En este Evangelio de hoy, nos invita Jesús, como a
Felipe, a no quedarnos sólo con la experiencia que
hemos vivido en el pasado con Él (a lo mejor nos hemos alegrado mucho en un encuentro con Él, pero hemos seguido en lo nuestro). Se nos invita a seguirlo, a irnos con Él, a convertirnos en instrumento para llamar a otros. El Señor, que nos conoce muy bien, a cada uno de nosotros, que vamos a su encuentro queriendo conocerlo. Nos dice, además, que vamos a ver cosas mayores: veremos a Jesús, ese Varón de dolores, acostumbrado al sufrimiento, como la verdadera Casa de Dios, como el Lugar donde Dios se manifiesta, como la puerta del Cielo. Ojalá le busquemos y, encontrándonos con Él, experimentemos la Vida Evangelio de San Juan 1,43-51 AL DÍA SIGUIENTE, HABÍA DECIDIDO PARTIR PARA GALILEA Y SE ENCUENTRA A FELIPE. JESÚS LE DIJO A ÉSTE: «SÍGUEME». FELIPE ERA DE BETSAIDA, LA CIUDAD DE ANDRÉS Y DE PEDRO (El versículo 43 presenta una oscuridad gramatical, que los críticos resuelven de varias maneras. No hay ningún sujeto que se anteponga al verbo que indica que «había decidido partir para Galilea». Las traducciones habituales suplen esta carencia indicando que es Jesús el que tenía pensado partir; entonces se sienten autorizados a suprimir el nombre de Jesús de la frase siguiente, a pesar de que indica expresamente: «Y Jesús le dijo», y no «le dijo». En ese caso, sería Jesús el que se encuentra con Felipe, con lo que el movimiento del relato en su conjunto - la difusión del anuncio de un discípulo a otro - se ve perturbado. A nuestro juicio, semejante reconstitución del texto es arbitraria, dado que - según el relato - Andrés se encontró «en primer lugar» a su hermano Simón (1,41: “Se encontró en primer lugar con su hermano Simón y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías (que significa el Cristo)»”): ¿no da a entender esto que se encontró con Felipe en segundo lugar? Por tanto, sería Andrés el que se proponía marchar a Galilea, seguramente siguiendo a Jesús, y el que habló a continuación con Felipe. Esta lectura podría aclarar otro dato de este pasaje: puesto que Andrés es «uno de los dos que había oído a Juan y seguido a Jesús», ¿no podría sospecharse que el otro era Felipe? [En contra de la mayor parte de los autores que identifican al otro discípulo con el discípulo amado o con el mismo Juan]. En favor de esta hipótesis señalemos que Andrés y Felipe, nombrados juntos en algunas listas de apóstoles, son de la misma ciudad de Betsaida [Véase Marcos 3,18: “a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo”; Hechos 1,13: “Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago”. Betsaida, lugar citado en Juan 12,21: “Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: «Señor, queremos ver a Jesús»”; Mateo 11,21: “«¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido”; Marcos 6,45: “Inmediatamente obligó a sus discípulos a subir a la barca y a ir por delante hacia Betsaida, mientras él despedía a la gente”; 8,22: “Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque”; Lucas 9,10: “Cuando los apóstoles regresaron, le contaron cuanto habían hecho. Y él, tomándolos consigo, se retiró aparte, hacia una ciudad llamada Betsaida”, está situada al este de la desembocadura del Jordán en el lago de Tiberíades Según Orígenes, la palabra significaría en griego «casa de los pescadores»] y parecen formar una pareja de amigos: intervienen juntos en el episodio de la multiplicación de los panes (6,5-9: “Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»”) y se dirigen juntos a Jesús en favor de los prosélitos griegos (12,22: “Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús”); sobre todo - aquí mismo - Felipe recoge en el versículo 46 (“Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?». «Ven y verás», le dijo Felipe”) la expresión que Jesús había pronunciado al responder a los primeros discípulos. Y no se le hace ningún anuncio del Mesías. Así pues, ¿qué es lo que pasó? Después de la velada al lado de Jesús, sólo Andrés se habría adherido inmediatamente a Jesús, mientras que Felipe habría tenido necesidad de ser llamado expresamente por Jesús, que ahora le dice: «¡Sígueme!»; al primer contacto con el Maestro fue necesario añadir una palabra escuchada personalmente que decidió irrevocablemente su «vocación». Mientras que el relato sinóptico de la llamada de los pescadores galileos termina refiriendo la actitud de éstos últimos: «Y dejándolo todo le siguieron», Juan omite la reacción - evidentemente positiva - de Felipe; prefiere destacar, literariamente, la autoridad de Jesús. La mención que viene a continuación, a propósito del lugar de procedencia de Felipe, ofrece una pausa en el relato, antes del último episodio, el más desarrollado) FELIPE SE ENCUENTRA A NATANAEL Y LE DICE: «AQUEL DE QUIEN MOISÉS ESCRIBIÓ EN LA LEY, ASÍ COMO LOS PROFETAS, LO HEMOS ENCONTRADO: ES JESÚS, EL HIJO DE JOSÉ DE NAZARET». NATANAEL LE RESPONDIÓ: «¿DE NAZARET PUEDE SALIR ALGO BUENO?». «VEN Y VE», LE DIJO FELIPE. JESÚS VIO A NATANAEL QUE VENÍA HACIA ÉL Y DIJO: «¡HE AQUÍ VERDADERAMENTE A UN ISRAELITA SIN FALSEDAD!» NATANAEL LE DIJO: «¿DE DÓNDE ME CONOCES?». JESÚS LE RESPONDIÓ: «ANTES DE QUE FELIPE TE LLAMARA, CUANDO ESTABAS BAJO LA HIGUERA, TE VI». NATANAEL CONTESTO: «RABBÍ, ¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS! ¡TÚ ERES EL REY DE ISRAEL!». JESÚS REPLICÓ: «PORQUE TE HE DICHO QUE TE VI BAJO LA HIGUERA, ¡CREES! ¡VERÁS MEJOR TODAVÍA!» (El relato avanza de nuevo rápidamente. Después de Andrés, después de Simón, después de Felipe, he aquí a Natanael, personaje no mencionado en la lista de los doce, pero que algunos identifican con Bartolomé, cuyo nombre significa igualmente «Dios ha dado» (נְ תַ נְ אֵ ל, Nethanel). Felipe le declara, como Andrés a Simón: «Lo hemos encontrado». ¿A quién? En una fórmula paradójica, Felipe une dos características de Jesús, esenciales ambas en nuestro contexto: es el Mesías anunciado por la Escritura entera [Ὃν ἔγραψεν Μωϋσῆς ἐν τῷ νόμῳ καὶ οἱ προφῆται, Aquel de quien escribió Moisés en la Ley y Los Profetas. Véase Lucas 16,29: “Pero Abraham dijo: ``Ellos tienen a Moisés y a los profetas; que los oigan”; 16,31: “Mas Abraham le contestó: ``Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos”; 24,27: “Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras”; Hechos 26,22-23: “Así que habiendo recibido ayuda de Dios, continúo hasta este día testificando tanto a pequeños como a grandes, no declarando más que lo que los profetas y Moisés dijeron que sucedería: que el Cristo había de padecer, y que por motivo de su resurrección de entre los muertos, Él debía ser el primero en proclamar luz tanto al pueblo judío como a los gentiles”; 28,23: “Y habiéndole fijado un día, vinieron en gran número adonde él posaba, y desde la mañana hasta la tarde les explicaba testificando fielmente sobre el reino de Dios, y procurando persuadirlos acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas”] y, precisamente, es υἱὸς τοῦ Ἰωσὴφ («el hijo de José de Nazaret»). Esta última expresión, aunque tradicional, es única en labios de un discípulo; en otros lugares se presenta siempre como un «se dice» de la gente [Lucas 3,23: "Y cuando comenzó su ministerio, Jesús mismo tenía unos treinta años, siendo, como se suponía, hijo de José, quien era hijo de Elí"; 4,22: "Y todos hablaban bien de Él y se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José?"; Juan 6,42: "Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo es que ahora dice: ``Yo he descendido del cielo?". ἀπὸ Ναζαρέτ («De Nazaret»): Marcos 1,9: “Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán”; Mateo 2,23: “y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: Será llamado Nazoreo”; 4,13: “Y dejando Nazará, vino a residir en Cafarnaúm junto al mar, en el término de Zabulón y Neftalí”; 21,11: “Y la gente decía: «Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea»”; Lucas 1,26: “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret”; 2,4: “Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David”; 2,39: “Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret”; 2,51: “Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”; 4,16: “Vino a Nazará, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura.” y Marcos 6,1-6a: “Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio.» Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe” (no de Belén: Juan 7,41-42: “Otros decían: «Este es el Cristo.» Pero otros replicaban: «¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David?»”]. Natanael descarta de antemano el valor que pueda tener un origen galileo, no sólo porque Nazaret es una aldea insignificante, sino en nombre de una tradición judía según la cual se ignoraría de dónde habría de venir el Mesías (Juan 7,27: "Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es»"). Su ocurrencia subraya la paradoja ya evidente. ¿Va a abrirse Natanael a una realidad inesperada o va a encerrarse en lo que él piensa saber ya a propósito del Mesías? A Felipe no se le ocurre demostrarle nada, ni siquiera por la Escritura a la que acaba de apelar; lo que hace es apelar a la experiencia diciéndole simplemente: «Ven y ve» (Ἔρχου καὶ ἴδε), como haciendo eco a las palabras de Jesús: «Venid y veréis» (Ἔρχεσθε καὶ ὄψεσθε, versículo 39: “Él les dijo: Venid y veréis. Entonces fueron y vieron dónde se hospedaba; y se quedaron con Él aquel día. Era la hora décima”). Así pues, Natanael va y - paradoja muy propia de Juan - no es él el primero en divisar a Jesús, sino que Jesús lo «ve» (εἶδεν) venir a él, lo ve dispuesto a creer en su persona y no solamente en la Escritura, tal como él la interpretaba. Una vez más, Jesús no llama a Natanael sino que, al encontrarlo por primera vez, manifiesta que lo conoce a fondo. Natanael – dice - es un hombre ἐν ᾧ δόλος οὐκ ἔστιν (en quien no hay engaño, sin falsía). Según el giro hebreo, esta expresión significa «no astuto», sin engaño ni mentira [a diferencia de su antepasado ַיעֲקֹ ב, Jacob, nombre derivado de עָקַ ב, aqab, el que engaña, el que agarra el calcañar, el que ataca insidiosamente, el que se burla: Génesis 27,35-36 ("Tu hermano vino con δόλου, engaño, y se ha llevado tu bendición. Y Esaú dijo: Con razón se llama Jacob, pues me ha suplantado estas dos veces. Me quitó mi primogenitura, y he aquí, ahora me ha quitado mi bendición"); Isaías 53,9 ("Se dispuso con los impíos su sepultura, pero con el rico fue en su muerte, aunque no había hecho violencia, ni había δόλος, engaño, en su boca"); y es que los LXX traducen la palabra מ ְרמָ ה, ִ mirmat, engaño, falsedad, traición, de רמָ ה,ָ ramah, engaño, traición; ר ִמיָה,ְ rmiyah: engaño, negligencia, traición, Salmo 32,2 (“¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien Yahveh no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay δόλος, engaño!); por la palabra δόλος, engaño, cebo, arte] no prostituido ante los falsos dioses y por tanto fiel (Apocalipsis 14,5: "En su boca no fue hallado ψεῦδος, engaño; están sin mancha"): tal es este ἀληθῶς Ἰσραηλίτης («israelita auténtico»), que no se apoya en su ciencia para dispensarse de acudir al hijo de José (5,39-40: "Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí, y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida"). Jesús, que conoce a sus ovejas (10,14: "Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí"), alaba en él al verdadero Israel abierto a la acogida de Aquel a quien Felipe había designado como el que realizaba las Escrituras. Natanael se extraña de que Jesús lo conozca tan íntimamente; Jesús le da como respuesta una ilustración del conocimiento que tiene de él: «Cuando estabas bajo la higuera, te vi» (ὄντα ὑπὸ τὴν συκῆν εἶδόν σε). La tradición judía puede aclarar esta frase enigmática. No se trata tanto de un episodio de la vida de Natanael o del confort doméstico del judío como del estudio de la Ley; como dice Rabbí Aqiba, la higuera se había convertido en el judaísmo en el árbol del conocimiento de la dicha y de la desgracia [Cantares 2,13: “Echa la higuera sus yemas, y las viñas en cierne exhalan su fragancia. ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente!”. Génesis 3,7: “Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores”; 1 Reyes 5,5: “Judá e Israel vivieron en seguridad, cada uno bajo su parra y bajo su higuera, desde Dan hasta Berseba, todos los días de Salomón”; Miqueas 4,4: “Se sentará, cada cual, bajo su parra, y bajo su higuera, sin que nadie le inquiete, ¡la boca de Yahveh Sebaot ha hablado!”; Zacarías 3,10: “Aquel día - oráculo de Yahveh Sebaot - os invitaréis unos a otros bajo la parra y bajo la higuera”]. La frase de Jesús sería una insinuación de que, al estudiar la Ley, Natanael se había preparado para encontrarse con el mismo Jesús. Muy hermosa es la explicación que tiene Juan Mateos de estas palabras de Jesús [“El juicio positivo de Jesús deja perplejo a Natanael, persuadido de que Jesús no lo conocía. La respuesta a su pregunta es, a primera vista, enigmática; Jesús afirma haberlo elegido antes que Natanael lo conociese. El llamamiento de Natanael no es en realidad obra de Felipe; su elección estaba efectuada. Esto confirma de nuevo que Natanael figura a los israelitas fieles, según la alusión contenida en las palabras de Jesús (estando tú bajo la higuera). La mención de la higuera, que sigue a la afirmación «verdadero israelita», muestra que estas palabras aluden a Oseas 9,10 (LXX): «Como racimo en el desierto encontré a Israel, como en breva en la higuera me fijé en sus padres; pero ellos fueron a Baal Fegor, se consagraron a la ignominia y los amados (de Dios) se igualaron a los abominables». En este pasaje describe el profeta dos épocas en la historia del pueblo: la de la elección y la de la apostasía. La calificación «verdadero israelita» que aplica Jesús a Natanael, el hombre sin falsedad, lo califica como uno que conserva la autenticidad de la primera época y no ha traicionado a su Dios. Así, como antiguamente escogió Dios al antiguo Israel, ahora Natanael, es decir, los israelitas fieles, han sido escogidos por Jesús para formar parte de su comunidad”]. En su reacción, Natanael va también más allá del descubrimiento de un Rabbí superior y le concede a Jesús la mayor distinción posible a sus ojos: σὺ εἶ ὁ Υἱὸς τοῦ Θεοῦ, σὺ Βασιλεὺς εἶ τοῦ Ἰσραήλ (Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel). Proclamándolo Βασιλεὺς εἶ τοῦ Ἰσραήλ («Rey de Israel»), lo reconoce como Mesías, lo mismo que hará la gente entusiasmada cuando la entrada de Jesús en Jerusalén (12,13: "Y, tomando hojas de palmera, salieron a su encuentro y lo aclamaban diciendo: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel!»"). Pero empieza declarándolo ὁ Υἱὸς τοῦ Θεοῦ («El Hijo de Dios»). Con ello un cristiano entiende la confesión de la divinidad de Jesús, pero el contexto impide aceptar este pensamiento en un primer tiempo de lectura; si no, ¿por qué habría añadido Jesús algo a esta sublime apelación? En el marco judío en que se mantiene este texto, hay que acordarse más bien del Salmo 2,6-7: "Yo mismo establecí a mi Rey en Sión, mi santa Montaña. Voy a proclamar el decreto del Señor: Él me ha dicho: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy". Aquí se encuentra ya la doble confesión de Natanael: al entronizar al rey David, Dios lo declaraba hijo suyo [2 Samuel 7,14: "Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Si comete una falta, lo corregiré con varas y golpes, como lo hacen los hombres"; Salmo 89,27: "Él me dirá: «Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora»"]. Con estas palabras, Natanael demuestra que sintió una proximidad singular de Jesús con Dios, la misma que tenía el Mesías davídico. Su confesión es análoga a la que hará Pedro: «Tú eres el Santo de Dios» (6,69: “Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”; 11,27: "Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo»"). De esta manera Juan significa que este israelita auténtico está orientado hacia la fe plena. Por lo demás, ¿no dijo el mismo Jesús: «Antes de que Felipe te llamara», como para indicar que el vínculo entre él y Natanael era realmente independiente de toda mediación? Observemos finalmente que la confesión de aquel que representa al verdadero Israel es la única en el texto que se dirige a Jesús mismo; de suyo, podría ser la conclusión adonde llega este pasaje, ya que en ella culmina la adhesión de los otros discípulos. ¿Podía quedarse allí Jesús? Después de haber preguntado qué es lo que buscaban, después de haberles invitado a venir adonde él moraba, ¿no tenía que revelar él mismo quién era a aquellos hombres que habían llegado hasta el borde de la acogida de que eran capaces? El procedimiento de Juan difiere del de los sinópticos. En Mateo 16,16-17 ("Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo»"), Jesús se alegra de la confesión de Pedro, reconociendo en ella una revelación de arriba. Aquí acepta implícitamente los títulos mesiánicos que Natanael le ha dirigido, pero parece relativizar una fe que él mismo ha suscitado, para abrir al discípulo a una realidad todavía más allá. Le dice: μείζω τούτων ὄψῃ («¡Verás mejor todavía!»). Formulado en futuro, este anuncio que parece superar incluso a las Escrituras mesiánicas - y que deja mudos a los oyentes - habría podido quedar abierto a una indeterminación. Pero Jesús va a recoger en un lenguaje solemne la promesa del «ver» (ὁρᾶν, mirar) anunciada en 1,39 («Venid y veréis»). Y hasta el mismo auditorio recibe mayor amplitud mediante un «vosotros» que toma el lugar del «tú»: a través de Natanael, Israel entero es invitado a «ver» [El verbo ὁράω es frecuente en el capítulo 1: versículos 29: “Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»”; 32-34: “Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios»”; 36: “y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios»”; 39: “Él les dijo: Venid y veréis. Entonces fueron y vieron dónde se hospedaba; y se quedaron con Él aquel día. Era la hora décima”; 42: “Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro”; 46-47: “Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?». «Ven y verás», le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez»”; 50-51: “Jesús continuó: «Porque te dije: "Te vi debajo de la higuera", crees. Verás cosas más grandes todavía». Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»”. En nuestro pasaje, empleado sin complemento de objeto, 1,39: “Él les dijo: Venid y veréis. Entonces fueron y vieron dónde se hospedaba; y se quedaron con Él aquel día. Era la hora décima”; 1,50: “Jesús continuó: «Porque te dije: "Te vi debajo de la higuera", crees. Verás cosas más grandes todavía»”, abre a las realidades espirituales]) EN VERDAD, EN VERDAD OS DIGO: VERÉIS EL CIELO ABIERTO Y A LOS ÁNGELES DE DIOS SUBIR Y BAJAR SOBRE EL HIJO DEL HOMBRE (El anuncio es introducido por un doble «Amén» (Ἀμὴν ἀμὴν λέγω ὑμῖν, en verdad, en verdad, les digo) que utiliza Jesús, según Juan, en sus revelaciones principales [Destinadas a anunciar alguna verdad nueva o a superar un malentendido. Propio de Juan, el Ἀμὴν repetido aparece 25 veces: de ordinario sirve para enlazar con lo que precede. Por ejemplo, 3,3: "Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios"; 3,5: "Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios"; 3,11: "En verdad, en verdad te digo que hablamos lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no recibís nuestro testimonio"; 5,19: "Por eso Jesús, respondiendo, les decía: En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera"], y formulado en un lenguaje bíblico que hay que descifrar. En él revela Jesús el misterio de su persona y de su misión: a través de él, se establecerá de forma permanente la comunicación de los creyentes con Dios. Cuando el bautismo de Jesús, todos los sinópticos señalaron, aunque de diversas formas, una apertura del cielo [Véase Mateo 3,16: "Después de ser bautizado, Jesús salió del agua inmediatamente; y he aquí, los cielos se abrieron, y él vio al Espíritu de Dios que descendía como una paloma y venía sobre Él"; Marcos 1,10: "E inmediatamente, al salir del agua, vio que los cielos se abrían, y que el Espíritu como paloma descendía sobre Él"; Lucas 3,21: "Y aconteció que cuando todo el pueblo era bautizado, Jesús también fue bautizado: y mientras Él oraba, el cielo se abrió"]. Marcos recoge la expresión de Isaías: «los cielos se desgarraron» (Isaías 64,1: "¡Oh, si rasgaras los cielos y descendieras, si los montes se estremecieran ante tu presencia"); según Mateo y Lucas, los cielos ἠνεῴχθησαν («se abrieron») en un instante puntual, que marca el aoristo del verbo. Este dato de la tradición no aparecía en los versículos en que el Testigo habló de la bajada del Espíritu sobre Jesús en su bautismo (1,32-33: "Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo""); pero emerge aquí en otro contexto, con el verbo en pretérito perfecto [ἀνεῳγότα, abrió. En griego, el pretérito perfecto designa una acción que tuvo lugar en el pasado y que continúa todavía], que implica no solamente el hecho de la apertura de los cielos, sino su realización permanente. Del mismo modo, el vidente del Apocalipsis, que había percibido primero «una puerta abierta en el cielo» (Apocalipsis 4,1: "Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que yo había oído, como sonido de trompeta que hablaba conmigo, decía: Sube acá y te mostraré las cosas que deben suceder después de éstas"), constata al final que los cielos se han abierto enteramente y para siempre. Esto quiere decir que la comunicación entre el cielo y tierra se ha establecido de forma irreversible. En Juan, esta apertura del cielo es mencionada por Jesús, y no por el narrador, como en el relato sinóptico de la teofanía bautismal. Si se ha abierto el cielo, es que los ángeles suben y bajan sobre el Hijo del hombre. Jesús evoca la visión de Jacob en Betel. Después de arrebatarle a Esaú la bendición paterna, Jacob se ve amenazado por su hermano ¿podría conservar la herencia de la elección y de la alianza? Pues bien, ve en sueños cómo la tierra se comunica con el cielo por medio de los ángeles que, subiendo y bajando, establecen entre ellos una vinculación: "He aquí que estaba fija en la tierra una escala cuya parte superior alcanzaba el cielo, y los ángeles de Dios subían y bajaban sobre ella" (Génesis 28,12). Y ( יְ ה ָ֔ ָוהYahveh) le habla a Jacob, confirmándole la promesa y asegurándole que estaría con él en su misión (28,13: "Y he aquí, Yahveh estaba sobre ella, y dijo: Yo soy Yahveh, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac"). Y Jacob concluye: "«Ciertamente Yahveh está en este lugar y yo no lo sabía». Y tuvo miedo y dijo: «¡Cuán imponente es este lugar! Esto no es más que la casa de Dios, y esta es la puerta del cielo»" (Génesis 28,16-17). La frase de Jesús en Juan 1,51 ("Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»") anuncia que en Él la alianza está presente en la tierra, su persona es el lugar en donde Dios se manifiesta y se comunica a los hombres Jesús es el nuevo ית־אל ֵ֑ ֵ ֵ ֵּֽב (Betel), la nueva «casa de Dios». Como las últimas palabras de Génesis 28,12 (בֹו,ֵּֽ bow, "He aquí que estaba fija en la tierra una escala cuya parte superior alcanzaba el cielo, y los ángeles de Dios subían y bajaban sobre ella") pueden traducirse tanto «sobre ella» (sobre la escala) como «sobre él» (sobre Jacob) [En hebreo el término ֻסלָם, sulam, «escala» es de género masculino], es ciertamente sobre Jesús, y sin la mediación de la escala, como suben y bajan los ángeles. Entre el Hijo del hombre y el Padre hay una comunión de existencia y por él es como habrá de realizarse el proyecto de Dios. Antes del sueño, Jacob ignoraba que Dios mismo estuviera presente «en ese lugar», los discípulos que rodean a Jesús no lo sabían todavía. Pero Jesús exulta de gozo, ya que tiene plenamente conciencia de que, por medio de él, en relación ininterrumpida con el Padre, es como se realizará la comunión definitiva entre el cielo y la tierra, entre Dios y los creyentes (Mateo 11,27: "Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar"). Si utiliza los términos prestados por la tradición a su antepasado, es para subrayar la continuidad del proyecto de Dios y hacer vislumbrar a los discípulos su propia función. Para anunciar este porvenir que le afecta a él mismo y a los creyentes, Jesús no emplea el pronombre personal «yo», sino que se eclipsa detrás de un título de origen apocalíptico ὁ Υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου (El Hijo del hombre). Tradicionalmente, esta apelación se encuentra en contextos escatológicos, relativos a la venida del Juez. A su manera, la palabra de Jesús hace eco a una sentencia conservada por la tradición sinóptica. Delante del sanedrín, Jesús sitúa su intervención al final de los tiempos diciendo, con Daniel 7,13 ("Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue presentado ante Él"): "Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo con las nubes del cielo" (Marcos 14,62). Pues bien, la misma tradición sinóptica presenta una evolución mientras que en Marcos (Marcos 14,62: "Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo con las nubes del cielo") se trata de la parusía, Mateo (Mateo 26,64: "Jesús le dijo: Tú mismo lo has dicho; sin embargo, os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre las nubes del Cielo") y Lucas (Lucas 22,69: "Pero de ahora en adelante, el Hijo del Hombre estará sentado a la diestra del Poder de Dios") aplican esta frase al tiempo que sigue inmediatamente a la resurrección de Jesús es ἀπὸ τοῦ νῦν («desde entonces») cuando el Hijo del hombre ejerce el juicio [Así en Mateo 26,64: "Jesús le dijo: Tú mismo lo has dicho; sin embargo, os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre las nubes del Cielo"= Marcos 14,62: "Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo con las nubes del cielo" = Lucas 22,69: "Pero de ahora en adelante, el Hijo del Hombre estará sentado a la diestra del Poder de Dios". Algunos copistas han asimilado a Juan 1,51, "Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»", con Mateo 26,64, "Jesús le dijo: Tú mismo lo has dicho; sin embargo, os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre las nubes del Cielo", insertando ἀπ’ ἄρτι, desde ahora, antes del verbo ὄψεσθε, verán. Esta lección carece de valor]. De esta manera la parusía se anticipa en el tiempo pascual que es el tiempo de la Iglesia. Con Juan, el movimiento de anticipación coincide con la existencia de Jesús de Nazaret: desde su ministerio está ya unido el cielo a la tierra. En la perspectiva sincrónica que hemos adoptado, la frase del versículo 51 ("Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»"), lejos de ser un logión insertado artificialmente, corona todo el pasaje. Volvamos a la adhesión de los primeros discípulos: esos israelitas van a ese Jesús que les había designado el Bautista y, aunque no recogen sus anuncios sobre lo que habrá de hacer Jesús (obtener el perdón de Dios para el mundo, bautizar en el Espíritu santo), sí que se apropian de lo que su Maestro les ha dicho de su persona misma y lo repiten en su propio lenguaje, reconociendo en Jesús al Mesías, el cumplimiento de la Ley y de los profetas, al hijo de Dios, al rey de Israel. En esta sucesión de títulos queda resumida la esperanza mesiánica de Israel y se subraya de nuevo el vínculo entre los dos Testamentos. En particular, a través del personaje de Natanael, es el Israel auténtico, sin falsía, el que está dispuesto a dar su fe a Jesús, a diferencia de los «mentirosos» a los que Jesús condenará más tarde (8,44: "Ustedes tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre. Desde el comienzo él fue homicida y no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira"; 8,54-55: "Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica, el mismo al que ustedes llaman «nuestro Dios», y al que, sin embargo, no conocen. Yo lo conozco y si dijera: «No lo conozco», sería, como ustedes, un mentiroso. Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra»") Con todo el conjunto del pasaje, el evangelista insiste en la afirmación de la mesianidad de Jesús, respondiendo a una preocupación de la comunidad cristiana, enfrentada con la sinagoga que discutía su fe en el hombre de Nazaret [«Los judíos tenían razones más sólidas para negarse a ver en Jesús al Mesías que para reconocerlo como tal», J. Blank]. Estas magníficas confesiones de fe, sin embargo, no se ven sancionadas por ninguna admiración de Jesús. Pero Jesús encuentra en ellas la apertura que le permite anunciar a esos hombres una realidad Μέγας («mayor»). Ese «mayor» viene ciertamente en la línea de una progresión que también han marcado los sinópticos: a la confesión de Jesús como Mesías [Marcos 8,29: "Él les preguntó de nuevo: Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo"; Mateo 16,16: "Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente", Lucas 9,20: "Y Él les dijo: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Y Pedro respondiendo, dijo: El Cristo de Dios"] le sucede el anuncio hecho por Jesús de la suerte del Hijo del hombre [Marcos 8,31: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer muchas cosas, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y después de tres días resucitar"; Mateo 16,21: "Desde entonces Jesucristo comenzó a declarar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas de parte de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día"; Lucas 9,22: "diciendo: El Hijo del Hombre debe padecer mucho, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día"]; toda la tradición evangélica ha realizado esta vinculación. Pero Juan no presenta aquí al Hijo del hombre yendo a la gloria a través de la humillación de la pasión; y se puede advertir además que los ángeles son los que en los sinópticos rodean al Juez escatológico [Marcos 8,38: “Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”; Mateo 16,27: “Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta”; Lucas 9,26: “Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles”]. El reconocimiento del Mesías que han «encontrado» [Es particularmente digna de atención la dialéctica de buscar/encontrar en este pasaje de Juan, se refiere a una vieja tradición sapiencial], si es ciertamente para los discípulos un avance hacia la luz, no es aún el «ver» que se les ha prometido. Jesús cumple las Escrituras, pero las cumple más allá de lo que sus contemporáneos leían en ellas: el camino del discípulo conduce a una comunión en donde Israel encontrará una participación en la gloria misma del Señor. Jesús está aquí en movimiento y también los discípulos, que le siguen y que están llamados a acoger lo que supera sus esperanzas. El discípulo no sueña en algo más allá de este mundo, porque es aquí abajo donde el Hijo del hombre une la tierra con el cielo. En vez de soñar con una gloria lejana, el discípulo tiene que mirar atentamente lo que ocurre, lo que va a ocurrir en Cana, cuando Jesús manifieste su gloria. APERTURA: «¡Verás mejor todavía!». Natanael verá más aún cuando el signo de Cana; pero todavía le quedará mucho por descubrir a propósito de Jesús, hasta el encuentro misterioso con el Resucitado a orillas del lago (21,1-2: "Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos"). ¿Qué es lo que ocurre con el lector? Dejemos de lado la información corriente sobre Jesús, que lo presenta como un hombre de bien, como un gran profeta, como un Justo perseguido, información que no puede dar cuenta del verdadero alcance del evangelio, aun cuando mantenga el recuerdo histórico de Jesús en la conciencia de nuestros contemporáneos y aun cuando sea para ellos una fuente de inspiración. Puede ser que el lector de Juan haya reconocido desde hace tiempo en Jesús de Nazaret al Mesías, del que hablan las Escrituras. Pero, sea cual fuere el conocimiento de él que se piensa haber alcanzado, Jesús hace entender en este texto joánico que el creyente sigue estando al borde, si no más acá de su misterio. En los cuatro evangelios son numerosos los títulos que se le dan a Jesús y todos ellos le convienen perfectamente; sin embargo, ninguno expresa de forma adecuada quién es él (como demuestra su misma multiplicidad). Juan destacará el de «Hijo», sin duda el más elevado para definir su persona. ¡Pero sería menester entenderlo plenamente y captar el alcance que tiene ante nosotros! «No me buscarías si yo no te hubiera encontrado», le decía Cristo a Pascal. ¿Lo podemos encontrar nosotros, si no le seguimos buscando, ahora y siempre, sin detenernos en nuestras adquisiciones? No tiene orillas el océano adonde nos lleva el encuentro con el Hijo. Los discípulos formarán muy pronto un grupo alrededor de Jesús. Pero en nuestro texto, que narra su primer acercamiento al Mesías, el paso que da cada uno es individual. El camino de la fe se arraiga en una experiencia singular, aunque vaya sostenida por la escucha de un testimonio recibido de otro. Y se observa sobre todo que en este conjunto de llamadas que hemos visto Jesús se dirige a los primeros discípulos, a Simón, a Felipe y a Natanael por medio de una palabra diferente en cada caso.
Seguidor: Renunciar a mí mismo y seguir a Jesús para vivir el discipulado radical y la obediencia a Cristo. Experimentar una vida de fe radical y entrega total a Dios