centro del mundo de Titus, quien sólo había
conocido oscuridad y tristeza.
—Bien —dijo Theron en voz baja. Se dirigió a la puerta que conducía al interior.
—¿Theron?
El líder de los Argonautas se detuvo con una mano en el pomo de la puerta.
—¿Sí?
—Es posible que desees prepararte para un poco más de esa tortura.
—¿Por qué?
Titus le echó un vistazo por encima del hombro.
—Casey está embarazada. Sus pensamientos han estado golpeando las paredes
del castillo. Intenté ignorarlos, pero skata, la mujer los proyecta… a todo volumen.
La cara de Theron palideció.

286
—Oh, mis dioses.
Titus sonrió. La primera sonrisa auténtica que había sentido en semanas.
—Seguro que te lo dice pronto. Ha estado intentando buscar la manera. Intenta
parecer sorprendido cuando lo haga.
La emoción iluminó la cara de Theron y a continuación se sacudió el helado
temor.
—Mierda santa.
Titus se rió entre dientes.
—Tortura. Sí. —Se volvió hacia el patio—. La venganza es una perra, ¿verdad?
La puerta se cerró de golpe. Los pasos de Theron se desvanecieron en el aire de la
cálida mañana.
A solas, Titus cruzó los brazos sobre la balaustrada y apoyó la barbilla en ellos. El
humor que había sentido antes se evaporó mientras observaba a Natasa, sustituido por
el anhelo más intenso que jamás había sentido.
Theron tenía razón. Pasar un solo día con ella era mejor que una vida en soledad,
incluso si no podía tocarla. ¡Pero dioses, la echaba de menos! Echaba de menos sentir
su piel contra la suya, abrazarla. Echaba de menos dormirse abrazándola y despertarse
con ella cubriéndole el cuerpo, calentándolo, haciéndole sentir algo más que vacío.
—Ella está frente a ti. Deja de deprimirte y ve a por ella.
Sorprendido por la voz, Titus se irguió y se dio la vuelta. La menuda y frágil
criatura vestida de un diáfano blanco estaba sentada en lo más alejado de la barandilla,
estudiándolo con una expresión de: ¿qué diablos estás esperando?
Lachesis. La Destino. La que hacia girar el hilo de la vida. El pulso se le aceleró.
Pero en vez de temor y sorpresa, el enfado y la frustración se condensaron en su
interior.
—¿Qué quieres?
Sus arrugadas mejillas se plegaron en una sonrisa. Su pelo era largo y blanco, sus
pies tan pequeños que se preguntó cómo podía sostenerse sobre ellos.
—He tenido saludos poco acogedores, pero el tuyo, descendiente de Odiseo,
probablemente supere a todos.
Titus apretó la mandíbula. ¿Ella quería que estuviera agradecido de que se
hubiera presentado? ¿Dónde había estado cuando se había sentido solo todos estos

287
años? ¿Dónde había estado cuando su vida era una mierda? ¿Cuándo Natasa había
estado sufriendo a causa de ese maldito elemento?
—Siempre he estado aquí, Guardián. Simplemente no prestabas atención.
En aquel momento, supo instintivamente que ella no estaba aquí para cambiar su
situación. Si pudiera -si quisiera- lo habría hecho ya.

Él se dirigió hacia la puerta.


—Os observo siempre. Algunos guardianes me necesitan para guiarlos en la
dirección correcta cuando se desvían del camino. Pero tú no. Tú eres el único que no ha
necesitado mi consejo. Hasta ahora.
Él se dio la vuelta y la miró airadamente, luego abrió la boca para decirle lo que
ella podía hacer con su consejo.
—Los conocimientos que posees no vienen sólo del Orbe —dijo—. O de Odiseo.
Vienen de tu interior. Te dieron un don que ningún otro guardián podría manejar. La
capacidad de leer la mente. Es un poder increíble, Titus.
Poder increíble. Sí, cierto.
—Y fui castigado por ello.
—Fuiste maldecido con sentir las emociones de los demás porque carecías de
autocontrol. Las Destinos nunca esperamos que fueras perfecto. Pero estamos muy
impresionadas por el modo en que has dominado ese control a lo largo de los años.
—Entonces quítame la maldición.
—No puedo. La maldición no vino de las Destinos. Vino de la brujería. Y es algo
que ni yo, ni mis hermanas, podemos cambiar.
¿Entonces por qué estaban teniendo esta jodida conversación? Titus dio otro paso
hacia la puerta.
—Piensa, Guardián. ¿Cómo regula Natasa el fuego de su interior?
Los pies de Titus se detuvieron y un cosquilleó se inició en el pecho para recorrer
cada uno de los miembros. Lentamente, miró por encima de la balaustrada hacia abajo,
a Natasa.
—Ella hizo un gran sacrificio por ti —dijo Lachesis suavemente—. A veces el
sacrificio sólo puede ser comprendido con sacrificio.
Él volvió la vista hacia la Destino. Pero en vez de la anciana mujer con la que
había estado hablando, un águila se posaba en el otro extremo de la barandilla.

288
Se quedó mirando el pájaro, recordando el águila que había bajado en picado
sobre él cuando había escalado el muro del castillo persiguiendo a Natasa. La que lo
había conducido hasta Natasa en aquel campo. La que lo había llevado a la cabaña de
Calipso. Y la que había planeado sobre el patio hacía sólo un momento, burlándose y
chillando como si… lo alentara.
El águila extendió sus alas, lanzó un estridente graznido que le vibró por todas
las células del cuerpo, y saltó de la balaustrada. Voló por encima de su cabeza y se
zambulló hacia el patio.
Corrió hasta la barandilla, la agarró con ambos manos y miró abajo. El águila se
detuvo justo antes de alcanzar a Natasa. Su padre gritó. Ella se protegió la cabeza. Con
cuidado, el águila tocó la coronilla de su cabeza con las garras, chilló de nuevo y se
perdió en lo alto.
Sorprendida, Natasa miró hacia arriba. El águila rodeó el patio una vez, luego se
elevó por el cielo, en dirección al sol.
Natasa se giró, mirando hacia la azotea donde estaba Titus. La confusión y la
incredulidad se arremolinaban en sus ojos como gemas.
Y en aquel momento, por fin todo tuvo sentido. Cada toque, cada aliento, cada
hora había conducido a esto. Ella había sacrificado todo lo que era por él. Él tenía que
estar dispuesto a sacrificar lo mismo por ella. Incluso si fracasaba, ella tenía que saber
lo que estaba dispuesto a hacer por ella.
Por primera vez en semanas, algo más que miseria floreció en el interior de Titus.

289
CAPÍTULO 24

—¿Qué estamos haciendo aquí?

El ascensor se sacudió y Natasa esperó impaciente a que Titus abriese


manualmente las viejas puertas de madera y le dijese lo que estaba pasando.
Él no contestó a su pregunta. Simplemente abrió el primer bloque de puertas
haciendo palanca y, a continuación, separó la siguiente. Los goznes de metal crujieron.
Su olor almizclado se deslizó a través del espacio entre ellos, encendiéndole rescoldos
en el estómago. Los músculos de sus brazos y hombros flexionados debajo de la fina
camiseta negra de manga larga que llevaba puesta, le recordaron lo que había debajo
de ese suave algodón. Lo que sentía cuando se apretaba contra ella.
La necesidad le chamuscó la piel, pasando como un relámpago por el vientre y
caderas. Odiaba esto. Odiaba estar cerca de él, a sabiendas de que el más leve toque de
la mano le podía causar un dolor insoportable. Odiaba que incluso después de dos
semanas, en lo único que podía pensar era en él. Se suponía que debía estar centrada
en practicar con sus dones y en ayudar a la reina y a los Argonautas a localizar el
último elemento y al líder de la Colonia Misos. Pero estaba haciendo lo mejor
permaneciendo con los que le habían dado santuario. El único hogar que quería estaba
a centímetros de ella y no podía alcanzarlo.
—Vamos —dijo Titus, bajándose del ascensor—. Ya casi estamos.
No sabía dónde casi estaban. Cuando Titus la había alcanzado en el pasillo del
castillo, viéndose cansado y hermoso, y le había pedido que fuera con él esa noche,
diciéndole que tenía algo importante que discutir con ella, no había sabido qué pensar.
O qué esperar.

290
Se bajó del montacargas y se quedó con la mirada clavada en el oscuro corredor.
Estaban en un sótano de algún tipo de almacén vacío a las afueras de Tiyrns.
¿Por qué tenía esa ominosa sensación de que algo malo iba a ocurrir esta noche?
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral y se estremeció.
—¿Tienes frío?
—¿Qué? —Arrastró la mirada desde la puerta de acero al final del corredor de
vuelta hacia él. Los nervios le agarrotaban las tripas—. No, estoy bien. Titus, ¿qué
pasa? ¿Por qué me has traído hasta aquí para hablar? ¿Por qué no podíamos hablar en
el castillo?
Se pasó una mano por el pelo ondulado. Lo llevaba atado a la nuca de nuevo.
Echaba de menos la forma en que había colgado suelto alrededor de su rostro cuando
habían estado buscando a su padre, añoraba enterrar la cara en los suaves mechones de
su pelo cuando la abrazaba.
—No lo hagas, ligos Vesuvius —dijo en voz baja—. Todavía no. Pensamientos
como ese van a empujarme por el borde. Y estoy casi al límite en este momento.
Tragó saliva, los nervios transformados en una mezcla de dolor y pena que no
sabía cómo detener. Había olvidado que ahora podía leerle los pensamientos. Tenía
razón. Tenía que recuperar el control. Al menos mientras estuviesen juntos. Cuando se
quedase sola… podría revolcarse en la miseria.
Bajó la mirada al suelo de cemento y juntó las manos al frente para evitar tocarle.
—Lo siento.
—No debes sentirlo.
Su voz fue más fuerte y alta y levantó la mirada hacia sus claros ojos color
avellana. El corazón se le contrajo aún más bajo esa intensa mirada. Esto no iba a
funcionar. No iba a ser capaz de permanecer en este reino. Apenas podía sobrellevar
compartir la habitación con él por la noche, a pesar de que no podía soportar la idea de
dejarlo.
Los ojos de él se suavizaron y dirigió su mirada hacia la puerta de acero.
—Te traje aquí porque hay algo que quiero enseñarte. —Volvió la mirada hacia
ella y una expresión nerviosa cruzó su rostro—. No puedo hacer esto en el castillo.
Yo… creo que lo comprenderás cuándo lo veas por ti misma.
El sentimiento de aprensión que había experimentado durante todo el camino
hasta allí se duplicó.

291
Sacó una llave de su bolsillo y la introdujo en la cerradura. Algo dentro de ella le
dijo que no quería saber lo que había al otro lado de esa puerta.
—Titus...
—Éste es un edificio abandonado. Había un club en el piso de arriba pero cerró
hace algunos años. —Abrió la puerta de un empujón y entró. Manteniendo la puerta
abierta, esperando a que le siguiera.
El pulso se le aceleró y la respiración se volvió rápida y superficial. Él no dejaría
que nada malo le ocurriese. Pero si la había hecho venir aquí para decirle que se
cambiaba de habitación o algo peor, no quería saberlo.
—Vamos, ligos Vesuvius. Todo irá bien. Te lo prometo.
Con el corazón retumbando, entró en la habitación. La puerta se cerró detrás de
ella y el clic hizo eco a través del amplio y oscuro espacio.
Oyó el sonido de los pasos de él atravesando el suelo y luego dio a un interruptor
en la pared. La luz de una bombilla, colgada de un largo cable, iluminó la estancia.
Natasa contuvo el aliento. A la derecha, un perchero contenía varios objetos:
cuerdas de diferentes longitudes y colores, esposas de cuero, grilletes, mordazas,
máscaras, antifaces... ganchos que no sabía cómo describir.
Tragó saliva mientras recorría con la mirada el “mobiliario” del cuarto. Un banco
acolchado, un artilugio de madera con forma de X, un columpio de algún tipo
colgando de cadenas suspendidas del techo y una cama. Sólo que no era una cama
normal. Era una cama de cuatro postes cubierta con sábanas de seda negra y en cada
uno de los postes ganchos para atar algo -o a alguien-, con correas.
Las náuseas se le agolparon en el estómago y dio un gran paso para atrás, hacia
la puerta y la libertad.
Titus cruzó la distancia entre ellos en dos pasos y sostuvo en alto sus manos.
—No pierdas la calma todavía. Tan solo... escucha. —El pánico empastaba su
voz—. Ya te conté antes que hay cosas que… me gustan. Te traje aquí porque quería
que lo vieses. Y porque… —Tomó un aliento tembloroso—. Éste soy yo. Ha habido
tantos secretos entre nosotros y… no quiero que haya más. No quiero ocultarte nada.
Su expresión era una mezcla de incertidumbre, esperanza y miedo. Con los ojos
como platos, Natasa apartó la mirada de él y volvió a mirar los artilugios del cuarto. El
estómago se le revolvió de nuevo.

292
—No soy un sádico —dijo rápidamente—. Sé que eso es lo que estás pensando.
Aquí no hay látigos, flageladores o varas. Mira.
Desvió la mirada hacia el perchero de nuevo y se dio cuenta de que era cierto.
Había instrumentos de sujeción. Nada más.
Miró de nuevo el mobiliario, específicamente al banco acolchado en medio del
cuarto, con un borde más alto que el otro. La conversación que tuvieron al volver a la
colonia se le reprodujo en la mente. Ataba a las mujeres a estas cosas. Era la única
manera en que podía tener relaciones sexuales.
Clavó los ojos en el banco. Imaginó estar atada con una correa, incapaz de
moverse. Completamente a merced de él. Las mejillas le ardieron. Y más adentro, una
lenta excitación le calentó la sangre.
—Sí —susurró. Volvió a mirarle—. Me gustaría atarte a ese banco, ligos Vesuvius.
Sobre tu espalda, con las manos por encima de la cabeza para poder observar tus ojos
al tomarte.
El calor se le disparó por el cuerpo, se condensó en el vientre y se deslizó más
abajo. Se presionó las ardientes mejillas con las manos, dándose cuenta de que le había
leído la mente otra vez.
—Odio cuando haces eso.
Sonrió, una sonrisa cautivadora que le hizo parecer tan condenadamente sexy
que la sangre se le calentó incluso más.
—Aprenderás a bloquearme muy pronto.
—¿Lo haré?
Asintió con la cabeza.
—Todos los guardianes lo hacen y no son ni la mitad de poderosos que tú.
Eso no le alivió la ansiedad por el momento. Miró de nuevo los artilugios del
cuarto. Sabía que estaba tan frustrado con la situación como ella. Pero no podía tocarla,
ni siquiera con guantes. ¿Qué pensaba que las ataduras iban a solucionar?
Imaginarle atando a otras mujeres, usándolas para su placer le provocó una
oleada de náuseas en el estómago. Y de golpe lo entendió.
No la había traído aquí para atarla de esa forma. La había traído aquí para
mostrarle lo que necesitaba. Para decirle que iba a volver a esa vida.
No. No, no, no.

293
El dolor le atravesó el corazón y el alma, y dio otro paso hacia atrás.
—Te dije que no quiero a nadie, solo a ti, Tasa. —Su áspera voz hizo que lo
mirara. La determinación resplandecía en sus ojos. Una determinación que la mantuvo
quieta, sin moverse en el sitio—. Eso no ha cambiado y no lo hará. Nunca.
El corazón se le aceleró. La confusión le nubló la mente. La confusión y la
angustia. Tanta que sintió que se estaba ahogando.
Apartando la mirada de ella, cruzó el cuarto. Sus manos enguantadas se cerraron
sobre un trozo de cuerda roja. Lo desenganchó del perchero y regresó junto a ella.
Ella clavó los ojos en la cuerda en su mano. No sabía lo que él estaba haciendo.
No sabía nada.
—Tienes razón —dijo suavemente—. No quiero atarte. Quiero que tú me ates a
mí. Y después quiero que me toques. Donde quieras y como quieras.
La mirada de Natasa se alzó de golpe hasta su cara.
—¿Qué? No.
—Sí.
Estaba hecha un lio. Durante las últimas semanas, él había probado casi todo
-magia, hechizos, hierbas, drogas- y nada había funcionado. Pero, tal vez, si estaba
proponiendo esto... Una diminuta astilla de esperanza atravesó las dudas.
—¿Ha cambiado algo?
Sus labios se apretaron. La miró a los ojos. Permaneció tan callado que el pulso se
le aceleró. Finalmente dijo:
—No. Nada ha cambiado pero quiero esto.
¿Qué? No. Retrocedió hasta que la espalda golpeó la puerta sólida y fría. No lo
iba a hacer. Había visto el dolor que podía causarle con sólo una caricia casual, y eso
que entonces su piel estaba cubierta de cuero. No le haría daño a propósito. Ni siquiera
si ese era el tipo de cosas que a él "le gustaban".
—Tasa… —se puso delante de ella, bloqueándole la visión de la habitación—.
Mírame.
Cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza. Entonces sintió como sus brazos la
enjaulan contra la puerta, aunque sin tocarla.
—Por favor, cielo. Solo mírame.

294
El miedo y las nauseas la traspasaron. Pero había tal pánico en su voz, que
lentamente se forzó a abrir los ojos y mirar a sus ojos color avellana. La impotencia se
concentraba en sus bellos ojos.
—Te necesito. Me muero. Cada segundo que no puedo tocarte es una verdadera
tortura.
—Es una tortura para mí también. Pero no puedo...
—Sí, puedes. Eres la persona más fuerte que conozco. Abandonaste todo por mí.
Cuando pienso en lo que hiciste en esa isla...
Su voz se trabó y sus párpados se cerraron. El corazón se le encogió incluso más
cuando los reabrió y vio lágrimas inundando sus bellos ojos.
—Quiero darte esto. Todo yo.
—Titus... —Las lágrimas le nublaron su propia visión—. Lo que me pides que
haga… No puedo hacerte daño intencionadamente.
—Por favor... —dijo otra vez, con pánico en la voz—. Te diré si llega a ser
demasiado. Yo solo… dioses, te echo de menos. Y te amo tanto. Por favor, déjame hacer
esto por ti.
Lo miró a los ojos. Su calor y su dulce olor la hacían perder la cabeza, la
debilitaban. El corazón le golpeaba en el pecho a un ritmo descabellado.
—Yo también te amo —susurró—. Yo…
La indecisión se extendió atravesándola. Dios, también le quería y le necesitaba.
Tanto. Pero tenía miedo. Y no podía soportar ser la fuente de más dolor para él.
—Estaré bien —dijo, leyéndole la mente—. Quédate conmigo y nada malo
ocurrirá.
—Nunca te dejaría.
—Sé que no lo harías.
Le colocó la cuerda en la mano. Los hilos eran de una especie de nailon o tejido
que no era áspero como había esperado.
Lentamente, dio un paso atrás. Tenía las palmas empapadas en sudor mientras le
observaba sacarse la camiseta por la cabeza, dejarla caer en el suelo, arrancarse los
guantes a tirones, dejarlos caer también y, a continuación, acercarse al banco acolchado
y doblarse para alzar el lado más bajo.

295
—No. —¿Era su voz? Sofocada. Rasposa. No parecía la suya. Se aclaró la
garganta—. Ahí... no.
Él se detuvo. Con los músculos de los brazos y espalda flexionados. Ella tragó
saliva y examinó el cuarto otra vez. Señaló hacia la cama.
—Allí.
Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro. Una hermosa y seductora sonrisa que le
provocó cosas perversas en la sangre. Él se enderezó y se dirigió hacia la cama.
—Cualquier cosa que quieras, ligos Vesuvius. Esto se trata de ti.
No, esto no se trataba de ella, se trataba de él y no podía creer que hubiese
accedido a esta locura.
Miró la cuerda que tenía en la mano. Ni siquiera podía imaginarse atándola
alrededor de sus muñecas. Si tiraba o se retorcía, se le clavaría en la carne. Eso dolería
también.
Observó el perchero y vio las esposas de cuero.
El repiqueteo de los zapatos sonó como una fatídica advertencia mientras
cruzaba el cuarto. Colgó la soga de vuelta en la percha y cogió las esposas.
—Los tobillos también —dijo él desde la cama.
La mano se le paralizó frente a las sujeciones. Cerró los ojos. Trató de detener los
vuelcos del estómago. No iba a poder.
—No quiero darte una patada accidentalmente —agregó él.
Oh, dioses…
Inspiró levemente y poco a poco expiró. Podía hacerlo. Podía intentarlo. Por él.
Firmemente decidida, abrió los ojos, cogió dos conjuntos de esposas y regresó a
la cama donde estaba sentado. Se había quitado las botas y los calcetines. Vestido con
un vaquero de cintura baja y nada más, estaba sentado en el centro del colchón,
esperándola.
Oh... era hermoso. Hasta sus pies. Músculo esculpido y una piel suave y
bronceada. La boca se le hizo agua cuando se quitó la cinta del pelo y la lanzó al suelo.
Ondas gruesas y oscuras cayeron alrededor de su hermoso rostro.
—Engancha las sujeciones a mis muñecas y mis tobillos y luego sujétalas a los
pernos del armazón de la cama.

296
Sus manos temblaban mientras hacía lo que dijo, con cuidado de mantener los
dedos contra la ancha correa de cuero para no rozarle accidentalmente la piel. Cuando
terminó de colocar las esposas de los tobillos en los pernos, él se tumbó en el colchón y
abrió los brazos para que también pudiera sujetarlos.
Desplazó la mirada rápidamente desde el pelo oscuro esparcido por debajo de él
hasta sus muñecas. Era una idea mala. Era tan incorrecto. Y odiaba que a una pequeña
parte de ella le excitara todo ello.
—Está bien, Tasa. Simplemente respira.
Respirar. Bien. Era más fácil decirlo que hacerlo.
Terminó con las esposas, dio un paso atrás y le miró. Estaba con los brazos y las
piernas en forma de cruz, colocado sobre las sábanas de seda negra, como su ofrenda
privada. Como Prometeo le debió parecer a su madre.
Una descarga de miedo le atravesó a toda velocidad cada pulgada del cuerpo.
—Quítate la camiseta, cielo, y ven aquí.
Vaciló.
—Quiero sentir tu piel contra la mía cuando me toques.
El corazón le latía tan rápido que tenía la impresión de que iba a salir volando
fuera del pecho. Temblando, se quitó los zapatos, alcanzó lentamente el borde de la
camiseta y se la sacó por la cabeza. Aterrizó en el frío suelo junto con la de él.
—El sujetador también.
El pulso se le disparó. Pero hizo lo que le pidió, se llevó las manos a la espalda,
desabrochó el sujetador, lo dejó deslizarse hacia las manos y también lo dejó caer al
suelo.
—Dioses, eres tan bella.
La reverencia y la pasión en su voz, ahogó todo lo demás. El hambre avanzó
atravesándola, un deseo profundo, intenso de estar cerca de él. Se movió a los pies de
la cama y cuidadosamente presionó las manos contra el colchón. La seda le acarició las
palmas. El colchón se hundió cuando se subió.
Se aseguró de que las manos y las rodillas no estuviesen próximas a su piel,
retirándose el pelo hacia un lado para que no le diese en la cara. Pero verle atado como
estaba debajo de ella… esperando… Se humedeció los labios y reprimió la ardiente
excitación... lo deseaba. Necesitaba cualquier parte de él que pudiese conseguir.

297
—Yo... quiero besarte —logró decir—. ¿Está bien? No te tocaré en ninguna otra
parte todavía.
—Sí —exhaló—. Está más que bien. Pero hazlo lentamente.
Con cuidado, bajó el rostro hacia el suyo, asegurándose de mantener el peso
sobre las manos y las rodillas. Le rozó el hombro con el pelo. Sus músculos se tensaron,
pero no dijo que se apartara. Y su calor -¿cómo pudo haber pensado que era frío?- la
envolvía por completo.
Se detuvo cuando estaba a un suspiro. Lo miró profundamente a los ojos. Y supo
que nadie en el mundo entero se había sentido alguna vez como lo hacía ella ahora.
—Te amo, Titus.
—Demuéstramelo.
Bajó los labios hacia los suyos. Una insinuación de beso. La caricia más leve de
piel contra piel. Debajo de ella, sintió como todo su cuerpo se contraía. Pero no se
apartó, así es que lo hizo nuevamente. Añadiendo una pequeña cantidad de presión.
De reojo, vio sus manos convertirse en puños.
Se echó para atrás.
—Duele, ¿verdad?
Sus ojos estaban cerrados apretadamente. Respiraba profundamente por la nariz.
—Un poco, pero lo puedo soportar. Quiero que lo hagas nuevamente. Y esta vez
quiero que lo hagas en serio.
No pudo evitar que se le esbozase una sonrisa en la comisura de la boca. Dios,
también lo deseaba. Lo que le estaba dando... era el mayor sacrificio que alguna vez
podría hacer por ella.
Lentamente, se inclinó hacia adelante otra vez. El pelo cayó contra su mejilla.
Bajó la boca hacia la suya una vez más. Trazando con la punta de la lengua el labio
inferior y luego besándole en la comisura de la boca. Él gimió. La adrenalina brotó con
miedo y dudas. Le estaba lastimando. Tenía que retroceder.
—Titus...
Alzó su cabeza, capturó su nombre de los labios antes de que ella lograse
retirarse un centímetro y deslizó su lengua dentro de la boca.

298
El calor le ascendió vertiginosamente por el cuerpo. Y la conexión que había
sentido antes -la pasión y el amor que había encendido en ella- se arremolinó como una
tormenta de fuego, arrollando todo, incluso el miedo.
Gimió, profundizó el beso, enredó la lengua con la de él y se deleitó con su sabor
una vez más.
Él le devolvió el beso, sus labios codiciosos enredados con los suyos. Quería más.
Necesitaba más. Mordió su labio inferior y le lamió la boca de nuevo. Podría seguir
besándolo así para siempre.
—Dioses, Tasa —gimió—. Tócame. Usa las manos.
Lentamente, apoyó el peso en una mano y rozó con la otra su hombro desnudo.
Se crispó con el primer toque. Ella apartó la boca y retiró bruscamente la mano.
—Lo siento. No quise...
—Skata, no te detengas ahora.
Su voz estaba estrangulada. Cada músculo de su cuerpo contraído. Y todavía
estaba respirando rápida y superficialmente. Pero había una mirada en sus ojos
mientras miraba hacia el techo. Una que no podía descifrar. Sí, había dolor, pero
también había algo más.
Placer.
Estaba disfrutando de esto.
—Me estás matando, cielo. Tócame, maldita sea.
El corazón le retumbó. Se reclinó hacía atrás para poder descansar el peso sobre
sus muslos. La tela del vaquero apenas presionando sus costillas. Empezó por sus
hombros, deslizó ambas manos por su piel y luego pasó los dedos por su pecho
desnudo.
Su cuerpo se sacudió con fuerza como si hubiese sufrido una descarga.
—Oh, dioses…
Sus ojos se cerraron. Entre las rodillas, todo su cuerpo se puso tenso. Cuando iba
a apartarse, él dijo entre dientes:
—No te detengas. Continúa.
El pulso le rugía en los oídos, pero continuó. Y al saber lo que estaba soportando
por ella, con el corazón completamente abierto a él. Aunque le amaba antes, no era
comparable con lo mucho que lo amaba ahora.

299
Suavemente, le pasó las manos por los pezones, por el paquete de seis de sus
abdominales, subió de nuevo, rodeando la punta de sus tetillas con los pulgares.
Gimió, así que lo hizo de nuevo. Pequeños temblores sacudían su cuerpo, pero parecía
gustarle. Ganando confianza, se inclinó hacia adelante. Los senos desnudos rozaron su
estómago. Él gimió bajo en su garganta. Sopló calor contra su pecho y luego lamió el
pezón oscuro.
—Oh… joder.

Su cuerpo entero se sacudió debajo. Alarmada, se echó hacia atrás. Él tenía la cara
como un tomate y forcejeaba contra las esposas. El placer se redujo a pánico.
—Te estoy haciendo daño, ¿verdad? ¿Titus?
—Suéltame —dijo con voz áspera—. Desátame. Ahora mismo.

Gateó fuera de él y destrabó las sujeciones de sus piernas en segundos.


Horrorizada, rodeó la cama a toda prisa y cogió su brazo derecho, liberándolo. Se
tambaleó, alejándose de ella, y se liberó el otro brazo. No podía apartarse de ella lo
suficientemente rápido. Las lágrimas le ardieron en los ojos. Sabía que era una mala
idea. ¿Por qué había dejado que la convenciera de hacerlo? ¿Por qué?
Volvió rápidamente junto a ella. Su brazo se enganchó alrededor de la cintura
desnuda. Los pies dejaron el suelo. Gritó cuando el aire le recorrió la columna
vertebral. La espalda golpeó el colchón y se subió encima de ella. Abrió la boca y de
inmediato la de él estaba sobre la suya. Caliente. Hambrienta. Codiciosa. Y le sintió. Su
piel desnuda presionando contra la suya. Sus manos… por todas partes.
Desgarró la tela. Le arrancó el resto de la ropa, se despojó él mismo de la suya,
sin frenar ni por un momento el asalto a la boca. Desplazó las manos a toda prisa hasta
su pelo. Lo empuñó. Intentó atraerlo más cerca. Trató de saborearlo más profundo.
Alzó las caderas. Envolvió las piernas alrededor de su espalda. Lo necesitaba tanto...
La penetró violentamente y ella gritó por el placer absoluto. No fue suave y no
quiso que lo fuera. Lo quería así. A él. Salvaje con ella. Sin contenerse. Tan frenético,
desesperado y loco por ella como ella lo estaba por él.
Se introdujo profundamente una y otra vez. Saqueándole la boca y el cuerpo.
Una mano encontró la de ella. Sus dedos se entrelazaron con los de ella. Apoyó de
golpe su mano contra el colchón, cerca de la cabeza. Su agarre se apretó. Ella se entregó
a él, intentó contenerse pero no pudo. El clímax explotó antes de que lo viese venir,
enviándole ondas de energía y de luz candente a cada célula, calentando cada lugar
interior que había pasado frío estas últimas semanas sin él.

300
—Tasa... —Se sacudió con fuerza contra ella. Y sintió cómo se derramaba en su
interior. Sintió su corazón acelerado, su piel, resbaladiza por el sudor, deslizándose
sobre ella, sus tensos músculos estremeciéndose con la fuerza de su propia liberación.
Y continuó, más que de lo que esperaba. Más de lo que recordaba. Y, entonces, se
desplomó sobre ella. Sin tensión ni rigidez sino como miel líquida contra la carne.
Separó la mano de la de él, echó los brazos alrededor de sus hombros, pasó los
dedos por su pelo, y le besó la sien, la frente y cualquier parte que podía alcanzar. La
felicidad se extendió sobre ella como una manta, como un capullo, calentándolos,
protegiéndolos.
Él se sacudió.
El corazón le dio un vuelco en la garganta.
Lo hizo nuevamente. Y en un momento de pánico, lo comprendió… Ahora que
su necesidad sexual había sido saciada, sentía dolor de nuevo.
—Ni se te ocurra pensarlo, ligos Vesuvius.
—Pero te estoy haciendo daño.
Sonrió contra su hombro.
—Sí, lo haces.
Le empujó.
Él se rió ahogadamente, su peso inamovible y le mordisqueó el cuello.
—Me estás haciendo daño y, dioses, me encanta.
Dejó de luchar.
—Eso es... retorcido.
Se apoyó sobre una mano para poder mirarla pero sin poner ninguna otra
distancia entre ellos.
—Nunca dije que no lo fuera.
No estaba mintiendo. Cada vez que se crispaba, su cara se contraía de dolor
durante una fracción de segundo pero no trataba de separarse de ella. No trataba de
apartarse. Y en el interior del cuerpo, todavía lo sentía duro. Como el acero.
—¿Q-Qué sientes?
—Como una descarga. Diminutas descargas eléctricas. Pero después... el placer
más dulce.

301
La confusión le hizo fruncir el ceño.
—Parece que estás describiendo un orgasmo.
Sus ojos color avellana se llenaron de calor.
—No, fue… skata, más allá de este mundo. Sentí todo. Todo lo que tú sentiste.
Fue el orgasmo más intenso que alguna vez he tenido.
Buscó en su rostro y pudo ver por su expectante excitación que estaba diciendo la
verdad.
—¿Por qué? ¿Por qué puedes soportar tocarme ahora, cuando antes...? —Bajó la
mirada hacia el vello de su pecho, odiando el recuerdo de cómo había sufrido un
colapso sobre el barro cuando había intentado cogerla. Que el toque más diminuto de
alguna parte de ella desde entonces hacía que se alejara bruscamente.
—Porque esta vez estaba preparado. Y porque me amas. —Alzó la mirada a la de
él—. Eso hace tu toque tolerable por encima del de todos los demás. No. —Sonrió,
corrigiéndose a sí mismo—. No sólo tolerable. Lo hace intenso. Increíble. Todo lo que
nunca imaginé necesitar.
La esperanza brotó. El amor la envolvió.
Se sacudió, se hundió dentro de ella y suspiró.
—Santos dioses, sentí eso. Hazlo otra vez.
Envolvió los brazos alrededor de él, cerró los ojos y le abrazó, dejando que el
amor les llevase a través de la distancia que los había separado. Fuego y agua. Los
antiguos filósofos teorizaron acerca de que el alma estaba compuesta de partes iguales
de fuego y agua. Ahora sabía que era cierto. Él era la mitad de su alma perdida que no
sabía que había estado buscando durante miles de años.
—¿Esto significa que estamos bien? —susurró, conteniendo lágrimas de alegría—
. ¿Qué podemos estar juntos?
Le hizo subir la mano. Sacudiéndose. Volviendo a sonreír.
—Mientras me puedas aguantar.
El alivió la atravesó.
—Gracias a los dioses.
—No, ligos Vesuvius. Gracias a las Destinos por ti. Me he pasado la vida deseando
no haber sido maldecido. Ahora no lo cambiaría por nada porque, sin eso, no tendría

302
esto. —Se crispó. Y suspiró de placer una vez más. Sus ojos se suavizaron—. Sin eso
nunca te habría encontrado.
—Oh, Titus... —Se alzó para recibir un beso y devolverlo con todo lo que tenía.
Cada emoción en el corazón y el alma eran para él y sintió su placentera respuesta
contra la piel, dentro del cuerpo. Pero un pensamiento la hizo retirarse antes de que
pudiera perderse en su beso de nuevo—. Espera.
—¿Qué?
Se mordió los labios.
—No te ofendas, pero en realidad odio este cuarto. No me importan las
sujeciones y que me ates de vez en cuando si quieres...
Sus ojos brillaron.
—¿No?
—No. —Las mejillas le ardieron—. No, con tal que consiga devolver el favor.
—Cielo. —Recorrió con la mirada las esposas de cuero colgando de la esquina de
la cama y, en el interior del cuerpo, su erección se sacudió—. Como puedes comprobar,
estoy completamente preparado para probarlo.
Sonrió. Dudando.
Los ojos de él se estrecharon.
—Skata, ya lo estás haciendo.

—¿Haciendo qué?
—Bloqueando mi habilidad para leer tus pensamientos. Maldición, eres rápida.
Oh…guau…
—¿Te molesta?
—No, porque no importa cuánto lo intentes, nunca podrás bloquearme tus
emociones. —Le tomó la mano y le besó los nudillos, pero sus labios se detuvieron
contra la piel—. ¿Qué más?
Oh, le iba a llevar tiempo acostumbrarse. Obviamente, había sentido que estaba
nerviosa. Un toque y siempre sabría cuándo estaba molesta o enojada o tan
desesperada por él que no podía permanecer quieta. Pero amaba eso. Le amaba a él.
Contuvo el aliento. Lo dejó escapar.
—Dime, Tasa.

303
—Yo... —Intentó encontrar valor para mirarle a los ojos. Sabía que era inútil no
hacerlo—. No puedo soportar la idea de que hayas estado aquí con otras. Sé que las
mujeres seguras no deben ser celosas pero... lo soy. Culpa al fuego turbulento que hay
dentro de mí, si lo deseas, pero no me gusta incluso el pensamiento de compartir
espacio en tus recuerdos. Hace que mi sangre… hierva.
—Nadie antes de ti fue memorable. Y quiero ser el único que caliente tu sangre.
—La rodeó con los brazos y rodó a fin de que estuviera encima de él—. Por lo que
respecta a este lugar… tú eres la única que quiero recordar aquí. Después de esta
noche, es historia.
—¿Puedo prenderle fuego?
Se rió, alzó la cabeza y la besó.
—Puedes hacer todo lo que quieras, con tal de que lo hagas conmigo.
Se estiró sobre él para que estuviesen en contacto desde los dedos de los pies a
los labios. Lo besó, suave y delicadamente, amando cada sacudida y temblor de su
cuerpo contra el de ella y los suspiros profundos y llenos de placer que siguieron.
—Ese es un trato con el que definitivamente puedo vivir mientras tú me puedas
soportar.
—Ah, ligos Vesuvius. Eso será para siempre.



304
LÉXICO DE LOS GUARDIANES ETERNOS

Adelfos: Hermano.
Agkelos: Término cariñoso que significa ángel.
Ándras, pl. Ándres: Hombre argolean.
Archidaemon: Caudillo de los daemon, posee los más elevados poderes de
Atalanta.
Argolea: Reino establecido por Zeus para los héroes bendecidos y sus
descendientes.
Argolion: Edificio donde se celebran las reuniones del Consejo y donde están las
oficinas de sus miembros.
Argonautas: Guerreros Guardianes Eternos que protegen Argolea. En cada
generación, uno de entre los siete linajes originales (Heracles o Hércules, Aquiles,
Teseo, Odiseo o Ulises, Perseo, Jasón y Belerofonte) es elegido para continuar la
tradición como Guardián.
Athamé: Daga ceremonial.
Brujas medean: Aquelarre en las montañas de Argolea que siguen las enseñanzas
y tradiciones de Medea.
Campos de Asfódelos: Región del Inframundo donde las almas de aquellos que no
son ni buenos ni malos vagan después de su muerte.
Consejo de Ancianos: Doce Señores de Argolea que asesoran al rey.
Ctónicos: Perteneciente a la tierra, designa o hace referencia a los dioses o
espíritus del inframundo, por oposición a las deidades celestes.
Daemons: Bestias que alguna vez fueron humanos, reclutados de los Campos de
Asfódelos (Purgatorio) por Atalanta para unirse a su ejército.

305
Destinos: Tres diosas que manejan los hilos de la vida de todos los mortales desde
que nacen hasta que mueren.
Dimiourgos: Creador.
Doulas: Esclavo.
Elegidos: Un argolean y un humano, dos individuos que unidos completan la
Profecía Argolean e invalidan el compromiso entre Atalanta y Hades, expulsándola del
Inframundo y terminando con su inmortalidad.
Élencho: Técnica de control mental que usan los Argonautas en los humanos.
Fotia: Expresión cariñosa que significa “mi fuego”.
Gigia: Abuela.
Gynaíka; pl. gynaíkes: Mujer argolean.
Hades: Alude al antiguo Inframundo griego.
Hora, pl. horae: Tres diosas del equilibro que controlan la vida y el orden.
Ilithios: Idiota.
Islas de los Bienaventurados: Allí donde iban al morir, las almas virtuosas y los
guerreros heroicos para gozar de una existencia dichosa y feliz en el Elíseo. El Cielo.
Kardia: Término cariñoso que significa “mi corazón”.
Kobalos; pl. Kobaloi: Criaturas con aspecto de gnomos enanos. Viven bajo tierra y
protegen las reservas y las minas de Therillium (mineral de la invisibilidad) para Hades.
Kore: Mujercita.
Lanza de Pelida: Fue entregada por Quirón a Peleo (padre de Aquiles por lo que
también se le conoce como Pelida) el día de su boda con Tetis. Fabricada con madera
de fresno por los mismos Hefesto y Atenea.
Ligos Vesuvius: Termino cariñoso que significa “pequeño volcán”.
Materas: Madre.
Meli: Término cariñoso que significa “amada”.
Misos: Medio humano, medio argolean. Raza que vive oculta entre los humanos.
Ochi: No.
Ogygia: Isla donde se encuentra el hogar de Calipso, y donde retuvo a Odiseo
durante siete años.

306
Olímpicos: Los actuales dioses dirigentes del panteón griego que se inmiscuyen en
la vida humana, dirigidos por Zeus.
Oraios: Hermosa.
Orbe de Kronos: Un disco con cuatro cavidades que cuando se llenan con los
cuatro elementos básicos -tierra, viento, fuego y agua- tienen el poder de liberar a los
Titanes del Tártaro.
Orden de las Sirens: El grupo personal de asesinas altamente entrenadas al servicio
de Zeus. Comandadas por Atenea.
Oremeli: Termino cariñoso que significa “querido”.
Paidi: Palabra medean para niño.
Pappous: Abuelo.
Parazonium: Espada corta y ancha con la empuñadura ornamentada, se portaba
como una señal de distinción.
Patéras: Padre.
Quai: Palabra medean que significa parar.
Rompa: Ancestrales túnicas rojas que visten los miembros del Consejo.
Sirens: Asesinas altamente entrenadas al servicio de Zeus.
Skata: Palabrota.
Sotiria: Expresión cariñosa que significa “mi salvación”.
Syzygos: Esposa.
Tártaro: Reino del Inframundo similar al Infierno.
Titanes. Los dioses olímpicos que gobernaban anteriormente.
Thea: Término cariñoso que significa “diosa”.
Therillium: Es el metal con el que se forja la capa de invisibilidad de Hades.
Yios: Hijo.

307

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