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La ética protestante y el espíritu del capitalismo I

Las precursoras del fin de la preeminencia de la religión en beneficio de la


economía fueron las primeras sectas protestantes. El católico va a la iglesia. El
protestante va a trabajar. El católico santifica el domingo. El protestante santifica el
día de labor. El católico practica el ascetismo y la beneficencia. El protestante e
convierte en un adicto al trabajo y practica el ahorro. Los santos de la Iglesia
Católica viven en el reino de los cielos e interceden ante Dios por los habitantes de
la tierra. Los santos del Protestantismo habitan este mundo y fundan empresas
multinacionales en el transcurso de una generación.

¿Qué tiene que ver el capitalismo con el protestantismo? ¿Por qué en el siglo XVII
la economía floreció en dos países protestantes, Inglaterra y los Países Bajos? ¿A
qué se debe que al mismo tiempo aconteciera la decadencia económica de
España, una potencia católica? ¿Por qué todas las grandes historias de éxito
referentes a la conquista de una enorme fortuna en una sola generación- el cuento
del lavaplatos que llega a convertirse en millonario- proceden del país del
puritanismo austero, los Estados Unidos? ¿ Tiene nuestra herencia cultural
católica algo que ver con nuestro subdesarrollo económico?

Max Weber, el fundador de la sociología moderna, demostró en su ensayo sobre


el origen del capitalismo, que existe un nexo causal entre el éxito económico y la
religión. Afirmó que el moderno hombre profesional es un producto el
protestantismo, más exactamente una consecuencia de las enseñanzas del
reformador protestante Calvino. Para la doctrina calvinista, el trabajo equivalía al
servicio al Señor. “Hazte rico para Dios, pero no para llevar una vida lujosa” era la
prescripción de las sectas puritanas. Éstas eran las ramas radicales, como los
presbiterianos angloamericanos, bautistas, cuáqueros y metodistas. Y como la
riqueza sólo era agradable a los ojos de Dios por ser producto de un duro trabajo y
no cuando se usaba para el disfrute, dos de las más altas virtudes de la ética
puritana fueron la laboriosidad y el ahorro. Incidentalmente se inventaba el
capitalismo.

De acuerdo con el austero concepto moral de los puritanos, uno trabaja para
trabajar. No por haber ganado dinero suficiente para llevar una existencia
acomodada podría uno dejar de trabajar. La utilidad del trabajo no radica en la
satisfacción de las necesidades; en un planteamiento ideal, el trabajo está
completamente disociado de aquello que se podría realizar con sus frutos. El
empresario puritano inglés o estadounidense del siglo XVII subordinaba toda su
vida al trabajo. Así, el negocio florecía, pero la vida privada resultaba insípida.
Consecuentemente, en la casa de un empresario puritano no sólo se realizaba sin
placer la multiplicación del capital, sino también la de la descendencia. La mayor
incitación a la lujuria debía ser resuelta con la cabeza fría y con el pensamiento
centrado exclusivamente en su finalidad.

¿De dónde procede esta excesiva valoración del trabajo de los puritanos? En el
núcleo de la doctrina de Calvino y sus sucesores se sitúa la predestinación. Este
concepto partía del siguiente enunciado: Dios, en su insondable sabiduría, ha
predstinado quién se condenará y quién se salvará. Nada puede cambiar la
decisión divina una vez que está tomada, ninguna obra, ningún sacramento. Los
calvinistas carecían de iglesia oficial y e privilegiados intermediarios ante Dios a
los que dirigirse en busca de apoyo espiritual. El individuo no podía acudir a
ninguna parte para averiguar si pertenecía a los escogidos o a los condenados
aunque, en cualquier caso, tampoco hubiera podido modificar la resolución divina.
El dios de los calvinistas era lejano, inmisericorde e insobornable.

A la larga, la doctrina calvinista resultó insoportable para los creyentes, como es


natural. Los sucesores de Calvino se esforzaron por aliviar su suerte. Con una
lógica bastante flexible, declararon que era ciertamente posible reconocer en uno
mismo los signos el estado de gracia, atendiendo a su manera de vivir. Sin
embargo, el puritano piadoso debía evitar dar la impresión de querer sobornar a
Dios con buenas obras, ya que éstas podían desvirtuarse por carencias morales (
aunque también podía arrepentirse)

De esta forma, la vida cotidiana estaba completamente regulada por preceptos


religiosos. Consistía en una permanente vigilancia sobre uno mismo,
autodisciplina y renuncias. Max Weber acuñó, para definirla, el concepto de
“ascetimo intramundano”. Con este término quería expresar que la austeridad del
calvinismo imponía una existencia monacal en el mundo profesional. La vida
profesional se subordinaba a una vida metódica (de ahí la denominación
“metodistas”) En nuestros días, todos aquellos que siguen un horario regulado de
trabajo en su jornada laboral viven un cierto tipo de ascetimo intramundano.
También la aseveración de Franklin de que “el tiempo es oro” procede del “espíritu
del capitalismo”. Hoy se llama “gestión de tiempo” y se sumen lo costes
necesarios, entre ellos, la contratación de asesores empresariales para enseñar a
los empleados cómo se organizan los procesos laborales más eficientes.

La idea de trasladar la confirmación de la bondad ante Dios de los muros de los


conventos a la cotidianeidad surge con Lutero. En el oficio de cada uno vio Lutero
el designio divino también, ya que la ocupación mantenía al creyente dentro de los
marcos de sus propias limitaciones. El calvinismo radicalizó la idea de la profesión,
considerándola el signo de la sobresaliente calidad moral de cada uno. Las
pérdidas empresariales constituían un grave oprobio moral.

Lo que resultaba fantástico de esta revaloración moral de la profesión es que la


obtención de ganancias no iba acompañada de remordimientos. La fe católica
consideraba el enriquecimiento personal como un pecado y, aunque se producía
constantemente, traía aparejado el cargo de conciencia. Los puritanos no se
enfrentaban a estos problemas cuando acumulaban más y más; muy por el
contrario, era una señal segura de pertenencia al grupo de los elegidos siempre
que se observara la ley y no se dilapidaba el dinero, sino que se ahorraba para ser
más ricos por la gloria de Dios.

Weber concluye así que el origen del capitalismo se basa en la ética del
calvinismo. Dado que los puritanos no necesitaban gastar su dinero en vistosos
vestidos nuevos y nunca celebraban fiestas lujosas, fueron los primeros ricos de la
historia que realmente acumularon un capital para invertir en colegios y
universidades pero, sobre todo, en nuevas tecnologías, alentando el
establecimiento de manufacturas en el siglo XVIII, las fábricas del siglo XIX y los
conglomerados multinacionales en el siglo XX.

para el sociólogo alemán, no sólo los intereses económicos determinan el devenir


histórico, el movimiento de las clases y las grandes corrientes sociales, sino que
también influyen, y de forma principal, los factores de carácter psicológico y
religioso. Desde esta posición general, Weber pasó a buscar en la historia de las
religiones las concepciones que favorecieron o frenaron el desarrollo del
capitalismo, llegando a la conclusión de que el capitalismo es heredero del
calvinismo y del puritanismo, es decir, de aquellas corrientes originadas en la
Reforma protestante en que la salvación nunca puede venir de la renuncia al
mundo, sino de una incesante actividad moral y material.

La meta no es la acumulación del capital, ni la satisfacción y alegría que pueda producir;


pero, sin ser un fin en sí misma, esa meta orienta la organización de la vida. La obra del
moderno hombre de negocios tiene así un fundamento religioso; la organización y la lucha
comercial están estrechamente ligadas a una visión del mundo según la cual los más
activos, los mejores (en suma, los elegidos) organizan, producen y enriquecen, en tanto que
los otros, los no elegidos, pierden fatalmente sus batallas, declinan y decaen.

Con estas conclusiones, la vida social y económica se revela, en la filosofía de Weber,


como determinada por elementos irracionales e imprevisibles, y la historia se manifiesta
como un proceso mucho más complejo que el descrito por el marxismo, no reductible al
esquema de la lucha de clases como motor de la historia. En el seno mismo de los hechos
económicos más típicos, tales como el capitalismo, tienen una importancia predominante la
visión de la vida y los factores psicológicos. Hasta el mismo capitalismo puede entenderse
como una religión, la religión de la actividad y de la victoria, típicamente ligada a la
concepción occidental de la vida; su opuesto no es tanto el espíritu proletario y comunista
como el espíritu aristocrático de la renuncia y de la contemplación.

En una sola frase la tesis de Weber es que el mundo protestante es más


exitoso económicamente que el mundo católico gracias al influjo de la religión
protestante en cada uno de sus individuos: amor al trabajo, honradez, ahorro y un
apego permitido a lo material, algo que el catolicismo solo supo predicar a medias
los domingos pero no controlar ni inculcar en la cotidianeidad de su pueblo.

En base a estudios estadísticos propios, en la Alemania de principios del s. XX, el


autor comienza señalando que en dicho país los protestantes participan en la
posesión del capital mucho más que los católicos. La primera causa de esta
diferencia es que la Reforma trajo consigo una dominación eclesiástico-religiosa de
la vida cotidiana mucho más estricta y rigurosa que la católica, en ese entonces un
“poder extremadamente suave” sobre la vida de los individuos. La iglesia católica
“castiga al hereje, pero es indulgente con el pecador”. Las pujantes clases burguesas
aceptaron la tiranía puritana protestante e incluso la defendieron, ensalzando así el
trabajo, la vida pura, el ahorro, entre otros.

También sus estadísticas señalan que los protestantes acuden y estudian para
profesiones de tipo industrial y mercantil en mayor proporción que los católicos,
quienes prefieren en su mayoría los estudios humanistas. Plantea que las causas
provienen de características propias a cada confesión y no a contingencias histórico-
políticas.

El gusto por el humanismo en desmedro de la ciencias podría explicarse por un


mayor “alejamiento del mundo” por parte del catolicismo, que ha educado a sus
fieles en un espíritu de indiferencia ante los bienes mundanos. Los protestantes
tachan esto de pereza; los católicos en cambio, a los protestantes, de materialistas…
“que sería consecuencia de la laicización de todo el repertorio vital llevada a cabo
por el protestantismo”. Weber da a entender que el católico es conformista y prefiere
la seguridad, mientras que el protestante se atreve con el peligro y la exaltación.

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