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Comencemos por decir que 1989 es tenido por la historiografía contemporánea como el
punto de inflexión que marca un antes y un después en las perspectivas emancipatorias
y revolucionarias en el mundo. 1989 acoge la caída del Muro de Berlín, símbolo
mimado de la narrativa historiográfica hegemónica, con el cual se abanderó el relato del
fin de las posibilidades históricas y la derrota de las apuestas socialistas. Para el mundo,
1989 representa el fin del “comunismo” y el triunfo indiscutible de la economía
neoliberal como única alternativa viable de organización y “desarrollo” de la sociedad.
1989 sella el fin de la Guerra Fría e inaugura una reconfiguración de las relaciones
hegemónicas en el mapa geopolítico y geoeconómico. La verdad, 1989 significa una
gran derrota para la clase trabajadora y para lxs revolucionarixs del mundo.
¿Y qué fue aquello que ocurrió en Venezuela y que, por varios días, pudo voltearle la
tortilla al régimen democrático representativo puntofijista? ¿Qué fue aquello que sirvió
de advertencia al orden económico mundial para la imposición de sus políticas
neoliberales en América Latina?
Lo que ocurrió el 27 de Febrero de hace 30 años fue una irrupción popular que dejó
atónita tanto a una institucionalidad social y política (partidos de la élite y gremios) que
confiaba en su capacidad para contener las desigualdades y conflictos sociales, como a
las organizaciones de izquierda no hegemónicas que, ante la sorpresa, terminaron
jugando un papel de espectadores o de acompañantes.
Uno podría asemejar la fuerza y expansión de esa irrupción con el desborde de una
represa o el estallido de una olla de presión: mientras el agua y el gas están contenidos,
represa y olla pueden controlarlos con válvulas de escape, pero si el acumulado excede
la capacidad de contención, agua y gas estallan y toman rumbos y ritmos imposibles de
encauzar, que se llevan por delante lo que tienen a su paso. Eso pasó el 27 y 28 de
Febrero del 89, una furia popular incontenible y sin cauce que irrumpió luego de años
de descontento acumulado.
No obstante, no puedo dejar de decir que el carácter caótico e indómito de esta irrupción
que quebró por momentos el orden social de la democracia puntofijista, fue el mismo
que la llevó a su derrota. Sin capacidad para orientar y canalizar esa fuerza hacia
objetivos estratégicos, políticos y de autodefensa, la fuerza disruptiva de la rebelión
popular fue derrotada por el poder del Estado, que consiguió retomar la hegemonía de la
fuerza con sus potestades normativas y sus cuerpos represivos: en horas de la tarde del
28 de Febrero, en cadena nacional, serán anunciadas la suspensión de las garantías
constitucionales y la implementación del toque de queda. Simultáneamente, el Ejército
saldrá a las calles determinado a recuperar el “orden social”. Serán días de terror, en los
que un pote de margarina tendrá más valor que una vida. Hospitales y morgues
colapsaron ante la cantidad de heridos y muertos que llegaban y llegaban sin tregua,
imponiéndose una lógica de guerra: salvar solo a los salvables, dejar sin registro de
entrada a lxs fallecidxs o a lxs que no tuviesen esperanzas de vida, enterrar a los
cadáveres en fosas comunes… Hasta el día de hoy, los números siguen en disputa:
mientras las cifras oficiales hablan de 300 a 400 muertos, las cifras extraoficiales
arrojan números que oscilan entre 3000 y 5000. Desde entonces, las víctimas vienen
librando una lucha incansable por la aparición y reconocimiento de sus muertos, así
como por el no ocultamiento de su memoria. Todavía claman justicia.
El Sacudón fue, entonces, un momento de “¡Basta ya!” que no pudo llevar hasta el final
su fuerza redentora.
En el caso del Sacudón, uno podría mencionar, de entrada, las siguientes referencias que
constituyen lo que yo llamo situación:
a. Una crisis de legitimidad política que tiene su punto cúlmine con el gobierno de
Jaime Lusinchi: caso Recadi, Blanca Ibáñez, aumento de la represión...
b. Una crisis interna en el seno del Partido Acción Democrática que se expresaba tanto
en la disputa entre Lusinchi y CAP, como en la conformación del nuevo gabinete de
gobierno, que estará constituido no ya por los militantes del Partido AD, sino por
profesionales técnicos venidos de Chicago, con una marcada influencia liberal.
Son esos los elementos situacionales en los que emerge el Sacudón, sin que esto quiera
decir que fuesen sus causas. La forma, el momento y el lugar en el que emergió la
rebelión popular el 27 y 28 de Febrero del año 1989 fueron tan imprevisibles como
inéditos. ¿Quiere decir esto que el Sacudón emergió de la nada? Tomando en cuenta los
elementos anteriores, creo que no. Sin embargo, no es correcto afirmar que el Sacudón
haya estado “destinado” a ocurrir, y esta es una de las características, entre otras, que
me llevan a reconocerlo como un acontecimiento. Soy de las que cree que en la historia
nada está destinado o determinado a ocurrir, todo lo contrario, la historia siempre está
abierta y, por esta razón, cada una de sus dimensiones es siempre disputada: el pasado
por lo que la narrativa historiográfica hace visible y lo que oculta, el presente por ser el
momento en el que las tensiones en disputa realizan, escriben, construyen la historia y
su narrativa, y el futuro por los proyectos y concepciones del mundo y de la vida que
están en disputa. La historia y la historiografía están, por tanto, atravesadas de palmo a
palmo por relaciones de poder y esto podemos verlo en las distintas narrativas que se
han esgrimido sobre el Sacudón, por no mencionar los intentos de despojarlo inclusive
de alguna narrativa, esto es, de borrar este acontecimiento de la memoria y de la
narrativa histórica.
No obstante, a estas formas de comprender la historia se le opone otra que intenta salir
de los parámetros causales abanderando una concepción fragmentaria. Desde esta
perspectiva, los estallidos sociales responden a sus propias lógicas de emergencia y a la
naturaleza de su singularidad y no a designios teleológicos o planes conspirativos.
El problema con esta lógica es que termina confundiendo condiciones por causas. ¿Y es
que acaso podemos afirmar que el Sacudón fue producto de aquellas causas? Creo que
incurriríamos en un reduccionismo que nos llevaría a graves imprecisiones y a la
imposibilidad de comprender este acontecimiento en su manifestación concreta, es
decir, a la luz de las múltiples determinaciones y fuerzas que concurrieron
coyunturalmente en ese punto.
Luego está la lectura conspirativa, que encuentra las razones del Sacudón en una
planificación orquestada por algunas organizaciones de izquierda y por algunos
movimientos sociales de base que habían roto con las formas de organización
partidarias. Me refiero particularmente a partidos como Bandera Roja y a movimientos
como los Tupamaros y la Corriente Histórica, mejor conocida como Desobediencia.
Así, un estallido social que en apenas unas horas pudo expandirse por todo el país, no
podía explicarse sino con la hipótesis de la conspiración. Esta perspectiva, además,
permitió a la narrativa oficial no solo “desprenderse” de la responsabilidad económica y
política del descontento que animó la rebelión popular, sino que justificó toda una
política represiva emprendida contra varios dirigentes de estas organizaciones, así como
de líderes estudiantiles, comunitarios y cristianos de base.
Lo cierto es que, más allá del contexto de crisis económica y política en el que emerge,
el Sacudón fue una irrupción imprevisible, que se despliega y expande en la conjunción
de situaciones, fuerzas, acciones y elementos aleatorios. Por un lado, unas dinámicas de
vida, relaciones, tradiciones y fuerzas que venían conformándose invisible y
subterráneamente al margen del orden y la narrativa establecidos: descontento
acumulado, desilusión y frustración de expectativas hacia las posibilidades de mejora
con el gobierno de CAP, tradiciones de lucha no reconocidas en el engranaje de la
institucionalidad política, manifestaciones y protestas no registradas en la narrativa
producida por los medios masivos de comunicación, la opinión pública y el orden
institucional. Por otro lado, un contexto de crisis económica y política del régimen
democrático puntofijista y su “pacto de paz social”, de crisis de legitimidad en las
formas de organización gremial y política. Luego, la concatenación de una gama de
sucesos aleatorios: malestar colectivo y una arenga en el terminal de Guarenas que
terminan desencadenando la paralización del servicio de transporte, barricadas, quemas
de caucho, toma y tranca de la autopista Caracas-Oriente y toma de la ciudad; protestas
de los estudiantes de educación media por la defensa del pasaje estudiantil; protesta de
los estudiantes universitarios en el arco de la UCV; manifestaciones y saqueos
televisados; familias preocupadas por el abastecimiento de comida en sus hogares;
líderes anónimos creando consignas y objetivos improvisados de orientación de la furia;
policías saqueando, organizando los saqueos, disparando, reprimiendo, en fin, una
constelación de factores que difícilmente podríamos reducirlos a una lógica de causas y
de conspiraciones, y sobre la cual nos corresponde hurgar.