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En este Evangelio de hoy, nos invita Jesús, como a

Felipe, a no quedarnos sólo con la experiencia que


hemos vivido en el pasado con Él (a lo mejor nos
hemos alegrado mucho en un encuentro con Él, pero
hemos seguido en lo nuestro). Se nos invita a seguirlo,
a irnos con Él, a convertirnos en instrumento para
llamar a otros. El Señor, que nos conoce muy bien, a
cada uno de nosotros, que vamos a su encuentro
queriendo conocerlo. Nos dice, además, que vamos a
ver cosas mayores: veremos a Jesús, ese Varón de
dolores, acostumbrado al sufrimiento, como la
verdadera Casa de Dios, como el Lugar donde Dios se
manifiesta, como la puerta del Cielo. Ojalá le
busquemos y, encontrándonos con Él, experimentemos
la Vida
Evangelio de San Juan 1,43-51
AL DÍA SIGUIENTE, HABÍA DECIDIDO PARTIR
PARA GALILEA Y SE ENCUENTRA A FELIPE.
JESÚS LE DIJO A ÉSTE: «SÍGUEME». FELIPE
ERA DE BETSAIDA, LA CIUDAD DE ANDRÉS Y
DE PEDRO (El versículo 43 presenta una oscuridad
gramatical, que los críticos resuelven de varias
maneras. No hay ningún sujeto que se anteponga al
verbo que indica que «había decidido partir para
Galilea». Las traducciones habituales suplen esta
carencia indicando que es Jesús el que tenía pensado
partir; entonces se sienten autorizados a suprimir el
nombre de Jesús de la frase siguiente, a pesar de que
indica expresamente: «Y Jesús le dijo», y no «le dijo».
En ese caso, sería Jesús el que se encuentra con Felipe,
con lo que el movimiento del relato en su conjunto - la
difusión del anuncio de un discípulo a otro - se ve
perturbado. A nuestro juicio, semejante reconstitución
del texto es arbitraria, dado que - según el relato -
Andrés se encontró «en primer lugar» a su hermano
Simón (1,41: “Se encontró en primer lugar con su
hermano Simón y le dijo: «Hemos encontrado al
Mesías (que significa el Cristo)»”): ¿no da a entender
esto que se encontró con Felipe en segundo lugar? Por
tanto, sería Andrés el que se proponía marchar a
Galilea, seguramente siguiendo a Jesús, y el que habló
a continuación con Felipe. Esta lectura podría aclarar
otro dato de este pasaje: puesto que Andrés es «uno de
los dos que había oído a Juan y seguido a Jesús», ¿no
podría sospecharse que el otro era Felipe? [En contra
de la mayor parte de los autores que identifican al otro
discípulo con el discípulo amado o con el mismo
Juan]. En favor de esta hipótesis señalemos que
Andrés y Felipe, nombrados juntos en algunas listas de
apóstoles, son de la misma ciudad de Betsaida [Véase
Marcos 3,18: “a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo,
Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el
Cananeo”; Hechos 1,13: “Y cuando llegaron subieron
a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan,
Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y
Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de
Santiago”. Betsaida, lugar citado en Juan 12,21: “Estos
se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le
rogaron: «Señor, queremos ver a Jesús»”; Mateo
11,21: “«¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!
Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los
milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que
en sayal y ceniza se habrían convertido”; Marcos 6,45:
“Inmediatamente obligó a sus discípulos a subir a la
barca y a ir por delante hacia Betsaida, mientras él
despedía a la gente”; 8,22: “Llegan a Betsaida. Le
presentan un ciego y le suplican que le toque”; Lucas
9,10: “Cuando los apóstoles regresaron, le contaron
cuanto habían hecho. Y él, tomándolos consigo, se
retiró aparte, hacia una ciudad llamada Betsaida”, está
situada al este de la desembocadura del Jordán en el
lago de Tiberíades Según Orígenes, la palabra
significaría en griego «casa de los pescadores»] y
parecen formar una pareja de amigos: intervienen
juntos en el episodio de la multiplicación de los panes
(6,5-9: “Al levantar Jesús los ojos y ver que venía
hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a
comprar panes para que coman éstos?» Se lo decía
para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.
Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no
bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno
de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro:
«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de
cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»”) y
se dirigen juntos a Jesús en favor de los prosélitos
griegos (12,22: “Felipe fue a decírselo a Andrés;
Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús”); sobre
todo - aquí mismo - Felipe recoge en el versículo 46
(“Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo
bueno de Nazaret?». «Ven y verás», le dijo Felipe”) la
expresión que Jesús había pronunciado al responder a
los primeros discípulos. Y no se le hace ningún
anuncio del Mesías. Así pues, ¿qué es lo que pasó?
Después de la velada al lado de Jesús, sólo Andrés se
habría adherido inmediatamente a Jesús, mientras que
Felipe habría tenido necesidad de ser llamado
expresamente por Jesús, que ahora le dice:
«¡Sígueme!»; al primer contacto con el Maestro fue
necesario añadir una palabra escuchada personalmente
que decidió irrevocablemente su «vocación». Mientras
que el relato sinóptico de la llamada de los pescadores
galileos termina refiriendo la actitud de éstos últimos:
«Y dejándolo todo le siguieron», Juan omite la
reacción - evidentemente positiva - de Felipe; prefiere
destacar, literariamente, la autoridad de Jesús. La
mención que viene a continuación, a propósito del
lugar de procedencia de Felipe, ofrece una pausa en el
relato, antes del último episodio, el más desarrollado)
FELIPE SE ENCUENTRA A NATANAEL Y LE
DICE: «AQUEL DE QUIEN MOISÉS ESCRIBIÓ EN
LA LEY, ASÍ COMO LOS PROFETAS, LO HEMOS
ENCONTRADO: ES JESÚS, EL HIJO DE JOSÉ DE
NAZARET». NATANAEL LE RESPONDIÓ: «¿DE
NAZARET PUEDE SALIR ALGO BUENO?». «VEN
Y VE», LE DIJO FELIPE. JESÚS VIO A
NATANAEL QUE VENÍA HACIA ÉL Y DIJO: «¡HE
AQUÍ VERDADERAMENTE A UN ISRAELITA
SIN FALSEDAD!» NATANAEL LE DIJO: «¿DE
DÓNDE ME CONOCES?». JESÚS LE RESPONDIÓ:
«ANTES DE QUE FELIPE TE LLAMARA,
CUANDO ESTABAS BAJO LA HIGUERA, TE VI».
NATANAEL CONTESTO: «RABBÍ, ¡TÚ ERES EL
HIJO DE DIOS! ¡TÚ ERES EL REY DE ISRAEL!».
JESÚS REPLICÓ: «PORQUE TE HE DICHO QUE
TE VI BAJO LA HIGUERA, ¡CREES! ¡VERÁS
MEJOR TODAVÍA!» (El relato avanza de nuevo
rápidamente. Después de Andrés, después de Simón,
después de Felipe, he aquí a Natanael, personaje no
mencionado en la lista de los doce, pero que algunos
identifican con Bartolomé, cuyo nombre significa
igualmente «Dios ha dado» (‫נְ תַ נְ אֵ ל‬, Nethanel). Felipe le
declara, como Andrés a Simón: «Lo hemos
encontrado». ¿A quién? En una fórmula paradójica,
Felipe une dos características de Jesús, esenciales
ambas en nuestro contexto: es el Mesías anunciado por
la Escritura entera [Ὃν ἔγραψεν Μωϋσῆς ἐν τῷ νόμῳ
καὶ οἱ προφῆται, Aquel de quien escribió Moisés en la
Ley y Los Profetas. Véase Lucas 16,29: “Pero
Abraham dijo: ``Ellos tienen a Moisés y a los profetas;
que los oigan”; 16,31: “Mas Abraham le contestó: ``Si
no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se
persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos”;
24,27: “Y comenzando por Moisés y continuando con
todos los profetas, les explicó lo referente a Él en todas
las Escrituras”; Hechos 26,22-23: “Así que habiendo
recibido ayuda de Dios, continúo hasta este día
testificando tanto a pequeños como a grandes, no
declarando más que lo que los profetas y Moisés
dijeron que sucedería: que el Cristo había de padecer,
y que por motivo de su resurrección de entre los
muertos, Él debía ser el primero en proclamar luz tanto
al pueblo judío como a los gentiles”; 28,23: “Y
habiéndole fijado un día, vinieron en gran número
adonde él posaba, y desde la mañana hasta la tarde les
explicaba testificando fielmente sobre el reino de Dios,
y procurando persuadirlos acerca de Jesús, tanto por la
ley de Moisés como por los profetas”] y, precisamente,
es υἱὸς τοῦ Ἰωσὴφ («el hijo de José de Nazaret»). Esta
última expresión, aunque tradicional, es única en
labios de un discípulo; en otros lugares se presenta
siempre como un «se dice» de la gente [Lucas 3,23:
"Y cuando comenzó su ministerio, Jesús mismo tenía
unos treinta años, siendo, como se suponía, hijo de
José, quien era hijo de Elí"; 4,22: "Y todos hablaban
bien de Él y se maravillaban de las palabras llenas de
gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste el
hijo de José?"; Juan 6,42: "Y decían: ¿No es éste
Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros
conocemos? ¿Cómo es que ahora dice: ``Yo he
descendido del cielo?". ἀπὸ Ναζαρέτ («De Nazaret»):
Marcos 1,9: “Y sucedió que por aquellos días vino
Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por
Juan en el Jordán”; Mateo 2,23: “y fue a vivir en una
ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el
oráculo de los profetas: Será llamado Nazoreo”; 4,13:
“Y dejando Nazará, vino a residir en Cafarnaúm junto
al mar, en el término de Zabulón y Neftalí”; 21,11: “Y
la gente decía: «Este es el profeta Jesús, de Nazaret de
Galilea»”; Lucas 1,26: “Al sexto mes fue enviado por
Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret”; 2,4: “Subió también José desde Galilea, de
la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David,
que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de
David”; 2,39: “Así que cumplieron todas las cosas
según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su
ciudad de Nazaret”; 2,51: “Bajó con ellos y vino a
Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba
cuidadosamente todas las cosas en su corazón”; 4,16:
“Vino a Nazará, donde se había criado y, según su
costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se
levantó para hacer la lectura.” y Marcos 6,1-6a: “Salió
de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen.
Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la
sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y
decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es
ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por
sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María
y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no
están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se
escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: «Un
profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su
casa carece de prestigio.» Y no podía hacer allí ningún
milagro, a excepción de unos pocos enfermos a
quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló
de su falta de fe” (no de Belén: Juan 7,41-42: “Otros
decían: «Este es el Cristo.» Pero otros replicaban:
«¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la
Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de
David y de Belén, el pueblo de donde era David?»”].
Natanael descarta de antemano el valor que pueda
tener un origen galileo, no sólo porque Nazaret es una
aldea insignificante, sino en nombre de una tradición
judía según la cual se ignoraría de dónde habría de
venir el Mesías (Juan 7,27: "Pero nosotros sabemos de
dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías,
nadie sabrá de dónde es»"). Su ocurrencia subraya la
paradoja ya evidente. ¿Va a abrirse Natanael a una
realidad inesperada o va a encerrarse en lo que él
piensa saber ya a propósito del Mesías? A Felipe no se
le ocurre demostrarle nada, ni siquiera por la Escritura
a la que acaba de apelar; lo que hace es apelar a la
experiencia diciéndole simplemente: «Ven y ve»
(Ἔρχου καὶ ἴδε), como haciendo eco a las palabras de
Jesús: «Venid y veréis» (Ἔρχεσθε καὶ ὄψεσθε,
versículo 39: “Él les dijo: Venid y veréis. Entonces
fueron y vieron dónde se hospedaba; y se quedaron
con Él aquel día. Era la hora décima”). Así pues,
Natanael va y - paradoja muy propia de Juan - no es él
el primero en divisar a Jesús, sino que Jesús lo «ve»
(εἶδεν) venir a él, lo ve dispuesto a creer en su persona
y no solamente en la Escritura, tal como él la
interpretaba. Una vez más, Jesús no llama a Natanael
sino que, al encontrarlo por primera vez, manifiesta
que lo conoce a fondo. Natanael – dice - es un hombre
ἐν ᾧ δόλος οὐκ ἔστιν (en quien no hay engaño, sin
falsía). Según el giro hebreo, esta expresión significa
«no astuto», sin engaño ni mentira [a diferencia de su
antepasado ‫ ַיעֲקֹ ב‬, Jacob, nombre derivado de ‫עָקַ ב‬, aqab,
el que engaña, el que agarra el calcañar, el que ataca
insidiosamente, el que se burla: Génesis 27,35-36 ("Tu
hermano vino con δόλου, engaño, y se ha llevado tu
bendición. Y Esaú dijo: Con razón se llama Jacob,
pues me ha suplantado estas dos veces. Me quitó mi
primogenitura, y he aquí, ahora me ha quitado mi
bendición"); Isaías 53,9 ("Se dispuso con los impíos su
sepultura, pero con el rico fue en su muerte, aunque no
había hecho violencia, ni había δόλος, engaño, en su
boca"); y es que los LXX traducen la palabra ‫מ ְרמָ ה‬, ִ
mirmat, engaño, falsedad, traición, de ‫רמָ ה‬,ָ ramah,
engaño, traición; ‫ר ִמיָה‬,ְ rmiyah: engaño, negligencia,
traición, Salmo 32,2 (“¡Cuán bienaventurado es el
hombre a quien Yahveh no culpa de iniquidad, y en
cuyo espíritu no hay δόλος, engaño!); por la palabra
δόλος, engaño, cebo, arte] no prostituido ante los
falsos dioses y por tanto fiel (Apocalipsis 14,5: "En su
boca no fue hallado ψεῦδος, engaño; están sin
mancha"): tal es este ἀληθῶς Ἰσραηλίτης («israelita
auténtico»), que no se apoya en su ciencia para
dispensarse de acudir al hijo de José (5,39-40:
"Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas
piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de
mí, y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para
tener Vida"). Jesús, que conoce a sus ovejas (10,14:
"Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis
ovejas me conocen a mí"), alaba en él al verdadero
Israel abierto a la acogida de Aquel a quien Felipe
había designado como el que realizaba las Escrituras.
Natanael se extraña de que Jesús lo conozca tan
íntimamente; Jesús le da como respuesta una
ilustración del conocimiento que tiene de él: «Cuando
estabas bajo la higuera, te vi» (ὄντα ὑπὸ τὴν συκῆν
εἶδόν σε). La tradición judía puede aclarar esta frase
enigmática. No se trata tanto de un episodio de la vida
de Natanael o del confort doméstico del judío como
del estudio de la Ley; como dice Rabbí Aqiba, la
higuera se había convertido en el judaísmo en el árbol
del conocimiento de la dicha y de la desgracia
[Cantares 2,13: “Echa la higuera sus yemas, y las viñas
en cierne exhalan su fragancia. ¡Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente!”. Génesis 3,7: “Entonces se les
abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de
que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se
hicieron unos ceñidores”; 1 Reyes 5,5: “Judá e Israel
vivieron en seguridad, cada uno bajo su parra y bajo su
higuera, desde Dan hasta Berseba, todos los días de
Salomón”; Miqueas 4,4: “Se sentará, cada cual, bajo
su parra, y bajo su higuera, sin que nadie le inquiete,
¡la boca de Yahveh Sebaot ha hablado!”; Zacarías
3,10: “Aquel día - oráculo de Yahveh Sebaot - os
invitaréis unos a otros bajo la parra y bajo la higuera”].
La frase de Jesús sería una insinuación de que, al
estudiar la Ley, Natanael se había preparado para
encontrarse con el mismo Jesús. Muy hermosa es la
explicación que tiene Juan Mateos de estas palabras de
Jesús [“El juicio positivo de Jesús deja perplejo a
Natanael, persuadido de que Jesús no lo conocía. La
respuesta a su pregunta es, a primera vista, enigmática;
Jesús afirma haberlo elegido antes que Natanael lo
conociese. El llamamiento de Natanael no es en
realidad obra de Felipe; su elección estaba efectuada.
Esto confirma de nuevo que Natanael figura a los
israelitas fieles, según la alusión contenida en las
palabras de Jesús (estando tú bajo la higuera). La
mención de la higuera, que sigue a la afirmación
«verdadero israelita», muestra que estas palabras
aluden a Oseas 9,10 (LXX): «Como racimo en el
desierto encontré a Israel, como en breva en la higuera
me fijé en sus padres; pero ellos fueron a Baal Fegor,
se consagraron a la ignominia y los amados (de Dios)
se igualaron a los abominables». En este pasaje
describe el profeta dos épocas en la historia del
pueblo: la de la elección y la de la apostasía. La
calificación «verdadero israelita» que aplica Jesús a
Natanael, el hombre sin falsedad, lo califica como uno
que conserva la autenticidad de la primera época y no
ha traicionado a su Dios. Así, como antiguamente
escogió Dios al antiguo Israel, ahora Natanael, es
decir, los israelitas fieles, han sido escogidos por Jesús
para formar parte de su comunidad”]. En su reacción,
Natanael va también más allá del descubrimiento de
un Rabbí superior y le concede a Jesús la mayor
distinción posible a sus ojos: σὺ εἶ ὁ Υἱὸς τοῦ Θεοῦ,
σὺ Βασιλεὺς εἶ τοῦ Ἰσραήλ (Tú eres el Hijo de Dios,
tú eres el Rey de Israel). Proclamándolo Βασιλεὺς εἶ
τοῦ Ἰσραήλ («Rey de Israel»), lo reconoce como
Mesías, lo mismo que hará la gente entusiasmada
cuando la entrada de Jesús en Jerusalén (12,13: "Y,
tomando hojas de palmera, salieron a su encuentro y lo
aclamaban diciendo: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene
en nombre del Señor, el rey de Israel!»"). Pero
empieza declarándolo ὁ Υἱὸς τοῦ Θεοῦ («El Hijo de
Dios»). Con ello un cristiano entiende la confesión de
la divinidad de Jesús, pero el contexto impide aceptar
este pensamiento en un primer tiempo de lectura; si
no, ¿por qué habría añadido Jesús algo a esta sublime
apelación? En el marco judío en que se mantiene este
texto, hay que acordarse más bien del Salmo 2,6-7:
"Yo mismo establecí a mi Rey en Sión, mi santa
Montaña. Voy a proclamar el decreto del Señor: Él me
ha dicho: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy".
Aquí se encuentra ya la doble confesión de Natanael:
al entronizar al rey David, Dios lo declaraba hijo suyo
[2 Samuel 7,14: "Seré un padre para él, y él será para
mí un hijo. Si comete una falta, lo corregiré con varas
y golpes, como lo hacen los hombres"; Salmo 89,27:
"Él me dirá: «Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca
salvadora»"]. Con estas palabras, Natanael demuestra
que sintió una proximidad singular de Jesús con Dios,
la misma que tenía el Mesías davídico. Su confesión es
análoga a la que hará Pedro: «Tú eres el Santo de
Dios» (6,69: “Nosotros hemos creído y sabemos que
eres el Santo de Dios”; 11,27: "Ella le respondió: «Sí,
Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el
que debía venir al mundo»"). De esta manera Juan
significa que este israelita auténtico está orientado
hacia la fe plena. Por lo demás, ¿no dijo el mismo
Jesús: «Antes de que Felipe te llamara», como para
indicar que el vínculo entre él y Natanael era
realmente independiente de toda mediación?
Observemos finalmente que la confesión de aquel que
representa al verdadero Israel es la única en el texto
que se dirige a Jesús mismo; de suyo, podría ser la
conclusión adonde llega este pasaje, ya que en ella
culmina la adhesión de los otros discípulos. ¿Podía
quedarse allí Jesús? Después de haber preguntado qué
es lo que buscaban, después de haberles invitado a
venir adonde él moraba, ¿no tenía que revelar él
mismo quién era a aquellos hombres que habían
llegado hasta el borde de la acogida de que eran
capaces? El procedimiento de Juan difiere del de los
sinópticos. En Mateo 16,16-17 ("Tomando la palabra,
Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo». Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo
de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne
ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo»"),
Jesús se alegra de la confesión de Pedro, reconociendo
en ella una revelación de arriba. Aquí acepta
implícitamente los títulos mesiánicos que Natanael le
ha dirigido, pero parece relativizar una fe que él
mismo ha suscitado, para abrir al discípulo a una
realidad todavía más allá. Le dice: μείζω τούτων ὄψῃ
(«¡Verás mejor todavía!»). Formulado en futuro, este
anuncio que parece superar incluso a las Escrituras
mesiánicas - y que deja mudos a los oyentes - habría
podido quedar abierto a una indeterminación. Pero
Jesús va a recoger en un lenguaje solemne la promesa
del «ver» (ὁρᾶν, mirar) anunciada en 1,39 («Venid y
veréis»). Y hasta el mismo auditorio recibe mayor
amplitud mediante un «vosotros» que toma el lugar del
«tú»: a través de Natanael, Israel entero es invitado a
«ver» [El verbo ὁράω es frecuente en el capítulo 1:
versículos 29: “Al día siguiente, Juan vio acercarse a
Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo»”; 32-34: “Y Juan dio este
testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo
en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo
conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me
dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y
permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el
Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de
que él es el Hijo de Dios»”; 36: “y, mirando a Jesús
que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios»”; 39:
“Él les dijo: Venid y veréis. Entonces fueron y vieron
dónde se hospedaba; y se quedaron con Él aquel día.
Era la hora décima”; 42: “Entonces lo llevó a donde
estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón,
el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido
significa Pedro”; 46-47: “Natanael le preguntó:
«¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?». «Ven y
verás», le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús
dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin
doblez»”; 50-51: “Jesús continuó: «Porque te dije: "Te
vi debajo de la higuera", crees. Verás cosas más
grandes todavía». Y agregó: «Les aseguro que verán el
cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar
sobre el Hijo del hombre»”. En nuestro pasaje,
empleado sin complemento de objeto, 1,39: “Él les
dijo: Venid y veréis. Entonces fueron y vieron dónde
se hospedaba; y se quedaron con Él aquel día. Era la
hora décima”; 1,50: “Jesús continuó: «Porque te dije:
"Te vi debajo de la higuera", crees. Verás cosas más
grandes todavía»”, abre a las realidades espirituales])
EN VERDAD, EN VERDAD OS DIGO: VERÉIS EL
CIELO ABIERTO Y A LOS ÁNGELES DE DIOS
SUBIR Y BAJAR SOBRE EL HIJO DEL HOMBRE
(El anuncio es introducido por un doble «Amén»
(Ἀμὴν ἀμὴν λέγω ὑμῖν, en verdad, en verdad, les digo)
que utiliza Jesús, según Juan, en sus revelaciones
principales [Destinadas a anunciar alguna verdad
nueva o a superar un malentendido. Propio de Juan, el
Ἀμὴν repetido aparece 25 veces: de ordinario sirve
para enlazar con lo que precede. Por ejemplo, 3,3:
"Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te
digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino
de Dios"; 3,5: "Jesús respondió: En verdad, en verdad
te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no
puede entrar en el reino de Dios"; 3,11: "En verdad, en
verdad te digo que hablamos lo que sabemos y damos
testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no
recibís nuestro testimonio"; 5,19: "Por eso Jesús,
respondiendo, les decía: En verdad, en verdad os digo
que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo
que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el
Padre, eso también hace el Hijo de igual manera"], y
formulado en un lenguaje bíblico que hay que
descifrar. En él revela Jesús el misterio de su persona y
de su misión: a través de él, se establecerá de forma
permanente la comunicación de los creyentes con
Dios. Cuando el bautismo de Jesús, todos los
sinópticos señalaron, aunque de diversas formas, una
apertura del cielo [Véase Mateo 3,16: "Después de ser
bautizado, Jesús salió del agua inmediatamente; y he
aquí, los cielos se abrieron, y él vio al Espíritu de Dios
que descendía como una paloma y venía sobre Él";
Marcos 1,10: "E inmediatamente, al salir del agua, vio
que los cielos se abrían, y que el Espíritu como paloma
descendía sobre Él"; Lucas 3,21: "Y aconteció que
cuando todo el pueblo era bautizado, Jesús también fue
bautizado: y mientras Él oraba, el cielo se abrió"].
Marcos recoge la expresión de Isaías: «los cielos se
desgarraron» (Isaías 64,1: "¡Oh, si rasgaras los cielos y
descendieras, si los montes se estremecieran ante tu
presencia"); según Mateo y Lucas, los cielos
ἠνεῴχθησαν («se abrieron») en un instante puntual,
que marca el aoristo del verbo. Este dato de la
tradición no aparecía en los versículos en que el
Testigo habló de la bajada del Espíritu sobre Jesús en
su bautismo (1,32-33: "Y Juan dio testimonio
diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una
paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le
conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me
dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se
queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu
Santo""); pero emerge aquí en otro contexto, con el
verbo en pretérito perfecto [ἀνεῳγότα, abrió. En
griego, el pretérito perfecto designa una acción que
tuvo lugar en el pasado y que continúa todavía], que
implica no solamente el hecho de la apertura de los
cielos, sino su realización permanente. Del mismo
modo, el vidente del Apocalipsis, que había percibido
primero «una puerta abierta en el cielo» (Apocalipsis
4,1: "Después de esto miré, y vi una puerta abierta en
el cielo; y la primera voz que yo había oído, como
sonido de trompeta que hablaba conmigo, decía: Sube
acá y te mostraré las cosas que deben suceder después
de éstas"), constata al final que los cielos se han
abierto enteramente y para siempre. Esto quiere decir
que la comunicación entre el cielo y tierra se ha
establecido de forma irreversible. En Juan, esta
apertura del cielo es mencionada por Jesús, y no por el
narrador, como en el relato sinóptico de la teofanía
bautismal. Si se ha abierto el cielo, es que los ángeles
suben y bajan sobre el Hijo del hombre. Jesús evoca la
visión de Jacob en Betel. Después de arrebatarle a
Esaú la bendición paterna, Jacob se ve amenazado por
su hermano ¿podría conservar la herencia de la
elección y de la alianza? Pues bien, ve en sueños cómo
la tierra se comunica con el cielo por medio de los
ángeles que, subiendo y bajando, establecen entre ellos
una vinculación: "He aquí que estaba fija en la tierra
una escala cuya parte superior alcanzaba el cielo, y los
ángeles de Dios subían y bajaban sobre ella" (Génesis
28,12). Y ‫( יְ ה ָ֔ ָוה‬Yahveh) le habla a Jacob,
confirmándole la promesa y asegurándole que estaría
con él en su misión (28,13: "Y he aquí, Yahveh estaba
sobre ella, y dijo: Yo soy Yahveh, el Dios de tu padre
Abraham y el Dios de Isaac"). Y Jacob concluye:
"«Ciertamente Yahveh está en este lugar y yo no lo
sabía». Y tuvo miedo y dijo: «¡Cuán imponente es este
lugar! Esto no es más que la casa de Dios, y esta es la
puerta del cielo»" (Génesis 28,16-17). La frase de
Jesús en Juan 1,51 ("Y le añadió: «En verdad, en
verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles
de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»")
anuncia que en Él la alianza está presente en la tierra,
su persona es el lugar en donde Dios se manifiesta y se
comunica a los hombres Jesús es el nuevo ‫ית־אל‬ ֵ֑ ֵ ‫ֵ ֵּֽב‬
(Betel), la nueva «casa de Dios». Como las últimas
palabras de Génesis 28,12 (‫בֹו‬,ֵּֽ bow, "He aquí que
estaba fija en la tierra una escala cuya parte superior
alcanzaba el cielo, y los ángeles de Dios subían y
bajaban sobre ella") pueden traducirse tanto «sobre
ella» (sobre la escala) como «sobre él» (sobre Jacob)
[En hebreo el término ‫ ֻסלָם‬, sulam, «escala» es de
género masculino], es ciertamente sobre Jesús, y sin la
mediación de la escala, como suben y bajan los
ángeles. Entre el Hijo del hombre y el Padre hay una
comunión de existencia y por él es como habrá de
realizarse el proyecto de Dios. Antes del sueño, Jacob
ignoraba que Dios mismo estuviera presente «en ese
lugar», los discípulos que rodean a Jesús no lo sabían
todavía. Pero Jesús exulta de gozo, ya que tiene
plenamente conciencia de que, por medio de él, en
relación ininterrumpida con el Padre, es como se
realizará la comunión definitiva entre el cielo y la
tierra, entre Dios y los creyentes (Mateo 11,27: "Todo
me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo
sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el
Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar"). Si
utiliza los términos prestados por la tradición a su
antepasado, es para subrayar la continuidad del
proyecto de Dios y hacer vislumbrar a los discípulos
su propia función. Para anunciar este porvenir que le
afecta a él mismo y a los creyentes, Jesús no emplea el
pronombre personal «yo», sino que se eclipsa detrás de
un título de origen apocalíptico ὁ Υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου
(El Hijo del hombre). Tradicionalmente, esta apelación
se encuentra en contextos escatológicos, relativos a la
venida del Juez. A su manera, la palabra de Jesús hace
eco a una sentencia conservada por la tradición
sinóptica. Delante del sanedrín, Jesús sitúa su
intervención al final de los tiempos diciendo, con
Daniel 7,13 ("Seguí mirando en las visiones nocturnas,
y he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un
Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y
fue presentado ante Él"): "Veréis al Hijo del hombre
sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo con
las nubes del cielo" (Marcos 14,62). Pues bien, la
misma tradición sinóptica presenta una evolución
mientras que en Marcos (Marcos 14,62: "Veréis al
Hijo del hombre sentado a la derecha del
Todopoderoso y viniendo con las nubes del cielo") se
trata de la parusía, Mateo (Mateo 26,64: "Jesús le dijo:
Tú mismo lo has dicho; sin embargo, os digo que
desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la
diestra del Poder, y viniendo sobre las nubes del
Cielo") y Lucas (Lucas 22,69: "Pero de ahora en
adelante, el Hijo del Hombre estará sentado a la diestra
del Poder de Dios") aplican esta frase al tiempo que
sigue inmediatamente a la resurrección de Jesús es ἀπὸ
τοῦ νῦν («desde entonces») cuando el Hijo del hombre
ejerce el juicio [Así en Mateo 26,64: "Jesús le dijo: Tú
mismo lo has dicho; sin embargo, os digo que desde
ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra
del Poder, y viniendo sobre las nubes del Cielo"=
Marcos 14,62: "Veréis al Hijo del hombre sentado a la
derecha del Todopoderoso y viniendo con las nubes
del cielo" = Lucas 22,69: "Pero de ahora en adelante,
el Hijo del Hombre estará sentado a la diestra del
Poder de Dios". Algunos copistas han asimilado a Juan
1,51, "Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo:
veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y
bajar sobre el Hijo del hombre»", con Mateo 26,64,
"Jesús le dijo: Tú mismo lo has dicho; sin embargo, os
digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre
sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre las
nubes del Cielo", insertando ἀπ’ ἄρτι, desde ahora,
antes del verbo ὄψεσθε, verán. Esta lección carece de
valor]. De esta manera la parusía se anticipa en el
tiempo pascual que es el tiempo de la Iglesia. Con
Juan, el movimiento de anticipación coincide con la
existencia de Jesús de Nazaret: desde su ministerio
está ya unido el cielo a la tierra. En la perspectiva
sincrónica que hemos adoptado, la frase del versículo
51 ("Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo:
veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y
bajar sobre el Hijo del hombre»"), lejos de ser un
logión insertado artificialmente, corona todo el pasaje.
Volvamos a la adhesión de los primeros discípulos:
esos israelitas van a ese Jesús que les había designado
el Bautista y, aunque no recogen sus anuncios sobre lo
que habrá de hacer Jesús (obtener el perdón de Dios
para el mundo, bautizar en el Espíritu santo), sí que se
apropian de lo que su Maestro les ha dicho de su
persona misma y lo repiten en su propio lenguaje,
reconociendo en Jesús al Mesías, el cumplimiento de
la Ley y de los profetas, al hijo de Dios, al rey de
Israel. En esta sucesión de títulos queda resumida la
esperanza mesiánica de Israel y se subraya de nuevo el
vínculo entre los dos Testamentos. En particular, a
través del personaje de Natanael, es el Israel auténtico,
sin falsía, el que está dispuesto a dar su fe a Jesús, a
diferencia de los «mentirosos» a los que Jesús
condenará más tarde (8,44: "Ustedes tienen por padre
al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre.
Desde el comienzo él fue homicida y no tiene nada
que ver con la verdad, porque no hay verdad en él.
Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es
mentiroso y padre de la mentira"; 8,54-55: "Jesús
respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria
no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica, el
mismo al que ustedes llaman «nuestro Dios», y al que,
sin embargo, no conocen. Yo lo conozco y si dijera:
«No lo conozco», sería, como ustedes, un mentiroso.
Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra»") Con todo
el conjunto del pasaje, el evangelista insiste en la
afirmación de la mesianidad de Jesús, respondiendo a
una preocupación de la comunidad cristiana,
enfrentada con la sinagoga que discutía su fe en el
hombre de Nazaret [«Los judíos tenían razones más
sólidas para negarse a ver en Jesús al Mesías que para
reconocerlo como tal», J. Blank]. Estas magníficas
confesiones de fe, sin embargo, no se ven sancionadas
por ninguna admiración de Jesús. Pero Jesús encuentra
en ellas la apertura que le permite anunciar a esos
hombres una realidad Μέγας («mayor»). Ese «mayor»
viene ciertamente en la línea de una progresión que
también han marcado los sinópticos: a la confesión de
Jesús como Mesías [Marcos 8,29: "Él les preguntó de
nuevo: Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo"; Mateo
16,16: "Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente", Lucas 9,20: "Y Él
les dijo: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Y Pedro
respondiendo, dijo: El Cristo de Dios"] le sucede el
anuncio hecho por Jesús de la suerte del Hijo del
hombre [Marcos 8,31: "Y comenzó a enseñarles que el
Hijo del Hombre debía padecer muchas cosas, y ser
rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes
y los escribas, y ser muerto, y después de tres días
resucitar"; Mateo 16,21: "Desde entonces Jesucristo
comenzó a declarar a sus discípulos que debía ir a
Jerusalén y sufrir muchas cosas de parte de los
ancianos, de los principales sacerdotes y de los
escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día"; Lucas
9,22: "diciendo: El Hijo del Hombre debe padecer
mucho, y ser rechazado por los ancianos, los
principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y
resucitar al tercer día"]; toda la tradición evangélica ha
realizado esta vinculación. Pero Juan no presenta aquí
al Hijo del hombre yendo a la gloria a través de la
humillación de la pasión; y se puede advertir además
que los ángeles son los que en los sinópticos rodean al
Juez escatológico [Marcos 8,38: “Porque quien se
avergüence de mí y de mis palabras en esta generación
adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se
avergonzará de él cuando venga en la gloria de su
Padre con los santos ángeles”; Mateo 16,27: “Porque
el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre,
con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según
su conducta”; Lucas 9,26: “Porque quien se
avergüence de mí y de mis palabras, de ése se
avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su
gloria, en la de su Padre y en la de los santos
ángeles”]. El reconocimiento del Mesías que han
«encontrado» [Es particularmente digna de atención la
dialéctica de buscar/encontrar en este pasaje de Juan,
se refiere a una vieja tradición sapiencial], si es
ciertamente para los discípulos un avance hacia la luz,
no es aún el «ver» que se les ha prometido. Jesús
cumple las Escrituras, pero las cumple más allá de lo
que sus contemporáneos leían en ellas: el camino del
discípulo conduce a una comunión en donde Israel
encontrará una participación en la gloria misma del
Señor. Jesús está aquí en movimiento y también los
discípulos, que le siguen y que están llamados a acoger
lo que supera sus esperanzas. El discípulo no sueña en
algo más allá de este mundo, porque es aquí abajo
donde el Hijo del hombre une la tierra con el cielo. En
vez de soñar con una gloria lejana, el discípulo tiene
que mirar atentamente lo que ocurre, lo que va a
ocurrir en Cana, cuando Jesús manifieste su gloria.
APERTURA: «¡Verás mejor todavía!». Natanael verá
más aún cuando el signo de Cana; pero todavía le
quedará mucho por descubrir a propósito de Jesús,
hasta el encuentro misterioso con el Resucitado a
orillas del lago (21,1-2: "Después de esto, se manifestó
Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de
Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban
juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo,
Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y
otros dos de sus discípulos"). ¿Qué es lo que ocurre
con el lector? Dejemos de lado la información
corriente sobre Jesús, que lo presenta como un hombre
de bien, como un gran profeta, como un Justo
perseguido, información que no puede dar cuenta del
verdadero alcance del evangelio, aun cuando mantenga
el recuerdo histórico de Jesús en la conciencia de
nuestros contemporáneos y aun cuando sea para ellos
una fuente de inspiración. Puede ser que el lector de
Juan haya reconocido desde hace tiempo en Jesús de
Nazaret al Mesías, del que hablan las Escrituras. Pero,
sea cual fuere el conocimiento de él que se piensa
haber alcanzado, Jesús hace entender en este texto
joánico que el creyente sigue estando al borde, si no
más acá de su misterio. En los cuatro evangelios son
numerosos los títulos que se le dan a Jesús y todos
ellos le convienen perfectamente; sin embargo,
ninguno expresa de forma adecuada quién es él (como
demuestra su misma multiplicidad). Juan destacará el
de «Hijo», sin duda el más elevado para definir su
persona. ¡Pero sería menester entenderlo plenamente y
captar el alcance que tiene ante nosotros! «No me
buscarías si yo no te hubiera encontrado», le decía
Cristo a Pascal. ¿Lo podemos encontrar nosotros, si no
le seguimos buscando, ahora y siempre, sin detenernos
en nuestras adquisiciones? No tiene orillas el océano
adonde nos lleva el encuentro con el Hijo. Los
discípulos formarán muy pronto un grupo alrededor de
Jesús. Pero en nuestro texto, que narra su primer
acercamiento al Mesías, el paso que da cada uno es
individual. El camino de la fe se arraiga en una
experiencia singular, aunque vaya sostenida por la
escucha de un testimonio recibido de otro. Y se
observa sobre todo que en este conjunto de llamadas
que hemos visto Jesús se dirige a los primeros
discípulos, a Simón, a Felipe y a Natanael por medio
de una palabra diferente en cada caso.

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