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DE

LOS MUCHOS UNO:


EL FEDERALISMO EN EL ESPACIO IBEROAMERICANO

Carole Leal Curiel


Universidad Simón Bolívar
Instituto de Investigaciones Históricas-Bolivarium

En lo que sigue se presenta una reflexión comparativa sobre la


irrupción del concepto federal-federalismo y su evolución durante
la primera mitad del siglo XIX en el escenario político del espacio
iberoamericano. El análisis es el resultado del aporte de autores
provenientes de nueve países: Nora Souto, Argentina-Río de la
Plata; Ivo Cóser, Brasil; Dina Escobar, Chile; Clément Thibaud,
Colombia-Nueva Granada; José María Portillo, España; Alfredo
Ávila, México; Alex Loayza y Cristóbal Aljovín de Losada, Perú;
Fátima Sá, Portugal y Fernando Falcón, Venezuela.
El trabajo examina dónde y cómo se hizo uso del concepto
federal/federalismo en el lenguaje político del ámbito
iberoamericano durante el siglo XIX con miras a mostrar las
diferencias más significativas dentro de ese espacio político-
cultural: ¿qué es lo que se polemiza cuando se discurre sobre una
confederación/federación?, ¿cómo esos actores elaboran,
moldean y se apropian de esa experiencia histórica? Analizar el
concepto federal/federalismo desde el enfoque de la historia-
conceptual implica evaluar tanto las modalidades de las
apropiaciones que hacen los actores involucrados de las
circunstancias políticas cambiantes de la época, como mostrar
las diferentes capas de significaciones que se fueron asentando
para conformar la historia de ese concepto.
En el caso del concepto federal/federalismo hay que señalar
de entrada tres advertencias: primera, su ingreso exitoso en el
vocabulario político iberoamericano se ubica de 1810 en
adelante, para lo que rastrearemos su evolución semántica hasta
mediados del siglo XIX; segunda, el concepto se registra en un
conjunto de duplas (confederación/ federación;
confederal/federal), nominales y adjetivales, lo que le confiere a
esta voz la ausencia de fronteras léxicas definidas a lo largo del
siglo XIX a través de las cuales conviven significaciones
diferentes; tercera, desde el principio el concepto discurre en
América en abierto antagonismo con el pensamiento centralista
que abreva del anhelo hispánico ilustrado de la monarquía
unitaria, el ideal del gobierno único (N.S.-Argentina/J.M.P.-
España).
La evolución del concepto discurre dos momentos distintos en
los que cohabitan diversas inflexiones al debatir el concepto. Así
podemos distinguir, más allá de las cronologías políticas
particulares de cada uno de los espacios considerados, dos
etapas que permiten identificar los primeros usos, giros y
eventuales rupturas y resemantizaciones. La primera de ellas,
1808-1830, caracterizada por la acefalía del reino que conduce a
reflexionar sobre las formas de preservación política, por las
guerras independentistas y, más tarde, por la disolución del
vínculo con la monarquía con la consecuente recomposición de
esos espacios políticos y el triunfo de la forma de gobierno

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republicana –lo que separa definitivamente a Europa de América
con excepción de Brasil–, así como por la adopción, precaria
políticamente, de constituciones de tendencia federal en algunas
regiones: Venezuela, Nueva Granada, México. Durante ese
primer momento emerge el concepto dupla
confederación/federación, polémico desde sus comienzos, en
abierta confrontación con la idea de un poder central, uno e
indivisible. La segunda etapa, que se extiende desde 1830 y
alcanza, en algunos casos, más allá de los años 60 del siglo XIX,

se caracteriza por la institucionalización de gobiernos


republicanos (salvo en España, Portugal y Brasil) en regímenes
representativos, oscilantes entre el arreglo político federal o
central, y la minoración de las tensiones iniciales inherentes a la
apropiación que se hizo del concepto.
En ambas etapas coexisten tres inflexiones que se acentúan
más en un período que en otro, aunque éstas no corresponden a
una evolución cronológica. La primera de ellas está marcada por
el hecho de que el debate hispanoamericano corresponde a la
reflexión teórica-práctica que discute sobre cómo combatir el
despotismo, cómo preservar la autonomía frente al poder central,
así como discurre en torno al centralismo en tanto amenaza
análoga al despotismo monárquico y al despotismo militar, al
tiempo que evalúa el problema “práctico” de la organización del
Estado. Para ese debate, el referente teórico-político fundamental
es el de los Estados Unidos del Norte, aunque otros ejemplos
forman también parte del corpus modélico que va perfilando el
concepto: la Confederación Helvética, la Confederación

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Germánica, las Provincias Unidas de Holanda, etc. La
confederación/federación emerge como una de las soluciones
para la desconcentración del poder y, en consecuencia, para
ampliar las libertades, lo que potencia la posibilidad de controlar
la eventual usurpación del poder. La segunda inflexión, inscrita
igualmente en el ámbito de combatir el centralismo, aunque con
matices entre los espacios que adoptan la forma republicana y
aquellos que preservan la monárquica, muestra cómo a través de
la dupla confederación/federación en realidad se vehiculan las
ansias autonomistas (o de independencia absoluta) de algunas
provincias. La tercera y última concierne a la “despolitización”
del concepto a través del cual se produce un deslizamiento de
significación para restringirlo a la esfera de un arreglo político-
administrativo para ampliar la autonomía de las localidades
(provincias, estados, municipios) en el marco de un ordenamiento
político unitario.

I.- La ambigüedad léxica: confederación y federación


La distinción conceptual y política entre confederación y
federación no es nítida en la primera mitad del siglo XIX. Por el
contrario, la irrupción en el escenario político del concepto
federación está marcada por el uso, intercambiable y simultáneo,
del sintagma confederación como equivalente de federación y
viceversa. Va a ser en el debate político y a través de la
construcción de las experiencias políticas del período cuando
aparecen los rasgos incipientes de distinción semántica entre uno
y otro.

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El concepto dupla confederación/federación emerge en
Iberoamérica al calor de la crisis que produjo la ocupación
napoleónica en la Península. Los primeros usos se van a insertar
dentro de la tradición del conocimiento histórico, la formación
clásica que cultivaron los actores-autores acerca de las antiguas
confederaciones sobre la que se asientan, gradual y
articuladamente, la reflexión estimulada por el “nuevo
1
republicanismo de Montesquieu” y la fascinación o violento
rechazo que ejerce en el espíritu de la época el “invento” de los
angloamericanos del Norte. El triunfo intelectual del concepto en
el mundo hispanoamericano, a diferencia de España, Portugal y
Brasil, se revela en la virulenta y temprana aparición de los
sintagmas confederación/federación, federal/confederal, sistema
federaticio/sistema federativo, empleados indistintamente para
significar las concepciones del poder y a través de los cuales se
encauzan conexamente dos debates: el que concierne a la forma
de gobierno –la república y en particular la república federal en
antagonismo tanto con la monarquía como con la república una e
indivisible–; y el relativo, en virtud de la acefalía del trono y la
retroversión de la soberanía, a la definición del sujeto portador
de la soberanía. Triunfo intelectual; no así político. Pocos fueron
los espacios en los que el arreglo federal queda
constitucionalmente consagrado durante el período evaluado:
Venezuela (1811), Nueva Granada (1811), experiencias ambas de

1
SHKLAR, Judith (1990): “Montesquieu and the New Republicanism”:
Machiavelli and Republicanism, BOCK G., SKINNER Q, VIROLI M., ed.,
Cambridge, Cambridge University Press, pp. 265-279.

5
breve duración que desembocan –entre otras razones, a causa de
la guerra– en Estados centralistas; México (1824); y Argentina
(1831/1853).
El examen de las primeras apariciones del concepto revela el
predominio del uso, simultáneo e indiferenciado, del concepto
dupla: confederación/federación, confederal/ federal, sistema
federativo/sistema federaticio. Este penetra en el vocabulario
político durante las postrimerías de la primera década del siglo
XIX, a partir de 1808-1810, en España, Nueva Granada,
Argentina, Chile, y Venezuela; más tarde, empezando la tercera
década del siglo, en México, Perú, Brasil y Portugal. Este cobra
significación en el contexto de la crisis monárquica derivada de la
ocupación napoleónica en la Península; posteriormente, en el
fragor de definir una nueva identidad política tras los procesos
independentistas y de ruptura política, aunque los espacios,
americano y peninsular, siguen derroteros distintos.
Durante el período analizado no hay marca léxica específica
entre la confederación y la federación; ambas se producen
simultáneamente y son intercambiables, aún cuando sí se origine
la distinción semántica entre una y otra realidad política sobre
todo discurrida a la luz de la experiencia de los angloamericanos
del Norte, tal como se observa en Nueva Granada (Miguel de
Pombo, 1811), Venezuela (Gazeta de Caracas, 1811), Chile
(Camilo Henríquez, 1812), Brasil (Bernardo Pereira de
Vasconcelos, 1834), Argentina (Juan Bautista Alberdi, 1852),
espacios en los que se expresa la diferencia entre la alianza

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temporal y la permanente que implica un pacto de cesión de
soberanía entre las partes en acuerdo.
Consideración aparte merecen España y Portugal. En España,
el concepto dupla, de temprana aparición (1808-1812), adquiere
una significación que está asociada, primero, al miedo que
representa la multiplicación de Juntas puesto que debilita la
lucha común contra el invasor; y poco después, a la amenaza que
representa la solicitud de la diputación americana de ampliar la
representación de las provincias de ultramar en tanto ésta no
solo atenta contra la unidad de la monarquía sino que, además,
imposibilita la extensión de las medidas liberales al conjunto de
la monarquía (Agustín Argüelles, 1811, 1813). Pero en España,
luego de un prolongado silencio, el debate sobre el federalismo
irrumpe nuevamente a finales de los años treinta cuando toma un
cariz completamente distinto al del doceañismo, identificándose
hacia 1835-1840 el federalismo con la república (JFF-España). Y
al calor de la tendencia a favor de una republica federal se
propone –como se hace también en Portugal– la idea de la
Federación Ibérica. En Portugal, el proceso reviste una doble
singularidad. Aunque el concepto es prácticamente omitido
durante el trienio liberal (1820-1823), sus primeras ocurrencias
durante la coyuntura vintista se conjugan en una doble
connotación: en sentido negativo en las Cortes Liberales de 1821-
1822 y en respuesta al proyecto de reforma del Imperio de los
diputados paulistas de Brasil, propuesta que es interpretada, a
semejanza de lo ocurrido en España durante las Cortes de Cádiz,
como una amenaza a la integridad de la monarquía liberal; y en

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sentido positivo en algunos periódicos liberales (Astro da
Lusitânia y O Campeão Português em Lisboa), en los que se
aborda la posibilidad de una alianza ibérica como una salida a los
peligros externos que atentan contra la supervivencia de los
regímenes constitucionales de la Península. La idea de la unión
ibérica constituye, a partir de 1830, una de las vertientes en la
manera como se trata el federalismo y se la concibe como una
necesidad inevitable para garantizar el régimen constitucional-
liberal consagrado en la Constitución de 1826. Los proyectos
posteriores de una federación (1840 en adelante), discurridos en
clave republicana, primero son imaginados como unión ibérica en
una república federativa para preservar la independencia, en la
que no parece haberse originado una ruptura semántica del
concepto durante el período considerado. Más tarde, el
federalismo se expresa en lo tocante a la reorganización interna
de Portugal en el proyecto utópico de Henriques Nogueira,
“figura clave del pensamiento republicano”, el cual concibe al
municipio como “tudo ou quase tudo na nossa organização
política” (F.S.-Portugal).
La característica de la indiferenciación léxica entre
confederación/federación, a pesar de haberse producido el
desplazamiento semántico, perdura en América a lo largo del
período. La evolución cronológica del registro legislativo revela la
permanencia de esa indistinción a través de la cual conviven dos
sentidos distintos: el del pacto o alianza temporal para fines
defensivos y ofensivos; el de la cesión y coexistencia de
soberanías compartidas. No obstante, en el dominio léxico el

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asunto se conserva difuso: se emplea confederación para
significar federación, federación para significar confederación, y
federación y confederación para significar propiamente
federación y confederación.

II.- Entre república y monarquía: el arreglo federal


Detrás del concepto subyacen diversas estrategias de
argumentación política así como un denso debate teórico-político
sobre cómo organizarse ante la “orfandad” y cuál es la fuente que
da origen al poder legítimo, temas que están al centro de la
reflexión en los inicios de la crisis política de la monarquía.
Fragilizado primero y luego roto el vínculo con el centro político
fundamental, el espacio hispanoamericano confronta el problema
de la recomposición de los nuevos centros políticos a través de
los que se articularían las unidades administrativas que formaban
parte del conjunto de “pueblos”, provincias y reinos
pertenecientes a esa unidad mayor que era la Monarquía, lo que
no sólo arrastró el problema de las divisiones, fracturas y
recomposiciones de los espacios preexistentes, sino que también
puso a discutir aspectos clave: ¿quién debía ejercer el poder?,
¿quién podía ejercerlo legítimamente?, ¿cómo debía ejercerse?
Esto es, el problema del sujeto portador de la soberanía y el de la
forma de gobierno. Es justamente en ese clima que los
hispanoamericanos recurren a examinar los referentes históricos
políticos disponibles; de allí que los textos invoquen “ejemplos”,
“modelos” políticos sacados tanto de la antigüedad como de las
experiencias más recientes.

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La discusión del concepto toma dos rutas: la republicana con
la defensa de república federal, la que es recorrida
esencialmente por el espacio hispanoamericano y a partir de
1835 en adelante por las propuestas de una república federal y
de una federación ibérica formuladas en España y Portugal; y la
monárquica, con los intentos enunciados en Brasil para el
establecimiento de una monarquía federal y la sanción de leyes
con elementos federativos en el marco de un régimen
monárquico unitario.
La ruta republicana cursa temprano (de 1810 en adelante) en
Venezuela, Nueva Granada y Argentina. La idea de república
federal no deja de estar presente en esos espacios a lo largo del
período evaluado; a veces fue silenciada por las exigencias de la
guerra, pero una vez alcanzada la paz y lograda la ruptura
definitiva con España, reaflora el problema del arreglo federal
para la república. En México, Perú y Chile, la asociación entre la
forma de gobierno republicano y el federalismo se produce en la
década de los años veinte del siglo XIX, tras declarar sus
respectivas independencias. En Hispanoamérica, la discusión
sobre la forma de gobierno republicana se desarrolla en tensión
entre los defensores de una concepción de la organización del
poder sustentada sobre la indivisibilidad de la soberanía, la
república una e indivisible, y quienes apoyaron la distribución del
poder y el reconocimiento de las soberanías compartidas. Este
debate tuvo lugar durante los Constituyentes y a través de la
prensa, y su discusión se extendió en torno a un conjunto de
tópicos, insistentemente retomados a lo largo del siglo, a través

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del cual se asoció el arreglo federal con la república. Tópicos en
los que se argumenta que la república federal es el antídoto
contra el despotismo (tanto el monárquico como el militar), o se
establece una asociación entre centralismo como equivalente de
despotismo; o una relación de correspondencia entre fortaleza
externa y paz interior con el impulso del comercio y, en
consecuencia, con la potencial prosperidad de las repúblicas; o
bien se asocia la república federal con el mejor arreglo para
asegurar la libertad.
La república federativa, sustentada en la Constitución de los
Estados Unidos, “la más conforme a los principios fundamentales
de libertad; la más propia a las mejoras en la ciencia de la
legislación” (El Cosmopolita, 14-09-1822), constituye el modelo a
seguir entre los partidarios del arreglo federal en Chile (1824-
1827) y es el ejemplo al cual acuden en Venezuela (Juan Germán
Roscio, 1811), Nueva Granada (Miguel de Pombo, 1811), Perú,
(1836-1839), España (El Huracán, 11-II-1841), Portugal (1848).
En Brasil, una vez alcanzada la independencia y a diferencia del
ámbito hispanoamericano, el federalismo asociado a la república
tiene presencia en dos momentos: con la corriente de los
Farroupilhas –tendencia política opuesta a los defensores de una
monarquía federal con nula presencia en el Constituyente de
1823–, la cual considera compatible el federalismo sólo con la
república “en la medida en que la federación implicaba una
transferencia de poderes para la sociedad” ; y luego con los
movimientos republicanos que intentan establecer una república
federal, primero en Pernambuco en julio de 1824 (Confederación

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de Ecuador) y, años después, en la provincia de Río Grande del
Sur en 1835 (I.C./Brasil).
Al centro de la discusión sobre la organización de la forma de
gobierno republicana en la que se admitan soberanías
compartidas, se plantea la tensión entre unitarios o centralistas y
los federalistas o defensores de la Unión; tensión a través de la
que se expresa el problema de la concepción de la Unión, los
grados de ella, en la cual coexisten, a través de la ambigüedad
que expresa el concepto dupla, diversas posibilidades sobre cómo
entender la naturaleza del arreglo:

(a) El gobierno de la Unión en tanto pacto entre partes


distintas y separadas en clara contraposición con la unidad
entendida como un todo (Nicolás de Tucumán, Argentina,
1813);
(b) El pacto federal que supone un poder central fuerte para
la defensa común externa y que obligue al cumplimiento de
las obligaciones entre las partes federadas (Antonio Nicolás
Briceño, Venezuela, 1811).
(c) Unión de varios estados soberanos coordinados para la
defensa militar, establecimiento de las relaciones exteriores y
firmar acuerdos comerciales, lo que supone la coexistencia de
soberanías con distribución de facultades de gobierno “del
centro a la periferia” (México, 1824 en A.A./México).

Un caso singular, que sintetiza bien el alcance de esa tensión,


lo constituye el arreglo constitucional de Venezuela en 1830.
Separada de la república de Colombia, y después de haber
experimentado el férreo centralismo, se acoge por una solución
mixta o “sistema centro-federal” que busca concertar ambos
grados de unión: “…todo lo ruinoso del sistema absolutamente
central, y la necesidad y la conveniencia de establecer uno que

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no fuese el puramente federal, pues aunque conocían ser el
mejor y el complemento del sistema republicano, creían que por
la falta de luces y de población […] no debía por ahora pensarse
en ello. Probóse que el sistema mixto de centralismo y federación
era el más propio para Venezuela […], bajo este sistema centro-
federal había más ligazón entre los Altos Poderes de la Nación y
los de las Provincias…” (Actas del Congreso Constituyente de
1830, sesión de 13 mayo de 1830). Esa Convención acuerda que
“el Gobierno de Venezuela sea centro-federal o mixto” (idem). La
solución de 1830 representa –afirma Fernando Falcón– un
“modelo, único en América hispana durante el período […], pues
se pasa de la dicotomía federación-centralismo a la adopción de
un modelo mixto, que concilia las ventajas de ambas formas de
organización del Estado, lo que a su vez coloca la discusión
teórica en términos originales” en tanto “no habrá en Venezuela
un partido centralista en oposición a los federalistas, sino más
bien dos concepciones del federalismo en pugna, las cuales
diferían sólo en relación con la oportunidad y la profundización
del modelo”.
La ruta monárquica, en la cual se vincula la posibilidad
federal con la forma monárquica, sólo tiene presencia en
Iberoamérica, primero a través de la propuesta de los diputados
paulistas en el Constituyente de Lisboa de 1821, la cual puso
sobre el tapete una concepción dual del Imperio, conformado por
“os povos do Brasil e de Portugal” en contraposición con la
“integracionista”, defendida por los diputados de Portugal, para
la que el Imperio Portugués constituye una sola nación; más

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tarde, una vez que Brasil se independiza de Portugal, en la
corriente que concilia federación con monarquía en los debates
del Constituyente de 1823. No obstante el fracaso político inicial
de tratar de instituir una monarquía federal para Brasil, el
proyecto se retoma en 1831 con la proposición de reforma
constitucional. En el seno de esta corriente y a lo largo del siglo
priva una concepción que aboga por la radical autonomía de las
provincias para la organización de sus asuntos internos y defensa
de sus intereses la que se expresa en dos tendencias, ambas en
confrontación contra los defensores de la monarquía unitaria: la
primera, con mayor énfasis entre 1823 y 1830, concibe que el
poder soberano reside en las provincias y que la “nación está
formada por los estados que la componen”, lo que supone la
precedencia de las provincias en el arreglo constitucional
propuesto. En la segunda, la autonomía se enfatiza en torno a la
transferencia de atribuciones hacia el poder local hasta alcanzar
los municipios. El elemento sustantivo de la corriente federalista
brasileña que vincula la federación a la forma monárquica, lo
constituye la concepción que defiende la participación del
ciudadano activo en los asuntos públicos (I.C.-Brasil). La
asociación entre el poder soberano de las provincias y la
confederación/ federación, característico al desarrollo del
concepto en Brasil, subsiste aún después de haberse producido el
giro semántico del concepto en 1834, lo que ocurre a la luz de la
comprensión del tránsito que se produce entre 1778 y 1787 en la
experiencia de los angloamericanos que asentó la distinción entre

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“gobierno federal” y la actuación del gobierno “nacional” (El
Federalista, nº XXXIX).

Del mismo tenor y también inscrito en el ámbito de discurrir


contra las tendencias centralistas, sea en clave monárquica o en
republicana, la politización del concepto se expresa, además, a
través de las demandas provinciales, cuando no de mayor
autonomía, de independencia absoluta. Tras la polémica del
concepto subyace otra estrategia discursiva que plantea la
tensión entre quienes respaldan un pacto cuya naturaleza supone
la adopción de soberanías compartidas y quienes pugnan por la
preservación de las soberanías de los pueblos, ciudades capitales
y/o provincias. Varios de los ensayos muestran esa tensión. En la
república de Colombia, por ejemplo, en las postrimerías de la
década de los años 20, el federalismo busca legitimar el poder
local frente al “despotismo” de Bogota poco antes de la
desintegración de esa república (C.T.-Colombia). En Chile, la
autonomía regional, que se expresa en un marcado
anticentralismo y con la autodisolución del Congreso de 1824,
termina instituyendo la “federación de hecho” (D.E.-Chile). Y en
Río de la Plata, observa Nora Souto, tras la voz confederación en
1811 se encubre la decisión de independencia absoluta de la
provincia de Paraguay de la Junta de Buenos Aires
A diferencia de los casos precedentes, en España, la
cuestión de la autonomía que se debate durante las Cortes de
Cádiz no se inserta en la polémica para contrarrestar el peso del
poder central, sino que se modela en atención al anhelo ilustrado
de agregar distintos cuerpos en un solo cuerpo político nacional.

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Durante el Constituyente gaditano, aún cuando la nación se
define de manera unitaria, se admite –afirma José María Portillo–
la “existencia dentro del cuerpo político común de otros cuerpos
que se “autoadministran y gestionan sus propios intereses”. El
“elemento federal” presente en esa Constitución no sigue la
dirección del sentido que va adquiriendo a partir del “invento” de
los angloamericanos, pero apunta a mostrar, que al significado
tradicional “derivado de foedus y relativo al pacto y fe mutua
entre varias partes de un todo político” se le incorpora el de la
“existencia de cuerpos políticos articulados constitucionalmente
y que tienen atribuido un ámbito propio de actuación y gestión
políticas” (JMP-España). Esa concepción de reconocer
constitucionalmente la existencia de cuerpos políticos con acción
política propia marca una división entre los liberales españoles
que se extiende durante buena parte del siglo XIX.

III.- El elemento federal en el gobierno central: la deriva


descentralizadora
Una tercera inflexión destaca del conjunto de ensayos, la que
concierne a un deslizamiento de significación del concepto
circunscrito a un acomodo político-administrativo de ampliar la
esfera de acción de las localidades (provincias, estados,
departamentos, municipios) en el marco de un ordenamiento
político unitario en el que no está en juego el problema de las
soberanías compartidas.
La traslación se expresa según las circunstancias políticas
de cada lugar; sin embargo, comulgan en que tiende a vincular
las demandas de autonomía, en tanto expresión de un arreglo

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político-administrativo de extender la representatividad, como un
elemento federal que, en el contexto de un orden centralista,
busca contrarrestar el peso del Ejecutivo tal como se observa en
Perú durante el debate sobre el proyecto de reestablecer las
Juntas Departamentales en 1855, que fueron finalmente incluidas
en la Constitución de 1856, pues con ellas se buscaba “en lo
administrativo, promover mejoras locales, y en lo político, tener
mayor representatividad local y ser un contrapeso al poder de los
representantes del Ejecutivo” (A.L./C.A.L/Perú).). Y en Colombia,
de 1830 en adelante con la separación del departamento de
Venezuela de esa república fecha para cuando van a aparecen los
primeros elementos institucionales que dan curso a las libertades
locales, instituyendo unas “Cámaras de distrito” en la
Constitución de 1830 “para la mejor administración de los
pueblos […], con la facultad de deliberar y resolver en todo lo
municipal y local de los departamentos y de representar en lo
que concierna a los intereses generales de la república” (art. 126
de la Constitución de 1830). Con la creación del Estado de Nueva
Granada en 1831, los constituyentes establecen “una
representación local por medio de las cámaras de provincia y de
consejos comunales elegidos”, decisión que Clément Thibaud
interpreta como la “síntesis liberal” de la concepción centralista
de la representatividad política y la concepción federalista de
aproximar los gobernantes con los gobernados, lo cual da lugar
posteriormente al acercamiento entre el liberalismo y el
federalismo. Luego, con el triunfo electoral presidencial de los
liberales en 1849, el viraje hacia la descentralización y la

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exaltación del poder municipal “reorganiza el federalismo de la
Independencia” en el marco de un cambio, de naturaleza liberal,
que admite la necesidad de “representar la diversidad de
intereses en una representación política justa […]”. La
multiplicación del número de provincias, la demanda de las
municipales de mayor autonomía administrativa para sí, parecen
indicar que los liberales buscan constituir el poder local en el
centro del ordenamiento político, con lo que “a través del
concepto de descentralización y la multiplicación de las
provincias se perfila la federalización de la república” (C.T.-
Colombia).
Por su parte, en Portugal, señala Fátima Sá, la concepción
de modelos federales para la organización interna con base en los
municipios –como la propuesta por Henriques Nogueira– buscan
contraponer la “centralización que caracterizó la administración
del Estado liberal instaurado a partir de 1834”.

- A modo de balance final


La historia del concepto federal/federalismo va de la mano con
las tonalidades que los agentes del espacio Iberoamericano
imprimen a la experiencia federal de los anglo-americanos; con
las apropiaciones, incluyendo hasta los más violentos rechazos,
que llegan a hacer de ella. A la vez, la historia de esa fascinación-
apropiación se engrana en la experiencia asentada dentro de la
armadura administrativa e institucional hispánica y las
reinterpretaciones que se van elaborando de ella, lo que confiere
al concepto su doble faz temporal, a caballo entre la experiencia
del pasado y su posibilidad –muchas veces expresada en términos

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de deseo– de realización futura. Quizá sea esa ambigüedad la que
le otorga al concepto la “ilusión” de su permanencia, su
reiteración en el tiempo que se expresa en el afán de reaflorar,
una y otra vez, a pesar del fracaso en su realización política en
Hispanoamérica.
Desde el momento que el concepto ingresa en los debates de
la opinión pública y en los Constituyentes se le reflexiona sobre la
base de los referentes a las antiguas y modernas
confederaciones; inicialmente inserto en la tradición de las
antiguas confederaciones va connotándose políticamente al
amparo de la experiencia de las confederaciones modernas y de
manera particular a la luz de la ruptura que introduce la
experiencia federal de los Estados Unidos. El tránsito se observa
cuando deja de estar asociado a una temática de política exterior
(a la idea de un pacto de unión externo) y se le piensa en
términos de la organización y el arreglo del Estado. En algunas
regiones –Venezuela, Nueva Granada, Brasil, Argentina, México,
Chile y Perú–, la resemantización del concepto, esto es, el
tránsito que se produce entre la comprensión intelectual del
problema de las soberanías en el molde de una confederación al
de una federación, se fragua al calor del “ejemplo” de los
americanos del norte, no obstante perviva la ambigüedad léxica y
el uso indiferenciado de la dupla confederación/federación y la
realidad política conduzca a recorridos, opuestos o distintos, al
modelo de los angloamericanos. El alcance de este modelo en el
espacio hispanoamericano a partir de la segunda década del siglo
XIX, quizá pueda explicarse por la circulación en Hispanoamérica

19
de la traducción hecha en Filadelfia de la obra La Independencia
de la Costa Firme justificada por Thomas Paine treinta años ha.
Extracto de sus Obras traducido del Inglés al Español por D.
Manuel García de Sena 2, la cual, además de la importancia que
tendría para el primer texto constitucional venezolano, pudo
contribuir al conocimiento de primera mano que se tuvo de la
Constitución de los Estados Unidos.
El proceso de resemantización no es parejo y marcha a
diferentes ritmos temporales, muy temprano en Nueva Granada,
Venezuela, regiones muy radicales y de quiebre precoz con la
forma monárquica de gobierno; medianamente tardío en México,
Brasil, Chile y Perú, y más tardío en Argentina. La aceptación
original de la superioridad del modelo de los americanos del
Norte se decanta con el paso del tiempo, a la luz de los fracasos
políticos de su adaptación (a lo que se incorpora dentro del
arsenal intelectual primigenio la lectura de Alexis de
Tocqueville), dando paso a un distanciamiento reflexivo que, en
algunos casos, produce la revisión del pasado español, o dudas
sobre las bondades de la forma republicana de gobierno, o el
examen detenido sobre el carácter y costumbres, tan distintos,
entre los hispanoamericanos y los angloamericanos. Sin
embargo, el concepto-modelo no por ello pierde su carga de
expectativas y aún años después de la década de los 50, diversos

2
GRASES, Pedro (1987): La Independencia de la Costa Firme justificada
por Thomas Paine treinta años ha, Caracas, Ministerio de Relaciones
Exteriores.

20
registros dan cuenta del vigor que sigue teniendo el seductor
ejemplo de los americanos del Norte.
La politización del concepto en el espacio Iberoamericano
guarda marcadas diferencias, unas corresponden al desencuentro
entre Europa y América; otras a los desencuentros en la propia
América. En Hispanoamérica, la forma de gobierno republicana
fija las bases para el debate sobre el ordenamiento político entre
el “centralismo exterminador” y la república federal. Su
evolución sigue una trayectoria dominada por el republicanismo
en la que se inserta la vertiente de la identidad política de la
república, exclusiva y excluyente, como sinónimo de federal. Muy
distinto cursa el proceso en la península: inexistente en España y
determinado por el rechazo unánime “a la hidra del federalismo”
durante el período gaditano. Esa ausencia inicial en parte puede
ser explicada por el doble legado ilustrado: el clamor por una
monarquía pensada como un cuerpo nacional, no fragmentado,
que diera vinculación constitucional a los distintos cuerpos (JMP-
España), aunque más tarde –finales de la década de los años
treinta– emerge con fuerza el debate en torno al ideal federalista
asociado a la república y a la propuesta de una federación ibérica
entre España y Portugal; asociación que da cuenta de la
transición del discurso de los liberales progresistas “hacia un
republicanismo de corte federal” (JFF-España). Durante la
coyuntura vintista (1820-1823) en Portugal y de manera análoga
a lo ocurrido en las Cortes de Cádiz, el rechazo al federalismo
está signado por el temor a la fragmentación de la unidad
monárquica. El posterior desarrollo del concepto se inserta en el

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seno de imaginar una federación o unión ibérica –una república
federativa–, para preservar las instituciones liberales de España y
Portugal. En contraste al resto del espacio iberoamericano, Brasil
constituye una singularidad no sólo porque la politización del
concepto se desarrolla principalmente al interior de una
corriente monárquica que no cuestiona la compatibilidad entre
monarquía y federalismo, lo que separa a Brasil del
republicanismo dominante durante la primera época en
Hispanoamérica y las corrientes republicanas federales
peninsulares surgidas en los años cuarenta; sino además, y en
marcada discordancia con Portugal, el concepto es de temprana
aparición y de mucha relevancia política durante todo el período.
Esa singularidad del Imperio de Brasil con respecto a
Hispanoamérica pueda tal vez explicarse por el traslado de la
Corte en 1808 a Río de Janeiro, que “retrasó” el cuestionamiento
a la monarquía.
Lo hasta aquí dicho sugeriría que la evolución del concepto
tiene mayor presencia en el ámbito hispanoamericano bajo la
impronta del republicanismo, lo que contrasta con el curso
seguido tanto en la península como en Brasil. El federalismo
asociado a la forma de gobierno republicana constituye, junto con
la indistinción léxica en la apropiación del concepto, uno de los
rasgos específicos que caracterizan su devenir durante el período
evaluado.

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