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Uno de los cristianos más preclaros del siglo XIX, el danés Sören Kierkegaard, vivía en un
país confesional. ¡Toda Dinamarca era Luterana! Pero Kierkegaard percibió, con ojo
profético, que no por eso Dinamarca era más cristiana sino que era menos cristiana.
Kierkegaard se imaginó el caso de un danés, excéntrico y medio chiflado, que se le
ocurrió preguntar si él era realmente cristiano. Con eso, todo el mundo creía que estaba
trastornado. Su esposa le contestó, "Pero mi amor, vos sos danés, nacido en
Copenhague, y además sos funcionario del estado y llevás corbata y sombrero. ¡Por
supuesto sos cristiano!" Kierkegaard entendió que la religión oficial no fomentaba un
auténtico cristianismo, de fe genuina, sino una cristiandad meramente formal y superficial.
De igual manera hoy, el rango constitucional de una sola confesión cristiana, con todo el
respeto que merece esa confesión, no favorece la auténtica espiritualidad ni de esa
iglesia, ni mucho menos del país en general. Nutre una fe aparente, con la falacia de que
unos cuántos políticos o un documento pudieran involucrar a Dios en la vida de nuestro
pueblo. Eso se realiza sólo por el mover del Espíritu de Dios en las personas y la
comunidad, llevándonos a "buscar el reino de Dios y su justicia" en vez del oportunismo y
la corrupción que caracterizan las sociedades y los gobiernos de hoy. Eso sólo se pone
peor con declararle cristiano al país o anunciar que Jesucristo es el Señor de nuestro
gobierno. Mejor sería que confesáramos que en verdad estamos lejos de ser un país
cristiano, en ningún sentido, pero que imploramos a Dios ayudarnos a comenzar a vivir,
en nuestra vida cívica, un poco más de una fe real. ¿Qué vale que el país sea católico, si
no es cristiano?
www.juanstam.
com 9/6/09
Revisado
enero 2014