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Mexicayotl
¡Mucho tenemos aún que aprender los mexicanos, de la organización de nuestros
pueblos autóctonos, para perfeccionar nuestras instituciones!
Ningún pueblo de la tierra, se sabe que haya puesto mayor empeño y cuidado hasta en
la actualidad, como los nahuas lo pusieron en la educación. “Ninguna cosa, dice el P.
Acosta, me ha admirado más, ni parecido más digno de alabanzas y memoria que el
cuidado y orden que en criar a sus hijos tenían los mexicanos.” En efecto, difícilmente se
hallará nación que en tiempo de su gentilidad haya puesto mayor diligencia en este
artículo de la mayor importancia para el Estado.
Esto demuestra que el Estado mexicano había llegado al grado de desarrollo del Estado
ético o cultural, cuyo cometido era el promover vida, dentro de un orden jurídico
admirable, e impulsar el progreso político y moral, en esa porción de humanidad que
estaba a su cargo y la constituía.
Así desde pequeños los mexicanos no sólo quedaban iniciados en el conocimiento de las
normas jurídicas, sino que además se veían envueltos en el engranaje de la organización
política del Estado, que los utilizaba con ventaja a beneficio de la colectividad, de
acuerdo con las circunstancias personales y de hecho que constituyen la realidad.
La educación era obligatoria para todos y sin excepción o distinción de persona. Todos
debían cooperar en ella: padres de familia, guerreros, maestros de artes y oficios,
astrónomos, magistrados, jueces, sabios y filósofos, quienes ya en el centro educativo o
con el ejemplo y vigilancia en los hogares y en los lugares públicos, estaban obligados a
velar por el respeto del derecho de las costumbres y tradiciones.
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Con creces demostraron los nahuas que la tranquilidad social que pretende el derecho
sólo se alcanza mediante un sistema educativo rígido, en perfecto acuerdo con los
ideales del Estado.
La estructura política sólo es armónica y fuerte, si se desplanta de una base filosófica
sólida, de un ideal social común, al que todos deben propender y tratar de realizar.
Enseñanza que puede echar mano de todos los elementos que estén al alcance del
estado, aún el religioso y militar, para disciplinar al hombre, pero trascendiéndolos en
su actividad para ser asequible a todos, lo cual sólo se obtiene siguiendo los grandes
ideales humanos que depura la historia realizando la cultura.
Tal fue el orden educativo, económico y moral que imperó en Tenochtitlán, lo que
explica también el desarrollo extraordinario que alcanzó el pueblo mexicano en poco
más del siglo de su fundación, patente en su cultura, en sus obras de arte, en su fuerza
política, en sus instituciones, en su organización, en... todo.
Cuando los niños se alcanzaban la edad propiamente escolar, Cumplidos los seis años,
los padres según sus promesas los entregaban al c almecac o al telpochcalli.
Tanto los calmecac como los telpochcallis, participaban a la vez de los caracteres de
nuestros seminarios, academias militares y escuelas de artes y oficios. Aunque en
aquellos planteles la elección de profesión era libre, la costumbre establecía que, salvo
circunstancias especiales o definitiva vocación, llegando a ser la ocupación tradicional en
las familias.
Sin distinción de clases y categorías, imponerse a sus espíritus la férrea disciplina, a la
obediencia y el respeto a los superiores, a la autoridad, a las leyes y a la religión:
inspirábasele benevolencia para los débiles y enfermos, el respeto para los ancianos y
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las mujeres, inculcándoles por medio del ejemplo y de los estrictos preceptos, horror al
vicio, a la concupiscencia, a la mentira y a la pereza. Al propio tiempo, mediante
ejercicios de fuerza, de resistencia y de continuos baños, de la práctica en el hábil
manejo de las armas, de prolongadas abstinencias y penitencias durísimas, se fortalecía
el cuerpo y su alma, forjando poco a poco, el estoicismo característico de la raza,
necesario para las largas y penosas expediciones militares y para la difícil práctica del
ritual religioso.
La niña era preparada para su importantísima función social con el esmero que el
hombre a las que eran propias, tanto en el hogar, bajo la mirada vigilante de la madre,
como de los institutos educativos nacionales, en cuyos departamentos femeninos, antes
de perder el recato extremado que las costumbres imponían a su sexo, fortalecía más su
conducta con apego a los estrictos principios morales, adentrándose, además, en todos
aquellos menesteres domésticos o de utilidad para la función que le estaba asignada, y
adquiriendo todos los conocimientos usuales de su época y de su medio ”*
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