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LA NOVELA DESDE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX HASTA 1939

Contexto histórico

El comienzo del siglo XX ha sido uno de los periodos más convulsos de la historia humana por
la cantidad e intensidad de las transformaciones que se operaron. La consolidación del capitalismo
industrial favorece a una burguesía que se va convirtiendo en hegemónica mientras que el proletariado va
organizándose y estalla en revueltas como la Revolución rusa (octubre de 1917). A los años de
prosperidad que sucedieron a la I Guerra Mundial (la belle époque) sobrevino el crac bursátil del 29, que
contribuyó al crecimiento y auge de los totalitarismos. Por su parte, el pensamiento europeo hasta 1930
viene marcado por el auge de los irracionalismos (a veces impregnados de psicologismo) y los
movimientos de vanguardia, mientras que las sucesivas crisis y contiendas de este periodo tan tumultuoso
conducen al surgimiento de la angustia moderna y a posturas existencialistas que cuestionan los excesos
del maquinismo.
En España, el siglo arranca unos años antes con el “desastre” de 1898, pérdida de las colonias
casi al final de la regencia de María Cristina de Habsburgo. Durante el reinado efectivo de Alfonso XIII
hay cierto desarrollo en las zonas industrializadas, progreso que no evita que el sistema turnista de la
Restauración favorezca el ejercicio del poder de la oligarquía y los caciques. La respuesta obrera ocasionó
revueltas como la Semana Trágica de Barcelona. El pronunciamiento militar de Primo de Rivera en 1923
desemboca en una dictadura de ocho años tras los cuales sobreviene la II República (1931), cuando las
tentativas de reforma profunda del país se ven truncadas por la guerra civil (1936-1939).
Paradójicamente, la cultura española vive una llamada “edad de plata”.

Modernidad y nacionalismo. La novela noventayochista

La estela del realismo y el naturalismo practicado a finales del XIX por Pérez Galdós o Emilia
Pardo Bazán va paulatinamente dejando paso a una nueva novela, más interesada por la interioridad de
los personajes y sus indagaciones acerca del sentido de la vida, donde la perspectiva de estos sobre la
realidad predomina sobre la elaboración de una trama (con lo que la novela adquiere tonos cercanos al
ensayo). La preocupación por el ser tendrá su proyección comunitaria en un interés por la sociedad
española que sobreviene al desastre, e indagará en las causas que han llevado al país a su postración, hasta
concluir el valor que la tradición o la intrahistoria (simbolizada en el paisaje castellano) deben tener en
cualquier intento regeneracionista. No obstante este afán de mejora, de querencia anarco-socialista,
muchos de estos autores evolucionan hacia un pensamiento escéptico, no exento de tintes conservadores.
A los relatos modernistas de Rubén Darío o de Valle suceden novelas de corte impresionista que
anuncian una renovación cuya fecha clave de eclosión es 1902, cuando se publican “Amor y pedagogía”
(Unamuno), “Camino de perfección” (Baroja), “La voluntad” (Azorín) y la “Sonata de otoño” (Valle-
Inclán). El movimiento que aglutina a estos autores suele denominarse Generación del 98.

Cabecilla intelectual del 98, el bilbaíno Miguel de Unamuno muestra en su obra una honda
preocupación por el sentido de la vida, entendida como conflicto (“agonía” en su sentido etimológico), lo
que le generó crisis existenciales por no poder encontrar la paz espiritual, en paralelo a la España del
momento. Sus novelas suelen caracterizarse por el predominio de las ideas (el marco espaciotemporal
apenas es relevante), expuestas por medio de la penetración psicológica en el mundo interior de sus
personajes, cargados de contradicciones y no pocas veces marcados por la angustia, expresada mediante
mucho diálogo y monólogo.
Con “Niebla” (1914) inaugura el subgénero de la nivola. Su protagonista, Augusto Pérez, se
enfrasca en una historia de amor que está a punto de llevarlo al suicidio romántico, momento en que
intuye con terror que puede tratarse de una criatura de ficción. Al advertir este hecho, se entrevista con
Unamuno, ante quien defiende que la criatura ficcional está más viva y merece más libre albedrío que su
creador (con las implicaciones metafísicas que ello conlleva). Tres años posterior, “Abel Sánchez” aborda
el tema del cainismo, mediatizado por la confrontación entre ciencia y arte. “La tía Tula” trata el tema de
la maternidad frustrada y reflexiona sobre la condición femenina de la época, con una protagonista que se
rebela contra el destino que se le quiere imponer. Finalmente, “San Manuel Bueno, mártir” (1930) son las
supuestas memorias de una “evangelista” (Ángela Carballino) que relata los “milagros” de un párroco,
quien le confiesa que se siente incapaz de creer en Dios pero no por ello mantiene viva la fe de sus
feligreses; esa contradicción entre lo devoto y lo racional está recorrido de hondo simbolismo.
La producción narrativa del gallego Ramón del Valle-Inclán comienza por una etapa
modernista, con abundancia de elementos sensoriales, sentimentalidad llevada al extremo y cierto resabio
modernista. Su principal obra de este periodo serán las cuatro “Sonatas”, que recorren la vida de su
protagonista, el marqués de Bradomín (“feo, católico y sentimental”), vida cuyos vértices son el erotismo,
la religión y la muerte. En su etapa histórica reconstruye episodios más o menos recientes, como en su
trilogía “La guerra carlista”, todavía teñida de nostálgica visión conservadora. La etapa esperpéntica (a
partir de 1920) supone una visión deformada de la realidad donde lo grotesco se vuelve norma,
mitificando así asuntos zafios cuando no vulgares, como en la feroz sátira del reinado de Isabel II que
plasma en “El ruedo ibérico” o la ridiculización de los caudillos americanos de “Tirano Banderas”,
pionera del género “novela de dictador”, al tiempo que prodigio en el manejo del idioma.

Pío Baroja dejó pronto su San Sebastián natal para instalarse en Madrid, donde comenzó a
publicar novelas marcadas por la descripción impresionista de ambientes (que a menudo solapa las
visiones de personaje y narrador), la huida de cualquier preciosismo estilista, la abundancia de diálogo y
personajes que oscilan entre el mero espectador y el hombre de acción. Hasta 1912 merecen destacarse
“Camino de perfección”, viaje espiritual de su protagonista de la abulia a la voluntad; la trilogía “La lucha
por la vida”, de marcado darwinismo social y ambientación en los bajos fondos, y “El árbol de la
ciencia”, reflejo de la desorientación existencial de Andrés Hurtado (trasunto semiautobiográfico) y el
dolor que sigue al desengaño de haber depositado la esperanza en la ciencia. En una segunda etapa
reconstruye episodios históricos españoles a través de la vida de un familiar, en las veintidós novelas que
constituyen las “Memorias de un hombre de acción”.

El paso del tiempo (y la angustia que sigue al constatarlo) y la creación artística son los dos
temas dominantes en las novelas de Azorín. “La voluntad” o “Las confesiones de un pequeño filósofo”
conjugan el carácter autobiográfico con el pesimismo filosófico (aprendido de Schopenhauer) y el
vitalismo nietzscheano. La descripción, minuciosa y morosa, junto a la frecuente aparición de digresiones
aportan un ritmo lento que persigue detener el transcurrir inexorable de la existencia. En una segunda
etapa se vuelve menos revolucionario y novela el mito del Tenorio en “Don Juan”.

El novecentismo. La Generación del 14

Frente a la novela noventayochista se alza una prosa minoritaria, que se caracteriza por una
depuración estilística muy exigente y una huida de cualquier exceso sentimental, en una apuesta por un
estilo apolíneo, en consonancia con lo que en ese momento (en torno a 1914) están escribiendo Juan
Ramón Jiménez u Ortega y Gasset.

La novela de aliento lírico de Gabriel Miró va desde el decadentismo simbolista de “Las


cerezas del cementerio”, a relatos autobiográficos como el “Libro de Sigüenza” y novelas donde apenas
hay acción como “El obispo leproso”.

La densidad conceptual de la obra de Pérez de Ayala denota que su autor está más preocupado
por plasmar ideas que por construir una trama argumental basada en la peripecia. A obras de raíz
autobiográfica como “A. M. D. G” se siguen novelas poemáticas como “Prometeo” y novelas
intelectuales donde la reflexión filosófica es la nota predominante, como en “Tigre Juan”.

El gran promotor y cultivador de la vanguardia europea fue Ramón Gómez de la Serna, creador
de la greguería, y escritor de novelas humorísticas (“El torero Caracho”, parodia del arquetipo viril
asociado a la tauromaquia) o eróticas (“Senos”).

Otros autores

Menos conocidos, pero igualmente interesantes son las figuras de Benjamín Jarnés, pionero de
la novela deshumanizada y autor de la experimental indagación sobre el sentido de la vida “Locura y
muerte de nadie”, y los novelistas sociales Max Aub o Ramón J. Sender. Entre las prosistas femeninas
conviene no olvidar a la realista Concha Espina, la protofeminista Carmen de Burgos o María Teresa
León.

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