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FUNDACIONALES DE

LA LITERATURA
GRIEGA: épica, lírica,
dramaturgia y novela.

MARÍA GÓMEZ

1
La Ilíada
Homero
Editorial Gredos, Barcelona, 2008

La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles

Primer gran poema de Occidente, nos


narra la batalla de aqueos y troyanos, una
guerra que la imaginamos aún con cierta
nobleza gracias quizás a estos versos.
La épica como género más antiguo está
ligada a la tradición de la poesía oral,
característica que pervive en la
composición de la epopeya homérica. Homero, es para nosotros el inicio pero
de alguna forma también el final, es decir, es el gran comienzo de la literatura
pero también el ocaso de la épica oral. Con Homero damos un salto cualitativo
desde la tradición poética, aquélla de la que dependen sus versos y que no llegó
a ponerse por escrito. Homero fue contemporáneo de la escritura alfabética en
Grecia, pues tras los llamados siglos oscuros, el siglo VIII significa la aparición
de un extraordinario auge cultural: se introduce el alfabeto de origen fenicio, se
construyen los primeros templos, se redacta la Ilíada…
Con la epopeya de la conquista de Troya comienza en el siglo VIII a. C., una
nueva forma de contar. En algo menos de dieciséis mil hexámetros, que luego
los filólogos de Alejandría dividieron en veinticuatro cantos (con una magnífica
unidad dramática, I: comienzo de la ira; XI: descalabro de los aqueos; XXII:
muerte de Héctor), la Ilíada cuenta algunos episodios del largo asedio de la
ciudad de Príamo, Ilion. El hexámetro griego se basa inequívocamente en la
cantidad. Consiste en seis “pies”, cada uno de los cuales es en teoría un dáctilo,
es decir, una sílaba “larga” seguida de dos “breves”, pero en la práctica al
dáctilo lo puede sustituir el espondeo, es decir, dos “largas”, y en el último pie
el dáctilo no se usa jamás, tal vez para indicar con ello el fin del verso. No
sabemos dónde se inventó el hexámetro. No existe nada parecido en los versos
hititas. Se cree que fue un préstamo de la Creta minoica, pero, puesto que no

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sabemos nada de su perdido lenguaje, no podemos afirma que fue así. También
es creíble que se trate de una invención griega basada en el sistema
indoeuropeo de la cantidad, adaptándose al genio de la lengua griega para
cambiar su tempo y equilibrio interior, adecuándose de esta forma a una gran
variedad de sentimientos.

El amplio poema está centrado sobre un tema singular: la cólera de Aquiles, el


mejor de los griegos. Pero no nos encontramos sólo con la hazaña del hijo de
Peleo, sino con una narración heroica, llena de furia y de ruidos, de la lucha en
torno a la ciudad durante unos días decisivos para la guerra. El marco del relato
está dado por la ira de Aquiles. La simbiosis de ambos temas: la gran guerra y
los combates de los famosos héroes, y la pasión funesta del protagonista,
determinan la epopeya. Como decimos, el punto central es la cólera de Aquiles,
que conduce primero a la derrota de los aqueos, y después a la muerte de su
amigo Patroclo y a su venganza sobre Héctor, que le dio muerte. Pero esto
proporciona una estructura sobre la cual se construyen otros muchos episodios,
en especial cuando Aquiles está ausente del combate y su cometido lo tienen
que cumplir otros menos cualificados que él. Los héroes principales, Aquiles,
Héctor, Áyax, Patroclo… son también los combatientes más arriesgados e
inteligentes. En el combate ejercitan la plenitud de sus dotes, en el manejo de las
armas, rapidez de decisión, indoblegable resistencia… Y aunque el ideal heroico
estima indispensables las cualidades físicas, no da menos valor a las cualidades
de la inteligencia y el carácter que ennoblecen aquéllas y les dan más eficacia.
Les conocemos menos por lo que piensan, ya que rara vez lo manifiestan, que
por lo que dicen y hacen, y sus acciones se deducen de forma natural de sus
personalidades. Si la cólera de Aquiles conduce a la derrota de los aqueos y a la
muerte de su amigo Patroclo, esa cólera surge de lo más profundo de su ser, de
su altanería y de su arrogancia, lo que hace de él un hombre más temible que
los restantes. La clave para entender a los personajes masculinos homéricos está
en el hecho de que se dan a conocer y se prueban a sí mismos en la acción. En el
modo y en la energía de sus reacciones ante los desafíos que ésta les da vemos

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cómo actúan y lo que son. Pero no olvidemos que, finalmente, el anciano padre
de Héctor conmueve al héroe que le devuelve el cadáver de su hijo. Así, el
poema acaba con una nota de generosidad dentro del estilo heroico más
depurado. La historia que comenzó con la explosión de su ira, termina con el
apaciguamiento de ésta. Aquiles adquiere en ese momento de compasión una
grandeza que revela toda la talla de su naturaleza heroica y expresa muy bien la
profunda visión humanista de Homero.

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La Odisea
Homero
Editorial Gredos, Madrid, 1982

Si en verdad eres tú aquel Ulises y has vuelto a la patria

Antes de resumir el argumento de la Odisea,


convendría quizá señalar, que desde el punto de
vista temático, la Odisea es un nóstos: un relato
sobre el regreso a sus patrias de los caudillos
griegos tras la toma de Troya. Junto a la Odisea
coexisten fragmentos de unos nóstoi
pertenecientes al ciclo épico, así como de la Telegonía (sobre el encuentro entre
Odiseo). Ahora bien, a tenor de lo que podemos conocer de esos nóstoi parece
que la diferencia entre ellos y la Odisea no era sólo cuantitativa sino cualitativa.
De esto fue también consciente Aristóteles, quien en su Poética reprochaba la
falta de unidad de los poemas cíclicos, en los que, al parecer, los
acontecimientos se concatenaban según el puro orden cronológico. La
estructura de la trama, la organización del argumento en la Odisea, es
claramente distinta: es una trama compleja, como ya indicó Aristóteles. Al leer
esta epopeya se aprecia que dentro de ella se distinguen tres secciones:
“Telemaquia”: I-IV; los viajes de Odiseo: V-XIII; Odiseo en Ítaca: XIII-XXIII.

Cantos I-IV (“Telemaquia”): La acción del poema se abre presentándonos los


acontecimientos de Ítaca, de donde está ausente Odiseo desde hace 10 años. Su
hijo Telémaco intenta defender su hacienda frente a los pretendientes de
Penélope, que la están devorando. Telémaco decide hacer indagaciones sobre la
suerte de su padre y emprende un viaje (como su padre) que le llevará hasta las
cortes de Néstor (Pilos) y Menelao (Esparta).

Cantos V-XIII (los viajes de Odiseo): En el canto V la acción salta hasta Odiseo,
quien se halla en Ogigia, retenido junto a Calipso por culpa de la oposición de

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Posidón a su regreso. Cuando se autoriza su partida de Ogigia, Odiseo llega
(VI) hasta Nausícaa y los feacios (en Esqueria). Allí, en la corte de Alcínoo,
propone un extenso relato (cantos IX – XII) de sus aventuras tras la captura de
Troya: lotófagos, cíclopes, lestrígones, Circe, el descenso al Hades, sirenas, la ira
del Sol…

Cantos XIII-XXIII: En el canto XIII se produce finalmente el regreso de Odiseo a


Ítaca, tras veinte años de ausencia. La gran cuestión es: después de tantos años,
¿seguirán siendo fieles a Odiseo todos los suyos?
Primeramente se produce el encuentro con Telémaco en la majada de Eumeo;
allí, entre los tres, se prepara la venganza de Odiseo (cantos XIII – XVI). Tras la
prueba del arco tiene lugar el castigo de los pretendientes (cantos XXI y XXII).
Y, tras la prueba del lecho, se produce el reencuentro con Penélope (canto
XXIII), cuya confianza debe recuperar Odiseo.

Canto XXIV (¿un apéndice?): El canto XXIV, supuestamente un apéndice


posterior al resto del poema, incluye la visita de Odiseo a su padre Laertes. Allí
se produce la reconciliación con los familiares de los pretendientes asesinados.
A continuación, para cerrar esta revisión del argumento, destacamos que dentro
de la epopeya coexisten dos líneas argumentales: 1) la que se refiere a las
aventuras de Odiseo, 2) la que atañe a los acontecimientos de Ítaca. Para pasar
de la una a la otra, hasta llegar al momento en que se juntan, el poeta lleva la
acción de la que esté tratando a un “punto de descanso”: ése es el momento y el
lugar en el que puede abandonar una línea y pasar a la otra. El empleo de esta
técnica puede verse, por ejemplo, con lo que sucede al final del canto IV: tras
cuatro cantos siguiendo la línea de los acontecimientos de Ítaca (con la atención
centrada en Telémaco), el narrador deja a Telémaco en Esparta (su “punto de
descanso”) junto a Menelao y aborda en el canto V la línea de las andanzas de
Odiseo.
Como vemos, la segunda epopeya griega, con sus variados escenarios (tres en
concreto: el de la guerra de Troya, evocada por los relatos nostálgicos de Néstor

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y Menéalo; el de las fabulosas aventuras marinas, relatadas por el propio
protagonista; y el de la isla de Ítaca, donde Penélope espera el regreso de su
marido asediada por sus pretendientes), se abre a otros horizontes más
fantasiosos, más costumbristas, más novelescos. Relata las aventuras por mar y
por tierra de ese protagonista que es Odiseo, un personaje mucho más humano
y mucho más moderno. Como en el tratamiento que vimos de Aquiles, Homero
se aparta de la brutalidad de la leyenda primitiva para llegar a algo que encarna
su noción de lo que debe ser un héroe. El honor de Odiseo es ofendido por los
pretendientes, pero cuando les mata, hay algo más en juego que el honor. Se
trata del triunfo del genuino ideal heroico de la hombría sobre una vil
corrupción del mismo.

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Himno a Afrodita
Safo de Lesbos
Alianza Editorial, Madrid, 2000

Nacida en la isla de Lesbos, actual Mitilene, no parece


que hay certeza sobre los años exactos en los que se
extendió su vida, pero se cree que aproximadamente
fueron entre el 650 y el 580 a. C. Muy poco se sabe
también acerca de su vida: perteneció al parecer, a
una familia noble y fue contemporánea del poeta
lírico Alceo, de quien se cree que fue su amante. Se
casó con un hombre rico de la isla de Andros y tuvo
una hija llamada Cleis. Una leyenda un tanto dudosa
sostiene que, tras ser rechazada por el joven Faón, se arrojó desde un
acantilado en Léucade (en la costa occidental de Grecia). La creencia en este
supuesto suicidio de Safo sería propiciada por el poeta latino Ovidio y más
tarde sería retomada también por los artistas románticos del siglo XIX.

Los fragmentos de sus poemas que han llegado a nuestros días indican que
Safo enseñó su arte a un grupo de mujeres jóvenes, con las que mantuvo una
estrecha relación y para las que componía sus odas nupciales cuando la
abandonaban para casarse. Cuentan también, que allí aprendían a recitar
poesía y a confeccionar coronas de flores… A través de sus poemas, son
muchos los que deducen que Safo se enamoró en ocasiones de sus discípulas y
que mantuvo probablemente relaciones con muchas de ellas. Todo esto la
convirtió en una abanderada del amor entre mujeres y fue a mediados del
siglo VI a. C., cuando el poeta Anacreonte introduce la idea de que Safo sentía
un amor sexual por aquellas mujeres, dando lugar a los términos de
lesbianismo y safismo, que hoy en día, aluden a la homosexualidad femenina.

Se supone que su obra constaba de nueve libros de los cuales se han


conservado fragmentos de odas, algunos epitalamios (cantos nupciales que
adaptó de canciones populares que se improvisarían en las bodas), elegías e
himnos. En el aspecto métrico inventó un ritmo propio que se le conoce como

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la estrofa sáfica. Sabemos además, que hace unos años se descubrió un papiro
con nuevos fragmentos de algunos poemas.

Safo introduce en sus composiciones un tema también recurrente en varios


poetas griegos: el efecto de la vejez en su cuerpo y en su carácter y el lamento
por el paso del tiempo. En su poesía encontramos una exquisita belleza y una
gran sensualidad, destacando su perfección formal y su intensidad emocional.
Safo habla en sus poemas de la pasión amorosa como una fuerza irracional que
se apodera del ser humano y que después, e inevitablemente, se manifestará
en celos, en deseos y en nostalgias.

Frente a la épica, la lírica nos habla del presente, de la vida cotidiana, del
tiempo que no se detiene, del amor que conmueve, del destino que amaga y de
la muerte que acecha. Frente al anonimato del aedo, ahora los poetas se lanzan
a hablarnos de sí mismos y de sus mundos. Siendo esto así, hallamos en Safo
una sensibilidad femenina en la evocación de las cosas y de los ambientes, con
las palabras justas y los adjetivos de color, con aromas, anhelos y añoranzas, y
como no, con ruegos a la diosa del amor, otorgándoles una musicalidad y un
tono muy personales. Concretamente, el Himno a Afrodita es un buen ejemplo
de lo que venimos diciendo. Porque su fuente de inspiración era el amor, y lo
trató con la convicción, agradecida e incuestionable, de que el amor procedía
de Afrodita. Y este poema deja ver en qué términos de intimidad se hallaba
con ella. Afrodita representa la fuerza que daba inspiración a su vida, y Safo la
ve como la autora de lo más mágico y lo más dulce que hay en ella. Cuando la
invita a tomar parte en una ceremonia entre manzanos junto a la corriente de
un arroyo, tiene la certeza de que va a acudir. Y es esta creencia la que irradia
un resplandor celestial a las pasiones de Safo. Al dejarse llevar por ellas, siente
que obedece a una voluntad divina, y que en el sometimiento radicaba el
secreto de su inspiración, y sería en su canto, donde Safo encontraría consuelo.
Porque para ella, todo amor era la prolongación del yo en otro ser, y cuando lo
perdía, se sentía vacía y casi muerta.

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Fue, sin lugar a dudas, una mujer auténtica, sabedora, de no ser como las
demás mujeres. Hizo algo que nadie pudo hacer posteriormente, y aunque la
lírica griega floreció y se amplió después, no pudo competir con ella, sino que
buscaría otros caminos y otros métodos para hablar de esa especie de fuerzas
inconmensurables con las que los dioses llenan los corazones de los hombres.

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La bruja enamorada, Idilio II,
Teócrito de Siracusa
Alianza Editorial, Madrid, 2000

Elegimos este idilio porque Teócrito es,


posiblemente, el poeta alejandrino que mayor huella
ha dejado en la tradición occidental gracias a sus
aportaciones en el género bucólico. Oriundo de
Siracusa, tras pasar por Cos (patria de Filetas), se
situó en Alejandría bajo el mecenazgo de los
Ptolomeos hacia los años 275-270 a. C. Acaso más importante aún, es el hecho
de poder afirmar que mantuvo relaciones literarias con los círculos poéticos de
Alejandría y que incluso, tal vez, es en algunos de los idilios, donde se refleje el
ambiente literario alejandrino. El término “idilio” curiosamente, eidyllion, es
diminutivo de eidos (viñeta) y que según el diccionario de Liddell-Scott-Jones,
designa un “short, highly wrouht descriptive poem”, justamente la
denominación que se aplica a treinta poemas transmitidos bajo el nombre de
Teócrito. Pero, como decíamos al principio, es el grupo de poemas bucólicos los
que han cobrado más importancia. Se trata de ocho idilios escritos en dorio (se
ha intentado explicar que el dorio era en Alejandría la lengua de una élite de
emigrantes de Cirene) en los cuales el poeta pone en forma hexamétrica –y
elevándolos así a la categoría de la alta literatura- un contenido sin apenas
tradición literaria: la vida cotidiana de los pastores. A pesar de esto, hay que
indicar que el mundo de los pastores de Teócrito es más ideal que real. Es decir,
se trata de un mundo de paz y canción, en el que la mayoría de los conflictos
provienen del mal de amor. Parece ser que el hastío de la vida burguesa, llevó
al poeta a buscar una vía de escape en una naturaleza, en el caso de Teócrito,
también ideal (recordemos, por ejemplo, la imagen tan diferente que nos daba
Hesíodo en Trabajos y días). Hay momentos de rudeza, como por ejemplo en el
idilio V, pero de alguna forma el poeta siempre reclama el ideal helenista. El
amor y el paisaje armonizan en estas pequeñas escenas de talante lúdico y de
arte refinado y sensual, dando además cabida a muchos temas y tonos

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diferentes: el XI cuenta el amor de Polifemo por la hermosa Galatea; el gusto
por el costumbrismo lo encontramos en el XV…

Muchos dicen, que precisamente su obra maestra es este idilio II, un monólogo
dramático, tenso, en el que una mujer lleva a cabo un rito mágico para
recuperar al amante que la ha abandonado. Mientras hace girar la rueca mágica
para ganarlo de nuevo y mientras funde una imagen suya de cera, para que se
consuma de amor por ella, cuenta su historia y sus penas. Teócrito cala con
plena comprensión en su angustia, en sus cavilaciones, en su intención
despiadada. Ama y aborrece a la vez a su hombre, quiere a la vez su regreso y
su ruina. La primera parte del poema se centra especialmente en el rito mágico,
cuya detallada descripción va enmarcando el estribillo: “Mágica rueda, arrastra
a mi casa a mi hombre”; y la segunda parte, cuenta el caso de la joven como una
secreta confidencia a la luna: “Entérate de dónde vino mi amor, Luna
venerable”.

La emoción va creciendo de una mitad a otra para calmarse al terminar el rito.


Parece ser que el poeta explora en estos poemas los bajos fondos de Alejandría
y que conocía bastante bien.

En definitiva, destacan su dominio de los sentimientos, incluso de la pasión, su


aguda observación de la naturaleza, su economía, su comedimiento y su
ingenio para adaptar su estilo a temas nuevos.

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Lisístrata
Aristófanes
Ediciones Clásicas, Madrid, 2008

No hay duda sobre el origen de la palabra “comedia”;


deriva del griego komoidia, que significa “canto de un
grupo de juerguistas”, pero esto quizá no nos ilustra
mucho ya que un komos podría darse en cualquier
situación jubilosa, no limitándose a la comedia. Pero
lo que sí se nos aclara, es que la comedia estaba en
relación con grupos bulliciosos y que conservó
algunas de sus características, a pesar de
transformarse más tarde en un tipo establecido de poesía. En Atenas se la
reconoce oficialmente hacia el 486 a. C., y desde entonces, como en el caso de la
tragedia, se hacían representaciones todas las primaveras.
De Aristófanes nos llegaron once obras completas y a él se acude
necesariamente para conocer la comedia ática. Recogiendo de aquí y de allá
algunos elementos creó obras homogéneas gracias a su personalidad y su
poética. Hasta en los momentos más prosaicos, no deja de ser un poeta, por un
enorme dinamismo y por una fantasía inigualable. Se aprovechó de la
complejidad de la forma permitiéndose mucha libertad, y a pesar de que sus
argumentos, algunas veces no tienen una coherencia completa, comienzan con
una situación sorprendente, pasan por maravillosas aventuras y terminan en
una alegría desbordada. Se propuso divertir pero de una manera bulliciosa.
Para él la risa es un fin en sí mismo, un fin absoluto, un fin al que no se le podía
poner barreras. Ofreció así a los griegos, que se veían limitados por la
naturaleza humana y por el control divino, una evasión imaginaria. La
comicidad de Aristófanes no está en la caricatura de la realidad: más bien, la
trasplanta a otra esfera dándole un mayor realismo con su capacidad de
inventiva. Pero al mismo tiempo, le preocupan ciertos temas que también
suponían un problema para su público, y frente a él, sabía que debía tomar una
actitud. Es así como, por medio del coro, se explaya a sus anchas sobre temas

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contemporáneos y subraya su punto de vista. Nunca perdió nada de su
brillantez, ni de su religiosidad, pero sí orientaría su talento hacia rumbos
nuevos y sorprendentes. En el 411 a. C., representaba Lisístrata. El argumento se
centra en la negativa de las mujeres de Atenas y Esparta a dormir con sus
maridos hasta que no se hiciera la paz. Toman esta decisión con cierta rebeldía
cómica, pero, una vez que la han tomado, se muestran firmes, y su decisión da
resultados. Los maridos se hallan tan deseosos de sus esposas que se han
puesto, maliciosa y provocativamente, sus mejores ropas y adornos, que no
pueden pasarse sin ellas y acuerdan la paz. La pieza termina con dos coros, uno
de mujeres atenienses y otro de mujeres espartanas, que entonan cantos de
júbilo y alegría.

Esta obra representa uno de los vuelos más atrevidos de la fantasía de


Aristófanes, pero toda su acción se desarrolla en un mundo familiar. Su
principal aspiración era divertir, aunque se percibe el tema bélico con mayor
intensidad que en las otras piezas, ya que el autor estaba verdaderamente
deseoso de que la guerra acabase.
Su protagonista es una mujer y la importancia que adquiere desmiente de
alguna forma la idea sobre el enclaustramiento de la mujer ateniense en el
hogar. Lisístrata dirige la actuación de las mujeres con habilidad y elocuencia, y
sabe dominar a las más débiles, pero, aunque admiramos la brillantez de sus
recursos también nos emocionamos cuando habla de las privaciones de las
mujeres durante la guerra. El autor subraya esto con cierto patetismo: la guerra
socava los cimientos de la vida afectiva y de la seguridad familiar. La
protagonista además se preocupa por la corrupción que la guerra fomenta y
exige su erradicación. De este modo, la situación imaginaria a la que nos
traslada el autor, resulta más eficaz por su sentido de los hechos desagradables
y su sincero deseo de ponerles fin. Esta obra sería la última excursión de
Aristófanes en la política, tratando posteriormente asuntos menos dolorosos y
con ciertos tintes de evasión. No fue un satírico que escribía desde el punto de
vista de una moral establecida; no fue un comediógrafo de costumbres cuyos

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personajes representaran diferentes tipos de carácter. Si se ocupó de problemas
del presente, lo hizo con la carcajada como arma y con la risa como meta.

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Edipo Rey
Sófocles
Editorial Gredos, Madrid, 1998

Definido por muchos como el más clásico de los


dramaturgos atenienses, le consideran autor de
ciento treinta obras, de las que nos llegaron siete
tragedias. Obtuvo el premio en los concursos
veinticuatro veces, incorporó el tercer actor, e
incrementó de doce a quince el número de
coreutas, abandonando la práctica de componer
trilogías de un mismo tema. Como decía aquel
elogio fúnebre “Vivió largo tiempo y murió como
un hombre feliz y diestro. Finó bellamente y no soportó dolor alguno” (Frínico,
Las musas).
Las siete piezas que han sobrevivido demuestran una gran profundidad,
contienen más acción, y es una acción presentada con mayor penetración e
intimismo poético. Trató de dar a su obra una belleza formal armonizada con
una riqueza de fondo. Pero, su concepto de belleza, es audaz y arriesgada.
Sófocles consigue una tensión dramática haciendo que cada fase de la acción se
produzca directamente de lo que la ha precedido, pero en el proceso que va
desde el comienzo hasta la conclusión, hace uso de una ironía especial, que nos
enseña lo diferente que es la realidad de la apariencia. Esta ironía llega muy
hondo y representa lo que hay de más perceptivo y sorprendente en su noción
de la vida. Concretamente, en el Edipo rey, Edipo, que da la impresión de ser
un sabio con pleno dominio de su pueblo y de sí mismo, descubre que vive en
la ignorancia total de su verdadera situación de criatura aborrecida por los
dioses, y termina por cegarse abandonando la ciudad como un forajido. La casi
totalidad de la pieza se centra en el descubrimiento por parte de Edipo de su
identidad personal y en las horribles consecuencias que esto le acarrea en su
condición de asesino de su padre y marido de su madre. La ironía cobra
entonces una nueva dimensión, porque Edipo proclama que tiene que descubrir
la verdad sobre la muerte de Layo, según cree, aunque su propia ceguera le

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impide verla cuando Tiresias se la indica. Al final los hechos concluyen
inevitablemente en él, y se da cuenta entonces de quién es y de que toda su vida
ha sido un engaño. Sobre este trasfondo de ignorancia, el autor coloca a la
humanidad en sus relaciones con los dioses, y a él ajusta su arte.
Con respecto a sus personajes, Sófocles revela sus características a través de las
situaciones, las personalidades están establecidas de antemano por la leyenda, y
siempre son presentados a grandes rasgos. Edipo es un buen rey, un hombre de
acción, previsor, decidido, y dispuesto a hacer todo aquello que le pide su
pueblo. Sólo un hombre así podría resolver el enigma de la esfinge y ser
nombrado rey de Tebas. Pero su terrible destino es precisamente que todo esto,
le impide descubrir la verdad, haciéndola más dura cuando se sabe. Es esta
adecuación de las situaciones y de los destinos lo que da realismo a los
personajes de Sófocles. A su manera, están muy esquematizados, pero eso no
afecta la realidad que tienen en su propio mundo: podemos ver por qué obran,
cómo obran, y formar sobre ellos nuestros propios sentimientos y nuestros
propios juicios.
El autor muestra a sus protagonistas con imparcialidad, sin dividirlos en malos
y buenos. Si sus villanos más transparentes tienen cualidades que les redimen,
sus criaturas más atrayentes tienen rasgos de debilidad. En el Edipo rey, desde
un principio Edipo ha cumplido su destino de matar a su padre y de casarse
con su madre, y puesto que esto lo convierte en un ser aborrecible ante los
dioses, colabora en los designios de éstos cegándose a sí mismo. A pesar de ser
los dioses quienes gobiernan la acción, no los tenemos en cuenta a la hora de
juzgar a los personajes humanos. El enorme abismo que hay entre los
pensamientos de los dioses y los de los hombres es precisamente lo que hace de
Edipo una figura tan conmovedora e inquietante.
Como decíamos al principio, a nuestro autor se le considera a menudo como un
ejemplo de despego clásico, de sublime distanciamiento, que confirmaría esas
anécdotas que lo describen como un hombre feliz y contento. Pero esto, poco
tendría que ver con su arte. Sófocles tiene sus momentos de pathos, pero lo que
refleja un sus obras es algo menos reconfortante. Desea dejar claro qué es el

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sufrimiento. Su mundo es a veces brutal en sus acontecimientos y en sus
actitudes. Los atenienses vivían rodeados de violencia y de muerte, y uno de los
propósitos de la tragedia era precisamente conseguir que la gente los viera sin
abatirse y los aceptase. Cuanto más violenta es la prueba a la que somete al
hombre, mayor es la oportunidad que tiene de mostrar su genuina naturaleza.

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Dafnis y Cloe
Longo de Lesbos
Editorial Gredos, Madrid, 1997

No se sabe mucho de la vida de este autor,


aunque se cree que vivió en Bizancio entre
el S.II y el S. IV de nuestra era. Dafnis y
Cloe es la primera novela bucólica y la más
vehemente y voluptuosa, la más refinada
y seductora obra de este género novelesco
de idilios campestres. Ya destacó la
importancia de esta novela Juan Valera, el gran escritor decimonónico: “Tengo a
Dafnis y Cloe por una de las obras que no envejecerán nunca. Pertenece al
género que ahora se cultiva con el nombre de naturalista, una novela bucólica,
rebosante de una verdad y de una pasión admirables. La verosimilitud que hoy
se exige y se discute no mortificaba tanto a los griegos, ellos sólo pedían arte.
Podían hacer intervenir en sus obras a las Ninfas, al Amor, a Pan y a todos los
dioses de su Olimpo”.
Finalmente elegimos a Dafnis y Cloe por ser una novela de iniciación amorosa. Y
porque nos resulta casi más excitante el erotismo primitivo de esta obra que
toda la pornografía que nos ofrece el gris mundo actual. Es la ingenuidad de su
erotismo lo que hace que esta obra permanezca viva. Cierto es, que el despertar
de la sexualidad de Dafnis y Cloe está contado con mucha delicadeza, pero
precisamente por ello, el autor provoca la tensión del lector. Además, Longo de
Lesbos añade, digamos un poco de “picante” a los amores de Dafnis y Cloe
introduciendo un tercero, Gnatón, un joven borracho que siente una fuerte
pasión homosexual por Dafnis, dispuesto a violentarlo, e incluso una cuarta,
una mujer casada, mayor que Dafnis, que ante la inexperiencia del joven decide
hacer cuanto está en su mano para que el pastor se inicie en su cuerpo y sacie
tanto su sed de aprendizaje como los ardores que ella siente. Afirmó Juan
Valera que esta novela era la mejor que se había escrito en la Antigüedad clásica
y que había en ella mérito bastante para colocarla en la lista de las novelas

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excepcionales, por su belleza absoluta y su independencia con respecto a las
modas. Es posible. El autor logra que el lector actual se introduzca en aquel
mundo perdido en el que los jóvenes se bañaban desnudos en el río sin pudor y
en el que las personas no se contorsionaban con ritmos frenéticos sino con el
sonido y la armonía de los cuerpos celestes, o como mucho, con la música que
surge de una pastoril siringa.
Su desarrollo está dividido en doce secciones, a su vez subdividida en pequeñas
escenas. Dentro de este singular esquema, en algunos momentos, la acción de
los dos protagonistas se mueve paralelamente. Su tono intemporal parece
situarnos durante la época de las póleis autónomas. Su innovación es la extrema
sencillez de su argumento. Su situación es esencialmente estática con la
importancia concedida al amor, a la naturaleza, a la religión y a la música. Su
tema de fondo, la representación de los poderes y de los misterios de amor. El
erotismo, es el centro de la novela y el núcleo, la pasión inocente de dos
adolescentes. Pero este erotismo y esta sensualidad, paradójicamente no están
reñidos con la moral. Para nuestro autor el erotismo es otra dimensión de la
naturaleza. Y la naturaleza es un marco idealizado y utópico. La flora y la fauna
aparecen integradas en la vida de los protagonistas. Por lo que no se limita a
adoptar un idealismo bucólico sino que además, lo impregna con cierta
religiosidad. La cuestión de dónde termina el arte y dónde comienza la
religiosidad, es que es precisamente bajo la tutela de Eros con el que nos
iniciamos en el amor. Un dios omnipresente, cosmogónico y todopoderoso.

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