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“ESTADOS UNIDOS, DOS MIRADAS DE UNA MISMA HISTORIA” por Diego Guargnolo

El objetivo de este trabajo es comparar cinco aspectos o problemáticas de los procesos históricos
norteamericanos, esbozadas por los autores citados al final del ensayo, para diferenciar las dos
perspectivas historiográficas y exponer visiones alternativas de la historia de los Estados Unidos.

Invasión de América
La llegada de Colón a América significó, en opinión de Thomas Bender (2011), la conquista del espacio
oceánico. Para él, el verdadero descubrimiento fue reconocer a un mundo global y a sus océanos
uniéndolo por completo. Sostiene que “El territorio que más tarde llegó a ser los Estados Unidos
participó de la revolución oceánica, fue una de sus consecuencias…” (Bender, 2011, p.29).
A partir de 1492 el mar pasó de ser un medio de tránsito a uno de control de los imperios para el
comercio. Mientras, el Imperio otomano perdía su poderío al mantenerse como un imperio de tierra en
un mundo que se reconfiguraba como oceánico. El Atlántico, que paradójicamente era un anexo del
Mediterráneo, se convirtió en conector de continentes.
La inferioridad en que se encontraba Europa al estar sitiada por la expansión permanente del mundo
islámico a fines del siglo XV, y la peste que se expandió por todo el territorio durante ese siglo, fueron
motivos suficientes para buscar nuevas rutas comerciales hacia Oriente, más allá de las terrestres.
La perspectiva de Bender pretende superar “…la simple narrativa progresiva de la civilización
occidental triunfante que culminó en los Estados Unidos” (Bender, 2011, p.37), y permite entender que
la conquista de América fue la conquista del océano y, por lo tanto, la historia de los Estados Unidos es
parte de una historia global en la cual algunos países europeos, como Inglaterra, se convirtieron en
grandes imperios y se lanzaron en búsqueda de nuevas tierras desplazando el eje económico y cultural
mundial desde el Mediterráneo hacia el Atlántico Norte.
En tanto, para Howard Zinn (2001), la historia de la invasión europea es “…una historia de conquista,
esclavitud y muerte” (Zinn, 2001, p.18), contada por los vencedores. “El hecho de enfatizar el heroísmo
de Colón y sus sucesores como navegantes y descubridores y de quitar énfasis al genocidio que
provocaron no es una necesidad técnica sino una elección ideológica. Sirve para justificar lo que pasó”
(Zinn, 2001, p.20). La locura que significó la búsqueda de oro, esclavos y productos de la tierra en
América, prácticamente, exterminó la población nativa. El autor plantea si tal exterminio era necesario
para alcanzar el “progreso” y manifiesta que detrás de la invasión y de la brutalidad “…yacía ese
poderoso impulso que nace en las civilizaciones y que se basa en la propiedad privada” (Zinn, 2001,
p.26). Reconoce que los “civilizadores” encontraron en Norteamérica una importante civilización
agrícola, zonas densamente pobladas con gran desarrollo cultural, y, sobre todo, una concepción de las
relaciones humanas (respeto hacia mujeres, niños y naturaleza) muy distinta a la europea.
Según Zinn, la historia oficial de los Estados Unidos oculta el genocidio durante la conquista y
colonización, con la clara intención de justificar el progreso. Con su nueva interpretación intenta rescatar
del olvido a los pueblos nativos vencidos y devolverles el protagonismo que merecen.

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Esclavitud
En su obra, Thomas Bender manifiesta que la esclavitud en América fue resultado de las necesidades de
consumo europeas de artículos, como el azúcar, el café y el tabaco, producidos en las plantaciones
esclavistas americanas con mano de obra africana.
Durante mucho tiempo el esclavo (llamado “negro” para borrar todo vestigio de sus diferencias
culturales) fue explotado en la costa atlántica de forma similar al esclavo del Mediterráneo, con alguna
posibilidad de ascenso social, e incluso con cierta libertad, pero a partir de la implementación del
régimen de plantación a nivel mundial, la situación del esclavo cambió sustancialmente ya que el nuevo
régimen basó su rentabilidad en su brutal explotación.
El autor sostiene también que existieron diferencias demográficas entre la esclavitud en los Estados
Unidos y la del Caribe que permitieron convertir al “negro” en sinónimo de minoría en el nuevo país
del norte, transformando a la sociedad estadounidense en una sociedad fundamentalmente racista.
Lo expuesto por Thomas Bender sugiere que la esclavitud y el racismo fueron consecuencia de las
necesidades comerciales europeas y parte fundante de la historia de los norteamericanos. “La narrativa
convencional del comienzo de la historia de los Estados Unidos de América [que] apunta directamente
a la religión, las utopías y los ideales…” (Bender, 2011, p.71) queda desarticulada a partir de reconocer
que muchos de los que llegaron fueron obligados y explotados cruelmente.
En tanto Howard Zinn (2001) sostiene que el inicio de la esclavitud y del racismo en Estados Unidos no
es algo natural sino histórico. Manifiesta que por ser una minoría, los colonos blancos no pudieron
obligar a los indios a cultivar para ellos y, coincidiendo con Thomas Bender, declara que se vieron
“forzados” a importar mano de obra esclava desde el África y reducirla a simples objetos de labranza.
El maltrato recibido y su espíritu rebelde llevó a los esclavos a constantes rebeliones, sublevaciones y
huidas. Los amos, temerosos, extremaron los castigos y se preocuparon por recordarles su supuesta
superioridad utilizando “los efectos anestesiantes de la religión” (Zinn, 2001, p.40).
Pero el mayor temor de la clase dirigente fue que negros esclavos y blancos pobres se unieran y
cuestionaran su poder, (como fue el caso de la rebelión de Bacon). Ante esto, concedieron ciertos
beneficios a los blancos pobres a pesar de considerarlos “gente de la peor calaña de Europa”. Por el
mismo temor a las rebeliones sobornaron a los indios entregadores de negros fugitivos.
Para el autor, la esclavitud fue producto de la letal combinación del hambre del colono, del desarraigo
del africano, y del castigo ante la huida o la colaboración entre blancos y negros.
Mientras que Bender hace alusión a cuestiones demográficas para encontrar los orígenes del racismo
norteamericano, Zinn rescata como su principal causa las concesiones de las autoridades a los blancos
pobres, las cuales les permitieron forjar un sentimiento de superioridad frente a los negros.
Independencia de los Estados Unidos
Continuando con su enfoque global, Thomas Bender define a la independencia de los Estados Unidos
como el fruto de la extensa guerra entre Inglaterra y Francia que los enfrentó desde 1689 a 1815, y que
llevó a los grandes imperios a aumentar la presión fiscal sobre sus colonias para hacer frente a los

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crecientes gastos militares. Del mismo modo sostiene que para vengar su derrota luego de la guerra de
los Siete Años, Francia apoyó a los rebeldes norteamericanos, y así “…la revolución de los Estados
Unidos llegó a ser parte de una guerra mundial que duró más de un siglo” (Bender, 2011, p.77).
Consciente de que quien gobierne el mar, gobernaría el mundo, el Imperio británico se reconfiguró como
un estado fiscal militar. Con la imposición de leyes como la Ley del Timbre, la Ley del Azúcar, la Ley
de Sellos y las leyes Townshend, generó un gran descontento en las élites dirigentes norteamericanas
quienes, a partir de los sucesos del Boston Tea Party e influenciados por las ideas de la Ilustración
europea, se lanzaron, en un marco de importantes rebeliones en todo el continente, a la conquista de la
primera y exitosa rebelión de América.
El ejemplo de la Independencia y la revolución norteamericana se extendió rápidamente, sobre todo por
ser una revolución política que no modificó las estructuras de poder entre blancos y negros ni la figura
de la propiedad privada, y por no convertirse en una revolución social y violenta como la haitiana,
enérgicamente rechazada por las élites blancas criollas. Claramente “Los patriotas de América del Norte
no buscaron aliados entre sus esclavos ni entre los indios” (Bender, 2011, p.111), y esta exclusión
permitió la unión de blancos al mismo tiempo que evitó las secesiones dentro de las ampliadas fronteras.
Por su parte, Howard Zinn manifiesta, conviniendo con Bender, que el espíritu revolucionario fue
engendrado por la creciente presión fiscal en el marco de las guerras entre Inglaterra y Francia, pero
sostiene además que fue la élite blanca norteamericana la que aprovechó el descontento social reinante
para movilizar a los empobrecidos y armados blancos en contra de la Corona.
En el interior de la Colonia se estaba gestando una clara lucha de clases donde el reclamo de los
marginados se hacía notar con manifestaciones, en muchos casos violentas. Los sectores dirigentes,
aprovecharon la coyuntura, otorgaron algunas mínimas concesiones a estos sectores populares (algunas
reformas legislativas suaves entre varias medidas represivas), y los persuadieron de unirse a la lucha
revolucionaria evitando así la modificación de las estructuras de poder reinantes. Según lo expresado
por el autor y bajo una concepción gramsciana, se puede entender a la Independencia norteamericana
como una “Revolución Pasiva”, una reconfiguración del “Bloque histórico” donde el sector dominante
logra mantener su hegemonía a través del consenso de los dirigidos. Así, “…una clase emergente de
gente importante necesitaba alistar en su bando a los suficientes americanos para vencer a Inglaterra, sin
perturbar demasiado las relaciones entre riqueza y poder que se habían desarrollado durante 150 años
de historia colonial” (Zinn, 2001, p.75). De esta manera, y compartiendo la visión de Bender, el autor
sostiene que, excluyendo a indios, negros y mujeres, se construyeron las bases del nuevo país.
Imperialismo norteamericano
Teniendo en cuenta lo expresado por Thomas Bender, el imperialismo norteamericano, negado por su
historia, se basó en tres conceptos fundamentales: en primer lugar, una total falta de empatía y una
supuesta superioridad racial de los blancos anglonorteamericanos sobre el resto de las culturas, que les
otorgaba un “talento natural” para gobernar mientras los convertía en “…escépticos en cuanto a la
capacidad de las personas mestizas para autogobernarse” (Bender, 2011, p.239). En segundo lugar, se

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basó en la “Doctrina Monroe” que definió una “América para los americanos”, alejó cualquier
pretensión colonial europea, y le otorgó, al país del norte, “poder de policía” sobre las demás naciones
americanas, mientras lo convertía en el “gran guardián de la humanidad”. Por último, el imperialismo
norteamericano se fundó en la teoría del “destino manifiesto” que “obligó” a Estados Unidos, por
designio divino, a expandirse y llevar la libertad (de comercio) y la civilización al mundo incivilizado.
Tres conceptos que definen al norteamericano blanco, anglosajón y protestante, como “raza superior”.
Según Bender (2011), con el desarrollo económico como justificativo, Estados Unidos inició su política
expansionista incluso antes de 1898, fecha considerada por muchos como fundadora de su carrera
imperialista mundial. La expansión hacia el oeste a principios del siglo XIX, mediante la expulsión de
las comunidades nativas norteamericanas, fue el puntapié inicial, para luego ser continuada con la
anexión de los territorios mexicanos de Texas y California en 1848. Desde temprano “…demostró su
eficacia para sostener una expansión territorial agresiva y proteger el comercio norteamericano en el
exterior” (Bender, 2011, p.225).
“Los estadounidenses concebían el Pacífico y Asia del este como una extensión del oeste, y como el
punto focal de sus ambiciones comerciales oceánicas” (Bender, 2011, p.232). Con una gran visión de
futuro, y luego de los costosos conflictos de Cuba y Filipinas, el nuevo Imperio apuntó al comercio
oceánico mundial adoptando un imperialismo basado en el comercio y las finanzas y sostenido con el
apoyo de su fuerza militar y diplomática. “La posesión de Puerto Rico, el considerable control sobre
Cuba, Filipinas, Hawái, Guam y la isla Wake representaron en 1898 la realización de esta estrategia
global” (Bender, 2011, p.231). El control de Panamá y la compra de Alaska, entre otros casos, también
se enmarcan en esta política oceánica norteamericana.
Para el inicio de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos se había transformado en la gran acreedora
mundial. A esta altura “…el control financiero o el establecimiento de una dependencia financiera
habían reemplazado por completo la adquisición territorial…” (Bender, 2011, p.253), y rápidamente las
finanzas se convirtieron (y aún hoy lo son) en la herramienta más importante del imperio.
Howard Zinn, coincidiendo con Bender en varios puntos, sostiene que Estados Unidos tuvo, desde sus
inicios, claras intenciones expansionistas, y una vez cerrada su frontera interna, comenzó a mirar a
ultramar en busca de nuevos mercados para sus excedentes.
El autor sostiene que desde 1823, con el respaldo de la “Doctrina Monroe” y de una supuesta
superioridad racial, el país del norte dejó claro con su poderío militar cuál sería su posición frente a
Latinoamérica. Pero, al mismo tiempo, hace hincapié en que el inicio de su gran política imperialista se
produjo a partir del misterioso hundimiento del Maine en 1898. Este suceso sirvió como excusa para
justificar la intervención en la guerra de independencia cubana en pos de beneficiarse con la producción
azucarera y maderera de la isla. Como no era de esperar de otra manera, y a pesar de una fuerte oposición
dentro de los Estados Unidos (sobre todo de anarquistas y socialistas), el Congreso dio “…el visto bueno
para la guerra, no reconoció a los rebeldes como beligerantes, ni pidió la independencia de Cuba” (Zinn,
2001, p.282). En el mismo sentido, “…cuando los españoles se rindieron, no se permitió a ningún

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cubano asistir a la rendición…” (Zinn, 2001, p.284). A partir de entonces, con la Enmienda Platt de por
medio, los ferrocarriles, las minas y los ingenios cubanos quedaron en manos norteamericanas.
Desde aquel momento, la intervención sin el reconocimiento de la independencia fue aplicada en otros
casos como en Filipinas, en donde el ejército norteamericano recurrió a todo tipo de excesos en pos de
“civilizar” a sus habitantes, lograr el control del Pacífico y abrirse a los mercados chinos, aliviando el
problema del bajo consumo interno y evitando los reclamos sociales en territorio norteamericano.
Según Zinn, 1898 se convirtió en el año inaugural de una serie de anexiones que incluyó a Puerto Rico,
Hawái y Guam entre otras, y le permitió a Estados Unidos afianzar su papel imperialista.
En los primeros años del siglo XX, la necesidad de salir de la recesión y, sobre todo, de esconder un
creciente conflicto de clases, llevó al gobierno de los Estados Unidos, tanto a incentivar el fervor
patriótico como al reclutamiento forzoso para intervenir en la Primera Guerra Mundial, no solo
militarmente, sino como abastecedora de insumos y préstamos para los aliados, beneficiando, de esta
manera, a los grandes empresarios y financistas norteamericanos. A partir de esta intervención, teoriza
Zinn, la gran potencia imperialista de América descubrió que “El capitalismo [norte] americano
necesitaba rivalidad y guerras periódicas para crear una unidad artificial de intereses entre ricos y pobres
que suplantase a la genuina comunidad de intereses de los pobres…” (Zinn, 2001, p.334) y, desde
entonces, no dudó en mantener esa política belicista.
Reformas liberales
Bender (2011) expresa que, como respuesta al fracaso del liberalismo económico, se llevó a cabo, desde
fines del siglo XIX y principios del XX, una fuerte transformación progresista en Estados Unidos con
características particulares pero que formó parte de una serie más amplia de reformas liberales a nivel
global, ideadas y compartidas por sociólogos y economistas de distintas partes del mundo, mediante las
cuales se intentó poner freno a los reclamos sociales y promover el bien común.
Ante la creciente desigualdad engendrada por la industrialización y la urbanización, los ciudadanos,
organizados en movimientos sociales, sindicales e incluso religiosos, presionaron “…para que la política
y el Estado intervinieran en la regulación de los mercados” (Bender, 2011, p.273). Los reformadores
propusieron una batería de mejoras laborales en busca de una mayor justicia social para corregir los
“errores” del sistema capitalista evitando, de esta manera, la propuesta socialista de reemplazar al capital
privado por el público. Lograron, por lo tanto, un estado mediador en los conflictos de clase, que
analizara las consecuencias sociales del industrialismo y así “…prevenir un movimiento revolucionario.
Por consiguiente, este programa político [estuvo] en concordancia con los intereses de los capitalistas”1.
Los reformistas “…se sentían atraídos por los compromisos éticos del socialismo, pero se resistían a la
ideología de la revolución…”2. “El temor que les inspiraban el movimiento y la revolución socialistas
los motivaba tanto como el ideal de la ética socialista” (Bender, 2011, p.282).

1
Lloyd George, David, citado por Bender, Tomas (2011), Historia de los Estados Unidos. Una nación entre
naciones, Buenos Aires: Siglo XXI. Pág. 275
2
Zimmermann, Eduardo, citado por Bender, Tomas (2011), Historia de los Estados Unidos. Una nación entre
naciones, Buenos Aires: Siglo XXI. Pág. 282
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Según deja entrever Bender y en sintonía con Zinn, ante la “amenaza” comunista rusa, el progresismo
norteamericano aplicó, en el marco del New Deal, las ya probadas medidas sociales propias del Estado
benefactor europeo y logró mantener con vida al sistema mientras le quitaba protagonismo al
movimiento obrero sin llegar a convertirse en un gobierno autoritario como sucedió en otras latitudes.
Por su parte Howard Zinn, concordando con Bender, hace hincapié en que la reforma liberal llevada a
cabo en los Estados Unidos fue una alternativa ideada por los sectores dominantes ante las crecientes
manifestaciones de protesta, los intentos de saqueos y las cada vez más numerosas huelgas llevadas a
cabo por los trabajadores duramente afectados por la crisis económica.
El reclamo popular menguó durante los primeros años de la década de 1920, pero luego de la caída de
la Bolsa de 1929 la crisis se agudizó y el movimiento obrero profundizó sus reclamos. A pesar de la
represión, los trabajadores tomaban conciencia de clase y se habían convertido en un “peligro” para el
sistema (sobre todo por su capacidad de organización espontánea y de respuesta ante los efectos de la
crisis, y por su impronta socialista). A partir de entonces, los sectores dirigentes decidieron implementar
el plan de reformas conocido como “New Deal”, el cual buscaba “…reorganizar el capitalismo de tal
modo que superara la crisis y estabilizara el sistema; y atajar el alarmante crecimiento de rebeliones
espontáneas y huelgas generales…” (Zinn, 2001, p.359). Se buscó, así, “…impedir que convirtieran una
rebelión en una auténtica revolución” (Zinn, 2001, p.369).
Según el autor, mediante el plan de reforma el Estado le otorgó un papel importante a los sindicatos y
de esta manera, no solo logró disminuir las huelgas sino, sobre todo, les quitó fuerza de acción directa a
los trabajadores. El espíritu combativo del movimiento obrero que se debilitó con el New Deal, fue
prácticamente desarticulado con la Segunda Guerra Mundial que elevó el empleo y logró unir las clases
con el llamado a luchar contra el enemigo extranjero en vez de ir contra la patronal explotadora.
Mientras los más desfavorecidos, como negros y blancos pobres, seguían excluidos de las reformas, el
New Deal consiguió crear “…una atmósfera de progreso y mejora que restableciera algo de fe en el
sistema” (Zinn, 2001, p.371), y mantuviera en pie a los sectores dominantes. “Se había dado la ayuda
suficiente a las personas suficientes como para hacer de Roosevelt un héroe para millones de personas,
pero permanecía el mismo sistema que había traído la depresión y la crisis…” (Zinn, 2001, p.372).
Si bien Bender hace hincapié en el internacionalismo de las reformas, coincide con Zinn al sostener que
fueron implementadas para evitar la revolución social que se estaba gestando producto de la crisis.
Bibliografía
Bender, Thomas (2011), Historia de los Estados Unidos. Una nación entre naciones, Buenos Aires: Siglo
XXI.
Zinn, Howard (2001), La otra historia de los Estados Unidos, New York: Seven Stories Press.

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