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LOS VIERNES
DE LAUTARO
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siglo
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FONDO
CARLOS MONTEMAYOR
BIBLIOTECA CENT1'..AL
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jesús gardea
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los viernes de Iautaro
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A
JAIME LABASTIDA
A
MIS HIJOS
JACOBO E IVÁN
capaces de mantenerse jóvenes para a
turas como esta nuestra de las cabeci
Don Gaspar Otelo no acabó de habl
Estaban tocando a la puerta del gale
-¿Quién será, Valerio? J•
-Un amigo suyo, quizá, don Gaspar •.~,
-Ve a abrir. SOLILOQUIO DEL AMARGO
El ex mesero abrió la puerta : era
Sanblas
-Or~ que clama -murmura el san-'
y seña. Miro las peladuras que tiene el techo de
=-Oro que clama -contesta el ex estuco. La tristeza me invade. Pienso en
sero. los años de vida que acabo de cumplir.
-¿Listo? -le pregunta Rufo Sanbf. Una vida que se me ha ido a contrapelo
en voz queda. del amor. No es que me falte o que me
-Sí, jefe; pero no se le olvide : 1 haya faltado nunca mujer. No. No es eso.
anillos son para mí ...
La sábana con la que me tapo hasta la
barbilla, huele a jabón. Es un olor bueno
porque le quita a la cama su siniestra rea-
lidad nocturna. Los sentidos, la carne, se
alegran indeciblemente a causa del olor;
pero sólo por un momento: el horizonte
inmenso que habían creído descubrir, se
cierra, como una puerta oscura, en sus
narices. Por debajo del olor a limpio hay
el de un cuerpo recién salido del agua. Y
todos los caminos llevan a Roma. A su
catedral de nave húmeda y rosada. Allí yo
he copulado y copulado, como un macho,
y nada más. Estos días iguales. Cómo qui-
siera no salir, pasármela aquí tumbado,
haciendo gorgoritos como un orate, tocán-
dome las heridas frescas de anoche. (Uno
se hiere al tratar de jugar en el amor.
Uno arde entonces en su fuego mezquino
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~I" sin haber desplegado jamás las alas.) Pero
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no hay modo, digo, de quedarse en cama
la mañana entera. Otro día será.
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J Laura -es legión- se voltea boca arri-
ba. Aún parece dormir. Columbro sus pe-
Según avanza la luz del sol en mi cuar- zones aplastados. Pezones que han resis-
to, yo calculo la hora. Hoy me desperté tido, por años, el asalto febril de mi
más temprano que de costumbre; ahorita lengua, de mis dedos. Hay un ojo inte-
no pueden ser más de las siete y media. rior en Laura; y lo creo como si lo viera,
Cuántos hombres, me pregunto, no están como si él me viera. Gracias a él, ella
condenados, como yo, a mirar las peladu- percibe el lúdico abismo, sin asideros de
ras del cielo de sus cuartos cuando abren ninguna clase, en el que habrá de caer
los ojos: pura desolación que lo enjuta conmigo, en mí fundida de cabo a rabo:
a uno. De anoche: aquí estamos para des- y recula. Su aplastamiento es absoluto.
hacer el amor, y arrasar y darle otro nom- En la multitud de caminos reales que cru-
bre al paraíso. Y a los animales; y a la zan su cuerpo en todas direcciones crece,
fruta. Previamente mutilados mi tacto y de golpe, una noche de espinas. Si al me-
mi invención de enamorado, yo abro a nos pudiera yo conciliar el sueño y aho-
Laura. Yo, el avezado copulador, y no tar- gar los pensamientos ...
do en caer, en hundirme, en chisporrotear A la luz se han añadido ahora los rui-
como un cable eléctrico en el abismo. dos de la ciudad, sus olores. Comienza
Amén.Orgasmo. Me devuelven lentamente el calor. Aparto la sábana de un lado, ¿por
las olas a la playa donde todo empezó. qué no persiste·un poco m'• el fl'llco de
Laura se ha dado vuelta sobre su costado las primeras horas? Cuando el 101 mo to-
derecho. Duerme. Ella es un guante de que los pies, como un tizón ardiendo, tan-
veinte dedos, tirado en la arena, con el dré que levantarme y correr en seguida
cual acabo de masturbarme. Y yo encuen- la cortina. Para vestirme y volver al mun-
tro, alrededor de su cuerpo apetecible, la do necesito de la penumbra. Laura se en·
fruta y los animales del paraíso, pudrién- cuentra en la misma posición de anoche,
dose ya. Y ésa es la cuestión. Mientras, la boca arriba, respirando con los labios se-
luz sigue avanzando hacia la cama, hacia miabiertos. Sus labios delgados. Envidio
mí. El amanecer debería ser un fenómeno su sueño. (Laura recula a medias. Va a
total : debería amanecer también en nos- desprenderse de su sexo para que baje,
otros, para que no nos perdiésemos -co- como lúbrica araña, conmigo al vacío.
mo nos perdemos- en noches tan largas. Unos cuantos segundos dura el descenso.
Bueno, la cosa es que el amor no debería Después, igual que antes, lo que sigue, se
dejar, nunca, detrás de sí, semejante ras- repite. Me asombra la liviandad de Lau-
tro de muerte. En la playa sopla un aire ra ; su carencia de alegría y de peso sufi-
triste deveras. Y anoche, como otras cientes en la sangre para ir más allá de
noches. ella misma. Hace ya mucho tiempo que
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yo rompí mis últimas palabras en su dura;. bre. De nada vale pasarse a la sombra de
corteza. Sutil enemiga mía. Por desa los edificios. La incomodidad que siento
gos como éste, se comprenderá que ya n1 en las axilas es creciente. Si no me quito
tengo nada que decirle. Nada.) Sin dud · el saco pronto voy a sentirme más infeliz ;
Laura siente que el fresco ha cesado, pu hasta las uñas. Y no quiero. No lo sopor-
se destapa y avienta la sábana al piso taría. Me repego pues a la pared buscando
abre los muslos. No ha abierto, sin em.~ una puerta abierta donde meterme. Con-
bargo, los ojos: todo lo hizo anclada a s~ fusamente recuerdo que por el rumbo que
sueño perfecto. La luz del sol rebota e~¡ llevo, hay una tienda de abarrotes, y en la
el piso y enciende la cal del estuco. El so&~ tienda, un ventilador. Hoy creo que es el
ya está a mis pies: es hora de levantarmeá día más caluroso en todo lo que va del
Me he hecho viejo frente a las viandas d~ verano. Ni quien sospechara tanto fuego
un banquete, sin tocarlas. cuando amaneció. Por la tienda he pasado
Me pongo la ropa, sonámbulo. Me ao mil veces de largo y he sentido su sabrosa
coa la cortina y, por una hendidura, min bocanada húmeda. Compraré algo prime-
hacia la calle, abajo. Son como las nueve. ro -me digo en el momento de entrar.
La calle me da la impresión de siempre, Un dependiente marca unas cajitas ama-
un lugar envejecido prematuramente, ea rillas sobre el mostrador. Me le acerco y
el que las esperanzas ya no cuentan, yat· le pido cerillos: de los baratos. Sin quitar
no viven. Un día de éstos, Laura no mer la vista de sus cajitas, el dependiente ex-
verá regresar. Voy a convertirme en un tiende un brazo hacia atrás y de un casi-
árbol de arena. Trabajo me cuesta tomar- llero toma lo que pedí. "Son cincuenta
me el jugo de naranja en la cocina. Es centavos, señor'', dice. Le hago un comen-
como si se me hubiera coagulado la tris- tario del estado del tiempo. No me oye, o
teza en la garganta y no quisiera salir de " no tiene ganas de hablar. 1!1 podría ser
allí. No tendré ni siquiera voz para despe-,'~1 hermano de Laura, la boca como una cor-
dirme de ella como ayer: como hace sU' ;~ tada en la cara. Su mal humor me impor-
glos, Es raro que Laura me escuche cuan. .., ta poco: yo procedo entonces a quitarme
do le digo adiós. No obstante, yo persisto ''~ el saco para que el aire del establecimien-
en la costumbre, porque mi adiós es otra i'~ to me envuelva y refrigere. El dependien-
cosa; quizás el poro por donde la prima- .!;.,¡ te, levantando la cara, me mira por pri-
vera sigue respirando en mí. Ya para aban. '~ mera vez. "No -me detiene- déjese
donar el departamento, compruebo si trai- .)~ mejor usted el saco." Casi no mueve los
go bastantes tarjetas de presentación en h, labios al hablar. La voz le ha salido de
el portafolios de falsa piel. }. adentro, como si fuera un autómata. "Es
En la calle, el calor hincha el aire y me que me estoy asando", le replico. El de-
aplasta y me sofoca. Es un sapo de lum- pendiente, con una mano, empieza a echar
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