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TEMA 7: LA MORAL CRISTIANA1

Cuando después de la flagelación, Pilatos dijo: “Ecce Homo”, es decir, “aquí tenéis al hombre”, decía
gran verdad. En Jesucristo podemos ver qué es el hombre, la relación de Dios con el hombre y del hombre
con Dios. En Cristo maltratado podemos ver qué cruel puede ser el hombre. En Él podemos admirar el
designio amoroso de Dios que le envía para salvarnos, y el sacrificio y la entrega del Hijo de Dios. En Él
podemos leer la historia del odio humano y del pecado.

La pregunta ¿qué es el hombre? Encuentra su respuesta en la imitación de Jesucristo. Siguiendo


sus pasos podemos día a día aprender de Él, de sus virtudes: el sufrimiento, el amor, la mansedumbre, la
misericordia, la obediencia, la humildad…

“Aprended de Mí, que soy manso y humilde de Corazón” (Mt. 11, 29)

“Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp. 2, 8)

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Mt. 15, 13)

Bebiendo de la fuente de su Costado abierto adquiriremos sus virtudes y aprenderemos qué es el


hombre y cómo llegar a ser verdaderos hombres según el Corazón de Jesucristo.

1. LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA Y LA CONCIENCIA


¿Quién es la persona humana? La persona humana es todo ser humano original, único e
irrepetible, dotado de inteligencia y libertad. Toda persona humana tiene una especial dignidad por ser
imagen de Dios.

¿En qué consiste esa “especial dignidad”? La dignidad humana es especial porque tiene un
triple fundamento:

a) El ser humano es imagen de Dios porque, como nos enseña la Biblia, nos asemejamos a Dios
principalmente porque tenemos alma* o espíritu. “Dios creó al hombre a su imagen y
semejanza, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó” (Gén. 1, 27)
b) El ser humano tiene alma racional. No es un simple animal, sino que tiene además de
materia, espíritu. Dios da al hombre un cuerpo y un alma racional. Esta dimensión espiritual
hace que el hombre tenga una dignidad que ningún otro ser vivo de la Tierra. “Dios formó al
hombre del barro de la tierra, e inspirole en el rostro un soplo de vida, y quedó hecho el

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Apuntes elaborados a partir de los libros de texto de religión católica de la editorial Casals en sus distintas ediciones. Esta
redistribución de temas y contenidos se hace para facilitar el trabajo en el aula y optimizar los recursos. Se ha usado también
el Catecismo YouCat.
hombre, con alma viviente” (Gén. 2, 7). El alma hace al hombre capaz para conocer y para
amar.
c) El ser humano es hijo de Dios. Además el cristiano por el Bautismo adquiere una
extraordinaria dignidad. La gracia santificante le hace “hijo de Dios” y está llamado a una vida
inmortal y si es fiel, una vida en común con Dios en el Cielo.

¿Qué implica la dignidad de la persona en relación con la conciencia moral? La dignidad de


la persona humana implica la rectitud de la conciencia moral (que consiste en estar de acuerdo con lo que
es justo y bueno según la razón y la ley de Dios). En razón de la misma dignidad personal, el hombre no
debe sentirse obligado a obrar contra su conciencia, ni se le debe impedir, dentro de los límites del bien
común, obrar de acuerdo con ella, sobre todo en el campo religioso (Compendio nº 373).

Pero, ¿qué es la conciencia moral? La conciencia moral, presente en lo íntimo de la persona,


es un juicio de la inteligencia, que en el momento oportuno, impulsa al hombre a hacer el bien y
evitar el mal. Gracias a ella, la persona humana percibe si el acto que piensa hacer o que ya ha hecho es
bueno o malo, permitiéndole asumir la responsabilidad. Cuando escucha la conciencia moral, el hombre
prudente puede sentir la voz de Dios que le habla (Compendio nº 372).

Es decir, que la conciencia es como una brújula que escondida en nuestro corazón, nos orienta
hacia dónde caminar. Si la brújula estuviese estropeada, confundiría nuestro camino y no llegaríamos a la
meta. Por eso, es muy importante saber qué tipos de conciencia hay y cómo formarla para obrar
rectamente en cada momento y alcanzar el Cielo que es nuestra meta.

2. TIPOS DE CONCIENCIA
Es evidente que la conciencia no decide si un acto está bien o mal, porque esto está ya establecido
por Dios. Pero ¿acierta siempre la conciencia a la hora de saber lo que está bien o está mal, es decir, a la
hora de formular un juicio moral? Puede ocurrir, como hemos dicho, que la brújula esté estropeada o
afectada por un imán, por ejemplo, y que equivoque el norte. Entonces nuestra conciencia no acertaría a
señalar el bien y el mal. Por eso la conciencia puede ser:

 Conciencia verdadera: juzga en conformidad con los principios rectos de la moral, es decir,
nos lleva por el camino recto que conduce a la Verdad: Jesucristo.
 Conciencia errónea: toma por bueno lo malo o por malo lo que moralmente es bueno. Si la
persona humana cree que va por el camino correcto, pero es un camino equivocado, así nunca
llegará a la meta.
 Conciencia dudosa: no sabe realmente si algo está bien o mal, moralmente hablando. En este
caso es necesario preguntar y pedir consejo antes de actuar para salir de la duda y tomar la
decisión correcta.
 Conciencia cierta: Es el juicio moral que está seguro de lo que hace. No es lo mismo que
conciencia verdadera porque una persona puede actuar con seguridad interior de que lo que
hace es bueno y, sin embargo, el acto es objetivamente malo. Por ejemplo: un terrorista cree
ciertamente que obra bien, pero obra mal.

3. NECESIDAD DE FORMAR LA CONCIENCIA


Todos tenemos obligación de formar bien nuestra conciencia para que ésta “funcione” bien y
acierte a la hora de juzgar.

¿Cómo se forma la conciencia para que sea recta y verdadera? La conciencia recta y
verdadera se forma con la educación, con la asimilación de la Palabra de Dios y de las enseñanzas
de la Iglesia. Se ve asistida por los dones de Espíritu Santo y ayudada con los consejos de personas
prudentes. Ayudan también mucho a la formación moral: la oración y el examen de conciencia
(Compendio nº 374).

No tener bien formada la conciencia puede ser ignorancia o error. Esta ignorancia o error puede
ser culpable o no culpable:

 Ignorancia culpable: se da cuando no se ha puesto interés por formar bien la conciencia


con los medios que ya hemos indicado. También cuando ante la duda uno no quiere
informarse ni formarse de si eso está bien o mal.
 Ignorancia no culpable: no hay posibilidad de formar la conciencia, por eso, elimina la
responsabilidad moral. Por ejemplo: el que falta a misa un día de precepto, porque no sabía sin
culpa suya que ese día era una fiesta de guardar, no peca.
¿Qué normas debe seguir siempre la conciencia? Tres son las normas más generales:

1) Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien; es decir, el fin no justifica los medios.
2) La considerada como Regla de oro: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacedlo
también vosotros” (Mt 7, 12)
3) La caridad debe actuar siempre con respeto al prójimo y hacia su conciencia. (Compendio nº
375).
4. JESUCRISTO, MODELO DEL CRISTIANO

En el Antiguo Testamento, los israelitas obedecían las leyes dadas por Yahvé a Moisés en el
monte Sinaí como normas y preceptos que Dios los había impuesto. Creían que el no cumplimiento
conllevaba un castigo, pero no una ofensa. La Leyera la norma suprema. En muchos casos, obedecían a
Dios no tanto por amor hacia Él o por agradarle con su cumplimiento, sino por temor al castigo que
pudiesen recibir. La Ley era una carga pesada que había que llevar sobre los hombros. Por eso, Jesucristo
los hará ver que “su yugo es llevadero y su carga es ligera” (Mt 11, 30).

En el Nuevo Testamento, Dios se acerca tanto que baja hasta la Tierra y se hace uno de nosotros,
semejante en todo a nosotros, menos en el pecado. Jesucristo, Dios hecho Hombre, nos muestra con su
vida y con su ejemplo cuál es el camino que conduce a su Padre y cómo Dios es misericordioso y
cercano, lento a la ira y rico en piedad, que cuida con providencia amorosa de todos sus hijos, las
criaturas y especialmente a sus hijos, los hombres.

Jesucristo se ha acercado a nosotros y ahora nosotros también nos debemos acercar a Él, pero
¿cómo? Hemos dicho que unos de los medios para formar la conciencia, es decir para conocer cómo
llegar a vivir como Cristo, son: asimilar la Palabra de Dios, las enseñanzas de la Iglesia y la oración. Sólo
así llegaremos a conocer a Jesús y al conocerle, le seguiremos y al seguirle, le amaremos.

Cuando amamos a una persona tendemos, casi instintivamente, a imitar sus gestos, sus palabras,
sus actitudes… y nos sale agradarle y darle gusto en todo. Algo así ocurre cuando vamos formando
nuestra conciencia. Conocemos más y más a Jesucristo, nos adentramos en su Corazón y Él, a su vez, en
el nuestro y se va convirtiendo en modelo a seguir, a imitar.

Ese “atractivo” que nos lleva a seguir al Señor y a amarle son las virtudes que nos muestran los
evangelios de cómo es su Corazón: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados y Yo os
aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de Mí que soy manso y humilde de Corazón y
encontraréis vuestro descanso para vuestras almas” (Mt 11, 28-29). Esta invitación debe ser para el
cristiano un impulso que le lleve a obrar en todo momento buscando el bien, no por miedo al castigo,
sino por amor a su Maestro.

5. ASEMEJARNOS A JESÚS: LAS VIRTUDES

¿Qué es la virtud? La virtud es una disposición permanente del alma para obrar el bien. “El
objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios” (San Gregorio de Nisa). La virtud
se adquiere a través de hábitos buenos.
Y, ¿qué son los hábitos? La repetición de un mismo acto que lleva al ser humano a adquirir una
conducta estable y fácil es lo que denominamos hábito. Mediante la repetición de estos actos libres, el
hombre va tejiendo su propio estilo de conducta, pero la libertad hace que se logre una conducta digna o
que se adquiera una conducta indigna, es decir, que se actúe bien o mal. Si se actúa bien la persona
adquirirá virtudes; si mal, vicios. El que siembra actos buenos, recoge hábitos buenos y el que siembra
hábitos buenos cosecha su propio carácter, digno, que le llevará a vivir una vida virtuosa. Esta vida
virtuosa supone vivir en Cristo y asemejarnos a Él en todo.

¿Qué virtudes nos asemejan a Jesucristo?

Las virtudes teologales tienen a Dios como objeto inmediato y Él nos las da con su
gracia para alcanzar el Cielo. Son tres:

- la fe: por la que creemos firmemente lo que Dios ha revelado y la Iglesia nos enseña.

- la esperanza: por la que confiamos que Dios nos dará la gloria mediante su gracia y nuestras
buenas obras.

- la caridad: por la que amamos a Dios sobre todas las cosas, por ser quien es, y a nosotros y al
prójimo por amor a Dios.

También nos asemejan a Cristo las virtudes morales o cardinales, porque son el fundamento
de las demás virtudes. Veremos un poco en qué consiste cada una de ellas:

- la prudencia: nos ayuda a discernir en toda circunstancia lo que está bien y a elegir los medios
justos para realizarlo. Es guía de las demás virtudes indicando su norma y medida (Compendio nº 380).

- la justicia: es la constante y firme voluntad de dar a los demás lo que le es debido. La justicia
para con Dios se llama “virtud de la religión” (Compendio nº 381).

- la fortaleza: asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien,


llegando a la capacidad de aceptar el sacrificio de la propia vida por una causa justa (Compendio nº 382).

- la templanza: modera la atracción de los placeres, asegura el dominio de la voluntad sobre los
instintos y procura la moderación en el uso de los bienes creados (Compendio nº 383).

Todas las virtudes tienen un punto común: amar lo bueno siempre.

¿Cómo se adquieren las virtudes? Dios nos las regala en el Bautismo como una pequeña semilla
que tiene que desarrollarse. La lectura de la Sagrada Escritura, la oración, la práctica de los sacramentos y
el esfuerzo personal por imitar a Jesús mediante las buenas obras van haciendo germinar esa semilla.
Hasta que adquirimos esa “segunda naturaleza” que son los hábitos virtuosos.

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