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Chapter Title: La deuda del materialismo histórico y la potencia de las interpretaciones: una
aproximación desde Jacques Rancière
Chapter Author(s): Christian Fajardo
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La deuda del materialismo histórico
y la potencia de las interpretaciones:
una aproximación desde Jacques Rancière
Christian Fajardo1
J. Rancière
Breves viajes al país del pueblo
Una de las preocupaciones de Marx, sin duda alguna, fue llevar a cabo una
crítica mordaz a las interpretaciones, lo cual pone en evidencia en la undécima
tesis sobre Feuerbach: “los filósofos sólo han interpretado diferentemente al mun-
do, se trata de cambiarlo o transformarlo”. Pero ¿qué significa cambiar el mundo?
¿A qué alude Marx cuando denuncia una tradición que ha hecho de la vida con-
templativa la actividad humana por excelencia? ¿Qué consecuencias nefastas
podemos encontrar en las interpretaciones para que una voz crítica como la de
Marx haga su llamado a cambiar el mundo? Tentativamente podemos formu-
lar la siguiente respuesta si tomamos en cuenta a La ideología alemana: existen
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momentos de la historia humana en los que se olvida que “El ‘espíritu’ tiene,
desde un principio, la maldición de estar ‘sujeto’ a la materia…” (Marx 2010, 62).
Este descuido tiene como consecuencia la división del trabajo en donde, a juicio
de Marx, la conciencia “puede realmente imaginarse que es algo distinto de la
conciencia de la praxis existente; que representa realmente algo sin representar
algo real” (Marx 2010, 62). Esto nos invita a decir que la distancia que se da en la
división del trabajo consiste en que una conciencia se desliga de sus condiciones
materiales de existencia o, mejor aún, de lo real para crear los precedentes para
la construcción de un mundo imaginario, estableciendo una contradicción entre
interpretaciones y relaciones sociales existentes. Tenemos así que en la conciencia
(o el espíritu), al ignorar que está sujeta a unas relaciones sociales existentes, se
produce una especie de enajenación en la que el mundo de las interpretaciones
adquiere una fuerza sin precedentes. Como lo dejaremos claro más adelante, el
movimiento en el pensamiento de Marx lo podemos, entonces, esquematizar
de la siguiente manera. En primer lugar encontramos al ser humano arrojado,
si se quiere, a una condición ontológica en la que los modos en los que produce
vida tienen una concordancia con las relaciones sociales; en este nivel podemos
decir que el ser humano está fundido en la naturaleza al igual que la naturaleza
en él. Ahora bien, en segundo lugar, en un proceso histórico, relacionado con
el nacimiento del capitalismo, la conciencia se libera y cree emanciparse de las
ataduras del mundo de las necesidades estableciendo una división del trabajo.
Finalmente, el gobierno de la conciencia que se ha emancipado de su condición
ontológica requiere recobrar, mediante un acto político o una praxis revolucio-
naria, lo que se ha perdido y que, sin embargo, siempre ha estado presente: el
carácter del ser humano como productor de mundo.
Aunque la primera parte de este texto se detendrá en la relación entre onto-
logía, enajenación y emancipación, podemos ya dar cuenta del rechazo al poder
ilusorio de las interpretaciones en el pensamiento de Marx. Al parecer las buenas
interpretaciones son aquellas que no se desprenden de la vida material de los seres
humanos, ya que nuestros pensamientos y nuestras representaciones tienen su
sustento en unas relaciones reales, es decir, en unas condiciones materiales en
las que siempre estaremos inmersos. Ahora bien, teniendo en cuenta tal crítica
buscaremos poner en duda tal denuncia a las interpretaciones en el pensamiento
de Marx, por eso buscaremos complejizar el estatuto de las interpretaciones en la
medida en que aquellas despliegan poderes transformadores que, de una forma
concreta, no fueron tenidos en cuenta por el pensador alemán. En esta medida,
las interpretaciones, más allá de ser los productos indirectos de nuestras fuerzas
productivas, son las que hacen posible que simbolicemos ciertas prácticas como
materiales e inmateriales y, por lo tanto, como reales o simbólicas. Otras pala-
bras, quizá, expongan de una mejor forma lo que está en juego en la crítica que
pretendemos hacer al pensamiento de Marx que formularemos a modo de una
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Tenemos entonces que bajo la necesidad de vivir, los hombres crean nuevas
necesidades y estas necesidades exceden su proximidad ante las cosas para crear
una trama de relaciones en las que cada singularidad sólo existe en relación.
Esta relación, como resulta evidente, no se puede jerarquizar, pues la actividad
laborante del ser humano como productor de utensilios es equiparable a la de
aquel que usa el lenguaje como capacidad material de expresión y de relación.
En esos términos, el pensamiento de Marx funde la existencia humana en una
correspondencia entre el producir, el trabajar y el relacionarse2. Estas tres acti-
vidades, que no se excluyen unas con respecto de otras, coinciden cuando los
seres humanos crean historia conscientemente, es decir, desde la perspectiva
de una no-separación entre tales actividades. Las relaciones con la naturaleza
están condicionadas por la vida social y la naturaleza permea y hace desplegar
la vida en común. Desde esta perspectiva, se produce entonces una imbricación
entre socialidad y naturaleza, entre necesidad y contingencia, entre realidad y
representaciones y entre poiesis (formas de hacer) y aisthesis (formas de perci-
bir). Esta coincidencia entre una cosa y la otra ejemplifica una ontología que
pone de manifiesto la inmanencia entre naturaleza e historia; de ahí que toda
representación que esté desligada de aquella trama se manifieste bajo el síntoma
de la enajenación. Por lo pronto diremos entonces que, de acuerdo con lo dicho,
la enajenación no es poder de la ideología que oculta la verdad de la existencia
humana, sino más bien es la falta de correspondencia entre naturaleza e historia,
o dicho en otras palabras, es la distancia que se abre entre el mundo de nuestras
actividades con respecto al mundo de las representaciones.
Como lo decíamos al principio, el supuesto ontológico en el pensamiento
de Marx se ve interrumpido o más bien se oculta bajo la historia de los modos
de producción, en particular en su lectura acerca del nacimiento del capita-
lismo. El problema que Marx expone es claro: la división del trabajo, que crea
una distinción entre trabajo intelectual y trabajo manual, cobra relevancia con
el nacimiento del comercio y con la división entre campo y ciudad. El capita-
lismo, entonces, produce artificialmente una separación entre el mundo de la
actividad vital humana y el mundo de los hombres de ocio que presuntamente
2 Parece evidente entonces que, retomando la herencia aristotélica, Marx se anticipa a la distin-
ción arendtiana entre labor, trabajo y acción. Sin embargo, en contraste con Arendt, Marx parece
insistir en la coincidencia de cada una de estas actividades.
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estrategia” (Rancière 2011, 17, traducción modificada). ¿Qué quiere decir que exis-
te un riesgo de descubrir que lo propio del movimiento revolucionario sea que
no quiera hacer nada? ¿No se trataba, desde la apuesta marxiana, de dar un salto
de la pasividad del espectador de su propia explotación hacia la actividad de la
praxis revolucionaria, lo que finalizaría el mundo de ensueños de la enajenación?
Para responder a esas preguntas sostendremos que la emancipación humana
parece cobrar efectividad cuando hay una suerte de espíritu transformador de
un estado de cosas específico, sin embargo, ese “no querer nada” del que habla
Rancière parece ser la condición de posibilidad o imposibilidad de toda trans-
formación en el orden de la representación; de ahí que podamos decir que hay
política cuando existe una distancia entre el “no querer nada” y el “querer trans-
formar el mundo” o entre un estado de reinterpretación del mundo y un con-
junto de actos por transformarlo. En otras palabras, una política emancipadora
existe en virtud del espacio que deja abierta la suspensión de nuestros modos
de vivir y de representar, pues sólo así se pueden abrir posibilidades inéditas de
pensar lo común y las relaciones entre los hombres y las cosas. Ahora bien, si ha
existido un acontecimiento en la historia de Occidente que ha permitido abrir
los modos de figuración de mundos posibles ha sido la revolución estética. Esta
revolución se ha manifestado en escenas accidentales que han interrumpido la
correspondencia entre unos determinados modos de hacer y unos modos de ser
para abrir el espacio del arte hacia espacios inéditos. Los ejemplos, a juicio de
Rancière, son múltiples: desde las palabras de Winckelmann que sostuvieron
la belleza perfecta en un busto mutilado hasta el despliegue de historia de los
presuntos marginalizados de la sociedad en los filmes de Pedro Costa, pasando
por la sentencia de Schiller sobre la potencia del juego, teniendo como ejemplo
la famosa escultura Juno Ludovisi. Estas escenas no suponen simples sueños
de utopistas que no comprenden la necesidad de la ciencia para transformar el
mundo sino, más bien, imaginaciones, simbolizaciones o interpretaciones que
potencian las capacidades de seres cualesquiera para actuar políticamente4. Por
eso la sentencia de Marx en la undécima tesis sobre Feuerbach debe mucho a
tal revolución, pues fue la que hizo posible interpretar el mundo de una forma
distinta para llamar al proletariado a su liberación y poner fin a las interpreta-
ciones mismas.
Para comprender lo que está en juego acá tendremos que invertir el esquema
del pensamiento de Marx, sin desposeerlo de su carácter emancipador. Si para
Marx la enajenación y las injusticias se dan en el momento en el que se abre una
distancia entre apariencia y realidad, diremos que es en tal distancia en donde
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La anterior cita nos muestra que el torso al estar suspendido entre la acti-
vidad y la pasividad, disocia la correspondencia entre expresión y belleza. Esta
disonancia al interior de los modos en los que concebimos el arte despoja a la
ciencia de su actividad interpretante para exponer así la potencia de una figura
inexpresiva y a la vez bella. En esos términos el régimen estético, en cada caso,
abre un medium sensible o una comunidad en el que se desfiguran y se figuran
los límites entre arte y no arte transformando los límites que la representación
fija entre la realidad y la ficción. Tal medium es expuesto por Schiller bajo la fa-
mosa estatua sin cuerpo Juno Ludovisi en Las cartas sobre la educación estética
del hombre, publicadas en 1795. La especificidad del planteamiento del pensa-
dor alemán consiste en que la estatua despliega los poderes de una “apariencia
libre” cuya voluntad es “no desear nada, ser libre de la inquietud de proponerse
objetivos y tener que cumplirlos […] Frente a la deidad ociosa, el espectador se
encuentra en un estado de ‘libre juego’” (Rancière 2011b, 38). La estética, enton-
ces, no abre espacios otros como utopías absurdas que habría que interrumpir
bajo una ciencia de las estrategias, sino que este régimen de identificación de las
artes resquebraja el orden de la interpretación o de simbolización de lo común
del régimen representativo, suspendiendo las distinciones que lo alimentan
para abrir múltiples formas de pensar la política, y con ello la misma emanci-
pación. En este sentido, el arte desde esta perspectiva no es político porque nos
dé una lección de política, ni tampoco porque nos explique que las apariencias
5 “[…] el placer que proporciona la belleza es tal que no presupone ningún concepto, antes bien,
está directamente unido a la representación mediante la cual el objeto es dado” (Kant, 2010).
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6 Sobre estos cruces, pasajes y fronteras entre estética de la política y política de la estética véase
Quintana en esta compilación.
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7 Como lo veíamos atrás, tal planteamiento en el que el proletariado expone a la injusticia pura
y simple se encuentra formulado por Marx en la Crítica a la filosofía del derecho de Hegel.
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Bibliografía
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