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Entrevista sobre el Caracazo a Livia Vargas González

Venezuelanalysis (marzo 2019)

1. Se cumplen 30 años del Caracazo. Contextualiza brevemente ese momento


histórico, y la actuación del pueblo y de los aparatos represivos del Estado.

Comencemos por decir que 1989 es tenido por la historiografía contemporánea como el
punto de inflexión que marca un antes y un después en las perspectivas emancipatorias
y revolucionarias en el mundo. 1989 acoge la caída del Muro de Berlín, símbolo
mimado de la narrativa historiográfica hegemónica, con el cual se abanderó el relato del
fin de las posibilidades históricas y la derrota de las apuestas socialistas. Para el mundo,
1989 representa el fin del “comunismo” y el triunfo indiscutible de la economía
neoliberal como única alternativa viable de organización y “desarrollo” de la sociedad.
1989 sella el fin de la Guerra Fría e inaugura una reconfiguración de las relaciones
hegemónicas en el mapa geopolítico y geoeconómico. La verdad, 1989 significa una
gran derrota para la clase trabajadora y para lxs revolucionarixs del mundo.

No obstante, nuestra historiografía se disputa la presentación de un 89 con otros


referentes. El año 1989 en Venezuela comporta una singularidad que rompe con el
cuadro historiográfico, social, económico y político mundial. Mientras en la República
Democrática Alemana y en las naciones que formaban parte de la extinta URSS la
reinstauración del capitalismo neoliberal se desplegaba en terrenos fértiles, en
Venezuela el proyecto neoliberal se ve obstaculizado por una reacción popular sin
precedentes en nuestra historia contemporánea, reacción que puso sobre la mesa el
hecho de que un proyecto de tal calibre no iba a poder desarrollarse sin resistencia y sin
riesgo de desestabilización social y política.

¿Y qué fue aquello que ocurrió en Venezuela y que, por varios días, pudo voltearle la
tortilla al régimen democrático representativo puntofijista? ¿Qué fue aquello que sirvió
de advertencia al orden económico mundial para la imposición de sus políticas
neoliberales en América Latina?

El 2 de febrero Carlos Andrés Pérez toma posesión de su segundo mandato como


Presidente de la República. El carismático líder, que en su primer mandato sería el
encargado de llevar adelante la política de nacionalización petrolera, cargaría sobre sus
espaldas la expectativa generada en el pueblo de salvar al país de una crisis que había
dejado al país prácticamente descapitalizado y que, sobre todo, había mermado la
capacidad adquisitiva del venezolano común.

Un fastuoso acto, con la presencia de importantes referentes de la farándula cultural y


política internacional como Gabriel García Márquez, Jimmy Carter, Felipe González,
Daniel Ortega y Fidel Castro, contrastaría con los mensajes de austeridad con los que
CAP iniciaría su mandato y que darían pistas de cuál sería su política económica.
Diseñada a partir de las condiciones del Fondo Monetario Internacional, la fórmula de
Pérez para salir de la crisis sería la imposición de un “gran viraje” económico que
acabaría con años de “paternalismo” y que se abriría a las pautas establecidas por el
libre mercado: privatización de los servicios de agua, luz, telecomunicaciones, salud,
educación, liberación de precios, liberación del control de cambio, aumento de los
precios de la gasolina, congelación de los salarios del sector público, entre otras. Las
expectativas puestas en CAP comenzaron a frustrarse más rápido de lo que podría
esperarse.

El acaparamiento de los productos de primera necesidad, el alza de los precios de la


canasta básica y una gran incertidumbre con respecto a las condiciones de vida en el
futuro próximo, fueron abonando el terreno del malestar y del descontento social… Y
amaneció el lunes 27 de febrero con el aumento unilateral del pasaje por parte de los
dueños del transporte público. El terminal de Guarenas, que inicia su jornada cada
madrugada con el movimiento de lxs trabajadorxs que se trasladan a sus lugares de
trabajo en Caracas, se convierte en el primer escenario de la furia popular. ¡Y se
voltearon los papeles! Si en tiempos “normales” el transportista tenía el poder de hecho
de imponer los precios del pasaje y asumir discrecionalmente el respeto al medio pasaje
estudiantil, esa madrugada del 27 de Febrero en Guarenas fue la gente la que le impidió
al transportista hacerse de las suyas: barricadas, piedras, multitud enardecida, líderes
anónimos e inéditos, hicieron que los autobuses desaparecieran en un santiamén. Sin
dirección partidaria de ningún tipo, pronto la furia se desplegaría por todo el país, y de
invertir la relación con los transportistas, el pueblo llano también lo hizo con el
comerciante acaparador, saqueando comercios de distinta naturaleza para garantizar el
abastecimiento en los hogares. Esa noche, en distintos barrios de Caracas y del interior,
muchxs vecinxs compartieron sus hazañas e intercambiaron sus víveres, mientras otros
celebraron haciendo parrilla con la pierna de res que horas antes habían cargado sobre el
lomo y brindaron con el whisky que habían saqueado de la licorería. Sin duda, un
momento de algarabía.

Lo que ocurrió el 27 de Febrero de hace 30 años fue una irrupción popular que dejó
atónita tanto a una institucionalidad social y política (partidos de la élite y gremios) que
confiaba en su capacidad para contener las desigualdades y conflictos sociales, como a
las organizaciones de izquierda no hegemónicas que, ante la sorpresa, terminaron
jugando un papel de espectadores o de acompañantes.

Uno podría asemejar la fuerza y expansión de esa irrupción con el desborde de una
represa o el estallido de una olla de presión: mientras el agua y el gas están contenidos,
represa y olla pueden controlarlos con válvulas de escape, pero si el acumulado excede
la capacidad de contención, agua y gas estallan y toman rumbos y ritmos imposibles de
encauzar, que se llevan por delante lo que tienen a su paso. Eso pasó el 27 y 28 de
Febrero del 89, una furia popular incontenible y sin cauce que irrumpió luego de años
de descontento acumulado.

No obstante, no puedo dejar de decir que el carácter caótico e indómito de esta irrupción
que quebró por momentos el orden social de la democracia puntofijista, fue el mismo
que la llevó a su derrota. Sin capacidad para orientar y canalizar esa fuerza hacia
objetivos estratégicos, políticos y de autodefensa, la fuerza disruptiva de la rebelión
popular fue derrotada por el poder del Estado, que consiguió retomar la hegemonía de la
fuerza con sus potestades normativas y sus cuerpos represivos: en horas de la tarde del
28 de Febrero, en cadena nacional, serán anunciadas la suspensión de las garantías
constitucionales y la implementación del toque de queda. Simultáneamente, el Ejército
saldrá a las calles determinado a recuperar el “orden social”. Serán días de terror, en los
que un pote de margarina tendrá más valor que una vida. Hospitales y morgues
colapsaron ante la cantidad de heridos y muertos que llegaban y llegaban sin tregua,
imponiéndose una lógica de guerra: salvar solo a los salvables, dejar sin registro de
entrada a lxs fallecidxs o a lxs que no tuviesen esperanzas de vida, enterrar a los
cadáveres en fosas comunes… Hasta el día de hoy, los números siguen en disputa:
mientras las cifras oficiales hablan de 300 a 400 muertos, las cifras extraoficiales
arrojan números que oscilan entre 3000 y 5000. Desde entonces, las víctimas vienen
librando una lucha incansable por la aparición y reconocimiento de sus muertos, así
como por el no ocultamiento de su memoria. Todavía claman justicia.
El Sacudón fue, entonces, un momento de “¡Basta ya!” que no pudo llevar hasta el final
su fuerza redentora.

2. A veces se aplica el concepto del "evento" al Caracazo, haciendo referencia al


pensamiento de Alan Badiou. En el discurso cotidiano un evento es algo que marca
un antes y un después. Pero cada vez que estornudo esto marca un "antes" y un
"después". Claro, un evento (en el sentido que Badiou usa el termino) tiene que
abrir una nueva serie histórica. ¿Es así con el Caracazo? Y si abre una nueva serie
histórica, ¿Quiere decir eso que la lucha guerrillera de los anos 60 no incide, o que
la lucha anti-Gomezista no incide?

Mi aproximación al Sacudón como acontecimiento parte de la pregunta de su naturaleza


como interrupción de la continuidad histórica en Venezuela y tiene su base en la lectura
benjaminiana desarrollada por Daniel Bensaïd, más que en la concepción "milagrosa"
propuesta por Badiou.

No obstante, ambas perspectivas comparten la asunción de la idea de acontecimento


como irrupción intempestiva, inédita, que inaugura posibilidades no existentes en la
continuidad histórica.

Entonces se trata de pensar el carácter de esa novedad que quiebra la continuidad


histórica y que, por tanto, no puede ser su consecuencia. Se trata de pensar, además, en
los límites que acompañan una irrupción acontecimental que no produce y no se
produce (que no significa planificar, ojo) estratégicamente, entendiendo que todo lo que
deviene en el mundo humano se realiza como praxis.

Luego, se trata de pensar en cuál es la situación en la cual emerge el acontecimiento, lo


que no significa pensar bajo la lógica de las causas. Se trata, en cambio, de intentar
pensar al acontecimiento al modo en que JP Sartre pensó la idea de libertad y la idea de
situación como su correlato, o en la forma en que Marx concibió la idea de
determinación concreta para pensar el carácter específico de la organización social
capitalista en claves opuestas al del positivismo historicista.

En el caso del Sacudón, uno podría mencionar, de entrada, las siguientes referencias que
constituyen lo que yo llamo situación:

1. En el plano económico estructural:


a. Una crisis económica que tiene su punto de arranque con el "viernes negro", con la
cual comienza a desvanecerse el mito de la Venezuela Saudita y, con ello, la posibilidad
de resolver las desigualdades sociales bajo un régimen democrático representativo de
economía rentista capital-dependiente.

b. El pago de la deuda externa durante el gobierno de Jaime Lusinchi, quien no solo se


encargó de pagar la deuda pública, sino que, con dinero nacional, asumió y pagó la
deuda externa privada, es decir, la adquirida por los empresarios en instancias
internacionales. Esto generó una importante descapitalización de nuestras reservas
económicas, que llevaron a CAP a decir, cuando asume su mandato, que recibe "un
país hipotecado".

c. En el contexto más inmediato de aquel periodo, la aceptación del paquete de medidas


neoliberales impuesto por el FMI, por parte del gobierno entrante de CAP. Un paquete
que implicaba, entre otras medidas, privatización y aumento de los servicios,
congelamiento de salarios del sector público, etc.

d. Un fenómeno de acaparamiento por parte de los comerciantes, inmediatamente


posterior al anuncio de las medidas económicas. Esto generó una importante escasez en
productos de primera necesidad como leche, café, azúcar y aceite que colocaron a las
personas de los sectores populares en situación de desespero.

2. En el plano político institucional:

a. Una crisis de legitimidad política que tiene su punto cúlmine con el gobierno de
Jaime Lusinchi: caso Recadi, Blanca Ibáñez, aumento de la represión...

b. Una crisis interna en el seno del Partido Acción Democrática que se expresaba tanto
en la disputa entre Lusinchi y CAP, como en la conformación del nuevo gabinete de
gobierno, que estará constituido no ya por los militantes del Partido AD, sino por
profesionales técnicos venidos de Chicago, con una marcada influencia liberal.

c. La realización de dos eventos similarmente fastuosos: la celebración del famoso


matrimonio Cisneros-Tinoco y el acto de toma de posesión de CAP como Presidente de
la República, mejor conocida como la Coronación. Ambos eventos no solo fueron
ampliamente difundidos por los distintos medios de comunicación, sino que pusieron en
evidencia la naturaleza económica y socialmente desigual de la democracia puntofijista.
Si por un lado CAP anunciaba tiempos de austeridad, de sacrificio y de "viraje"
económico para los sectores excluídos, explotados y oprimidos del país; por el otro
mostraba la fastuosidad con la que podían vivir la burguesía nacional y la clase política
gobernante. A esto hay que añadir el hecho de que, frente a la situación de crisis
económica y de legitimidad política con la que terminaba el gobierno de Lusinchi, y
teniendo como referencia el primer gobierno de CAP, este último representaba una
"esperanza" para un importante sector de la sociedad venezolana, que se vio frustrada
durante los primeros días de su gobierno.

d. Un fenómeno de acaparamiento por parte de los comerciantes, inmediatamente


posterior al anuncio de las medidas económicas. Esto generó una importante escasez en
productos de primera necesidad como leche, café, azúcar y aceite que colocaron a las
personas de los sectores populares en situación de desespero.

3. En el plano de (la violación de) los derechos humanos:

a. La masacre de El Amparo, ocurrida el 29 de octubre de 1988 en Apure, uno de los


estados fronterizos con Colombia, en una operación conjunta entre la Disip y el
Ejército, de la que resultaron víctimas 16 pescadores, dos de los cuales pudieron
sobrevivir. Para justificar la masacre, los funcionarios policiales y militares de ambos
órganos represivos alegaron que los pescadores eran guerrilleros colombianos,
justificación que fue desmentida por los dos sobrevivientes. Habiendo burlado la
persecución, gracias a la solidaridad de la Iglesia jesuíta y de algunas organizaciones de
derechos humanos y sociales de base, y viendo frustrados los intentos para acallarlos, el
Estado imputó a los dos sobrevivientes por el delito de rebelión militar. La situación de
la masacre de El Amparo puso en evidencia la fragilidad de los derechos humanos bajo
el régimen democrático puntofijista.

b. La violación de la autonomía universitaria por parte de los cuerpos represivos del


Estado con el allanamiento de varias universidades autónomas como Luz, la UDO y la
UCV durante los años 1987 y 1988.

c. La constante represión del movimiento estudiantil de educación media y universitaria.


Tan solo en los años 87 y 88, hubo un saldo importante de estudiantes, empleadxs y
profesorxs detenidxs, cientxs de estudiantes heridos y otrxs tantxs asesinadxs. Días
antes del Sacudón habían sido asesinados el estudiante de ingeniería de la UCV, Carlos
Raúl Villasana y, en una protesta de repudio contra este crimen, es asesinado el
empleado universitario Carlos Yépez.

4. En el plano de la lucha de clases:

a. Una crisis de legitimidad y de estrategia por parte de las organizaciones de izquierda


no hegemónica para capitalizar el descontento social. El fracaso de la estrategia de lucha
armada por parte de algunos partidos de izquierda como el PCV, el MIR y BR, llevó a
estas organizaciones a reorientar sus políticas hacia una estrategia institucional y legal
enmarcada dentro de los límites del régimen democrático representativo puntofijista.
Este viraje estratégico, sumado a las habituales prácticas burocráticas en el seno de estos
partidos, generó rupturas, desplazamientos y escisiones con el movimiento popular y
social. El PRV, por ejemplo, que con su frente legal Ruptura contaba con un importante
trabajo de base en los sectores populares, tuvo que enfrentar una ruptura considerable en
el año 1979 con secuelas en el movimiento social. Entró en crisis la “forma partido”, y
con ella aumentó la dificultad para potenciar las manifestaciones de descontento. Esta
crisis de legitimidad por parte de las organizaciones de izquierda también se expresó en
las organizaciones gremiales que, acopladas al engranaje de la institucionalidad
democrática puntofijista, terminaron por desvincularse de sus bases sociales y, con ello,
perdieron la capacidad para leer y seguir las pulsiones del malestar social. Comenzó a
tomar cuerpo la constitución de una doble narrativa: por un lado, una narrativa de lo
establecido, de la superficie, de lo visible, de lo “estable” y lo continuo, representada en
la institucionalidad democrática representativa puntofijista; por el otro, una narrativa de
lo subterráneo, lo telúrico, lo no reconocido ni visible, que se produce y desarrolla en
distintos sectores excluidos, explotados y oprimidos de la sociedad venezolana.

b. Un aumento en la conflictividad social y de calle, expresada fundamentalmente por el


movimiento estudiantil. Sobre todo a partir del año 87, fueron frecuentes huelgas
universitarias y de educación básica y media por parte de profesores, empleados y
estudiantes; manifestaciones por el derecho a las libertades democráticas y contra la
represión, contra el aumento de los pasajes y por la defensa del pasaje estudiantil;
trancas de calle en los barrios por falta de agua, gas, luz… Manifestaciones de
descontento social que, invisibles ante las formas organizativas institucionales, sin
embargo comenzaban a erosionar el subsuelo y crear nuevos tejidos.
c. El Marzo Merideño como antecedente disruptivo, una revuelta social ocurrida en el
año 1987 a raíz del asesinato de un estudiante universitario que celebraba su grado
como ingeniero y que, por el acto de orinar en el jardín de una casa, recibió un disparo
por parte del dueño. El hecho detonó una rebelión social en Mérida de tales magnitudes,
que durante cinco días el Estado perdió el control de la ciudad. La rabia estudiantil, que
comenzó con la destrucción de la casa, se extendió a toda la ciudad y distintos sectores
populares se sumaron al descontento: saqueos, barricadas, toma y destrucción de la Casa
de Acción Democrática, fueron algunas de las manifestaciones visibles que pusieron en
jaque al gobierno local. La rebelión fue aplacada con la militarización de la ciudad y
con las correspondientes medidas represivas: allanamientos y detenciones a dirigentes
populares y estudiantiles estuvieron a la orden del día.

Son esos los elementos situacionales en los que emerge el Sacudón, sin que esto quiera
decir que fuesen sus causas. La forma, el momento y el lugar en el que emergió la
rebelión popular el 27 y 28 de Febrero del año 1989 fueron tan imprevisibles como
inéditos. ¿Quiere decir esto que el Sacudón emergió de la nada? Tomando en cuenta los
elementos anteriores, creo que no. Sin embargo, no es correcto afirmar que el Sacudón
haya estado “destinado” a ocurrir, y esta es una de las características, entre otras, que
me llevan a reconocerlo como un acontecimiento. Soy de las que cree que en la historia
nada está destinado o determinado a ocurrir, todo lo contrario, la historia siempre está
abierta y, por esta razón, cada una de sus dimensiones es siempre disputada: el pasado
por lo que la narrativa historiográfica hace visible y lo que oculta, el presente por ser el
momento en el que las tensiones en disputa realizan, escriben, construyen la historia y
su narrativa, y el futuro por los proyectos y concepciones del mundo y de la vida que
están en disputa. La historia y la historiografía están, por tanto, atravesadas de palmo a
palmo por relaciones de poder y esto podemos verlo en las distintas narrativas que se
han esgrimido sobre el Sacudón, por no mencionar los intentos de despojarlo inclusive
de alguna narrativa, esto es, de borrar este acontecimiento de la memoria y de la
narrativa histórica.

3. ¿Hasta qué punto fue el 27F un acontecimiento organizado o un acontecimiento


espontáneo? Por supuesto existe la tendencia a menospreciar la organización de los
pobres -- son "bandas" y sus líderes son "malandros" o "pranes"
Es casi “natural” nuestra tendencia a comprender los conflictos y las desestabilizaciones
sociales a partir de una lógica de las causas, tal vez porque nos asusta la posibilidad de
que los procesos y cambios en la historia carezcan de alguna razón, y entonces nos
afanamos en buscarle un sentido. Así, pareciera que el despliegue y cambios de la
historia solo pueden darse de dos formas: o a partir de leyes y determinaciones que
trascienden a los individuos (“las causas” del Caracazo, por ejemplo) o, por el contrario,
a partir de la planificación “macabra” o “épica” de unos cuantos con la capacidad de
torcer el rumbo de la historia. En este último escenario los estallidos sociales tienden a
ser comprendidos como el resultado de un plan y no como la emergencia de fuerzas que
se desarrollan de manera subterránea y que quedan fuera de los límites permitidos por la
narrativa del orden social.

No obstante, a estas formas de comprender la historia se le opone otra que intenta salir
de los parámetros causales abanderando una concepción fragmentaria. Desde esta
perspectiva, los estallidos sociales responden a sus propias lógicas de emergencia y a la
naturaleza de su singularidad y no a designios teleológicos o planes conspirativos.

Nosotros podemos encontrar que existen varias interpretaciones y varias valoraciones


sobre el “origen” del Sacudón que, en cierta medida, se inscriben dentro de estas formas
de comprender los episodios en la historia.

Es común ver en la historiografía sobre el Sacudón algunas narraciones que se


construyen sobre la lógica de las causas económicas, más o menos en este esquema:

Causas inmediatas del “Caracazo”:

 El alza de los precios de la gasolina y del pasaje de transporte público.

 El acaparamiento de los productos de la canasta básica, especialmente leche,


aceite, café…

 La aprobación y anuncio del paquete de medidas neoliberales convenido entre


CAP y el FMI.

Causas estructurales del “Caracazo”:

 El “viernes” negro de 1983.

 Los escándalos de corrupción durante el gobierno de Jaime Lusinchi,


especialmente el caso Recadi y los negocios de Blanca Ibáñez.
Desde esta perspectiva, el Sacudón es una rebelión que estalla producto del descontento
popular ante el viraje neoliberal del gobierno de CAP.

El problema con esta lógica es que termina confundiendo condiciones por causas. ¿Y es
que acaso podemos afirmar que el Sacudón fue producto de aquellas causas? Creo que
incurriríamos en un reduccionismo que nos llevaría a graves imprecisiones y a la
imposibilidad de comprender este acontecimiento en su manifestación concreta, es
decir, a la luz de las múltiples determinaciones y fuerzas que concurrieron
coyunturalmente en ese punto.

Luego está la lectura conspirativa, que encuentra las razones del Sacudón en una
planificación orquestada por algunas organizaciones de izquierda y por algunos
movimientos sociales de base que habían roto con las formas de organización
partidarias. Me refiero particularmente a partidos como Bandera Roja y a movimientos
como los Tupamaros y la Corriente Histórica, mejor conocida como Desobediencia.
Así, un estallido social que en apenas unas horas pudo expandirse por todo el país, no
podía explicarse sino con la hipótesis de la conspiración. Esta perspectiva, además,
permitió a la narrativa oficial no solo “desprenderse” de la responsabilidad económica y
política del descontento que animó la rebelión popular, sino que justificó toda una
política represiva emprendida contra varios dirigentes de estas organizaciones, así como
de líderes estudiantiles, comunitarios y cristianos de base.

Ambas lecturas, la conspirativa y la “causalista”, comparten dos cosas. La primera, que


subestiman el papel que juegan la aleatoriedad, la coyuntura y la imprevisibilidad en los
procesos históricos y, en especial, en los momentos disruptivos. La segunda, que el
estallido es explicado por razones exteriores a su propio movimiento: de un lado, se nos
presenta al Sacudón como una rebelión cuyos móviles se encuentran en las medidas
económicas y, por el otro, se nos presenta como el producto de una planificación. Luego
está la lectura que encuentra en el Sacudón una irrupción absolutamente espontánea y
carente de toda forma de organización militante.

Lo cierto es que, más allá del contexto de crisis económica y política en el que emerge,
el Sacudón fue una irrupción imprevisible, que se despliega y expande en la conjunción
de situaciones, fuerzas, acciones y elementos aleatorios. Por un lado, unas dinámicas de
vida, relaciones, tradiciones y fuerzas que venían conformándose invisible y
subterráneamente al margen del orden y la narrativa establecidos: descontento
acumulado, desilusión y frustración de expectativas hacia las posibilidades de mejora
con el gobierno de CAP, tradiciones de lucha no reconocidas en el engranaje de la
institucionalidad política, manifestaciones y protestas no registradas en la narrativa
producida por los medios masivos de comunicación, la opinión pública y el orden
institucional. Por otro lado, un contexto de crisis económica y política del régimen
democrático puntofijista y su “pacto de paz social”, de crisis de legitimidad en las
formas de organización gremial y política. Luego, la concatenación de una gama de
sucesos aleatorios: malestar colectivo y una arenga en el terminal de Guarenas que
terminan desencadenando la paralización del servicio de transporte, barricadas, quemas
de caucho, toma y tranca de la autopista Caracas-Oriente y toma de la ciudad; protestas
de los estudiantes de educación media por la defensa del pasaje estudiantil; protesta de
los estudiantes universitarios en el arco de la UCV; manifestaciones y saqueos
televisados; familias preocupadas por el abastecimiento de comida en sus hogares;
líderes anónimos creando consignas y objetivos improvisados de orientación de la furia;
policías saqueando, organizando los saqueos, disparando, reprimiendo, en fin, una
constelación de factores que difícilmente podríamos reducirlos a una lógica de causas y
de conspiraciones, y sobre la cual nos corresponde hurgar.

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