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John Godwin (1968)
Introducción
Los misterios más fascinantes son aquellos que se relacionan con los tesoros
ocultos. Pocos tópicos han excitado tanto la imaginación como el prospecto
de alcanzar la riqueza por el solo acto de encontrarla. Las formas más
antiguas de entretenimiento narrativo que se conocen, los cuentos de hadas
de la China, contenían relatos de tesoros ocultos, fortunas generalmente
custodiadas por uno o dos demonios, y esta trama novelesca ha conservado
su atractivo para el público sin que el mismo haya mermado a través de los
siglos.
Se sabe que los tesoros escondidos existen en todas las regiones del globo
terráqueo, con la posible excepción del Antártico. Cada guerra, cada
trastorno social violento, aumentan la cantidad de ellos.
Algo de historia
En el verano de 1959 un equipo de ingenieros de salvamento, financiado por
una revista de la antigua Alemania Occidental, buscó por todos los rincones
del lago Toplitz. Encontraron ocho cajas de metal. Estos resistentes
contenedores estaban atestados con billetes británicos de cinco libras. El
problema presentado es que todos eran falsos. El dinero artificial resultó ser
parte de la llamada “Operación Bernhard”, un ardid, fraguado por la
GESTAPO, tendiente a hacer pedazos la economía de los aliados
occidentales, poniendo en circulación billones de libras y dólares falsificados.
Se sabe que este dinero falso fue manufacturado en el cercano campo de
concentración de Ebensee. En abril de 1945, cuando Alemania se estaba
desmoronando, los guardias de la SS del campo hundieron lo que quedaba
del dinero en el lago Toplitz, creando así una leyenda más acerca de tesoros
sumergidos.
La mayor parte de la isla esta cubierta por una espesa masa de color pardo
de enredaderas y ramas entrelazadas, que obstruye el paso de la luz solar,
conservando la tierra húmeda y oscura. Llena el aire de un hedor de
podredumbre y descomposición, junto con el zumbido de millones de
insectos voladores. El ambiente fue descrito como “estar dentro de una
tumba abierta”.
A principios del siglo XVIII el capitán Edward Davis era uno de los numerosos
filibusteros que saqueaban las costas de América Central, que entonces se
llamaba la Nueva España. Estableció su base de operaciones en la Isla del
Coco. Finalmente desapareció sin dejar huella después de haber fracasado
en la captura de la ciudad de Porto Bello. En 1709, poco antes de su última
empresa se cree que ocultó su botín, acumulado en sus pillajes, en alguna
parte de la isla. El sitio se desconoce, pero se tiene un registro del monto del
tesoro: 700 lingotes de oro, 20 barriles llenos de doblones de oro, y más de
100 toneladas de reales de plata españoles.
En 1821, la capital peruana era la sede de los virreyes españoles. Lima era
sin duda la ciudad más rica del continente. Durante ese año, Simón Bolívar
triunfó en su intento por arrojar a las fuerzas españolas fuera de sus
colonias. Lima temblaba ante la proximidad de los ejércitos revolucionarios, y
las autoridades eclesiásticas y municipales se reunieron y decidieron que
sería prudente trasladar la riqueza movible de la ciudad hacia regiones más
seguras.
Cinco meses más tarde, Keating y Boag llegaron a la Isla del Coco. Aquí,
nuevamente, una neblina de incertidumbre envuelve a la historia. Debido a
razones no explicadas, la tripulación se amotinó. Los dirigentes, temiendo
perder la vida, se ocultaron en la isla, y al final, su buque partió sin ellos.
Dos meses más tarde, arribó otro ballenero desde Terranova. Nadie sabe qué
sucedió en esa oscura isla durante el ínterin, pero el navío de rescate
encontró un único sobreviviente: Keating. Él explicó que Boag había fallecido
de una “fiebre”, aunque nadie encontró ni su cuerpo ni su sepulcro.
Keating regresó a St. John, su ciudad natal, sin el tesoro. Se puede inferir que
él no confiaba lo suficiente en sus rescatadores como para permitirles
transportar el tesoro. Pero todavía tenía su mapa y se pasó años tratando de
organizar otra expedición para recobrarlo. Keating murió en 1873 sin haber
realizado su propósito.
La Isla Oak
La clave para todos los tesoros enterrados mencionados hasta ahora, es
simplemente ubicar su localización. Cualquiera que sea el misterio que los
rodea, se puede resumir en la palabra ¿dónde?
Pero hay un tesoro oculto cuya existencia desafía todas las reglas de la
búsqueda de tesoros. El sitio exacto donde está enterrado se conoce, se ha
medido e inspeccionado y es claramente visible hasta para el ojo más miope.
A diferencia de la Isla del Coco, se encuentra en un lugar muy accesible, libre
de insectos y fiebres tropicales y es tan atractivo físicamente que se ha
usado como campo de recreación a través de varias generaciones.
No obstante, durante 175 años este tesoro ha resistido todos los intentos por
recobrarlo, ha vencido zapapicos, palas, perforadoras de fuerza e indicadores
electrónicos, y se ha tragado alrededor de 1 millón y medio de dólares en
gastos de excavación, sin devolver un solo centavo. El tesoro de la Isla Oak
yace ahí hasta el día de hoy, planteando un enigma que todos los modernos
inventos técnicos han sido incapaces de resolver.
Los chicos eran vecinos de la región y habían crecido familiarizados con los
relatos de piratas que habían hecho presa de sus pillajes a los buques de la
Nueva Inglaterra medio siglo atrás y que habían utilizado estas apartadas
bahías de la Nueva Escocia como escondites. En lo primero que pensaron fue
en un tesoro oculto; su segundo pensamiento fue conseguir implementos
para excavar.
Los muchachos pensaron que este era el final del camino, al menos
temporalmente. Habían descendido diez metros y, con las herramientas que
tenían a su disposición, no podían seguir excavando. No había forma de
saber cuántas plataformas más les esperaban. Pero para entonces estaban
seguros de que habían tropezado con el sitio donde se encontraba un tesoro
fabuloso, tan magnífico que se habían tomado tantas molestias para
ocultarlo. Sólo era cuestión de conseguir los implementos necesarios para
excavar.
Eso probó ser más difícil de lo que pensaron. Parecía que la Isla gozaba de
una misteriosa reputación, lo suficientemente macabra para lograr que los
habitantes de tierra firme se apartaran de ella. Se creía que la isla había sido
el sitio propicio para que anclaran los buques del famoso capitán Kidd y de
otros filibusteros, quienes, se afirmaba, habían realizado ejecuciones en el
lugar, saturando así la isla de espíritus malignos. También corría el rumor de
que se podían ver luces misteriosas que se encendían y apagaban y que
atraían a los pescadores hacia su muerte. En resumen, no era la clase de isla
a la que se dedicaría tiempo, y menos aún por las palabras de tres
jovenzuelos aventureros.
Continuaron avanzando más y más hacia abajo. A cada tres metros llegaban
a otra plataforma de roble; todas estas plataformas tenían un espesor
idéntico de 15 cm y cada una ajustaba dentro del tiro con una precisión tal
que bien podría atribuirse a un ingeniero minero.
En esta etapa los excavadores dieron por concluidas las labores del día. El
día siguiente era domingo. De manera que no fue sino hasta la mañana del
lunes cuando regresaron al pozo. ¡Para su asombro encontraron el tiro de 30
mts de profundidad inundado con veinte metros de agua!
Cavando hasta el nivel del agua del tiro, instalaron una broca de media caña,
un taladro impulsado por medio de caballos, que se usaba en esos tiempos
para operaciones de minería, el cual recogía muestras de cualquier material
que atravesara. A los 32 mts, un poco más profundo que la excavación
original, la broca atravesó otra capa de roble y después se introdujo en lo
que parecía metal suelto. Al subirlo a la superficie, se encontró que el taladro
contenía dos pequeños eslabones de una cadena. ¡Y los eslabones eran de
oro puro!”
Volvió a descender el taladro. Una vez más, atravesó una capa de metal
suelto. Luego se introdujo dentro de algo más duro que, al ser inspeccionado,
resulto ser más madera. Impulsada a una mayor profundidad, la broca repitió
la misma secuencia: madera, metal suelto, madera.
Bajo estas circunstancias podrían haber baldeado hasta el día del Juicio sin
reducir el nivel del agua más de unos cuantos metros. La única probabilidad
era bloquear la corriente en su origen. La playa más cercana se encontraba
en la caleta Smith, distante del tiro unos 200 mts. Conforme los buscadores
del tesoro peinaron la arena buscando el acceso del canal, su curiosidad se
fue convirtiendo en azoro. Porque debajo de la arena descubrieron un fondo
de piedra que cubría la distancia total entre las marcas de la marea alta y las
de la marea baja. Este piso de piedra estaba cubierto diestramente con la
misma fibra de coco que habían hallado dentro del foso. Debajo del fondo de
piedra encontraron cinco desagües revestidos con piedras. Estos desagües
partían en declive desde el océano hasta convergir en un canal central que
se dirigía en una línea subterránea directa hacia el tiro del tesoro.
Por increíble que esto pareciera, alguien había convertido 50 mts de playa en
una esponja. Al subir la marea, la tupida fibra de coco absorbía y retenía el
agua, para después encauzarla hacia el foso por medio de los desagües.
Normalmente, la presión de la tierra dentro del tiro bastaría para contener
este volumen de agua, pero si alguien llegara a cavar dentro del foso desde
la superficie y a sacar la tierra, la presión disminuiría. Conforme los
merodeadores se acercaran a los cofres del tesoro, la tierra de encima
ejercería menos presión, el agua de abajo aumentaría la presión y el tiro se
inundaría automáticamente.
Esto era fantástico, increíble, pero era verdad. El foso del tesoro tenía como
protección el océano Atlántico. Que cualquier persona alterara el delicado
balance entre el mar y el suelo y ¡Whoosh! Se anegaría el escondite.
En alguna parte, dentro o cerca del tiro debía haber un dispositivo para
mantener el hoyo seco mientras se sacaba su contenido, una especie de
trampa de seguridad conocida únicamente por los diseñadores. Era
imposible pensar que cualquier persona con la sorprendente habilidad del
arquitecto de este pozo, se hubiera privado a sí mismo de sacar lo que había
colocado dentro. Esta consideración aparentemente no cruzó por la mente
de los miembros de la sociedad. En lugar de ello, gastaron una enorme suma
construyendo una represa en la caleta Smith para evitar que el mar llenara el
acceso al subir la marea. Después de esto, se podría haber bombeado el tiro.
¡Se podría haber bombeado, sí! Según sucedió, un violento ventarrón azotó
la costa cuando subió la siguiente marea y la represa quedó destruida.
Pero resultó que no habían hecho tal cosa. El tiro todavía escondía secretos
nunca antes imaginados.
Otra vez se introdujo una broca, perforando el misterioso hoyo de arcilla más
y más profundamente, debajo de los niveles de las exploraciones previas. No
parecía haber necesidad de continuar cavando más allá de donde se
encontraban los dos cofres que contenían el tesoro, pero Blair abrigaba la
idea de que el tiro podría reservar unas cuantas sorpresas adicionales. Y su
corazonada era acertada.
A los 50 mts la broca extrajo una muestra de algo que, al principio, pareció
ser blanda piedra parda. Sin embargo, al ser sometida a análisis químicos,
resultó ser cemento, 17 cm de él. Luego había otros 10 cm de madera,
después ochenta de metal suelto, seguidos de más madera y otra capa de
cemento.
Esto podía significar solamente una cosa: existía otro túnel subterráneo
dentro del hoyo, protegiendo la cámara de cemento del tesoro, de la misma
manera que el canal descubierto había protegido los dos cofres. Blair y sus
hombres recorrieron la playa sur, esperando encontrar el acceso. Pero ni
ellos ni los que les sucedieron pudieron hallarlo jamás.
El hierro, que parece ser la última plataforma del tiro, nunca ha sido zanjado.
Tendió cables eléctricos submarinos que iban desde tierra firme hasta la isla
Oak y tenían la energía suficiente para hacer funcionar sus máquinas.
Durante un tiempo, las máquinas eléctricas pudieron vencer la corriente
constante de agua marina, pero sus máquinas podían hacer muy poco contra
el lodo. Cuando se inició la excavación en forma, los trabajadores de Hedden
lucharon casi ten inútilmente como lo habían hecho los de Blair. Hasta donde
se podía determinar, las constantes perforaciones, excavaciones e
inundaciones, aunadas a los diversos hoyos de desagüe abiertos alrededor
del pozo, habían alterado en tal forma la ubicación de los cofres del tesoro,
que ya no era posible fijar su posición dentro de un radio menor a los 30 mts.
Después que el “juego del escondite” se hubo tragado 140 mil dólares, el
hombre de New Jersey tiró la toalla.
Conclusión
Éste, pues, es el relato del tesoro oculto más enigmático y enloquecedor del
mundo: el tesoro de la Isla Oak, que ha desafiado absolutamente todos los
alardes tecnológicos de la era atómica. Tal vez un día algún aventurero
casual, al vagar por el terreno, descubrirá por accidente la clave; la historia
nos juega esa clase de bromas.
Pero hasta que no llegue este día, que puede no suceder jamás, únicamente
podemos conjeturar acerca de la naturaleza exacta del tesoro y del
misterioso mecanismo utilizado por sus arquitectos, quienes esperaron algún
día convertir en un sésamo abierto el foso donde se encuentra el tesoro.
Sabemos que hay tanto oro como pergamino en la isla Oak, pero no qué
cantidad de cada uno. Sin embargo, no puede caber la menor duda acerca
del elevado valor del contenido, puesto que nadie emprende en broma una
tarea hercúlea semejante.
Existe una firme posibilidad de que los franceses hayan sacado su oro de la
fortaleza y lo hayan transportado 370 km hacia el sur, a la Isla Oak. Por esa
época, los ingenieros militares de Francia eran, indiscutiblemente, los
mejores del mundo; ellos habrían contado tanto con la mano de obra como la
habilidad necesarias para construir un escondite tan impenetrable.