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MATSYA

En su primera encarnación a la tierra de los hombres, el dios Vishnú se transformó en un


gigantesco pez dorado, Matsya. Su cometido, en un principio era el sumergirse en lo más
recóndito del océano para recuperar los libros sagrados – Los Vedas – que albergaban todo
conocimiento y que habían sido robados por los demonios Rakchasa. Esta primera
encarnación llega en la primera Edad del hombre. Período antiguo, Edad de oro del mundo,
pura y gratificante para todos los seres, donde los animales conservaban un estatus similar
al de los hombres. Los conocimientos eran asociados con esta naturaleza salvaje, primitiva
pero pura y en su esencia.
En esta gran edad, surgieron acontecimientos inesperados tanto para los hombres,
animales como para los dioses y el cosmos. Los dioses, así como los demonios, habitaban
este mundo físico y espiritual en una continua confrontación por gobernar las almas de los
hombres.
Los Rakchasa, seres infernales que asolan el mundo terrenal, se atrevieron a fragmentar
esta gratificación de Edad para los hombres y los dioses. Rakchasa, su propio nombre
significa -“cualquier cosa contra la que hay que cuidarse”-. En el mundo del hombre, el
Rakchasa es el ser poseído, la perturbación de la mente. Capaz de adoptar cualquier forma
y así transmutarla a demonio. La pérdida del juicio, la demencia.
Muchos Rakchasas habrían sido hombres perversos en el pasado. –“Una mente podrida es
Rakchasa, cualquiera que rapta o viola una niña, cualquiera que asesina a su familia o
devasta la vida humana o natural es Rakchasa, un demonio”.
La principal contrariedad de estos seres demoníacos es que son creaciones del propio señor
Brahma, que da a luz tanto a dioses como demonios y de igual les colma en bendiciones y
poderes al tratarse de sus hijos. Poderes que usan para aliviar (Dharma) o dañar (Adharma)
la existencia humana. –“Los Rakchasa surgieron de los pies de Brahma, temibles demonios
y guerreros de élite, algunos de más de diez cabezas y veinte brazos. Transmutan y castigan
todas las capacidades humanas”-
Gracias a esta cercanía a Brahma, consiguieron robar los más poderosos y antiguos libros
sagrados que custodiaba el dios, aprovechando que habitaba profundamente en uno de sus
sueños meditativos. Los demonios lograron disimularlos en el fondo del océano durante
años y años.
La gente de la tierra al encontrarse sin la ayuda de las palabras sagradas muy pronto olvidó
las buenas costumbres y se dieron al desenfreno y a la vida que los demonios querían
impregnar. El caos, la corrupción, los malos hábitos… la ausencia de los cuatro elementos
básicos en los hombres: misericordia, austeridad, veracidad y limpieza, reinaba por doquier.
La moral del mundo se descomponía, el tiempo se consumía y la humanidad enfermaba.
Ante tal despropósito y amenaza, Vishnú, preservador de la bondad, encarnó la tierra para
establecer justicia.
Las luchas de los dioses contra los Rakchasa son eternas. Desde su creación han combatido
el mundo espiritual y físico, saliendo victoriosos como vencidos en tantas ocasiones. –
“Siempre asolando el rincón más vacío, imponiendo para lo cual fueron creados, ser
temidos”-
Matsya, titánico pez dorado, encarnación del señor Vishnú, se engulló en el océano en
búsqueda de las escrituras sagradas; nada quedaba oculto ni recóndito para él. Logró
recuperar estos libros sagrados en las más oscuras aguas del abismo, combatiendo y
venciendo al gigantesco demonio Rakchasa que las custodiaba. Una feroz batalla donde el
demonio quedó aniquilado como un árbol al que le cae un rayo. Las escrituras sagradas
estaban a salvo.

Sin embargo, la vida en la tierra no retornó a su orden con la entrega de los escritos
sagrados; la humanidad se había corrompido. La pérdida de su conocimiento y esperanza
fue la merma de toda moral, el daño se había engendrado.
-“La sabiduría no rebasó de nuevo al hombre. La soberanía pura y sagrada sobre lo oscuro
y demoniaco quedó corrupta, alterada. La moral del hombre corrompida. La victoria de
Rakchasa, demonios”-
Vishnú, ante la preocupación de todos los dioses, aconsejó ahogar el mismo mundo con el
agua que todo lo cubría, un enorme diluvio que purificaría todas las almas entregadas a los
demonios Rakchasa; salvando únicamente de la inundación a los seres que hayan
conservado su moral cósmica y yacer en una nueva yuga.
De nuevo, la encarnación de Vishnú, el pez dorado Matsya, sería el encargado de este nuevo
cometido. Transportaría por los océanos purificados una barca con todos los seres de moral
pura y misericordiosa, salvándolos de la destrucción del mundo corrompido. Un nuevo
empezar para la humanidad.
-“La Suprema Personalidad de Dios aparece en este planeta para proteger a los hombres, es
decir, a los devotos, y para destruir a los malvados, a los demonios”-
Únicamente un solo hombre era lo suficiente puro en todo el mundo. Su nombre es Manú,
-“hombre por excelencia, legislador”- Es considerado el primer humano de corazón puro en
esta primera edad de oro, incluso un mesías dada la categoría de la misión que se le
encomendó. Manú era el primer hombre, descendiente mismo del dios sol, cuyo nombre
era Vivasvana; es por ello que es nombrado también como Vaivasvata Manú.
Manú estaba entregado a la meditación, asceta y practicante de una total misericordia.
Mucho tiempo atrás, donó todos sus dominios a su hijo Ikshvaku y sus demás semejantes
para retirarse a venerar a los dioses a la orilla del monte Malaya. Largas y muy profundas
eras sus meditaciones; de miles y miles de años. Apreciadas con entusiasmo por el dios
Brahma, por su total entrega, por su plenitud y el no desmoronarse en las garras de la
seducción de los sentidos.
- “Estoy satisfecho con tus oraciones. Lo que alguna vez desearas, ahora puedes tenerlo con
tan sólo pedirlo” clamó el omnipresente Brahma.
- “Sólo tengo una bendición para pedir. Tarde o temprano habrá una destrucción y el mundo
ya no será posible. Por favor, dame la bendición de conocer que será lo que va a salvar el
mundo.” Concédeme este servicio. - respondió inocentemente Manu.
- “Un hombre de alma viva, para nada seducida por la ruina que invadía a toda su raza, un
mesías”.
Pasaron los días. En una ocasión en particular Manú realizaba oraciones en un estanque
cerca de su ermita. Sumergió sus manos en el agua para ofrecérsela a sus antepasados.
Cuando levantó las manos ahuecadas, se encontró con que había un pez pequeño nadando
en el agua. Manú no tenía ningún deseo de matar al pez pequeño. Lo colocó con sumo
cuidado dentro de un cántaro.
Manú desconocía por completo que este pececito era el mismo dios supremo Vishnú
encarnado en el mundo de los hombres.
Al ver al pez y escuchar sus gritos de socorro, lo cobijó nuevamente con extremo cuidado
en una vasija más grande. Los días y las noches transcurrían, y ante el asombro de
Satyavrata (Manú), el pez misterioso continuaba creciendo en tamaño, agolpándose en una
ya repleta vasija.
Satyavrata lo socorría a diario situándolo en emplazamientos mayores; de aquella vasija
pasó a un pozo, de un pozo a un estanque, de un estanque a un lago, de un lago al mismo
río Ganges, y del mismo río a los océanos… y, no obstante, el pez dorado continuaba
creciendo en tamaño ante su asombro. En un último esfuerzo, cuando situó al pez en el
amplio océano, se arrodilló ante la inmensidad del océano y el enorme pez le habló:
-“Oh héroe, en ésta agua hay muchos tiburones poderosos y peligrosos que Me comerán.
Así que tu no me puedes tirar a ella”-
Satyavrata al escuchar las palabras del brillante animal se percató que solo un
acontecimiento así corresponde al poder de los dioses.
-“Oh, mi señor, amo de la creación, el mantenimiento y la aniquilación. Oh señor Vishnú,
solo tú podrías tener este poder. Tú, el mejor de los disfrutadores. Tú eres el líder y el destino
de los devotos sumisos como nosotros. Por ello, permite que te ofrezca respetuosas
reverencias. Por lo tanto, mi señor, deseo saber con qué propósito has adoptado esta forma
de pez”-
El pez Matsya, situado en el amplio océano, se descubrió en una forma más espiritual que
física hacia Satyavrata, con una mueca de aceptación en su lúcido rostro. Era el mismo eco
del dios Vishnú encarnado en este pez.
-“He sobrevivido gracias a tu socorro e infinita misericordia. Si has protegido un pez así, lo
harías también de la misma manera con todos los seres de este mundo. Me has demostrado
la honestidad de tu corazón. Por esta razón, serás el encargado de reunir a todos los seres
puros de alma y resguardarlos del enorme diluvio que se avecina. Acompañado de ellos y
rodeado por entidades vivientes de toda clase, subirás a bordo de la nave y, libres de tristeza,
tú y tus acompañantes viajaréis sin dificultad por el océano de la inundación ya purificado.
Yo viajaré por las aguas de la devastación hasta el final de la noche y del sueño del Señor
Brahma. Yo te iré aconsejando con todo detalle y gozarás de mi favor por entero; como
resultado de tus preguntas, todo lo relacionado con mis glorias, se te revelará en el corazón.
De ese modo, lo sabrás todo acerca de mí”
Satyavrata comprendió el encargo y la misión que el dios le había encomendado. Durante
cien años, hubo una terrible sequía en la tierra. Esta sequia llevó a la hambruna y la gente
murió. Mientras tanto, el sol ardía con furia y quemó todo el mundo. Cuando todo se había
reducido a cenizas, nubes oscuras se alzaban en el cielo.
Las primeras lluvias no fueron muy amenazantes, pero según transcurría el tiempo y el
mesías concentraba plantas, animales y seres más puros del mundo, los diluvios crecieron.
Al poco tiempo, unas gigantescas nubes comenzaron un interminable diluvio de agua, que
hacía aumentar cada vez más el nivel del mar. El océano pronto comenzó a desbordarse y
a inundar el mundo entero. Satyavrata estaba recordando la orden de la Suprema
Personalidad de Dios, cuando vio un barco que se acercaba a él. Entonces recogió hierbas y
plantas y, acompañado por los más santos, subió a bordo de la nave. Los sabios santos,
complacidos con el rey, le dijeron:
-“¡Oh, rey!, por favor, medita en la Suprema Personalidad de Dios. ¡Él nos salvará de este
peligro que nos amenaza y dispondrá lo necesario para nuestro bienestar!”
La lluvia los rebasó en seguida. Los océanos desbordaron la tierra, se fundieron todos los
metales y se extinguieron todas las llamas.
Satyavrata situado ya en esta balsa, donde el agua aún no había llegado, resguardó a todos
los seres elegidos; uniendo con enormes serpientes la barcaza al cuerno del pez Matsya;
que se presentó ante ellos para guiarles en esta larga travesía.
De esta manera fueron guiados durante el diluvio que ya inundaba todos los rincones del
mundo. A bordo y acompañado por las grandes personalidades santas y los seres más puros,
escucharon en su corazón las instrucciones de la suprema personalidad de Dios.
En su siguiente vida, el rey Satyavrata nació como Manú, el primero entre los hombres.

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