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amabilidad.

La amabilidad es la manera más sencilla, delicada y tierna de hacer realidad un


amor maduro y universal, libre de exclusivismos. Amabilidad se define como
“calidad de amable”, y una persona amable es aquella que “por su actitud afable,
complaciente y afectuosa es digna de ser amada”.

Una persona amable es aquella que escucha

con una sonrisa lo que ya sabe, de labios de

alguien que no lo sabe.

Alfred Capus

Al hablar de amabilidad, sin duda hemos de referirnos también al amor, pero es


preferible tipificar a la amabilidad como valor por su carácter más concreto de
actitud, de rasgo firme y definido de la persona que ama. El amor es una
palabra demasiado grande, universal y genérica en sus formas -léase tema-

No existe una cosa concreta llamada amor, sólo existe en acto de amar
expresado en actos de dar, respetar, considerar a los demás, aceptarles,
procurar su felicidad, alegrarse con sus progresos... En definitiva, llevar a la
práctica una disposición afectuosa, complaciente y afable que no tardará en
convertirse en firme actitud, que nos predisponga a pensar, sentir y
comportarnos con amabilidad. Cuando lo previsible, lo normal en una persona
sea comportarse de forma afable y afectuosa, es porque la amabilidad ha
adquirido la categoría de “valor”.

Solemos olvidar que amable significa “digno de ser amado”; que amable es el
que se comporta de un modo determinado siempre impulsado por un
sentimiento puro. Que se trata por tanto de una conducta que no se agota por
sí misma, sino que tiene como origen mover a los demás a comportarse con
nosotros proporcionalmente sin buscar en ello la finalidad.

La verdadera amabilidad es la que surge de los sentimientos, la “otra”


amabilidad, la más común, es la que tiene que ver con las formas y con las
normas de conducta. Ésta solo sirve para seguir la corriente de lo que es
socialmente aceptado, pero aporta poco más que una máscara.

La amabilidad es siempre un claro exponente de madurez y de grandeza de


espíritu, dado su carácter universal, integrador y de cálido acercamiento a los
demás seres de la creación, con los que se siente hermanada toda persona
amable.

“El amor que yo viva en mí de mí es la medida del amor con que puedo amar a
cualquier otra persona. El problema está en que yo me encierro en el amor que
vivo en mí y excluyo a los demás”

A. Blay.

Hemos visto que la amabilidad como valor es una actitud, un modo habitual de
ser y comportarse, afectuoso y complaciente de toda persona que es digna de
ser amada. El que ama practica su amor, lo hace realidad y lo exterioriza
fundamentalmente mediante la amabilidad. No confundamos actos de
amabilidad, circunstanciales y transitorios, con la amabilidad como actitud y
valor, sentido y deseado. Todos podemos ser “amables” en ocasiones y por
diversos y hasta oscuros fines, pero no es a esta “amabilidad” de conveniencia
a la que nos referimos, sino a la amabilidad como valor, como disponibilidad
permanente, libremente asumida y ejercida.

Pero la amabilidad es planta delicada que sólo germina en “terrenos”, “climas” y


condiciones especiales. El terreno más indicado es el hogar y poco después la
escuela. El clima y las condiciones especiales de una educación para la
amabilidad que ha de proporcionar el medio educativo en que se desenvuelve el
niño durante la infancia y la adolescencia debe aportar y despertar los
siguientes sentimientos positivos:

AFECTO: Sentirse aceptado y amado con sus cualidades y defectos. Percibir


que sus padres y educadores han escogido amarle y respetarle.

ALEGRÍA COMO HÁBITO: Mostrarse satisfecho de vivir, de amar, de


compartir el tiempo con el educando, en una actitud divertida y
desdramatizadora. Reír en familia con frecuencia y contagiar la alegría sin
reservas.
CONFIANZA: Creer en su capacidad, en su bondad, en sus actitudes,
permitirle que se equivoque y transmitirle siempre el mensaje de que puede
vencer las dificultades, que seguiremos cerca para ayudarle, que con su
esfuerzo e ilusión conseguirá lo que se proponga.

ACEPTACIÓN: Dejarle ser persona, valorar su singularidad, estimularle a


pensar por si mismo, pero con honradez y respeto a los demás. Recordar las
palabras de Kabil Gibran. “Tus hijos no vienen de ti, y aunque estén contigo no
te pertenecen. Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos
tienen sus propios pensamientos...”

SEGURIDAD: Manteniendo una actitud coherente que le permitan a él


educándolo conocer nuestras reacciones y saber a qué atenerse. Pero la
seguridad le viene al niño, sobre todo, del ejemplo de normalidad y naturalidad
en el trato diario y de comprobar que los adultos sabemos reconocer nuestras
limitaciones y defectos, aunque no por ello desistimos en el empeño de ser
mejores cada día. Vernos humanos, limitados y capaces de pedir perdón, les da
seguridad porque nos sienten más cerca de sí mismos, más a su alcance.

Debemos tener presente que amabilidad es la palabra dulce que anima, levanta,
consuela y fortalece, así como el rocío refresca y embellece las plantas
marchitas. La amabilidad es afabilidad en la conducta, naturalidad en el obrar,
paz en el semblante, benevolencia en la mirada. Se comunica y trasmite de un
solo corazón a los corazones de una familia o comunidad entera como la
fragancia de una flor que se difunde en derredor del lugar donde florece.

EL ARTE DE LA AMABILIDAD

El arte de la amabilidad.

La Rocheloucauld, un cortesano francés del siglo XVII, escribió que las


virtudes, a menudo, son sólo vicios disfrazados. El altruismo puede hacernos
sentir bien, pero sentir admiración por uno dista mucho de ser admirable. La
amabilidad es una cualidad en la cual se combinan el amor, la comprensión, la
previsión, la empatía y la generosidad, pero para que sea una auténtica virtud
debe estar libre de segundas intenciones, incluida la autoestima. Siempre que
nos entreguemos a los demás con un espíritu completamente abierto, sin
egoísmos, nuestra actitud es una bendición. Un sencillo acto de amabilidad
repercute en la red de relaciones que nos unen al mundo y puede reavivar
sentimientos positivos que se expanden a los cuatro vientos.

El principio oriental del karma nos enseña que todas las palabras y acciones son
semillas que germinan para dar fruto en el momento oportuno. La primera
acción no es la semilla, sino el pensamiento que la genera. Así pues, si la idea -la
semilla- es moralmente sana, desinteresada y auténtica, tenemos el camino
apropiado para nuestra progresión espiritual

La amabilidad vuelve con una sonrisa al lugar desde que ha partido.

Solemos olvidar que amable significa "digno de ser amado"; que amable es el que se
comporta de un modo determinado, con el objeto de inducir a los demás a que le
amen. Que se trata por tanto de una conducta que no se agota en sí misma, sino que
tiene como finalidad mover a los demás a comportarse con nosotros
proporcionalmente. Es lo que los romanos expresaban en la frase do ut des: doy para
que des. Por eso, todo el que se siente objeto de amabilidades inusuales o
discriminadas, se pregunta con razón qué se espera de él; con qué se pretende que
corresponda a tanta amabilidad. En la mayoría de los casos, quien se muestra
amable, lo único que pretende es ser amado o en caso de competencia, ser
preferido.

Nuestra desinencia –ble procede de la correspondiente latina –bilis. Para fijar su


significado, no hay más que recorrer una serie de palabras que la llevan: en los
ejemplos fácil, noble, probable, afable, agradable y en cuantos queramos añadir, hay
un denominador común, que es su condición de pasivos. Por más que nos parezca que
agradable es el que agrada, y amable es el que ama (a baja intensidad), no es así,
sino que agradable es la persona que hace por que le agrademos, y amable es la que
hace por que la amemos; del mismo modo que factible (en latín, fácilis, reducción de
facíbilis) es lo que puede ser hecho; probable, lo que puede ser probado; afable, la
persona con la que se puede hablar for, faris = hablar). Amábilis, por tanto, es aquel,
aquella o aquello que se deja querer, que se hace amar, que se puede amar, que es
digno de ser amado o amada. Al recorrer todos los posibles sinónimos de amable, se
nos hace evidente en primer lugar que no nos referimos explícitamente al que en
especial denominamos y reconocemos como el sentimiento del amor por excelencia
(aunque tampoco lo excluimos), sino más bien a esas gotas de amor que procuramos
diluir en todos los órdenes de la vida, para hacerla soportable cuando es dura, y
añadirle algo de encanto cuando es aceptable.

El término amabílitas se forjó en latín, con el mismo significado aparente que tiene
para nosotros, como sustantivación del adjetivo amábilis, amábile. Digo que la
igualdad de significado es aparente, porque la amabílitas latina estaba mucho más
cerca del amor y conducía a él. Nuestra amabilidad, en cambio, es un producto
distinto; tiene que ver con las formas y con las normas de conducta, pero no con los
sentimientos. No sólo eso, sino que sirve a menudo como encubridor de los verdaderos
sentimientos y de las intenciones, porque al empeñarnos en causar buena impresión
en los demás, no nos importa recurrir incluso a la mentira y a la ficción. Y eso es así
porque le hemos dado del todo la vuelta a la palabra: hemos olvidado que el objetivo
inicial de la amabilidad fue atraernos el amor de los demás, esforzarnos por que nos
amasen; y en vez de eso nos entregamos a halagar su vanidad y a complacerles por
todos los medios. En vez de atraer a los demás hacia nosotros mediante la amabilidad,
la empleamos para arrastrarnos hacia ellos, a menudo con formas muy poco dignas.
Como decía Dostoyevski, llegamos a asumir considerables sacrificios por querer causar
buena impresión en los demás. He ahí una palabra grande y noble que, al
tergiversarla, la hemos empequeñecido y envilecido.

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