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ESTRATEGIAS PARA EQUIPOS DE SALUD QUE

ABORDAN PROBLEMAS DE CONSUMO


INTRAFAMILIAR
UNIDAD N° 1: Introducción a la conceptualización de
las familias // CLASE N° 1
Material de lectura.
Profesora Lic. Melina Menichelli

Introducción a la problemática de los consumos

El consumo de sustancias con efecto psicoactivos, es decir, que afectan a la


conciencia, ha tenido a lo largo de la historia de la humanidad diferentes
sentidos y fines.

Desde épocas muy remotas los seres humanos, por diferentes razones han
recurrido a sustancias en búsqueda de efectos que alteren la mente y el
comportamiento. Entre las posibles razones encontramos evidencias
religiosas, medicinales, existenciales o simplemente por cuestiones recreativas.

Los príncipes, por ejemplo, desencadenaban sus incontenibles fantasías a


través de los alucinógenos, los poetas estimularon su imaginación creativa con
intencionada inmersión en los placeres. Los guerreros, pretendieron templar
su valor usando drogas capaces de permitir la supervivencia en una atmósfera
invadida por la sensación fatídica de muerte.

El uso de sustancias como el opio y la cocaína ya se mencionan junto a ritos


mágicos religiosos y en algunos casos ligados a la medicina primitiva como
son el caso de los persas, egipcios, griegos, romanos, chinos, y árabes en los
principios de sus tiempos históricos.

Existe evidencia arqueológica y antropológica de los pueblos aborígenes de


nuestro continente, se consumían drogas tales como hongos y alcoholes. Este
consumo era “reglado” de una manera particular. No se consumía en cualquier
momento, se lo hacía en cierto momento del año, en general vinculado con
alguna cuestión religiosa o litúrgica, o para celebrar algún acontecimiento
significativo, como por ejemplo el término de la cosecha. Tampoco consumía
cualquier miembro de la comunidad, sino que eran personas autorizadas por
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la liturgia quienes lo hacían, los llamados chamanes, para conectarse con


fuerzas espirituales o con los dioses.

En nuestra sociedad actual lo que se observa es casi lo contrario, se consumen


todo tipo de drogas que apuntan a tener un efecto cada vez más rápido siendo
económicamente accesibles. Y lo hace cualquier persona, en cualquier
momento o lugar.

Es importante comprender los sentidos sociales que atraviesa al consumo


actual teniendo en cuenta que la complejidad del campo del consumo se
establece en el entrecruce de:

• Los contextos (sociedad de consumo),


• Los discursos (El discurso predominante de “flagelo social” donde el
problema es el objeto droga),
• La singularidad (cada caso particular)
• Las sustancias psicoactivas (legales e ilegales).

Los contextos sociales en los que se desarrolla una persona generan efectos
directos sobre su construcción como tal. Son formadores de identidad y
pertenencia, en la actualidad a través del rol del consumo como organizador
de la vida actual y dador de identidad.

En función de los contextos y los discursos que atraviesan los mismos,


podemos identificar el despliegue de representaciones sociales y estereotipos
productores de conceptos estigmatizantes. Estas conceptualizaciones
encasillan a las personas dentro de pensamientos estancos sin dar lugar a la
reflexión.

Estos estereotipos están sostenidos desde el discurso globalizado que busca


eliminar las diferencias tendiendo a la homogenización de las culturas.

El discurso propone el ideal del mercado nos puede evitar el dolor, sufrimiento,
garantía de felicidad, desprendido de significados de deseo, individualidad,
satisfacción a través del mercado de consumo. El tener prevalece ante la
posibilidad se ser.

Podemos pensar que la nominación “ser adicto” brinda la posibilidad de


hacerse un nombre, es poder ser algo.

A nivel de la significación social, la denominación del objeto “droga” es donde


está ubicado el mal social, es un objeto depositario de lo malo.

Es necesaria la desconstrucción, es decir, interrogar los supuestos que


conforman los discursos; el lugar del “flagelo de la droga”, que es una
construcción discursiva banal y hegemónica, que des-responsabiliza al
consumidor de drogas impidiéndole preguntarse por su consumo, ya que
desde la mirada del flagelo el sujeto consumidor es una víctima y des-
responsabiliza a la persona por sus actos.

La tendencia a homogenizar las culturas, la globalización de la vida cotidiana,


deja afuera a quien no consigue incluirse en “los normales”.
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Este es el escenario donde se inscribe actualmente el consumo de sustancias


en el que al personaje “adicto” se le adjudican determinados conceptos
estigmatizados (Violencia, exclusión, delincuencia), este prejuicio hace que su
portador sea incluido en una categoría social hacia cuyos miembros se genera
una respuesta negativa y se les ve como culturalmente inaceptables o
inferiores.

Problematizando el consumo

Pensar en un problema nos lleva a recordar que en ciencia la palabra problema


alude a aquello que se quiere conocer o investigar.

Entendemos entonces que abordar los problemas de consumo implica


estudiar los atravesamientos del consumo en nuestras vidas ¿Qué rol ocupa en
nuestras vidas? ¿Qué papel juega en los padecimientos que vivimos? ¿De qué
manera nos influye y nos condiciona?

Por un lado, el consumo funciona como forma de evitar el dolor, de sostener


un estado de continua felicidad. Consumimos para tapar la angustia, como
forma de resolver los problemas, para llenar el vacío. Desde la intervención de
salud este es el quid de la cuestión. Porque el acto de consumir inicialmente
no es lo que nos lleva al sufrimiento, al contrario, el consumo es lo que viene a
aliviar el sufrimiento.

Entonces, cuando una persona atraviesa una situación de consumo


problemático, nos encontramos con un sujeto que ha encontrado una
respuesta ante sus padecimientos a través de sus consumos. Este es el recurso
que empieza a aparecer como salida o tramitación de ciertos padecimientos.
El consumo puede o no ser problemático para una persona.

Es importante realizar la distinción de los consumos problemáticos de no


problemáticos, debido a que todos somos consumidores, nuestra vida está
atravesada por las lógicas de la sociedad de consumo.

Hay consumos que tienen cierto grado de moderación que podrían no afectar
de manera significativa áreas fundamentales de la vida de una persona. No
obstante, la posible condición de no problemáticos no significa estar exento a
los riesgos y problemas.

A través de nuestros diferentes roles sociales podemos oficiar de herramienta


de problematización, lo cual quiere decir construir preguntas respecto de qué
papel, a qué le está encontrando respuesta, qué está evadiendo, con ese
consumo.

En este sentido, podemos decir que todos los consumos son problematizables,
ya que siempre pueden incorporarse en un espacio de reflexión y de escucha.

De esta manera, es fundamental que inicialmente identifiquemos:

• El consumo como problema


• Problematizar el consumo
• Distinguir el consumo problemático del consumo no problemático.
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Marco legal regulatorio en Argentina

Según el artículo 2 de la Ley N° 26.934 de 2014, mediante la que se crea el Plan


Integral para el Abordaje de los Consumos Problemáticos: “…se entiende por
consumos problemáticos aquellos que –mediando o sin mediar sustancia
alguna– afectan negativamente, en forma crónica, la salud física o psíquica del
sujeto, y/o las relaciones sociales. Los consumos problemáticos pueden
manifestarse como adicciones o abusos al alcohol, tabaco, drogas
psicotrópicas –legales o ilegales– o producidos por ciertas conductas
compulsivas de los sujetos hacia el juego, las nuevas tecnologías, la
alimentación, las compras o cualquier otro consumo que sea diagnosticado
compulsivo por un profesional de la salud”.

Ley 23.737 conocida como la Ley de Drogas o Estupefacientes fue sancionada


en el año 1989 y rige la prevención, el asunto de la comercialización y penaliza
la tenencia y el tráfico de estupefacientes. Pero tiene la particularidad de dejar
de ver al consumidor como un delincuente y pasar a tomarlo como un enfermo.

Anteriormente, la Ley 20.771 sancionada en 1974, denominada Ley López


Rega, consideraba al adicto como un delincuente, era una ley que
criminalizaba al consumidor. El médico estaba obligado a denunciar ante la
justicia a toda persona que recurriera a pedir asistencia y tratamiento por
consumo de sustancias. Era una ley de carácter punitivo.

Existe una tensión insoslayable a la hora de evaluar las normas sobre el


consumo de sustancias. Por un lado, tenemos el derecho individual de cada
persona a consumir sustancias, pero también, por otro lado, está el derecho
colectivo a la salud. El Estado debe tener alguna herramienta para poder
ingresar en el ámbito privado de la persona con el fin dar asistencia.
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La reglamentación de la Ley Nacional de Salud Mental N° 26.657, Decreto


reglamentario 603/2013 ayuda a profundizar el proceso iniciado por la ley,
estableciendo algunos mecanismos y pautas concretas de implementación
junto a políticas específicas para su correcta aplicación.

Uno de los grandes problemas que veníamos acarreando en el área de salud


mental estaba dado por el hecho que, así como muchas personas vivían en
instituciones especializadas, la política de salud mental misma estuvo
encerrada sobre sí misma sin establecer vínculos con la política de salud y la
política sociales en general. La ley salda ese problema planteando la
intersectorialidad. Su reglamentación establece que no sólo el Ministerio de
Salud es responsable del área incluyendo la participación activa de once
organismos gubernamentales más que se dedicarán al tema de salud mental,
organizados en distintos ámbitos de discusión y trabajo. Siete de esos doce
organismos tienen rango de Ministerio Nacional. Pero además de los espacios
gubernamentales participan organizaciones de usuarios y/o familiares,
organizaciones de profesionales y otros trabajadores, organizaciones de
derechos humanos y organizaciones con incumbencia en la temática.

La ley rompe las relaciones de fuerza que funcionaban hacia dentro del campo
de salud mental ampliando la participación, la calidad y cantidad de actores
que se ocupan de la temática. Las organizaciones de derechos humanos y de
usuarios y familiares ya no padecen de las políticas de salud mental, sino que
son actores activos en su formulación e implementación. La reglamentación
actualiza y da concreción a la participación.

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