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El Ojo Breve/ Vato intersticial

Por

Cuauhtémoc Medina

(31-Jul-2002).-

Guillermo Gómez Peña: El Mexterminator.

Antropología inversa de un performancero postmexicano. Editorial


Océano, 2002.

En 1978, Guillermo Gómez Peña cruzó la frontera armado con una


beca para estudiar en el entonces recién fundado Instituto de Artes
de California (CalArts). Aquella beca no derivó, ciertamente, en esa
clase de posgrado con el que la élite cultural suele adquirir
credenciales de cosmopolitismo y modernidad.

El racismo cultural unificaba por entonces la persecución,


explotación y hostigamiento que sufrían los chicanos en los
campos agrícolas y las calles, con la experiencia de marginación
que podía sufrir un chilango de clase media de la UNAM que
pretendía estudiar arte en Los Angeles.

Si en un principio los performances de Gómez Peña eran una


expresión de provocación punk y lo que en un poema de 1980 él
mismo definió como la creencia "en las repercusiones políticas del
sexo" y "los poderes curativos del arte", Gómez Peña transformó el
arte acción en una metodología para politizar la identidad,
mediante una metodología consistente en gran medida en
exacerbar las paranoias en torno a la imagen del "inmigrante
indeseable".

En los 80, como parte del Taller de Arte Fronterizo de Tijuana y


San Diego, y en los 90, Gómez Peña concibió el performance como
un medio de subversión de la hegemonía cultural anglosajona y
europea.

El performance entendido como la expresión utópica, sarcástica y


vindicatoria de los "marginados, nómadas, desterrados, pocos e
híbridos" (o, como el artista los llama, "los vatos intersticiales")
que se han ido convirtiendo en el grupo demográfico más
característico del capitalismo global.

Estridente y estratégica, postnacional y postmoderna, barroca y


cibernética, la aportación de Gómez Peña no se reduce a sus
acciones/instalaciones y las fotografías de sus personajes
postmexicanos. Sus textos político/proféticos, los guiones de sus
acciones, sus diatribas contra el racismo y el multiculturalismo
institucionalizado, y sus poemas en espanglish y manifiestos
"ciberváticos" son un punto de referencia obligado para los
estudios culturales y los debates artísticos contemporáneos.

Pero mientras Gómez Peña llevaba ya tres los libros publicados en


inglés, hacía falta que se le hiciera accesible al lector en lengua
española para contribuir al desmantelamiento de los prejuicios
puristas de la cultura de su país de origen.

Más aun que sus compilaciones previas, Mexterminator aparece


como un de autoexamen, disparado por el hecho de concebir este
libro como una especie de "regreso" simbólico a México. Incluso
más que el Corrido del eterno retorno que sirve de texto
introductorio, los poemas y fragmentos de performances
localizados al final del volumen trazan una especie de
autobiografía emocional de Gómez Peña, que registra incluso su
actitud desafiante.

Más allá de sus exploraciones acerca de los cambios, resistencias e


inestabilidad de la identidad latina y mexicana, Gómez Peña
plantea la visión de que su performance es una especie de
"antropología inversa" que en lugar de representar la cultura de
"las minorías culturales" reenvía a la cultura dominante sus
representaciones raciales y culturales.

Gómez Peña y sus colaboradores se exhiben como "artefactos


humanos exóticos" a fin de que el espectador pueda meditar sobre
su propio "racismo hacia las culturas subalternas". Para el artista,
por tanto, el performance se concibiría como un "un teatro de las
patologías culturales de la globalización" que en última instancia
debería permitir redibujar la geografía y clasificaciones del centro
y periferia, el poder blanco y la "minoría cultural".

La compilación de Mexterminator no deja de tener un cierto filtro


local. Buena parte del libro consiste en textos que Gómez Peña ya
había publicado previamente en revistas y suplementos
mexicanos. Por otro lado, el libro tiene muy pocos guiones de
performances, por lo cual no acaba del todo de registrarla
extraordinaria habilidad de este artista para crear un falso
lenguaje exótico que toma indistintamente elementos de
espanglish, lfrancés, enguas pseudoindígenas y guturaciones
cariñosas y chispeantes.

Aunque ampliamente ilustrado, y hasta cierto punto lujoso, el libro


bien pudiera completarse en el futuro con un disco multimedia
que sugiera al lector la seductora peligrosidad de un artista que,
más allá de su significación política y argumental, suele ser
escénicamente impecable.

Pues, en todo caso, a Gómez Peña lo distingue ser por igual


político y estridente. Su arte no sólo es teóricamente preciso: no
hay que disputarle haber perseverado en ser estéticamente "loko".

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