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HARUKI MURAKAMI. El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas.

Son dos novelas que tienen una redacción paralela, alternando los
capítulos de cada una. La primera se desarrolla en una enigmática
ciudad amurallada, llamada “el fin del mundo”, a donde llega nuestro
protagonista (que es el relator); pero no sabemos quién es, cómo se
llama, ni bajo qué circunstancias ha llegado. Nuestro amigo es
obligado a despojarse de su sombra, porque nadie puede habitar la
ciudad teniendo sombra. La muralla parece ser un organismo vivo
que vigila la vida y las funciones de todas las personas que habitan en
la ciudad. Disimuladamente, sin que se entere el guardián de la
ciudad, la sombra solicita al protagonista que levante un mapa de la
ciudad, porque cree poder encontrar una forma de evadirse, y para
que el protagonista no pierda también su corazón. “Yo pensaré cómo salir, pero tú esfuérzate por
encontrar el modo de salvarte a ti mismo. Eso es prioritario”. A nuestro amigo le encargan la
función de ser “lector de los sueños” en los cráneos de las bestias doradas (unicornios) que están
archivados en la biblioteca. No se trataba de interpretar los sueños, sino simplemente leerlos,
como ver pasar un río sin comentarlo. “Cuando el crepúsculo teñía las calles de azul”, el guardián
hacía sonar el cuerno. “En ese instante todo se detenía”. “Las bestias alzaban la cabeza,
enfrentadas de súbito a recuerdos ancestrales”. “La columna de bestias se deslizaba como un río
por las tortuosas calles empedradas. Nadie iba a la cabeza. Nadie las dirigía. Con la mirada baja y
las espaldas sacudidas por un leve temblor, las bestias se limitaban a seguir el río del silencio. A
pesar de ello, todas parecían unidas por un estrecho lazo, invisible pero innegable, de íntimos
recuerdos”. Las sombras vivían en una especie de zona neutral entre la ciudad y el mundo
exterior. Las personas podían encontrarse con su sombra, siempre que el guardián lo permitiera.
En uno de esos encuentros, nuestro amigo descorazonado se queja: “No hay salida. Esto es el fin
del mundo. No se puede volver atrás, ni se puede seguir adelante”. Extrañamente, es la sombra la
que tiene palabras de ánimo: “Sé que se puede escapar de aquí. Lo sé con certeza. Está escrito en
el cielo. Los pájaros sobrevuelan la muralla. Y esos pájaros, ¿a dónde van? Pues al mundo
exterior”. Nuestro amigo abatido argumenta: “Ha llegado el invierno y a partir de ahora me
sentiré cada vez más inseguro de mi propio corazón”. “No, no es cierto –dijo la sombra – Cuando
me siento perdida, siempre miro a los pájaros. Haz como yo. Mira a los pájaros”.
En la otra novela, que se desarrolla en Tokio, al chavalo (pongámosle así), le han implantado en la
conciencia un programa de computadoras llamado shuffling que sirve para leer e interactuar con
otros tres programas que también le han instalado. El instalador es un anciano profesor que
anteriormente trabajaba para la institución oficial llamada el Sistema en el área específica de
fisiología cerebral. “Se trata de cambiar de forma artificial el curso de los circuitos
cerebrales…Establecer una conexión con el curso de las ondas cerebrales. Una bifurcación. Al lado
se implanta un electrodo y una pequeña pila. Y como reacción a determinada señal, la conexión
cambia”. El programa se ha implantado en veintiséis hombres para convertir las conciencias a
formas de imágenes. Veinticinco han muerto. Nuestro protagonista es el único que queda vivo y
por eso es tan valioso. Explica el científico: “Este es el principal problema con el que se topa la
fisiología cerebral: no puede experimentarse con animales, como sucede con otras ramas de la
fisiología”. El anciano científico decide salirse del Sistema, porque “un científico verdaderamente
original debe ser libre”. En un período de crisis del Sistema, otros investigadores y especialistas en
informática, también deciden salirse y plantearle una competencia al Sistema. Estos son los
llamados Semióticos, que “habían descifrado casi todos los sistemas de descodificación de datos
que el Sistema había creado para proteger la información”. Se plantea, entonces, una guerra de
información entre el Sistema, los Semióticos y el anciano profesor. Los dos primeros se valen de
medidas de fuerza para apropiarse del único hombre que tiene instalado el shufflin, así como de
las investigaciones que el anciano profesor está realizando en su propio laboratorio construido en
el subsuelo de la ciudad de Tokio, defendido por complejísimos sistemas de seguridad. Los
Semióticos forman una alianza con los Tinieblos para asaltar el laboratorio del anciano profesor.
“Los Tinieblos son criaturas perversas y dicen maldades. Solo comen carne descompuesta y
basura putrefacta, y beben agua corrompida. Antiguamente vivían debajo de los cementerios y se
alimentaban de la carne pútrida de los cadáveres. Cuando atrapan a una persona viva, la tienen
metida muchos días en el agua y se la van comiendo conforme se va descomponiendo”.
Ante el ataque de los Semióticos, el anciano profesor, su asistente que también es su nieta (“la
joven gorda”) y el personaje central que tiene instalado el shufflin, se ven obligados a huir a través
de los túneles que los Tinieblos, a lo largo de muchísimos años, han cavado en el subsuelo.
Finalmente cuando llegan a un lugar seguro, el hombre del shuffling le reclama al científico por lo
que ha hecho con su vida: “Mi vida no es nada. Cero. Nada. ¿He hecho feliz a alguien? A nadie.
¿Tengo algo? Nada. No tengo ni familia, ni amigos, ni puerta. Ni siquiera tengo……”. El anciano
profesor le explica a nuestro amigo: “Quería confirmar mi hipótesis antes que el Sistema o los
Semióticos lo atraparan y lo estudiaran a usted exhaustivamente”. Que había pensado
desconectarlo, pero que ahora ya no era posible, porque los Semióticos junto con los Tinieblos
habían destruido todo. “¿Y qué relación tiene eso con el fin del mundo?” –Pregunta nuestro
amigo- “Es en su interior donde el fin del mundo va a llegar a su fin. Se trata del núcleo de su
conciencia. El fin del mundo es, ni más ni menos lo que describe su conciencia. En el interior de su
conciencia el mundo ha llegado a su fin. O, formulado a la inversa, su conciencia está viviendo en
el fin del mundo. Y en aquel mundo han desaparecido la mayoría de las cosas que es lógico que
existan en éste. Allí no existe el tiempo, ni la dimensión espacial, ni la vida, ni la muerte. Tampoco
en el sentido estricto de estas palabras, los valores o el ego. Allí unas bestias controlan el ego de
las personas”. Aclara que esas bestias son los unicornios.
Aunque las dos novelas se van desarrollando como relatos separados, de repente hay algunos
puentes que vinculan ambas narraciones, y uno comienza a sospechar que la ciudad que se llama
“El fin del mundo” es una proyección de la conciencia del personaje central de “Un despiadado
país de las maravillas”.
Es evidente que no se puede leer a Murakami en forma lineal, ni con la lógica del razonamiento.
Sus narraciones están cargadas de símbolos. Lo mismo que la Biblia. Hay que leerlas con el espíritu
alerta. Tratando de recoger sus perlas poéticas y filosóficas. Yo todavía estoy tratando de discernir
qué significa la sombra como símbolo literario. Quizá haya más tarde algo que dé alguna pista,
porque todavía estoy en la página 422 de un total 617. No tengo idea cómo termina el libro.
Al final de la página 422, nuestro protagonista que está viviendo en la ciudad amurallada llamada
“El fin del mundo”, reflexiona: “Cuando llegue la primavera todo será más fácil. Si mi corazón
lograba superar el invierno, si el cuerpo de mi sombra lograba superar el invierno, yo lograría
recuperar mi corazón bajo una forma más exacta. Tal como había dicho la sombra, era preciso que
venciera al invierno”.
¿Recuperará nuestro amigo su sombra y logrará escapar de la ciudad amurallada “El fin del
mundo”? ¿Qué pasará con el anciano profesor, su nieta (la joven gorda) y nuestro protagonista del
shuffling? ¿Habrá alguna forma de desactivar los programas que controlan la conciencia de
nuestro amigo? ¿Y qué ocurrirá con los Semióticos y los Tinieblos?
Luego les cuento. Por ahora nos quedamos aquí.

R@S
08/02/14
Hola,
Me parece que esta es una novela excesivamente cargada y difícil de
digerir. No sé si la podría leer sin cansarme. Sin embargo el símbolo de
la sombra me interesa. Dice Connie Zweig, que la sombra es lo
pendiente por descubrir, lo que nos permite acceder a nuestra propia
humanidad, lo que no deseamos ser, lo que negamos en nosotros porque
no se corresponde con nuestra imagen ideal (pero que no es negativo).
La personalidad de la sombra se reconoce en acciones que asumimos
como: la crítica exagerada, impulsividad, enfados desproporcionados,
santidades exageradas, intolerancias, posiciones fundamentalistas, etc.
La sombra se expresa en la esfera individual, familiar, social y
organizacional.
Dice la autora que es fundamental encontrar nuestra sombra para poder
trascenderla y transformarnos. Ese diálogo con ella, que Murakami
acentúa en la novela cuando dice que la sombra le solicita al
protagonista hacer un mapa de la ciudad, nos permite estar en el lugar
correcto del modo correcto. Fortalece nuestra conexión con nuestro
ser, expande nuestra identidad y sana nuestras relaciones, nos permite
conocernos mejor, y encausar nuestras emociones negativas, nos libera
de la culpa. Creo que además nos permite utilizar nuestra imaginación
creativa y nuestro potencial interior para humaniza nuestro ministerio
personal y nos enseña a descubrir a Dios y a nuestro colega de otro
modo.
Es un tema en el que apenas estoy profundizando, pero que me ha
apasionado pues me permite encontrarme con el otro Alberto.
Seguimos sombreados.

AAR

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