Antropología inversa de un performancero postmexicano. Editorial
Océano, 2002.
En 1978, Guillermo Gómez Peña cruzó la frontera armado con una
beca para estudiar en el entonces recién fundado Instituto de Artes de California (CalArts). Aquella beca no derivó, ciertamente, en esa clase de posgrado con el que la élite cultural suele adquirir credenciales de cosmopolitismo y modernidad.
El racismo cultural unificaba por entonces la persecución,
explotación y hostigamiento que sufrían los chicanos en los campos agrícolas y las calles, con la experiencia de marginación que podía sufrir un chilango de clase media de la UNAM que pretendía estudiar arte en Los Angeles.
Si en un principio los performances de Gómez Peña eran una
expresión de provocación punk y lo que en un poema de 1980 él mismo definió como la creencia "en las repercusiones políticas del sexo" y "los poderes curativos del arte", Gómez Peña transformó el arte acción en una metodología para politizar la identidad, mediante una metodología consistente en gran medida en exacerbar las paranoias en torno a la imagen del "inmigrante indeseable".
En los 80, como parte del Taller de Arte Fronterizo de Tijuana y
San Diego, y en los 90, Gómez Peña concibió el performance como un medio de subversión de la hegemonía cultural anglosajona y europea.
El performance entendido como la expresión utópica, sarcástica y
vindicatoria de los "marginados, nómadas, desterrados, pocos e híbridos" (o, como el artista los llama, "los vatos intersticiales") que se han ido convirtiendo en el grupo demográfico más característico del capitalismo global.
Estridente y estratégica, postnacional y postmoderna, barroca y
cibernética, la aportación de Gómez Peña no se reduce a sus acciones/instalaciones y las fotografías de sus personajes postmexicanos. Sus textos político/proféticos, los guiones de sus acciones, sus diatribas contra el racismo y el multiculturalismo institucionalizado, y sus poemas en espanglish y manifiestos "ciberváticos" son un punto de referencia obligado para los estudios culturales y los debates artísticos contemporáneos.
Pero mientras Gómez Peña llevaba ya tres los libros publicados en
inglés, hacía falta que se le hiciera accesible al lector en lengua española para contribuir al desmantelamiento de los prejuicios puristas de la cultura de su país de origen.
Más aun que sus compilaciones previas, Mexterminator aparece
como un de autoexamen, disparado por el hecho de concebir este libro como una especie de "regreso" simbólico a México. Incluso más que el Corrido del eterno retorno que sirve de texto introductorio, los poemas y fragmentos de performances localizados al final del volumen trazan una especie de autobiografía emocional de Gómez Peña, que registra incluso su actitud desafiante.
Más allá de sus exploraciones acerca de los cambios, resistencias e
inestabilidad de la identidad latina y mexicana, Gómez Peña plantea la visión de que su performance es una especie de "antropología inversa" que en lugar de representar la cultura de "las minorías culturales" reenvía a la cultura dominante sus representaciones raciales y culturales.
Gómez Peña y sus colaboradores se exhiben como "artefactos
humanos exóticos" a fin de que el espectador pueda meditar sobre su propio "racismo hacia las culturas subalternas". Para el artista, por tanto, el performance se concibiría como un "un teatro de las patologías culturales de la globalización" que en última instancia debería permitir redibujar la geografía y clasificaciones del centro y periferia, el poder blanco y la "minoría cultural".
La compilación de Mexterminator no deja de tener un cierto filtro
local. Buena parte del libro consiste en textos que Gómez Peña ya había publicado previamente en revistas y suplementos mexicanos. Por otro lado, el libro tiene muy pocos guiones de performances, por lo cual no acaba del todo de registrarla extraordinaria habilidad de este artista para crear un falso lenguaje exótico que toma indistintamente elementos de espanglish, lfrancés, enguas pseudoindígenas y guturaciones cariñosas y chispeantes.
Aunque ampliamente ilustrado, y hasta cierto punto lujoso, el libro
bien pudiera completarse en el futuro con un disco multimedia que sugiera al lector la seductora peligrosidad de un artista que, más allá de su significación política y argumental, suele ser escénicamente impecable.
Pues, en todo caso, a Gómez Peña lo distingue ser por igual
político y estridente. Su arte no sólo es teóricamente preciso: no hay que disputarle haber perseverado en ser estéticamente "loko".