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Problemas de definición.
Por razones tanto internas como externas, no es disparatado hablar de la crisis del
paradigma historiográfico tradicional. Sin embargo, el nuevo paradigma tiene también
sus problemas: problemas de definición, de fuentes, de método y de exposición.
Se dan problemas de definición porque los nuevos historiadores se están introduciendo
en un territorio desconocido. A su vez, la historia desde abajo fue concebida en origen
como la inversión de la historia desde arriba, poniendo la cultura baja en el lugar de la
cultura alta. No obstante, alo largo de sus investigaciones, los estudiosos se han ido
dando cuenta mas y mas de los problemas inherentes a esta dicotomía.
Así, por ejemplo, si la cultura popular es la cultura del pueblo, ¡Quién es el pueblo?
¿Los son todos, lo pobres, las clases inferiores? ¿Los son los iletrados o las personas sin
educación? Pero, ¿Qué es la educación? ¿Es solo la preparación proporcionada en
ciertas instituciones oficiales, como escuelas o universidades? La gente corriente,
¿Carece de educación o, simplemente, tiene una educación diferente, una cultura
distinta de la de las elites?
La expresión historia desde abajo, parece ofrecer una salida a estas dificultades, pero
genera sus propios problemas. En contextos distintos, su significado cambia. Una
historia política desde abajo, ¿Debería debatir las opiniones y los actos de cualquiera
que este excluido del poder o habría de tratar la política en un plano local o en el de la
gente corriente? Una historia de la gente desde abajo, ¿Debería considerar la religión
desde el punto de vista de los laicos, fuera cual fuese su rango social?
Una de las razones de la dificultad para definir la historia de la cultura popular es que la
noción de cultura es incluso mas difícil de definir que la de popular. Un elemento
fundamental de la nueva historia es su noción amplia de cultura. El estado, los grupos
sociales y hasta el sexo o la sociedad misma se consideran construidos culturalmente.
Sin embargo, si utilizamos el término en un sentido amplio, habremos de preguntarnos,
al menos, que es lo que no cuenta como cultura.
Problemas de fuentes.
Sin embargo, los mayores problemas de los nuevos historiadores son, sin duda, los de
fuentes y métodos. Se ha sugerido ya que, cunado los historiadores comenzaron a
plantear nuevas cuestiones sobre el pasado, a elegir nuevos objetos de investigación,
hubieron de buscar nuevos tipos de fuentes que complementaran los documentos
oficiales. Algunos se volvieron hacia la historia oral, otros hacia las pruebas figurativas,
otros hacia las estadísticas. También se ha demostrado posible releer ciertos tipos de
documentos oficiales de una manera nueva. Los historiadores de la cultura popular, por
ejemplo, han hecho gran uso de los registros judiciales.
Sin embargo, todas estas fuentes suscitan problemas engorrosos. Los historiadores de la
cultura popular procuran reconstruir las ideas ordinarias y cotidianas partiendo de
registros de sucesos que fueron extraordinarios en las vidas de los acusados:
interrogatorios y juicios.
La cultura material es, por supuesto, el territorio tradicional de los arqueólogos que
estudian épocas carentes de documentos escritos. Sin embargo no hay ninguna buena
razón para restringir los métodos arqueológicos a la prehistoria y los arqueólogos han
comenzado de hecho a estudiar la Edad Media, la primera revolución industrial y, mas
recientemente, un ámbito temporal mas amplio, desde la América colonial hasta la
actual sociedad de consumo.
La máxima innovación metodológica en la última generación ha sido, seguramente, la
aparición y expansión de los métodos cuantitativos, descriptos a veces irónicamente,
como Cliometría, es decir, las medidas de la diosa de la historia. Naturalmente, este
enfoque tiene una larga existencia entre los historiadores de la economía y los
demógrafos históricos. Lo nuevo, entonces y ahora, es su extensión a otros tipos de
historia de las décadas de 1960 y 1970. En Estados Unidos, por ejemplo, existe una
nueva historia política cuyos cultivadores cuentan los votos emitidos en las elecciones o
en el debate parlamentario.
Problemas de explicación.
Ya hemos insinuado que la expansión del terreno del que se ocupan los historiadores
implica repensar la explicación de la historia, pues las tendencias culturales y sociales
no pueden analizarse de la misma manera que los acontecimientos políticos y requieren
una presentación mas estructural.
La expansión del universo histórico ha tenido así mismo repercusiones en la historia
política, pues los acontecimientos políticos pueden explicarse también de varias
maneras. Los historiadores que estudian la Revolución Francesa desde abajo, darán
probablemente un tipo de explicaciones bastante diferentes a las de quienes se centran
en los actos e intenciones de los dirigentes.
Al intentar evitar el anacronismo psicológico o, en otras palabras, la hipótesis de que las
personas del pasado pensaban y sentían lo mismo que nosotros, existe el peligro de caer
en el extremo contrario y “desfamiliarizar” el pasado tan completamente que resulte
ininteligible. Los historiadores se enfrentan a un dilema. Si explican las diferencias del
comportamiento social en diversos periodos mediante discrepancias en las actualidades
conscientes o las convenciones sociales, corren el riesgo de la superficialidad. Por otro
lado, si explican las diferencias del comportamiento por la diversidad de la estructura
profunda del carácter social, corren el riesgo denegar la libertad y la flexibilidad de los
agentes individuales en el pasado.
Una posible manera de eludir esta dificultad es utilizar la noción de hábito de un
determinado grupo social expuesta por el sociólogo Pierre Bourdieu. Con el término
hábito de un grupo social, Bourdieu se refiere a la propensión de sus miembros para
seleccionar respuestas de entre un repertorio cultural particular de acuerdo con las
demandas de una situación o campo concretos. A diferencia del concepto de regla, el
hábito posee la gran ventaja de permitir a quien lo utiliza reconocer el ámbito de la
libertad individual dentro de ciertos límites impuestos por la cultura. No obstante, los
problemas subsisten
Problemas de síntesis.
Aunque la expansión del universo de los historiadores y el diálogo creciente con otras
disciplinas, desde la geografía a la teoría literaria, deberían ser, sin duda, bien recibidos,
estos procesos tiene su precio. La disciplina de la historia esta ahora mas fragmentada
que nunca. Los historiadores de la economía son capaces del hablar el lenguaje de los
economistas; los historiadores del pensamiento, el de los filósofos; y los historiadores
sociales, los dialectos de sociólogos y antropólogos sociales. Pero a estos grupos de
historiadores les comienza a resultar cada vez mas difícil conversar entre si.
¿Tendremos que soportar esta situación o existe alguna esperanza de síntesis?
Es imposible ofrecer algo mas que una opinión parcial y personal del problema. La mía
propia puede resumirse en dos puntos opuestos, mas complementarios que
contradictorios. En primer lugar la proliferación de subdisciplinas es virtualmente
inevitable. Aunque la proliferación también tiene sus ventajas: aumenta el conocimiento
humano y fomenta métodos mas rigurosos y niveles mas profesionales.
Descubrimos, también, un interés por el componente social en la política y por lo
elementos político en la sociedad. Por un lado, los historiadores políticos no se limitan a
la alta política, a los dirigentes, a las elites. Analizan la geografía y la sociología de las
elecciones y la república en la aldea. Por otro lado, sociedad y cultura se consideran
ahora terreno de juego de las tomas de decisión y los historiadores debaten la “política
de la familia”, la “política del lenguaje” o la manera en que el ritual puede expresar
poder y hasta, en algún sentido, crearlo.
Antimanual del mal historiador (o cómo hacer hoy una buena historia
crítica).
¿Por qué escribir y publicar hoy, en los inicios de este tercer milenio cronológico un
antimanual y además, un antimanual del mal historiador? Porque estamos convencidos
de que la mayoría de las instituciones académicas que hoy forman y educan a los
futuros historiadores, lo que están educando y formando es a malos historiadores, y no a
historiadores críticos y serios, creativos y científicos. Y también porque sabemos que el
sentido que tienen, en general, todos los manuales es el de simplificar ideas o
argumentos complicados, con el fin de volverlos asequibles a un público cada vez mas
amplio.
Pero nuestro objetivo en este pequeño libro es muy distinto: lo que queremos no es
hacer simples, ideas que son complejas, sino mas bien combatir y criticar viejas ideas
simples, rutinarias y ya superadas sobre lo que es y lo que debería ser la historia.
Así, para nosotros, la historia no es solamente una disciplina asociada a los archivos, y
con los hechos, personajes y sucesos ya desaparecidos y muertos, sino una ciencia
también de lo social y lo vivo, atento al perpetuo cambio histórico de todas las cosas, y
directamente conectadas, de mil y un maneras, con nuestro presente mas actual, lo
mismo que con nuestra vida social mediata e inmediata, en todas sus múltiples y
variadas manifestaciones.
Sin embargo y desde hace ya mas de un siglo, la verdadera historia científica ha peleado
abiertamente para dejar de ser solo instrumento de legitimación de los poderes
estatuidos, tratando de distanciarse tanto de la historia oficial, como de las distintas
versiones igualmente limitada y sometida de la historia tradicional. Ya que es imposible
hacer una historia seria, de cualquier hecho, fenómeno o proceso, en cualquier momento
o etapa del pasado o del presente, que no muestre en su análisis la necesaria finitud y
caducidad de lo que se estudia, haciendo evidente el carácter efímero y los límites
temporales de ese problema investigado, y subrayando el obligado cambio histórico al
que están sometidos todos esos procesos, fenómenos y sucesos mencionados.
Una historia crítica, que siendo forzosamente opuesta alas historias oficiales y
tradicionales hasta hoy dominantes, se desplaza sistemáticamente de las explicaciones
consagradas y de los lugares comunes repetidos, para intentar construir nuevas y muy
diferentes interpretaciones de los hechos y de los problemas históricos.
La mala historia es mil veces mas fácil de hacer y de enseñar que la buena historia, la
historia crítica. Por eso, entre otras razones, ha proliferado tanto y se ha mantenido viva.
El fruto directo de esa mala historia hecha y enseñada, son justamente esos libros
aburridos y pesados en tantos sentidos, que nadie lee y que nadie toma en cuenta.
El primer pecado capital de los malos historiadores actuales es el positivismo, que
degrada a la ciencia de la historia a la simple y limitada actividad de la erudición.
Muchos historiadores siguen creyendo hoy en día, en pleno comienzo del tercer milenio
cronológico, que hacer historia es lo mismo que llevar a cabo el trabajo de investigación
y de ampliación del erudito.
Una historia que limita el trabajo del historiador, exclusivamente al trabajo de las
fuentes escritas y de los documentos, se reduce a las operaciones de la crítica interna y
externa de los textos, y luego a su clasificación dentro de una narración que,
generalmente, solo nos cuenta en prosa lo que ya estaba dicho en verso en esos mismos
documentos.
Y si bien es claro que sin erudición no hay historia posible, también es una gran lección
de toda la historiografía contemporánea, desde Marx y hasta nuestros días, que la
verdadera historia solo se construye cuando, apoyados en esos resultados del trabajo
erudito, accedemos al nivel de la interpretación histórica, a la explicación razonada y
sistemática de los hechos, de los fenómenos y los procesos y situaciones históricas que
estudiamos.
El segundo pecado capital del mal historiador es el del anacronismo en la historia. Es
decir, la falta de sensibilidad ante el cambio histórico, que asume consciente o
inconcientemente que los hombres y que las sociedades de hace tres o cuatro siglos o de
hace mas de un milenio, eran iguales a nosotros y que pensaban, sentían, actuaban, y
reaccionaban de la misma manera en que lo hacemos nosotros. Es decir, una historia
que proyecta al individuo egoísta y solitario de nuestras sociedades capitalistas
contemporáneas, como si fuese el modelo eterno de lo que han sido los individuos, en
todo tiempo y lugar, y a lo largo de toda la curva del desarrollo humano.
Pero con esto, se cancela una de las tareas primordiales de la historia, que es justamente
la de mostrarnos, primero a los historiadores y después a toda la gente, en que ha
consistido precisamente el cambio histórico.
Un tercer pecado capital de la mala historia, hoy todavía imperante, es el de su noción
del tiempo, que es la noción tradicional newtoniana de la temporalidad física. Una idea
del tiempo que lo concibe como una dimensión única y homogénea, que se despliega
linealmente en un solo sentido, y que esta compuesto por unidades y subunidades
perfectamente divididas y siempre idénticas. Pero como nos lo han explicado tan
brillantemente Marc Bloch, Norbert Elías, Walter Benjamín o Fernand Braudel, entre
otros, el tiempo newtoniano de los físicos, medido por calendarios y relojes, no es nunca
el verdadero tiempo histórico de las sociedades, que es mas bien un tiempo social e
histórico, que no es único sino múltiple, y que además es heterogéneo y variable,
haciéndose mas denso o mas laxo, mas corto o mas amplio, y siempre diferente, según
los acontecimientos, coyunturas o estructuras históricas a las que se refiere.
El cuarto pecado repetido de la mala historia, en los diversos manuales tradicionales, es
el de su idea limitada del progreso. Pues si el tiempo histórico es concebido solo como
esa acumulación ineluctable de hechos y sucesos, inscriptos sucesivamente en la
progresión de días, meses y años del calendario, la idea del progreso que desde esta
noción temporal se construye es también la de una ineluctable acumulación de avances
y conquistas, determinadas fatalmente por el simple transcurrir temporal.
Una idea del progreso humano en la historia, que parece afirmar que inevitablemente,
todo hoy es mejor que cualquier ayer, y todo mañana será obligatoriamente mejor que
todo hoy. Entonces, la humanidad no puede hacer otra cosa mas que avanzar y avanzar
sin detenerse, puesto que según esta construcción, lo único que ha hecho hasta hoy es
justamente progresar, avanzando siempre desde niveles mas bajos hasta los mas altos,
en una suerte de escalera imaginaria en donde estaría prohibido volver la vista atrás,
salirse del recorrido ya trazado, o desandar lo ya avanzado.
Sin embargo es así como progresa la humanidad: explorando y avanzando primero a
ciegas en su propia evolución, para ir muy poco a poco siendo consciente de lo que ha
hecho y de porque lo ha hecho, a la vez que va asumiendo también, lentamente, la
responsabilidad conciente de que es ella misma la que debe construir la historia, y la que
debe elegir también de manera conciente los rumbos de su futuro desarrollo.
Otro pecado capital del mal historiador, el quinto, es el de la actitud profundamente
acrítica hacia los hechos del presente y del pasado, y hacia las diversas versiones que las
diversas generaciones han ido construyendo de ese mismo pasado/presente. Es decir, la
típica actitud pasiva que los historiadores positivistas mantienen siempre frente a los
testimonios y a los documentos, lo mismo que frente a los resultados y a los hechos
históricos tal y como han acontecido.
Un sexto pecado capital de los historiadores no críticos es el del mito repetido de su
búsqueda de la objetividad y neutralidad absoluta frente a su objeto de estudio.
El séptimo pecado capital de los historiadores que son seguidores de los Manuales hoy
al uso, es el pecado del postmodernismo en la historia. Porque haciéndose eco de
algunas posturas que se han desarrollado recientemente en las ciencias sociales
norteamericanas, y también en la historiografía estadounidense, han comenzado a
proliferar en nuestro país algunos historiadores que intentan reducir a la historia a su
sola dimensión narrativa o discursiva, evacuando por completo el referente esencial de
los propios hechos históricos reales. Así, llegan a afirmar que lo que los historiadores
conocen e investigan no es la historia real, la que muy posiblemente nos será
desconocida para siempre, sino solamente los discursos históricos que se han ido
construyendo, sucesivamente y a lo largo de las generaciones, sobre tal o cual supuesta
realidad histórica.
Quizás el peligro mas grave, en la utilización del término historia, sea su doble
contenido: historia designada a la vez el conocimiento de una materia y la materia de
este conocimiento.
Cuando decimos “historia de Francia”, la entendemos como el conjunto de hechos
pasados referentes al grupo humano organizado que lleva actualmente este nombre;
pero también entendemos por tal nuestros manuales escolares correspondientes. Dado
que el pasado es pasado, es decir, no renovable por definición, se confunde para
nosotros con lo que ha sido transmitido. El conocimiento se confunde, así, con la
materia.
Para muchos, la materia de la historia es cualquier cosa pasada, y saber historia, para
algunos eruditos y para los juegos televisivos, consiste en memorizar el mayor número
posible de hechos dispares. Lucien Febvre evocó la irritación del historiador que se oye
decir “por unas voces cándidas y cordiales: usted que e historiador debe saber esto:
¿Cuál es la fecha de muerte del Papa Anacleto?
Para otros la materia histórica queda un poco mejor definida. Es el terreno de los hechos
destacados, conservados por tradición, el recuerdo colectivo, lo relatos oficiales,
debidamente controlados por los documentos y aureolados por el prestigio y el
testimonio de los monumentos y los textos, de las artes y las letras, como se decía
antaño. Conocimiento ya mas elaborado, ni omisible ni despreciable, pero fundado en
una elección de los hechos que no tiene nada de científica, y asaltado inconcientemente
por los prejuicio morales, sociales, políticos o religiosos, capaz en el mejor de lo casos
de proponer un placer estético a unas minorías y, en el terreno de los acontecimientos,
de hacernos revivir una incertidumbre.
Las incoherencias que hemos constatado en la utilización del término historia ¿Son
desalentadoras a este respecto?
Merece la pena recordar que todas las ciencias se han elaborado a partir de interrogantes
dispares, a los que se fue dando sucesivamente respuestas cada vez mas científicas.
Intentemos pues, ver de qué forma el conocimiento histórico ha progresado, progresa y
puede progresar hacia la categoría de ciencia.
Primera observación.
Segunda observación.
La primera mitad del siglo XVIII ve nacer la aspiración teórica que busca una ciencia
nueva a través de reflexión sobre el aspecto cíclico del desarrollo de los grupos
humanos. Es Voltaire, en sus “Nuevas consideraciones sobre la historia”, el primero en
compara la evolución posible de la historia con la de las ciencias físicas. De hecho, lo
mas interesante demostrado en la actitud de Voltaire hacia la historia es el cambio en el
tipo de curiosidades del historiador. Con su habitual ironía denuncia no solo las fábulas
aceptadas todavía por los hombres de su tiempo, sino que también el gusto por las
anécdotas históricas. Condena también la historia diplomática y militar pura: “En el
fondo quedaba igual que antes… solo me enteraba de acontecimientos”.
Cabe señalar que esta vigorosa ofensiva del espíritu histórico coincide con el carácter
dinámico y revolucionario del siglo XVIII, cuando la burguesía no duda ni en criticar la
forma de escribir la historia del Antiguo Régimen, ni de esperar un día escribir la
historia científicamente.
En un sentido, el siglo XIX se presenta como el del triunfo de la historia. Marrou habla,
a este respecto, de una inflación de los valores históricos, debido al impresionante
desarrollo de las técnicas históricas, arqueológicas, filológicas. A la publicación de
grandes compilaciones de fuentes y finalmente a la aparición de las grandes historias
nacionales.
Sin embargo, hacia 1900, la historia positivista triunfaba en todas partes y la separación
tajante y casi absoluta entre economía, sociología e historia ponía en peligro la
esperanza de una síntesis global sobre el pasado de las sociedades.
Lucien Febvre, Marc Bloch y Henri Berr difundieron los siguientes principios: 1) hay
una sola historia; no existen compartimentos estancos entre una historia económica, una
historia política, una historia de las ideas, etc; 2) el historiador avanza por medio de
problemas: los documentos tan solo contestan cuando se les pregunta siguiendo
hipótesis de trabajo; la historia, entonos los terrenos, lo es de los hechos de masas, no de
los simples acontecimientos. 3) existe una jerarquía y un juego recíproco entre
economías, sociedades, civilizaciones, juego que constituye el tema mismo de la ciencia
histórica.
La ciencia histórica desde el historicismo clásico hasta la historia como ciencia social
analítica.
La transmisión del pasado existió y existe en todas las culturas. En el transcurso del
tiempo ha adoptado diversas formas, entre las cuales la historiografía ocupa un lugar
preponderante.
El origen de la ciencia histórica coincide con el establecimiento de la historia como una
asignatura que se enseña y se estudia en las universidades.
En los albores del siglo XIX se produjo en el mundo occidental una ruptura
generalizada con el modo en el que hasta entonces se había venido investigando,
escribiendo y enseñando la historia. A este respecto, lo decisivo era la transformación de
la historia en una disciplina especializada. Hasta entonces habían existido dos formas
distintas de historiografía, una de orientación erudita y otra, la literaria. Estas dos
formas se iban fusionando a medida que la historia dejaba de ser un género literario para
convertirse en una disciplina especializada.
Como disciplina científica, la historia tenía, desde el principio, mucho en común con
otras ciencias, también con las ciencias naturales, tal como venían surgiendo desde el
siglo XVII, si bien los historiadores no han dejado nunca de subrayar la diferencia que
separa su ciencia de las ciencias naturales. Para el origen de la ciencia histórica resulta
decisiva la moderna universidad alemana, cuyo prototipo sería la universidad de Berlín.
Hacia el final del siglo XIX se acentúa una insatisfacción, antes solo observada en
ocasiones, con el concepto de ciencia y con la práctica científica que se había impuesto
internacionalmente en la investigación histórica y en la historiografía. En Alemania,
Francia, Estados Unidos y otros países se entabla una viva discusión acerca de los
fundamentos de la investigación histórica, los cuales se pretende que correspondan a las
nuevas condiciones sociales y políticas.
Desde hace unos cuantos años la historia y la sociología se han visto envueltas en una
relación simbiótica, puesta de manifiesto por el crecimiento y el desarrollo de la historia
social y la sociología histórica. Ello representa un cambio bastante radical en la práctica
de cada una de estas disciplinas y, especialmente, en las relaciones entre ellas.
Pero todavía perdura un problema importante en la relación que se ha establecido entre
las disciplinas de la historia y la sociología, debido, en buena parte sin duda, a los
puntos de vista que historiadores y sociólogos siguen manteniendo en relación con la
materia propia y la ajena. Tanto por parte de los historiadores como de los sociólogos,
hay una fuerte tendencia a considerar la sociología como fuente de métodos y teorías, y
la historia como fuente de datos, estudio de casos, o ilustraciones del pasado sobre los
que la teoría sociológica ha de ser verificada.
Segunda etapa de vida o período áureo de la microhistoria italiana que abarca desde
1978 hasta 1988-89 aproximadamente, y que a su vez va a subdividirse en dos claras
fases constitutivas, una primera que abarca desde 1978 hasta 1983, y una segunda que
va desde 1984 hasta 1989. Dos fases que, con distintos énfasis y espacios de gravitación
intelectual, van en su conjunto a constituir el verdadero momento de clímax de la
microhistoria italiana.
En esta primera fase de esta segunda etapa de clímax, el ensayo de Giovanni Levi va a ir
definiendo todas las insuficiencias y límites principales de los tradicionales modelos
macrohistóricos. La microhistoria italiana alcanza su verdadero punto culminante en
estos años de 1978-1983.
Lo que abre la segunda fase de esta segunda etapa, en la que muy lentamente comenzará
a desintegrarse ese excepcional núcleo duro constructor de la perspectiva
microhistórica, a la vez que disminuye la frecuencia de la producción de nuevos textos
metodológicos
Al mismo tiempo que todas esas obras, y que algunos nuevos títulos de la colección
“Microhistorias” que se continúan publicando en estos años de 1984-1989, van también
todavía a producirse algunos interesantes ensayos de orden metodológico, que derivan
de este trabajo colectivo del equipo dirigente de Quaderni Storici, ahora sumergido en
un lento proceso de desintegración y de relajamiento, aunque todavía activo y creativo
de manera importante.
Y si esta segunda fase de la segunda etapa es todavía rica en estos resultados
historiográficos y epistemológicos, es también sin embargo el proceso claro de
desintegración del núcleo duro de la corriente microhistórica italiana. Pues desde 1988
Carlo Ginzburg se vuelve titular de la cátedra “Franklin D. Murphy” de Estudios sobre
el Renacimiento Italiano en la Universidad de California, Los Ángeles, lo que hará que
al menos la mitad del año esté en Estados Unidos. Al mismo tiempo crecen los
conflictos internos en el seno de los Comités de Quaderni Storici, lo que llevará a varias
reorganizaciones sucesivas a partir del año 1988, y terminará provocando, entre otras
cosas, la salida de Giovanni Levi de la revista en 1991.
Simultáneamente, Edoardo Grendi comenzará poco a poco a alejarse también de la
revista desde finales de los años ochentas y a principios de los noventas, al tiempo que
promueve la cooptación de una generación de historiadores jóvenes que, en los años
noventa, tomaran claramente la conducción de Quaderni Storici. Se cierra con ello el
período de clímax de la microhistoria italiana.
Entre 1978 y 1988 va a incorporarse, dentro de los Quaderni Storici, una nueva y mas
joven generación de historiadores italianos. Así, en 1988 se crea un “Comité Editorial”
para dos años después desaparecer al antiguo Comité Científico, e incorporar a algunos
de sus miembros al Comité de Dirección, lo que implica una clara reorganización del
equipo dirigente de la revista.
Igualmente y como ya habíamos señalado antes, este período de transición está marcado
por el abandono de Quaderni Storici de tres de los cuatro principales miembros del
antiguo “núcleo duro” de la microhistoria italiana. Estamos hablando de cuando Carlo
Ginzburg comienza a trabajar en Estados Unidos. Mientras tanto, en 1991 Giovanni
Levi abandona la revista y Edoardo Grande también comienza a alejarse cada vez mas
del trabajo de Quaderni Storici.
Y del mismo modo en que, antes de 1978, la microhistoria italiana y Quaderni Storici
existieron de manera paralela e independiente, para fundirse en un solo proyecto durante
1978-1989, en 1991 volverán a separarse clara y definitivamente.
A pesar de que para estos tres pilares (Ginzburg, Levi y Grande) la microhistoria
italiana jamás volverá a su momento de clímax, los trabajos autónomos que han
continuado haciendo han evitado que desaparezca la microhistoria, esta solo se ha
transformado, durante su tercera etapa de vida en un proyecto constituido por tres
itinerarios intelectuales fuertes, que en los últimos años han continuado produciendo
varios y muy interesantes ejercicios microhistóricos.
También es cierto que, dentro del actual equipo directivo de Quaderni Storici, es posible
encontrar todavía una cierta presencia importante y una clara impronta del legado
general de dicha microhistoria italiana. Aunque en general sin aportar casi nunca
nuevos enriquecimientos significativos o nuevos desarrollos sustantivos de estos
paradigmas o de este proyecto en general. Y es por eso que hablamos que dentro de la
revista Quaderni Storici el proyecto microhistórico solo ha sobrevivido como un
horizonte general de débil presencia, y de escasos nuevos resultados durante esta tercera
etapa de la corriente microhistórica.