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Isabella Riva La Serna

20170874
a20170874@pucp.edu.pe
“Pedestre”: el sujeto moderno enajenado
En el presente ensayo, analizaré el poema “Pedestre” del libro de poemas “Veinte poemas
para ser leídos en el tranvía” de Oliverio Girondo. A continuación, sostendré la idea de
que el poema puede ser interpretado como una representación de la enajenación de los
sujetos dentro de las urbes del mundo moderno. Además, propondré que esta
representación adquiere un tono crítico sobre este estado de las cosas.
En el fondo de la calle, un edificio público aspira el mal
olor de la ciudad.

Las sombras se quiebran el espinazo en los umbrales, se


acuestan para fornicar en la vereda.

Con un brazo prendido a la pared, un farol apagado tiene


la visión convexa de la gente que pasa en automóvil.

Las miradas de los transeúntes ensucian las cosas que se


exhiben en los escaparates, adelgazan las piernas que cuelgan
bajo las capotas de las victorias.

Junto al cordón de la vereda un quiosco acaba de tragarse


una mujer.

Pasa: una inglesa idéntica a un farol. Un tranvía que es


un colegio sobre ruedas. Un perro fracasado, con ojos de pros-
tituta que nos da vergüenza mirarlo y dejarlo pasar (1).

De repente: el vigilante de la esquina detiene de un golpe


de batuta todos los estremecimientos de la ciudad, para que
se oiga en un solo susurro, el susurro de todos los senos al
rozarse.
(1) Los perros fracasados han perdido a su dueño por levantar la pata como una mandolina, el pellejo les ha quedado
demasiado grande, tienen una voz afónica, de alcoholista, y son capaces de estirarse en un umbral, para que los barran
junto con la basura...

Resulta necesario para nuestro análisis, en una primera instancia, delinear el contexto que
presenta el poema. Si bien las estrofas 1 y 7, explícitamente nos sitúan en una ciudad, a
lo largo del poema notamos otros elementos que le aportan características específicas al
ambiente. Así, por un lado, tenemos la presencia de estructuras modernas como un
edificio, un farol, una vereda; y, por otro lado, elementos que aluden a prácticas en la
ciudad: un quiosco y escaparates, símbolos del consumo característico de las ciudades
modernas. Esto se complementa con la presencia de elementos que representan la nueva
tecnología, un “automóvil” y un “tranvía”, que se mezclan con aquella no tan moderna,
“la victoria”, y terminan de escenificar un contexto urbano y moderno que, aunque
incipiente, representa una gran presencia del desarrollo de tecnología moderna.
Notamos, sin embargo, al observar al poema en conjunto, que estos elementos no son
pistas aisladas sobre el contexto, sino que todas las estrofas de “Pedestre” son
descripciones en las cuales se insertan estos. En efecto, ateniéndonos a la estética del
poema, observamos que las estrofas comienzan con una intención descriptiva: “en el
fondo”, “las sombras”, “con un brazo prendido a la pared”, “las miradas”, “junto al
cordón”, “pasa”, “de repente”. Es importante señalar, además, que ninguna tiene
conectores sino que están colocadas en una yuxtaposición sintagmática. Para Camurati,
este método alude al “collage” de la estética cubista, y puede ser interpretado como un
intento de representación de un paisaje mediante la descripción de sus diversos aspectos
(1988). De esta manera, notamos que el poema no sigue un orden secuencial particular,
sino que, a lo largo de sus estrofas, describe un paisaje en particular: la cotidianidad dentro
de una ciudad (como podemos ver por la presencia de todos los elementos mencionados),
es decir, la cotidianidad moderna.
Este panorama parece ser narrado por la voz poética del poema. Las múltiples
descripciones que hace lo sitúan en un plano horizontal, en el cual recibe un influjo
simultáneo de sensaciones e imágenes de la ciudad. Así pues, el yo poético narra lo que
“ve” en el “fondo de la calle”; describe “las sombras”, ve “un farol apagado”, observa
“las miradas de los transeúntes” o lo que está “junto al cordón de la vereda”, y ve como
“pasa: una mujer”. No va más allá de lo visible en un plano horizontal y hasta podemos
interpretar, tentativamente, que se distancia de lo que describe. Tomando en cuenta esto,
el título “Pedestre” cobra una significación particular. Propongo que connota la
perspectiva desde la cual el yo poético narra lo que observa, como un peatón más que
trascurre en la ciudad, pero que se detiene a contemplarla.
Tenemos así un yo poético que, inserto en el mundo moderno, narra una escena de la
ciudad. Antes de proseguir con el análisis, para entender la significación de cómo es el
paisaje que narra la voz poética, resulta necesario explicar la enajenación entendida desde
el punto de Karl Marx. Dentro del sistema capitalista característico del mundo moderno,
en el que la explotación del humano dirigida hacia la producción de riquezas rige a la
sociedad, se producen para Marx varias patologías que afectan a la naturaleza del ser
humano: su sociabilidad. Una de estas es la enajenación, producto del establecimiento de
relaciones superficiales mercantiles y de consumo entre los individuos burgueses. Esta
resulta de una contradicción del desarrollo de la tecnología en el mundo moderno: esta
permitía al hombre tener más control sobre el mundo, pero también lo alejaba cada vez
más de relaciones sociales verdaderas (Hernández, 2005).
Hay un tipo de enajenación particular que nos interesa, la enajenación con respecto al
otro. Implica que el deseo de lo material guía al ser humano y llega a entablar relaciones
egoístas con los otros a manera de conseguir el beneficio propio. Así, en el contexto
urbano, el sujeto urbano deja de reconocer a los otros como humanos, sino que los cosifica
al verlos como medios y es incapaz de construir con otros relaciones sociales genuinas.
Su teoría, si bien se da en el S.XIX, resulta más aplicable en el siglo XX, en el cual la
modernidad ha consolidado una relación con la tecnología más fuerte (Hernández, 2005).
Tomando como punto de partida este diagnóstico de la realidad moderna que hace Marx,
volvamos al poema. En la estrofa 5, notamos elementos que nos llevan a una
caracterización del sujeto moderno. Así, en “Junto al cordón de la vereda un quiosco
acaba de tragarse//una mujer”, vemos que una mujer es “tragada” por un quiosco, en lugar
de que se describa, por ejemplo, que la mujer entra en el quiosco. La traslación del núcleo
semántico resulta así en que la persona representada adquiere el rol de “objeto” en la
oración. Al decir que el quiosco “se tragó” a una mujer, la persona pierde su papel activo
y su protagonismo: se vuelve un objeto “tragable”. De esta manera, lo que “define” qué
pasará con el sujeto es la cosa material. Vemos, entonces, que en esta representación del
sujeto moderno se empieza a constituir la imagen de un sujeto que ha perdido su carácter
activo (su acción), su individualidad, al definirse por lo exterior (lo material). Así, la
atribución de una característica pasiva al sujeto representado, nos remite a un sujeto
enajenado.
Observamos también que, el yo poético “confunde” a los sujetos como parte paisaje que
describe. En la estrofa 6, vemos que “pasa: una inglesa idéntica a un farol”, pero si bien
la voz poética reconoce la acción del sujeto, no lo presenta como actor, sino como parte
de la escenificación. Así pues, no constituye una vuelta al rol activo del sujeto, sino que
se compara al rol de la persona con el de un objeto inactivo y estático, trastoca al sujeto
con el objeto. Así, el yo poético “ve”, en la modernidad que describe, a los sujetos como
“objetos” que forman parte del paisaje de la ciudad, no como seres humanos en un
contexto social. Me parece importante en este punto mencionar que Schwartz elabora una
caracterización del “sujeto-de-Girondo” para sus primeras obras como un “yo lirico” que
carece de interioridad y se define por lo exterior (1993). Tomando en cuenta la
cosificación que acabamos de analizar, y basándonos en esta caracterización, propongo
que el yo poético puede representar a un sujeto moderno y enajenado que, en tanto
definido por lo material exterior, “cosifica” a las personas.
En contraste con esta reificación del sujeto representada, encontramos la imagen más
recurrente a lo largo del poema: el objeto “antropomorfizado”. Así pues, en las estrofas
1,2,3,4 y 5 tenemos edificios que “aspiran”, sombras que “se quiebran” y “se acuestan”,
un farol que “tiene la visión convexa” y está “con un brazo prendido a la pared”, y un
quiosco que, como ya mencionamos, “acaba de tragarse una mujer”. Vemos así como la
carga semántica trasladada hacia los objetos los convierte a lo largo de todo el poema,
gramaticalmente, en los “sujetos” de las oraciones. De esta manera, se va representando
un protagonismo de los objetos en el escenario de la modernidad, y por ende, su
importancia. Pero ¿qué quiere decir este protagonismo? Tomando en cuenta la
cosificación y la antropomorfización mencionadas, se evidencia que el rol que adquieren
los objetos en el paisaje de la modernidad tiene la función en el poema de desarticular al
sujeto, pues le quita la acción y lo deja estático y pasivo.
A lo largo del poema, es mediante la actividad de los objetos que se perfila la imagen de
la ciudad moderna. Es el edificio el que “aspira” los malos olores de la ciudad, son las
sombras que al “acostarse” aclaran el paisaje, son los faroles los que con un “brazo
prendido a la pared” describen la iluminación y que mediante su “visión convexa” miran
a los automóviles pasar, es el quiosco el que al “tragarse” a la mujer describe cómo esta
entra en él, etc. Mientras que los objetos con sus acciones crean el escenario y constituyen
así lo representativo de la modernidad, las personas solo quedan a la merced de esta
caracterización. De esta manera, resalta que, además de ser cosificado, el ser humano y
su posible relación con otros se ven relegados dentro de la cotidianidad moderna, y los
objetos adquieren el carácter determinante y principal dentro de este mundo. Así, la
realidad material se impone sobre la realidad social, es lo material (o el deseo de lo
material) lo que modela al hombre y relega, así, su “naturaleza humana” al segundo plano.
La representación del sujeto moderno se da así sin poner al sujeto como un participante
activo. Pero no es solo un sujeto meramente de carácter egoísta el que se retrata, sino que
está, además de inserto en la modernidad, guiado por el consumo. Esto nos acerca más a
la enajenación de Marx. En efecto, en la estrofa 4 vemos que “Las miradas de los
transeúntes ensucian las cosas que se exhiben en los escaparates”. Si bien el énfasis no
está en los sujetos modernos, sí lo está en sus miradas, las cuales se guían por su interés.
Esto puede ser visto como una manera de priorizar una característica. Esta mirada que
“ensucia” la interpretamos como una metáfora de la codicia. El sujeto codicia los objetos
presentados a la venta en el escaparate, y los “ensucia” con su deseo egoísta y consumista.
Interpretada de esta manera, y tomando en cuenta todo lo analizado hasta ahora, vemos
más definida una de las características que deviene en el desarrollo de la enajenación, la
relación de los individuos con el deseo y consumo de objetos materiales.
A manera de fortalecer esta interpretación, analicemos el resto de la estrofa. Vemos que
las mismas miradas que ensuciaban, “adelgazan las piernas que cuelgan//bajo las capotas
de las victorias.”. Para Cortés, la presencia de partes del cuerpo, nunca completas, pero
presentes en este poemario, connotan el deseo erótico (2015). Propongo que, además de
esto, la fragmentación de los cuerpos es señal de una cosificación de las personas. Las
piernas se vuelven en partes separadas del cuerpo, cosas, sujetas a la mirada de los demás.
La mirada de los transeúntes, entonces, deforma, en tanto que cosifica, a las personas que
están en “la victoria” para su satisfacción. Podrían ser, posiblemente, miradas de hombres
que se centran en el erotismo de las piernas en el transporte. En todo caso, se evidencia
que la cosificación como símbolo de la enajenación se puede observar también en la
representación que se da de una relación social más íntima entre los seres humanos, la
sexualidad o el erotismo.
Esta representación de la realidad adquiere un tono crítico cuando notamos que se hace
presente, a lo largo de todo el poema, lo “absurdo”. Hay una ironía en el hecho de que en
el poema los objetos modernos, que representan a la modernidad, adquieran un papel
predominante, de control y definición, sobre los sujetos modernos. Esta deformación de
la realidad (en la que los objetos actúan y los sujetos “cosifican” y a la vez son cosas) no
es solo un estilo para causar gracia, pues semánticamente, como hemos interpretado,
alude a la realidad empírica, y no a una creada. En efecto, para Usandizaga, la poética de
lo absurdo tiene como propósito mostrarnos lo risible de lo cotidiano real, es decir,
mostrar mediante exageraciones e invenciones aspectos de la realidad que no tienen
sentido, pero que en el día a día aceptamos como normales constituyentes de nuestra
realidad (1996). Al observarlo a lo largo de todo el poema, afirmamos que está
intricamente relacionado con la representación de la enajenación.
Observamos indicios de este absurdo que deforma la realidad en la ilustración del poema.
A las ilustraciones de Girondo, Schwartz las denomina “estrofas visuales”, pues para él
son los equivalentes icónicos del verso, y por lo tanto, tienen una carga semántica
importante para el análisis (1993). ¿A que hace referencia esta “estrofa”? Notamos que el
farol que en el poema, “tiene la visión convexa de la gente que pasa en automóvil”, en la
ilustración, de manera similar, refleja en su vidrio el paisaje urbano moderno. Está
realidad que representa está al revés (la palabra “hotel”), y fragmentada (partes cortadas
de automóviles y edificios). En efecto, en el poema observamos que los objetos definen
a los sujetos (al revés) y estos están cosificados (su naturaleza humana está fragmentada).
De igual modo, descartamos que la exageración de lo cotidiano pueda ser positiva, pues
en el único momento en el que se vislumbra algo que podría ser una exaltación de la
modernidad, esta queda rápidamente contrapuesta. En la estrofa 6, simbólicamente se
asocia el aprendizaje y con desarrollo en “Pasa:…Un tranvía que es un colegio sobre
ruedas”. Pero, seguidamente también pasa “un perro fracasado, con ojos de prostituta,
que nos da vergüenza mirarlo y dejarlo pasar”. Así, cualquier valoración positiva queda
sobrepuesta por la presencia de la “vergüenza” que se genera al observa a un animal
(objeto, podría decirse) “humanizado”. El carácter activo del objeto frente a la pasividad
del ser que se ha visto hasta ahora, no recibe una valoración positiva. Pareciera como si
la breve contemplación de lo positivo de la modernidad es rápidamente descartada frente
a la confrontación del rol determinante que ha adquirido lo material sobre lo humano.
Resulta explicitada la asociación de la crítica con lo absurdo en esa misma estrofa. El
perro con “ojos de prostituta”, por sí solo, constituye una representación de lo absurdo.
En la definición que se da a manera de pie de página de lo que es un “perro fracasado”:
“:..han perdido a su dueño por levantar la pata como una mandolina…” y quiere que “lo
barran como a la basura”, se evidencia el sinsentido que implica la “antropomorfización”
de los objetos. De esta manera, no solo es una valoración negativa frente al carácter
determinante de los objetos en el contexto moderno, sino que además es una asociación
directa con lo absurdo. Es significativo que la primera valoración explicita del yo poético
resulta de observar esta asociación, siente “vergüenza”, como si tomara
momentáneamente alguna consciencia de lo absurdo de la realidad que se le presenta.
A manera de “broche de oro”, para terminar esta representación absurda, pero
significativa de la realidad, nos encontramos con la última estrofa. Observamos un
vigilante que utiliza una batuta para detener los estremecimientos de la ciudad, y se
posiciona así como una especie de director de orquestra que pone un pare a los “sonidos”
de la modernidad, para que se escuche, como un solo de canto: “el susurro de todos los
senos al //rozarse”. Tenemos acá, no la representación de un sujeto activo, sino un final
a la sinfonía de imágenes de la modernidad que nos ha presentado el poema. Como único
sonido, queda lo humano, representado en el “susurro de todos los senos”, pero lo
humano, notamos, está representado de una manera burlesca, cosificado. No representa
la naturaleza humana, sino solo fragmentos enajenados, superficiales.
Finalmente, resulta importante mencionar el paratexto, que incluye el lugar y la fecha
concretos. El poema, así, termina alejándonos de esa realidad burlesca, pero crítica de la
enajenación del sujeto moderno, que construyó a lo largo de sus estrofas. Esta separación
final puede interpretarse como una especie de comparación, entre esa realidad y la
realidad cotidiana de, en este caso “Buenos Aires, agosto, 1920”, ciudad representada
como símbolo de la modernidad en Latinoamérica. El tono burlesco desaparece, entonces,
con una estocada final que lleva al lector a contemplar posibles interpretaciones del
poema en comparación con la realidad en la que vive.
Me gustaría dar una breve recapitulación del análisis para condensar el hilo argumental y
hacer más clara la exposición de mis ideas. Sobre la base de la estética cubista,
comenzamos por la proposición inicial de la voz poética situada dentro de un contexto
urbano, a nivel del peatón, como narrador de la descripción de un paisaje de cotidianidad
en la modernidad. Luego, relacionamos la descripción “cosificadora” de sujetos y
“humanizadora” de objetos con el concepto de enajenación. Buscábamos así demostrar
que en el paisaje que se describía, los objetos (representando la realidad material)
cobraban el rol principal y terminaban definiendo a los sujetos, mientras que estos, a su
vez, observaban a los otros como meros medios para su satisfacción. Finalmente, unimos
estas descripciones con la deformación de la realidad en la narración del poema para así
evidenciar la crítica a la enajenación que supone este uso de una estética de lo absurdo.
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