Cruel and Tender. The Real in Twentieth-Century Photography.
Tate Modern, Londres, Inglaterra, hasta septiembre de 2003. Museo Ludwig, Colonia, Alemania, de noviembre a febrero de 2004. (Más información en: http://www.tate.org.uk)
El año pasado Andreas Gursky (Leipzig, 1955) visitó la Ciudad de
México. En impecables fotografías de enorme formato, característicamente dominadas por la fría artificialidad de un omnipresente orden geométrico, Gursky ha venido compilando vistas de fábricas, hoteles, casas de bolsa, aeropuertos, centros comerciales, agroindustrias y bloques de oficinas donde objetos, mobiliario, edificaciones, animales, plantas y personas se ajustan a la inagotable sed de acumulación de mercancías y servicios de la economía contemporánea. El mundo visto por el ojo de Gursky es un territorio conformado por las reglas de expansión, racionalización y repetición características del Siglo 20 tardío.
El viaje a México sirvió a Gursky para añadir a su catálogo otra
panorámica interminable del proceso descocado de la producción, la distribución y el consumo: una perspectiva vertical, delirantemente regular y plana, de los enormes tiraderos de basura al oriente de la capital mexicana. Este es el paisaje de una desolación en masa apenas salpicado por las notas de color de los objetos de plástico, los letreros de empaques putrefactos de una caja de "bananas" y las botellas vacías de refresco, y que esconde en el horizonte de un opaco cielo gris-smog la hilera oscura de los jacales de los pepenadores.
No voy a negar que la imagen de Gursky llamó mi atención en
parte por la implicación de una división simbólica del mundo donde "globalización" significa la concentración en el norte del infinito supermercado y la ubicación en el sur de la megalópolis de los desechos. Pero también me sentí interpelado por el modo en que una imagen como esta sintetiza algunos de los valores definitorios del gusto contemporáneo por "lo fotográfico", donde la estetización de "lo real" parece haber descartado los últimos registros de teatralidad clásica de la estética del "momento decisivo" para ostentar, en cambio, su inclinación por una tradición de imágenes definidas por la noción del registro objetivo de paisajes, hombres y objetos reducidos a "cosas".
Ese cambio de referencias está en la base de la selección y
montaje de Cruel y tierno en la Tate Modern, pero en última instancia es uno de los vectores que constituyen lo que, con una frecuencia tan excesiva como escasamente meditada, tendemos a cifrar cuando hablamos del carácter "conceptual" de la estética contemporánea. Lo que registramos es, entre otras cosas, la condición al mismo tiempo desapegada, sistemática y sucesiva de una clase de visualidad que ya no sólo considera lo fotográfico como una especie del documento, sino que suele remover cuidadosamente todo indicio visible del sentimiento del "autor" a favor de la capacidad descriptiva del instrumento de la cámara. Para usar las palabras de la curadora Emma Dexter, esta es una fotografía que se ejerce bajo el "oximorón" de un "compromiso con la temática que involucra al mismo tiempo una distancia o extrañamiento con su presentación". El efecto de esta nueva estética dominante es una brusca alteración de nuestra visión genealógica de la historia fotográfica.
La exposición Cruel y tierno desplaza completamente el triple
canon de las raíces vanguardistas de la fotografía modernista: el "realismo" fotográfico ya no proyecta sus raíces hacia la "nueva visión" Bauhaus y constructivista de la belleza de la máquina, el repertorio profético/nostálgico de los hallazgos urbanos de la estética surrealista, y la tradición francesa del fotorreportaje de Magnum y Cartier Bresson.
La fotografía contemporánea tiende ahora a reclamar una historia
fundamentalmente germano-americana. Se identifica a tal grado con el proyecto de formar un "catálogo social" que, en distintas formas, llevaron a cabo August Sander, Albert Renger-Patzsch y Walker Evans en el periodo de entreguerras, que puede darse el lujo de incluso prescindir del precedente del recorrido de calles y monumentos parisinos de Eugene Atget. Su nudo histórico es la herencia anti-formal de la visión decadente de los estadounidenses que, en los años 50, llevó a cabo el suizo- americano Robert Frank. El sustento de esta renovada "nueva objetividad" es el diálogo entre la banalidad del espacio y arquitectura industrial y la anti-estética del retrato de tipos y clases sociales. Un doble camino que conduce por un lado a los catálogos de tinacos y fábricas de los Becher, los desolados multifamiliares de Michael Schmidt y los desiertos urbanos de Lee Friedlander, y por otra vereda lleva de las fotos de inauguraciones de arte de Gary Winogrand de fines de los años 60, a la colección de monstruos de los retratos de Diane Arbus y el esplendor deprimente de los vagabundos postsocialistas de los 90 del ucraniano Boris Mikhailov.
Más que "lo real", Cruel y tierno delinea un conjunto de formas de
fotografía definidas por la alergia radical por el aura benjaminiana. Por exclusión, hace evidente la importancia que tuvo el gusto por una poética de lo efímero en la conformación de la fotografía modernista. El nuevo código de la fotografía del sublime social se reconoce por su absoluta independencia ante los modelos heredados de la pintura histórica: captura instancias y ya no instantes, puntos en la cuadrícula de una estadística y no eventos alegóricos o gestos de un drama espontáneo.
Es quizá por eso que el basurero de Gursky no es tanto un icono
de la Ciudad de México, sino la marejada de un basurero universal. No es "este" basurero, sino sólo el estándar de un basurero. En su función de testigo impasible, quiere sugerir que la fotografía ya no puede reportarnos el significado específico de "un lugar", pues lo único que compila (y con una precisión técnica pavorosa) es el no- significado de "cualquier lado".