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“América no es una realidad dada sino algo que todos hacemos con nuestras manos, con

nuestros ojos, con nuestro cerebro y nuestros labios. La realidad de América es material,
mental, visual y, sobre todo, verbal”

Octavio Paz

El Nuevo Mundo no pertenecía ya al Viejo cuando en 1875, en la imprenta de


Miguel de Ginesta en la ciudad de Madrid, vio por primera vez la luz la Historia de
las Indias, extensa crónica compuesta por el dominico renacentista fray Bartolomé
de las Casas. Hasta entonces había permanecido manuscrita, sobreviviendo a los
estragos del tiempo entre bibliotecas y copias, sin que nadie se preocupara por su
publicación y conservación. Fue hasta a finales del siglo XIX, en el marco de la
Restauración borbónica en España, cuando los esfuerzos del historiador cubano,
José Antonio Saco (promotor infatigable de la obra del “protector de indios”),
dieron fruto en forma de un proyecto editorial, llevado a cabo por el marqués de la
Fuensanta y el hispanista decimonónico George Ticknor, quienes editaron e
imprimieron por vez primera la crónica lascasiana (Benítez Rojo 260).

La gran distancia temporal que existe entre la fecha de redacción y de publicación


de la crónica de fray Bartolomé no es fortuita. Numerosos factores, como el deseo
del propio autor, lo polémico de su figura y reputación, así como las consecuencias
que tuvo para España la malinterpretación de otra de sus obras – la Brevísima
relación de la destrucción de las Indias -, retrasaron continuamente la publicación
del texto. En todo caso e independientemente de las diferencias entre la fechas de
publicación y redacción, como de su impacto o valoración, la crónica no se
diferencia de otras obras lascasianas como la Brevísima o la Apologética Historia
Sumaria, en cuanto a que todas contienen una idea y una construcción especifica
de la otredad, representada en la relación entre españoles e indios, conquistadores
y conquistados; relación además que traspasa fronteras temporales y espaciales:
Rechazada por los españoles renacentistas que conquistaron América, rescatada
por los criollos decimonónicos que buscaban la Independencia de sus naciones; la
idea de otredad en Bartolomé de las Casas está en el inicio mismo de una serie de
discursos y narraciones sobre América que perviven incluso hoy.

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Por lo tanto, el objetivo de este ensayo es realizar una aproximación al concepto de
otredad construido por fray Bartolomé de las Casas en su obra, teniendo en cuenta
tanto cómo se construyen las imágenes de los indios y los españoles en los textos de
Las Casas, como también los mecanismos escriturales que emplea el dominico para
difundir y consolidar su concepto de lo indígena. Así las cosas, el ensayo se divide
en tres partes que facilitan el cumplimiento del objetivo. En primer lugar se
realizará un acercamiento a los mecanismos por los cuales Bartolomé procuró
difundir su obra y sus ideas sobre los indígenas, es decir, se realizaran algunas
anotaciones sobre la crónica como género literario e histórico y la crónica de
Bartolomé dentro de este corpus. En segundo lugar se abordará el concepto de
otredad y la imagen del indio en la obra de nuestro autor, así como los recursos
mediante los cuales el natural de Sevilla construye dicha imagen. Por último y a
modo de conclusión, se enunciarán algunos aspectos relevantes sobre la
repercusión de las ideas de Bartolomé, tanto en su tiempo como en la posteridad.

1. Testimonio y creación: La crónica del siglo XVI

La misma centuria de las grandes conquistas y hazañas de los castellanos en el


Nuevo Mundo, que sometieron imperios de gran tradición histórica y militar, vio
también el ascenso de dos fenómenos editoriales en las imprentas de España que se
manifestaron con gran intensidad: Por un lado, ávidos lectores devoraban con
rapidez libros de caballerías, que narraban aventuras de caballeros esforzados que
hacían soñar a los españoles con exóticas tierras y extrañas criaturas. Por otro lado,
numerosas crónicas que procuraban relatar los hechos sucedidos en las Indias
occidentales, escritas por quienes estuvieron en el campo de batalla contra los
nativos como por aquellos que nunca salieron de la comodidad de las cortes de
Valladolid, Madrid o Toledo, ocuparon también un lugar privilegiado dentro del
corpus de lo escrito de la Castilla del momento.

La consolidación de ambos géneros literarios – si entendemos Literatura como el


corpus de lo que se escribe, sin necesidad de taxonomías – se ve acompañada de
una característica en común: el afán por la historicidad. Así, tanto la narrativa
caballeresca como la crónica de Indias se presentaban a sus lectores como historias

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verdaderas, en las cuales no era propio encontrar fingimiento alguno y que además,
eran de provecho para la vida humana, es decir, eran moralizantes. Lo anterior solo
es evidencia de que ambas tipologías textuales eran objeto de enconados
detractores por la misma causa: la acusación de falsedad. Pero mientras Rodríguez
de Montalvo y Francisco Vázquez, autores de libros de caballerías, luchaban contra
humanistas como Juan Luis Vives, para demostrar la utilidad de su producción
escrita; los cronistas, por otra parte, se enfrascaban en disputas eternas entre ellos
mismos, lanzándose invectivas en cuyo fondo reposaban viejas rencillas, cuyos
orígenes son tan diversos y van desde la pertenencia a una facción especifica dentro
de los conquistadores, pasando por diferencias de índole personal, hasta motivos
como la idea teórica de cómo debía ser un proceso de conquista y cómo debía ser
narrado y presentado a los españoles que se habían quedado en la península.

Fray Bartolomé de Las Casas no escapa a las disputas entre los cronistas. Aunque
su crónica no alcanzó a ser objeto rebatible de quienes redactaban la temprana
historia de la conquista de América, en ella sí se insertan todo tipo de debates que
el dominico sevillano sostenía con otros cronistas e historiadores de su momento, y
que van desde temas relacionados con la interpretación hasta la forma en que son
narrados los acontecimientos. Por ejemplo, en su prólogo de Historia de las Indias,
Bartolomé afirma que:

Veo algunos haber en cosas destas Indias escrito, ya que no las vieron, sino las
que no bien oyeron (aunque no se jactan ellos ansí dello), y que con harto
perjuicio de la verdad escriben, ocupados en la sequedad estéril e infructuosa
de la superficie (Las Casas 19 – 20).

El anterior fragmento resulta llamativo en la medida en que señala algunos de los


elementos que fray Bartolomé reprochará de sus colegas cronistas: No haber sigo
testigo presencial de los hechos y por lo tanto, narrar éstos a través de terceros de
quienes los oye; no ser además, lo suficientemente profundo en el tratamiento de
temas clave, quizá por ejemplo, la naturaleza de las sociedades indígenas o sus
características culturales más importantes.

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Sin embargo e independientemente de todas las críticas que el “protector de
Indios” realice contra los demás narradores de las cosas de América, debe tenerse
en cuenta que como historiador, fray Bartolomé tampoco escapa a los prejuicios de
los que acusa a sus colegas contemporáneos. En primer lugar porque, como
enunció Luis Sáinz de Medrano, “Podríamos decir, en consecuencia, que los
cronistas testimonian la realidad del Nuevo Mundo pero a la vez la crean” (Sáinz
22), es decir, Bartolomé acude a los mismos modelos y herencias a las que acuden
también contradictores suyos como Gonzalo Fernández de Oviedo y Francisco
López de Gómara. Por lo tanto, la crónica lascasiana no posee un grado más de
historicidad que otras, sino que se enmarca dentro del gran corpus discursivo sobre
América, que la inventa a medida que la narra desde una postura subjetiva.

Pero, ¿cuáles son aquellos modelos de historia a los que explicita e implícitamente
acude fray Bartolomé y que configuran su crónica? La respuesta a este interrogante
es fundamental, en la medida en que esclarecerá de algún modo cómo operaba el
género histórico en el Renacimiento español, pero también porque la escogencia
por parte del dominico de un género específico para relatar la historia de las Indias,
condiciona de algún modo la transmisión de sus ideas y sus pensamientos y por lo
tanto, afecta también la construcción que el autor realiza de las imágenes de los
indios y españoles respectivamente.

Para empezar, es conveniente anotar que para el siglo XVI se funden en la forma de
escribir historia dos tradiciones: la clásica grecolatina y la medieval hispánica. De
la primera se rescataban grandes modelos historiográficos como la Historia de
Roma de Tito Livio y de la segunda, se hallaban sus raíces más profundas en la
magna obra del rey de Castilla Alfonso X, el Sabio, la Estoria de España. De esta
forma, las herencias de la Antigüedad clásica pasaron por la conservación de los
modelos genéricos (como los anales y la narración extensa), así como la idea de
Historia est Magistra vitae, que se alimentó de la tradición moralizante de la Edad
Media representada por el uso de exempla en los escritos. Pero el período medieval
no solo se ocupó de mantener vivas algunas de las herencias clásicas, sino que
también alimentó con diversos elementos la historiografía. Así, por ejemplo, se
puede hallar que durante la Edad Media romance, los cronicones que narraban la

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historia de los reinos incorporaban como fuentes históricas diversas
manifestaciones literarias del momento: Cantares de gesta, romances épicos y
fronterizos, leyendas y todo tipo de narraciones ficcionales son incluidos y
prosificados dentro de los relatos históricos.

Por esta vía es que se constituyen en el Renacimiento español, crónicas cuyo


carácter híbrido sorprende a sus lectores, quienes encuentran en estas narraciones
prosaicas una pretensión histórica que contrasta a todas luces con el material
ficcional incluido por el autor. No está claro aún si los hombres del siglo XVI eran
conscientes de que, crónicas como la Estoria de España, incluían prosificadas en
su interior material folclórico ficcional como el Cantar de Mío Cid, cuya
historicidad es notablemente baja. Sin embargo, la clasificación que la Retórica
establecía en el momento permite deducir que el sistema genérico de la época, en
constante transformación, era incapaz de diferenciar del todo las narraciones
históricas – o de carácter verídico – y las narraciones literarias – o de carácter
ficcional -. Así, lo que recoge San Isidoro en sus Etimologías y que dictaminará a lo
largo de la Edad Media española la clasificación de la producción letrada acorde
con su contenido, discrimina entre historia, definida como la narración de hechos
verdaderos; el argumentum o el recontamiento de hechos verosímiles y la fábula,
conceptualizada como la composición de hechos ficcionales (Bognolo 277).

De esta forma, existe en las crónicas de Indias una tensión genérica: Por un lado,
pretenden integrarse del todo en el primer nivel de los géneros narrativos
anteriormente descritos, es decir, el de la historia. Pero por otro lado, como
herederas de un modelo medieval en el que se incluyen dentro de las narraciones
históricas relatos ficcionales, están presas a medio camino entre la historia y el
argumentum, pues no solo incorporan hechos fingidos (como se les denominaba en
la época a las narraciones literarias o de creación ficcional), sino que también se
valen de los recursos estilísticos y retóricos de los géneros escriturales que no son
propiamente históricos. En este punto es donde se puede evidenciar con más
claridad la relación entre los libros de caballerías y las crónicas de Indias, pues,
como apunta Poupeney: “El cronista se valía, por cierto, de las novelas de
caballerías como punto de referencia externo, apelando a la experiencia de lectura

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de “cosas nunca oídas, ni vistas, ni aún soñadas” de su público potencial. Jugaba
sobre el atractivo de la novedad, del exotismo, de las aventuras, propio del mundo
caballeresco, y lo rechazaba después (“pues no cuento los disparates de los libros de
Amadís”), poniendo de relieve la autenticidad de sus propuestas” (Poupeney 507).

Así las cosas, es válido resaltar que la crónica de fray Bartolomé de Las Casas no
escapa a este tipo de dinámicas, por el contrario, se ve inmersa en ellas y las asume
directa o indirectamente. Sin embargo, en todo momento, tanto en la composición
de su Historia de las Indias como en la de su manifiesto más conocido, la
Brevísima relación de la destrucción de las Indias, el dominico sevillano opta por
desempeñarse como historiador, ya que, independientemente de toda la
problemática renacentista alrededor de la taxonomía de los escritos y el grado de
veracidad que cada uno de éstos posee, el oficio de historiador o cronista tenía
asegurada la fama de credibilidad. Por lo tanto, al acudir Bartolomé a la crónica o
la relación, procura que desde la primera página se dé por sentada la realidad que
allí se contiene y no se dude en ningún momento de ésta. Recurso mismo que
usaban los autores de libros de caballerías al titular sus obras como “historias” y
establecer en el prólogo el tópico de la falsa traducción.

Sin embargo, pensadores como Agustín Yáñez, no comparten la consideración de


fray Bartolomé como historiador. En la biografía de éste, el escritor mexicano
comentaba que: “Las Casas no fue historiador, sino apologista. (…) Menos aún, la
Brevísima relación es historia, en sentido estricto; suma de hechos crueles, con
certidumbre general, concurren a una tesis; la particularizada exactitud es en ellos
lo de menos; tanto, que, Las Casas evade nombres propios y precisiones semejantes
indispensables en toda historia” (Yáñez 32). La postura del mexicano resulta
sugerente en cuanto resalta uno de los aspectos más llamativos de la Brevísima:
efectivamente, en sus primeras ediciones, carece de nombres propios y detalles
específicos de los conquistadores o las regiones conquistadas, más allá de su
nomenclatura geográfica nativa o hispánica. No obstante, este hecho no aísla el
texto de Bartolomé de la producción historiográfica del momento, sino que revela
el profundo conocimiento que tenía el dominico de la tradición clásica:

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(Insertar el fragmento de la Poética que habla sobre la diferencia entre
Poesía e Historia)

Como se rescata en el anterior fragmento de la Poética de Aristóteles, la diferencia


entre Historia y Literatura (Poesía en la denominación de la Antigüedad, la Edad
Media y el Renacimiento) que predominó durante siglos en la tradición occidental
fue la de considerar una a nivel particular y otra a nivel general.1 De esta forma,
Bartolomé continúa la tradición aristotélica en la medida en que en su Brevísima
procura no detallar nombres propios, otorgando un carácter general a la conquista
española de América y una naturaleza unívoca: la destrucción. De haber detallado
con nombres propios las actuaciones, Bartolomé habría particularizado su
narración y por lo tanto, ésta dejaría de ser general a todas las Indias y se habría
localizado en cada región que describe en su obra.

No obstante, este intento de alejamiento que hace Bartolomé de los métodos y


naturaleza de la historia concebida por el filósofo estagirita, no tiene éxito en su
totalidad en la medida en que el dominico sigue escribiendo Historia, pese a que no
esté particularizada. La “relación” del título, denota una conexión genérica con una
tipología textual propia de la historiografía de la Edad Media y el Renacimiento
(recuérdense las Cartas de Relación de Hernán Cortés), en la que el autor pretende
una construir una narración de una serie de hechos verdaderos al rey, monarca o
autoridad de turno. Por lo tanto, si Yáñez propone que en la Brevísima Bartolomé
no funge como un historiador en todo el sentido completo como se concebía el
oficio en el siglo XVI, no yerra porque el dominico no particulariza ni especifica los
hechos que narra. Pero tampoco es correcto afirmar que no pretende desempeñarse
como tal, ya que como vimos, emplea una técnica propia de quienes narraban
hechos verdaderos en su época y finalmente, esta es su mayor pretensión.

Finalmente, para concluir este apartado, es conveniente anotar como los elementos
expuestos hasta aquí influyen en la narrativa propia de Bartolomé sobre el
indígena. Hemos señalado como una amplia tradición, que se extiende desde la

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Por ejemplo, mientras las narraciones ficcionales nos hablan de un héroe en el sentido extenso y
básico del concepto, los relatos históricos particularizarían al héroe, individualizándolo y dotándolo
de una identidad propia que lo diferencia de los demás.

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Antigüedad Clásica, alimentada durante la larga Edad Media con motivos literarios
y moralizantes, producen en el Renacimiento una serie de crónicas de naturaleza
hibrida, cuya clasificación y reconocimiento tipológico dio dolores de cabeza tanto
a sus lectores y autores contemporáneos como a los investigadores de hoy. En dicha
naturaleza, es evidente que existen elementos de ficcionalización, que pasan por la
influencia de recursos retóricos y estilísticos de otros géneros del período como los
libros de caballerías. Por lo tanto, la construcción que realiza Bartolomé tanto de
los indígenas como de los españoles en su obra, es la construcción de una imagen
mediatizada por un proceso de ficcionalización, en el que ambos roles juegan un
papel disyuntivo, opuesto, pero al mismo tiempo complementario en la narración
lascasiana; deviniendo así en la consolidación de una relación de otredad
particular, cuya influencia habrá de sentirse ya en el siglo XVI y que se retomará con
esforzado ahínco a partir de la segunda década del siglo XIX.

Bibliografía

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